martes, 6 de enero de 2015

Regla Pastoral

Introducción: San Gregorio y su obra
Dedicación a Juan de Ravena

I . No pretendan llegar al magisterio los incapaces
II. Reproducir en el alma lo aprendido
III. El grave peso del gobierno
IV. Los negocios del gobierno disipan la vida interior
V. No vivir en retraimiento
VI. Rehusar el gobierno por humildad…
VII. Ambicionar el oficio de predicadores
VIII. Mandar por ambición
IX. Falsas ilusiones de los que aspiran al gobierno
X. Cualidades de quien es promovido al gobierno
XI. Los que no deben ser promovidos al gobierno

I. Cómo debe conducirse en el gobierno
II, El director de almas debe ser limpio
III. Ha de ser señalado en su conducta
IV. Ha de ser discreto en su silencio
V Ha de allegarse a todos por su bondad compasiva
VI. Ha de ser accesible y llano con los que obran bien
VII. Vida interior y ocupaciones exteriores
VIII. No ha de proponerse en sus obras agradar
IX. A veces los vicios adoptan apariencias de virtudes
X. Discreción para reprender y para perdonar
XI. La meditación de la Sagrada Escritura

I. De la diversidad en el arte de exhortar
II. Cómo amonestar a los pobres y a los ricos
III. Cómo ha de amonestarse a los alegres y a los tristes
IV. Cómo ha de amonestarse a los inferiores y a los superiores
V. Cómo ha de amonestarse a los siervos y a los amos
VI. Cómo ha de amonestarse a los sabios y a los idiotas
VII. Cómo ha de amonestarse a los descarados y a los vergonzosos
VIII. Cómo ha de amonestarse a los presuntuosos y a los cobardes
IX. Cómo ha de amonestarse a los sufridos y a los impacientes
X. Cómo ha de amonestarse a los sufridos y a los impacientes
XI. Cómo ha de amonestarse a los sencillos y a los astutos
XII. Cómo ha de amonestarse a los sanos y a los enfermos
XIII. A los que temen el castigo y a los que lo  desprecian
XIV. Cómo ha de amonestarse a los callados y a los locuaces
XV. A los perezosos y a los atropellados
XVI. A los mansos y a los iracundos
XVII .A los humildes y a los soberbios
XVIII. A los tercos y a los volubles
XIX. A los que comen demasiado y a los que comen demasiado poco
XX. a los que reparten sus propios bienes y a los que se apoderan de lo ajeno
XXI. No ambicionando lo ajeno, guardan celosamente lo propio
XXII. A los perturbadores y a los sosegados
XXIII. A los pendencieros y a los pacificadores
XXIV. A los que son rudos en sagrada doctrina y cómo a los que son instruidos
XXV. A los que rechazan el cargo de predicadores por exceso de humildad
XXVI. A quienes todo les sucede a medida de sus deseos, y a aquellos a los cuales nada les resulta bien
XXVII. A  los casados y a los solteros
XXVIII. A los que han caído ya en pecados carnales y a los que están aún libres de ellos
XXIX. A los que han de llorar malas obras, y a los que sólo malos pensamientos
XXX. A los que no se enmiendan de los pecados que deploran
XXXI. A los que se jactan de las culpas cometidas, y a los que, a pesar de que las desaprueban, no saben evitarlas
XXXII. A los que pecan arrastrados por violentas pasiones, y a los que lo hacen a ciencia y conciencia
XXXIII.A los que caen en culpas leves, pero frecuentes
XXXIV. A los que no se deciden a emprender el camino del bien, y a los que le abandonan
XXXV. Al que hace alarde público del mal y obra el bien a escondidas, o viceversa
XXXVI. Que al predicar a muchos, hay que fomentar las virtudes
XXXVII. Cómo ha de emplearse el consejo en aquellos que viven dominados por opuestas pasiones
XXXVIII. Que es conveniente a veces dejar de mano los defectos más leves para aplicarse a la corrección de los vicios más graves
XXXIX. Que a los espíritus imperfectos no han de predicárseles doctrinas demasiado altas y difíciles
XL.  De las palabras y de los hechos del predicador

Conclusión

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