martes, 6 de enero de 2015

SAN CESÁREO DE ARLÉS: EXPOSICIÓN DEL APOCALIPSIS DE S. JUAN

VIDA DE S. CESÁREO
La principal fuente de información para recabar noticias
sobre la vida de S. Cesáreo es la Vida escrita por Cipriano
de Tolón y otros amigos y discípulo. San Cipriano había sido
ordenado obispo de Tolón por S. Cesáreo y por encargo de
la hermana de este último, Cesárea, escribió la Vita muy
poco tiempo después de la muerte de aquél.
S. Cesáreo nació en torno a los años 469/470-3 en
Chalons-sur-Saone, en el reino de los burgundios. Su
familia, de procedencia romana, era de condición
acomodada. Después de ser clérigo ingresa, como monje, en
el monasterio de Lérins a la edad de treinta años. Durante
su vida monástica pudo conocer los escritos de los Santos
Padres, entre otros, la obra de Ireneo, Orígenes, Ambrosio,
Juan Crisóstomo, Efrén latino, Hilario de Arlés, Vicente de
Lérins, Fausto de Riez y, sobre todo, S. Agustín. La precaria
salud de Cesáreo no le permitió resistir la vida del
monasterio y esta es la razón por la que encontró en Arlés,
cambiando de estado, un clima más propicio. En Arlés acudió
a las lecciones del retórico Juliano Pomerio, al que estimaba
en alto grado. En esta misma ciudad es ordenado diácono,
presbítero y encargado del seguimiento de un cercano
monasterio. En el mes de diciembre del 5024 es consagrado
obispo de la importantisima sede de Arlés en la que sucede
a Aecios. Durante su largo pontificado se vió implicado en
situaciones conflictivas de orden político por la confrontación
de godos, francos y burgundios. Más en concreto en el año
505 con el rey visigodo Alarico II y en el 512 con el ostrogodo
Teodorico, tuvo que sufrir por dos veces la acusación de
traición de las que pudo salir indemne y victorioso. Asimismo
el pontificado de Cesáreo fué considerado como ejemplar
por su entrega a todos, especialmente a los pobres, y por su
dedicación a la predicación. Es de resaltar también su
amperio para con la vida monástica, escribiendo reglas y
asistiendo a monasterios. Desarrolló una amplia labor
conciliar: Agde (506), Arlés (524), Carpentras (527), Orange
(529), Vaison (529), Marsella (533), y trató de aportar
soluciones al problema del arrianismo y semiarrianismo. El
Papa Símaco confirió a Cesáreo el privilegio del pallium y la
delegación apostólica para toda la Galia. Murió el 2..7 de
agosto del 542.

2. OBRA LITERARIA DE S. CESÁREO
El más conocido de los escritos de Cesáreo —«después
de S. Agustín el más grande predicador popular de la
antigua Iglesia latina»— son los 238 Sermones (no todos
ellos auténticos) que, debido a la influencia agustiniana, se
han transmitido a la posteridad bajo el nombre de S. Agustín.
Son homilías en las que se comenta el texto bíblico o se
refieren a fiestas litúrgicas sin dejar de reflejar en muchos de
ellos el clima social-religioso de aquel momento
Entre las restantes obras es de resaltar un tratado que
lleva por título De mysterio sanctae Trinitatis, en el que se
denota la clara influencia de S. Agustín, Fausto de Riez,
Hilario de Poitiers, Ambrosio y Fulgencio. El Brevianum
adversus haereticos, es un resumen de teología trinitaria,
con intención claramente antiarriana, escrito contra los
godos. En el De gratia, escrito que sigue el agustinismo más
radical, se asevera que la gracia necesaria para la salvación
sólo se concede a algunos predestinados. Al Testamentum,
y a algunas Cartas pastorales —entre ellas la Admonitio
(dirigida a los obispos sufragáneos)—hay que añadir dos
Reglas (Regula ad monachos y Regula ad virgines), las más
antiguas, y rígidas reglas que se conservan en la Galia8.

3. EL COMENTARIO AL APOC. DE CESÁREO U
HOMILÍAS PSEUDOAGUSTINIANAS
Dom Morin, el más autorizado editor de la obra de S.
Cesáreo, le atribuyó las Homilías pseudoagustinianas que en
realidad son un Comentario al Apocalipsis del obispo galo.
Las razones aportadas por el sabio benedictino —estudio del
léxico y estudio comparativo con el resto de la obra de S.
Cesáreo— fueron suficientes para refutar la autoría de las
Homilías a S. Gennadio tal como había defendido O.
Bardenhewer.
Antes de decir algo sobre la forma y contenido de las
Homilías o Comentario al Apoc. creemos oportuno señalar
los precedentes exegéticos de este escrito o, lo que es lo
mismo, presentar algunos rasgos referentes a la historia de
los Comentarios al Apoc., historia en la que se inserta el
escrito de Cesáreo.
Desde los inicios de la exégesis cristiana el libro del Apoc.
atrajo la atención de distintos autores y tradiciones. Es el
único libro del N.T. explícitamente profético y se prestaba
para el desarrollo ya sea cristológico ya sea eclesiológico.
Desde un principio se atribuía el Apoc. al apóstol S. Juan
(Apoc. 1, 1.4.9; 22, 8), a excepción de Gayo y los Logos que
concedían la autoría del libro de las revelaciones a Cerinto.
Dionisio de Alejandría, por su parte, lo creía escrito por otro
Juan, distinto del apóstol. Así se explica que Eusebio de
Cesarea dude a la hora de asignar un autor al Apoc.
S. Jerónimo nos testimonia que los milenaristas Justino e
Ireneo interpretaron el libro de Juan. Con todo, a pesar de
las noticias que podían dar pie a ello, ni los asiáticos Justino
e Ireneo, ni el alejandrino Clemente ni Metodio de Olimpo,
Tertuliano, Comodiano y Lactancio no escribieron un
comentario propiamente dicho al Apoc. sino que se ciñeron a
comentar algunos pasajes. Según Eusebio de Cesarea
Melitón de Sardes había escrito una obra, no llegada hasta
nosotros, titulada Sobre el diablo y el Apoc. de S. Juan. S.
Jerónimo también nos testimonia que S. Hipólito nos había
dejado un comento al Apoc, que por desgracia tampoco ha
llegado hasta nosotros; sin embargo podemos recuperar
algunas exégesis en las restantes obras del escritor y en el
Apoc. siríaco del Dionisio bar Salibi. Según referencia de un
fragmento latino de Orígenes, él mismo escribió una
interpretación del Apoc.
Los primeros comentaristas consideran el Apoc. como un
libro que mira primariamente a la revelación de los últimos
tiempos; gustan hacer lecturas más bien de tipo literalista y
tratan de armonizarlo con la literatura apócrifa y con las
revelaciones del libro del Daniel. Como era de esperar el
contenido privilegiado era la cristología muchas veces en
confrontación con el Anticristo.
Si exceptuamos a los alejandrinos Clemente y Orígenes,
los primeros intérpretes del Apoc. son partidarios del
milenarismo, es decir, del establecimiento del reino, durante
un tiempo determinado, aquí en la tierra. Puede que la
diversidad de lecturas y las consecuencias dogmáticas
derivadas de las mismas, ya sea de sesgo literal o ya sea
espiritualistas, hayan favorecido la desaparición de los
primerisimos comentarios.
El más antiguo comentario al Apoc. llegado hasta
nosotros es el de Victorino de Pettau (s. III), conservado
gracias a la recensión hecha por S. Jerónimo. Victorino en su
comento sigue a Orígenes pero sin despreciar las
interpretaciones de los asiáticos, es decir, abraza el
alegorismo sin abandonar elementos y tradiciones de los
literalistas que propiciaban el sentido milenarista de ciertos
pasajes del Apoc. Uno de los principios más urgidos por
Victorino para lograr un sentido unitario al libro de Juan es el
de la recapitulación, principio hermenéutico que había
alcanzado la cima en el s. II especialmente con Ireneo de
Lión. Fiel al sentido recapitulativo, cada escena, cada
pasaje, cada una de las imágenes, símbolo o visión del
Apoc. no es más que la presentación del mismo hecho;
trátase de distintas caras de una idéntica realidad. Para
Victorino el Apoc. es el libro que nos refiere lo acontecido, y
lo que vendrá, en la Iglesia, además de reflejar ricos perfiles
cristológicos. El libro de S. Juan, según Victorino, es el más
apto para descubrir las relaciones entre cristología y
eclesiología. El matiz de profecía histórica es resaltado, en el
comento de Victorino, por la figura de la bestia leída a la luz
del Nero redivivas que emergerá como el Anticristo en la
persona de Nerón.
El milenarismo heredado por Victorino es mucho más
mitigado que el de Cerinto, Papías, Justino, Ireneo, Melodio y
Tertuliano.
Mas el comentario al Apoc. más significativo en la historia
de la literatura cristiana es, sin lugar a dudas, el escrito por
el donatista Ticonio (s. IV)2'. Toda la tradición exegética
latina a partir del s. IV depende del perdido comento
ticoniano. El donatista junto a la interpretación del Apoc. es
el autor de una de las más importantes guías hermenéuticas
de la exégesis cristiana (el Líber regularum).
El libro de las reglas hace alarde de la utilización del
principio de la recapitulación. Para Ticonio el Apoc. es la
magna profecía de toda la Escritura, es la revelación
definitiva de Dios sobre Cristo y su cuerpo, la Iglesia (resp.
Reglas I, II, VII). Las siete reglas servirían como hilo
conductor para discernir lo que en el Apoc. se dice de Cristo
personalmente y lo que se refiere a su cuerpo.
El comentario al Apoc. constituía una excelente ocasión
para ver el alcance y el valor de las Reglas, al mismo tiempo
que era el libro ideal para presentar la rica y debatida
doctrina de este momento, en plena crisis donatista, sobre la
Iglesia.
Pocos comentarios bíblicos han sido tan utilizados,
imitados y copiados como el de Ticonio. Desgraciadamente
no tenemos noticias de copias manuscritas posteriores al
siglo IX, a excepción del fragmento hallado en Budapest.
Pero si nos atenemos a las obras de todos aquellos que le
siguieron podemos recuperar el perdido comentario
ticoniano. En esto radica el gran interés en seguir cada uno
de los que se han atenido al texto ticoniano.
Entre los seguidores de Ticonio, de su interpretación al
Apoc., destaca Primasio (s. VI), africano como el donatista.
En el Comentario de Primasio se advierte asimismo la
influencia de S. Agustín quien, por otra parte, admiró y se
dejó cautivar por mucho de lo afirmado y escrito por Ticonio.
Primasio, buen conocedor de lo que había significado la
diatriba donatista, trata de expurgar del comentario todo
aquello que considera cismático.
El texto de Ticonio no quedó encerrado en la geografía
africana. Al igual que la literatura de signo y sentir católico se
expendió por las Galias —es de recordar Lérins como
importante lugar de confluencia— también obras donatistas
no dejaron de circular y ser aprovechadas en el Continente
europeo. Un buen ejemplo es el que nos ofrece Cesáreo con
su comentario al Apoc. Éste sigue de cerca, con mayor
respeto que Primasio, el texto del Comentario de Ticonio. Y
lo sigue de un modo tan respetuoso con la letra de la
explanación del donatista fuese por ser un eslabón
fundamental, en la cadena ticoniana, para recuperar y
reconstruir el más importante comentario latino al Apoc. 


EXPOSICIÓN DEL
APOCALIPSIS DE S. JUAN

Introducción: cómo interpretar el Apocalipsis
A propósito de las revelaciones del Apocalipsis de S.
Juan, algunos de los Padres antiguos, hermanos muy
queridos, han sido del parecer de que aquellas se referían, o
bien en su totalidad o al menos en su gran mayoría, al día
del juicio y a la venida del Anticristo. En cambio aquellos que
comentaron más cuidadosamente este libro han considerado
que todas las revelaciones referidas en el mismo han
comenzado a realizarse inmediatamente después de la
Pasión de Nuestro Senor y Salvador, y de igual modo
continuarán realizándose hasta el día del juicio, de tal
manera que tan solo una pequeñísima parte parece
corresponder al tiempo del Anticristo.
Por lo tanto, todo lo que habeis entendido al escuchar
esta lectura, ya sea sobre el Hijo del hombre, sobre las
estrellas, sobre los ángeles, sobre los candelabros, sobre los
cuatro animales, sobre el águila que vuela en medio del cielo
y ya sea acerca de todo lo demás, referidlo a Cristo y
reconoced que se cumple en la Iglesia y sabed que ésta es
anunciada tipológicamente en Cristo.

I
El septenario de las Iglesias y de los candelabros

En las siete Iglesias, a las que el evangelista S. Juan
escribió en Asia, se significa la única Iglesia Católica por el
espíritu septiforme de la graciai. Pues cuando dice Testigo
fiel2, se refiere a Cristo, «que dió testimonio de la verdad
ante Poncio Pilato»3. Hizo de nosotros—dice—un reino y
sacerdotes para Dios4. Por sacerdotes para Dios entiende
toda la Iglesia, como afirma S. Pedro: «Vosotros —dice—
sois 'linaje escogido', 'real sacerdocio'»5. Y vi —dice—siete
candelabros de oro6. En los siete candelabros está figurada
la Iglesia.

El Hijo del hombre
Y en medio de los candelabros uno como Hijo de
hombre7, es decir, Cristo. Ya sea, pues, el Hijo del hombre,
ya sean los siete candelabros, o ya sean las siete estrellas,
significan la Iglesia con su cabeza, Cristo8.
Cuando dice: ceñido por junto a los pechos con cinto de
oro9 el que estaba ceñido era figura de Cristo el Señor. Por
los dos pechos entiendo los dos Testamentos, que reciben
del pecho del Señor y Salvador, como de una fuente
perenne, el alimento que nutre al pueblo cristiano para la
vida eterna10. El cinto de oro significa el coro o la multitud
de los santos11; en efecto, del mismo modo que el pecho es
apretado por el cinto, así la multitud de los santos se aúna a
Cristo y abraza a los Testamentos como los dos pechos para
que se alimenten de ellos como de pechos santos.

Los cabellos blancos como símbolo del bautismo
Su cabeza, dice, y sus cabellos como lana, tan blanca
como la nieve12. Los cabellos blancos significan la multitud
de los que han sido lavados, es decir, los neófitos que
proceden del bautismo. Habla de lana porque son las ovejas
de Cristo. Habla de nieve, porque del mismo modo que la
nieve baja del cielo espontáneamente, por su propio
movimiento, así también la gracia del bautismo viene sin
ningún mérito precedente. En efecto, los que son bautizados
significan Jerusalén que cotidianamente, al igual que la
nieve, desciende del cielo. Así se dice de Jerusalén, es decir,
de la iglesia, que desciende del cielo, porque del cielo
procede la gracia por la cual ella es liberada de sus pecados
y es unida a Cristo, es decir a la cabeza eterna, al Esposo
celeste. Del mismo modo, por el contrario, se dice que la
bestia que asciende del abismo significa el pueblo malo que
nace del pueblo malo. Porque del mismo modo que la
Jerusalén que desciende humildemente es exaltada, así
también la bestia, es decir el pueblo soberbio, que se eleva
con arrogancia es precipitada13.

Sus ojos como llama de fuego14. Los ojos significan los
mandamientos de Dios según lo escrito: «Tu palabra, Señor,
es una lámpara para mis pies»15, y «Tu palabra es un
fuego»16.

Los pies incandescentes: la Iglesia probada en los últimos
tiempos
Y sus pies semejantes a oriámbar del Libano inflamados
en un borne ardiente '7. Los pies inflamados significan la
Iglesia, la cual ante la inminencia del día del juicio ha de ser
probada con abundantes persecuciones y juzgada por el
fuego. Y dado que el pie es la parte extrema del cuerpo, y
dice que los pies están incandescentes, por los pies hay que
entender la Iglesia de los últimos tiempos, que será
probada—como el oro en el horno—con muchas
tribulaciones. El que considere bien estas cosas, las ve
realizadas ya desde ahora por la multitud de iniquidades; por
eso las ha designado como oriámbar, porque es con el
bronce y un gran fuego y un ingrediente como se obtiene el
color del oro; de igual modo es por medio de las
tribulaciones y los sufrimientos como la Iglesia se vuelve más
pura18.
En la cintura de oro ceñida al pecho19 puede también
significarse la ciencia espiritual y el sentimiento puro20
entregado a la Iglesia21.

La espada de dos filos, símbolo de los dos Testamentos
Pero la Espada aguda de dos filos que sale de su boca22,
significa que es el mismo Cristo que nos ha revelado ahora
los bienes del Evangelio y anteriormente, por medio de
Moisés, el conocimiento de la Ley al universo entero, por eso
David dijo de modo semejante: «Dios ha hablado una vez,
dos veces lo he oído» 23. Estas cosas significan, pues, los
dos Testamentos, que según la estimación del tiempo son
llamadas nuevas o antiguas, o la espada a doble filo24.

Simbolismo de la voz, las muchas aguas y los pies
Su voz como voz de muchas aguas25. Las muchas aguas
significan los pueblos; la voz, la predicación de los
Apóstoles26. Pero lo que dijo más arriba: sus pies eran
semejantes a oriámbar fundido en la fragua27, puede
también ser aplicado a los Apóstoles que después de la
Pasión predicaron su palabra, pues por su medio progresa la
predicación, por eso con toda justicia se les denominan pies,
tal como dice el profeta: «Qué hermosos los pies de los que
anuncian la paz, de los que anuncian la buena nueva»28, y
también: «Prosternémonos en el lugar en donde han posado
sus pies»29.

Las siete estrellas: la Iglesia
Pero cuando dijo: Tenía en su mano derecha siete
estrellas 30, ha querido referirse a la Iglesia; porque en la
derecha de Cristo está la Iglesia espiritual, pues a los que ha
colocado a su derecha dice: «Venid los benditos de mi
Padre» 31 Y lo que sigue. Las siete estrellas significan la
Iglesia; en efecto, hemos dicho que el Espíritu de la fuerza
septiforme le fue donado por el Padre 32, como dice Pedro a
los Judíos a propósito de Cristo: «Exaltado, pues, por la
diestra del Padre derrama el Espíritu recibido del Padre33.
Por eso no dice que las siete iglesias, a las que el llama por
sus nombres, son las solas iglesias, sino que lo que dice a
cada una lo dice a todas. Así pues ya sea en Asia ya sea en
toda la tierra, las siete iglesias son todas las iglesias, y hay
una sola Iglesia Católica, como dice Timoteo: «Como hay
que portarse en la casa de Dios, que es la iglesia de Dios
vivo»34; y en Isaías, por las «siete mujeres que tomaron un
solo marido»35 se quiere significar que las siete iglesias no
son más que una. Por el marido entendemos a Cristo; el pan
de las mujeres es el Espíritu Santo que nutre para la vida
eterna.

Recapitulación
Y para inculcaros más fuertemente lo que se acaba de
decir, queremos recapitularlo brevemente. Por las siete
iglesias a las que escribe S. Juan se entiende la única Iglesia
Católica en razón de la gracia septiforme. Cuando dice El
testigo fiel36, se refiere a Cristo. Los siete candelabros es la
Iglesia Católica. Aquel que es semejante al Hijo del hombre
en medio de los candelabros es Cristo en medio de la Iglesia.
Cuando dice ceñido por junto a los pechos 37, por los dos
pechos hay que entender los dos Testamentos que del
pecho de Cristo reciben la leche espiritual para alimentar al
pueblo cristiano para la vida eterna38. La cintura de oro es
el coro, o bien la multitud de los santos que, con constante
dedicación a la lectura y la oración, prueban su adhesión a
Cristo. En fin, que esto sea suficiente a vuestra caridad; lo
que habeis entendido, meditado entre vosotros en las santas
conversaciones hasta que podáis entender, Dios mediante,
lo que sigue. Que El mismo se digna concederos esta gracia. 


........................
1. Cf. Ap 1, 4.
2. Ap 1, 5.
3. 1 Tm 6, 13.
4. AP 1, 6; cf. A. ORBE, Teología de San Ireneo, o. c., III, 470.
5. 1 P2,9.
6. AP 1, 12.
7. AP 1, 13.
8. Cf. Ticonio, L. R. 11, 1-3; Primasio, 15, 179-18 (800, 23-26);
Beato, I, 107, 16-17: Ambr. Autp., I, 68, 39-70, 2
9. Ap 1, 3.
10. Cf. Primasio, I, 17, 212-213 (801, 10-12); Ambr. Autp., I, 72,
35-36; Beato, 1, 112, 14-15.
11. Cf. Victorino, 23, 5-8; Primasio, 1, 17, 220-221; Beato, I, 116, 3-4.

12. Ap 1, 14.
13. Cf. Victomno, 21, 6-10; Primasio, 17, 223-18, 230 (801, 4-20);
Beato, I, 116, 10-11.
14. Ap 1, 14.
15. Sal 118, 105.
16. Sal 118, 140. Cf. Victorino, 21, 11-12; Primasio, I, 18, 232-239
(801, 35-41); Beato, I, 118, 3-14.
17. Ap 1, 15.
18. Cf. Primasio, I, 18, 239-19, 247 (801, 46-59); Beda, 136, 26-33;
Ambr. Autp., 76, 30-37; Cod. Oral., 6, 475, 1-3. En este fuego último
descubría Ireneo las postrimerías de la Iglesia de los justos, los
cuales serán atribulados en los últimos tiempos. Cf. IRENEO, Adv.
Ver., IV, 20, 11; V, 29, 2; véase A. ORBE, Teologíá de San Ireneo, o. c.,
III, 234.
19. Cf. Ap 1, 13.
20. «sentimiento puro», es decir, inteligencia ortodoxa.
21. Cf. Victonno, 23, 5-8; Beato, I, 116, 3-ó.
22. Ap 1, 16.
23. Sal 61, 12.
24. Cf. Vitorino, 23, 10-12; Ambr. Autp., I, 84, 1-2; Beato, I, 125,
25. Ap 1, 15.
26. Cf. Primasio, I, 19, 250-254 (801, 59-902, 1); Ambr. Autp., I, 77,
2-13; Beato, I, 122, 16-123, 6.
27. Ap 1. 15.
28. Is 52. 7; Rm 10, 15.
29. Sal 131, 7.
30. Ap 1, 17.
31. Me 25, 34.
32. Cf. Primasio, 1. 19, 256-20, 264 (802. 9-13); Beda, 136, 40-44;
Ambr. Autp., I, 83, 52-61; Beato, I, 124, 12-125, 5.
33. Hch 2, 33.
34. 1 Tm 3, 15.
35. Is 4, 1 ¡ cf. Beato, 1, 424, 5-ó.
36. Ap 1, 5.
37. Ap 1, 13.
38. Cf. supra. 




II
Cartas a las Iglesias (Ap 2-4)

Hermanos muy queridos1, el candelabro, que vosotros
habeis oído mencionar cuando se leía el Apocalipsis,
significa el pueblo. Pero cuando dice: Removeré tu
candelabro2, quiere decir dispersaré al pueblo3 por causa
de sus pecados. Y combatiré contra aquellos con la espada
de mi boca4, es decir, yo daré a conocer mis mandamientos
por los que sus pecados y sus crímenes serán
denunciados5. Y cuando dice: Y su semblante como el sol
cuando resplandece con toda su tuerza6, se refiere a la
venida o a la presencia de Cristo, pues es por el semblante
como se manifiesta y es conocido; puede significar también
la Iglesia a la que Cristo ha prometido este esplendor del que
dice: «Entonces los justos relumbrarán como el sol en el
reino de su Padre7. La Estrella matutina8 significa la primera
resurrección que se obtiene por la gracia del bautismo. La
estrella matutina ahuyenta la noche y anuncia la luz9, es
decir, quita el pecado y dona la gracia si es que las buenas
obras siguen a la gracia recibida. Porque así como no es
importante para el árbol vivir si no da fruto, así también de
nada aprovecha al cristiano llamarse tal si no le acompañan
obras cristianas.
Y por esto dice: Te aconsejo que compres de mi oro
acrisolado10, es decir, esfuérzate por sufrir un poco por el
nombre del Señor. Y unge tus ojos con un colirio11, para
que lo que gozosamente conoces por las Escrituras lo
cumplas con tus obras12.

Los dos juicios: por el agua y por el fuego
Fue abierta una puerta en el cielo13. Juan, el predicador
del Nuevo Testamento, la vio y oyó que se le decía: Sube
acá14. Al mostrar la puerta abierta se manifiesta que
anteriormente había estado cerrada para los hombres. El
trono estaba puesto15, es el trono del juez sobre el cual vio
a uno semejante al jaspe y cornalina16. El jaspe tiene el
color del agua y la cornalina el del fuego. Estas dos piedras
significan los dos juicios: uno que ya ha tenido lugar por el
agua en el diluvio, y otro que tendrá lugar por el fuego al
final de los siglos17. Este pasaje puede significar también la
vida de los siervos de Dios, porque, a semejanza del agua y
del fuego, todos los santos en esta vida a veces están en la
prosperidad y a veces sufren la adversidad. El mar de
vidrio18 es el don del bautismo; y se dice que está ante el
trono19 porque se nos es dado antes de la venida del
juicio20.

Necesidad de la penitencia
Pero después de esto dice: Tengo las llaves de la muerte
y del infierno21; dice esto porque el que cree y es bautizado
es liberado de la muerte y del infierno, y porque la misma
Iglesia así como tiene las llaves de la vida así también tiene
las llaves de la muerte. En efecto, a ella misma se le dijo: «A
quien perdonareis los pecados, les son perdonados, si se los
retenéis a alguien, les serán retenidos» 22. En donde el
Apocalipsis dijo el ángel del hombre, se refiere al hombre
mismo. Así las iglesias y sus ángeles significan aquí los
obispos o los prepósitos de las iglesias. Tanto es así que
con el nombre de los ángeles ha querido significar a la
iglesia católica que él ordenó a los ángeles que hiciesen
penitencia; en realidad no son los ángeles que están en el
cielo los que necesitan hacer penitencia sino los hombres
que no pueden estar sin pecado. Y dado que el nombre de
ángel significa también mensajero, quienquiera que sea
—obispo, presbítero o el mismo laico— que frecuentemente
habla en nombre de Dios y anuncia como se llega a la vida
eterna, con toda justicia puede ser denominado ángel de
Dios. Y como nadie puede estar sin pecado es por lo que se
le dice a él, es decir, al hombre, que haga penitencia.
Porque el que realmente considera bien las cosas reconoce
que yo no digo sólo a los laicos sino también a los
sacerdotes que no deben estar un solo día sin hacer
penitencia, pues así como no hay un solo día en que el
hombre pueda estar sin pecado, de igual modo no debe
estar día alguno sin el remedio de la satisfacción23.

La Iglesia formada por buenos y malos
En los siete candelabros y el único candelabro podemos
entender que indica a la Iglesia de los siete dones24; en
realidad todo lo que parece decir a las siete Iglesias se
aplica a la única Iglesia extendida por toda la tierra, porque
en el número siete se refiere la plenitud toda. Así pues,
mediante los ángeles designa a la Iglesia; y en los ángeles
muestra las dos partes, es decir a los buenos y a los malos.
Por ello no solo alaba sino que también increpa de modo que
la alabanza se dirige a los buenos y la increpación a los
malos. Así el Señor en el Evangelio ha designado a todo el
cuerpo de prepósitos como un solo siervo bienaventurado y
malvado que cuando «venga el mismo Señor le dividirá»25.
¿Cómo puede ser que un solo siervo sea dividido si, dividido,
no puede vivir? Es que el único siervo significa todo el
pueblo cristiano. Porque si el pueblo fuese enteramente
bueno no sería dividido, pero como no solo contiene a los
buenos sino también a los malos por eso ha de ser dividido.
Y los buenos oirán: «Venid benditos de mi Padre, recibid el
reino»26; pero los ladrones y los adúlteros, los que no han
hecho misericordia, oirán: «Apartáos de mí malditos, id al
fuego eterno»27. Todo lo que en Apocalipsis se dice a cada
una de las iglesias, hermanos muy queridos, conviene a
cada uno de los hombres que forman parte de la Iglesia
única28.
Esto dice el que tiene cogidas en su mano las siete
estrellas 29, esto es, el que os tiene en mano, es decir, el
que os tiene en su poder y os gobierna.
El que camina en medio de los candelabros de oro30, es
decir, en medio de vosotros, porque aquellos candelabros
representan al pueblo cristiano. Pero cuando dice Removeré
tu candelabro de su lugar, como no te arrepintieres31,
observad que no dice «retiraré» sino «removeré», porque el
candelabro representa al único pueblo cristiano y él dice que
removerá este candelabro, no que lo retirará. Con ello da a
entender que en la sola y única Iglesia los malos son
removidos y los buenos confirmados; y es que por un juicio
de Dios, secreto pero sin embargo justo, lo que es quitado a
los malos se le dará a los buenos, para que se cumpla lo que
está escrito: «A todo el que tiene se le dará, pero al que no
tiene se le quitará lo que parece tener32.

El árbol de la vida y el maná: la Cruz y la Eucaristía
Mas cuando dice: Al que venciere le daré a comer del
árbol de la vida33, es decir, del fruto de la Cruz. Que está,
dice, en el paraíso de mi Dios34. El Paraíso significa la
Iglesia; en verdad, todas las cosas han sido hechas en su
figura35. Pues cuando dice: Yo conozco tus obras, tu
tribulación y tu pobreza, bien que eres rico36, lo dice a la
Iglesia entera que es pobre según el espíritu pero posee
todo37.
Y cuando dice: Tendreis persecución de diez dias38. Ha
escrito diez días para referirse a todo el tiempo porque el
número diez es un número perfecto. Durante este tiempo el
pueblo cristiano, como dice el Apóstol, entra en el reino de
los cielos por medio de muchas tribulaciones39. En efecto, lo
que dice al ángel de la Iglesia de Pérgamo: Sé donde
habitas, donde está el trono de Satanás40, lo dice a toda la
Iglesia citando a una sola, por que Satanás habita en todas
partes por su cuerpo. Pues así como el cuerpo de Satanás
son los hombres soberbios y malos41, de igual modo el
cuerpo de Cristo son los humildes y los buenos.
Al que venciere le daré de comer del maná escondido42,
es decir, del pan que desciende del cielo. Su figura fué el
maná en el desierto, el cual, como el mismo Señor dice,
muchos que lo comieron «murieron»43. Sin embargo ahora
el que lo coma indignamente come su propia
condenación44. Este mismo pan es también el árbol de la
vida. Por el maná nosotros podemos recibir también la
inmortalidad 45.

La piedrecilla blanca y el nombre nuevo: el bautismo
Y le daré una piedrecilla blanca46, es decir, un cuerpo
emblanquecido por el bautismo47.
Y sobre la piedrecilla está escrito un nombre nuevo 48, es
decir, el conocimiento del Hijo del hombre. Que nadie sabe
sino el que lo recibe49, nada menos que por la revelación, y
por esto se dice a los judíos: «Si la conocieran, jamás
crucificaran al Señor de la gloria50.

La herejía bajo el nombre cristiano
Lo que dice, pues, al ángel de la Iglesia de Tiatira: Tengo
contra ti que dejas hacer a tu mujer Jezabe51, se refiere a
los prepósitos de las Iglesias que no imponen la severidad
de la disciplina eclesiástica a los que se entregan a la lujuria
y a la fornicación y a cualquier otro mal52. También esto se
puede entender de los herejes. La que se dice profetisa53,
es decir, cristiana; en efecto, muchas herejías se jactan de
este nombre54.
No conociste la profundidad de Satanás55, es decir, no
contempláis su doctrina como las herejías56. No echo sobre
vosotros otra carga57, es decir, más allá de lo que podeis
soportar58. Lo que tenéis mantenedlo hasta que yo venga.
El que venza y el que guarde mis obras hasta el fin yo le
entregaré las naciones y los apacentaré con vara de hierro y
serán quebrantados como el vaso del alfarero, según el
poder que yo he recibido de mi Padre59. En Cristo la Iglesia
tiene este poder, como dice el Apóstol: «Con él nos dió de
gracias todas las cosas»60. El dice una vara de hierro por el
rigor de la justicia y con esta misma vara los buenos son
corregidos y los malos abatidos61.
........................
1. En las exégesis de los comentaristas anteriores a Cesáreo no
aparecen las divisiones indicadas mediante fórmulas como
«hermanos muy queridos» y similares. Esto último da pie a pensar
que estas divisiones, debidas a Cesáreo, están hechas en orden a la
homilética.
2. Ap 2, s
3. Cf. Beato, 1, 159. 15-16.
4. Ap 2, 16.
5. Cf. Primasio, 1, 30, 174-175.
6. Ap 1, 16.
7. Mt 13, 43; cf. Primasio, 1, 20, 277-279 (802, 9-22.30-41); Beda.
136, 52-s7; Ambr. Autp., 1, 84, 1-7: Beato, 1, 132, 15-133. 4.
8. Ap 2, 28.
9. Cf. Victorino, 39, 19-20; Beato, 1, 163, 6-7.
10. Ap 3, 18.
11. Ap 3, 18.
12. Cf. Victorino, 43, 17-45, 2; Beato, I, 165, 14-166, 3.
13. Ap 4, 1.
14. Ap 4, 1.
15. Ap 4, 2.
16. Ap 4, 3.
17. Cf. Victorino, 47, 15-20; Beato, I, 447, 1-5.
18. Ap 4, 6.
19. Ap 4, 6.
20. Cf. Victorino, 49, 5-9; Beato, I, 457, 1-2; II, 212, 13-14.
21. Ap 1, 18.
22. Jn 20, 23; cf. Primasio, I, 22, 306-313 (803, 15-24); Beda, 137
8-11; Ambr. Autp., I, 90, 45-52; Beato, I, 139, 18-140, 12.
23. Cf. Ticonio, L. R., 10, 13-11, 11; Primasio, I, 22, 321-327 (803,
29-37.43-56); Beato, I, 142, 11-150, 8; GENNADIO, De viris illustr., c.
18, ed. Richardson, TU XI/1, 58, 30 (PL 58, 1071, 16-17).
24. «A la Iglesia de los siete dones»: más literalmente «a la Iglesia
septiforme».
25. Mt 24, 51; Lc 12, 46.
26. Mt 25, 34.
27. Mt 25, 41.
28. Cf. Primasio, 23, 1-19 (803, 56-804, 7); Beda, 135, 39-46; 137,
21-23; Beato, I, 152, 9-154, 3; 154, 13-155, 3.
29. AP 2, 1.
30. AP 2, 1.
31. AP 2, 5.
32. Mt 25, 29; Cf. Primasio, 25, 50-60 (804, 53-805, 5); Beato, I, 274,
9-275, 13.
33. AP 2, 7.
34. AP 2, 7.
35. Cf. Primasio, 25, 63-66 (805, 12-14); Ambr. Autp., I, 111, 39-113,
33; Beato, I, 279, 12-13; IRENEO, Adv. haer., V, 10, 1 (Cf. A. ORBE,
Teología de San Ireneo, o. c., I, 468ss.); V, 20, 2 (Cf. A. ORBE, id., II,
327ss. 336); V, 36, 2 (Cf. A. ORBE, id., III, 587); Cf. J. DANIÉLOU,
Eludes d'exégese judéo-chrétienne. (Les testimonia), Beauchesne,
Paris 1966, PP. 53-75; id., Les figures de Christ dans l'Ancien
Testament, Beauchesne, Paris 1950.
36. AP 2, 9.
37. Cf. Primasio, 26, 73-74; Beato, I, 287, 7-8; AGUSTIN, Enarr. in
Ps. 141, 5 (CCL XL, 2049, 20-21).
38. AP 2, 10.
39. Cf. Hch 14, 22. Cf. Ticonio, L. R. 60, 9; Primasio, I, 27, 90-94
(805, 47-49); Beato, I, 306, 6-8; 309, 6-10; Beda, 138, 17-18.
40. Ap 2, 13.
41. Cf. Primasio, 28, 148-29, 155 (806, 13-31); Beato, I, 312, 12-313,
3.
42. Ap 2, 17.
43. Cf. Jn 6, 49. 58.
44. Ap 2, 17.
45. Cf. Primasio, 132, 48-133, 13 (806, 46-807, 6); Beato, I, 323,
15-325, 5.
46. Ap 2, 17.
47. Cf. Beda, 139, 10-11; Beato, I, 329, 1-2.
48. Ap 2, 17.
49. Ap 2, 17; cf. Beato, I, 330, 11-13.
50. 1 Co 2, 8; cf. Beato, I, 332, 10-12.
51. Ap 2, 20.
52. Cf. Fragmentos de Turín, 46, 1-4; Primasio, 31, 215-33, 251
(807, 39-808, 9); Beato, I, 337, 3-10.
53. Ap 2, 20.
54. Cf. Fragmentos de Turín, 49, 4-5; Beato, I, 339, 7.
55. Ap 2, 24.
56. Cf. Fragmentos de Turín, 54, 5-55, 1; Primasio, 35, 295-36, 299
(809, 7-10); Beato, I, 351, 10-12.
57. Ap 2, 24.
58. Cf. Fragmentos de Turín, 56, 5-6; Beda, 140, 14-15; Beato, I, 353,
9-11.
59. Ap 2, 25-28.
60. Rm 8, 32.
61. Cf. Fragmentos de Turín, 56, 5-57, 7; Primasio, 36, 308-311;
Beda, 140, 20-25. 


III (Ap 3-4)

Hermanos muy queridos, acabamos de oír como el
bienaventurado Juan increpa terriblemente al hombre
pecador; y esto porque consideramos con gran temor y
tememos con temblor lo que dijo: Yo conocí tus obras: que
tienes nombre de que vives, y estás muerto1. Muere el que
ha cometido un pecado mortal2, como está escrito: «El alma
del que peque es quien morirá3. Y lo que es más lamentable,
muchos de los que están vivos en sus cuerpos llevan
manifiestamente las almas muertas.

Cristo como puerta
Anda vigilante y confirma a los que estaban para morir4.
Esto dice el Santo y verdadero, el que tiene la llave de
David5, es decir, el poder real, el que abre y nadie cierra, el
que cierra y nadie abre6. Está claro que Cristo abre a los
que llaman, y a los hipócritas, es decir, a los simuladores,
cierra la puerta de la Vida7.
He aquí que he puesto delante de ti una puerta abierta 8.
Esto se afirmó para que nadie pueda decir que alguien tiene
el poder de cerrar, aunque sea en parte, la puerta que Dios
abre a la Iglesia en el mundo entero9. Y prosigue: Que
tienes escasas fuerzas10. La alabanza proviene de Dios, el
que abre la puerta de la Iglesia al que tiene una fe débil11.
Y escribiré sobre él el nombre de mi Dios12, ciertamente
con lo que los cristianos somos señalados. Y el nombre de la
ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén que desciende del
cielo13. Designa nueva Jerusalén a la Iglesia celeste que
nace de Dios. Por otra parte la denominó nueva por la
novedad del nombre de cristiano y porque, siendo viejos,
nosotros llegamos a ser nuevos14.

Los ricos que no practican la limosna
Tu no eres ni frío ni caliente15, es decir, inútil. En efecto,
esto puede decirse de los ricos estériles que, a pesar de
tener bienes, no hacen limosnas. Ellos no son pobres porque
tienen bienes, pero ellos no son ricos porque nada hacen
con sus riquezas16.
Te aconsejo que compres el oro17, es decir, para que
haciendo limosnas y dedicándote a las buenas obras, tu
mismo puedas ser oro y recibir de Dios la inteligencia y
merecer sufrir el martirio mediante una vida santa18.

La Iglesia como cielo
Y he aquí, dice, que una puerta es abierta en el cielo19.
La puerta abierta se refiere a Cristo, pues Él es la puerta20.
Denomina cielo a la Iglesia, donde tienen lugar las realidades
celestes, tal como dice el Apóstol: «Instaurar todas las cosas,
las de los cielos y las de la tierra»21. Por cielo se entiende la
primitiva Iglesia de los judíos, en cambio, la tierra significa la
Iglesia de los gentiles. Y prosigue: Sube acá y te mostraré22.
Esto no se refiere solamente a Juan sino a la Iglesia o a
todos los creyentes; pues el que viere la puerta abierta en el
cielo, es decir, el que creyese que Cristo había nacido,
sufrido y resucitado, sube a lo alto y contempla las cosas
futuras23.
Y he aquí que el trono estaba puesto en el cielo24, es
decir, en la Iglesia. Y el que estaba sentado era semejante a
una visión de color piedra jaspe o cornalina25. Estas
comparaciones corresponden a la Iglesia. El jaspe tiene el
color del agua y la cornalina el color del fuego; con estas
figuras, como ya ha sido dicho, quiere dar a entender dos
juicios: uno por el agua, que ya ha tenido lugar en el diluvio,
y otro que tendrá lugar, en el futuro, por el fuego26.

Los veinticuatro ancianos y la Iglesia
En derredor del trono vi veinticuatro sedes, y sobre las
veinticuatro sedes veinticuatro ancianos sentados27. Los
ancianos significan toda la Iglesia, como dice Isaías:
«Cuando él sea glorificado en medio de sus ancianos»28.
Ahora bien los veinticuatro ancianos son los prepósitos y los
pueblos. En los doce apóstoles se indica a los prepósitos y
en los otros doce al resto de la Iglesia29.
Y del trono salen relámpagos y voces30: en efecto, de la
Iglesia salen los herejes pues «salieron de entre
nosotros»31. También tiene otro significado, a saber, que los
rayos y las voces indican la predicación de la Iglesia. En las
voces se reconocen las palabras, en los relámpagos los
milagros.
Delante del trono un mar de vidrio32: el mar semejante al
cristal es la fuente del bautismo33; delante del trono quiere
decir antes del juicio. Pero por trono se entiende, a veces, el
alma santa, tal como está escrito: «El alma del justo es la
sede de la sabiduría»34. Otras veces es la Iglesia en la que
Dios tiene su sede.

Los cuatro animales: Cristo y la Iglesia
Y en medio del trono cuatro animales35, es decir, los
Evangelios en medio de la Iglesia 36. Llenos de ojos por
delante y por detrás37, es decir, en el interior y en el
exterior. Los ojos son los mandamientos de Dios. Por delante
y por detrás38, es decir, la facultad de ver el pasado y el
futuro39. En el primer animal semejante a un león se
muestra la fortaleza de la Iglesia 40, en el novillo la pasión de
Cristo41. En el tercer animal, que es semejante a un hombre,
se representa la humildad de la Iglesia; porque ella no se
jacta en absoluto con un sentimiento de orgullo aun cuando
posee la adopción de hijos42. El cuarto animal representa a
la Iglesia, semejante a un águila43, es decir, volando
libremente y elevada por encima de la tierra por dos alas,
como levantada por los timones de los dos Testamentos o de
los dos mandamientos44. Pues cuando el evangelista Juan
contempló que el misterio cuadriforme de estos cuatro
animales se había realizado en Cristo, que él le vio nacer
como un hombre, sufrir como un novillo y reinar como un
león, le vió entonces retornar al cielo como un águila.

Los ancianos y los testimonios de la Escritura
Y cada uno de los cuales tenía seis alas en torno45. En
los animales se representan los veinticuatro ancianos,
porque seis alas por cuatro animales hacen veinticuatro alas.
En efecto, alrededor del trono él vió a los animales allí donde
él dijo que había visto a los ancianos. Pero ¿cómo un animal
con seis alas puede ser semejante a un águila, que tiene dos
alas, a no ser porque los cuatro animales no son más que
uno? Ellos tienen veinticuatro alas en las que nosotros
vemos significados los veinticuatro ancianos que son la
Iglesia que él ha comparado a un águila46.
Para otros las seis alas son los testimonios del Antiguo
Testamento. Pues así como un animal no puede volar si no
tiene alas, de igual modo la predicación del Nuevo
Testamento no engendra la fe a no ser que contenga los
testimonios explícitos del Antiguo Testamento que lo han
anunciado, por los cuales es elevado de la tierra y emprende
su vuelo. Ciertamente siempre que un acontecimiento
predicho se encuentra después realizado hace la fe
indubitable; si, por otra parte, las cosas que habían
anunciado los profetas no tuviesen su cumplimiento en
Cristo, su predicación sería vacía. La Iglesia católica
sostiene todo lo que desde el principio fue anunciado y
después se ha realizado. Con toda razón el animal viviente
vuela y se levanta desde la tierra hacia el cielo.
Y no descansaban47. Aquellos animales son la Iglesia,
que no encuentra descanso, sino que alaba continuamente a
Dios. Podemos, asimismo, entender por los veinticuatro
ancianos los libros del Antiguo Testamento, y los patriarcas y
los apóstoles; por los relámpagos y los truenos, que se dicen
que salen del trono, podemos entender las predicaciones y
promesas del Nuevo Testamento48.
Arrojando sus coronas delante del trono49: porque los
santos, tengan la dignidad que tengan, todo lo asignan a
Dios, del mismo modo que aquellos que, según el evangelio,
extendían las palmas y las flores bajo sus pies, es decir, le
atribuían todas sus victorias.
Porque tu creaste todas las cosas y existíán y fueron
creadas por tu voluntad50. Ellas existían según Dios, en
posesión del cual todas las cosas existían antes de haber
sido hechas; pero ellas habían sido creadas para ser vistas
por nosotros, como dice Moisés a la Iglesia: «¿No es éste tu
Padre, que te ha hecho, te ha poseido y te ha creado?»51.
Él te ha poseido en su presciencia, él te ha hecho en Adán y
él te ha creado a partir de Adán52.
........................
1. Ap 3, 1.
2. Cf. Fragmentos de Turín, 59, 1-2; Primasio, 37, 1-7 (809, 40-46);
Beato, I, 358, 6-9.
3. Ez 18, 20.
4. Ap 3, 2.
5. Ap 3, 7.
6. Ap 3, 7.
7. Cf. Fragmentos de Turín, 63, 1-6; Primasio, 38, 31-32 (810, 12);
Beda, 141, 1-2; Beato, 1, 380, 8-14; cf. A. ORBE, Teología de San
Ireneo, II, 252, III, 176. 531.
8. Ap 3, 8.
9. Cf. Fragmentos de Turín, 63, 7-9; Beato, I, 383, 5-10.
10. Ap 3, 8.
11. Cf. Fragmentos de Turín, 64, 2-6; Beda, 141, 14-16; Beato, I, 387,
11-14.
12. Ap 3, 12.
13. Ap 3, 12.
14. Cf. Ticonio, L. R. 7, 24-26; 5, 11-14. 28-29; Fragmentos de Turín,
72, 9-73, 2; Primasio, 41, 99-105 (811, 29-40); Beato, I, 408, 1-4. Cf. A.
ORBE, Teología de San Ireneo, III, 551.
15. Ap 3, 16.
16. Cf. Fragmentos de Turín, 75, 5-7; Primasio, 42, 130-43, 135
(812, 17-26); Beato. II, 413, 17-414, 2.
17. Ap 3, 18.
18. Cf. Fragmentos de Turín, 75, 8-77, 4; Victorino, 43, 17-45, 1;
Primasio, 44, 162-169 (812, 50-53. 55-56); Beato, I, 415, 3-18; cf.
ClPRIANO, De opere et eleem., 14 (CSEL 3, 384, 9-12: PL 4, 634,
34-37).
19. Ap 4, 1.
20. Cf. Jn 10, 7.
21. Ef 1, 10.
22. Ap 4, 1.
23. Cf. Ticonio, L. R. 71, 23-24; Fragmentos de Turín, 80, 6-7;
Primasio, 46, 1-14 (813, 42-51); Beda, 142, 55-56; 142, 59-143, 1;
Beato, I, 440, 4-441, 4; cf. E. ROMERO-POSE, Et caelum ecclesia et
terra ecclesia. Exegesis ticoniana de Apoc. 4, 1, Augustinianum 19/3
(1979) 469-486. Cesáreo recoge y transmite un pequeño resumen del
símbolo de la fe.
24. Ap 4, 2.
25. Ap 4, 3.
26. Cf. Victorino, 47, 16-20 (Apringio, 28, 1-5); Primasio, 47, 31-35
(814, 17- 18); Beato, 447, 1 -7.
27. Ap 4, 4.
28. Is 24, 23.
29. Cf. Primasio, 4X, 43-57; Beda, 143,26-34; Beato, I, 450, 15-453,
6.
30. Ap 4, 5.
31. 1 Jn 2, 19.
32. Ap 4, 6.
33. Cf. Victorino, 49, 5-6; Apringio, 29, 6; Beato, 1, 457, 1-2; II, 212,
13-14.
34. Pr 12, 23 (LXX).
35. Ap 4, 6.
36. Cf. Beato, I, 462, 5 (cf. Apringio, 29, 15-16).
37. Ap 4, 6.
38. Ap 4, 6.
39. Cf. Beato, I, 462, 6-8 (cf. Apringio).
40. Cf. Beato, I, 469, 8-9.
41. Cf. Beato, I, 469, 12-13.
42. Cf. Beato, I, 469, 46, 15-470, 2.
43. Ap 4, 7.
44. Cf. Beato, 1, 471, 6-8.
45. Ap 4, 8.
46. Cf. Primasio, 55, 200-210 (817, 58-818, 8); Beato, 1, 471,
10-472,3.
47. Ap 4, 8.
48. Cf. Victorino, 55, 1-61, 2; Beato, I, 501- 1-504, 14.
49. Ap 4, 10.
50. Ap 4, 11.
51. Dt 32, 6.
52. Cf. Primasio, 58, 267-271 (820, 8-16); Beato, 1, 504, 15-505, 6.


IV (Ap 5)

El libro sellado: Antiguo y Nuevo Testamento
Y vi sobre la diestra del que estaba sentado en el trono un
libro escrito por dentro y por el reverso1. Entiende los dos
Testamentos: por el reverso el Antiguo y por dentro el Nuevo
que estaba escondido en el Antiguo2. Sellado, dice, con
siete sellos3, es decir, velado por la plenitud de todos los
misterios4 y que permanece sellado hasta la pasión y
resurrección de Cristo. Pues así como solamente se llama
testamento a aquello que hacen los que se van a morir y que
permanece sellado hasta la muerte del testador para ser
abierto después de su muerte, así también después de la
muerte de Cristo son revelados todos los misterios.
Y ví un ángel fuerte que clamaba con voz poderosa:
¿Quién hay digno de abrir el libro y desatar sus sellos?5. Si
primero se desatan los sellos, a continuación el libro puede
ser abierto. Pero la verdadera razón es que Cristo abre el
libro cuando emprendió la obra querida por el Padre6,
cuando fue concebido y cuando nació; es entonces cuando
desató los sellos, cuando fue entregado a la muerte en favor
del género humano7.
Y nadie podía, ni en el cielo, ni sobre la tierra, ni debajo
de la tierra8, es decir, ni ángel, ni viviente sobre la tierra, ni
muerto, podía abrir el libro ni verlo9, es decir, contemplar el
esplendor de la gracia del Nuevo Testamento10.
Y yo lloraba mucho, porque nadie se halló digno de abrir
el libro ni de verlo11. La Iglesia, de la que Juan era la figura,
lloraba cargada y abrumada por los pecados, implorando su
redención12.
Y he aquí que uno de los ancianos13. Por uno de los
ancianos hay que entender todo el cuerpo de los profetas;
pues los profetas consolaban a la Iglesia anunciando a
Cristo de la tribu de Judá, la raíz de David14: porque es él
quien en nosotros venció todo pecado, y si alguien posee
algo bueno a él se le debe15.

El Cordero degollado: Cristo y la Iglesia
Y vi, he aquí que en medio del trono y de los cuatro
animales y en medio de los ancianos estaba de pie un
cordero como degollado16. Los tronos, los animales, los
ancianos es la Iglesia; el cordero como degollado es la
Iglesia con su cabeza, que muere por Cristo para que pueda
vivir con Él. También los mártires en la Iglesia pueden ser
representados por un cordero como degollado. Tenía, dice,
siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios
enviados sobre toda la tierra17. Aquí se revela
manifiestamente que nadie puede tener el espíritu de Dios a
no ser la Iglesia18.
Y vino y tomó el libro de la diestra del que estaba sentado
sobre el trono19. Nosotros reconocemos en el que se sienta
en el trono al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El Cordero ha
recibido pues de la diestra de Dios, es decir, ha recibido del
Hijo la obra del libro que iba a llevar a cumplimiento, cuando
él mismo dice: «Como el Padre me ha enviado, así os envío
yo a vosotros»20, prevé que él mismo lleva a término en
aquellos lo que él dona21.
Teniendo cada uno de ellos una citara22, es decir,
instrumentos de alabanza. Y copas de oro23. Éstas son los
vasos en la casa del Señor en los cuales se acostumbraba
ofrecer los inciensos; por esta razón las copas de oro
significan justamente las oraciones de los santos24.

El Nuevo Testamento como cántico nuevo
Y cantaban un cántico nuevo25, es decir, el Nuevo
Testamento; cantan un cántico nuevo, es decir, profieren
públicamente su profesión de fe. Es verdaderamente una
novedad el que el Hijo de Dios se haga hombre, muera,
resucite y suba al cielo y conceda a los hombres la remisión
de los pecados. Pues la cítara, es decir, una cuerda tensa
sobre la madera, significa la carne de Cristo unida a la
pasión; mas la copa representa la confesión y la
propagación del nuevo sacerdocio. La apertura de los sellos
es el desvelamiento del Antiguo Testamento26.
Y vi, y oí la voz de una multitud de ángeles27. Llama
ángeles a los hombres, que son llamados también hijos de
Dios28.
Digno es el Cordero, que fue degollado, de recibir la
potencia y riqueza y sabiduria29 y lo que sigue. No dice esto
de Dios, «en el cual se hallan todos los tesoros de la
sabiduría»30, en el sentido de que El mismo reciba, sino del
hombre asumido y de su cuerpo que es la Iglesia o de sus
mártires que han sido degollados por su nombre; porque la
Iglesia recibe todo de su cabeza, como está escrito: «Con él
nos dará de gracia todas las cosas»31. En efecto el mismo
Cordero recibió, el que dice en el Evangelio: «Se me dió toda
potestad en el cielo y sobre la tierra»32, pero él la recibió
según la humanidad no según la divinidad33.
Oí, dice, a todos lo que decían: al que está sentado sobre
el trono34, es decir, al Padre y al Hijo y al Cordero35, es
decir, a la Iglesia con su cabeza: La bendición y el honor y la
gloria por los siglos36: A él el honor y la gloria y el poder por
los siglos de los siglos. Amén37.
........................
1. AP 5, 1.
2. Cf. Primasio, 61, 1-6 (820, 57-59); Beato, I, 506. 1-4.
3. AP 5, 1.
4. Cf. Primasio, 62, 19-20 (821, 15-16); Beda, 145, 9-10; Beato, I,
535, 1-3.
5. AP 5, 2.
6. Cf. A. ORBE, Teología de San Ireneo , II, 252; III, 531.
7. Cf. Primasio, 82, 490-83, 1 (830, 26-27); Beato, I, 536, 4-6.
8. AP 5, 3.
9. AP 5, 3.
10. Cf. Primasio, 83, 507-512 (830, 34-52); Beda, 145, 30-36; Beato,
I, 537, 8-11.
11. AP 5, 4.
12. Cf. Primasio, 84, 517-518 (830, 59-831, 1); Beato, I, 538, 3-4.
13. AP 5, 5.
14. AP 5, 5.
15. Cf. Primasio, 84, 519-525 (831, 1-9); Beato, I, 538, 5-12.
16. AP 5, 6.
17. Ap 5, 6.
18. Cf. Primasio, 85, 543-550 (831, 31-38); Beda, 145, 49-50:
«Ticonio dice que el Cordero es la Iglesia, que recibió de Cristo todo
poder»; cf. Beato, 1, 540, 9-541, 4.
19. Ap 5, 7.
20. Jn 20, 21.
21. Cf. Beato, I, 543, 13-15.
22. Ap 5, 8.
23. Ap 5, 8.
24. Cf. Primasio, 87, 592-593 (832, 39-40); Beato, I, 544, 9-13; 545,
7-8. 13-14.
25. Ap 5, 9.
26. Cf. Victorino, 67, 3-16; Beato, I, 544, 14-545, 12.
27. Ap 5, 11.
28. Cf. Primasio, 89, 643-647 (833, 47-51); Beda, 146, 26-27; Beato,
1, 547, 1-6.
29. Ap 5, 12.
30. Col 2, 3.
31. Rm 8, 32.
32. Mt 28, 18.
33. Cf. Primasio, 89, 655-90, 671 (833, 55-834, 6); Beato, I, 547,
10-548, 12.
34. Ap 5, 13.
35. Ap 5, 13.
36. Ap 5, 13.
37. Cf. Primasio, 91, 684-690 (834, 41-55); Beato, I, 548, 13-549, 2. 


V (Ap 6)

El caballo blanco y su jinete: Cristo y la Iglesia
Como acabáis de oír, cuando el texto sagrado fue leído, el
bienaventurado Juan dice lo siguiente: Y he aquí un caballo
blanco, y el que montaba sobre él tenía un arco, y le fue
dada una corona y salió vencedor1. El caballo es la Iglesia y
el jinete es Cristo. Este caballo del Señor con el arco de
guerra fue, anteriormente, profetizado por Zacarías: «El
Señor Dios visitará a su rebaño, la casa de Israel y hará de
ellos como un caballo de honor en el combate; y a partir de
él es como examinará y regirá, y de él extraerá el arco en su
cólera y de él hará salir todo lo que sigue»2. Ahora bien, por
el caballo blanco entendemos a los profetas y apóstoles; en
el caballo coronado que tiene el arco reconocemos no solo a
Cristo sino también al Espíritu Santo. En efecto, después de
que el Señor subió al cielo y desveló todas las cosas, envió
al Espíritu Santo; pues sus palabras por medio de los
predicadores alcanzarán como flechas el corazón de los
hombres y vencerán la incredulidad. Mas las coronas sobre
la cabeza dan a entender las promesas (hechas) por el
Espíritu Santo3.

El caballo rojo: el pueblo malvado
Y cuando abrió el segundo sello, oí al segundo de los
seres vivientes, que decía: ven y vé y salió un caballo rojo y
al que montaba sobre él le fue dado quitar la paz de la tierra,
y que unos hombres a otros se degüellen, y le fue dada una
gran espada4. Contra la Iglesia vencedora y triunfante sale
el caballo rojo, es decir, el pueblo siniestro y malo, cubierto
de sangre por su jinete el diablo. Aun cuando leamos en
Zacarías que el caballo del Señor es rojo, éste lo es por su
propia sangre, mientras que aquél lo es por la sangre de
otro. A éste le fue dada una gran espada5 para quitar la paz
de la tierra, es decir, su paz, la paz que es del mundo,
porque la Iglesia tiene la paz eterna que Cristo le dejó. Así
pues, como antes hemos dicho, el caballo blanco significa la
Iglesia, su jinete Cristo o el Espíritu Santo. El arco que tenía
en la mano significa sus preceptos que a lo largo de todo el
mundo, como «flechas afiladas de poder»6, han sido
lanzadas para aniquilar los pecados y para despertar los
corazones de los fieles. La corona en su cabeza es la
promesa de la vida eterna. El caballo rojo es el pueblo malo,
su jinete el diablo; se dice rojo porque ha sido enrojecido con
la sangre de muchos. Pero que se le ha dado una espada y
el poder de quitar la paz de la tierra, es decir, que los
hombres, instigados por el diablo, no dejan de suscitar entre
ellos, de manera malvada e ininterrumpida, litigios y
discordias hasta la muerte7.

El caballo pálido: el pueblo siniestro y los perseguidores
Y por el caballo negro hay que entender el pueblo
siniestro, que obedece al diablo. Pero él tenía en la mano
una balanza8, porque los malos, fingiendo tener la balanza
de la justicia, engañan frecuentemente.
Cuando dice: El vino y el aceite no los dañes9: por el vino
indica la sangre de Cristo y por el aceite la unción del crisma.
Por el trigo o por la cebada se entiende toda la Iglesia, ya
sea en los grandes ya sea en los pequeños, o también en
los prepósitos y en los pueblos10.
Y con el caballo pálido se significan los hombres malos,
que no cesan de suscitar persecuciones. Estos tres caballos
no son más que uno, los que salieron después del caballo
blanco y contra él, y tienen por jinete al diablo, que es la
muerte11. Pues en estos tres caballos es necesario ver el
hambre, las guerras y la peste; esto es lo que el Señor ha
predicho en su Evangelio, y que ya se está realizando, y que
irá en aumento en la inminencia del día del juicio.
Pero cuando dice que había visto bajo el altar de Dios las
almas de los que habían sido degollados12, es necesario
entender que se refiere a los mártires. Pero cuando habla de
un gran terremoto13 alude a la última persecución14.
Cuando dice que el sol se ennegrece15, y la luna se vuelve
de color sangre16 y las estrellas caen del cielo17: el sol, la
luna y las estrellas son la Iglesia extendida por toda la tierra.
Y cuando dice que ha caído, no cae toda entera, sino que
hay que entender el todo por la parte, pues en toda
persecución los buenos perseveran y los malos caen como
del cielo, es decir de la Iglesia.
Después continúa: Como la higuera, dice, agitada deja
caer sus brevas cuando es sacudida por el viento18, así los
malos caen de la Iglesia cuando son alterados por alguna
tribulación. Pero cuando dice: El cielo fue retirado como un
libro19 es la Iglesia que es separada de los malos y que,
como un libro enrollado, contiene en ella los misterios divinos
por ella conocidos. Y cuando dice: Los reyes de la tierra
huyeron y se escondieron en las cavernas de la tierra20,
quiere decir que el mundo entero encontrará refugio en la
Iglesia, en los buenos y en los santos, para que puesto bajo
su protección pueda alcanzar la vida eterna; con la ayuda de
Nuestro Señor Jesucristo que vive y reina por los siglos de
los siglos. Amén.
.......................
1. Ap 6, 2.
2. Za 10, 3-4.
3. Cf. Victorino, 69, 1-11; Beato, I, 554, 11-555, 1.
4. Ap 6, 3-4.
5. Ap 6, 4.
6. Sal 119, 4.
7. Cf. Beda, 147, 6-13; Beato, I, 556, 2-557, 2.
8. Ap 6, 5.
9. Ap 6, 6.
10. Cf. Primasio, 95, 88-92 (837, 1-12); Beda, 147, 29-32; Beato, 1,
559, 3-ó.
11. Cf. Beato, I, 566, 2-5.
12. Ap 6, 9.
13. Cf. Ap 6, 12.
14. Cf. Victonno, 77, 4-5.
15. Cf. Ap 6, 12.
16. Cf. Ap 6, 12.
17. Cf. Ap 6, 13.
18. Ap 6, 13.
19. Ap 6. 14.
20. Ap 6, 15.
_

VI (Ap 6-8)

Y vi otro ángel que subía del sol nacientes. Por el otro
ángel quiere indicar la misma Iglesia Católica. Del sol
naciente2: de la pasión y resurrección del Señor3. Clamando
a los cuatro ángeles de la tierra, y clamó con voz poderosa a
los cuatro ángeles a quienes fue dada la potestad de dañar
la tierra y el mar: no dañéis la tierra, ni el mar4. Ahora bien,
él recibe una espada; hablando en general él recibe ya sea a
los que aniquila durante su vida, ya sea a los que persuade
a luchar entre sí hasta la muerte por los bienes temporales5.


El caballo negro
Dice que del tercer sello salió un caballo negro, y el que
montaba sobre él tenía una balanza en su mana6. Tenía,
dice, una balanza en su mano, es decir, un control de la
justicia; porque mientras finge tener la justicia, él daña con la
simulación. Mas mientras, en medio de los vivientes, es decir,
en medio de la Iglesia, se dice no dañes7, se muestra que
los espíritus del mal no tienen potestad sobre los siervos de
Dios, a no ser que la hayan recibido de Dios. No dañes ni el
aceite ni el vino8. En el vino y en el aceite ha indicado la
unción del crisma y la sangre del Señor, pero en el trigo y en
la cebada indica la Iglesia ya sea en los grandes o pequeños
cristianos ya sea en los prepósitos y en los pueblos9.
Del cuarto sello: Un caballo amarillento, y el que montaba
sobre él tenía por nombre muerte, y con él iba en pos el
infierno, y le fue dado poder sobre la cuarta parte de la tierra
para matar con espada, hambre, muerte y las fieras de la
tierra10.

Los cuatro caballos y su significado
Estos tres caballos no son más que uno, los que salieron
después del caballo blanco y contra él; y ellos tienen un
jinete único, el diablo, que es la muerte11. Pues que el jinete
es el diablo y sus campañeros se revela en el sexto sello,
cuando él dice que los caballos se afrontan en el último
combate. Los tres caballos, pues, significan el hambre, la
guerra y la peste como lo había anunciado el Señor en el
Evangelio.
El caballo blanco es la palabra de la predicación en toda
la tierra. En el caballo rojo y su jinete están representadas
las guerras que han de venir, más aún que tienen lugar
cuando ya un pueblo se levanta contra otro. Con el caballo
amarillento y su jinete se representa la gran peste y la
mortalidad. Y el infierno le sigue12, es decir, espera devorar
un gran número de almas.

El quinto sello y la sangre de los mártires
Y cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar de Dios las
almas de los que habían sido degollados13. El altar de Dios
representa a la Iglesia, bajo los ojos de la cual habían sido
degollados los mártires. Y concedido que las almas de los
santos estén en el paraíso, sin embargo dado que la sangre
de los santos ha sido derramada sobre la tierra, dicen que
clama bajo el altar, según lo que está escrito: «La sangre de
tu hermano clama desde la tierra»14.

El sexto sello y la última persecución
Cuando abrió el sexto sello, sobrevino un gran
terremoto15, es decir, la última persecución, y el sol se tornó
negro como saco tejido de crin, y la luna entera se tornó
negra como sangre y las estrellas cayeron en la tierra16. Lo
que son el sol y la luna, lo son también las estrellas, es decir,
la Iglesia, pero se entiende la parte por el todo; en efecto, no
es toda la Iglesia, sino los malos que están en la Iglesia, los
que caen del cielo. Pero dijo todo porque la última
persecución se extenderá por todo el universo17. Y
entonces aquellos que sean justos permanecerán en la
Iglesia como en el cielo; pero los codiciosos, los hombres
injustos y adúlteros aceptaron hacer inmolaciones al diablo.
Y entonces aquellos que se dicen ser cristianos solo de
palabra, como las estrellas, caen del cielo que es la Iglesia.
Como una higuera agitada por un fuerte viento deja caer sus
brevas18. Comparó el árbol agitado a la Iglesia, el fuerte
viento a la persecución, las brevas a los hombres malos que
deben ser echados fuera y separados de la Iglesia19.
Y el cielo fue retirado como un libro que arrolla20. En este
lugar el cielo significa la Iglesia que se separa de los malos y
contiene en ella todos los misterios, por ella sola conocidos,
como un libro arrollado que los hombres inicuos no quieren
ni pueden comprender del todo21. Y todo monte e isla
fueron removidos de sus sitios22. Lo que significa el cielo
también las montañas y lo mismo las islas, es decir, que la
Iglesia, una vez realizada la última persecución, se retira toda
ella de su lugar ya sea huyendo de la persecución en los
buenos, ya sea apartándose de la fe en los malos. Pero esto
puede acontecer en una y en otra parte; porque la parte
buena es igualmente cambiada de su lugar huyendo, es
decir, que ella pierde lo que tiene como ha sido dicho:
Removeré tu candelabro de su lugar23.

La conversión a Cristo
Y los reyes de la tierra y los magistrados24. Por reyes
entendemos los hombres poderosos; pues de todo rango y
condición se convertirán a Cristo. Por otra parte aquellos
que entonces serán reyes, a excepción de un perseguidor,
se escondieron en las cuevas y en las peñas de los
montes25. Todos se refugian, en el tiempo presente, en la fe
de la Iglesia y se ocultan en el misterio secreto de las
Escrituras, y ellos dicen, caed26, es decir, cubridnos, y
escondednos27, es decir, para que el hombre viejo se
aparte de los ojos de Dios28. Y en otro sentido, el que
piensa que vendrá el día del juicio, se vuelve a los montes,
es decir, a la Iglesia para que, en el tiempo presente, sean
cubiertos sus pecados por la penitencia para no ser
castigados en el mundo futuro. Hasta que hayamos marcado
con el sello en su frente a los siervos de nuestro Dios29. El
denuncia a la Iglesia y se dirige a los hombres malos, es
decir, a la parte siniestra que castiga: No los dañes30. Esta
es la voz que en medio de los cuatro vivientes dice al que
castiga: No dañes ni el vino ni el aceiten. Por el vino y el
aceite se significan todos los que son justos, aquellos a los
que ni el diablo ni los hombres malos pudieron dañar a no
ser todas aquellas veces que Dios lo haya permitido para
probarlos. No dañes, dice, ni el vino ni el aceite32: el Señor
ordena no dañar a toda su tierra espiritual hasta que todos
sean marcados33.

Las doce tribus de Israel y la Iglesia
Y al el número de los marcados: ciento cuarenta y cuatro
millares marcados de toda tribu de los hijos de Israel34.
Ciento cuarenta y cuatro millares es la Iglesia toda entera35.
Tras esto vi. Y he aquí un pueblo numeroso, al cual nadie
podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y
lenguas36. No dijo: después de esto yo vi a otro pueblo, sino
yo vi al pueblo, es decir, al mismo que él había visto en el
misterio de los ciento cuarenta y cuatro mil; él lo vio
innumerable de toda tribu, lengua y nación, porque todas las
naciones han sido injertadas, creyendo, en la raíz37. El
Señor, en el Evangelio, muestra que toda la Iglesia, tanto de
los judíos como de los gentiles, está en las doce tribus de
Israel, cuando dice: «Os sentaréis sobre doce tronos, para
juzgar las doce tribus de Israel»38. Vestidos de ropas
blancas39: las ropas blancas representan el don del Espíritu
Santo.

Los vestidos blancos y el bautismo
Y todos los ángeles estaban en derredor del trono40. Los
ángeles significan la Iglesia, porque a excepción de ella,
nada ha descrito de otro41. Y tomó la palabra uno de los
ancianos diciéndome: éstos que andan revestidos de ropas
blancas ¿quiénes son?42. Uno de los ancianos que tomó la
palabra designa el oficio de los sacerdotes; porque ellos
enseñan a la Iglesia, es decir, al pueblo en la Iglesia, cual es
la recompensa del trabajo de los santos43. Diciendo: éstos
son los que han venido de la gran tribulación y lavaron sus
vestiduras en la sangre del Cordero44. No se trata aquí de
los solo mártires, como algunos piensan, sino de todo el
pueblo que está en la Iglesia porque no dijo que habían
lavado sus vestiduras en su sangre, sino en la sangre del
Cordero, es decir, en la gracia de Dios por medio de
Jesucristo Nuestro Señor, como está escrito: «Y la sangre de
su Hijo nos purificó»45. Y el que está sentado sobre el trono
tenderá su tienda sobre ellos46. Pues ellos son el trono
sobre los cuales habita Dios en la Iglesia47. Ni caerá sobre
ellos el sol ni ardor alguno48, como se dice en Isaías a
propósito de la Iglesia: «El será una sombra contra el
calor»49. Y los conducirá a las fuentes de las aguas de la
vida50 y lo que sigue. En efecto, todas estas cosas acaecen
también espiritualmente en la Iglesia en la vida presente,
cuando después de la remisión de los pecados, nosotros
resucitamos y, despojados de los vestidos de luto de la vida
pasada y del hombre viejo, nos revestimos de Cristo en el
bautismo y somos inundados de la alegría del Espíritu
Santo51.

El séptimo sello y el incensario de oro: el cuerpo de Cristo

Y cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el
cielo52, es decir, en la Iglesia, como media hora53. En la
media hora muestra el inicio del reposo eterno54. y vi los
siete ángeles que están en la presencia de Dios55. Los siete
ángeles representan a la Iglesia56. Los que recibieron las
siete trompetas57, es decir, la predicación en su totalidad,
como está escrito: «Levanta tu voz como una trompeta58.
Y otro ángel vino y se detuvo junto al altar59. El otro
ángel del que habla no vino después de los otros siete,
porque es el mismo Señor Jesucristo60. El que tiene el
incensario de oro61, que es su cuerpo santo. Pues el mismo
Señor se hizo incensario en el que Dios recibió el olor de
suavidad 62; y él se hizo propiciación por el mundo, porque
él mismo se ofreció en olor de suavidad 63.
Y tomó el ángel el incensario, y lo llenó de fuego del
altar64. El Señor recibió su cuerpo, es decir, la Iglesia y para
cumplir la voluntad del Padre la llenó de fuego del Espíritu
Santo 65.
Y se produjeron voces y truenos y relámpagos y un
terremoto66. Todas estas cosas son las predicaciones
espirituales y los prodigios de la Iglesia67.

Los siete ángeles y las siete trompetas: la predicación de
la Iglesia
Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se
aprestaron para tocarlas 68: es decir, la Iglesia se preparó
para predicar69. Y el primer ángel tocó la trompeta y se
produjo granito y fuego mezclado con sangre70: estalló la ira
de Dios que lleva en sí la muerte de muchos.
Y fue lanzada a la tierra; y la tercera parte de la tierra se
abrasó, y la tercera parte de los árboles, y toda la hierba
verde se abrasó71. Lo que es la tierra, esto son los árboles
y esto es la hierba, es decir, los hombres. Mas la hierba
verde significa la carne sanguinolenta y lujuriosa según lo
que está escrito: «Toda carne es hierba»72.
Y el segundo ángel tocó la trompeta y uno como monte
grande ardiendo en fuego fue lanzado al mar y la tercera
parte del mar se convirtió en sangre73. El monte ardiente es
el diablo, y la tercera parte de la tierra o de los árboles es lo
mismo que la tercera parte del mar74. El dijo de aquellos que
tienen almas75 para mostrar que estaban vivos en la carne
pero espiritualmente muertos76. Y la tercera parte de las
naves perecieron77: los herejes corrompen con su doctrina
a los que ganaron para su causa78.
Y el tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una
estrella grande, ardiente como lámpara79. Indica que los
hombres arrogantes e impíos son arrojados de la Iglesia.
Ahora bien él ha dicho una estrella grande80, porque se
trata de alguien de los grandes y de los que tienen poder y
riquezas81.
Y el nombre de esta estrella se llama «El Ajenjo» y se
convirtió la tercera parte de las aguas en Ajenjo82: la tercera
parte de los hombres se hizo semejante a la estrella que
cayó sobre ellos83.
Y muchos de los hombres murieron a consecuencia de las
aguas porque aquellas se convirtieron en amargas84. Los
hombres murieron por las aguas; se puede entender esto
evidentemente de los que son rebautizados85.
Y el cuarto ángel tocó la trompeta, y repercutió en la
tercera parte del sol, y en la tercera parte de la luna y en la
tercera parte de las estrellas86: el sol, la luna, las estrellas,
es la Iglesia, cuya tercera parte fue herida87; en la tercera
parte se da a entender todos los malos. Ella es, pues,
castigada, es decir, entregada a sus males y a sus
voluptuosidades, para que ella sea revelada en su tiempo
por el desbordamiento y por la insolencia de sus pecados 88

Yo ví y oí la voz de un águila volando en medio del cielo
que decía: ¡Ay, ay, ay a los que habitan en la tierra!89. El
águila significa la Iglesia; volando en medio del cielo, es
decir, atravesando por el medio de él, y predicando con gran
voz las plagas de los últimos tiempos90. En efecto, cuando
un sacerdote anuncia el día del juicio, el águila vuela en
medio del cielo.

Recapitulación
Como se ha dicho más arriba, el otro ángel, el que dijo
que había salido de Oriente, es la Iglesia que asciende de
Oriente, es decir, de la Pasión y Resurrección del Señor.
Cuando dice: No dañéis la tierra ni el mar91, la Iglesia lo
proclama cada día cuando predica a los malos. Y cuando
dice: No dañéis ni el vino ni el aceite92, en el vino y en el
aceite se comprende a todos los que son justos en la Iglesia,
a los que nadie puede dañar a no ser a los que Dios haya
permitido para probarlos. Lo que dice: Los ciento cuarenta y
cuatro mil fueron marcados93 se entiende de toda la Iglesia.
Por eso en ellos, en los que dice que ha visto un pueblo
numeroso que nadie puede contar, está figurada la misma
Iglesia. Cuando dice que estaban revestidos de vestiduras
blancas, estas ropas significan el don del Espíritu Santo. Los
ángeles que están de pie alrededor del trono designan a la
Iglesia, porque fuera de ella no describe cosa alguna. El
anciano que dijo: ¿Quiénes son éstos y de dónde
vinieron?94 significa el oficio de los sacerdotes que enseñan
al pueblo en la Iglesia. Cuando dijo: Lavaron sus
vestiduras95, se refiere a toda la Iglesia, no solamente de los
mártires. En fin, no dice «en su sangre» sino en la sangre
del Cordero96, lo cual ciertamente se realiza en el
sacramento del bautismo. Y el que está sentado sobre el
trono habita en ellos97. Pues ellos son el trono sobre los
cuales habita Dios.
Ni el sol ni el calor caerá sobre ellos: y él los conducirá a
las fuentes de aguas vivas98 y lo que sigue. Todas estas
cosas acaecen espiritualmente en la Iglesia, en el tiempo
presente y en estos días, cuando bien protegida por la
gracia de Dios las persecuciones más bien la apremian que
la vencen. Lo que dice: Se hizo silencio en el cielo como
media hora99, lo dice de la Iglesia y significa el comienzo del
reposo eterno. Y a propósito de los siete ángeles que tocan
la trompeta: en los ángeles se significa la Iglesia y en las
trompetas la predicación de la Iglesia. El otro ángel que él
dijo que estaba delante del altar es Cristo el Señor. El que
tiene un incensario de oro100, es decir, el cuerpo santo por
el cual Dios Padre recibió el incienso de la Pasión, el olor de
la suavidad101. Y cuando él dice: Y se produjeron voces,
relámpagos y truenos102, son las predicaciones espirituales
de la Iglesia. Los siete ángeles que se prepararon para
tocar103, es la Iglesia en la cual resuena por todo el mundo
la predicación espiritual contra todos los pecados y
crímenes.
Cuando el primer ángel suena la trompeta la tercera parte
de la tierra se abrasó104, indica a los hombres orgullosos y
entregados a las voluptuosidades a los que Dios entrega a
un justo juicio para ser abrasados por el fuego de la lujuria o
de la avidez. Cuando el segundo ángel toca la trompeta una
montaña ardiente cayó sobre el mar105. Esta montaña
representa al diablo, el mar significa este mundo. La tercera
parte del mar106, como más arriba fue dicho, son los
hombres inicuos e impíos. Cuando el tercer ángel toca la
trompeta una gran estrella cayó del cielo107: éstos son los
grandes hombres que por sus malvadas costumbres y por
sus actos inicuos caen de la Iglesia como del cielo. Cuando
dice: Muchos hombres murieron a consecuencia de las
aguas pues se habían vuelto amargas108. Esto se puede
entender de los que son rebautizados109. Cuando el cuarto
ángel toca la trompeta la tercera parte del sol, de la luna y
de las estrellas fue golpeada110. En éstos se indica la
Iglesia, en la que cada día los malos y los hipócritas, a
instigación del diablo, son golpeados en su alma por las
heridas de los pecados.
Cuando habla del águila que vuela en medio del cielo
gritando: ¡Ay, ay, ay! 111, él ha querido representar a la
Iglesia; volando en medio del cielo, es decir, en medio de ella
misma y anunciando con la asiduidad de la predicación las
plagas de los últimos tiempos; en efecto, cuando un
sacerdote anuncia en la Iglesia el día del juicio el águila
vuela en medio del cielo. Que la piedad divina nos conceda
que mientras, por una parte, los sacerdotes se entregan a
predicar constantemente, y que, por otra parte, los fieles se
apresuran a cumplir fielmente lo que les es predicado, que
todos merezcan alcanzar juntos los bienes eternos, con la
ayuda de Jesucristo, el Señor, que vive etc.
........................
1. Ap 7, 2.
2. Ap 7, 2.
3. Cf. Beato, I, 599, 9-13.
4. Ap 7, 2-3.
5. Cf. Beda, 147, 14-15; Beato, I, 537, 1-8.
6. Ap 6, 5.
7. Ap 6, 6.
8. Ap 6, 6.
9. Cf. Primasio, 95, 91-96, 92 (837, 1-12); Beda, 147, 29-32; Beato,
1, 559, 3-7.
10. Ap 6, 8.
11. Cf. Beato, I, 567, 4-7.
12. Ap 6, 8.
13. Ap 6, 9.
14. Gn 4, 10.
15. Ap 6, 12.
16. Ap 6, 12-13.
17. Cf. Beda, 148, 43-45; Beato, I, 582, 16-583, 3.
18. Ap 6, 13.
19. Cf. Primasio, 101, 233-235 (839, 46-48); Beato, 1, 584, 1-2.
20. Ap 6, 14.
21. Cf. Beda, 148, 51-55; Beato, I, 585, 1-4.
22. Ap 6, 14.
23. Ap 2, 5; Cf. Victorino, 79, 1-2: Beda, 148. 56-149, 1; Beato, I, 586,
3-12.
24. Ap 6, 15.
25. Ap 6, 15. Cf. Beda, 149, 2-5; Beato, I, 587, 5-10.
26. Ap 6, 16.
27. Ap 6, 16.
28. Cf. Beato, I, 588, 6-7.
29. Ap 7, 3.
30. Ap 6, 6.
31. Ap 6, 6.
32. Ap 6, 6.
33. Cf. Beato, I, 601, 1-10.
34. Ap 7, 4.
35. Cf. Primasio, 108, 54-55 (842, 25-28); Beato, 1, 603, 6-8.
36. Ap 7, 9.
37. Cf. Rm 11, 24.
38. Mt 19, 28; Primasio, 125, 454 (851, 7-18); Beato, 1, 658, 15-658,
17.
39. Ap 7, 13.
40. Ap 7, 15.
41. Cf. Primasio, 127, 495-497 (852, 9-11); Beda, 153, 7-9; Beato, I,
660, 14-16.
42. Ap 7, 13.
43. Cf. Primasio, 129, 538-542 (853, 9-12); Beato, I, 665, 19-666, 4.
44. Ap 7, 14.
45. 1 Jn 1, 7; cf. Primasio, 130, 554-558 (853, 36-42); Beda, 153,
30-33; Beato, 1, 666, 5-11.
46. Ap 7, 15.
47. Cf. Primasio, 130, 567-568 (853, 44-854, 1); Beda. 153, 39-41;
Beato, 1, 666, 12-18.
48. Ap 7, 16.
49. Is 25, 4; cf. Primasio, 131, 580-583 (854, 11-14); Beato, I, 667,
6-7.
50. Ap 7, 17.
51. Cf. Fragmentos de Turín, 81, 8-82, 1; Primasio, 854, 24. 32-33;
Beato, I, 668, 12-16.
52. Ap 8, 1.
53. Ap 8, 1.
54. Cf. Victorino, 81, 5-7; Fragmentos de Turín, 84, 1-3; Primasio,
132, 1-3 (854, 41-51); Beato, I, 670, 12-14.
55. Ap 8, 2.
56. Cf. Fragmentos de Turín, 85, 3-4; Primasio, 135, 1-2 (855,
18-20); Beato, II, 2, 4-5.
57. Ap 8, 2.
58. Is 58, 1; cf. Fragmentos de Turín, 85, 5-6; Primasio, 135, 4-6
(855, 22-25); Beato, II, 2, 8-10.
59. Ap 8, 3.
60. Cf. Beato. II, 3, 1-5.
61. Ap 8, 3.
62. Cf. Ef 5, 2.
63. Cf. Fragmentos de Turín, 87, 3-5; Primasio, 135, 20-136, 2 (855,
42-47); Beda. 155, 4-10; Beato, II, 3, 12-15.
64. Ap 8, 5.
65. Cf. Fragmentos de Turín, 87, 3-4; 88, 5-8; Primasio, 136, 24-26;
137, 53-55 (856, 39-59); Beato, II, 4, 5-12.
66. Ap 8, 5.
67. Cf. Fragmentos de Turín, 89. 4-ó; Primasio, 137. 65-138, 1;
Beda, 155, 30-32; Beato, II, 5, 6-7.
68. Ap 8, 6.
69. Cf. Fragmentos de Turín, 90, 1-3; Primasio, 138, 72-75 (857,
3-ó); Beda, 155, 36-39; Beato, II, 5, 13-16.
70. Ap 8, 7.
71. Ap 8, 7.
72. Is 40, 6. Cf. Fragmentos de Turín, 90, 4-91, 5; Primasio, 138,
75-84; 140, 110-112 (857, 10-32; 857, 16-17); Beda, 155, 54-56; 156,
8-12 (Beda explícita que esta exégesis proviene de Ticonio); Beato, II,
6. 1-8; II, 8, 8-9.
73. Ap 8, 8.
74. Cf. Fragmentos de Turín, 93, 3-10; Primasio, 139, 100-140, 114
(857, 43-44. 49-51); Beda, 156, 17-20; Beato, II, 15, 1-7.
75. Ap 8, 9.
76. Cf. Fragmentos de Turín, 94, 1-2; Primasio, 140, 144-115 (857,
56-858, 1); Beda, 156, 31-32; Beato. II, 16, 8-9.
77. Ap 8, 9.
78. Cf. Fragmentos de Turín, 94, 3-4; Primasio, 857, 42-43; Beda,
156, 35-39; Beato, II, 16, 10-12.
79. Ap 8. 10.
80. Ap 8, 10.
81. Cf. Ticonio, L. R. 71, 23-72, 2; Primasio, 140, 118-141, 125 (858,
12-14); Beato, II, 17, 10-13.
82. Ap 8, 11.
83. Cf. Primasio, 140, 123-141, 1 (858, 12-14); Beato, II, 19, 8-10.
84. Ap 8, 11.
85. Probablemente se esconde aquí una referencia a los donatistas
que bautizaban a los católicos que se sumaban a su facción
cismática.
86. Ap 8, 12.
87. Cf. Fragmentos de Turín. 96, 3-7; Primasio, 141, 138-141 (858,
32-36); Beda. 156. 59-160, 1; Beato, Il. 2C. 12-17.
88. Cf. Fragmentos de Turín, 97, 2-5; Primasio, 143, 174-178 (859,
19-26); Beda, 157, 3-ó; Beato, II, 21, 13-21, 1.
89. Ap 8, 13.
90. Cf. Fragmentos de Turín, 97, 8-98, 5; Beato, II, 25, 10-16.
91. Ap 7, 3.
92. Ap 6, 6.
93. Ap 7, 4.
94. Ap 7, 12 95. Ap 7, 14.
96. Ap 7, 14.
97. Ap 7, 15.
98. Ap 7, 16-17.
99. Ap 8, 1.
100. Ap 8, 3.
101. Cf. Ef 5, 2.
102. Ap 8, 5.
103. Ap 8, 6.
104. Ap 8, 7.
105. Ap 8, 8.
106. Ap 8, 8.
107. Ap 8, 10.
108. Ap 8, 11.
109. Una probable nueva indicación a los donatistas.
110. Ap 8, 12.
111. Cf. Ap 8, 13.


VII (Ap 9-10)

Hermanos muy queridos, cuando poco ha se ha leído el
Apocalipsis, hemos oído que una estrella había caído del
cielo sobre la tierra cuando el quinto ángel tocó la trompeta1.
La estrella única es el cuerpo de muchos que caen por los
pecados2.

El pozo del abismo: los pecadores en la Iglesia
Y le fue entregada la llave del pozo del abismo3. La
estrella, el abismo, el pozo, éstos son los hombres. Así pues,
la estrella cayó del cielo, es decir, el pueblo pecador sale de
la Iglesia. Y recibió la llave del pozo del abismo4, es decir, el
poder de su corazón, para abrir su corazón en el cual el
diablo atado no está impedido de hacer su voluntad5. Y abrió
el pozo del abismo6, es decir, que él manifestó su corazón
sin ningún temor ni pudor de pecar. Y subió humo del pozo7,
es decir, subió del pueblo lo que recubre y oscurece a la
Iglesia, de modo que se dice: Y se
entenebreció el sol y el aire con el humo del pozo8. Se
oscureció el sol, dice, pero no sucumbió; en efecto, los
pecados de los hombres malos y soberbios, que se cometen
aquí y allá por toda la tierra, oscurecen el sol, es decir, la
Iglesia y a veces esparcen la oscuridad sobre los santos y
los justos, porque el número de malos es tanto que algunas
veces apenas aparecen los buenos entre ellos. Como de un
gran hornos, dice él.

La Iglesia bipartita y su destino
Y del humo del pozo saltaron langostas a la tierra, y se les
dió poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra11,
es decir, donar con el veneno. Y les fue mandado que no
dañasen a la hierba de la tierra, ni a árbol alguno sino a los
hombres12, y les fue dado que no los matasen13. Y puesto
que hay dos partes en la Iglesia, es decir la de los buenos y
la de los malos, de este modo una parte es castigada para
que se corrija y la otra es abandonada a sus
voluptuosidades. La parte de los buenos es entregada a la
humillación para conocer la justicia de Dios y recordar el
deber de la penitencia, como está escrito: «Es un bien para
mí el que me hayas humillado para que yo conozca tus justos
mandatos»14.
Y les fue dado que no los matasen sino que fuesen
atormentados; y su tormento es como tormento de escorpión
cuando pica al hombre15. Esto es lo que sucede cuando el
diablo expande su veneno por medio de los vicios y pecados.

Y los hombres buscarán la muerte16: pero dijo muerte por
descanso. Esto lo dice porque ellos buscarán la muerte pero
para descansar ellos mismos de sus males, es decir, de las
tribulaciones, mientras que mueren los malos17. Sobre sus
cabezas, dice, unas como coronas que asemejaban ser
oro18. La Iglesia fue descrita, más arriba, en los veinticuatro
ancianos que tienen coronas de oro, pero éstos que
asemejan ser de oro son los herejes que imitan a la
Iglesia19.
Y llevaban cabellos como cabellos de mujer20. En los
cabellos de mujer no solo quiso indicar la molicie afeminada
sino también al uno y otro sexo21.
Y tenían colas parecidas a escorpiones y aguijones en
sus colas22. Las colas representan a los prepósitos de los
herejes, como está escrito: «El profeta que enseña la
mentira éste es la cola23. Éstos son los falsos profetas y
éstos son los que ejecutan los mandatos crueles de los
reyes24.
Teniendo sobre si como rey al Ángel del abismo25, es
decir, al diablo o al rey de este mundo. El abismo es el
pueblo. Su nombre es en hebreo «Ababdon», en griego
«Apollyon», en latín «Exterminador»26.
........................
1. Cf. Ap 9, 1.
2. Cf. Fragmentos de Turín, 99, 1-3; Primasio, 144, 1-9 (112, 12-13;
PLS IV, 1230, 25-27); Beato, II, 27, 3-5.
3. Ap 9, 1.
4. Ap 9, 1.
5. Cf. Fragmentos de Turín, 99, 4-100, 2; Beato, II, 28, 12-29, 3.
6. Ap 9, 2.
7 Ap 9, 2.
8. Ap 9, 2.
9. Ap 9, 2.
10. Cf. Fragmentos de Turín, 100, 3-101, 4; Primasio, 145, 10-15
(112, 18-20; PLS IV, 1213, 37-38); Beato, II, 29, 4-15.
11. Ap 9, 3.
12. Ap 9, 4.
13. Ap 9, 5.
14. Sal 118, 71; cf. Fragmentos de Turín, 103, 3-9; Beato, II, 32, 5-12.
15. Ap 9, 5.
16. Ap 9, 6.
17. Cf. Fragmentos de Turín, 105, 3-9; Beato, II, 34, 3-7.
18. Ap 9, 7.
19. Cf. Fragmentos de Turín, 107, 2-7; Primasio, 149, 128-134 (116,
15-19; PLS IV, 1216, 45); Beda, 158, 31-33; Beato, II, 36, 11-16.
20. Ap 9, 8.
21. Cf. Fragmentos de Turín, 108, 3-5; Primasio, 149, 135-150, 137
116, 25-117, 1; PLS IV, 1216, 58-1217, 2: 1217, 9-10): Beda, 158,
35-36; Beato, II, 38, 1-3.
22. Ap 9, 10.
23. Is 9, 15.
24. Cf. Fragmentos de Turín, 109, 8-110, 6; Primasio, 151, 165-168
(859, 28-31); Beato, II, 39, 1-4.
25. Ap 9, 11.
26. Ap 9, 11; cf. Fragmentos de Turín, 110, 7-111, 3; Beato, II, 39,
12-40, 3.
_



VIII (Ap 10-11)

El libro: dulzura y amargura de la predicación
La voz del cielo1 es el mandamiento de Dios que toca el
corazón de la Iglesia y que le ordena recibir la paz que él ha
anunciado que, una vez abierto el libro, le pertenecería a la
Iglesia. Y fui al ángel para que me diera el libro2. Esto lo dice
de la Iglesia, en la persona de Juan, en su deseo de ser
instruida; y entonces me dijo: Toma y cómelo3, es decir,
ábrelo en tus entrañas e inscríbelo en la anchura de tu
corazón4. Y te amargará las entrañas, bien que en tu boca
será dulce como la miel5, es decir, cuando tú lo hayas
recibido quedarás encantado por la dulzura de la palabra
divina, pero sentirás la amargura cuando comiences a
predicar y a llevar a cabo lo que has entendida6s, como está
escrito: «Por las palabras de tus labios yo seguí las vías
difíciles»7. Y de otro modo: Será, dice, en tu boca dulce
como la miel y amargo en tu vientre 8. En la boca se
entienden los cristianos buenos y espirituales; en el vientre,
los carnales y lujuriosos. Por consiguiente, cuando se
predica la palabra de Dios, ella es dulce para los
espirituales, pero para los carnales «para los cuales», según
el Apóstol, «su Dios es el vientre»9, la palabra es amarga y
áspera.

La medición del templo
Y me fue dada una caña semejante a una vara, diciendo:
«Levántate y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que
adoran en él»10. La expresión «levántate» significa el
despertar la Iglesia, pues Juan no estaba sentado cuando
oía esta palabra11. Medir el templo, el altar y a los que
adoran en él12. El manda hacer el censo a la Iglesia y
prepararla para el fin, y a los que adoran en él13. Pero como
no adoran todos aquellos que parecen hacerlo dice
también14: Y el atrio de fuera del templo, déjalo allá afuera,
y no lo midas15. El atrio son los que simulan estar en la
Iglesia, y los que están afuera ya sean los herejes ya sean
los católicos que viven en el mal. Porque ha sido entregado
a las gentes, y hollarán la Santa Ciudad cuarenta y dos
mese16. Los que son excluidos y a los que se le es dado,
unos y otros la hollarán17.

Los dos testigos: los dos Testamentos y la Iglesia
Y daré orden a mis dos testigos18;, es decir, a los dos
Testamentos, y profetizarán mil doscientos sesenta días19.
Indicó el número de la última persecución, y de la paz futura,
y de todo el tiempo que discurre desde la pasión del Señor;
porque uno y otro tiempo tienen el mismo número de días
como se dirá en su lugar20. Vestidos de saco21, es decir,
con cilicios: porque pertenecen al orden de los penitentes,
es decir, al orden de aquellos que confiesan sus pecados,
por eso dice que están «vestidos de saco» por el espíritu de
humildad22. A continuación él muestra quiénes son estos
dos testigos diciendo:
Éstos son los dos olivos y los dos candelabros que están
en la presencia del Señor de la tierra23. Éstos son los que
«están» no los que «estarán». Los dos candelabros es la
Iglesia, pero por causa del número de los Testamentos dijo
dos; de igual modo que dijo cuatro ángeles para significar la
Iglesia, aun cuando sean siete siguiendo el número de los
ángeles de la tierra, así también toda la Iglesia es
representada por los siete candelabros si bien enumera uno
o más de uno según los lugares.
Pues Zacarías contempló un solo candelabro de siete
brazos24, y estos dos olivos, es decir, los dos Testamentos,
verter el aceite en el candelabro, es decir en la Iglesia. Así
como en el mismo lugar tiene los siete ojos, la gracia
septiforme del Espíritu Santo, que están en la Iglesia y
observan atentamente toda la tierra25.

La oposición a los testigos y a la Iglesia
Y si alguno quiere herirles o matarles, un fuego saldrá de
su boca y devorará a sus enemigos26, es decir, si alguno
hiere o quisiera herir a la iglesia, con las oraciones de su
boca será consumido por el fuego divino ya sea en el
presente para su corrección, ya sea en el siglo futuro para la
condenación27. Éstos tienen la potestad de cerrar el cielo
para que no llueva durante los días de su profecia28. Dice
«tienen»; no dice «tendrán» 29. Dice esto para significar el
tiempo que transcurre actualmente; pero el cielo es cerrado
espiritualmente, para que no llueva, es decir, para que—por
el juicio secreto de Dios, pero sin embargo justo—la
bendición no descienda de la Iglesia sobre la tierra estériles.

Y una vez que hubieren terminado su testimonio, la bestia
que sube del abismo le hará la guerra31. Muestra
abiertamente que estas cosas tendrán lugar antes de la
última persecución32, cuando dice: Una vez que hubieren
terminado su testimonios, es decir el que presentan hasta la
revelación de Cristo. Y los vencerá y los matará34.
«Vencerá» en aquellos que habrán sucumbido, «matará» en
aquellos que habrán testimoniado a Dios35. Y su cuerpo
será arrojado en las plazas de la gran ciudad36. Por los dos
él no habló más que de un solo cuerpo, y en algunas
ocasiones habla de cuerpos no solo para indicar el número
de los Testamentos sino también el cuerpo único de la
Iglesia, según estas palabras: «Has echado mis palabras a
mis espaldas»37.

La muerte de los testigos
En las plazas de la gran ciudad38, es decir, en medio de
la Iglesia39.
Y muchos de los pueblos, y tribus, y lenguas, verán su
cuerpo durante tres días y medio40, es decir, tres años y
seis meses; en efecto, mezcla el tiempo ya sea el presente
ya sea el futuro, como dice el Senor: «Llegará», dice, «la
hora en la que todo aquel que os matare estimará prestar
culto a Dios» 41. Y es lo que ahora acontece y lo que
vendrá. Y no dejará depositar sus cuerpos en una tumba42.
El ha descrito su deseo y su combate. Nada puede hacer
que la Iglesia no esté en su memoria, según estas palabras:
«Ni vosotros entráis ni a los que entran dejáis entrar»43,
aunque muchos hayan entrado a pesar de los que los
combatían, es por esto que ellos no permitían depositarlos
en una tumba44.
Y los que habitan sobre la tierra se gozarán sobre ellos y
celebrarán banquetes y se intercambiarán regalos45. Esto
siempre ha tenido lugar y todavía ahora se intercambian
presentes y en los últimos tiempos se alegrarán y celebrarán
banquetes; pues cada vez que los justos son afligidos los
hombres injustos exultan y festejan. Puesto que estos dos
profetas los habían atormentado46: por las plagas que
afligen al género humano por causa del desprecio de los
Testamentos de Dios. Porque la vista misma de los justos
agobia a los injustos, como ellos mismos dicen: «Su sola
presencia nos es insufrible»47. Pero ellos se alegrarán en
todo lugar como si ellos no tuviesen ya más nada que
soportar impacientemente después de haber dispersado y
matado a los justos y después de haberse adueñado de su
heredad48.

La resurrección de los testigos
Y al cabo de los tres días y medio, un espíritu de vida
enviado por Dios entró en ellos49. Ya se ha hablado de los
días. Hasta aquí el ángel describió lo que llegará, después
introduce como ya cumplido lo que entiende que ha de venir.

Y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre
los que estaban mirando. Y oí una gran voz, venida del cielo,
que les decía: «Subid acá». Y subieron al cielo en la nube50.
Esto es lo que dijo el Apóstol: «Seremos arrebatados sobre
la nube al encuentro del Señor»51. Pero antes de la venida
del Señor esto a nadie podía acontecer, como está escrito:
«En primer lugar, después los que están con Cristo en su
venida»52. Se excluye así la conjetura de los que estiman
que estos dos testigos eran dos hombres que habían
ascendido al cielo entre las nubes antes del advenimiento de
Cristo. ¿Pero cómo los habitantes de la tierra se han podido
alegrar de la muerte de los dos testigos si ellos han muerto
en una sola ciudad, e intercambiarse regalos si pasan tres
días antes de que se alegren de su muerte aquellos que se
entristecerán por su resurrección? ¿O qué regalos o qué
placer puede encontrarse para festejar en las plazas cuando
los cadáveres humanos contaminaron estos festines con el
olor infecto que ellos expendieron durante tres días?53. Que
el Señor se digne liberarnos.
........................
1. Ap 6, 8.
2. Ap 10, 9.
3. Ap 10, 9.
4. Cf. Fragmentos de Turín, 136, 1-137, 2; Primasio, 162, 75-77
(864, 45-47); 163, 87-88 (864, 58-59; 865, 1-2); Beda, 161, 42-43.
49-51; Beato, II, 60, 13-61, 7.
5. Ap 10, 9.
6. Cf. Fragmentos de Turín, 137, 2-138, 1; Primasio, 163, 87-92
(865, 5-7); Beda, 161, 53-55; Beato, II, 63, 3-4.
7. Sal 16, 4.
8. Ap 10, 9.
9. Flp 3, 19.
10. Ap 11, 1.
11. Cf. Fragmentos de Turín, 140, 1-3, Primasio, 165, 2-3 (866, 5-6)
Beda, 162, 11-14; Beato, II, 64, 7-9.
12. Ap 11, 1.
13. Ap 11, 1.
14. Cf. Fragmentos de Turín, 140, 3-ó; Primasio, 165, 5-6 (866,
18-19); Beda, 162, 17-18; Beato, II, 65, 1-2.
15. Ap 11, 2.
16. Ap 11, 2.
17. Cf. Ticonio, L. R., 61, 2-4; Fragmentos de Turín, 141, 4-142, 2;
Beato, II, 65, 10-14.
18. Ap 11, 3.
19. Ap 11, 3.
20. Cf. Fragmentos de Turín, 143, 2-10; Primasio, 166, 30-32 (866,
41-43); Beda. 162, 44-45; Beato, Il, 68. 1-2. 4. 10-13.
21. Ap 11, 3.
22. Cf. Fragmentos de Turín, 144, 1-2: Primasio, 167, 49-50 (867,
5-7); Beda, 162, 44-45.
23. Ap 11, 4.
24. Cf. Za 4, 2-14.
25. Cf. Fragmentos de Turín, 145, 1-147, 8.
26. Ap 11, 5.
27. Cf. Primasio, 168, 60-65 (867, 20-24); Beda, 162, 55-56; Beato,
II, 71, 3-5.
28. Ap 11, 6.
29. Cf. Fragmentos de Turín. 149, 1-2; Prirnasio, 168, 68.
30. Cf. Ticonio, L. R., 5, 11-14; Fragmentos de Turín, 150, 3-6;
Prirnasio, 168, 69-71; Beda, 163. 5-12; Beato. 11, 72, 4-7.
31. Ap 11. 7.
32. Cf. Fragmentos de Turín, 152, 8-153, 1; Primasio, 169, 85-89
(867, 54-56); Beda, 163, 20-23; Beato, II, 72, 15-73, 1.
33. Ap 11, 7.
34. Ap 11, 7.
35. Cf. Fragmentos de Turín, 153, 2-4; Primasio, 169, 92-94 (867,
57-868, 2); Beda, 163, 29-34; Beato, II, 75, 6-8.
36. Ap 11, 8.
37. Sal 49, 17; cf. Fragmentos de Turín, 154, 5-155, 5; Primasio,
169, 96-100 (868, 2-10); Beda, 163, 29-34; Beato, II, 75. 14-76, 5.
38. Ap 11, 8.
39. Cf. Fragmentos de Turín, 155, 9; Primasio, 169, 100-170, 101
(868, lC-12); Beato, II, 76, 6-7.
40. Ap 11, 9.
41. Jn 16, 2; cf. Fragmentos de Turín, 156, 6-157, 6; Beato, II, 76,
14-77, 3.
42. Ap 11, 9.
43. MI 23, 13;
44. Cf. Fragmentos de Turín, 158, 7-159, 6; Beda, 163, 53-164, 3;
Beato, II, 77, 9-78, 3.
45. Ap 11, 10.
46. Ap 11, 10.
47. Sb 2, 15.
48. Cf. Fragmentos de Turín, 160, 1-162, 7; Primasio, 170, 110-120
(868, 27-34); Beda, 164, 4-11; Beato, II, 78, 8-79, 10.
49. Ap 11, 11.
50. Ap 11, 12.
51. 1 Ts 4, 16.
52. 1 Co 15, 23.
53. Cf. Fragmentos de Turín, 163, 1-166, 2; Beda, 164, 13-14. 19-21;
Beato, II, 80, 10-81, 9. 


IX (Ap 11-12)

El gran terremoto: la persecución contra la Iglesia
Nosotros hemos escuchado, hermanos muy queridos, en
la lectura que acaba de ser recitada: En aquella hora
sobrevino un gran terremoto1. En aquel terremoto se quiere
significar la persecución2 que el diablo acostumbra ejercer
por medio de los hombres malos.
Y la décima parte de la ciudad se cayó, dice, y perecieron
en el terremoto siete millares de personas humanas3. Los
números diez y siete son números perfectos; porque si así no
fuese, había que entender el todo por la parte. En efecto, en
la Iglesia hay dos edificios: uno edificado sobre roca y el otro
sobre arena4; el que está sobre arena es del que se dice
que se derrumba.
Y los restantes quedaron despavoridos y dieron gloria a
Dios5. Los que han dado gloria a Dios son aquellos que
están cimentados sobre roca y los que han perecido son los
que estaban sobre arena6s. Por esto dice quedaron
despavoridos7, porque el justo viendo la muerte del pecador
pone más ardor por observar los mandamientos, según se
dice: «Y lavará sus manos en la sangre del pecador»8.
Y se abrió, dice, el templo de Dios, que está en el cielo9,
es decir, que han sido revelados en la Iglesia los misterios de
la encarnación de Cristo; de ahí que se manifiesta que la
Iglesia es el cielo10.
Y fue vista el arca de su testamento en su templo11, es
decir, que se entendió que el arca del Testamento es la
Iglesia. Y se produjeron relámpagos y truenos y temblor de
tierra12, Todas estas cosas son los milagros de la
predicación, del esplendor y de los combates de la Iglesia13.


La mujer revestida de sol: la Iglesia
Y una gran señal fue vista en el cielo: una mujer, dice,
revestida de sol y la luna debajo de sus pies14. Dice que la
Iglesia tiene bajo sus pies una parte de ella misma, es decir,
los hombres hipócritas y los cristianos malos15.
Y sobre su cabeza una corona de doce estrellas16. Estas
doce estrellas pueden significar los doce apóstoles; pero que
ella está revestida de sol significa la esperanza de la
resurrección17, de acorde con lo escrito: «Entonces los
justos brillarán como el sol en el reino de su Padre»18
El dragón rojo19, es el diablo que busca devorar al nacido
de la Iglesia. El que tiene, dice, siete cabezas y diez
cuernos20. Las cabezas son los reyes y los cuernos los
reinados: en efecto, en las siete cabezas él indica todos los
reyes, en los diez cuernos todos los reinos del mundo21.
Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del
cielo y las precipitó a la tierra22. La cola son los profetas
inicuos, es decir, los herejes que precipitan sobre la tierra las
estrellas del cielo23 que se adhieren a ellos por la
reiteración del bautismo24; éstos son los que están bajo los
pies de la mujer25. Muchos estiman que se trata de los
hombres que el diablo hizo sus asociados por estar de
acuerdo con él; muchos piensan que se trata de los ángeles
que han sido precipitados con él cuando cayó.
Estando atormentada siente dolores como de parto26.
Todos los días y en todas partes la Iglesia da a luz ya sea en
la prosperidad ya sea en la adversidad.

La lucha del dragón contra la mujer
Y el dragón se ha apostado frente a la mujer, que está
para dar a luz, para poder, en cuanto dé a luz, devorar a su
hijo27. En efecto, la Iglesia da a luz a Cristo en sus miembros
siempre en el dolor. Y siempre el dragón busca devorar al
niño que acaba de nacer28. Y la mujer engendró a un hijo
varón29, es decir, a Cristo; después su cuerpo, es decir, la
Iglesia, engendra siempre a los miembros de Cristo. Se le
denomina, asimismo, varón porque es victorioso frente al
diablo30. Y la mujer huyó al desierto31. No es poco
apropiado entender por el desierto este mundo en el que
Cristo hasta el final gobierna y apacienta a la Iglesia. Es en
él que la misma Iglesia pisotea y aplasta como a escorpiones
y a víboras a los orgullosos y a los impíos y a todo el poderío
de Satanás con la ayuda de Cristo32.

El combate de Cristo contra el dragón
Y se trabó una batalla en el cielo33, es decir, en la Iglesia.
Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón34. Por
Miguel entiende a Cristo, y por sus ángeles a los hombres
santos35. Y el dragón combatió, y con él, sus ángeles36, es
decir, el diablo y los hombres que obedecen a su voluntad;
pero Dios nos libre de creer que el diablo con sus ángeles se
ha atrevido a combatir en el cielo—el que se atrevió, en la
tierra, a tentar a sólo Job—sino después de haber pedido al
Señor el permiso para dañarle37.
Y no pudieron resistir, y no se halló ya para ellos lugar en
el Cielo38, es decir, en los hombres santos que, juzgando
que el diablo fue expulsado una vez por todas con sus
satélites, ya no le reciben más39, como dijo Zacarías: los
ídolos una vez destruidos no encuentran más su lugar 40.
Y el gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, que
se llama Diablo y Satanás, y sus ángeles con él41. El diablo
y todos los espíritus inmundos con su jefe han sido
expulsados del corazón de los santos en la tierra, es decir,
en los hombres que gustan de lo terreno y que ponen toda
su esperanza en la tierra42.

El Reino de Dios es el Reino de la Iglesia
Y oí una gran voz en el cielo que decía: ahora se
estableció la salud, el poder y el reino de Nuestro Dios43, es
decir, de la Iglesia. Muestra en qué cielo acontecen estas
cosas. En efecto en Dios siempre ha habido la fuerza, el
reino y el poder de su Hijo, pero él ha dicho que en la Iglesia
la salvación ha sido realizada por la victoria de Cristo; estos
videntes de los que el Señor ha dicho: «Muchos justos y
profetas desearon ver lo que véis vosotros»44, dijeron:
Ahora se estableció la salud de nuestro Dios porque el
acusador de nuestros hermanos ha sido expulsado45, y lo
que sigue. Ahora bien, si es—como piensan algunos—la voz
de los ángeles que está en el cielo superior, y no la de los
santos en la Iglesia, no dirían: acusador de nuestros
hermanos46 sino nuestro acusador, ni tampoco «acusa»
sino «acusaba». Si los ángeles han llamado hermanos suyos
a los justos que residen en la tierra, no sería motivo de gozo
que el diablo haya sido enviado a la tierra, este diablo que
los santos podían sufrir más desagradablemente residiendo
con ellos sobre la tierra, que si él, como se dice, estuviese
todavía en el cielo. En efecto, ellos maldicen la tierra de este
modo cuando dicen: ¡Ay de vosotros tierra y mar!47, es
decir, de vosotros que no estáis en el cielo 48.
Porque bajó a vosotros el Diablo con gran coraje
sabiendo que cuenta con poco tiempo49. El bajó, dice, para
conservar la alegoría; por lo demás, todos están en el cielo,
es decir, en la Iglesia, que con toda razón se llama cielo, de
ahí que el diablo arrojado por los santos bajó a los suyos
que están en la tierra por el amor terreno. Por tanto dice que
fue expulsado del cielo, no que esto se realice en los
hombres lo que se ha cumplido en el cielo, sino que él dice lo
que son no lo que llegarán a ser. Pues los santos no
llegarán a ser cielo a no ser que el diablo fuese expulsado.
No es, pues, por su primer nombre, sino por su segundo, por
lo que él llamó cielo a aquellos en los que no se encontró
más un lugar para el diablo50. De este peligro que el Señor,
por su protección, se digne librarnos.
........................
1. Ap 11, 13.
2. Cf. Fragmentos de Turín, 166, 8-167, 1; Primasio, 174, 210-211
(870, 31-32); Beato, II, 83, 1-2.
3. Ap 11, 13.
4. Cf. Mt 7, 24-27.
5. Ap 11, 13.
6. Cf. Mt 7, 24-27.
7. Ap 11, 13. 84
8. Sal 57, 11; cf. Ticonio, L.R., 65, 15; Fragmentos de Turín, 167,
6-171, 2; Primasio, 174, 212-175, 224 (870, 32-50); Beda, 164, 25-29.
33-36; Beato, II, 83, 6-84, 7.
9. Ap 11, 19.
10. Cf. Fragmentos de Turín, 175, 10-176, 3; Primasio, 177, 265-266
(871, 42-43); Beato, II, 93, 2-5.
11. Ap 11, 19.
12. Ap 11, 19.
13. Cf. Fragmentos de Turín, 177, 1-4; Primasio, 178, 293-305 (872,
19-35); Beda, 165, 42-50; Beato, II, 93, 14-94, 2.
14. AP 12, 1; cf. E. ROMERO-POSE, La Iglesia y la mujer del Apoc
12. (Exégesis ticoniana del Apoc. 12, 1-2), Compostellanum 24 (1979)
295-307.
15. Cf. Fragmentos de Turín, 179, 1-4; Beato, II, 99, 6-7.
16. Ap 12, 1.
17. Cf. Victorino, 107, 8-9; Beato, II, 100, 2-3.
18. Mt 13, 43; cf. Beda, 136, 52-57; Beato, I, 133, 3-4.
19. Ap 12, 3.
20. Ap 12, 3.
21. Cf. Fragmentos de Turín, 182, 3-5; Primasio, 180, 3-5; Beda,
166, 28-29; Beato, II, 102, 4-9.
22. Ap 12, 4.
23. Cf. Fragmentos de Turín, 183, 1-2: Primasio, 181, 51-55 (873,
26-29); Beato, II, 103, 15-17.
24. Nueva alusión a los donatistas.
25. Cf. Beda, 166, 36-39. Beda cita explícitamente a Ticonio como
autor de esta exégesis; cf. Beato, II, 104, 15-17.
26. Ap 12, 2.
27. Ap 12, 4.
28. Cf. Fragmentos de Tunn, 184, 5-7; Beato, II, 105, 17-106, 4.
29. Ap 12, 5.
30. Cf. Fragmentos de Turín, 188, 1-4; Primasio, 181, 55-63 (873,
48-61); Beda, 166, 48-49; Beato, II, 107, 3-4.
31. Ap 12, 6.
32. Cf. Rm 16, 20; cf. Fragmentos de Turín, 190, 1-4; Primasio, 182,
80-85 (874, 22-31); Beda, 167, 3-9; Beato, II, 108, 16-18.
33. Ap 12, 7.
34. Ap 12, 7.
35. Beato, Il. 10, 4-8.
36. Ap 12. 7.
37. Cf. Jb 2, 5; cf. Beato, Il, 110, 14-17.
38. Ap 12, 8.
39. Cf. Beda, 167. 35-38; Beato, II, 111, 4-7.
40. Cf. Za 13, 2.
41. Ap 12, 9.
42. Cf. Beato, II, 111, 8-14.
43. Ap 12, 10.
44. Mt 13, 17.
45. Ap 12, 10.
46. Ap 12, 10.
47. Ap 12, 12.
48. Cf. Beato, II, 112, 8-113,
49. Ap 12, 12.
50. Cf. Beato, II, 114, 8-19.
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X (Ap 12-13)

La persecución del dragón a la Mujer en el desierto: las
persecuciones a la Iglesia
Acabamos de oir, hermanos muy queridos, que cuando
el dragón vio que de los santos había sido precipitado a la
tierra1, es decir, del cielo a los pecadores, persiguió a la
mujer que había dado a luz al varón2. Porque cuanto más
el diablo es expulsado de los santos, tanto más los
persigue.
Y le fueron dadas a la mujer, es decir, a la Iglesia, las
dos alas de la grande águila, para que volase al desierto
a su lugar, donde ella será sustentada un tiempo y
tiempos y la mitad de un tiempo lejos de la serpiente3. El
tiempo significa un año o cien años; las dos grandes alas
son los dos Testamentos que la Iglesia ha recibido para
escapar de la serpiente. Dijo: En el desierto, en su lugar4,
es decir, en este mundo donde habitan las serpientes y
los escorpiones; porque se le ha dicho como dice el
Señor: «He aquí que yo os envío como ovejas en medio
de lobos»5. Y a Ezequiel le ha dicho: «Hijo del hombre, tú
habitas en medio de los escorpiones»6.
Y lanzó la serpiente de su boca tras la mujer agua
como río7, es decir, la violencia de los perseguidores8. Y
socorrió la tierra a la mujer, y abrió su boca, y sorbió el
río9. Dice la tierra santa, es decir, los santos. Pues cada
vez que son infligidas las persecuciones a la Iglesia, ellas
son desviadas o moderadas gracias a las preces de la
tierra santa, es decir, a las oraciones de todos los santos.
Porque también Nuestro Señor Jesucristo, que intercede
por nosotros y que aleja estas persecuciones, se sienta a
la derecha del Poderoso con esta misma tierra10.
Lo mismo, pero en otro sentido, se comprende que la
mujer que voló al desierto, es la misma Iglesia Católica, en
la cual había de creer la Sinagoga, en el tiempo final, bajo
Elías. Las dos alas de la gran águila significan los dos
profetas, es decir, Elías y el que vendrá con él. El agua
que sale de la boca del dragón significa el ejercito de los
perseguidores; el agua sorbida, la venganza ejercida
contra los perseguidores11.

El combate del dragón mediante las persecuciones y
herejías
Y el dragón se encolerizó contra la mujer y se fue a
hacer la guerra con los demás de su descendencia12, es
decir, cuando vio que no podía continuar las
persecuciones, que se había acostumbrado a mandar por
medio de los paganos, y dado que se habían removido
por la boca de la tierra santa, es decir, por las oraciones
de los santos, él suscitó las herejías. Y se puso en la
arena del mar13, es decir, en la multitud de los herejes14.

Y vi subir del mar una bestias15, es decir, del pueblo
malo. Dijo que «él subía», es decir, que nacía como, en
buena parte, una flor ascendió de la raíz de Jesé. La
bestia que sube del mar significa los hombres impíos que
son el cuerpo del diablo16.
Y la bestia era semejante a un leopardo, y sus pies
como de oso, y su boca como boca de león17. La ha
comparado al leopardo por la variedad de las naciones18,
al oso por la malicia y la locura, al león por la fuerza del
cuerpo y la soberbia de la lengua19 y porque en los
tiempos del Anticristo el reino de esta bestia será
mezclado con la variedad de naciones y pueblos; los pies
como los del oso20, éstos son sus jefes, su boca21 sus
mandatos. Y el dragón le dio su poder22. Como nosotros
vemos que los herejes son poderosos ahora en el mundo,
los que tienen la fuerza del diablo, como antaño los
paganos, del mismo modo ahora éstos son los que
devastan a la Iglesia.

La bestia herida mortalmente y las herejías
Y vi una de sus cabezas como herida mortalmente y su
herida de muerte había sido curada23. Cuando dice como
herida mortalmente son los herejes que simulan confesar
a Cristo, y como no creen conforme a la fe Católica ellos
blasfeman cuando le predican muerto y resucitado porque
«el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz»24. De otro
modo: las herejías son destruidas por los Católicos
cuando son aplastadas por los testimonios de las
Escrituras; pero ellos, los herejes, no obstante vueltos a la
vida como la herida de Satanás realizan las obras de
Satanás y no cesan de blasfemar y atraen a su doctrina a
cuantos pueden. Y admirada toda la tierra, se fue tras la
bestia. Y adoraron al dragón, porque había dado la
potestad a la bestia25. Ciertamente los herejes tienen
este poder, pero principalmente los arrianos. Y adoraron a
la bestia diciendo: «¿Quién es semejante a la bestia y
quién es capaz de pelear con ella?»26. En efecto, dice
esto porque los herejes se lisonjean de que nadie es
mejor creyente que ellos y de que nadie es capaz de
vencer a su pueblo que es denominado con el nombre de
la bestia; al cual se le es dado por el mismo diablo y
permitido por Dios el poder hablar con arrogancia y
blasfemar, como dice el Apóstol: «Es menester que haya
herejías, para que se pongan de manifiesto entre vosotros
los que son de temple acrisolado»27. y le fue dada
potestad de actuar durante cuarenta y dos meses28. Por
estos cuarenta y dos meses entendemos el tiempo de la
última persecución. Y después abrió su boca para lanzar
blasfemias contra Dios29. Está claro aquí que éstos
representan a los que se apartaron de la Iglesia Católica
de tal manera que aquellos que en tiempos antiguos,
escondidos en el interior de la Iglesia simulaban tener una
fe casi correcta, en la persecución profieren a boca llena
blasfemias contra Dios30. y contra su tabernáculo, y
contra los que habitan en el cielo31: es decir, contra los
santos que están en la Iglesia, que es denominada cielo
porque aquellos son también el tabernáculo de Dios32. Y
le fue dado hacer guerra contra los santos y vencerlos33.
Por el todo, nosotros comprendemos la parte, que puede
ser vencida; pues no son los buenos cristianos, sino los
malos, los que son vencidos34. Y le fue dada potestad
sobre toda tribu y lengua, y la adorarán todos los
habitantes de la tierra35. Dijo todos, pero refiriéndose a
los habitantes de la tierra no a los del cielo36. Cuyo
nombre no está escrito en el libro de la vida del
Cordero37. El se refirió al diablo o a su pueblo, cuyo
nombre no está escrito en el libro de la vida. Señalados
desde la creación del mundo38: porque en la presciencia
de Dios, la Iglesia ha sido, anteriormente, predestinada y
senalada39. Que él mismo se digne ser nuestra garantía.

........................
1. Ap 12, 13.
2. Ap 12, 13.
3. Ap 12, 14.
4. Ap 12, 14.
5. Me 10, 16; cf. Primasio, 187, l97-201 (876, 50-877, 1); Beda,
168, 34-35; Beato, II, 115, 1-12.
6. Ez 2, 6.
7. Ap 12, 15.
8. Cf. Primasio, 188, 223-224 (877, 32-33); Beda, 168, 34-35;
Beato, II, 115, 16-18.
9. Ap 12, 16.
10. Cf. Primasio, 188, 223-189, 241 (877, 37-878, 9); Beda, 168,
39-40; Beato, II, 116, 3-12.
11. Cf. Victorino, 113, 9-17.
12. Ap 12, 17.
13. Ap 12, 18.
14. Cf. Beda, 169, 1-2; Beato, II, 118, 9-16.
15. Ap 13, 1.
16. Cf. Primasio, 193, 1-15 (877, 41-47); Beda, 169, 8-10; Beato,
II, 120, 15-121, 1.
17. Ap 13, 2.
18. Vario aplicado a la variedad de las gentes, cf. IRENEO, Adv.
haer., V, 25, 1. El obispo de Lión pasa de la variedad de las gentes
a la de las abominaciones. Pero, como señala A. ORBE, Teología
de San Ireneo..., o. c., III, 13, varius es el epíteto clásico de la
serpiente, por las pintas de su piel. Aplicado al diablo indicaría la
variedad y tortuosidad de los errores por él inspirados. Véase
además A. ORBE, id., III, 172.
19. Cf. Primasio, 193, 16-20 (878, 44-48); Beato, II, 125, 10-14;
Adv. Elip., II, 33 (CC LIX 126, 904-910: PL 96, 997, 4-8).
20. Ap 13, 2.
21. Ap 13, 2.
22. Ap 13, 2.
23. Ap 13, 3.
24. 2 Co 11, 14; cf. Beato, II, 126, 17-127, 3.
25. Ap 13, 3-4.
26. Ap 13, 4.
27. 1 Co 11, 19.
28. Ap 13, 5; los 42 meses equivalen a los 3 años y medio del Ap
12, 14, según Dn 7, 25 y 12, 7. De los 42 meses habla también Ap
11, 2; cf. A. ORBE, Teología de San Ireneo..., o. c., III, 174.
NU/000042-MESES
29. Ap 13, 6; cf. A. ORBE, Teología de San Ireneo , o. c., III, 173.
30. Cf. Beda, 169, 58-170, 2; Beato, II, 130, 4-14.
31. Ap 13, 6.
32. Cf. Beato, II, 131, 14-132, 1.
33. Ap 13, 7.
34. Cf. Beda, 170, 9-10; Beato, II, 132, 12-16.
35. Ap 13, 7-8.
36. Cf. Beda, 170, 14-15; Beato, II, 133, 3-9.
37. Ap 13, 8.
38. Ap 13, 8.
39. Cf. Beda, 170, 25-28; Beato, II, 133, 10-134, 2. Se pueden
constatar aquí resonancias ireneanas, cf. A. ORBE, Teología de
San Ireneo..., o. c., III, 176-177.


XI (Ap 13-14)

La bestia semejante al Cordero: la Iglesia de los
herejes
En la lectura que acaba de ser recitada, hermanos muy
queridos, hemos oído al bienaventurado Juan que decía:
Y vi otra bestia que subía de la tierra1. Lo que es el mar lo
es también la tierra2. Y tenía dos cuernos semejantes a
los del Cordero3: es decir, los dos Testamentos a
semejanza del Cordero, que es la Iglesia4. Y hablaba
como dragón5: aquélla, que cristiana sólo de nombre
presenta al Cordero para infundir secretamente los
venenos del dragón, es la Iglesia herética; porque no
imitaría a semejanza del Cordero si hablase abiertamente.
Simula ahora a la cristiandad para engañar con más
seguridad a los imprudentes; es por esto por lo que el
Señor dice: «Guardaos de los falsos profetas»6, y lo que
sigue.
Y hace que la tierra y los que habitan en ella adoren a
la bestia primera, cuya herida de muerte había sido
curada. Y hace grandes prodigios, de modo que aun
fuego hace bajar del cielo a la tierra7. Y dado que el cielo
es la Iglesia, ¿qué es el fuego que hace bajar del cielo
sino derribar las herejías de la Iglesia? Así lo escrito: «De
nosotros salieron, mas no eran de nosotros»8. En efecto,
el fuego desciende del cielo, cuando los herejes que,
como el fuego, se separan de la Iglesia, persiguen a la
misma Iglesia. Luego la bestia con sus dos cuernos hace
que el pueblo adore a la imagen de la bestia, es decir la
invención del diablo 9.

La marca de la bestia: la hipocresía en la Iglesia
Y él le pondrá su marca sobre su mano derecha y
sobre su frente10. En efecto, expone «el misterio de la
iniquidad»11. Porque los santos que están en la Iglesia
reciben a Cristo en la mano y en la frente; pero los
hipócritas reciben a la bestia bajo el nombre de Cristo. Si
alguno no adoró a la bestia ni a su imagen, ni recibió su
marca en la frente o en la mano12.
No repugna a la fe el que la misma bestia represente a
la ciudad impía, es decir, la congregación o la
conspiración de todos los impíos y orgullosos que se llama
Babilonia y es interpretada «confusión», y a la cual
pertenecen todos aquellos que han querido hacer
acciones dignas de confusión; es el pueblo de los infieles
opuesto al pueblo fiel y a la ciudad de Dios. Pero su
imagen, su simulación, está ciertamente en estos hombres
que simulan profesar la fe Católica y viven infielmente;
pues fingen ser lo que no son y son llamados cristianos no
por la verdadera figura sino por una falsa imagen; de
éstos dice el Apóstol: «Que tendrán cierta compostura de
piedad mas que habrán renegado de su verdad y
eficacia13. De los que no hay más que un pequeño
número en el seno de la Iglesia Católica. Pero los justos
no adoran a la bestia, es decir, no consienten, no se
someten a ella; ni reciben la señal, es decir la marca del
crimen en la frente, por lo que profesan, ni en la mano,
por lo que hacen14.

La cifra de la bestia y la de Cristo: la hipocresía de los
herejes
NU/000616-BESTIA: Pues así ellos harán que nadie
pueda comprar sino quien lleve la marca o el nombre de la
bestia o el número de su nombre. Aquí está la sabiduría.
Quién tenga inteligencia calcule el número de la bestia,
pues es número humano15, es decir, de Cristo, del Hijo
del hombre, del cual la bestia tomó el nombre entre los
herejes. Hagamos, pues, el número que ha dicho para
que, una vez obtenido, encontremos el nombre o el
carácter. Y su número es, dice, seiscientos dieciséis16.
Estableciéndolo según los griegos, sobre todo porque
escribió a los de Asia. Y yo, dice, soy el A y la S17.
Seiscientos dieciséis en letras griegas corresponde a Xis,
que en letras separadas es un nombre. Pero una vez
reunidas en un monograma forman un carácter, un
número y un nombre18. Nosotros entendemos aquí el
nombre de Cristo y se muestra su semejanza que la
Iglesia adora en verdad; la hostilidad de los herejes se
hace semejante a él19; estos son los que, persiguiendo
espiritualmente a Cristo, sin embargo se les ve que se
glorían del signo de la Cruz de Cristo. Por esto es por lo
que se ha dicho que el nombre de la bestia es un número
humano.

El Cordero y los 144.000: Cristo y la Iglesia
Y vi, y he aquí que el Cordero estaba sobre el monte
Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban
su nombre y el nombre de su padre escrito sobre sus
frentes20. Desveló cual es la simulación del carácter
escrito sobre la frente cuando dice que Dios y Cristo
estaban escritos en la frente de los miembros de la Iglesia.
Y el una voz venida del cielo como voz de muchas
aguas21, es decir, aquélla de los ciento cuarenta y cuatro
mil22. Y como voz de un gran trueno; y la voz que oí era
como citaristas que tañían sus citaras23, y lo que sigue.
Pero cuando él dijo: Éstos son los que no se mancharon
con mujeres24, en este pasaje no solo entendemos a las
vírgenes que son castas de cuerpo, sino sobre todo a la
Iglesia toda que conserva una fe pura, como dice el
Apóstol: «Pues yo os desposé con un solo varón, para
presentaros como casta virgen a Cristo»25, que no ha
sido mancillada con ninguna unión adúltera con los
herejes, ni retenida por una desgraciada obstinación
hasta el fin de su vida sin el remedio de la penitencia en
las voluptuosidades acariciadoras y mortales de este
mundo. A continuación añade: Y en su boca no se halló
mentira26. No dijo «no ha tenido» sino no se halló: como
nos encuentre el Señor cuando de aquí nos llame, así
también nos juzga27; porque por el bautismo y la
penitencia nosotros podemos, en el hombre interior, llegar
a ser vírgenes y sin mentira.

Recapitulación

La caída de Babilonia
He aquí ahora una nueva recapitulación28: Y yo vi,
dice, otro ángel volando en cenit29, es decir, la
predicación que se difunde en medio de la Iglesia30. Que
tenía el evangelio eterno para evangelizar a los que
estaban sentados sobre la tierra, diciendo: temed al
Señor31, y lo que sigue. Algunos quieren ver a Elías en el
ángel que vuela en medio del cielo, en el otro ángel que le
sigue al compañero de Elías que predicará en este
tiempo32. Y otro ángel le siguió33, es decir, la predicación
de la paz futura. Diciendo, cayó, cayó Babilonia la
Grande34. Babilonia la ciudad impía, como ya se ha dicho
arriba, representa la asamblea del diablo, es decir, el
pueblo que le obedece, y toda la concupiscencia y la
corrupción que él busca para su perdición y para la del
género humano. Pues así como la ciudad de Dios es la
Iglesia y toda su conducta es celeste, del mismo modo,
pero al contrario, la ciudad del diablo es Babilonia en todo
el mundo, como dice el Señor: «He aquí que yo hago de
Jerusalén una piedra para ser pisada por todas las
naciones»35. Entonces la Iglesia dice: Cayó, cayó
Babilonia la Grande36. Ella dice esto como si ya se
hubiese realizado lo que todavía había de acontecer,
según lo dicho: «Repartieron entre sí mis vestiduras»37.
La que con el vino del furor de su fornicación ha abrevado
todas las naciones38. Todas las naciones, esto es, la
ciudad del mundo, es decir, todos los orgullosos que
están ya sea dentro ya sea fuera de la Iglesia39.

El Hijo del hombre sobre la nube
Y vi una nube blanca o cándida, y sentado sobre la
nube al Hijo del hombre40, es decir, a Cristo. Describe,
pues, a la Iglesia en su gloria, que se hace blanca
especialmente después de las llamas de la persecución.
Tenía en su cabeza una corona de oro41. Éstos son los
ancianos con las coronas de oro42. Y en su mano una
hoz afilada43. En efecto, esta hoz separa a los Católicos
de los herejes, a los santos de los pecadores, tal como
dice el Señor de los segadores44. Pero si hay que pensar
que el segador visto en la nube blanca es especialmente
Cristo en persona, ¿quién es el vendimiador que viene
detrás de él si no es el mismo Cristo, pero en su cuerpo
que es la Iglesia?45.
Quizás no nos equivocamos si vemos en estos tres
ángeles que salieron el triple sentido de las Escrituras:
histórico, moral y espiritual; pero en cuanto a la hoz hay
desacuerdo.

El lagar de la cólera de Dios
Y arrojó al grande, en el lagar de la cólera de Dios46.
No en el gran lagar sino que él arroja al mismo grande en
el lagar, es decir, a todo orgulloso47. Y el lagar fue pisado
fuera de la ciudad48, es decir, fuera de la Iglesia. En
efecto, consumado el cisma, todo pecador será expulsado
fuera; pero la pisa del lagar es la retribución de los
pecadores49. Y salió sangre del lagar hasta los frenos de
los caballos50: la venganza llegará hasta los jefes de los
pueblos; pues en el último combate la venganza de la
sangre derramada llegará hasta el diablo y sus ángeles51
en una extensión de mil seiscientos estadios52, es decir,
en todas las cuatro partes del mundo. NU/001600: En
efecto, el número cuatro es cuádruple, como en los cuatro
rostros cuadriformes y en las ruedas. En efecto cuatro
veces cuatrocientos suman mil seiscientos53.
........................
1. Ap 13, 11.
2. Cf. Beda, 170, 48-50; 120, 13-14; Beato, II, 137, 1.
3. Ap 13, 11.
4. Cf. Primasio, 197, 115-117 (880, 56-58); Beato, II, 134, 8-10;
Adv. Elip., II, 19-20 (CC LIX, 117, 558-560: PL 96, 989, 43-S7).
5. Ap 13, 11.
6. Mt 7, 15; cf. Primasio, 197, 119-121 (881, 2-5); Beda, 170,
55-171, 3; Beato, II, 140, 1-9; Adv. Elip., II, 20 (CC LIX, 117, 561-118,
577: PL 96, 989, 57-990, 5); Gregorio M., Moralia in lob, 1. 33, c. 35,
59 (PL 76, 711, 19-33).
7. Ap 13, 12-13.
8. 1 Jn 2, 19.
9. Cf. Beda, 171, 59-172, 1; Beato, II, 157, 3-5.
10. Ap 13, 16.
11. 2 Ts 2, 7; cf. Beda, 172, 2-4; Beato, II, 157, 9-13.
12. Ap 13, 15.
13. 2 Tm 3, 5.
14. Cf. Beda, 172, 6-8; Beato, II, 157, 17-158, 1. 5-7.
15. Ap 13, 17-18.
16. Ap 13, 18; cf. A. ORBE, Teóloga de San Ireneo..., o. c., III, 4:
«es muy creíble que los simpatizantes v. gr. del 616 (cf. Adv. haer.,
V, 30, 1) fueran los mismos que negaban el Milenio». Ireneo (Adv.
haer. V, 28, 2) e Hipólito (De Antichristo 48 ad fin.; in Dan. IV, 49, 2)
refieren a la bestia el número 666: compendio de su carácter.
NU/000666-BESTIA: Se repite la cifra 6 para las centenas, decenas
y unidades. «El misterioso número—escribe A. Orbe—recapitula
toda la apostasía plasmada en el mundo en seis millares de
anos» (cf. IRENEO, Adv. haer., V, 30, 1). «Ticonio no es milenarista;
pero su ideología en la aplicación de los números dista poco de la
de S. Ireneo», cf. A. ORBE, id., III, 183-186.
17. Ap 1, 8.
18. Cf. Primasio, 203, 254-258 (883, 54-884, 2); Beato, II, 161,
6-162, 1; Jerónimo, De Monogramma Christi, Anecd. Mareds.,
Maredsoli 1895, val. 3, pars 3, 195, 2-7.
19. Cf. Primasio, 209, 3-4; Beato, II, 162, 11-12.
20. Ap 14, 1.
21. Ap 14, 2.
22. Cf. Primasio, 209, 11-12 (886, 17-19); Beda, 173, 13-16;
Beato, II, 181, 16-182, 6.
23. Ap 14, 2.
24. Ap 14, 4.
25. 2 Co 11, 2; cf. Primasio, 886, 36-44; Beda, 174, 22-33; Beda
asigna explícitamente esta interpretación a Ticonio; Beato, II, 183,
8-11.
26. Ap 14, 5.
27. Cf. Primasio, 214, 145-147 (PLS IV, 1220, 5-9); Beda, 174,
26-32; Beato, II, 184, 9-185, 2; I, 310, 10-11; cf. A. RESCH, Agrapha.
Aussercanonische Schriftfragmente, TU XV, 322.
28. El inicio de esta recapitulación coincide con el comienzo del
libro séptimo del Comentario de Beato de Liébana y, quizás,
también con el libro séptimo del comentario ticoniano.
39. Cf. Beda, 175, 14-17; Beato, II, 196, 12-197, 4.
30. Cf. Primasio, 214, 153-154 (PLS IV, 1220, 19-21); Beda, 174,
40-41; Beato, II, 192, 12-15.
31. Ap 14, 6-7.
32. Cf. Victorino, 131, 10-15.
33. Ap 14, 8.
34. Ap 14, 8.
35. Za 12, 3; cf. Beato, II, 209, 6-8.
36. Ap 14, 8.
37. Sal 21, 19; cf Primasio, 215, 174-216, 180 (887, 51-59); Beda,
174, 55-57; Beato, II, 193, 11-194, 14.
38. Ap 14, 8.
39. Cf. Beda, 175, 14-17; Beato, II, 196, 12-197, 4.
40. Ap 14, 14.
41. Ap 14, 14.
42. Cf. Primasio, 218, 234-240(889, 16-20); Beda, 178, 6-17;
Beda atribuye esta exégesis a Ticonio; Beato, II, 200, 6-201, 2.
43. Ap 14, 14.
44. Cf. Mt 13, 30.
45. Cf. Beda, 176, 34-36; Beato, II, 204, 17-205, 3.
46. Ap 14, 19.
47. Cf. Primasio, 220, 276-278 (890, 7-15); Beato, II, 205, 11-13.
48. Ap 14, 20.
49. Cf. Victorino, 135,8-9; Primasio, 220, 280-283 (890, 15-17);
Beato, II, 206, 4-7.
50. Ap 14, 20.
51. Cf. Victorino, 135, 9-12; Primasio, 220, 284-290 (890, 20-33);
Beda, 177, 15-18;178, 1-6; Beato, II, 209, 13-17.
52. Ap 14, 20.
53. Cf. Victorino, 137, 4; Primasio, 220, 291-299 (890, 36-37);
Beda, 177, 22-23; Beato, II, 210, 1-4. 


XII (Ap 15-16)

Las siete plagas
En la lectura que acaba de ser recitada, hermanos muy
queridos, S. Juan dijo que había visto en el cielo otra
señal grande y maravillosa: siete ángeles, es decir, a la
Iglesia1, que tenían siete plagas, las últimas, pues en ellas
se consumó la cólera de Dios2. Las llamó últimas, porque
la cólera de Dios hiere siempre al pueblo rebelde con
siete plagas, es decir, perfectamente, como Dios mismo
repite frecuentemente en el Levítico: «Y yo os heriré siete
veces por causa de vuestros pecados»3.
Y yo vi como un mar de vidrio4: llama así a la fuente
transparente del bautismo. Mezclado de fuego5, es decir,
al espíritu o a la tentación6. Y los vencedores de la bestia
estaban sobre el mar de vidrio7, es decir, el bautismo,
teniendo citaras de Dios8, es decir, los corazones
consagrados de los que alaban a Dios9. Y los que
cantaban el cantar de Moisés, el siervo de Dios, y el
cantar del Cordero10, es decir, uno y otro Testamento.
Grandes y admirables son tus obras11, y lo que sigue.
Estas palabras provienen del uno y otro Testamento que
cantan éstos de los que acabamos de hablar. Repite lo
que había expuesto diciendo12: Y tras esto vi, y he aquí
que se abrió el tabernáculo del testimonio en el cielo13. El
templo, ya lo hemos dicho, significa la Iglesia; el ángel que
salió del templo y dio una orden al que estaba sentado
sobre una nube14, es el mandamiento del Señor. Porque
hay una salida que equivale a un mandamiento, como dice
el Evangelista: «Salió un edicto de César Augusto»15.
Vestidos de lino nítido y brillante, y ceñidos en torno a
los pechos de cintos de oro16. Manifiestamente muestra
en los siete ángeles a la Iglesia; en efecto, así al inicio la
había descrito en Cristo: Tenía, dice, un cinto de oro
sobre los pechos17.

Las siete copas de oro
Y uno de los cuatro vivientes dio a los siete ángeles
siete copas de oro rebosantes de la cólera de Dios18.
Éstas son las copas que llevan con perfumes los ancianos
y los vivientes que representan a la Iglesia, al igual que
los siete ángeles; y los perfumes significan bien la cólera
de Dios bien la palabra de Dios. Mas también todas estas
cosas dan la vida a los buenos pero a los malos
comportan la muerte, como está escrito: «Para unos, olor
de la vida para la vida, para otros olor de la muerte para
la muerte»19. En efecto, las oraciones de los santos,
significadas por el fuego que sale de la boca de los
testigos, son la manifestación de la cólera contra el mundo
y los impíos20. Esto es porque no basta a los orgullosos y
a los impíos no amar ni imitar a los que son santos, sino
que todavía ellos les persiguen por todas partes que
pueden. Todas estas plagas son espirituales y se
producen en el alma; porque en este tiempo todo el
pueblo impío resultará indemne de toda plaga corporal,
porque no merece ser castigado en el siglo presente
como si recibiese todo poder para ejercer sus crueldades;
pero es castigado espiritualmente, es decir, que todos los
impíos y soberbios sufren los pecados voluntarios y
mortales que son como úlceras en sus almas21.

La segunda copa
El segundo derramó su copa sobre el mar22, y lo que
sigue. El mar, los ríos, las fuentes de agua, el sol, el trono,
las bestias, el río Éufrates, el aire sobre el que los ángeles
derramaron las copas, es la tierra y los hombres; porque
él ordenó a todos los ángeles derramarlas sobre la tierra.
Pero todas estas plagas deben ser comprendidas de
modo contrario; dado que es una plaga incurable y
grande ira es recibir la potestad de pecar, principalmente
contra los santos, y no tener conciencia de la falta. Existe
una cólera de Dios más grande: el error que suministra
alimentos a la injusticia. Ésta es la plaga de la ira de Dios:
punzar estas heridas, y alegrarse y complacerse cada uno
en sus pecados. Así la prosperidad de los malos son las
úlceras de las almas y la adversidad de los justos tiene
como recompensa los gozos eternos23.
Pero en el tercer ángel y en el cambio del agua en
sangre ves todos los ángeles de los pueblos, es decir, los
hombres que interiormente tienen el alma sanguinaria24.


La cuarta copa
El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol y los
hombres fueron abrasados por un gran incendio25. Esto
tendrá lugar con el fuego de la gehenna; porque el diablo
en el tiempo presente cuando mata en el alma a sus
partidarios, no solamente los abrasa en su cuerpo, sino
en cuanto le es permitido, los glorifica, y a esta gloria y a
este gozo el Espíritu Santo los ha denominado plagas y
dolores26.
Y blasfemaron el nombre de Dios que tenía la potestad
sobre estas plagas y no hicieron penitencia27. Como ellos
no fueron castigados con estas plagas por Dios en el
cuerpo sino en el alma no hicieron memoria del Señor,
pero se hunden cada vez más en el mal; y es por esto por
lo que ellos blasfemaron persiguiendo a sus santos28.

La quinta y sexta copa
El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la
bestia, y quedó su reino en tinieblas29. Pues el trono de
la bestia, es su Iglesia30, es decir, la congregación de los
soberbios que es cegada por esta especie de plagas. Se
despedazaban las lenguas por sus dolores31, es decir,
que ellos se dañaban blasfemando por la especie de la
cólera de Dios32 porque estimaban por alegría el ser
traspasados. Y no hicieron penitencia33, pues estaban
endurecidos por la alegría34.
Y el sexto ángel derramó su copa sobre aquel gran río
Éufrates35, es decir, sobre el pueblo, y su cauce se
secó36, como más arriba dijo, la mies de la tierra ya está
madura37, es decir, ya está preparada para ser quemada.
Para preparar el camino de aquellos que son de la parte
del sol naciente38, es decir, de Cristo; en efecto, esto
acabado, los justos salen al encuentro de Cristo39.
.......................
1. Cf. Beato, n, 211, 11-15.
2. Ap 15, 1.
3. Lv 26, 24;cf. Victorino, 137, 4-8; Beato, n, 211, 16-212, 6.
4. Ap 15, 2.
5. Ap 15, 2.
6. Cf. Victorino, 49, 6; Beato, II, 212, 13-15; I, 457, 2-3.
7. Ap 15, 2.
8. Ap 15, 2.
9. Cf. Primasio, 221, 19.
10. Ap 15, 3.
11. Ap 15, 3.
12. Cf. Victorino, 67, 3; Primasio, 222, 32-34 (891, 17-18); Beda,
177, 50-53; Beato, II, 216, 1-3.
13. Ap 15, 5.
14. Ap 14, 15.
15. Lc2, 1;cf. Beato, II, 218, 1-7.
16. Ap 15, 6.
17. Ap 1, 13.
18. Ap 15. 6-7.
19. 2 Co 2, 16.
20. Cf. Primasio, 223, 70-74; Beda, 178, 41-46; Beato, II, 218,
3-12.
21. Cf. Beda, 181, 55-182, 1; Beato, II, 230, 9-231, 4.
22. Ap 16, 3.
23. Cf. Ticonio, L. R. 27, 6-7; Primasio, 231, 146-148 (896, 10-13);
Beda, 181, 48-53. Beda cita explícitamente a Ticonio; Beato, II, 232,
16-233, 13; I, 49, 2-6.
24. Cf. Beda, 179, 54-55; Beato. II, 12-14.
25. Ap 16, 8-9.
26. Cf. Beda, 180, 19-22; Beato, II, 240, 12-13; II, 241, 7-10.
27. Ap 16, 9.
28. Cf. Beda, 180, 38-41; Beato, II, 242, 6-10.
29. Ap 16, 10.
30. Cf. Beda, 180, 26-29. 35; Beato, II, 243, 12-17.
31. Ap 16, 10.
32. Cf. Ap 16, 11.
33. Ap 16, 11.
34. Cf. Beda, 180, 36-37. 42-43; Beato, II, 244, 3-7.
35. Ap 16, 12.
36. Ap 16, 12.
37. Ap 14, 15.
38. Ap 16, 12.
39. Cf. Primasio, 231, 144-154 (896, 13-19); Beda, 180, 46-54;
Beato II. 245, 2-15. 


XIII: el Juicio (Ap 16-17)

Los tres espíritus inmundos: el diablo, la bestia y los
falsos profetas
Hermanos muy queridos, S. Juan después de haber
hablado de los siete ángeles, de las copas y de las
plagas, habiendo omitido el séptimo ángel, recapitula
brevemente—según su costumbre—desde el principio1,
diciendo: Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de
la bestia y de la boca del falso profeta tres espíritus
inmundos a modo de ranas2. Vio un solo espíritu, pero
por el número y la división de un solo cuerpo dice que son
tres. El dragón, es decir, el diablo, y también la Bestia, es
decir, el cuerpo del diablo, y los falsos profetas, es decir,
los jefes del cuerpo del diablo, son un solo espíritu3. A
modo de ranas; pues son espíritus de demonios
obradores de prodigios4. Porque las ranas, además de la
fealdad que le es propia, son inmundas por el lugar donde
habitan; ellas parecen tener las aguas por morada y
origen; ahora bien ellas no solamente huyen las aguas y
se impacientan por la sequedad sino también que se
revuelcan en las mismas aguas, en las suciedades del
agua y en el ciénago. De igual modo los hipócritas ni viven
en el agua como ellos creen, sino en las suciedades que
los creyentes abandonan en el agua5. Se asemejan
también a las ranas estos hombres que no se ruborizan
de revolcarse en los pecados o en los crímenes que los
otros han abandonado por la penitencia o el bautismo. En
verdad cuando alguien se convierte a Dios y se arrepiente
de haber sido soberbio, adúltero, borracho o avaro, el que
imita estos pecados que otro ha abandonado
confesándolos, piensa en él mismo y dice: yo hago lo que
quiero, y después como éste hizo penitencia así también
haré yo; y cuando de repente le sobreviene a él el último
día, la confesión es imposible y no le queda más que la
condenación; éste que vive así queriendo imitar a los
otros no para el bien sino para el mal, este hombre se
envuelve y se enfanga como una rana en el ciénaga del
que otro ha sido liberado. Las ranas pues representan los
espíritus de los demonios6 obradores de prodigios que se
dirigen a los reyes del mundo entero con el fin de
congregarlos para la batalla del gran día del Señor7.

El día del Señor
Por gran día entiende todo el tiempo que discurre
desde la Pasión del Señor. Pero es necesario comprender
el significado del día según los diversos pasajes: a veces
significa el día del juicio, a veces la última persecución
que llegará bajo el Anticristo, a veces todo el tiempo,
como dice el profeta Amós: «¡Ay—dice—de los que
ansían el día del Señor! ¿Y qué creéis que será para
vosotros el día del Señor?»8 y lo que sigue en el mismo
pasaje. Todo esto se realiza en esta vida para los que el
día del Señor son las tinieblas; los que desean el día del
Señor, es decir, los que ponen su deleite en este mundo,
aquellos para los cuales el mundo está lleno de dulzura,
entregados a la voluptuosidad y a la lujuria, reciben su
salario en este mundo; aquellos que estiman que la
religión es un negocio9, a los que se le dice: «¡Ay de
vosotros que estáis saciados!»10; no aquellos de los que
se dice: «Bienaventurados los que lloran»11.

La ciudad dividida en tres partes: la Iglesia, los herejes
y los gentiles
Recapitula de nuevo a partir de la misma
persecución12, diciendo: Y se produjeron relámpagos y
truenos y sobrevino un gran terremoto, cual no hubo
desde que existieron hombres sobre la tierra, y esta gran
ciudad se dividió en tres partes13. Por esta gran ciudad
es necesario comprender absolutamente a todo el pueblo
que está bajo el cielo, que se partirá en tres partes
cuando la Iglesia sea dividida de manera que los gentiles
sean una parte, otra parte todos los herejes y los falsos
católicos y una tercera parte la Iglesia Católica. Pues él
continúa y muestra cuáles son las tres partes cuando
dice: Las ciudades de las naciones se desplomaron, y
Babilonia la Grande se presentó a la memoria de Dios
para darle la copa del vino de su ira; y toda isla huyó, y
los montes desaparecieron14.
Las ciudades de las naciones son las naciones,
Babilonia la abominación de la desolación15, las
montañas y las islas son la Iglesia; dice que en las
ciudades de las naciones toda fortificación y toda
esperanza de las naciones ha caído. En efecto, ellos no
tienen ciudades distintas de los cristianos sino que las
ciudades buenas y malas se encuentran entre los
hombres16. Así pues Babilonia cayó o bebió la ira de Dios
cuando recibió el poder contra Jerusalén que es la
Iglesia17. Desaparecieron las islas18, es decir, no son
aventajadas19. Y un gran pedrisco de piedras como de a
quintal, cayó del cielo sobre los hombres20 Por el
pedrisco se entiende la ira de Dios21; dice que todas
estas plagas son la figura de las plagas espirituales22. Y
los hombres blasfemaron de Dios por la plaga del
pedrisco porque es grande su plaga en extremo23

La gran prostituta y la bestia
Recapitula de nuevo24, diciendo: Y vino uno de los
siete ángeles y me dijo: ven, te mostraré la condenación
de la gran prostituta que está sentada sobre muchas
aguas, con la cual fornicaron los reyes de la tierra, es
decir, todos los habitantes de la tierra. Y me llevó en
espíritu a un desierto y vi una mujer sentada sobre una
bestia25. En la bestia es necesario ver a todo el pueblo
malvado; en la mujer está representada la corrupción26.
Dice que la mujer está sentada en el desierto, porque ella
sí se sienta en los impíos en los que el alma está muerta y
los que son abandonados por Dios. Dijo en espiritu27,
porque un abandono de este género no puede ser visto
más que en espíritu. La ha descrito suntuosamente
preparada por los ornamentos de su lujuria.

Recapitulación
La bestia, pues, sobre la que ella está sentada, como
ya se dijo más arriba, significa el pueblo, que representan
las grandes aguas, como él mismo expone: El agua que tú
ves donde la mujer está sentada, son pueblos y
muchedumbres, y naciones y lenguas28. Dice que la
corrupción está sentada sobre los pueblos en el desierto.
La prostituta, la bestia, el desierto son una sola y misma
cosa. La bestia, como ya queda dicho, es el cuerpo
opuesto al Cordero; en este cuerpo es necesario ver ora
el diablo, ora una cabeza como muerta y que representa a
los herejes los cuales parecían gloriarse de la muerte de
Cristo, ora el solo pueblo de los soberbios, que es
Babilonia toda entera29. Los tres espíritus que salían
como ranas de la boca del dragón significan: el uno el
diablo, el otro los falsos profetas o los jefes de los herejes,
el tercero el cuerpo del diablo, es decir, todos los
cristianos hipócritas, soberbios o impíos de los que la
Iglesia contiene en su seno un gran número. Finalmente
los que son tales se revuelcan a semejanza de las ranas
en toda inmundicia y en el lodo de la lujuria. Se asemejan
también a las ranas los hombres que no se ruborizan por
revolcarse en los pecados o en los crímenes que los otros
han abandonado por la penitencia y el bautismo,
diciéndose: En el presente yo hago mis voluntades; y
después, como éstos se han convertido, así yo también
me convertiré a Dios. Y sobreviniendo de repente la
muerte, la confesión es imposible y no queda más que la
condenación. Cuando dice que todos los hombres deben
ser congregados para el gran día: este gran día
representa todo el tiempo que discurre desde la Pasión
del Señor hasta el fin del mundo.
Porque estos para los que este día está lleno de
dulzura y los que en el mismo han buscado provecho
esclavizándose a la voluptuosidad y a la lujuria, se
hundirán en una gran miseria porque se cumplirá en ellos
aquella palabra profética: «¡Ay de aquellos que han
buscado el día del Señor!»30. En efecto, por un gozo
falso y pasajero se preparan una amargura eterna. Aquí
el gran día puede ser entendido como aquella desolación
que tuvo lugar cuando Jerusalén fue asediada por Tito y
Vespasiano donde a excepción de aquellos que fueron
llevados a la cautividad se dice que encontraron la muerte
once mil31.
Pero cuando dice: Los congregó en un lugar llamado
Armagedon32, ha querido representar a todos los
enemigos de la Iglesia. Después prosigue y dice:
Cercaron el campamento de los santos y la ciudad
amada33, es decir, la Iglesia. Luego se produjeron
truenos, y acaeció un gran terremoto y esta gran ciudad
fue dividida en tres partes: la gran ciudad representa
absolutamente a todo el pueblo, una parte es la de los
paganos, otra la de los herejes y la tercera la de los
cristianos en la cual se encuentran también hipócritas.
Cuando del seno de esta tercera parte hayan sido
separados los buenos, entonces los que en la Iglesia son
hipócritas, después de haber sido reunidos con las otras
dos partes reciben el juicio de Dios; esto ya en alguna
parte se realiza en este tiempo. Entonces, Babilonia cae,
cuando los malos reciben la potestad de perseguir a los
buenos que están en la Iglesia.
En cuanto al gran pedrisco de piedra como de a quintal
que desciende del cielo34 se entiende que este gran
pedrisco de piedra es la cólera de Dios; la cual, antes de
que venga en el día del juicio, es enviada espiritualmente
sobre los impíos y soberbios en lo íntimo de su alma. La
meretriz que vio en espíritu sentada sobre la bestia en el
desierto35, dice que está en el desierto porque ella está
sentada sobre los impíos, es decir, sobre aquellos que
están muertos en su alma y alejados de Dios.
Dice en espiritu36 porque un abandono de este
género, que se produce en el interior del alma no puede
ser visto más que espiritualmente. La meretriz, la bestia, el
desierto son una sola y misma cosa donde el todo es
significado por Babilonia. La bestia, como ya ha sido
dicho, es el cuerpo de los impíos opuesto al Cordero; en
este cuerpo es necesario ver ora el diablo ora la cabeza
que está muerta y que significa la perfidia de los herejes
que parecen glorificarse de la muerte de Cristo, dado que
ellos persiguen constantemente a la Iglesia de Cristo.
Y puesto que no son solamente los herejes o los
paganos sino también los malos católicos, es decir, los
soberbios y los impíos que persiguen a los que ven
mansos y humildes en la Iglesia, en cuanto podemos,
pidamos la misericordia de Dios para que traiga al bien a
los que han cometido tales acciones, y que nos conceda a
nosotros, por su bondad, la bienaventurada
perseverancia en las buenas obras, Él, que con el Padre y
el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos,
Amén.
........................
1. Cf. Beda, 180, 52-54; Beato, II, 245, 13-15.
2. Ap 16, 13.
3. Cf. Primasio, 232, 162-168 (896, 31-39); Beda, 180, 54-57:
Beato, II, 247, 5-12.
4. Ap 16, 13-14.
5. Cf. Beda, 180, 58-181, 3; Beato, II, 247, 15-248, 8; Adv. Elip., 1.
52 (CC LIX, 37, 1414-1438: PL 96, 924, 58-925, 10).
6. Cf. Beato, II, 248, 13-15.
7. Ap 16, 14.
8. Am 5, 18.
9. 1 Tm 6, 5.
10. Lc 6, 25.
11. Mt 5, 5; cf. Beato, Il, 251, 4-13.
12. Cf. Primasio, 234, 225 (897, 41-42); Beda, 182, 1-2; Beato, II,
257, 16.
13. Ap 16, 18-19.
14. Ap 16, 19-20.
15. Cf. Primasio, 235, 233-242 (897, 53-898, 4); Beda, 182, 9-12;
Beato, Il, 258, 5-259, 4.
16. Cf. Primasio, 252, 245 (898, 7-9); Beato, II, 259, 7-12.
17. Cf. Primasio, 236, 253-254 (848, 18-20); Beda, 182, 19-21;
Beato, II, 260, 5-7.
18. Ap 16, 20.
19. Cf. Beato, II, 260, 12-13.
20. Ap 16, 21.
21. Cf. Beato, Il, 260, 16-261, 1.
22. Cf. Beda, 182, 32-33; Beato, II, 261, 13-14.
23. Ap 16, 21.
24. Cf. Beato, II, 262, 8. Este pasaje coincide en Beato con el final
del libro octavo de su Comentario.
25. Ap 17, 1-3; coincide con la historia (Ap 17, 1-3) del inicio del
libro noveno del comentario del lebaniego; ¿se puede concluir que
ya el comento de Ticonio incluía las 'historias' del Ap?
26. Cf. Beato, II, 267, 5-7.
27. Ap 17, 3.
28. Ap 17, 15; cf. Primasio, 245, 221-222 (903, 57-58); Beato, II,
266, 15-267, 2.
29. Cf. Primasio, 238, 26-30 (899, 14-23); Beato, II, 269, 18-270,
7.
30. Am 5, 18.
31. Cf. Cesáreo, Serm. 127, n. 2; es una de las pocas referencias
del autor a la historia romana.
39. Ap 16, 16.
33. Ap 20, 9.
34. Cf. Ap 16, 21.
35. Cf. Ap 17, 2-3.
36. Cf. Ap 17, 3.


XIV (Ap 17)

La mujer sentada sobre la bestia: la multitud de los
soberbios
Hermanos muy queridos, al ser leída hace un instante
la lectura sagrada, hemos escuchado que el
bienaventurado Juan dijo que había visto una mujer
sentada sobre una bestia roja escarlata1, es decir, una
pecadora manchada de sangre. Henchida de nombres de
blasfemia2, muestra que la bestia tenía muchos nombres,
es decir, el pueblo impío, como ya hemos dicho. Que tenía
siete cabezas y diez cuernos3, es decir, que tenía los
reyes y reinados del mundo con los cuales el diablo fue
visto en el cielo. Y la mujer, es decir, toda la multitud de
los soberbios andaba vestida de púrpura y escarlata,
engalanada con oro y piedras preciosas4, es decir, con
todos los atractivos de una verdad engañosa. Y
finalmente lo que contiene en el interior de esta belleza lo
expone diciendo como sigue: Y llevaba en su mano una
copa rebosante de abominaciones y de las inmundicias de
su fornicación5. El oro de las inmundicias es la hipocresía;
sin duda exteriormente parecen justos a los ojos de los
hombres pero en el interior están repletos de toda clase
de inmundicia6.

La Iglesia perseguida por los falsos cristianos, herejes y
paganos
Y sobre su frente un nombre escrito: ¡misterio!,
Babilonia la Grande, la madre de las rameras y de las
abominaciones de la tierra7. Ninguna superstición deja
impresa una señal en la frente a no ser la hipocresía.
Pues el Espíritu nos refiere qué es lo que está escrito en
la frente. Pero ¿por qué no se impuso dicho título
abiertamente? En efecto, dijo que era un misterio que
interpretó así: Y vi la mujer ebria de la sangre de los
santos y de la sangre de los mártires de Jesús8. Porque
hay un cuerpo que es opuesto a la Iglesia por dentro y por
fuera, es decir, los falsos cristianos en la Iglesia y los
herejes y los paganos fuera de la Iglesia. Aun cuando este
cuerpo parezca estar separado en cuanto al lugar, sin
embargo en la persecución el Espíritu realiza la unidad de
la Iglesia. «Porque es imposible que un profeta perezca
fuera de Jerusalén»9, que mata a los profetas; esto es, no
puede acontecer que los cristianos buenos sufran
persecución alguna sin los malos cristianos10. Es así que
los biznietos son acusados de haber apedreado a
Zacarías11, partícipes del sentimiento de sus
antepasados, cuando ellos no tuvieron parte alguna12.

La bestia que nace de la bestia
Y la bestia era y no es y será, va a subir del abismo e ir
a la perdición13. Es decir, que ella nacerá de un pueblo
para que se pueda decir que la bestia salió de la bestia y
el abismo del abismo. ¿Cuál es la bestia que sale de la
bestia, el abismo del abismo, a no ser el pueblo malo que
nace de un pueblo malo? Esto es lo que sucede cuando
los malos hijos imitan a los peores parientes. Él muestra
todavía en vida y va a la perdición, como sus padres, de
los que procede. Y ya «no son» porque a estos que
estaban muertos les sucedieron otros. De tal modo que
nunca faltan14, en mayor o menor número, para insidiar a
la Iglesia, ya sea en secreto ya sea abiertamente, sin
cesar y desde el principio.
Pero cuando habla de la mujer sentada sobre la bestia
color escarlata15 quiso dar a entender al pueblo pecador
y sanguinario. Cuando él la describe revestida de púrpura
y de escarlata, y adornada de oro y piedras preciosas16,
muestra al pueblo de los hombres soberbios e impíos,
repleto de todos los atractivos de una verdad simulada. El
hecho de que tenía en la mano una copa de oro llena de
abominaciones y de impurezas de su fornicación17, es
necesario comprender a los hipócritas, es decir, a los
falsos cristianos que exteriormente sin duda parecen
justos, pero por dentro están repletos de toda impureza.
Sobre su frente ella tenía escrito: Babilonia, madre de
la fornicación18; ninguna superstición imprime en la frente
un signo a no ser la hipocresía; es decir, que fingen ser
buenos cuando son malos.
Pues cuando dice que esta mujer estaba ebria de la
sangre de los santos y de los mártires de Jesús19 quiso
mostrar un solo cuerpo de malos que se oponen siempre
a la Iglesia en el exterior y en el interior; porque también
en la Iglesia hay falsos cristianos, y fuera de la Iglesia
herejes y paganos. Y aunque ellos estén perfectamente
separados del cuerpo ellos se unen entretanto en un solo
espíritu para perseguir a la Iglesia. Cuando él dice: La
bestia fue, y no es, y ella será, y va a salir del abismo20,
es necesario entender que un pueblo malo nace de un
pueblo malo para que se pueda decir que la bestia sale
de la bestia, el abismo del abismo. ¿Qué es la bestia que
sale de la bestia sino el pueblo malo que nace del pueblo
malo? Esto acontece cuando los hijos malos imitan a los
peores parientes; y así mientras los unos suceden a los
otros que están muertos no falta nunca nadie para tender
trampas a la Iglesia desde el comienzo, en mayor o menor
número, secreta o abiertamente. Porque no podemos en
esta vida estar separados corporalmente de la asociación
con ellos, supliquemos la misericordia de Dios para estar
separados en las costumbres, a fin de no perecer con
ellos en el suplicio eterno, pero especialmente cuando
estos últimos oyeren estas palabras: «Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno»21, merezcamos nosotros oir:
«Venid, benditos de mi Padre, recibid el Reino»22. Que
Nuestro Señor Jesucristo nos lo conceda, Amén.
........................
1. Ap 17, 3.
2. Ap 17, 3.
3. Ap 17, 3.
4. Ap 17, 4.
5. Ap 17, 4.
6. Cf. Mt 23, 28.
7. Ap 17, 5.
8. Ap 17, 5.
9. Lc 13, 33.
10. Cf. Primasio, 241, 112-120 (901, 6-14); Beda, 183, 11-18.
23-25. 37-43. Beda se refiere explícitamente a la interpretación de
Ticonio; Beato, II, 270, 8-272, 11.
11. Cf. Mt 23, 35.
12. Cf. Beda, 183, 29-31; Beato, II, 273, 1-2.
13. Ap 17. 8.
14. Cf. Beato, II, 274, 9-275, 5.
15. Cf. Ap 17, 4.
16. Cf. Ap 17, 4.
17. Cf. Ap 17, 4.
18. Cf. Ap 17, 5.
19. Cf. Ap 17, 5.
20. Ap 17, 8.
21. Mt 25. 41.
22. Mt 25, 34.


XV (Ap 17-18)

Los perseguidores de la Iglesia
En la lectura que acaba de ser recitada, hermanos muy
queridos, aquellos reyes que él ha dicho que persiguen a
Jerusalén son los pueblos malos que persiguen a la
Iglesia de Dios; ellos son denominados casi reyes1 porque
su reino es como un sueño. Pues todo hombre malo que
persigue a uno bueno, realiza esto como en un sueño,
porque la persecución de todos los malos no durará sino
que se evanecerá como un sueño, como dijo Isaías:
«Serán—dice—como aquel que soñando el sueño de las
riquezas de todos los pueblos»2.
Ellos tienen un único deseo3, es decir, que persiguen a
los buenos con una sola alma. Por eso dice tienen, y no
«tendrán», porque la persecución de los malos no tendrá
lugar solamente cuando venga el día del juicio, sino que
también no falta en el tiempo presente. Y ellos entregarán
su poder y majestad al diablo4. También dice esto porque
los mismos hombres impíos parecen dar el poder a aquél
a instigación del cual hacen el mal. Éstos luchan contra el
Cordero5, es decir, que ellos se oponen ciertamente a la
Iglesia hasta el fin, hasta que los santos reciban todo el
reino. Y el Cordero los vencerá6, es decir, que Dios no
permite que sean tentados más allá de sus fuerzas7. Esto
es por lo que él dice: Y el Cordero los vencerá, porque es
Señor de señores y Rey de reyes, y los que con él están
son llamados, elegidos y fieles8, es decir, la Iglesia. Por
esto, pues, dice llamados y elegidos, porque no todos son
llamados y elegidos, como dice el Señor: «Muchos son los
llamados pero pocos los elegidos»9.

La cólera y el juicio de Dios
Y el ángel me dijo: tu ves donde está sentada la
ramera, éstos son los pueblos, y las muchedumbres, y las
naciones, y las lenguas; y los diez cuernos que viste,
éstos aborrecerán a la ramera10, es decir, a aquella
mujer.
La ramera es pues la vida lujuriosa que se desenvuelve
en robos y voluptuosidades. Dice asimismo que odian a la
meretriz porque los impúdicos y soberbios, los avaros y
presuntuosos no solamente persiguen a los santos sino
que también se odian entre sí. Y de otro modo, entre ellos
se odian tanto que en ellos se cumple lo que está escrito:
«El que ama la iniquidad aborrece su alma»11 y prosigue:
Y la dejarán devastada y despojada12; en efecto, por la
cólera de Dios y su justo juicio por el cual ellos son
abandonados por él, ellos harán del mundo un desierto
mientras estén entregados a él y lo usen de una manera
injusta. Y devorarán sus carnes13, esto porque, según el
Apóstoles, ellos se muerden y devoran entre ellos; y esto
es porque añade la causa, diciendo: Porque Dios puso en
sus corazones el que ejecutasen su sentencia15: es decir,
que él suscitó las plagas que decretó infligir al mundo y
con justo título16.
Y entregarán su reino a la bestia hasta que cumplan las
palabras de Dios17, es decir, que los hombres malos
obedecen al diablo hasta que se cumplan las Escrituras y
venga el día del juicio18. Después de esto prosigue: Y la
mujer que viste es la ciudad grande, la que ejerce realeza
sobre los reyes de la tierra19, es decir, sobre todos los
malos e impíos. Todavía dijo así a propósito de la Iglesia:
Ven, te mostraré la esposa del Cordero. Y me mostró la
ciudad que bajaba del cielo20. Después vi otro ángel que
bajaba del cielo y tenía gran potestad; y la tierra se
iluminó con su gloria. Y clamó con toda su fuerza diciendo:
«Cayó, cayó Babilonia la Grande, y ha quedado hecha
morada de demonios y guarida de todo pájaro impuro y
mancillado»21. ¿Es que las ruinas de una sola ciudad
pueden contener todos los espíritus impuros y todo pájaro
impuro, o en aquel tiempo en que la misma ciudad cayese,
el mundo entero sería abandonado a los espíritus y a los
pájaros impuros y estos habitarán en las ruinas de una
sola ciudad? No existe ciudad alguna que contenga toda
alma impura, a no ser la ciudad del diablo, en la cual
habita toda impureza en los hombres malos sobre toda la
tierra22. Los reyes que dijo que perseguían a Jerusalén
son los hombres malos que persiguen a la Iglesia de Dios.

........................
1. Ap 17, 12.
2. Is 29, 7; cf. Beda, 184, 28-29; Beato, II, 290, 11-17.
3. Ap 17, 13.
4. Ap 17, 13; cf. Beato, II, 291, 13-19.
5 Ap 17, 14.
6. Ap 17 14.
7. Cf. 1 Co 1:, 13.
8. Ap 17, 15.
9. Mt 20, 16.
10. Ap 17, 15-16.
11. Sal 10, 6.
12. Ap 17, 16.
13. Ap 17, 16.
14. Cf. Ga 5, 15.
15. Ap 17, 17.
16. Cf. Primasio, 245, 217-219 (903, 20-22); 245, 224-246, 229
(903, 33-35); Beda, 184, 39-41.45-47.49-51.54- 59; Beato, Il, 293,
9-295, 3.
17. Ap 17, 17.
18. Cf. Primasio, 246, 244-245 (904, 10-20): Beda, 185, 1-6;
Beato, II, 295, 8-9.
19. Ap 17, 18.
20. Ap 21, 9-10;cf. Primasio, 246, 246-247, 254 (904, 24-30);
Beda, 185, 7-12; Beato, II, 295, 15-296, 1.
21. Ap 18, 1-2.
22. Cf. Beda, 185, 27-30; Beato, 11, 305, 4-10. 


XVI (Ap 18-20)
Babilonia y Jerusalén: los pecadores y los santos
BABILONIA/JERUSALEN JERUSALEN/BABILONIA:
Cada vez que oís nombrar a Babilonia, hermanos
queridísimos, no entendáis una ciudad construida con
piedras, porque Babilonia significa confusión, como se ha
dicho repetidas veces; pero reconoced que con este
nombre se designa a los hombres soberbios, ladrones,
lujuriosos e impíos recalcitrantes en sus pecados; por el
contrario, cada vez que vosotros oyéseis el nombre de
Jerusalén, que quiere decir visión de paz, entended por
ella los hombres santos que pertenecen a Dios.
Porque Babilonia ofrece la imagen de los hombres
malos, es por lo que él dice a este propósito en el pasaje
siguiente: Porque del vino del furor de su fornicación han
bebido todas las naciones, y los reyes de la tierra que
fornicaron con ella1, es decir, el uno con el otro; en
efecto, todos los reyes no pueden haber fornicado con
una sola prostituta; pero mientras que los impúdicos, que
son los miembros de la meretriz, se corrompen
mutuamente, se dice que ellos han fornicado con la
meretriz, es decir, por sus costumbres disolutas. Después
de esto continúa diciendo: Y todos los mercaderes de la
tierra se enriquecieron con la pujanza de su lujo2. En este
lugar habla de aquellos que son ricos en pecados, porque
el exceso de lujo engendra más bien la pobreza que la
riquezas3.

Babilonia dividida: la conversión de los pecadores
Y oí, dice, otra voz venida del cielo que decía: «Salid de
ella, pueblo mio, para que no os hagáis cómplices de sus
pecados y no participéis en sus plagas»4. En este lugar
demuestra que Babilonia está dividida en dos partes:
porque cuando, bajo la inspiración de Dios, los pecadores
se convierten al bien, Babilonia se divide; y esta parte,
que se separa de ella, se hace Jerusalén. En verdad,
cada día se pasa de Babilonia a Jerusalén, y de Jerusalén
se extravían a Babilonia, cuando los malos se convierten
al bien y cuando aquellos que parecían ser buenos por su
hipocresía, se manifiestan públicamente como malos.
/Is/52/11/CESAREO: Finalmente, en cuanto a los
buenos la Escritura dice también por medio de Isaías:
«Salid de en medio de ellos y no toquéis nada impuro:
salid de en medio de ella y separáos de ella vosotros que
lleváis los vasos del Señor»5. El Apóstol recuerda esta
separación diciendo: «Sin embargo el sólido fundamento
puesto por Dios se mantiene firme, y el Señor conoció a
los que son los suyos y apártese de la iniquidad todo el
que pronuncie el nombre del Señor6. No os hagáis
cómplices, dice, de sus pecados y no seáis afligidos por
sus plagas7. Pues está escrito: «El justo, muera de la
muerte que muera, gustará el reposo8, ¿cómo puede el
justo tener parte en el pecado cuando es llevado con el
impío en la caída de la ciudad? No puede ser, a no ser
que, cuando los buenos abandonan la ciudad del diablo,
es decir, las costumbres impúdicas e impías, alguno de
entre ellos quisiera permanecer y deleitarse en las
voluptuosidades de Babilonia; si actúa así, sin duda
alguna será partícipe de su plaga9.

Salir de Babilonia: mudar de conducta
Pero cuantas veces dijo salid10, no lo entendáis
corporalmente sino espiritualmente. Se sale de en medio
de Babilonia cuando se abandona una mala conducta.
Porque en una sola casa, y en una sola Iglesia, y en una
sola ciudad viven juntos los habitantes de Jerusalén y los
de Babilonia. Y sin embargo, entretanto los buenos no
sigan a los malos y los malos no se conviertan a los
buenos, se reconoce a Jerusalén en los buenos y a
Babilonia en los malos. Ellos habitan juntos
corporalmente, pero según su corazón ellos están muy
divididos; porque el género de vida de los malos es
siempre terrestre, porque ellos aman la tierra y han
puesto toda su esperanza y todo el deseo de su alma en
las cosas de la tierra; pero el espíritu de los buenos,
según el Apóstol, está siempre fijo en las cosas
celestes11, porque ellos gustan las cosas de lo alto12.
Salid, dice, de ella, pueblo mio, es decir de Babilonia, para
que no os hagáis cómplices de sus pecados y no seáis
afligidos por sus plagas. Porque sus pecados llegan a
tocar el cielo, y se acordó Dios de sus iniquidades.
Pagadle como ella misma pagó, y dobladle al doble de la
medida de sus obras; en la copa en que escanció
escanciadle doblado; cuando ella se dió al placer y al lujo,
dadle otro tanto de tormento y duelo13. Todas estas
cosas las dice Dios a su pueblo, a los cristianos buenos,
es decir, a la Iglesia: Pagadle como ella misma pagó14; en
efecto, es de la Iglesia que salen sobre el mundo las
plagas visibles e invisibles. Porque Babilonia, es decir, el
pueblo de todos los malos y todos los soberbios, dice en
su corazón: sentada estoy como reina, y viuda no soy, y el
duelo jamás lo veré; por esto un solo díá vendrán sus
plagas: muerte, duelo y hambre; y será abrasada en
fuego15. Si ella muere y es quemada en un día ¿qué
sobreviviente llorará la muerte? o ¿cuánta puede ser el
hambre de un solo día? Pero por este día ha querido
hablar de la breve duración de la vida presente durante la
cual han sido afligidos espiritual y corporalmente16;
porque para todos los soberbios y para aquellos que se
han entregado a las voluptuosidades, le sobrevienen más
grandes penas sobre el alma que sobre el cuerpo.
En realidad, ellos son castigados con una más grande
plaga cuando ellos se glorían de sus iniquidades y reciben
así, por un justo juicio de Dios, licencia para hacer el mal.
De tal suerte que ellos no merecen ser castigados con los
hijos de Dios, sino que se cumple en ellos lo que está
escrito: «No comparten las penas de los hombres y con
los hombres no son castigados; por eso su soberbia los
sostiene»17.

Lamentaciones de los reyes de la tierra por la caída de
Babilonia
Porque fuerte es el Señor Dios que la juzgará. Y llora
rán y plañirán sobre ella los reyes de la tierra que con ella
fornicaron18. ¿Qué reyes lloraron su ruina, si estos reyes
la han abatido? Ahora bien, lo que es la ciudad también
son los reyes que la lloran19. No es el pecado de la lujuria
que han cometido con ella lo que ellos lloran haciendo
penitencia sino que es que reconocen que la prosperidad
del mundo, por la cual ellos estaban esclavos de sus
voluptuosidades, ha desaparecido; y porque estas cosas
que por la lujuria les placían anteriormente comienzan a
cesar por ellos, los libertinos se destruyen mutuamente
como el humo de la Gehenna inminente quedándose,
dice, lejos por el temor de su tormento20. Quedándose
lejos no de cuerpo sino de espíritu, porque cada uno teme
para sí lo que ve a otro sufrir por las calumnias y el poder
de los soberbios. Diciendo: ¡Ay! ¡ay! la ciudad grande
Babilonia, la citudad poderosa, porque en una sola hora
ha venido tu juicio21. El Espíritu dice el nombre de la
ciudad, pero aquellos lloran que el mundo sea arrebatado
enteramente en muy poco tiempo y que toda actividad
arruinada haya cesado22.

Lamentaciones de los malos por la caída de Babilonia
Y los mercaderes de caballos y de carros y de esclavos
que a costa de su comercio se enriquecieron, se
mantendrán a lo lejos llorando y lamentándose diciendo:
¡Ay! ¡ay!, la ciudad grande23. Por todas partes donde el
Espíritu habla de mercaderes enriquecidos por ella,
significa la riqueza de los pecadores. Vestida de lino
finisimo y púrpura y escarlata, y engalanada con oro y
piedras preciosas y perlas24. ¿Es que una ciudad es
vestida de lino fino y de púrpura? ¿No serán más bien los
hombres? Es porque éstos son los mismos que se
lamentan de ser despojados de todas estas cosas de las
que se ha hablado. Y todo piloto, y todo el que navega en
los mares, y los marineros y cuantos se fatigan en el mar,
se mantuvieron lejos y gritaron al ver el humo de su
incendio25. ¿Es que todos los pilotos y todos los
marineros que se fatigan en el mar han podido estar
presentes para ver el incendio de una sola ciudad? Pero
él quiere decir que todos los que aman el mundo y los que
realizan la iniquidad temerán en viendo la ruina de su
esperanza26. Después de esto dice: Y vi a la bestia y a
los reyes de la tierra con sus huestes27. La bestia
representa al diablo28; los reyes de la tierra y sus
huestes, a todo su pueblo. Reunidos para dar la batalla al
que iba montado en el caballo y su hueste29, es decir, a
Cristo y a la Iglesia. Y vi a otro ángel que descendía del
cielo30. Es el Señor Cristo en su primera venida31. Y
tenía la llave del abismo32, es decir, que Dios le dio el
poder sobre su pueblo; pues bien, por abismo hay que
entender el pueblo malo. Y él tenía una gran cadena en
su mano33, es decir, que Dios le dió el poder en su mano.
Y cogió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, y
Satanás, y lo ató para mil años34, en su primera venida,
como dice él mismo: «¿Cómo puede uno entrar en la casa
del fuerte y saquear su ajuar si no ata primero al
fuerte?»35. En efecto, cuando expulsa al diablo del
corazón de sus fieles, él lo envía al abismo, es decir, al
pueblo malo36; y él mostró esto visiblemente cuando,
expulsando los demonios, les permitió pasar de los
hombres a los cerdos que iban a ser engullidos en el
abismo37: esto es lo que se realiza principalmente en los
herejes.
........................
1. Ap 18, 3.
2. Ap 18, 3.
3. Cf. Beda, 185, 31-35; Beato, II, 305, 12-19.
4. Ap 18, 4.
5. Is 52, 11.
6. 2 Tm 2, 19, cf. Primasio, 253, 52-60 (905, 33-41); Beda, 185,
36-38; Beato, II, 306, 1-19; II, 114, 6.
7. Ap 18, 4.
8. Sb 4, 7.
9. Beato, II, 307, 1-6.
10. Ap 18, 4.
11. Cf. Flp 3. 20.
12. Cf. Col 3, 2.
13. Ap 18, 4-7.
14. Ap 18, 6; cf. Beato, II 308, 17-309, 7.
15. Ap 18, 7-8.
16. Cf. Beda, 185, 42-44; Beato, II, 309, 12-310, 3.
17. Sal 72, 5-6.
18. Ap 18, 9.
19. Cf. Beato, II, 310, 7-10.
20. Ap 18, 9-10.
21. Ap 18, 10.
22. Cf. Beda, 186, 12-19; Beato, 311, 4-13.
23. Ap 18, 15-16.
24. Ap 18, 16.
25. Ap 18, 17.
26. Cf. Beda, 186, 40-48; Beato, II, 313, 1-15.
27. Ap 19, 19.
28. Cf. Primasio, 270, 222 (913, 49-51).
29. Ap 19, 19; cf. Beato, II, 339, 14-17.
30. Ap 20, 1.
31. Cf. Primasio, 271, 4-5 (914, 34-37); Beda, 191, 15; Beato, II,
344, 2-3.
32. Ap 20, 1.
33. Ap 20, 1.
34. Ap 20, 2.
35. Mt 12, 29.
36. Cf. Primasio, 271, 6-272, 10 (914, 37-43); 273, 32-37 (915,
12-18): Beda, 191, 16-17. 33-35; Beato. II, 345, 6- 12.
37. Cf. Mt 8, 32.


XVII (Ap 18-20)

El Mesías Juez
Esto que vuestra caridad acaba de oír en la lectura del
Apocalipsis, recibidlo con espíritu atento según vuestra
costumbre.

El caballo blanco y su jinete: Cristo y la Iglesia
El bienaventurado evangelista Juan dice en efecto que
él vio el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que
sobre él montaba era llamado Fiel y Verdadero. Y sus ojos
eran como llama de fuego, y sobre su cabeza llevaba
muchas diademas1. Porque en él está representada la
multitud de aquellos que son coronados. Y tenía un
nombre escrito, que nadie sabe sino él2; ciertamente él y
toda la Iglesia que está en él. E iba envuelto en un manto
salpicado de sangre3. El vestido de Cristo es la Iglesia
que él ha revestido; ella está salpicada por la sangre de
los que han sufrido la pasión.
Y es llamado por nombre el Verbo de Dios. Y las
huestes que están en el cielo le seguían montados en
caballos blancos4, es decir, que la Iglesia le imita en los
cuerpos blancos como más arriba se ha dicho: Éstos son
los que siguen al Cordero dondequiera que va5.
Revestidos de lino blanco y puro6, en lo que mostró las
acciones justas de los santos7. Y de su boca sale una
espada aguda a doble filo8, es la misma por la cual los
justos son defendidos y los injustos castigados. Para herir
a las naciones; y él mismo las regirá con una vara de
hierro, y él mismo pisa el lagar del vino del furor de la
cólera de Dios omnipotente9. Él mismo también la pisa
ahora cuando permite a los malos hacer el mal y los
abandona a sus voluptuosidades; y después él los pisará
fuera de la ciudad, es decir, los pisará fuera de la
Iglesia10, cuando entregue al fuego de la gehenna a los
que no han hecho penitencia. Y sobre su manto y sobre
su muslo lleva escrito un nombre: Rey de reyes y Señor
de señores11. Éste es un nombre que ninguno de los
soberbios conoce12 porque la Iglesia sirviendo reina en
Cristo y manda a los que dominan, es decir, que ella
triunfa de los vicios y pecados. Pero el muslo es la
posteridad13, como está escrito: «Un príncipe de la
posteridad de Judá no faltará»14. Y Abrahán, para que su
posteridad no se mezclase con los extranjeros, emplea el
muslo como pacto cierto entre él y su servidor15.

El festín de Dios: la entrada de los paganos en la
Iglesia
Y yo vi, dice, un ángel puesto de pie en el sol, es decir,
un predicador en la Iglesia. Y gritó con voz potente,
diciendo a todas las aves que vuelan en el cielo16; las
aves o las bestias son buenas o malas según los pasajes
de la Escritura, así: «Las bestias del campo me darán
gloria»17, y el león de la tribu de Judá18. Aquí, pues, los
pájaros que vuelan en el medio del cielo designan a las
Iglesias que él había aludido reuniéndolas en un solo
cuerpo, el águila que vuela en medio del cielo. Venid,
congregaos para la gran cena de Dios, en que comáis
carnes de reyes, y carnes de tribunos militares, y carnes
de poderosos, y carnes de caballos, y de los que montan
en ellos, y carnes de todos, de libres y de siervos, de
pequeños y de grandes19. En efecto, todas las naciones,
cuando creyendo en Cristo se incorporan a la Iglesia, son
devoradas espiritualmente por la Iglesia20.

Los mil años: el tiempo de la Iglesia
Y después de esto dice del diablo: Y lo cerró, y puso el
sello por encima de él, para que no se reduzca ya más a
las naciones, hasta que se hayan cumplido los mil años21.

Estos mil años deben ser comprendidos como los años
que van desde la venida de Nuestro Señor; durante estos
años el Señor prohibe al diablo que extravíe a los pueblos
que están destinados a la vida eterna para que puedan
reconciliarse con Dios aquellos a los que antes había
extraviado22.
Después de esto es necesario que sea desatado por
breve tiempo23, es decir, en el tiempo del Anticristo,
cuando «se manifestase el hombre del pecado24, cuando
recibiere todo el poder de perseguir que no había recibido
desde el principio. Al decir mil años indica la parte por el
todo; en este lugar ha querido que se entienda el resto de
los mil años del día sexto, en el cual el Señor ha nacido y
ha padecido25.

Babilonia: los impíos que persiguen a la Iglesia
Después de esto dijo ¡Ay! ¡ay! la ciudad grande, en la
cual se enriquecieron los que teníán naves en el mar,
porque en una sola hora fue devastada. Alégrate sobre
ella ¡oh cielo!, y vosotros los santos, y los apóstoles y los
profetas26.
¿Es que es Babilonia la única ciudad en todo el mundo
que persigue o ha perseguido a los santos de Dios para
que todos sean vengados por su destrucción? En verdad,
en todo el mundo Babilonia está en los hombres malos y
en el mundo entero ella ha perseguido a los buenos.
Y un ángel tomó una piedra, grande como una rueda
de molino, y la lanzó al mar diciendo: «Así, de golpe, será
arrojada Babilonia, la ciudad grande»27. Babilonia es
representada como una gran piedra porque la revolución
de los tiempos destroza, a modo de rueda de molino, a los
que aman el mundo, y les hace dar vueltas alrededor. De
éstos está escrito: «Paséanse en torno los impíos» 28. Su
malvada ocupación parece recomenzar de continuo.
Y no se le encontrará ya más. Y la voz de citaristas, y
de músicos, y de trompetas, y flautistas, no se oirá ya más
en ella29. Dice que la felicidad de los impíos pasa, y que
ya no se encuentra más. Y añade la razón diciendo:
Porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra30,
es decir, «porque en vida has recibido tus bienes»31.
Porque con tus hechicerías fueron embaucadas todas las
gentes, y en ella fue hallada la sangre de los santos y
profetas y de todos los que han sido degollados por ti
sobre la tierra32. ¿No es, pues, la misma ciudad que mata
a los apóstoles, a los profetas y al resto de los mártires?
Pero ésta es la ciudad de todos los soberbios que Caín ha
fundado con la sangre de su hermano y «la llamó Henoc,
como la sangre de su hijo»33, es decir, de su
posteridad34, porque todos los malos, a los que
representa Babilonia, sucediéndose persiguen a la Iglesia
de Dios hasta el fin de los tiempos. Es, pues, en la ciudad
de Caín donde se derrama «toda la sangre de los justos,
desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de
Zacarías»35, es decir, del pueblo y del sacerdote. Esto se
dijo porque no solamente los pueblos sino también los
sacerdotes conspiraron en la muerte de Zacarías. «Entre
el santuario», dice, «y el altar»36. Por el altar hay que
entender a los sacerdotes, el santuario representa a los
pueblos. No hay, en efecto, ninguna otra razón para traer
a colación el lugar37.
Ésta es la ciudad que mata a los profetas y lapida a los
enviados a ella38. Es ésta la ciudad que se construye, tal
como está escrito: «¡Ay de los que edifican una ciudad
con sangre y fundan un pueblo en la injusticia!»39.

Recapitulación
En el caballo blanco, del que se habló más arriba,
descubrid la Iglesia; en su jinete, descubrid a Cristo el
Señor. Pero él dijo: Y tenía un nombre escrito, que nadie
sabe sino él40: ciertamente él mismo y toda la Iglesia que
está en él. En el manto41 salpicado de sangre es
menester entender a los mártires que están en la Iglesia.
Pero las huestes que hay en el cielo y que le seguían en
caballos blancos42 es la Iglesia en sus cuerpos
blancos43. En la espada a doble filo44 descubrid el poder
de Cristo con el que los justos son defendidos y
castigados los injustos. En la vara de hierro45 se
reconoce su justicia con la cual los humildes son
instruidos y los soberbios son destruidos como vasos de
alfarero.
Pero él dijo: Y él mismo pisa el lagar del vino de la
cólera de Dios omnipotente46. Pues, él pisa también
ahora el lagar cuando permite a los malos perseguir a los
buenos y los abandona a sus voluptuosidades; pero
enseguida los retribuirá cuando envíe al infierno a los que
no hayan hecho penitencia.
Y el ángel puesto de pie en el sol47 significa la
predicación en la Iglesia; pues la Iglesia es comparada al
sol48 porque de ella se ha escrito: «Entonces los justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre»49
Mas él gritó a todas las aves que vuelan en medio del
cielo50, aquellas aves son figura de la Iglesia. Pero él dijo:
Venid, congregaos para la gran cena, en que comáis
carnes de reyes, y carnes de tribunos51. En verdad
sabemos que esto acontece en la Iglesia; porque cuando
todas las naclones son incorporadas a la Iglesia son
devoradas espiritualmente; y los que, devorados por el
diablo, eran cuerpo del diablo, incorporados a la Iglesia se
convierten en miembros de Cristo.
Y a propósito del diablo dijo: Y lo cerró, y puso el sello
por encima de él para que no seduzca ya más a las
naciones, hasta que se hayan cumplido los mil años52.
Como se ha dicho estos mil años son los que transcurren
desde la Pasión del Señor, durante los cuales no le es
permitido al diablo hacer lo que quiere porque no permite
Dios tentar a sus siervos más allá de lo que pueden
soportar53. Pero después será soltado por un poco de
tiempo, esto es lo que se designa como tiempo del
Anticristo, durante el cual el diablo recibirá un poder más
grande para perseguir. Y lo que dice: ¡Ay! ¡ay! la ciudad
grande54, se refiere a Babilonia. Sin embargo, es
menester saber que no sólo es Babilonia la que persigue
a los santos de modo que por su destrucción todos sean
vengados; pues en todo el mundo Babilonia se encuentra
en los hombres malos y en todo el mundo persigue a los
buenos.
Y el ángel lanzó al mar una piedra grande como rueda
de molino, diciendo: Así será hundida Babilonias55
Compara Babilonia a una rueda de molino porque la
revolución de los tiempos quebranta, como rueda de
molino, a los que aman al mundo y los envía a dar vueltas
alrededor. Pero también dijo: Todas las naciones fueron
embaucadas con tus hechicerías y fue hallada la sangre
de todos los profetas degollados por ti sobre la tierra56.
No es que en una sola ciudad hayan sido matados los
apóstoles, los profetas y los restantes mártires, sino que
ésta es la ciudad de los soberbios que persigue a los
santos en todo el mundo. Es la misma ciudad que Caín
fundó con la sangre de su hermano y la llamó con el
nombre de su hilo Henoc, es decir, posteridad; porque
todos los malos en los que se encuentra Babilonia,
sucediéndose hasta el fin del mundo, persiguen a la
Iglesia de Dios. Dígnese el Señor, por su misericordia,
librarnos de esta persecución, El, que con el Padre y el
Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.
........................
1. Ap 19, 11-12.
2. Ap 19, 12.
3. Ap 19, 13.
4. Ap 19, 13-14.
5. Ap 14, 4.
6. Ap 19, 14.
7. Cf. Primasio, 267, 160-167 (912, 24-33); Beda, 189, 55-57;
Beato, II, 331, 10-16.
8. Ap 19, 5.
9. Ap 19, 15.
10. Cf. Beda, 190, 9-10; Beato, II, 332, 4-8.
11. Ap 19, 16.
12. Cf. Beda, 190, 12-13; Beato, II, 333, 11-13.
13. Cf. Cf. Primasio, 268, 187 (913, 1); Beda, 190, 15-16; Beato, II,
333, 4-5.
14. Gn 49, 10.
15. Cf. Gn 24, 2.
16. Ap 19, 17.
17. Is 43, 20.
18. Ap 5, 5.
19. Ap 19, 18.
20. Cf. Primasio, 269, 206-209 (913, 26-29); Beda, 190, 29-30.
34-36 Beato, II, 334, 7-335, 2.
21. Ap 20, 3.
22. Cf. Primasio, 274, 55-57 (915, 28-34); Beda, 191, 40-43;
Beato, Il, 346, 6-8.
23. Ap 20, 3.
24. 2 Ts 2, 3.
25. Cf. Primasio, 274, 58-60 (915, 45-48); Beda, 191, 29-31;
Beato, II, 346, 15-347, 2.
26. Ap 18, 19-20.
27. Ap 18, 21.
28. Sal 10, 9.
29. Ap 18, 21-22.
30. Ap 18, 23.
31. Lc 16, 25.
32. Ap 18, 23-24.
33. Gn 4, 17.
34. Cf. Primasio, 259, 200-260, 206 (908, 39-51); Beda, 187,
32-42 Beato, II, 316, 7-317, 3.
35. Mt 23, 35.
36. Mt 23, 35.
37. Cf. Beato, Il, 318, 1-5.
38. Cf. Mt 23, 37.
39. Ha 2, 12; cf. Beato, 11, 318, 11-13.
40. Ap 19, 12; cf. Primasio, 264, 95-97 (910, 46-52); Beato, II, 330,
11-14; 1, 555, 17-556, 6.
41. Cf. Ap 19, 13.
42. Cf. Ap 19 14.
43. Ct. Primasio, 267, 160-167 (912, 24-33); Beda, 189, 55-57,
Beato II. 331, 10-13.
44. Ct. Ap 19. 15.
45. Cf. Ap 19, 15.
46. Ap 19. 15.
47. Cf. Ap 19, 17.
48. Cf. Beda, 190. 29-30; Beato, II, 324, 9-10.
49. Mt 13, 43.
50. Cf. Ap 19, 17.
51. Ap 19, 17-18.
52. Ap 20, 3.
53. Cf. 1 Co 10, 13.
54. Ap 18, 10.
55. Ap 18, 21.
56. Ap 18, 23-24. 


XVIII (Ap 19-22)

La caída de la ramera
En la lectura que acaba de ser recitada, hermanos
queridísimos, el bienaventurado evangelista Juan dice lo
siguiente: OÍ la voz potente de un pueblo numeroso que
decia en el cielo: «¡Alleluia! la salud, y la gloria, y el poder
son de nuestro Dios, porque verdaderos y justos son sus
juicios, pues ha juzgado a aquella gran ramera que
corrompió la tierra con su fornicación, y ha pedido cuenta
de la sangre de sus siervos que ella había expandido con
su mano». Y de nuevo ellos dijeron: «¡Alleluia!»1. Esta voz
es la de la Iglesia cuando se haya realizado la separación
y cuando todos los pecadores hayan salido de su seno
para sufrir el fuego eterno2. Y el humo, dice, de ella va
subiendo por los siglos de los siglos3. Escuchad,
hermanos, y llenaos de espanto y tened por cierto que
Babilonia y la ramera y su humo que se eleva por los
siglos de los siglos, no representan a otro que no sean los
hombres avaros, los adúlteros y soberbios; y esto es
porque, si vosotros quereis escapar de estos males no
cometáis tan grandes pecados. Y el humo, dice,
asciende4. Porque ¿es el humo de una ciudad visible
consumida por las llamas que asciende por los siglos de
los siglos o no es más bien el de los hombres endurecidos
por la soberbia? Pero dice asciende y no «ascenderá»;
pues ella en el mundo presente se encamina siempre
hacia la perdición. Pero Babilonia es quemada en parte,
así como Jerusalén pasa al Paraíso en sus santos que
salen del mundo según el Señor ha mostrado en la
parábola del pobre y del rico5.
Pues para mostrar que estos mil años son en esta vida
dice: Ésta es la resurrección primera6. Pues es ésta en la
cual nosotros hemos resucitado por el bautismo como dice
el Apóstol: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba»7, y de nuevo: «Como vivos retornados
de la muerte8. Porque el pecado es una muerte, como
dice el Apóstol: «Dado que estabais muertos en vuestros
delitos y pecados»9. Y como la primera muerte en esta
vida es la muerte por el pecado, así la primera
resurrección se da en esta vida por la remisión de los
pecados.
Bienaventurado y santo el que tenga parte en esta
resurrección primera10 . Es decir, el que haya conservado
lo que en él ha renacido en el bautismo. La segunda
muerte no tiene poder sobre él11, es decir, que no sufrirá
los tormentos eternos. Sino que ellos serán sacerdotes de
Dios y de Cristo, y reinarán con él mil añs12. Cuando
escribía estas cosas, el Espíritu le revela que la Iglesia
reinaría mil años en este siglo hasta el fin del mundo13.
Está claro que no se debe dudar del reino eterno,
cuando todavía en el tiempo presente reinan los santos.
Pues se dice, con razón, que reinan los que, con la ayuda
de Dios, se dirigen bien a ellos mismos y también dirigen a
otros en medio de las pruebas del mundo.

El combate final contra los justos
Y cuando se hubieren cumplido los mil años, dice,
Satanás será soltado de su prisión14. Dijo cumplidos,
tomando la parte por el todo; porque él será soltado de tal
modo que permanezca todavía tres años y seis meses del
último combate en los tiempos del Anticristo15. Y saldrá a
seducir a las naciones que están en los cuatro ángulos de
la tierrai16. Dice el todo por la parte, porque no todos
pueden ser seducidos. Solamente los soberbios e impíos
serán seducidos, pero los humildes y verdaderos
cristianos no serán seducidos. «Muchos son los llamados
pero pocos los elegidos»17.
Y el diablo y su pueblo subieron a la altura de la
tierra18, es decir, en la arrogancia de la soberbia.
Y cercaron el campamento de los santos y la ciudad de
los bienamados19, es decir, a la Iglesia; esto es lo que se
ha dicho más arriba: los convocados en Armagedón20.
Porque ellos no pudieron reunirse de los cuatro puntos
cardinales en una sola ciudad, sino que en los cuatro
ángulos cada pueblo será reunido con vistas al asedio de
la ciudad santa, es decir, a la persecución de la Iglesia21.
Y Dios hizo bajar fuego del cielo, es decir, de la Iglesia, y
los devoró22. En este lugar, el fuego debe ser
interpretado de dos modos: porque, o bien por el fuego
del Espíritu Santo ellos creen en Cristo y son devorados
espiritualmente por la Iglesia, es decir, que ellos son
incorporados a la Iglesia; o bien son devorados por el
fuego de sus pecados y perecen. Y el diablo que los
seducía, fue arrojado al estanque de fuego y de azufre,
donde están también la bestia y los falsos profetas23. Por
falsos profetas se entiende a los herejes o a los falsos
cristianos. En verdad, después del tiempo en que el Señor
ha sufrido, la bestia y los falsos profetas mueren y son
enviados al fuego hasta que se cumplan los mil años
desde la venida del Señor24. Y ellos serán castigados día
y noche por los siglos de los siglos25.

El libro de la vida
Y ví los muertos, grandes y pequeños, que estaban de
pie delante del trono; y se abrieron los libros; y otro libro
se abrió, que es el libro de la vida de cada uno26. Los
libros abiertos significan los Testamentos de Dios; porque
es según los dos Testamentos como será juzgada la
Iglesia27. Llama el libro de la vida de cada uno al
recuerdo de nuestras acciones; no es que tenga un
inventario Aquel que conoce las acciones ocultas.
Y fueron juzgados los muertos, por lo que estaba
escrito en los libros, conforme a las obras28, es decir, que
fueron juzgados según los dos Testamentos, según ellos
hayan cumplido o no los mandamientos de Dios29. Y el
mar dió sus muertos30: a los que este día del juicio
encuentre vivos aquí, estos mismos son los muertos del
mar, porque el mar significa el mundo presente31. El mar
y el infierno dieron sus muertos32: es decir, aquellos que
han de ser encontrados en sus tumbas en el día del
juicio33. La muerte y el infierno fueron arrojados al
estanque34. La muerte y el infierno designan al diablo y a
su pueblo. Y el que no fue hallado escrito en el libro de la
vida35, y el que, abandonado a sus voluptuosidades, no
mereció ser juzgado por Dios en este mundo con una
prueba temporal, mientras vivía fue enviado al estanque
de fuego36.

El cielo nuevo y la tierra nueva
Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra. El primer cielo y
la primera tierra habrán desaparecido, y el mar no existe
ya. Y la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, la vi como
descendía del cielo de cabe Dios, preparada como
desposada que se ha engalanado para su esposo. Y oí
una gran voz venida del cielo, que decía: «He aquí la
tienda, mansión de Dios con los hombres, y habitará con
ellos, y ellos serán pueblo suyo. Y enjugará toda lágrima
de sus ojos, y la muerte no existirá ya más, ni habrá ya
más duelo»37. Ha dicho todo esto a propósito de la gloria
que la Iglesia tendrá después de la resurrección. Y dijo:
«Escribe que estas palabras son fieles y verídicas». Y me
dijo, yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Yo a
los sedientos les daré de balde a beber de la fuente del
agua de la vida38, es decir, a aquel que desee la remisión
de los pecados por la fuente del bautismo39.
El que venciere poseerá en herencia estas cosas, y yo
para él seré Dios, y él para mi será hijo. Mas para los
cobardes, e infieles y execrables, y homicidas, y
fornicarios, y hechiceros, y para todos los embusteros, su
herencia será en el estanque que arde con fuego y
azufre, que es la segunda muerte40.

Recapitulación
Lo que ha sido dicho más arriba: Juzgó a la gran
ramera a aquella que corrompió la tierra con su
fornicación, y le ha pedido cuenta de la sangre de sus
siervos, que ella había expandido con su mano41. Ésta es
la voz de la Iglesia cuando en el día del juicio todos los
pecadores salgan de su seno para ser quemados en el
fuego eterno Y el humo de ella va subiendo por los siglos
de los siglos42. Porque no se trata del humo de una
ciudad visible que asciende por los siglos de los siglos,
sino el de los hombres endurecidos por la soberbia. Y
cuando dice: Porque llegaron las bodas del Cordero43, se
entiende de Cristo y de la Iglesia. Pues cuando la describe
revestida de lino finísimo 44, por lino finísimo se entienden
las buenas obras de los santos, con las cuales son
revestidos los justos según lo dicho: «Tus sacerdotes se
vistan de justicia»45. Cuando prosigue que ellos han
reinado mil años46, comprended que se trata del tiempo
presente durante el cual se dice, con toda razón, que
reinan los santos; porque, con la ayuda de Dios, se
comportan de manera tal que no pueden ser vencidos por
el pecado. Y para mostrar esto con evidencia dice a
renglón seguido: Esta es la resurrección primera47. Pues
es ésta misma en la que nosotros resucitamos por el
bautismo; porque así como la primera muerte en esta vida
es por el pecado, así la primera resurrección se da por la
remisión de los pecados. Bienaventurado y santo el que
tenga parte en esta resurrección primera48, es decir, el
que haya conservado lo que ha recibido renaciendo por el
bautismo.
Pero cuando dice que la Iglesia ha de reinar mil
años49, comprendedlo de este tiempo hasta el fin del
mundo50. De ahí que es manifiesto que no se debe dudar
del reino eterno, cuando los santos reinan en el tiempo
presente. Pues es con razón que se dice que ellos reinan,
aquellos que, con la ayuda de Dios, se comportan
rectamente ellos mismos y también dirigen a los otros en
medio de las pruebas del mundo. Pero cuando dice del
diablo que seduce a las naciones que están en los cuatro
ángulos de la tierra51, entended el todo por la parte,
porque sólo los malos son seducidos según esta palabra:
«Muchos son los llamados pocos los elegidos»52.
Pero cuando dice que el diablo y sus ángeles han
rodeado el campamento de los santos y la ciudad de los
bienamados53, ellos no pudieron ser convocados de los
cuatro ángulos de la tierra en una sola ciudad, pero es en
estos cuatro ángulos que cada pueblo es convocado en
vistas a la persecución de la Iglesia54. Y cuando dice: Y
bajó fuego del cielo y los devoró55, se puede entender de
dos maneras: o bien que ellos son devorados
espiritualmente por el fuego del Espíritu Santo cuando son
incorporados a la Iglesia; o bien si no han querido
convertirse a Dios, son devorados por el fuego de sus
pecados y perecen. Cuando dice que los libros son
abiertos56, ha querido indicar los Testamentos de Dios.
Porque es según los dos Testamentos que la Iglesia será
juzgada. Pero el libro de la vida de cada uno significa el
memorial de nuestras acciones57; porque en el día del
juicio nada quedará oculto y nadie podrá ocultar sus
pecados y sus crímenes. Cuando dice que el mar dió sus
muertos58, habla de aquellos que la venida de Cristo
encontrará vivos en este mundo; éstos son los muertos
del mar porque el mar significa este siglo59. Y cuando
prosigue: La muerte y el infierno dieron sus muertos60, es
necesario entender que se refiere a aquellos que serán
encontrados en sus sepulcros en el día del juicio61. Y la
muerte y el infierno fueron arrojados al estanque del
fuego62. En este lugar por muerte e infierno ha querido
designar al diablo y a su pueblo que, abandonado a sus
voluptuosidades, no mereció ser juzgado con una prueba
temporal. Después de esto, una vez descrita la gloria de la
Iglesia, añade y dice: Y al que tuviera sed le daré de balde
a beber de la fuente de agua de la vida63, es decir, a
aquel que desea la remisión de los pecados por la fuente
del bautismo64. El que venciere poseerá en herencia
estas cosas, y yo para él seré Dios, y él para mi será
hijo65. Que él mismo se digne concederlo, Él, que vive y
reina por los siglos de los siglos. Amén.
........................
1. Ap 19, 1-3.
2. Cf. Beda, 187, 49-51; Beato, II, 320, 15-321, 7.
3. Ap 19, 3.
4. Ap 19, 3.
5. Cf. Lc 16, 19-31.
6. Ap 20, 5.
7. Col 3, 2.
8. Rm 6, 13.
9. Ef 2, 1.
10. Ap 20, 6.
11. Ap 20, 6.
12. Ap 20, 6.
13. Cf. Primasio, 277, 151-278. 155 (917, 49-53); Beda, 192,
26-45 Beato, II, 353, 6-355. 4; Ambrosiaster, In Matth XXIV, fr. II (de
adventu Domini Christi) 15: PLS I, 665.
14. Ap 20, 7.
15. Cf. Primasio, 280, 203-207; 281, 236-240 (918, 56-919, 3.
44-47); Beda, 192, 48-54; Beato, II, 356, 3-7; II, 116, 20; 348, 6-7.
16. Ap 20, 7.
17. Mt 20, 16.
18. Ap 70, 9.
19. Ap 20, 9.
20. Cf. Ap 16. 16; cf. p. 115.
21. Cf. Beda, 193. 7-13; Beato, II, 360, 2-6; II, 176, 5.
22. Ap 20, 9; cf. Beato, II, 366.
23. Ap 20, 10.
24. Cf. Beato, II, 367, 12-14.
25. Ap 20, 10.
26. Ap 20, 12.
27. Cf. Beda, 193, 47-49; Beato, II, 373, 1-3.
28. Ap 20, 12.
29. Cf. Primasio, 282. 260-264 (920, 13-16); Beda, 193, 53-55;
Beato, II, 373, 15-374, 1.
30. Ap 20, 13.
31. Cf. Beda, 194, 11-12. Beda cita explicitamente a Ticonio y le
concede la autoría de esta interpretación; Beato, II, 374, 16-375, 2.
32. Ap 20, 13.
33. Cf. Beda, 194, 12-14; Beato, II, 375, 5-6.
34. Ap 20, 13.
35. Ap 20, 15.
36. Ap 20, 15.
37. Ap 21, 1-4.
38. Ap 21, 5-6.
39. Cf. Beato, II, 383, 9-11.
40. Ap 21, 7-8.
41. Ap 19, 2.
42. Ap 19, 3.
43. Ap 19, 7.
44. Cf. Ap 19, 8.
45. Sal 131, 9.
46. Cf. Ap 20, 4.
47. Ap 20, 5.
48. Ap 20, 6.
49. Cf. Ap 20. 6.
50. Cf. Primasio, 277, 151-278, 155 (917, 49-53); Beda, 192,
26-36; Beato, Il, 354, 2-19.
51. Cf. Ap 20, 8.
52. Mt 20, 16.
53. Cf. Ap 20, 9.
54. Cf. Beda, 193, 7-13; Beato, II, 360, 2-6.
55. Ap 20, 9.
56. Cf. Ap 20, 12.
57. Cf. Primasio, 282, 260-264 (920, 13-16); Beda, 193, 47-49.
53-55; Beato, II, 373, 1-3: Il, 373, 15-374, 1.
58. Ap 20, 13.
59. Cf. Beda, 194, 11-12. Beda cita explícitamente a Ticonio;
Beato, II, 374, 16-375, 2.
60. Ap 20, 13.
61. Cf. Beda, 194, 12-14. Beda hace referencia expresa de
Ticonio; Beato, II, 375, 5-6.
62. Ap 20, 14.
63. Ap 21, 6.
64. Cf. Beato, II, 383, 9-11.
65. Ap 21, 7.


XIX (Ap 21-22)

La Jerusalén celeste
Como acabamos de escuchar, hermanos muy queridos,
el ángel del Señor habló al bienaventurado Juan diciendo:
Ven, te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y
me llamó en espíritu a un monte grande y alto1. En el
monte designa a Cristo. Y me mostró la ciudad santa de
Jerusalén, que bajaba del cielo de cabe Dios2. Ésta es la
Iglesia, la ciudad establecida sobre el monte, la esposa
del Cordero3; en verdad esta misma ciudad fue
establecida entonces en el monte cuando fue conducida
sobre los hombros del pastor como oveja a su propio
redil4. Porque si una es la Iglesia y otra es la ciudad que
baja del cielo, serían dos esposas, lo cual es
absolutamente imposible; y además ha dicho que esta
ciudad estaba desposada con el Cordero.
Por ello está claro que ésta es la Iglesia que describe
así cuando dice: Tenía la claridad de Dios: su lumbrera
era semejante a una piedra preciosisima5. La piedra
preciosísima es Cristo. Tenía un muro grande y alto, con
doce puertas, y sobre la puertas doce ángeles6. Ha
mostrado que las doce puertas y los doce ángeles son los
apóstoles y los profetas7, porque, como está escrito,
nosotros estamos «edificados sobre el cimiento de los
apóstoles y profetas»8; y como el Señor ha dicho a Pedro:
«Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»9.
La ciudad es la Iglesia
Del lado de Oriente tres puertas, del lado de
Septentrión tres puertas, del lado del Mediodía tres
puertas, del lado del Poniente tres puertas10°. Y como
esta ciudad que ha sido descrita representa a la Iglesia
extendida por toda la tierra, se dice que tiene tres puertas
en cada una de sus cuatro partes, porque el misterio de la
Trinidad es predicado en la Iglesia a través de las cuatro
partes del mundo11.
Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre
ellos doce nombres, los de los doce apóstoles del
Cordero12. Lo que son las puertas lo son también los
fundamentos; lo que es la ciudad, lo es el muro y lo es el
revestimiento. Y el que hablaba conmigo, tenía una
medida, una caña de oro13. En la caña de oro muestra a
los hombres que hacen parte de la Iglesia, frágiles
ciertamente en cuanto a la carne, pero estables en una fe
radiante, como dice el Apóstol «Llevando un tesoro en
vasos de barro»14.
Y el revestimiento del muro de la ciudad era de oro
puro, semejante a vidrio transparente15. La Iglesia es de
oro pues su fe resplandece como el oro; lo mismo que los
siete candelabros, el altar de oro y las copas de oro, todo
esto sirvió de figura de la Iglesia. Pues como el vidrio
volvió a la pureza de la fe; porque lo que aparenta por
fuera también lo es al interior, y nada hay disimulado sino
que todo es transparente en los santos de la Iglesia.
Los fundamentos del muro de la ciudad estaban
hermosamente labrados de toda clase de piedras
preciosas: el fundamento primero era de jaspe; el
segundo, de zafiro; el tercero, de calcedonia; el cuarto, de
esmeralda; el quinto, de ónice; el sexto, de cornalina; el
séptimo, de crisólito; el octavo, de berilo; el nono, de
topacio; el décimo, de ágata; el undécimo, de jacinto; el
duodécimo, de amatista16. Ha querido nombrar la
diversidad de piedras preciosas en los fundamentos para
mostrar los dones de las diversas gracias que son
concedidas a los Apóstoles, como dijo a propósito del
Espíritu Santo «Repartiéndolas a cada uno en particular
según su voluntad»17. Y esto es porque él distingue:
Doce perlas cada una, y cada una de las puertas era de
una sola perla18. Y en estas perlas, como se ha dicho, él
designó a los apóstoles; se les denomina puertas porque,
mediante su doctrina, abren la puerta de la vida eterna.
En la plaza, que era semejante al vidrio y al oro puro,
mostró a la Iglesia.

Cristo es la claridad de la Iglesia
Y la plaza de la ciudad era de oro puro, como un vidrio
transparente. Y templo no vi en ella, pues el Señor Dios
omnipotente es su templo, como también el Cordero19.
Esto es porque la Iglesia está en Dios y Dios en la Iglesia.
La ciudad no tenía necesidad de sol ni de luna para que
alumbren en ella20: porque la Iglesia no es guiada por la
luminaria o por los elementos del mundo, sino que es
conducida por Cristo, Sol eterno, a través de las tinieblas
del mundo. Pues la gloria de Dios la ilumina y su antorcha
es el Cordero21, el mismo que dijo: «Yo soy la luz del
mundo22, y de nuevo: «Yo soy la luz verdadera que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo»23.
Caminarán las naciones guiadas por su luz24 hasta el fin.
Y los reyes de la tierra llevan a ella su gloria25. Los reyes
de la tierra representan a los hijos de Dios. Y sus puertas
no se cerrarán de día, que noche no habrá allí26 hasta la
eternidad. Y ellos traerán la gloria y el honor de las
naciones27, es decir, de aquellos que creen en Cristo. Y
no entrará en ella nada profano, ni quien obre
abominación y mentira, mas sólo los escritos en el libro de
la vida del Cordero28.

El río y el árbol de la vida: el bautismo y la Cruz
Y me mostró un río de agua como de cristal, que salía
del trono de Dios y del Cordero en medio de su plaza29.
Mostró la fuente del bautismo en medio de la Iglesia,
procedente de Dios y de Cristo; porque ¿cuál puede ser
la belleza de la ciudad si el río desciende en medio de su
plaza para obstáculo de sus habitantes? A una y otra
mano del río crecen el árbol de la Vida que da doce
frutos, como que mes tras mes cada uno de ellos rinde su
fruto30. Dice esto a propósito de la Cruz del Señor; pues
no hay árbol alguno que fructifique en todo tiempo, a no
ser la Cruz que llevan los fieles que son regados por el
agua del río de la Iglesia, y que da fruto perpetuo en todo
tiempo31. Y estará en ella el trono de Dios y del
Cordero32, ciertamente desde ahora y por siempre, y sus
siervos le adorarán; y verán su rostro33, como dice: «El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre»34,
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios»35. Y el nombre de él se verá en sus
frentes. Y no habrá allí noche, y no tienen necesidad de
luz de antorcha ni de luz de sol, porque el Señor Dios
irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los
siglos36. Todas estas cosas han comenzado a partir de la
Pasión del Señor.

El libro sellado a los soberbios y abierto a los humildes
Y el ángel me dijo: No selles las palabras de la profecia
de este libro, porque el tiempo está próximo. El que
agravia, agravie todavía, y el sucio ensuciese todavía37.
Éstos son aquellos por los que él había dicho: Sella lo que
hablaron los siete truenos38. Y el justo obre justicia
todavía, y el santo santifíquese todavía 39. Éstos son
aquellos por los cuales él dijo: No selles las palabras de la
profecía de este libro40. Así las divinas Escrituras están
selladas para todos los soberbios y para aquellos que
prefieren el mundo a Dios; pero para los humildes y para
los que temen a Dios, están abiertas. He aquí que vengo
presto, y conmigo está mi recompensa, para pagar a cada
uno según fueren sus obras, yo soy el alfa y la omega, el
primero y el último, el principio y el fin. Dichosos los que
guardan estos mandatos para tener derecho al árbol de la
Vida y puedan entrar en las puertas de la ciudad41.
Porque los que no guardan los mandamientos no
entran por las puertas sino por otra parte, para éstos el
libro de la vida está sellado. De éstos aún sigue y dice:
¡Afuera los perros, y los hechiceros y los fornicarios, y los
homicidas y los idólatras, y todo el que ama y obra
mentira!42. Yo, Jesús, envié mi ángel para testificaros
estas cosas en las Iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de
David, la refulgente estrella matutina. El Espíritu y la
desposada dicen: «Ven»43: es decir, el esposo y la
esposa, Cristo y la Iglesia. Y el que tenga sed, venga; y el
que quiera tome de balde agua viva44; es decir, el
bautismo. Testifico yo a todo el que oiga las palabras de
la profecía de este libro: si alguno añadiera algo a ellas,
Dios añadirá sobre él las plagas escritas en este libro. Y si
alguno quitare algo de las palabras del libro de esta
profecía, Dios quitará su parte del árbol de la Vida y de la
ciudad santa, que han sido descritas en este libro45. El ha
dicho esto por los falsificadores de las santas Escrituras,
no por aquellos que dicen simplemente lo que sienten. Si,
vengo presto 46.

Recapitulación
El monte elevado, al cual S. Juan dijo que había
ascendido, representa el Espíritu. La ciudad de Jerusalén
que él dijo haber visto allí, es figura de la Iglesia; es la que
el mismo Señor mostró en el Evangelio cuando dijo: «No
puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un
monte»47. Y cuando dice que ella tiene una luz semejante
a una piedra preciosísima, ved en ella la gloria de Cristo.
En las doce puertas y en los doce ángeles reconoced a
los apóstoles y a los profetas, según lo dicho: «Edificados
sobre los cimientos de los apóstoles y profetas»48. Y
puesto que esta ciudad que es descrita representa a la
Iglesia que está extendida por toda la tierra, se dice que
ella tiene tres puertas en cada una de las cuatro partes a
causa del misterio de la Trinidad. En la vara de oro mostró
a los hombres de la Iglesia, frágiles en la carne pero que
tienen por fundamento una fe luminosa, según las
palabras del Apóstol: «Teniendo este tesoro en
recipientes de barro»49. Lo que dice de la ciudad de oro,
el altar de oro y las copas de oro, se trata de la Iglesia por
su recta fe. Y el recipiente muestra la pureza de esta fe. El
que haya querido referir los nombres de las diversas
piedras preciosas en los fundamentos es para mostrar los
dones de las diversas gracias que le han sido concedidas
a los apóstoles. Pero en estas piedras preciosas ha
designado a los apóstoles que son denominados puertas
porque, con su doctrina, abren la puerta de la vida eterna.

Y cuando dice: Templo no vi en ella, pues el Señor Dios
omnipotente es su templo, como también el Cordero50, lo
afirma porque Dios está en la Iglesia y la Iglesia está en
Dios. Y al decir que la ciudad no tiene necesidad de sol ni
de luna51, es porque la Iglesia no es iluminada por el sol
visible sino que es iluminada espiritualmente por la luz
eterna de Cristo en medio de las tinieblas de este mundo,
como él mismo dijo: «Yo soy la luz del mundo»52. Por los
reyes de la tierra, él ha querido que se entienda a los
hijos de Dios, es decir, a los cristianos; en el río de agua
pura como el cristal, la fuente bautismal que viene de Dios
y de Cristo, en medio de la Iglesia.
Él dijo que el árbol junto al río da el fruto doce veces,
una vez cada mes. Entendedlo de la Cruz, que da fruto a
Dios a través del mundo entero, pero no sólo todos los
meses sino también todos los días en los que son
bautizados. Y al decir: El Señor Dios irradiará luz sobre
ellos, y reinarán por los siglos de los siglos53, todas estas
cosas comenzaron con la Pasión del Señor. Pero cuando
más arriba dijo en el libro: Sella lo que hablaron los cuatro
truenos54, lo dijo de aquellos de los que dice: Para que el
sucio, ensucie todavía más, y el que agravia, agravie
todavía55. Y cuando escribe: No selles las palabras de la
profecia56, ha querido decirlo de los santos y justos. Así
las divinas Escrituras son selladas para todos los
soberbios y para los que prefieren el mundo a Dios,
abiertas sin embargo para los humildes y para los que
temen a Dios. Y puesto que el Apocalipsis de Juan el
Evangelista termina con estas palabras: He aquí que
vengo presto57, pidamos para que, según su promesa,
Jesucristo el Señor se digne venir hasta nosotros y, por su
misericordia, nos libre de la prisión de este mundo y, por
su bondad, nos conduzca a su felicidad; Él, que con el
Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los
siglos, Amén.
........................
1. Ap 21, 9-10.
2. Ap 21, 10.
3. Cf. Mt 5, 14; cf. Primasio, 287, 78-81 (923, 7-10), Beda, 195
59-196, 1: Beato, II, 387, 5-9. 16-20.
4. Cf. Lc 15, 5.
5. Ap 21, 10-11.
6. Ap 21, 12.
7. Cf. Beato, II, 391, 6-8.
8. Ef 2, 20.
9. Mt 16, 18.
10. Ap 21, 13.
11. Cf. Beda. 196, 26-28; Apringio, 73, 10-11; Beato, II, 393, 9-11.

12. Ap 21, 14.
13. Ap 21, 15.
14. 2 Co 4, 7.
15. Ap 21, 18.
16. Ap 21, 20.
17. 2 Co 12, 11.
18. Ap 21, 21.
19. Ap 21, 22.
20. Ap 21, 23.
21. Ap 21, 23.
22. Jn 8, 12.
23. Jn 1, 9.
24. Ap 21, 24.
25. Ap 21, 24.
26. Ap 21, 25.
27. Ap 21, 26.
28. Ap 21, 27.
29. Ap 21, 27-22,
30. Ap 22, 2.
31. Cf. Cesareo, Serm. 112, 4; 124. 3; Beato, Il, 412, 13-413, 4.
32. Ap 22, 3.
33. Ap 22, 3-4.
34. Jn 14, 9.
35. Mt 5, 8.
36. Ap 22, 4-5.
37. Ap 22, 10-11.
38. Ap 10, 4.
39. Ap 22, 11.
40. Ap 22, 10.
41. Ap 22, 12-14; cf. Beato, II, 420, 12-16.
42. Cf. Beato, II, 422, 18-423, 3.
43. Ap 22, 15-17.
44. Ap 22, 17; cf. Beato, 11, 425, 1-2.
45. Ap 22, 18-19.
46. Ap 22, 20; cf. Beda, 206, 34-36; Beato, II, 425, 19-462, 2.
47. Mt 5, 14.
48. Ef 2, 20.
49. 2 Co 4, 7.
50. Ap 21, 22.
51. Ap 21, 23.
52. Jn 8, 12.
53. Ap 22, 5.
54. Ap 22, 5.
55. Ap 22, 11.
56. Ap 22, 10.
57. Ap 22, 20. 


XX

La sexta trompeta y el río Éufrates, imagen del pueblo
pecador
El «ay» primero pasó y he aquí que vienen dos «ayes»
y tras éstos el sexto ángel tocó la trompeta1. Aquí
comenzó la última predicación2. Y oí uno de los ángeles
que estaban en los cuatro cuernos del altar de oro que
está delante de Dios diciendo al sexto ángel, que tenía la
trompeta: «Suelta los cuatro ángeles que están atados en
el río grande Éufrates»3. El altar que está en la presencia
de Dios quiere indicar la Iglesia, que en el tiempo de la
última persecución se atreverá a menospreciar las
palabras y los mandatos del rey más cruel y a separarse
de aquellos que los secundan.
Suelta a los cuatro ángeles que están atados en el
gran río Éuirates4. En verdad, el río Eufrates significa el
pueblo pecador en el cual Satanás y la voluntad propia
están atadas. Pues el Éufrates es un río de Babilonia; así
Jeremías en medio de Babilonia arrojó un libro en el
Éufrates5. Y fueron soltados los cuatro ángeles6, es decir,
es el inicio de la persecución, preparados para la hora, el
día, el mes y el año, para matar a la tercera parte de los
hombres7. Estos son los cuatro tiempos de tres años y la
parte del tiempo8.
Y el número, dice, de los ejércitos de la bestia era de
miriadas de miriadas: oí su número9. Pero no dijo cuántas
miriadas para matar a la tercera parte de los hombres10.
Esta es la tercera parte de los orgullosos de la que se
separa la Iglesia11. y vi los caballos en la visión, y a los
que montaban en ellos, que tenían corazas ígneas, y
jacintinas y sulfúreas12. Los caballos representan a los
hombres, los jinetes a los espíritus malvados, armados de
fuego, humo y azufre13.
Y las cabezas de los caballos eran como de leones14,
para enfurecerse en la persecución. Y de su boca sale
humo, fuego y azufre15, es decir, que las blasfemias salen
de su boca contra Dios16. Pues sus colas son semejantes
a serpientes17. Las colas hemos dicho que eran los
prepósitos; las cabezas, los príncipes de este mundo. Y
por medio de ellas daña el diablo, y sin ellas no puede
dañar; en efecto, los que dañan son o los reyes
sacrílegos dando órdenes malvadas o los sacerdotes
sacrílegos enseñando malvadamente 18.

El ángel en la nube: el Señor en la Iglesia
Y vi, dice, otro ángel fuerte que bajaba del cielo,
envuelto en una nube. Y el arco iris, es decir, el arco en el
cielo, estaba sobre su cabeza y su semblante era como el
sol19. El ángel envuelto en una nube representa al Señor
envuelto en la Iglesia. En efecto, nosotros leemos que los
santos son las nubes, como dice Isaías: «¿Quiénes son
éstos que vuelan como nubes?»20 Así pues, ved a Cristo
envuelto en una nube espiritual, es decir, revestido de su
cuerpo santo. Y el arco iris por encima de su cabeza21, es
decir, el juicio que llega o que llegará o la promesa
perseverante. Es, pues, la Iglesia que ha descrito en la
persona del Señor, diciendo: Y su semblante era como el
sol22, es decir, por su resurrección; porque apareció
como el sol cuando resucitó de entre los muertos. Y sus
pies como columna de fuego23. Los pies significan los
apóstoles, por los cuales su doctrina se expande por toda
la tierra; o también, porque el pie es la última parte del
cuerpo, quiere indicar que la Iglesia después del fuego de
la última persecución resplandecerá por el fulgor de los
santos24.
Y puso su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre
la tierra25, es decir, para predicar más allá del mar y en
toda la tierra26. Y clamó con voz potente y ruge como un
león27, es decir, predicó con fuerza.

La palabra sigilada a los malvados
Y cuando clamó, hablaron sus voces los siete
truenos28, que son también las siete trompetas29. Y oí
una voz del cielo que decía: «Sella lo que hablaron los
siete truenos y no lo escribas»30: por causa de aquellos
que deben ser golpeados para que ellos no aparezcan
indiferentemente a todos los impíos. Así también en otro
lugar por causa de sus siervos dice: No selles, dice, las
palabras de esta profecia31. Y mostró a los que había
mandado sellar y a quienes no: El que continúa, dice,
haciendo el mal que haga el mal y el que está en la
suciedad ensuciese todavía más32: es por esto por lo que
yo les hablo en parábolas para que el que es justo se
justifique más y lo mismo el que es santo se santifique
todavía más33. Éste es el sentido de: «Dichosos vuestros
ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen»34; en
verdad, para éstos las palabras del libro no están
selladas, pero para los malos sí están sigiladas.
Y aquel ángel juró que no habrá más tiempo. Pero en
los días del séptimo ángel cuando comience a tocar la
trompeta35. La séptima trompeta es el fin de la
persecución y el advenimiento del Señor; por eso dijo el
Apóstol que la resurrección tendría lugar «al son de la
última trompeta36.

Recapitulación
En cuanto a lo que más arriba ha sido dicho, que el
quinto ángel habiendo tocado de nuevo la trompeta, una
estrella cayó del cielo; esta estrella es también el cuerpo
de muchas estrellas que caen del cielo, es decir, de la
Iglesia de los que caen, y significa el pueblo orgulloso e
impío37.
El hecho de que le fue entregada la llave del abismo38
es que se le ha entregado al poder de su corazón para
que abra su corazón al diablo y haga todo el mal sin temor
alguno39. Y que subió humo del pozo40, es decir, del
pueblo malo; y oscureció el sol y la luna; no dijo que el sol
se cayese sino que se oscureció; dice esto porque los
pecados de los hombres malos y soberbios parecen que
oscurecen el sol cuando, a veces, esparcen la oscuridad
sobre los santos y los justos con numerosas tribulaciones;
pero no pueden apagar su luz, porque no consienten
entenderse con ellos en el mal. Cuando dice que del
humo del pozo habían saltado langostas y que ellas
habían recibido el poder de dañar41, y les fue dado que
no los matasen42, quiere decir que en la Iglesia hay dos
partes, a saber, los buenos y los malos43; así, una parte
es herida para ser corregida y la otra es abandonada a
sus voluptuosidades. Cuando dice: Y el tormento de ellos
es como tormento de escorpión cuando pica al hombre44,
esto acontece cuando el diablo, al igual que el escorpión,
hace beber sus venenos a los hombres lujuriosos con los
vicios y pecados45.
Y sobre sus cabezas unas como coronas que
asemejaban ser de oro46. Los veinticuatro ancianos, que
representan la Iglesia, tenían coronas de oro; pero los
que semejan al oro, son las herejías que imitan a la
Iglesia47. Y tenían cabellos de mujer; en los cabellos48
quiso mostrar no sólo la molicie de los afeminados sino
también a entrambos sexos49. En sus colas, que eran
como de escorpión50, hay que entender a los jefes y a los
príncipes de los herejes, como está escrito: «El profeta
que enseña la mentira, ésta es la cola»51. Tenían sobre
sí el rey del abismo52, es decir, al diablo. En el abismo
hay que ver al pueblo malvado, el cual es dominado por el
diablo53.
El altar, el que dice que está delante del Señor54,
significa la Iglesia que, a modo del oro purificado, en el
tiempo de la última persecución, se atreverá a despreciar
los mandatos del rey más cruel, y a apartarse de aquellos
que le obedecen. Cuando dice: Los cuatro ángeles que
están atados junto al río Éufrates55: el río Éufrates
significa el pueblo pecador, en el que están atados
Satanás y la propia voluntad. Pues el Éufrates es un río
de Babilonia, el cual significa confusión; de ahí que
pertenecen a este río todos los que hacen cosas dignas
de confusión56.
Cuando dice que él vió los caballos, y los que
montaban en ellos tenían corazas ígneas, y jacintinas y
sulfúreas57. Estos caballos son los hombres orgullosos,
sus jinetes el diablo y sus ángeles. Y que las cabezas de
los caballos eran como cabezas de leones58, esto se dijo
por causa de la violenta persecución de los hombres
malos59. Y de su boca salió humo, fuego y azufre60, es
decir, que de su boca salen las blasfemias contra Dios. En
las colas que eran semejantes a serpientes61, como ya se
dijo anteriormente, se indican los príncipes y prepósitos
de los herejes, por medio de los cuales el diablo
acostumbra a dañar; porque los que dañan son los reyes
sacrílegos cuando dan órdenes malas o los sacerdotes
sacrílegos cuando dan malas enseñanzas62.
El ángel que él ha descrito envuelto en una nube63, es
Nuestro Señor y Salvador envuelto en una nube, es decir,
en la Iglesia, pues a propósito de los santos está escrito:
«¿Quiénes son éstos que vuelan como nubes?»64, Y
cuando dice: Su semblante era como el sol65, lo dice por
la resurrección del Señor; pues él apareció como el sol
cuando resucitó de entre los muertos. En sus pies que
eran como columna de fuego66, se simbolizaban los
apóstoles, por los cuales su doctrina se expendía por toda
la tierra67. Y puso su pie derecho sobre el mar68, con ello
quiere significar que su predicación iría más allá del mar y
por toda la tierra69. Y clamó como león rugiente70, quiere
decir que predicó con fuerza y poder71. Y cuando él dijo:
Sella lo que hablaron los siete truenos72, dijo esto por los
que habían de ser heridos, de los que se dice en el
Evangelio: «No deis lo santo a los perros» 73, es decir,
para que la palabra de Dios no sea evidente por todas
partes a todos los impíos. Finalmente en otro lugar para
sus servidores dice: No selles, dice, las palabras de esta
profecía74. Y mostró a los que él había ordenado sellar
las palabras y a los que no: El que quiera continuar
haciendo el mal, dice, que haga el mal, y el que está en la
suciedad que se ensucie todavía más75. He aquí aquellos
para los cuales la palabra de Dios ha sido sellada. Es por
esto por lo que yo les hablo en parábolas a fin que el que
es justo obre justicia todavía y el santo santifíquese
todavíá76. Éstos son a los que la palabra de Dios no ha
sido sellada77. Oremos al Señor para que, por su piedad,
esta obra la lleve a culmen en nosotros; Él, que vive y
reina con el Padre y el Espíritu Santo. Amén.
........................
1. Ap 9, 12-13.
2. Cf. Primasio, 152, 187-189 (859, 57-58); Beda, 159, 12-13;
Beato, II, 41, 3-4.
3. Ap 9, 13-14.
4. Ap 9, 14.
5. Cf. Jr 51, 63; cf. Fragmentos de Turin, 113, 4-115, 6; Primasio,
153, 200-206 (860, 7-15. 17-23. 26-42); Beda, 159, 17-21; Beato, II,
41, 5-9; II, 42, 16-43, 8.
6. Ap 9, 15.
7. Ap 9, 15.
8. Cf. Fragmentos de Turín, 116, 3-10; Primasio, 153, 215-219
(860 26-42); Beato, II, 43, 15-19.
9. Ap 9, 16.
10. Ap 9, 15.
11. Cf. Fragmentos de Turí'n, 117, 1-5, Primasio, 155, 245-248
(861 11-15): Primasio atribuye explícitamente esta exégesis a
Ticonio, Beda 159, 41-42; Beato, II, 44, 10-45, 3.
12. Ap 9, 17
13. Cf. Fragmentos de Turín, 118, 1-5; Primasio, 156, 280-283
(861, 57-862, 1);157, 303-304 (862, 11-13); Beda, 159 53-160, 2;
Beato, II, 46, 7-11.
14. Ap 9, 17.
15. Ap 9, 17.
16. Cf. Beda, 160, 3-7; Beato, II, 47, 3-6.
17. Ap 9, 19.
18. Cf. Primasio, 157, 306-158, 318 (862, 29-39); Beda, 160,
9-11; Beato, II, 47, 14-48, 4.
19. Ap 10, 1.
20. Is 60, 8.
21. Ap 10, 1.
22. Ap 10, 1.
23. Ap 10, 1.
24. Cf. Ticonio, L. R. 43, 2-5; Fragmentos de Turín, 125, 9-128, 6
Pnmasio, 159, 1-160, 23 (863, 8-12. 14-15. 19-20); Beda, 160,
34-39, Beato, II, 54, 3-55, 7.
25. Ap 10, 2.
26. Cf. Fragmentos de Turín, 128, 6-134, 2; Primasio, 160, 24-34
(863, 48-53); Beda, 160, 53-58; Beato, Il, 56, 16-17.
27. Ap 10, 3.
28. Ap 10, 3.
29. Cf. Fragmentos de Turín, 129, 6-8; Primasio, 161, 38-40 (863,
57-59); Beda, 161, 1-7; Beato, Il, 57, 3-9.
30. Ap 10, 4.
31. Ap 22, 10.
32. Ap 22, 11.
33. Ap 22, 11.
34. Mt 13, 16; cf. Fragmentos de Turín, 132, 3-133, 3.
35. Ap 10, 6-7.
36. I Co 15, 52; cf. Fragmentos de Turín, 134, 3-135, 3; Primasio,
162, 60-67 (864, 26-40); Beda, 161, 32-33; Beato, II, 60, 1-9.
37. Cf. Fragmentos de Turín, 99,1-3; Primasio, 144, 1-9 (112,
12-13; PLS IV, 1230, 25-27); Beato, II, 27, 3-5.
38. Ap 9, 1.
39. Cf. Fragmentos de Turín, 99, 7-100, 2; Primasio, 145, 14-16
(112, 18-20; PLS IV, 1213, 37-38); Beato, II, 29, 1-5; Adv. Elip., I, 66
(CC LIX, 48, 1836-1854: PL 96, 933, 56-934, 1).
40. Ap 9, 2.
41. Cf. Ap 9, 3; cf. Fragmentos de Turín, 100, 3-101, 4; Beato, II
29, 6-15.
42. Ap 9, 5.
43. Cf. Beato, Il, 32, 5-6.
44. Ap 9, 5.
45. Cf. Fragmentos de Turín, 105, 3-5; Beato, II. 34, 3-4.
46. Ap 9, 7.
47. Cf. Fragmentos de Turín, 107, 2-7; Primasio, 149, 128-131
(116, 15-19; PLS IV, 1216, 45); Beda, 158, 31-33; Beato, II, 36,
11-16.
48. Cf. Ap 9, 8.
49. Cf. Fragmentos de Turín, 108, 2-5; Primasio, 149, 135-150, 1
(116, 25-117, 1; PLS IV, 1216, 58-1217, 2; 1217, 9-10); Beda, 158,
36-37; Beato, II, 38, 1-3.
50. Cf. Ap 9, 10.
51. Is 9, 15; cf. Fragmentos de Turín, 109, 5-110, 6; Primasio,
151, 163-174 (859, 28-31); Beato, II, 38, 15-39, 11.
52. Ap 9, 11.
53. Cf. Fragmentos de Turín, 110, 7-111, 1; Beato, II, 39, 12-16.
54. Cf. Ap 9, 13.
55. Ap 9, 14.
56. Cf. Fragmentos de Turín, 114, 4-7; Primasio. 152, 197-153,
203 (860, 7-15); Bed 159, 12-13. 17-23. Beato. II, 41, 3-12, 42,
16-43, 2.
57. Ap 9, 17.
58. Ap 9, 17.
59. Cf. Fragmentos de Turín, 118, 1-2; Primasio, 156, 280-157,
286 (861, 57-862, 1-13).
60. Ap 9, 17.
61. Ap 9, 19.
62. Cf. Primasio, 157, 306-158, 318 (862, 13-15. 29-39); Beda,
160, 3-7. 9-11. 22-23.
63. Ap 10, 1.
64. Is 60, 8.
65. Ap 10, 1.
66. Ap 10, 1.
67. Cf. Ticonio, L. R., 43, 2-5; Primasio, 159, 1-160, 18 (863, 8-12.
14-20; Beda, 160, 34-39; Beato, II, 54, 3-55, 7.
68. Ap 10, 2.
69. Cf. Fragmentos de Turín, 128, 6-129, 5; Primasio, 160, 31-34
(863, 48-53); Beda, 160, 53-58; Beato, II, 56, 16-17.
70. Ap 10, 3.
71. Cf. Fragmentos de Turín, 129, 6-7; Primasio, 161, 38-39 (863,
57-59); Beda, 161, 1-7; Beato, II, 57, 3-4.
72. Ap 10, 4.
73. MI 7, 6.
74. Ap 22, 10.
75. Ap 22, 11.
76. Ap 22, 11.
77. Cf. Primasio, 161, 48-162, 59 (864, 14-20); Beda, 161, 12-18;
Beato, II, 57, 10-58, 17.


















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