lunes, 5 de enero de 2015

LIBRO II.

I.
Pudiera detenerme a probar más largamente, que se puede
usar para un fin honesto de la eficacia de la astucia; y que esta
no debe llamarse engaño, sino una cierta admirable economía.
Pero bastando lo expuesto hasta aquí para demostrarlo, sería
una cosa molesta y enfadosa alargar superfluamente mi
discurso. A ti sí que tocaría ahora el hacerme ver que yo no he
usado de ésta, atendiendo únicamente a tu provecho.

A esto respondió Basilio: ¿Y qué utilidad me ha venido de
esta tu economía, sabiduría, o como quieras llamarla?
¿Pretendes acaso persuadirme con esto, que no me has
engañado?

Juan: Pues qué utilidad mayor, le dije yo, que practicar
aquellas cosas que el mismo Cristo dijo ser las pruebas del
amor hacia sí. Hablando, pues, al Príncipe de los Apóstoles,
Pedro, le dijo, ¿me amas?[18]Y habiendo éste confesado que
sí, añade: Si tú me amas, apacienta mis ovejas.

El Maestro pregunta al discípulo si lo amaba; no para saberlo:
¿qué necesidad tenía de esto, quien penetra los corazones de
todos? sino para manifestarnos cuán grande es el cuidado que
tiene de que se apacienten estos rebaños. Lo cual, siendo por
sí tan claro, igualmente lo será también ser grande e inefable
aquel premio que está reservado para los que trabajan en
aquellas cosas que tanto aprecia Jesucristo.

Y si nosotros, cuando vemos que algunos miran con cariño a
nuestros domésticos o bestias, contamos este cuidado como un
testimonio del amor que nos tienen, aunque todas ellas sean
cosas que se adquieren por dinero; el que no por dinero, ni por
cosa semejante, sino que con su misma muerte compró este
rebaño, dando por precio de él su misma sangre, ¿qué dones
no tendrá preparados para los que se emplean en
apacentarlo?

De aquí es que respondiendo el discípulo: «Tú sabes, Señor,
que yo te amo», y poniendo por testigo de su amor al mismo
que amaba, el Salvador no se paró aquí, sino que añadió la
prueba del amor. No quería manifestar entonces, cuánto era lo
que Pedro lo amaba; (porque esto ya se había conocido en
muchos lances) sino que quiso, que Pedro, y todos nosotros
supiésemos cuánto era lo que él amaba a su Iglesia, para que
nos aplicásemos a esto con el mayor esmero.

¿Y cuál fue la causa de no haber perdonado Dios a su Hijo
Unigénito,[19]sino que aun siendo único lo entregó? Para
reconciliar a aquéllos que eran sus enemigos, y formarse un
Pueblo escogido. ¿Y por qué derramó su Sangre? para tener la
posesión de aquellas ovejas que encomendó a Pedro y a todos
sus sucesores.

Justamente decía Cristo:[20] ¿Quién es el siervo fiel y
prudente a quien el Señor ha puesto para gobernar su casa?
He aquí por segunda vez palabras de uno que duda; y el que
hablaba, las profería sin dudar. Si no que como cuando
preguntando a Pedro, si lo amaba, no lo preguntaba porque
necesitase saber el amor del discípulo, sino porque quería
manifestar el exceso de su amor: así en nuestro caso, cuando
dice: ¿Quién es el siervo fiel, y prudente? no dijo esto porque
ignorase quien es este siervo fiel y prudente, sino que quería
manifestar lo raro del ministerio, y la grandeza de este grado.
Observa ahora cuán grande es el premio: le pondrá en la
administración de todos sus bienes. Querrás acaso porfiar aún
que yo no he hecho bien en engañarte, debiendo de ser puesto
en la administración de los bienes de Dios y practicar aquellas
cosas, que practicando Pedro, afirmó el Señor, había de
sobresalir entre los demás Apóstoles, diciéndole: Pedro, ¿me
amas más que estos? apacienta mis ovejas. Podía muy bien
hablarle de esta suerte: si me amas, ayuna, duerme sobre la
tierra desnuda, vela sin cesar, asiste a los que padecen
injustamente, sé Padre de los huérfanos y sirve de marido a la
madre de estos. Ahora, pues, dejadas a un lado todas estas
cosas, que es lo que dice: Apacienta mis ovejas.


II.
Todas las cosas que acabo de decir pueden fácilmente
practicar muchos de aquéllos que son súbditos, y no solamente
los hombres, sino también las mujeres; pero cuando se trata de
gobernar la Iglesia, y de tomar a su cargo el cuidado de tantas
almas, sepárese de la grandeza de este ministerio todo el sexo
de aquéllas, y la mayor parte de los hombres, y sean
presentados aquéllos que sobresalen entre todos con exceso, y
que son tanto más altos que los otros en la virtud del ánimo,
cuanto lo era Saúl sobre toda la nación de los hebreos en la
altura del cuerpo, y aun mucho más. Ni se busque aquí
solamente la medida de la estatura, sino que cuanta es la
diferencia que hay de los brutos a las criaturas racionales, otra
tanta distancia ha de haber entre el pastor y las ovejas, por no
decir, que ha de ser aun mayor, pues el peligro es de cosas
mucho mayores. Porque aquél que perdió las ovejas, o porque
las cogieron los lobos, o asaltaron los ladrones, o las sorprendió
la peste, o alguna otra desgracia de estas, podrá tal vez
esperar algún disimulo del dueño del ganado; y cuando éste
quiera pedirle satisfacción, el daño se recompensa con dinero.
Pero aquél a quien están confiados los hombres, que son el
rebaño racional de Cristo, padece en primer lugar el daño, no
en el dinero, sino en su misma alma por la pérdida de las
ovejas.

Le queda demás de esto una contienda mayor y más difícil:
no son lobos a los que ha de hacer frente, ni tiene que
recelarse de ladrones, ni que procurar apartar el contagio del
rebaño. ¿Pues con quién tiene esta guerra? ¿Con quién debe
pelear? Oye al bienaventurado Pablo, que dice:[21]«Nosotros
no tenemos guerra con la sangre, y con la carne, sino con los
principados, y con las potestades; con los mundanos rectores
de las tinieblas de este siglo, contra las espirituales malicias en
las partes celestiales». ¿No has visto la terrible muchedumbre
de enemigos, los atroces escuadrones, no armados de hierro,
sino que en lugar de toda la armadura, tienen bastante con su
propia naturaleza? ¿Quieres ver aún otro ejército cruel y fiero
que pone asechanzas a este rebaño? Este lo verás desde la
misma atalaya. El mismo que habló de aquellas cosas nos
muestra estos mismos enemigos, hablando de esta
suerte:[22]«Son manifiestas las obras de la carne, las cuales
son: la fornicación, el adulterio, la impureza, la deshonestidad,
la idolatría, los maleficios, las enemistades, las riñas, los celos,
las iras, las contiendas, las detracciones, los chismes, las
hinchazones de ánimo, las sediciones, y otras muchas cosas».
No las redujo todas a número, sino que dejó que de estas se
comprendiesen las demás.

Y por lo que toca al pastor de los irracionales, los que quieren
destruir el rebaño, si ven que huye el que lo cuida, no se
detienen a combatir con él, sino que se contentan con llevarse
el ganado; pero en nuestro caso, aun después de haber cogido
todo el ganado, no dejan al que lo apacienta, sino que lo
acometen con mayor furia y toman mayor ardor, no desistiendo
de su empresa, hasta haberle derribado o quedar ellos
vencidos. Se junta a todo esto que las enfermedades de las
bestias se conocen fácilmente: ya sea hambre, ya peste, ya
herida, o cualquiera otra cosa que las infeste; lo que no sirve de
poco alivio para librarlas de los males que las molestan. Y aun
se encuentra otra mayor ventaja que esta, la que hace que se
apresure la curación del mal. ¿Y cuál es? Que los pastores, con
gran potestad, obligan a las ovejas a recibir la curación, cuando
de buena voluntad no la admiten: pues sin dificultad las atan
cuando conviene aplicar el fuego, o el hierro; y las tienen
cerradas mucho tiempo, y las conducen de un pasto a otro y
alejan de las aguas, cuando todo esto les es conducente. Del
mismo modo sin el menor trabajo aplican todas las otras cosas,
que creen pueden conducir para su curación.


III.
Pero por lo que respecta a las enfermedades de los hombres,
no es fácil al principio que un hombre las conozca:[23] «Porque
ninguno conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del
hombre que está dentro de él». ¿Cómo, pues, podrá uno aplicar
el remedio a una enfermedad, cuya condición no conoce, y que
muchas veces, ni aun puede saber si está enfermo aquél a
quien lo aplica? Aun cuando el mal se manifiesta, no es por eso
menor la dificultad. Porque no se pueden curar todos los
hombres con la misma facilidad con que cura el Pastor las
ovejas. Se puede muy bien atar aquí, apartar del pasto, usar del
hierro y del cauterio;[24]pero la libertad de recibir la curación
está no en quien aplica la medicina, sino en el enfermo.
Conociendo esto aquel varón admirable, decía a los de
Corinto:[25]«Nosotros no dominamos vuestra fe, sino que
somos cooperadores de vuestro gozo».

Principalmente a los cristianos, es a quienes entre todos es
menos permitido el corregir con la fuerza las caídas de los
pecadores. Los jueces externos,[26]cuando cogen a los
delincuentes que han faltado contra las leyes, ejercitan su gran
poder, y por fuerza los obligan a mudar de costumbres. Pero en
nuestro caso, las persuasiones, y no la fuerza son las que han
de mejorar a este hombre. Porque ni las leyes nos han dado
facultad tan grande para reprimir a los delincuentes; y aunque
nos la hubieran dado, no tendríamos ocasión en que emplear
esta autoridad; porque Dios corona a aquéllos que se abstienen
del pecado por elección, y no por necesidad.

De aquí es que se necesita una gran habilidad para que los
que están enfermos puedan ser persuadidos a que
voluntariamente se sujeten a la curación de los sacerdotes; y no
solamente esto, sino que conozcan la gracia que reciben en
curarlos. Y si alguno, estando atado, él mismo se golpea, (pues
está en su mano el hacerlo) hará el mal más incurable; y si no
hiciere caso de las palabras que cortan a semejanza de cuchillo,
con este desprecio añadirá otra herida, y la ocasión de la cura
vendrá a ser materia de enfermedad más difícil; pues no hay
alguno que le obligue, ni que pueda contra su voluntad curarle.


IV.
¿Qué es, pues, lo que aquí se puede hacer? Si te portas con
demasiada blandura con aquél que necesita de mucho rigor, y
no dieres el corte profundo a quien tiene necesidad de esto,
cortarás una parte de la herida, y dejarás otra: y si dieres sin
misericordia un corte justo, sucederá muchas veces, que
exasperado aquél de dolor, arrojándolo todo
desconsideradamente, la medicina y la ligadura, se precipitará a
sí mismo, haciendo pedazos el yugo y rompiendo las ataduras.

Pudiera contarte aquí muchos$que llegaron a los últimos
males por haberles aplicado las penas que merecían sus
delitos; porque no se debe aplicar sin consejo el castigo a
proporción de las culpas, sino que es necesario explorar
primero el ánimo de los que pecan, no sea que queriendo
reparar lo que está roto, lo hagas más irreparable, y queriendo
levantar lo caído des ocasión a otra mayor caída.

Los que son débiles, y relajados, y que por la mayor parte se
hallan entregados a los placeres del mundo, y que pueden
blasonar no poco por su nobleza y poder, reduciéndolos
blandamente, y poco a poco, a que reconozcan sus pecados,
podrán, ya que no en todo, a lo menos en parte, librarse de los
males que los aprisionan; pero si alguno sin medida aplicare la
corrección, los privará aun de aquella menor enmienda.

El ánimo, pues, cuando una vez ha sido obligado a pasar los
límites de la vergüenza, cae en la indolencia, y después no cede
a razones suaves, ni se dobla por amenazas, o mueve con los
beneficios, sino que viene a hacerse peor que aquella ciudad, a
quien reprobando el profeta, decía:[27] «Te has hecho
semejante a una ramera; has perdido con todos la vergüenza».

De aquí es, que el pastor necesita de mucha prudencia y de
mil ojos para considerar por todas partes el estado de un alma;
porque así como muchos se inquietan hasta el extremo de una
locura, y caen en una desesperación de su salud, por no poder
sufrir los remedios ásperos; así también hay otros que, por no
haber pagado el castigo correspondiente a sus delitos, se
entregan al desprecio y descuido, y se hacen mucho peores, y
son como llevados por la mano a cometer mayores excesos.
Conviene, pues, no dejar cosa alguna de estas sin examen.
Después de haberlas considerado todas con la mayor atención,
ha de aplicar todo cuanto esté de su parte el Sacerdote, para
que su cuidado no le salga inútil. Y no solamente para esto, sino
para reunir los miembros que están separados de la Iglesia,
conocerá cualquiera que tiene mucho que hacer; porque un
pastor de ovejas tiene su rebaño, que le sigue por cualquier
parte que lo guíe: y si algunas se extraviaren del camino recto, y
dejados los pastos buenos, se apacientan en lugares estériles y
escabrosos, le basta gritar con fuerza para reducir de nuevo, y
hacer volver al rebaño la que se había separado. Pero si un
hombre se apartare de la verdadera creencia necesita el pastor
de mucha industria, constancia y paciencia; porque no podemos
traerle por fuerza, ni obligarle con el temor, sino que es
necesario con persuasiones hacer que vuelva a la verdad, de
donde desde el principio se había extraviado. Se requiere, por
tanto, un ánimo generoso para no desfallecer, ni desesperar de
la salud de los que andan perdidos; de suerte, que
continuamente vayan rumiando y diciendo aquéllo:[28]«Mira no
sea que Dios les de arrepentimiento, para que conozcan la
verdad, y queden libres de los lazos del demonio». Por esto
mismo, hablando el Señor con sus discípulos, les
dijo:[29]«¿Quién es el siervo fiel, y prudente?»

Porque aquél que atiende a perfeccionarse a sí mismo,
reduce solamente a sí toda la utilidad; pero el provecho del
ministerio pastoral se extiende a todo el pueblo. Y aquél que
distribuye el dinero a los necesitados, y que por otra parte
defiende a los que padecen injustamente, en la realidad no deja
de aprovechar a sus prójimos, pero tanto menos que un
sacerdote, cuanta es la distancia que hay entre el cuerpo y el
alma. Justamente dijo el Señor, que el cuidado de su rebaño es
una señal de amor hacia él.

¿Pues qué, tú no amas a Cristo? dijo Basilio.

Juan: Yo le amo, y nunca dejaré de amarlo; pero temo enojar
al mismo que amo.

Basilio: ¿Y qué enigma más oscuro que éste? porque si Cristo
ha ordenado que apaciente sus ovejas aquél que le ama,
¿cómo dices que tú no las apacientas, porque amas al mismo
que manda esto?

Juan: No es enigma, respondí, este modo de hablar, sino muy
claro, y sencillo. Porque si yo, hallándome con las fuerzas
suficientes que Cristo pide para administrar este cargo, con
todo lo rehusase, podías, en tal caso, dudar de lo que digo;
pero haciéndome inútil para tal ministerio la debilidad de mi
ánimo, ¿qué duda puede quedar de mis palabras? Temo, pues,
no suceda, que recibiendo el rebaño de Cristo, grueso, y bien
alimentado, por mi falta de experiencia lo eche a perder,
irritando contra mí a un Dios, que lo ama con tanto extremo, que
se dio a sí mismo por precio de su salud, y redención.

Basilio: ¿Te burlas cuando dices esto? porque si hablas de
veras, yo no sé verdaderamente con qué otras razones podrías
probar mejor ser justo mi sentimiento que con las que has
procurado apartar de mí esta tristeza; porque yo, aunque desde
el principio he visto muy bien que he sido engañado, y vendido
por ti; pero ahora que has querido dar satisfacción a mis
cargos, conozco y entiendo mucho más claramente en qué
abismo de males me has metido; porque si tú has huido de este
ministerio por el conocimiento que tenías de que tu ánimo no
podría sufrir el peso de este cargo, debías haberme librado de
él a mi el primero; y esto, aun en el caso de haber yo
manifestado mucho deseo de alcanzarlo, y no en el de haber
puesto en tus manos todas mis deliberaciones. Pero ahora veo,
que atendiendo solo a tu comodidad, has olvidado enteramente
la mía. ¡Y ojalá fuera sólo haberla olvidado; así me daría por
contento! Pero me has puesto asechanzas, para que con mayor
facilidad me pudiesen coger los que quisieran hacerlo.

Ni tienes que recurrir a la disculpa de haber sido engañado
del concepto de muchos, por el cual quedaste persuadido de
algunas grandes y admirables prerrogativas que en mí hayan
hallado; porque yo no puedo entrar en el número de los que
pueden ser admirados o llamarse ilustres; y aunque todo esto
fuera así, debía prevalecer en tu estimación la verdad a la
opinión del vulgo. Si yo nunca te hubiera dado pruebas de lo
mismo, por mi trato, podía quedarte algún pretexto razonable
para haber sentenciado, siguiendo la opinión del vulgo; pero si
ninguno ha sabido tan bien todas mis cosas, antes bien tenías
conocido mi ánimo, mejor aun que los mismos que me
engendraron, y criaron, ¿qué razón probable podrás dar, con
que puedas persuadir a los que te oigan, que tú
involuntariamente me has puesto en este peligro? Pero dejemos
a un lado todo esto, porque yo no intento obligarte a responder
sobre ello. Dime solamente, ¿qué excusa hemos de dar a los
que nos culpan?

Yo no pasaré antes, le respondí, a hablar de estas cosas, sin
que primero dé satisfacción a las que pertenecen a ti, aunque tú
mil veces quieras librarme de responder a tus cargos.

Tú dices, que por la ignorancia podía tener algún perdón, y
aun quedar libre de todo cargo, si ignorante de tus cosas, te
hubiera reducido a estos términos; pero que por haberte
entregado, no ignorante, sino bien informado de todas ellas, no
me queda algún pretexto razonable con qué defenderme
justamente. Pues yo digo todo lo contrario. ¿Y por qué? porque
semejantes cosas necesitan de mucha consideración; y aquél,
que debe dar un sujeto idóneo para el sacerdocio, no ha de
atender sólo a la fama, y opinión del pueblo, sino que
juntamente con ella, se debe, sobre todo, informar del modo de
portarse de aquel sujeto.

Diciendo el bienaventurado San Pablo:[30] «Conviene que
tenga también un buen testimonio de aquéllos que son de
fuera», no quita el diligente, y cuidadoso examen, ni lo pone
como principal indicio de semejante pesquisa; porque habiendo
apuntado antes otras muchas circunstancias, añade por último
ésta, manifestando que no le debe bastar ésta sola para tales
elecciones, sino que necesita acompañarla con las otras;
porque sucede, no pocas veces, ser falsa la opinión del vulgo.
Pero cuando han precedido unas pruebas diligentes, no queda
que temer para lo sucesivo algún peligro por aquélla. De aquí
es, que después de otras muchas calidades, añade el
testimonio de los extraños; porque no dijo simplemente,
conviene que tenga un buen testimonio, sino que insertó la voz,
también, queriendo significar, que antes de la opinión de los
extraños, se debe hacer una inquisición diligente de su persona.
Justamente, pues, por esto; esto es, por saber yo todas tus
cosas, mejor aun que los mismos que te engendraron, como tú
mismo has confesado, sería justo que yo quedase libre de toda
culpa.

Basilio: Justamente por esto, dijo Basilio, no podrás ser
absuelto si alguno quisiere acusarte. ¿No te acuerdas, y no me
has oído decir frecuentemente, y por las mismas obras has
podido conocer cuán poca es la fortaleza que se halla en mi
alma? ¿No me has burlado continuamente como a hombre de
poco espíritu, porque yo, fácilmente, al menor contratiempo
perdía el ánimo? Juan. Bien me acuerdo, respondí yo, haberte
oído muchas veces semejantes discursos, ni yo lo negaría: pero
si alguna vez me he burlado de ti, ha sido por chanza, y no
seriamente.


V.
Al presente no es mi ánimo altercar contigo sobre este punto.
Te pido sí, que uses conmigo de igual sinceridad, cuando yo
quiera hacer memoria de alguna de las cosas buenas que en ti
se hallan; porque aunque tú pretendas redarguirme de que falto
a la verdad, no me detendré en demostrar, que tú más hablas
así por modestia que por hacerla obsequio: y para confirmación
de lo dicho, no me valdré de otro testimonio, que del de tus
mismas palabras y de tus hechos.

Quiero, en primer lugar, que me respondas a esto: ¿sabes
bien cuál es la fuerza del amor? Cristo, dejando a un lado todos
los milagros que debían ser obrados por los apóstoles
dijo:[31]«En esto conocerán los hombres, que vosotros sois mis
discípulos, en que os amáis mutuamente». Y Pablo
dice:[32]«Que el cumplimiento de la ley es el amor»; y que
faltando éste, son inútiles todos los dones de Dios. Este singular
bien, este distintivo de los discípulos de Cristo, y que se pone
sobre todos los dones divinos, lo he visto fuertemente plantado
en tu alma, y brotar frutos muy copiosos.

Yo confieso, respondió Basilio, que no es pequeño el cuidado
que tengo sobre este punto; y confieso también, que pongo la
mayor atención en este mandamiento; pero que yo, ni aun la
mitad de él haya cumplido, tú mismo podrás ser buen testigo, si
dejando a un lado toda lisonja, quisieres hacer honor a la
verdad.


VI.
Juan. Con que me volveré, dije, a los argumentos, y cumpliré
ahora lo que te tengo amenazado, manifestando, que tú más
das a la modestia, que a la verdad. Contaré un caso que
sucedió poco hace tiempo, para que ninguno tenga que
sospechar que trayendo aquí cuentos viejos, intento, por el
mucho tiempo que ha pasado, oscurecer la verdad; no
permitiendo ésta, que yo añada alguna cosa aun a lo que dijese
sólo por gusto.

Cuando uno de nuestros confidentes fue, por calumnia,
acusado de ultraje y de soberbia, se vio en el último peligro; tú
entonces, sin que ninguno te llamase a la causa, y sin que te lo
rogase el mismo que había de peligrar, tú mismo te arrojaste en
medio de los peligros. El hecho fue de esta suerte.

Y para convencerte con tus mismas palabras, haré también
aquí memoria de lo que tú dijiste. Porque no faltando unos que
desaprobaban aquel ardor tuyo, y otros, que por el contrario lo
alabasen, y admirasen: «¿Qué otra cosa, pues, debo yo
hacer?» Dijiste a los que reprendían tu conducta; yo no sé amar
de otra suerte, sino es ofreciendo mi vida, cuando fuere
necesario, para salvar alguno de mis amigos. Repetiste, aunque
con diferentes palabras, pero en el mismo sentido, lo que Cristo
dijo a sus discípulos, queriendo señalar los términos de un
perfecto amor:[33] «Ninguno tiene, dijo, mayor caridad que ésta;
que es poner su propia vida por sus amigos». Pues si no se
puede encontrar mayor que ésta, llegaste ya al término de ella,
y por lo que ejecutaste, y dijiste, has llegado ya a la cumbre.
Este es el motivo que he tenido para haberte vendido, y por
esto he urdido aquel engaño. ¿Quedas ahora persuadido, que
ni por mala voluntad, ni por querer ponerte en peligro, sino por
saber que serías muy útil, te hemos traído a este estadio?

Basilio: ¿Y piensas tú, dijo, que pueda ser bastante la fuerza
del amor para la corrección de lo prójimos?

Juan: Sin duda, respondí, que puede éste contribuir en
mucha parte para esto; y si quieres que yo produzca aquí
también pruebas de tu prudencia, pasemos a hablar de ésta, y
manifestemos, que eres aun más prudente que amante.

Basilio se sonrojó al oír estas razones, y cubierto su rostro de
vergüenza dijo: déjense ahora a un lado nuestras cosas, porque
yo ya desde el principio no te he pedido cuenta de ellas. Si
tienes alguna causa razonable con qué poder responder a los
de fuera, de ésta te oiría hablar con mucho gusto. Por lo que
omitido este inútil contraste, dime qué defensa podré yo alegar
a los otros, tanto a los que nos han hecho este honor, como a
los que se compadecen de ellos, como ultrajados por
nosotros?


VII.
Juan: Yo ya, respondí, me apresuraba a llegar a esto; porque
concluido el discurso por lo que pertenece a ti, fácilmente me
volveré también a esta parte de defensa. ¿Qué es, pues, en lo
que estos nos acusan, y cuáles son los delitos?

Basilio: Dicen que nosotros los hemos injuriado, y que han
recibido un ultraje muy grave, porque no hemos aceptado la
honra que nos han querido hacer.

Juan: Pues yo, lo primero que digo, es, que no se debe hacer
caso de la injuria que resulta a los hombres, cuando por
conservarles el honor, nos vemos obligados a ofender a Dios.

Ni puedo tampoco creer, que puedan, sin peligro, indignarse
los que llevan esto mal; antes bien estoy persuadido, que
encierra en sí un gravísimo daño: Porque aquéllos que están
dedicados a Dios, y que miran a él solo en todas sus acciones,
deben estar tan religiosamente dispuestos, que no cuenten por
injuria una cosa de esta clase; y esto, aunque mil veces fueran
ultrajados. Pero que yo, ni aun por pensamiento, haya tenido
semejante atrevimiento, lo puedes conocer de lo que diré: Si yo
por soberbia, o por vanagloria (de lo que tú has dicho, que con
frecuencia nos calumnian muchos), hubiera venido a esto,
sería, sintiendo con mis acusadores, uno de los que hubieran
faltado más gravemente, por haber despreciado a unos varones
grandes, y admirables, y sobre todo nuestros bienhechores. Y si
es digno de castigo el ofender a aquél que no te ha ofendido,
¿cuánta pena merecerá el corresponder con obras contrarias, a
los que por sí mismos se movieron a honrarnos? ni alegue
alguno, que por haber recibido de mí algún beneficio, o grande
o pequeño, han querido premiar este servicio.

Ni aun en tiempo alguno nos ha pasado semejante cosa por
el pensamiento; antes bien, hemos huido tan grave carga por
otro fin muy diverso; ¿por qué, ya que no nos perdonan, no
quieren aprobar mi hecho? sino que nos acusan de que hemos
mirado por nuestra alma.

Yo, pues, he estado tan distante de injuriar a tales varones,
que por el contrario, estoy por decir, que han recibido de mí un
gran honor, con rehusar el que me hacían; y no te admires, si te
parece alguna paradoja lo que digo: oirás muy prontamente la
razón de todo esto.

En este caso, ya que no todos, a lo menos, algunos que
encuentran su gusto en maldecir, hubieran tenido ocasión de
sospechar y de hablar muchas cosas de mi, que era el
ordenado, y también de los que me habían elegido. Dirían, que
atendiendo a las riquezas, y admirando la nobleza de la cuna, y
lisonjeados por mí, me habían promovido a este grado; y no me
atrevo a asegurar, si se hallaría tal vez alguno, que sospechase
haber sido inducidos por dinero. Cristo, añadirían, ha llamado a
esta dignidad pescadores, artífices de tiendas, y publicanos;
pero estos no se dignan admitir a los que se mantienen con su
trabajo cotidiano: y si encuentran alguno que se haya aplicado
a las letras humanas, y que pase en ocio toda la vida, a este
alaban, y a este admiran. ¿Por qué, pues, desprecian a los que
han sufrido innumerables sudores en utilidad de la Iglesia, y en
un punto han elevado a semejante honor, al que ni aun
ligeramente ha gustado jamás alguno de estos trabajos, sino
que ha gastado toda su vida en la vana aplicación a las ciencias
profanas?


VIII.
Estas, y otras muchas cosas hubieran podido decir, si
hubiéramos admitido esta dignidad, pero no al presente; pues
con esto se les ha cortado todo pretexto de maldecir. Ni pueden
acusarme de adulación, ni tampoco a aquéllos de haber
recibido regalos, sino es que haya algunos, que
voluntariamente quieran dar en semejante manía. ¿Cómo
puede componerse, que el que sigue la adulación, y gasta el
dinero por llegar a un puesto de honor cuando está a punto de
conseguirlo, lo ceda a los otros? Esto sería lo mismo, que si un
hombre después de haber tolerado muchos trabajos en cultivar
la tierra, para que la mies viniese cargada de mucho fruto y el
vino rebosase en los lagares después de innumerables fatigas y
excesivo gasto de dineros; cuando llegase el tiempo de segar, y
de recoger la uva, dejase a los otros la cosecha de los frutos.

¿Ves como en este caso, aunque sus discursos fueran muy
distantes de la verdad, con todo quedaba algún pretexto a los
que quisieran calumniarlos de haber hecho la elección sin un
recto discernimiento de razón? pero ahora no les hemos dejado
lugar para respirar, ni aun para abrir simplemente la boca.

Estas, y aun otras cosas mucho mayores hubieran dicho en el
principio; pero después de haber comenzado a ejercitar el
ministerio, no hubiéramos bastado a defendernos cada día de
los acusadores; y esto, aunque en todo nos hubiéramos
portado irreprensiblemente, ¿qué sería cuando por la poca
experiencia, y por la corta edad nos hubiéramos visto obligados
a errar en muchas cosas?

En nuestro caso los hemos librado de este cargo; y en el otro,
los hubiéramos expuesto a innumerables oprobios. Quién en tal
caso no hubiera dicho: han fiado a muchachos sin juicio cosas
grandes, y maravillosas; han destruido el rebaño de Dios. ¿Las
cosas de los cristianos, se han convertido en juegos de niños, y
en irrisión?

Pero ahora[34]toda la iniquidad cerrará su boca. Y si por lo
que toca a ti dijeren todas estas cosas, prontamente los harás
conocer por las obras, que ni la prudencia se mide por la edad,
ni se hace prueba por las canas de la vejez; ni se debe apartar
enteramente al joven de tal ministerio, sino sólo al que es
neófito, habiendo entre uno y otro grandísima diferencia.

.................
18. Joann. XXI. 15.
19. Rom. VII. 32. Joan. III. 16. Rom. V. 16. tit. II. 14.
20. Mat. XXIV. 45.
21. Ephes. 6. 12.
22. Galat. 5. 19. 2. Cor. 12. 20.
23. I Cor. 2. 11.
24. Estas palabras se explican mas abajo y no perjudican a lo que sienta
poco después.
25. 2. Cor. I. 23.
26. Esto es seculares.
27. Jerem. 3. 3.
28. 2. Tim. 2. 25.
29. Mat. 24. 45.
30. I Tim. III.
31. Joan. 13. 35.
32. I Cor. 13. 3.
33. Joan. 15. 3.
34. Ps. 106. 42.



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