domingo, 4 de enero de 2015

PRIMERA CATEQUESIS

«A los que van a ser iluminados, acerca de las mujeres que
se adornan con trenzas y oro, y sobre aquellos que se sirven de
agüeros, de amuletos o de hechizos, todo lo cual es
completamente ajeno al Cristianismo».

Finalidad de la catequesis

1. Me he presentado antes, con el propósito de reclamaros
los frutos de lo que dije hace muy poco tiempo a vuestra
caridad. Efectivamente, no hablamos únicamente para que nos
oigáis, sino también para que recordéis lo dicho y nos déis
prueba de ello con las obras; mejor dicho, no a nosotros, sino a
Dios, que conoce lo más secreto de la mente. Y para eso se
llama también Catequesis: para que, al ausentarnos nosotros,
la palabra siga resonando en vuestras mentes.
Y no os asombréis de que, habiendo transcurrido solamente
diez días, vengamos ya a reclamaros los frutos de las semillas,
porque, en verdad, incluso en un día es posible a la vez
sembrar y cosechar. Efectivamente, no se nos llama a luchar
equipados solamente con nuestra propia fuerza, sino también
con el firme apoyo que viene de Dios.
Por consiguiente, cuantos acogieron las cosas que dijimos y
las han puesto en práctica con las obras, que sigan
proyectados hacia lo que tienen delante 2; en cambio, los que
todavía no han puesto mano en este excelente ejercicio, que lo
emprendan desde este momento, para que, mediante el esmero
por estas cosas, puedan alejar de sí con la subsiguiente
diligencia, la condena originada por su negligencia.
Es posible, en efecto, es posible que incluso el que vive en el
mayor descuido, si en adelante se vale de la diligencia, pueda
compensar el daño del tiempo anterior. Por eso dice la
escritura: Si hoy oyéreis su voz, no endurezcáis vuestro corazón
como en la exacerbación 3.
Y dice esto exhortándonos y aconsejándonos que nunca
desesperemos, al contrario, que mientras estemos acá,
tengamos buenas esperanzas de alcanzar lo que está delante,
y de perseguir el premio al que Dios llama desde arriba 4.

El nombre de fieles

Hagamos, pues, esto, y examinemos cuidadosamente los
nombres de este gran don, porque, de igual modo que la
grandeza de una dignidad, si es ignorada, hace bastante
negligentes a los que han sido honrados con ella, así también,
cuando es conocida, los vuelve agradecidos y los hace más
diligentes.
Y por otra parte, sería vergonzoso y ridículo que quienes
disfrutan de gloria y honor tan grandes de parte de Dios, ni
siquiera sepan qué quieren significar sus nombres.
¡Y qué digo de este don! Con que pienses en el nombre
común de nuestra raza, recibirás una enseñanza y una
exhortación a la virtud grandiosas. Este nombre de hombre, en
realidad nosotros no lo definimos según lo definen los de fuera,
sino como ordenó la divina Escritura.
Efectivamente, hombre no es quien simplemente tiene manos
y pies de hombre, ni sólo quien es racional, sino quien se
ejercita con confianza en la piedad y la virtud.
Escucha, pues, siquiera lo que dice sobre Job.
Efectivamente, al decir: Había un hombre en la región de
Ausitide 5, no lo describe en los términos en que lo hacen los
de fuera, ni dice sin más que tiene dos pies y uñas anchas y
planas, sino que, conjuntando las señales de aquella piedad,
decía: Justo, veraz, piadoso y apartado de toda maldad 6, con
lo cual daba a entender que éste era un hombre. Lo mismo,
pues, que dice otro también: Teme a Dios y guarda sus
mandamientos, porque esto es el todo del hombre 7.
Ahora bien, si el nombre de hombre ofrece una tan gran
exhortación a la virtud, ¿con cuánta mayor razón no la ofrecerá
el de fiel? Pues te llamas fiel por lo siguiente: porque tienes fe
en Dios, y por él tienes confiada la justicia, la santificación, la
limpieza del alma, la adopción filial, el reino de los cielos. Todo
te lo confió y encomendó a ti. Sin embargo, por tu parte,
también le confiaste y encomendaste a él otras cosas: la
limosna, las oraciones, la castidad y todas las virtudes.
¡Y qué digo la limosna! Aunque no le des más que un vaso
de agua fresca, ni siquiera eso perderás 8, antes bien, incluso
esto lo guarda con cuidado para el día aquel, y te lo devolverá
muy colmadamente. En efecto, esto es realmente lo admirable,
que no solamente guarda cuanto se le ha confiado, sino que lo
acrecienta con las recompensas.
También a ti te mandó que, según tus fuerzas y respecto de
lo que se te confió, hicieras esto: aumentar la santificación que
recibiste, abrillantar más y más la justicia que procede del baño
bautismal y hacer más fúlgida la gracia, como hizo Pablo, quien
con sus trabajos, su celo y su diligencia, aumentó luego todos
los bienes que había recibido.
Y mira la atención solícita de Dios: en aquel momento, ni te
dio todo ni te privó de todo, sino que te dio unas cosas y te
prometió otras. ¿Y por qué motivo no te dio entonces todo?
Para que tú demuestres tu confianza en Él, creyendo en lo que
todavía no te da, basado únicamente en su promesa. Y una vez
más, ¿por qué motivo allí no se reservó todo, sino que dio la
gracia del Espíritu, la justicia y la santificación? Para aliviar tus
trabajos y para hacerte concebir buenas esperanzas sobre lo
futuro, basado en lo ya otorgado.

El nombre del nuevo iluminado

Y estás a punto de ser llamado nuevo iluminado por la razón
siguiente: porque, si tú quieres, tienes siempre una luz nueva, y
nunca se apaga. Efectivamente, a esta luz de acá, lo queramos
o no lo queramos nosotros, le sucede la noche; en cambio la
tiniebla no conoce aquel rayo de luz, pues la luz brilla en las
tinieblas, mas las tinieblas no la comprendieron 9.
Así pues, el mundo no es tan resplandeciente después de
alzarse el rayo solar, como brilla y refulge el alma después de
recibir la gracia del Espíritu.
Y aprende con mayor exactitud la naturaleza de las cosas:
mientras es de noche, efectivamente, y todo está oscuro,
muchas veces uno, al ver una cuerda, la toma por una
serpiente, o al acercársele un amigo, huye de él creyéndolo un
enemigo, o al percibir cualquier ruido, se asusta; en cambio,
mientras es de día, no podría ocurrir nada semejante, al
contrario, todo aparece como es.
Esto mismo sucede también con nuestra alma.
Efectivamente, en cuanto la gracia llega y expulsa la oscuridad
de la mente, aprendemos la exacta realidad de las cosas, y los
antiguos temores se nos hacen fácilmente despreciables: ya no
tememos a la muerte después de haber aprendido, a lo largo de
esta sagrada iniciación a los misterios, que la muerte no es
muerte, sino sueño y dormición pasajeros; ni tememos ya la
pobreza, la enfermedad o cualquier otra cosa de éstas, porque
sabemos que estamos caminando hacia una vida mejor, intacta,
incorruptible y libre de cualquier imperfección parecida.

2. Por consiguiente, no nos quedemos embobados ante las
cosas mortales, ni por los placeres de la mesa ni por el lujo de
los vestidos: en realidad tienes un vestido incomparable, tienes
una mesa espiritual, tienes la gloria de arriba, y Cristo se hace
todo para ti: mesa, vestido, casa, cabeza y raíz.
Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estáis vestidos 11 ¡mira cómo se hizo vestido para ti!
¿Quieres saber cómo se hizo también mesa para ti? Quien
me come -dice-, igual que yo vivo para el Padre, también él
vivirá por mí 12.
Y que también para ti se hace casa: El que come mi carne,
en mi permanece y yo en él 13.
Y que se hace raíz, lo dice también: Yo soy la vid, vosotros
los sarmientos 14.
Y que se hace hermano, amigo y esposo: Ya no os llamo
más siervos, porque vosotros sois mis amigos 15.
Y Pablo, por su parte: Os he desposado a un solo mando,
para presentaros a Cristo como virgen intacta 16; y además:
Para que él sea el primogénito entre muchos hermanos ]7.
Y no solamente nos hemos convertido en hermanos suyos,
sino también en hijos, pues dice: Mira, yo y los hijos que Dios
me dio 18; y no sólo esto, sino también sus miembros y su
cuerpo 19.
Efectivamente, como si no bastara lo dicho para demostrar el
amor y la benevolencia de que ha hecho gala para con
nosotros, añadió todavía algo mucho mejor y más íntimo que lo
anterior, al llamarse a sí mismo cabeza nuestra 20.

Necesidad de una conducta ejemplar

Puesto que ya sabes todo esto, querido, corresponde a tu
bienhechor con una conducta inmejorable, y después de
reflexionar sobre la grandeza del sacrificio, embellece los
miembros de tu cuerpo.
Piensa en lo que recibes en tu mano, y jamás la levantes
para golpear a alguien, y no mancilles con semejante pecado
21 la mano enaltecida con un don tan grande.
Piensa en lo que recibes en tu mano, y consérvala limpia de
toda avaricia y rapiña.
Piensa que no solamente lo recibes en tu mano, sino que
también te lo llevas a la boca: guarda, pues, tu lengua limpia de
palabras torpes e insolentes, de blasfemia, de perjurio y de todo
lo demás de análoga ralea.
Realmente es pernicioso que la lengua, que está al servicio
de tan tremendos misterios, enrojecida con tal sangre y
convertida en espada de oro, sea transferida al servicio del
ultraje, de la insolencia y de la chocarrería.
Ten en gran respeto el honor con que Dios la honró, y no la
rebajes a la vileza del pecado, antes bien, reflexiona una vez
más que, después de la mano y de la lengua, es el corazón
quien recibe ese tremendo misterio, y nunca más urdas
engaños contra tu prójimo, sino guarda tu mente limpia de toda
maldad, y así podrás también asegurar tus ojos y tu oído.
Pues, ¿cómo no va a ser absurdo, después de aquella
misteriosa voz que venía del cielo -quiero decir la de los
querubines- ensuciar el oído con cantos de burdel y cascadas
melodías? Y, ¿cómo no va a ser digno del último castigo mirar a
las rameras con los mismos ojos con que miras los inefables y
tremendos misterios, y cometes adulterio de pensamiento?
A una boda fuiste convidado, querido, no vayas a entrar
vestido con ropa mugrienta, al contrario, ponte un traje
adecuado para la boda. Porque, si los hombres convidados a
las bodas terrenales, aunque sean los más pobres del mundo,
muchas veces alquilan o se compran un vestido limpio, y así se
presentan a los que les invitaron, tú, convidado a una boda
espiritual y a un banquete regio, piensa qué vestido tan
extraordinario sería justo que compraras. Pero hay más: ni
siquiera es preciso comprarlo, sino que el mismo que te invita te
lo da gratis, para que ni la pobreza puedas presentar como
pretexto.
Por consiguiente, conserva el mismo vestido que recibiste,
porque, si lo pierdes, en adelante no podrás ya ni alquilarlo ni
comprarlo, pues tal vestido no se vende en parte alguna.
¿Oíste cómo sollozaban los que habían sido iniciados
anteriormente en los misterios y cómo se golpeaban el pecho,
porque entonces la conciencia los estimulaba? Mira, pues,
querido, no tengas tú que padecer eso mismo. Pero, ¿cómo no
vas a padecerlo, si no echas fuera la pésima costumbre del
mal?

La corrección de las faltas

Por esta razón os dije recientemente, y os digo ahora y no
cesaré de repetirlo: si alguno no ha rectificado los fallos de las
costumbres y no ha conseguido facilidad en la virtud, que no se
bautice.
Efectivamente, los pecados anteriores puede perdonarlos el
baño bautismal, pero existe un temor no pequeño y un peligro
no casual de que alguna vez volvamos a las andadas y el
remedio se nos mude en llaga, porque, cuanto mayor fue la
gracia, tanto mayor será el castigo para los que pecan después
de aquello.

3. Por consiguiente, para no volver al prístino vómito 22,
tratemos de instruirnos a nosotros mismos ya desde ahora.
Pues bien, respecto de que es necesario que primero nos
convirtamos y nos apartemos de los males anteriores y así nos
acerquemos a la gracia, escucha lo que dicen, de una parte,
Juan, y de otra, el primero de los apóstoles, a los que van a
bautizarse. Aquél, efectivamente, dice: Dad fruto digno de la
conversión, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos:
Tenemos por padre a Abrahán 23: Este otro, por su parte,
repetía a los que le preguntaban: Convertíos, y cada uno de
vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesucristo 24.
Ahora bien, el que se convierte ni siquiera toca ya las
mismas cosas de las que se ha convertido, y por esta razón se
nos manda decir: «Renuncio a ti, Satanás», para que no
tornemos a él ya más.
Lo mismo, pues, que ocurre con los pintores, que suceda
también ahora. Éstos, efectivamente, después de ponerse ante
la tabla, de trazar blancas líneas y de esbozar las regias
imágenes, antes de aplicar los colores definitivos, con toda
libertad borran unas cosas y sustituyen otras, y así enmiendan
los errores y cambian lo que estaba mal. Pero después que han
dado el color, ya no son dueños de volver a borrar y repintar,
porque esto dañaría la belleza de la imagen y seria motivo de
reproche.
Haz también tú lo mismo: piensa que el alma es para ti una
imagen. Por lo tanto, antes de darle el verdadero color del
Espíritu, borra las malas costumbres que han prendido en ti: si
tienes la costumbre de jurar, de mentir, de injuriar, de hablar
obscenidades, de hacer ridiculeces o de cualquier otra obra
parecida, de las que no son lícitas, arráncate esa costumbre,
para que no vuelvas otra vez a ella después del bautismo.
El baño del bautismo elimina los pecados: tú enmienda la
costumbre, para que, una vez dados los colores y con la regia
imagen ya en todo su esplendor, no tengas que borrar ya más,
ni producir heridas o cicatrices en la belleza que Dios te ha
dado.
Reprime, pues, tu ira, apaga tu furor, y si alguien te
perjudica, si te ultraja, llóralo a él; tú no te sulfures, conduélete,
no te encolerices ni digas: «¡En el alma me ha perjudicado!».
No hay nadie que sea perjudicado en el alma, a no ser que
nosotros mismos nos perjudiquemos en el alma, y voy a decirte
de qué forma.
¿Alguien te robó la hacienda? No te perjudicó en el alma,
sino en los bienes; pero, si tú guardas rencor, te perjudicas a ti
mismo en el alma, porque en realidad los bienes robados en
nada te dañaron, más bien te favorecieron; en cambio tú, si no
depones tu ira, darás cuentas allá de este rencor.
¿Alguien te insultó y te ultrajó? Tampoco te perjudicó en el
alma, ni siquiera en el cuerpo. ¿Tú devolviste insultos y
ultrajes? Tú te perjudicaste a ti mismo en el alma, y allá tendrás
que dar cuentas de las palabras que dijiste.
Y sobre todo quiero que vosotros sepáis esto: al cristiano y
fiel nadie puede perjudicarle en el alma, ni el mismo diablo.
Pero lo admirable no es únicamente esto: que Dios nos hizo
inexpugnables frente a todas las insidias, sino también que nos
hizo aptos para la práctica de la virtud, sin que nada lo impida,
con tal de quererlo nosotros, aunque seamos pobres, débiles
de cuerpo, marginados, sin nombre o esclavos.
Efectivamente, ni pobreza, ni enfermedad, ni manquedad
corporal, ni esclavitud, ni cualquier otra cosa parecida podría
nunca ser impedimento para la virtud.
¡Y qué digo pobre, esclavo y sin nombre! ¡Aunque estés
prisionero! Tampoco esto te será impedimento para la virtud.
¿Y cómo? Voy a decírtelo yo. ¿Uno de tus domésticos te
contristó y te irritó? ¡Ahórrale tu ira! ¿Acaso para hacer esto
tuviste como impedimento tus cadenas, tu pobreza o tu baja
condición? ¡Y qué digo impedimento! ¡Incluso te ayudan y
cooperan contigo para abajar tus humos!
¿ Que ves a otro en pleno éxito ? No lo envidies, porque ni
siquiera aquí es impedimento la pobreza.
Por otra parte, cuando hayas de orar, hazlo con la mente
sobria y despierta, que nada podrá tampoco impedirlo.
Muestra en todo mansedumbre, equidad, moderación,
dignidad, porque esto no necesita de ayudas externas. Y esto
sobre todo es lo más grande de la virtud: que no tiene
necesidad de la riqueza, ni del poder, ni de la gloria, ni de
cualquier otra cosa parecida, sino únicamente del alma
santificada, y no busca más.
Pero mira cómo esto mismo sucede también con la gracia.
Efectivamente, aunque uno esté cojo, aunque tenga vacías las
cuencas de los ojos y mutilado el cuerpo, y aunque haya caído
en extrema enfermedad, nada de esto impide a la gracia venir:
ésta busca únicamente al alma que la acoge con diligencia, y
deja de lado todas esas cosas externas.
Es cierto que, en los soldados de fuera, quienes los alistan
para el ejército buscan talla corporal y músculo vigoroso, pero
quien ha de servir como soldado no debe tener solamente eso,
sino que además ha de ser libre, porque, si uno es esclavo, lo
rechazan. En cambio el rey de los cielos no busca nada
parecido, antes bien, admite en su ejército incluso esclavos,
viejos e inválidos, y no se avergüenza de ello. ¿Qué puede
haber de más bondadoso y de mayor provecho que esto?
Porque éste busca únicamente lo que está en nuestra mano, en
cambio aquellos buscan lo que no está en nuestra mano.
Efectivamente, el ser esclavo o libre no está en nuestro
poder; y tampoco está en nuestra mano el ser alto, bajo o viejo,
el estar bien proporcionado y cuanto se quiera de parecida
índole. En cambio, el ser clemente y benigno y tener las demás
virtudes es cosa de nuestra voluntad. Y Dios nos exige
únicamente aquello de que nosotros somos dueños. Y con
muchísima razón, pues no nos llama a su gracia para su propio
provecho, sino por hacernos bien a nosotros, mientras que los
reyes llaman para servicio suyo. Estos, además, arrastran a una
guerra material, en cambio Él a un combate espiritual.
Puede ser que alguno vea la misma relación de semejanza
no solo en las guerras externas, sino también en las
competiciones. Efectivamente, los que van a ser arrastrados a
dar el espectáculo no bajan a la liza antes de que el heraldo los
haya cogido y hecho circular a la vista de todos mientras va
diciendo a voz en grito: «¿Acaso alguien acusa a éste?» Y sin
embargo, allí no se trata de luchas del alma, sino de los
cuerpos: ¿por qué, pues, exiges dar cuentas de la nobleza?
Pero aquí no hay nada parecido, sino todo lo contrario.
Como quiera que nuestra lucha no consiste en trabarse las
manos, sino en la sabiduría 26 del alma y en la virtud de la
mente, nuestro juez de competición hace lo contrario de aquél:
no lo coge y lo conduce alrededor mientras va gritando:
«¿Acaso alguien acusa a éste?, sino que grita: «¡Aunque los
hombres todos, y aunque los demonios apiñados con el diablo
le acusen de las mayores y más ocultas atrocidades, yo no lo
rechazo, ni abomino de él, sino que, después de arrancarlo a
los acusadores y de librarlo del mal, lo conduzco a la
competición!» Y no sin razón, pues allí el árbitro no ayuda a
ninguno de los luchadores a lograr la victoria, sino que se
mantiene en el medio; en cambio, aquí, en los combates de la
piedad, el juez de competición se convierte en camarada y
coadyuvador de los atletas, y junto con ellos entabla la batalla
contra el diablo.

4. Pero lo admirable no es únicamente el hecho de que nos
perdona los pecados, sino también que no los descubre, ni los
pone en evidencia, ni a los que llegan los obliga a pregonar en
medio las faltas propias, sino que manda defenderse ante Él
sólo y confesarse a Él.
Ciertamente, si uno de los jueces de este mundo 27 dijese a
un bandolero o a un ladrón de tumbas, apresados, que con sólo
declarar sus fechorías quedarían libres del castigo, acogerían
la propuesta con toda diligencia y por el deseo de salvarse
despreciarían todo sentimiento de vergüenza. Aquí, sin
embargo, no hay nada de esto, al contrario, Dios perdona los
pecados y no obliga a exponerlos en presencia de algunos, sino
que busca solamente una cosa: que quien disfruta del perdón
aprenda la grandeza del don.
¿Cómo, pues, no va a ser absurdo que en las cosas en que
nos hace el bien Él se contente únicamente con nuestro
testimonio, y nosotros en cambio, cuando se trata de rendirle
culto a Él, busquemos otros testigos y lo hagamos por
ostentación?
Por consiguiente, admiremos su benevolencia y mostremos
abiertamente lo nuestro, y lo primero de todo refrenemos el
ímpetu de nuestra lengua para no estar hablando
constantemente, ya que en las muchas palabras no falta el
pecado 28.
Si tienes, pues, algo útil que decir, abre tus labios; pero si en
nada es necesario, cállate, porque es lo mejor.
¿Eres artesano? Canta salmos mientras estás sentado.
¿Que no quieres salmodiar con la boca? Hazlo con la mente: el
salmo es un gran compañero de conversación. Y con ello no
tomarás sobre ti nada pesado, antes bien, podrás estar sentado
en tu taller como en un monasterio, pues no es la comodidad de
los lugares, sino la probidad de las costumbres, la que
proporcionará la tranquilidad.
Lo cierto al menos es que Pablo ejerció su oficio en el taller
y no sufrió daño alguno en su propia virtud 29.
Por consiguiente no digas: «¿Cómo podré yo ejercer la
sabiduría 30, pues soy artesano y pobre?» ¡Por esta razón
sobre todo podrás ejercerla! Para nosotros, en orden a la
piedad, es más conveniente la pobreza que la riqueza y el
trabajo que la ociosidad, del mismo modo que la riqueza se
torna impedimento para los que no andan con cuidado.
Efectivamente, cuando sea preciso abandonar la ira, apagar
la envidia, refrenar la cólera; cuando sea menester demostrar la
oración, la honradez, la mansedumbre, la benevolencia y el
amor, ¿en qué punto podría ser obstáculo la pobreza?
Y es que, realmente, no es posible realizar todo eso
repartiendo dinero, sino demostrando una voluntad recta. La
limosna es la que más necesita de bienes, pero también ella
resplandece todavía más con la pobreza, pues la que echó los
dos óbolos 31 era la más pobre de todos, pero a todos
sobrepasó.
Por consiguiente, no consideremos la riqueza como algo
grande, ni pensemos que el oro es mejor que el barro, porque
el valor de la materia no depende de la naturaleza, sino de
nuestra opinión.
Efectivamente, para quien lo examine con rigor, el hierro es
mucho más necesario que el oro, pues éste no aporta ventaja
alguna para la vida, y en cambio aquél, por servir para
incontables oficios, nos ha proporcionado la mayor parte de lo
necesario.
¿Y por qué comparar solamente el oro y el hierro? Estas
mismas piedras son mucho más necesarias que las piedras
preciosas pues de éstas nada útil podría salir, en cambio con
aquellas se han levantado casas, murallas y ciudades.
Y tú muéstrame cual podría ser la ganancia proveniente de
estas perlas, o más bien, qué daño no podría derivarse, porque
incluso para que tú luzcas un solo aljófar, innumerables pobres
sufren la angustia del hambre: por tanto, ¿qué disculpa
obtendrás?, ¿qué perdón?

El verdadero adorno de la mujer

¿Quieres adornar tu rostro? Que no sea con perlas, sino con
modestia y decoro, y así el marido verá un semblante más
placentero. Efectivamente, aquel adorno suele hacer caer en
sospechas de celos, en enemigas, en contiendas y en
rivalidades; ahora bien, nada más desagradable que un rostro
sospechoso. En cambio, el adorno de la limosna y de la
modestia destierra toda mala sospecha y se atraerá al cónyuge
con mayor vehemencia que cualquier otro vínculo.
En realidad la naturaleza de la belleza no hace tan hermoso
al semblante como la disposición anímica del que lo contempla,
y a su vez, nada suele crear esta disposición como la modestia
y el decoro.
Tanto es así que, si una mujer es hermosa, pero su marido le
tiene inquina, a él le parecerá la más fea de todas; en cambio
otra, si ocurre que no es de buen ver, pero gusta a su marido, a
él le parecerá la más hermosa de todas, y es que los juicios se
basan, no en la naturaleza de las cosas vistas, sino en la
disposición anímica de los que miran.
Embellece, pues tu semblante con la modestia, el decoro, la
limosna, la benignidad, el amor, la amistad para con el marido,
la equidad, la mansedumbre, la resiguación: éstos son los
colores de la virtud; gracias a ellos, te atraerás como íntimos a
los ángeles, no a los hombres; gracias a ellos tienes a Dios
mismo como panegirista, y cuando Dios se dé por satisfecho,
también al marido te lo aplacará por completo.
Efectivamente, si la sabiduría de un hombre ilumina su
rostro, mucho más la virtud de una mujer ilumina su semblante
32.
Pero si tú piensas que este adorno es algo grande, dime:
¿Qué provecho sacarás de estas perlas aquel día?
¿Y qué necesidad tenemos de hablar de aquel día, si todo
eso lo podemos demostrar por el presente?
Es el caso, pues, que cuando los supuestamente culpables
de insolencia contra el emperador eran arrastrados hasta el
tribunal y corrían peligro de la máxima pena, entonces sus
madres y sus mujeres se desprendían de los collares, del oro,
de las perlas, de todo adorno y de las doradas vestimentas; se
ponían un vestido sencillo y vulgar, se encenizaban y se
echaban a rodar por el suelo ante las puertas del tribunal, y así
intentaban ablandar a los jueces. Pues bien, si en los tribunales
de acá el oro, las perlas y el vestido suntuoso pueden
convertirse en asechanza y traición, y en cambio la equidad, la
mansedumbre, la ceniza, las lágrimas y los vestidos vulgares se
ganan mejor al juez, con mucha mayor razón ocurrirá esto
mismo en aquel incorruptible y tremendo juicio.
Porque, dime, ¿qué razón vas a exponer, qué disculpa,
cuando el Señor te acuse por estas perlas y saque a la vista 33
a los pobres acabados por el hambre? Por esto decía Pablo:
Sin trenzas en el pelo, sin oro, sin perlas ni trajes suntuosos 34.

De aquí, en efecto, podría seguirse la asechanza: podríamos
disfrutar continuamente de ello, pero, con la muerte nos llegará
la separación total.
En cambio, de la virtud se sigue toda seguridad y ninguna
mudanza ni defección, al contrario, aquí nos hace aún más
seguros, y allá nos acompaña.
¿Quieres adquirir perlas y no ser nunca despojado de esta
riqueza?
Arráncate todo adorno y deposítalo en las manos de Cristo
por medio de los pobres; Él te guardará toda la riqueza para
cuando haya resucitado a tu cuerpo con gran claridad, y
entonces te otorgará una mejor riqueza y un adorno mayor,
tanto al menos cuanto éste de ahora es vulgar y despreciable.
Piensa, pues, a quién quieres agradar y por quiénes te has
envuelto en estos adornos: ¿para que, al verte, se maravillen el
cordelero, el fundidor de bronce y el mercachifle? ¿Y no te
avergüenzas luego ni te sonrojas de mostrarte a ellos y de
hacer todo por los mismos a los que ni siquiera consideras
dignos de tu saludo?

La renuncia a Satanás

¿Cómo, pues, te burlarás de esta fantasía? Si recuerdas
aquella palabra que pronunciaste al ser iniciada en los
misterios: «Renuncio a ti, Satanás, a tu pompa y a tu culto»: tu
manía por adornarte con perlas es, efectivamente, pompa
satánica.
Recibiste oro, en efecto, mas no para encadenar tu cuerpo,
sino para liberar y alimentar a los pobres.
Di, pues, continuamente: «Renuncio a ti, Satanás»: nada
más seguro que esta palabra, si la demostramos por medio de
las obras.

5. Esta palabra la considero digna de que la aprendáis
también vosotros, los que estáis a punto de ser iniciados en los
misterios, porque esta palabra es un pacto con el Señor.
Y de igual modo que nosotros, al comprar esclavos 35, antes
que nada preguntamos a los mismos que nos son vendidos si
quieren ser esclavos nuestros, así también procede Cristo:
cuando va a tomarte a su servicio, primero pregunta si quieres
abandonar a aquel amo inhumano y cruel, y te acepta el pacto:
su señorío, en efecto, no es forzado.
Y mira la bondad de Dios: nosotros, antes de pagar el precio,
preguntamos a los que son vendidos y, cuando ya nos hemos
informado de que sí quieren, entonces abonamos el precio;
Cristo en cambio no obra así, al contrario, pagó ya el precio por
nosotros: su preciosa sangre: Por precio fuisteis comprados 36,
dice efectivamente. Y sin embargo, ni aun así fuerza a los que
no quieren servirle, antes bien, dice: «Si no te sientes
agracecido ni quieres tampoco por tu propia iniciativa y
voluntariamente inscribirte en mi dominio, yo no te obligaré ni te
forzaré».
Por otra parte, nosotros no elegiríamos comprar esclavos
malos, y si alguna vez lo elegimos, los compramos por una mala
elección y pagamos el precio correspondiente. Cristo en
cambio, a pesar de comprar unos siervos ingratos e inicuos,
pagó el precio de un esclavo de primera calidad, más aún, un
precio mucho mayor, tan mayor que ni la palabra ni el
pensamiento pueden mostrar su grandeza, pues, en efecto, Él
no nos compró dando el cielo, la tierra y el mar, sino pagando
de lo que es más precioso que todas estas cosas: su propia
sangre. Y después de todo esto, no nos exige testigos ni
documento escrito, sino que se da por contento con sólo tu voz,
e incluso si dices mentalmente: «Renuncio a ti, Satanás», y a tu
pompa», todo lo acepta.
Digamos, pues, esto: «Renuncio a ti, Satanás», como
quienes han de dar aquel día razón y cuenta de esta palabra, y
guardémosla para que entonces podamos devolver sano y
salvo este depósito.
Ahora bien, pompa satánica son los teatros, los hipódromos
y todo pecado, y los horóscopos 37, augurios y presagios.
¿Y qué son, pues, los presagios? -dice.
Muchas veces algunos, al salir de casa, ven un hombre
ojituerto o cojo, y lo toman como un presagio. Esto es pompa
satánica, ya que el encontrarse con un hombre no hace que el
día sea malo, sino el vivir en pecado.
Por consiguiente, cuando salgas, guárdate de una sola cosa:
que el pecado tope contigo, porque éste es el que nos hace
caer, y sin él, en nada podrá dañarnos el diablo.
¿Qué estás diciendo? Ves a un hombre, y lo toman como un
presagio, ¿y no ves la trampa diabólica: cómo te excita a la
guerra contra alguien que ningún mal te ha hecho, cómo te
vuelve enemigo de tu hermano, sin causa justa alguna?
Y sin embargo, Dios mandó amar incluso a los enemigos 38;
tú en cambio, aun sin tener de qué acusarlo, ¿aborreces al que
en nada te ha perjudicado, y no piensas la risa que das, ni cuán
grande es la vergüenza, más aún, el peligro?
¿Te digo otro presagio más ridículo todavía? Me avergüenza
y me sonroja decirlo, pero me veo obligado a ello por vuestra
salvación.
Si uno se encuentra, dice, con una virgen, el día será un
fracaso, pero, si se topa con una ramera, el día será favorable,
provechoso y repleto de negocios.
¿Os ocultáis, os golpeáis la frente y de verguenza bajáis la
vista hacia el suelo? ¡Pero no ahora, al decir yo estas palabras,
sino al ponerlas vosotros por obra!
Mira, pues, cómo también aquí el diablo ocultó el engaño,
para hacernos aborrecer a la que es casta y en cambio saludar
y amar a la disoluta: puesto que oyó a Cristo decir: El que fija su
mirada en una mujer para desearla, ya adulteró en su corazón
39, y vio a muchos sobreponerse a la incontinencia, cuando
quiso hacerles recaer en el pecado por otro camino, gracias a
este presagio los convenció para que fijasen complacidos su
atención en las rameras.
AMULETOS/HECHIZOS 
¿Y qué podría decirse de los que se sirven de hechizos y amuletos,
y de los que se atan en torno a la cabeza y los pies monedas de
bronce de Alejandro el Macedonio? ¿Son éstas, dime, nuestras
esperanzas: que después de la cruz y de la muerte del Señor,
tengamos en la imagen de un rey griego la esperanza de la
salvación ?
¿No sabes cuántas cosas llevó felizmente a cabo la cruz?
Abolió la muerte, extinguió el pecado, hizo inútil el infierno,
destruyó el poder del diablo, ¿y no es de fiar para la salud del
cuerpo? Hizo revivir a toda la tierra habitada, ¿y tú no confías
en ella? Entonces, ¿de qué serías digno tú? -dime. Te rodeas
no sólo de amuletos, sino también de hechizos, cuando
introduces en tu casa a viejas borrachas y alocadas, ¿y no te
avergüenzas ni te sonrojas de perder el seso por esto, después
de tan gran sabiduría? Y lo que es más grave que el mismo
error: cuando nosotros amonestamos sobre esto y tratamos de
persuadirles, ellos creen disculparse diciendo: «La mujer que
hace el hechizo es cristiana y no pronuncia otra cosa que el
nombre de Dios».
Pues precisamente por eso la odio y aborrezco tanto, porque
se vale del nombre de Dios para la insolencia, porque dice ser
cristiana, pero ostenta las obras de los gentiles.
Por lo demás, también los demonios pronunciaban el nombre
de Dios, pero seguían siendo demonios, y así decían a Cristo:
Sabemos quién eres, el Santo de Dios 40, y sin embargo, Él los
increpó y los expulsó.
Por todo ello os exhortó a purificaros de este engaño y a
tener como báculo 41 esta palabra; y así como ninguno de
vosotros querría bajar a la plaza sin sandalias o sin vestido, así
tampoco bajes nunca a la plaza sin esta palabra, antes bien,
cuando estés a punto de cruzar el portón del atrio, pronuncia
primero esta palabra: «¡Renuncio a ti, Satanás, y a tu pompa y
a tu culto, y me junto contigo, oh Cristo!». Y nunca salgas sin
esta palabra: ella será para ti báculo, armadura y torre
inexpugnable.
Y junto con esta palabra, traza también la cruz en tu frente,
porque de esa manera, no sólo un hombre que te sale al
encuentro no podrá dañarte en nada, pero es que ni el mismo
diablo siquiera, pues por todas partes te ve aparecer con estas
armas.
Y en esto edúcate a ti mismo ya desde ahora, para que,
cuando recibas el sello, seas un soldado bien preparado y,
después de erigir un trofeo 42 contra el diablo, recibas la
corona de la justicia, la que ojalá todos nosotros podamos
alcanzar, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo,
con el cual se dé la gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
.................................................
2. Cf. Flp 3, 13.
3. Sal 94, 8 (la versión de los Setenta, seguida siempre por san Juan
Crisóstomo, entendió el hebreo meribá, no como nombre propio de la
localidad desértica de Meribá, según el relato de Nm 20, 1-13, sino como
nombre común, parapikrasmós, equivalente a exacerbación, irritación,
riña, exasperación).
4. Flp 3, 13-14.
5. Jb 1, 1.
6. Ibid.
7. Este «otro» (sobreentendido «autor») es el Qohélet 12, 13.
8. Cf. Mt 10. 42.
9. Jn 1, 5.
11. Ga 3, 27.
1 2. Jn 6, 57.
13. Jn 6, 56.
14. Jn 15, 5.
15. Jn 15, 14-15.
16.2 Co 11, 2.
17. Rm 8, 29.
18. Is 8, 18.
19. Cf. 1 Co 12, 27.
20. Cf. Ef. 1, 22.
21. Literalmente «con el pecado del golpe», del bofetón.
22. Nótese el realismo de la expresión.
23. Lc 3, 8: la expresión es de Juan el Bautista.
24. Hch 2, 38: la expresión es de Pedro.
26. Literalmente «en la filosofía del alma», pero el término «filosofía»,
tiene en san Juan Crisóstomo -como en los demás escritores cristianos-
un significado completamente distinto del moderno.
27. Traduzco así ton exothen, expresión familiar a san Juan
Crisóst:omo y que literalmente significa «los de fuera, foráneos»; para él
los no cristianos.
28. Pr 10, 19.
29. Cf. Hch 18, 3.
30. Para el uso del término (philosophein), cf. supra n. 26.
31. Cf. Lc 21, 3-4.
32. Cf. Qo 8, 1.
33. Literalmente «saque al medio».
34. 1 Tm 2,9.
35. En tiempos de san Juan Crisóstomo no se había eliminado aún del
todo la condición servil, ni se había integrado plenamente en la nueva
concepción cristiana de la persona, libre en el ámbito de la sociedad a
que pertenece.
36.1 Co 7,23.
37. Literalmente «examen y observación de los días», fastos o
nefastos.
38. Cf. Mt 5, 44ss.
39. Mt 5, 28.
40. Cf. Mc 1, 24.
41. Es decir, como apoyo para la conducta.
42. Esto es, después de vencerle: el trofeo, monumento de victoria, lo
erigía el vencedor allí donde el enemigo, vencido, volvía la espalda y
huía.

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