lunes, 26 de enero de 2015

Proclamación de la nueva edad.

Para el cristiano, la fiesta es la experiencia y afirmación clamorosa del reino de Dios, que se realiza de modo incoativo en el grupo reunido. En ella da realidad a la utopía de una sociedad humana anudada por la hermandad. El codo con codo de la celebración, el calor humano de la aceptación y estima mutua y el ejemplo de los demás le manifiestan la presencia de Cristo en medio del grupo; siente y comprende ser parte de la nueva creación, vivir en la nueva edad. Esto significa la frase de san Pablo a propósito de la eucaristía; "Proclamáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1 Cor 11,26), es decir, declaráis una vez más que desde aquel acontecimiento crucial de la historia la nueva edad ha comenzado y sus dinamismos han entrado en acción. Merece sernotado, con I. Hausherr (Tén Theorían taúten, Un hapax eiréménon et ses conséquesces, en Hesychasme et priére, Roma 1966, 247-253), que la palabra clave de la filosofía platónica, la tehoría o contemplación, aparece una sola vez en los evangelios; la usa Lucas, griego de cultura, que conocía todo el trasfondo filosófico del término. Pero en vez de referirla, como Platón, al encuentro beatificante del alma con el Uno, del solo con el Solo, Lucas le aplica al espectáculo de Cristo muerto en la cruz: "El gentío que había acudido acontemplar esto (lit. "a esta contemplación"), contemplando lo ocurrido se volvía a la ciudad dándose golpes de pecho" (23,48); la traducción es adrede muy literal para que se aprecie la insistencia de Lucas en el término. Ante la humanidad se abre una nueva visión: el amor de Dios manifestado en la muerte de Cristo. La contemplación no es la fruición del solo con el Solo, ni la subida a la esfera divina escapando de este mundo, sino el espectáculo de Dios que baja hasta el hombre, en un derroche de amor por su criatura. Con esta palabra indica san Lucas lo mismo que san Pablo: aquí cambia la visión del mundo y de la historia, la utopía es hecho y esperanza.

La respuesta jubilante a esta contemplación es la fe, proclamada con el grito: "Jesucristo es Señor"; la fe afirma su reino presente en el mundo y supera la tentación provocada por la injusticia y el mal humanos.

Por ser estímulo de fidelidad al Señor, la celebración es al mismo tiempo suave examen de sí mismo. El ideal declarado y participado, la profesión de la soberanía de Cristo incitan a discernir los residuos del antiguo mundo en cada uno; se ven entonces por contraste las mezquindades de hecho o de disposición interior, las testarudas rencillas y envidias, las inconfesadas ambiciones. Cuando más densa sea la atmósfera celebrativa y más entusiasmante la alegría, más aborrecimiento causará lo que se opone al reino que se vive. Los afanes de honor, dinero y poder aparecen incompatibles con la unidad que se busca y se siente. La celebración purifica.

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