Mucho
se tardó, y no es que fuera la panacea contra los maltratados derechos humanos
en la América conquistada, pero fue un primer paso. El 27 de diciembre de 1512
se firmaron en Burgos las treinta y cinco leyes que pretendían proteger a la
población indígena americana de los desmanes españoles.
Los indios, unas gentes que treinta años atrás disfrutaban del derecho de corretear en taparrabos y de adorar al Sol y la Luna, ahora se deslomaban al servicio de unos señores blancos y barbudos llegados del otro lado del mar. Y al que se resistía, latigazo o patíbulo.
Las
Leyes de Burgos, al menos, pusieron un poquito de orden en aquel gran campo de
concentración en el que se había convertido América. Pero estas leyes tuvieron
un precedente que se remontaba a la Navidad del año anterior. El famoso fraile dominico
Antonio de Montesinos, indignado por el trato que recibían los indios, reunió a
los altos funcionarios de la isla de La Española, con el virrey Diego Colón a
la cabeza, y les metió una bronca monumental durante un sermón dominical. Les
dijo: «¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer ni
curarlos en sus enfermedades ... que los matáis por sacar y adquirir oro cada
día? ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables
guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacificas?».
Por
supuesto, los españoles se indignaron y exigieron que el fraile se retractara,
pero el dominico plantó cara. Aquel famoso sermón de Montesinos llegó a España
y se dictaron deprisa y corriendo las treinta y cinco Leyes de Burgos que
prohibían abusos tan descarados como hacer trabajar a mujeres embarazadas y que
obligaban a dar sanidad, descanso y alimentación a los indios. Pero había contrapartidas:
si se negaban a ser cristianizados, los españoles podían utilizar la violencia.
Y así, poquito
a poco, América se hizo católica, apostólica y romana. Aquellas treinta y cinco
leyes que se firmaron el 27 de diciembre fueron las primeras ordenanzas
españolas que llegaron a América. Pero es que antes, sin leyes y sin españoles,
los indios vivían mejor.
NIEVES CONCOSTRINA.
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