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VIDA
León nació en una fecha que permanece
incierta, probablemente en Toscana, aunque él reivindica a Roma por “patria”
suya. Romano, en todo caso, por su educación y su carácter, formó parte del
clero de la ciudad, donde muy pronto gozó de una gran autoridad. Simple acólito,
fue encargado en el año de 4l8 de llevar un mensaje de Sixto (el futuro Papa) al
obispo de Cartago, Aurelio. En el año de 430, el célebre monje Juan Casiano,
obedeciendo la orden que se le había dado de escribier un tratado sobre la
Encarnación contra la doctrina de Nestorio, se dirigía a León como al
archidiácono de Roma, calificándolo ya de “ornamento de la Iglesia y del santo
munisterio”.encargado de misiones importantes, tanto diplomáticas como
religiosas, por los Papas Celestino l y Sixto lll, durante una de ellas, en las
Galias, fue donde supo de la muerte de este último Pontífice, y aunque ausente,
¿fue aclamado por el pueblo para sucederle (440)?
En su entronización, León pronunció estas
palabras: “Vuestro afecto quiso tener como presente al que un largo viaje tenía
ausente. Doy gracias a Nuestro Dios por todos los beneficios que le debo; y os
doy gracias a vosotros que por vuestro sufragio habéis dado sobre mí un juicio
tan honorífico que no merezco. Por lo tanto os conjuro a que por la misericordia
del Señor ayudéis con vuestras oraciones al que habéis llamado por vuestros
deseos, a fin de que el Espíritu de Dios permanezca sobre mí y que no tengáis
que arrepentiros de los sufragios que me habéis concedido. Que nos conceda a
todos el bien de la paz Aquel que ha puesto en vuestros corazones el celo de la
unanimidad”.
Y cada año, el 29 de septiembre, fecha de este
acontecimiento, el Pontífice reunía un concilio en el curso del cual rendía
homenaje a sus hermanos en el Episcopado, pero también afirmaba el Primado de
sucesor de Pedro, y concluía así: “Pedidle a Dios ----que ha querido que yo
presida el gobierno de la Iglesia---- que haga capaz de tan gran tarea y útil
para vuestra edificación a este su humilde siervo”. –“Pedro persevera en la
solidez de roca que le ha sido conferida; no abaandona el gobernalle de la
Iglesia que ha sido puesto en sus manos”.—“En su sede es siempre su poder el que
sobrevive, y su autoridad la que domina. . . El sigue siendo el primero de todos
los obispos, y el Jefe de la Iglesia” (Sermón lll, 3). La prueba práctica
de ello está en que todos los obispos de la cristiandad recurren constantemente
a la Sede de Pedro (Sermón V, 2-4).
El obispo de Roma enseñaba personalmente a su
pueblo. Dejó numerosos sermones, homilías con ocasión de las fiestas litúrgicas,
refutaciones de las herejías, exhortaciones morales y serias advertencias contra
los abusos y peligros de la época: diversiones del circo, astrología, etc. . .
Restauró y quizá reconstruyó totalmente las
basílicas de Letrán, de San Pedro, de San Pablo; y luego las diversas Iglesias
destruidas o dañadas durante el saco de Roma por los vándalos (año 455).
En el curso de sus 2l años de pontificado, San
León consagró a l85 obispos para unos 200 obispos de provincias suburvicarias,
regiones de Italia o islas directamente dependientes de la Sede romana sin la
mediación de un metropolitano. Por lo demás prohibió elevar al episcopado a
hombres indignos, ora de condición servil, ora varias veces casados o casados
con viudas. Y tomó medidas para evitar la dilapidación de los bienes de la
Iglesia o su empleo en fines extraños al culto divino.
A los obispos de otras provincias les
ordenaba, llegado el caso, el celebrar concilios, condenar a los herejes, en
particular a los pelagianos y los maniqueos, contra los cuales pidió y obtuvo el
apoyo del “brazo secular” para la represión de sacrilegios y diversos crímenes
que solían cometer los sectarios; y más de una vez reprochó a algunos el “dejar
adormecer su vigilancia”, recordándoles que debían conformarse a “la autoridad
de los cánones y a los decretos del Romano Pontífice”.----En el año 449, San
Pedro Crisólogo, a la sazón obispo de Ravena, escribió a un monje rebelde,
Eutiques, “que aceptara dócilmente lo que ha escrito el bienaventurado Pedro,
quien a su propia Sede sobrevive y preside a fin de asegurar a las almas leales
la Verdad de la Fe, y sin cuyo consentimiento ningún obispo puede conocer de las
causas de la Iglesia y de la Fe” (Carta 25).
En el año 452, Atila y sus Hunos, después de
haber devastado la región de Venecia y la Liguria, se disponían a marchar ssobre
Roma. Incapaz de rechazar las hordas bárbaras, el Emperador Valentino lll
prefirió negociar. Tres embajadores fueron encargados de ello: el Cónsul Avenio,
el exprefecto Trigecio y el Papa León. Episodio sobre el cual la leyenda y el
arte han bordado a placer para acentuar su carácter maravilloso y sobrenatural.
Lo cierto es que el Pontífice, verdadero jefe de la delegación, al cabo de una
conversación cuyos argumentos no se conservaron, obtuvo de Atila que renunciara
a proseguir la campaña y retirara sus tropas del otro lado del Danubio: “Demos
gracias a Dios ----dijo simplemente el Papa al emperador, al darle cuenta de su
misión----, porque El nos ha salvado de un gran peligro”.
Tres años más tarde, San León tuvo que repetir
esa misma gestión ante Genserico, rey de los Vándalos, que a su vez amenazaba a
Roma. Menos feliz que anteriormente, el Papa obtuvo tan sólo que la ciudad no
fuese quemada ni sus habitantes asesinados; no pudo impedir el pillaje de
templos, palacios e iglesias (con excepción quizá de las basílicas de San Pedro
y de San Pablo y de Letrán), ni la deportación de millares de hombres y mujeres,
entre las cuales estuvieron la viuda y las dos hijas del emperador Valentiniano;
y fue testigo del hundimiento del Imperio Romano en Africa del Norte.
A continuación de las invasiones bárbaras en
la Galia a principios del siglo V, los territorios imperiales se habían reducido
y la sede de la prefectura romana era Arlés. El obispo de esta ciudad, Hilario,
exprexó entonces la pretensión de extender su autoridad a todas las provincias
galo-romanas. San León le reprochó enérgicamente sus abusos de poder, sus
tentativas de asurpación ruinosa para el primado de la Sede apostólica: “Dios,
que dio a los Apóstoles la misión de predeicar el Evangelio, establició a Pedro,
el jefede todos ellos, a fin de que de Pedro como de la cabeza pudieran
extenderse sus dones divinos en todo el cuerpo; y quien ose separarse de la
unidad de Pedro no participa en la economía divina” (Carta ll). Y cuando
diecinueve obispos de Provenza y de la Galia narbonense pidieron el
reconocimiento del Primado de Arlés, se toparon con una negativa categórica, no
pudieron sufrir el Papa ni siquiera una apariencia de rivalidad estre la Iglesia
de Roma y la Iglesia de las Galias. Y cada año era Roma la que fijaba para todas
las diócesis la fecha de la fiesta de Pascua, viniendo a ser esta unanimidad
enla gran solemnidad litúrgica algo así como el símbolo de la unidad de doctrina
y de gobierno.
Resplandece la misma afirmación del Primado de
la Sede de Roma en las soluciones y directivas dirigidas por San León a los
obispos de España y de Africa, regiones en las que las invasiones de Godos y
Vándalos implantaron el arrianismo. Se le somete tanto cuestiones doctrinales
como disciplinasrias, y sus respuestas se reciben como “reglas de la Fe”.
Y cuando relaga a un “vicario provincial”, como el obispo de Tesalólica, para
estudiar ciertas estipulaciones o dirimir determinados conflictos, el Papa hace
ver que se reserva exclusivamente la plena jurisdicción y el poder supremo:
“Aunque todos los obispos están revestidos de una dignidad igual por el
sacerdocio, no por eso deja de existir entre ellos una jerarquía en el gobierno:
por encima del obispo del lugar, el metropolitano; por encima de los
metropolitanos, el vicario para una región; y por encima de todos los vicarios,
el Romano Pontífice.
En sus relaciones con los obispos de
Alejandría San León tiene en alta estima a los sucesores de San Marcos, pero
jamás deja subrayar el Primario de Pedro.
Aparte de su “ministerio en el gobierno de la
Iglesia” San León ejerció su “magisterio” en la enseñanza de la Sagrada
doctrina. A propósito de los errores monofisitas expresados por Nestorio y luego
por Eutiques, y con ocasión de los concilios que habían condenado a los dos
heresiarcas, se le pidió a San León que ratificara y publicara las sentencias.
Su carta a Flaviono, obispo de Constantinopla, contiene toda una exposición
doctrinal sobre el misterio de la Encarnación, la unidad de Persona y la
dualidad de naturalezas en Cristo.aunque no fuera ésta una definición
“ex-cathedra” ni una argumentación teológica, es al menos una recordación
clarísima de la creencia tradicional sobre ese punto, apoyándose en el
testimonio de los Padres menos discutibles. Un cronista refiere que después de
haber redactado esta carta, San León la depositó sobre la tumba del Apóstol
Pedro, pidiéndole que la corrigiera si hallaba en ella la menor enexactitud;
según esa crónica, cuarenta días más tarde recibió el Papa una advertencia del
Cielo asegurándole que la corrección estaba hecha, y que encontró su carta
efectivamente corregida del puño y letra del Apóstol. Aunque este relato no sea
más que una leyenda, al menos expresa el pensamiento constante del Papa: obrar
como sucesor de San Pedro y no apartarse en nada de la Verdad legada por el Jefe
de los Apóstoles.
Al día siguiente del seudoconcilio que guarda
en la historia el sobrenombre de “latrocinio de Efeso” (año de 449), porque con
desprecio de toda equidad, un grupo de obispos bajo la dirección de Dióscoro de
Alejandría, con el objeto de justificar y de rehabilitar al hereje Eutiques no
había temido eliminar a los prelados oponentes y aun a los propios legasos del
Papa, San León exige que la causa sea llevada ante él, porque sólo él tiene
autoridad para resolver el conflicto. A petición suya, el emperador Valentiniano
lll escribe a Teodosio ll de Constantinopla: “Debemos defender la Fe que hemos
recibido de nuestros abuelos y conservar intacta la dignidad del bienaventurado
apóstol Pedro. El obispo de Roma, en quien la antigüedad ha reconocido al Jefe
de todo el sacerdocio, posee las prerrogativas de juez de la Fe y de los
obispos”. Teodosio so niega, por suparte, a convocar un nuevo concilio para
revisar las decisiones del de Efeso, y finge no ver en el Romano Pontífice sino
a un patriarca del mismo rango que los de Constantinopla o de otras partes. Pero
habiendo muerto accidentalmente Teodosio, su sucesor Marciano invita al Papa a
reunir el concilio deseado y a venir a presidirlo en persona en la propia
Constantinopla, o bien, si esto no fuera posible, se propone convocar a los
obispos de Oriente que se reunirán bajo la presidencia de los legados
pontificios. Severas sanciones se tomarían contra los instigadores y cómplices
del latrocinio de Efeso; los obispos despuestos en él serían reintegrados en sus
sedes, y la memoria de aquellos que como Flaviano de Constantinopla había muerto
en el desierro, sería rehabilitada.
Planeando para Nicea, el Concilio se tuvo en
realidad en Calcedonia (año 45l). el orgulloso y obstinado Dióscoro de
Alejandría fue el primero en llegar allí, acompañado de l0 obispos egipcios, y
tuvo la pretensión de excomulgar al “obispo de Roma” León. Por su parte los
legados del Papa declararon que Dióscoro no sería admitido sino como acusado; y
luego, tras de la recitación del Símbolo de Nicea, dieron lectura de la carta de
San León a Flaviano, la cual fue reconocida como la fórmula de la verdadera Fe.
Y Dióscoro fue condenado.
Pero surgió un desacuerdo entre los miembros
del concilio a propósito del Primado de la Sede de Constantinopla, desacuerdo, a
decir verdad, entre los obispos orientales por una parte y los legados
Pontificados por otra. En una carta insinuamente al Papa los Padres del concilio
intentaron arrancarle lo que sus legados habían rechazado: “Tú has venido hasta
nosotros, tú has sido para nosotros el intérprete de la voz del bienaventurado
Pedro. . . Nosotros éramos allí 500 obispos que tú conducías como la cabeza
conduce a los miembros. . . Dióscoro, en su locura, se había enderezado contra
aquel a quien el Salvador ha encomendado la guarda de su viña y quiso excomulgar
al que tiene el cargo de unir el cuerpo de la Iglesia. . . A la sede de la
antigua Roma, por ser soberana esa ciudad, nuestros Padres han atribuido
rectamente el Primado. Pero, con el mismo pensamiento l50 piadosos obispos de
Constantinopla (38l) concedieron el mismo promado a la sede de la nueva Roma,
estimando con razón que la Ciudad que se honra con la presencia del Basileus y
del Senado y que tiene los mismos privilegios que la antigua Roma real es tan
grande como ella en las cosas eclesiásticas. . . Brillando en vos con todo su
esplendor la luz apostólica, haréis beneficiar con ella repetidamente a la
Iglesia de Constantinopla con vuestra habitual solicitud" (Carta 98).
Una carta del emperador Marciano apoyaba esta
petición de los obispos. El obispo de Constantinopla, Anatolio, escribía en el
mismo sentido y confiaba su misiva a los legados que volvían a Roma.
A la vez que acogía con entusiasmo las
definiciones doctrinales del concilio sobre la Encarnación y la condenación de
Dióscoro de Alejandría, San León deploró y reprobó la ambición de Anatolio y la
tendencia del episcopado oriental a querer hacer de la sede de Constantinopla la
igual y muy pronto la rival de la de Roma. Y estableció a su legado Juliano de
Fos como representante suyo permanente en Constantinopla, con misión de velar
por la pureza de la Fe y de conjurar decididamente las herejías nestoriana y
eutiquiana, y luego impedir toda usurpación del patriarca de Constantinopla de
la autoridad y primado del Pontífice de Roma.
Monjes partidarios de Nestorio o de Eutiques
siembran la perturbación en Palestina y llegan hasta expulsar al obispo de
Jerusalén, Juvenal. San León le ordena a su delegado Julian de Kos que pida la
ayuda de la policía imperial para reprimir a los sediciosos, con una severidad
eficaz, sin efusión de sangre sin embargo (año 453).
A la muerte del emperador Marciano, el poder
estaba de hecho en manos de un general bárbaro y arriano, Aspar, quien designó
emperador a León el Tracio y le hizo coronar por el patriarca de Constantinopla,
Anatolio, feliz de aprovechar la ocasión para afirmar su prestigio. Al nuevo
emperador recurrió San León para restablecer la paz y salvaguardar la verdadera
Fe en Egipto y especialmente en Alejandría, donde la herejóa había levantado la
cabeza, donde Prótero, que había reemplazado a Dióscoro, había sido asesinado. Y
para apoyar su exhortación invocaba la conformidad de su enseñanza con la
doctrina de los Santos Padres: “A fin de que tu piedad reconozca que estamos de
acuerdo con los venerables Padres, he creído útil agregar a esta carta algunas
de sus sentencias. Si te dignas recorrerlas, verás que no profesamos otra cosa
que lo que nuestros Santos Padres han enseñado en elmundo entero y que sólo los
herejes impíos se separan de ellos”.
Y cuando el emperador, usurpando un poco las
prerrogativas del Jefe de la Iglesia, organizó una especie de plebiscito para
saber si habría de mantener las deficiones del Concilio de Calcedonia, y luego
aprobar el acceso de Timoteo Elurio a la sede de Alejandría, la casi unanimedad
de metropolitanos y de obispos apoyó las decisiones del Papa San León sobre los
dos puntos.
En Occidente solemos ver a los obispos, a los
galo-romanos en particular, recurrir a la Sede Apostólica para obtener la
solución de problemas doctrinales o disciplinarios, de “casos de conciencia”. Y
San León les hace notar a veces que ciertos casos dependían simplemente del
metropolitano. Responde siempre sin embargo y sus respuestas tienen el sello de
la sabiduría y de la indulgencia.
Al obispo de Narbona, Rústico, que abrumado
por las dificultades y los escándalos piensa en renunciar a su cargo para
retirarse a la soledad, el Papa le hace notar paternalmente que la hora no es
propia para el reposo sino para la lucha, que de debe persistir en amar a los
hombres aunque detestando sus vicios y que Cristo no deja jamás de ser nuestro
consejo y nuestro aliento.
San León murió el año 46l el ll de noviembre.
La fecha del ll de abril, señalaba en el calendario litúrgico como la de su
“dies natalis”, corresponde sin duda a la traslación de sus restos. Fue inhumado
en la basílica de San Pedro. Fue proclamado Doctor de la Iglesia por Benedicto
XlV el año de l754.
Un epitafio en versoslatinos, compuestos por
el Papa Sergio, subraya la ingridad doctrinal de San León. “Sus escritos, sus
cartas atestiguan la rectitud del dogma; las almas piadosas los veneran, la
turba impía les teme. Refugió este león, y los corazones de los venados
temblaron de miedo; pero las ovejas siguen las órdenes de su Pastor”.
En cuanto a los historiadores, rinden homenaje
sobre todo al incomparable jefe de la Iglesia, uno de los más eminentes
artesanos de su unidad y del Pimado del Romano Pontífice: “León vio a Italia
presa de los terrores de Atila, a Roma ultrajada por Genserico. Con esos dos
azotes de Dios tuvo que ir a parlamentar, a tratar de imponerles algún respeto a
la majestad del Imperio agonizante. Bajo sus ojos la casa de Teodosio se hundió
en espatables catástofres. Y en medio de las convulsiones del Estado tenía que
poner el pensamiento hacia el Oriente, donde la fe peligraba sin cesar, luchar
allá abajo contra los potentados eclesiásticos, la violencia de los monjes, los
motines de Jerusalén y de Alejandría, contra la vulgaridad de los concilios, a
veces contra el soberano mismo. Sus admirables cartas, sin hablar de los demás
documentos, son una prueba de su actividad y de su sabiduría. Sus sermones, de
una verdadera elocuencia de Pontífice, tranquila, sencilla, majestuosa, nos lo
muestran en medio de su pueblo, en el ejercicio ordinario de su deber pastoral.
Las conmociones de afuera no dejaron en él sino débiles huellas: inquebrantable
en la serinidad de su alma, León habla tal como escribe, como no deja jamás de
pensar, de sentir, y de obrar, ¡como romano! Al oirlo, al verlo en plena acción,
los senadores de Valentiniano lll debieron pensar a menudo en sus colegas de la
antigua República, en aquellas almas invencibles que ninguna prueba doblegaba
(Mons. Duchesne, Histoire ancienne de l’Eglese).
“Elevación y severidad de la vida y de miras,
rigor y vigor para mantener las reglas de la disciplina eclesiástica, dotado con
esto de una energía indomable, de entusiasmo, de perseverancia, capaz de abrazar
de una mirada varios campos de acción muy distantes, inspirado por una
aceptación sin vacilaciones y una admirable comprensión de la Fe de la Iglesia
que quiso mantener en todas partes a toda costa, penetrado y sin respiro al
servicio de un sentimiento soberano de la indefectible autoridad de la Iglesia
de Roma como centro divinamente designado de todas las obras y de toda la vida
de la Iglesia de Cristo, San León es representativo, en cuanto cristiano, de la
dignidad imperial y de la severidad de la antigua Roma; y es el fundador del
Papado medieval, en toda su magnificencia de concepción y su fuerza
intransigente. Es un carácter sencillo, si se le mira com simpatía, fácil de
comprender y de apreciar. Representa vigorosamente el elemento de la vida
creciente de la Iglesia que se identifica especialmente con Roma: la autoridad y
la unidad” (C. Gore, Dictionnaire de biographie chrétienne).
Desdeñoso de la cultura profana, San León no
es tampoco un exégeta que trate de profundizar el sentido de la Escritura. Muy
alejado igualmente de las especulaciones teológicas de un San Agustín por
ejemplo, el santo Pontífice se asigna por tarea el recordar e inculcar la
doctrina católica tradicional: “Que se guarde la regla de la antigüedad”. Sin
temor de no enunciar más que principios elementales y lugares comunes, o de
repetirse, no sin cuidar su forma sin embargo, a fin de conmover la sensibilidad
para tocar los corazones y abrirlos así a verdades a menudo austeras, habla
sobre todo como moralista. Se ha conservado de él un centenar de sermones, cuyo
tema y ocación se los proporcionaba el ciclo litúrgico: diez para Navidad, ocho
para la Epifanía, doce para la Cuaresma, diecinueve sobre la Pasión del
Salvador, dos para Pascuas, dos para la Ascensión, tres para Pentecostés, etc.
Sin otra consideración filosófica que el
espectáculo del universo que atestigua la existencia de un Dios creador
todopoderoso y bueno (Sermón 44), San León sabe por la fe que el hombre
ha sido creado a la imagen de Dios, imagen transformada por el pecado de Adán, y
restaurada por la Redención de Cristo: “En este punto, el fiel sabe más cuando
ve en el fondo de su corazón que cuando contempla las maravillas del cielo”
(Sermón 27, 6). Oráculos de los profetas, milagros del Salvador, testimonios
de los Apóstoles ¿no son motivos suficientes para fundar nuestra Fe sobre una
certeza? Sermones 5l, 52, 53, 54, 56, 57, 59, 60, 6l, 7l, 73). El plan de
Dios para la salvación del mundo no aparece solamente en los acontecimientos
históricos revelados por las Escrituras: es visible también en la Iglesia que en
el curso de los siglos aumenta la multitud de los hijos de Dios (Sermón
63).—La Iglesia, santificada por el Espíritu Santo, es el Cuerpo místico de
Cristo de la que todos los miembros son todos los hombres penetrados de la
Gracia (Sermones 25, 46, 75, 76, 82, 89). Su cohesión está asegurada por
la unidad de la De, que a su vez descansa sobre “la autoridad del inmutable
Símbolo” (Carta l02).—La Fe católica es una: nada se le puede agregar ni
se le puede qutar (Carta l24). Tiene a Dios por Maestro, y con la
asistencia del Espíritu Santo da una interpretación auténtica de la Escritura, y
así refuta los errores y se refuerza ella misma, obligándola las herejías a
afirmar más claramente la Verdad Sermón 30). (Carta l65).—El
Símbolo de los Apóstoles que recitan los nuevos bautizados es el formulario
ideal de la Fe católica (Carta 31, sermón 34).
¿Para qué discutir, por ejemplo, el misterio
de la Encarnación o aun permitir, como lo hacen algunos, el oponer dificultades
a ese designio de Dios? La Encarnación es obra del poder y de la misericordia de
Dios, ambos infinitos: ¿qué tiene que ver en esto la pretendida sabiduría del
mundo? (Sermones 26, 27, 58, 69). Para extender la Verdad revelada,
Cristo no recurrió a filósofos ni a oradores, sino a humildes pescadores, “a fin
de que la celestial doctrina dotada de poder divino, no perezca necesitar de la
palabra humana” (Carta l64).
En la lucha con Nestorio y Eutiques, San León
es llevado, sin hacer sin embargo una exposición didáctica, a precisar el
pensamiento católico sobre la Encarnación y sobre todos los puntos del dogma que
se le relacionan: necesidad de un Hombre-Dios, para realizar una Redención
eficaz del género humano perdido por el pecado de Adán; unidad de Persona y
dualidad de naturaleza en Cristo; Virginidad perpetua y Maternidad divina de
María. Esta doctrina, esparcida en sus sermones y en su correspondencia, es más
explícita y más concentrada en su famosa Carta a Flaviano, que de cierta
manera hacía oír la voz del Papa enel concilio de Calcedonia.
Moralista, San León afirma con San Agustín la
prioridad de la acción divina y de la Gracia en la obra de nuestra salvación,
porque “Dios es el autor de este templo que somos nosotros; es el quien lo
comienza y quien lo termina” (Sermón 48). Pero insiste enla cooperación
del alma humana, el ejercicio de la libertad y el esfuerzo constante de ascesis
para luchar contra los vicios inherentes a la naturaaleza corrompida y observar
los preceptos del Decálogo siempre en vigor, para venir luego a seguir los
consejos y los ejemplos de Cristo, que dice a todos: “Haced lo que yo amo, amad
lo que yo hago” (Sermones 38, 99).
Tampoco sobre los Sacramentos haytratados de
la pluma de San León, sino descripciiiones y exhortaciones para recordarnos su
noción y su eficacia, al mismo tiempo que nos enseñan los ritos propios de su
administración en aquella época.
El Bautismo tiene por objeto devolverle al
hombre la inocencia perdida por el pecado (Sermones 24-26; Carta
l24).
Precedido y preparado por un período de
enseñanza, el catecúmeno requiere, antes de la absolusión del agua, la profesión
de la Fe mediante la recitación del Símbolo de los Apóstoles, la renuncia a
Satanás, y luego, tras de la ablusión, la unción del Santo Crisma en forma de
cruz, enla frante, por el obispo, con exorcismos e instrucciones. Es conferido
solamente, ante la asamblea de los fieles, en las vigilias de Pascua y de
Pentecostés (Sermón 76, Carta l6), salvo el caso de peligro de
muerte, pues entonces se confiere el Bautismo enprivado y en cualquier tiempo.
Se les concede a las personas de los dos sexos, y de todas las edades: ancianos,
jóvenes, niños. En todos borra el pecado original y también los pecados
personales (Sermón 49, Carta 59).
No debe ser reiterado el Bautismo aun cuando
haya sido conferido por los herejes, salvo cuando su realidad o su validez es
dusa como sucede con los niños deportados en tierna edad (Respuesta al Obispo
de Revena, Sermón 49). Los ayunos y las oraciones públicas prescritas por la
Iglesia, en las Témporas por ejemplo, son igualmente obras de penitencia
(Sermón 88). Finalmente, son los jefes de la Iglesia, obispos y
sacerdotes,quienes tienen el “poder de las llaves” para reconciliar a los
pecadores con la Iglesia y con Dios (Carta l08, al Obispo de Frejus,
Sermón 5). Ciertos pecadores, por la intensidad del arrepentimiento y por un
exceso de humildad, creían deber hacer una declaración escrita de sus faltas
cuando pedian la penitencia. San León prohibe primeramente el publicar esas
confesiones, porque para el pueblo cristiano es más provechoso el no conocer
ciertos crímenes.reprueba en seguida tal práctica porque podría alejar de la
penitencia a los culpables que carecian de ánimo para hacer tales confesiones, y
basta que el ministro de Dios las escuche, puesto que sólo él está autorizado
para pronunciar el juicio. La Penitencia es siempre posible en esta vida.pero
que el pecador no espere la última hora, porque en el otro mundo ya no hay
enmienda, ni remedio, ni satisfacción, puesto que tampoco hay deliberación de la
voluntad (Carta l08, Sermones 9, 35).
La Eucaristía es a la vez la “comunión del
Cuerpo y la Sangre de Cristo” (Sermón 54) y el verdadero holocausto
ofrecido a Dios (Sermón 58), el Sacramento, o signo sensible de la Pasión
y de la muerte del divino Salvador Sermones 59, 9l; Carta 9).
El Sacramento del Orden tiene tres grados: el
episcopado, el sacerdocio, el diaconado. Nadie puede ser promovido a un grado
superior sin haber pasado por los inferiores (Carta l2, a los Obispos
de Mauritania). Las ordenaciones se harán en Domingo; las precederá una
vigilia de oración y de ayuno (Carta a los Obispos de Viena). La
ordenación requiere que los sujetos sean dignos, de costumbres honestas, idóneos
para ejercer el santo ministerio, de condición libre. San León condena como un
abuso la elevación a las sagradas órdenes de esclavos aún no liberados (Carta
4, a los Obispos de Campania y de Toscana).—Al subdiaconado lo llama
“cuarto Orden”: exige, como las órdenes superiores, la práctica de la
continencia absoluta (Carta l4, al Obispo de Tesalónica).
“La Iglesia universal”: tal es el
objetivo de la política de San León: y él sabe que él mismo es el Obispo de la
Iglesia universal, no por ambición personal, sino para el mayor bien de la
Iglesia misma, bien que se identifica con la unidad, condicionada a la vez por
la estrecha cohesión y la entera subordinación de todos los obispos del mundo al
Obispo de Roma,como natural es que el cuerpo obedezca a la cabeza (Cartas
86, l04, ll2, l24, l49). Se siente él tan responsible de la Iglesia entera como
lo era San Pedro (Sermones 2, 3). Por esta razón él está presente
mediante sus legados en el Concilio de Calcedonia, condena a Eutiques y exige
que Dióscoro sea juzgado (Carta l20). Y el Concilio, lejos de oponerse a
admitir tal primado, felicita a San León por haber sido, en medio de los Padres,
“el intérprete de la voz del bienaventurado Pedro y por haberlos conducido como
la cabeza conduce a los miembros” (Carta 98). Y luego una relación con el
concilio agrega: “León, el santo y muy venerado Papa de la Iglesia universal,
revestido de la dignidad del Apóstol Pedro, que es el fundador de la Iglesia, la
roca de la De, el portero del reino celelstial” (Carta l03, a los
obispos galo-romanos).
Prosiguiendo y completando la idea de algunos
de sus predecesores, los Papas Inocencio y Bonifacio entre otros, San León, no
contento con centralizar en Roma la autoridad de la Iglesia entera, organizó la
jerarquía Episcopal. Aunque los obispos están dotados del mismo poder y gozan de
prerrogativas idénticas en virtud del Sacramento de la Orden; aunque tienen una
cierta autonomía en el gobierno de sus respectivas diócesis, la administración
de una Iglesia extendida ya en regiones alejadas y pueblos diversos, exige una
repartición en provincias y en distritos, algo así como en el Imperio Romano.
Los obispos de una región están sometidos a la autoridad de un arzobispo o
metropolitano; y las regiones dependen de la sede primacial o patriarcal de la
provincia. Esta división nunca es en detrimento de la unidad, la cual está
asegurada por la comunión de la fe y la subordinación al Jefe supremo: de todos
los puntos de la tierra, y en todos los grados de la jerarquía, las iglesias y
sus obispos están “en comunión” con Roma y el Papa (Carta 80, l30). Por
lo demás, una correspondencia regular y confidencial alimenta la unión: los
obispos dan cuenta de su gestión, del estado de las almas y de las vicisitudes
de la Fe en sus diócesis: el Papa dirime los conflictos y da las directivas
(Cartas 4, 5, 6, l2, l9).—Además, para las circunstancias más graves, se
envían legados apostólicos a diversos lugares para obrar en nombre del Papa
(Carta 79).
Respecto a los monjes que gozan de un estatuto
particular adaptado a su género de vida, San León da prueba de una gran
solicitud, pero “a condición de que sean fieles a su profesión y de que
concuerden sus costumbres con la vida a la que están consagrados”.—Por el
contrario, es severísimo con los “orgullosos y agitados que hacen gala de
despreciar a los obispos. . . y con los abades que arrastran a una multitud
ignorante para hacer triunfar sus perversidades” (Cartas ll7, ll9).
En la época de San León, el poder imperial era
católico, favorable a la expansión de la Iglesia, celoso a menudo por la defensa
de la verdadera Fe, pero con una tendencia más o menos marcada a irrumpir en el
dominio espiritual, a confundir los dos poderes, a veces a acapararlos y a poner
a la Iglesia en tutela. Cuando él veía a los príncipes sinceramente dedicados a
la causa de la Verdad, San León no ahorra elogios que los asimilan a los
auxiliares del sacerdocio y de la santidad (Cartas ll5, ll6 al
Emperador Marciano; ll7, l34, l43, l54, a Juliano de Kos).
Pero, a la menor tentativa de abuso de poder,
San León sabe, aunque observando en la forma la deferencia debida a la autoridad
legítima, resistir con firmeza y reprender al emperador mismo (Cartas 36,
37, 43, 45, 54, 59, a Teodosio ll).
En suma, sin apartarse jamás de la política
que domina todo su reinado, San León concreta la idea ya latente en sus
predecesores y fundada en las promesas de Cristo: la unidad de la Iglesia por la
unidad de la Fe y de gobierno.
El pontificado de San León Magno (440-461 ) se desarrolló
durante un periodo histórico turbulento. Dos eran los peligros
que acechaban principalmente a la Iglesia: uno externo, la
presión de los pueblos germánicos, en su mayoría
paganos—que resquebrajaban el Imperio; y otro interno, el
peligro de cisma por la influencia del monofisismo. San León fue
quien detuvo a Atila y a sus huestes a las puertas de Roma,
convenciéndoles a retirarse; sin embargo, poco pudo lograr
frente a las violencias de los vándalos. En el campo eclesial, su
Epístola a Flaviano, dirigida al Patriarca de Constantinopla, tuvo
una importancia decisiva en las definiciones del Concilio de
Calcedonia (451), donde se condenó la herejía monofisita, que
había llegado a difundirse mucho por Oriente. Además de esta
larga carta dogmática (una de las más famosas en la historia de
la Iglesia), San León redactó otras muchas. Su epistolario
comprende 173 cartas, en su mayor parte escritos dogmáticos,
disciplinares y de gobierno. Es característico de sus su estilo
conciso y elegante, que une a la brevedad una gran riqueza de
imágenes.
Esta misma preocupación por exponer la verdadera doctrina
cristiana se refleja en sus Homilías, predicadas al clero y al
pueblo romano con ocasión de las principales fiestas del año
litúrgico. Para San León, el ciclo litúrgico tiene una importancia
capital en la vida cristiana. La liturgia es como una prolongación
de la vida salvífica de Cristo en la Iglesia, su Cuerpo Místico.
Los cristianos, configurados con el Señor por medio de los
sacramentos, deben imitar la vida de Jesucristo en el ciclo anual
de las celebraciones. De las noventa y siete homilías que nos
han llegado, nueve corresponden al ayuno de las témporas de
diciembre, que más tarde formarían parte del Adviento, y doce a
la Cuaresma. El resto se centran en los principales
acontecimientos del año litúrgico: Navidad, Epifanía, Semana
Santa, Pascua, Ascensión y Pentecostés. No faltan algunas
predicadas en la fiesta de los Santos Pedro y Pablo y de San
Lorenzo.
durante un periodo histórico turbulento. Dos eran los peligros
que acechaban principalmente a la Iglesia: uno externo, la
presión de los pueblos germánicos, en su mayoría
paganos—que resquebrajaban el Imperio; y otro interno, el
peligro de cisma por la influencia del monofisismo. San León fue
quien detuvo a Atila y a sus huestes a las puertas de Roma,
convenciéndoles a retirarse; sin embargo, poco pudo lograr
frente a las violencias de los vándalos. En el campo eclesial, su
Epístola a Flaviano, dirigida al Patriarca de Constantinopla, tuvo
una importancia decisiva en las definiciones del Concilio de
Calcedonia (451), donde se condenó la herejía monofisita, que
había llegado a difundirse mucho por Oriente. Además de esta
larga carta dogmática (una de las más famosas en la historia de
la Iglesia), San León redactó otras muchas. Su epistolario
comprende 173 cartas, en su mayor parte escritos dogmáticos,
disciplinares y de gobierno. Es característico de sus su estilo
conciso y elegante, que une a la brevedad una gran riqueza de
imágenes.
Esta misma preocupación por exponer la verdadera doctrina
cristiana se refleja en sus Homilías, predicadas al clero y al
pueblo romano con ocasión de las principales fiestas del año
litúrgico. Para San León, el ciclo litúrgico tiene una importancia
capital en la vida cristiana. La liturgia es como una prolongación
de la vida salvífica de Cristo en la Iglesia, su Cuerpo Místico.
Los cristianos, configurados con el Señor por medio de los
sacramentos, deben imitar la vida de Jesucristo en el ciclo anual
de las celebraciones. De las noventa y siete homilías que nos
han llegado, nueve corresponden al ayuno de las témporas de
diciembre, que más tarde formarían parte del Adviento, y doce a
la Cuaresma. El resto se centran en los principales
acontecimientos del año litúrgico: Navidad, Epifanía, Semana
Santa, Pascua, Ascensión y Pentecostés. No faltan algunas
predicadas en la fiesta de los Santos Pedro y Pablo y de San
Lorenzo.
LOARTE
* * * * *
SAN LEÓN MAGNO vivió en una época crucial para el mundo de
occidente, el de los últimos años de una cierta unidad política bajo los
emperadores romanos, el último de los cuales fue depuesto el año 476.
Nacido quizá en Roma hacia fines del siglo Iv, fue papa durante unos veinte años (440-461). Es
conocida su entrevista con Atila (452), a quien convenció de que se
retirara de Italia. Fue notable su actividad como pontífice: su predicación al
clero y al pueblo de Roma, la reorganización del culto y de otros aspectos de la
vida eclesiástica, la lucha contra priscilianistas, pelagianos y maniqueos, la
afirmación del primado romano a través de muchas de sus actuaciones, y su
intervención, por medio de sus legados y de sus escritos, en el concilio de
Calcedonia (451); como ya hemos dicho, en éste se recogerá
la doctrina expresada por León en su Epístola dogmática a Flaviano, el
patriarca de Constantinopla, con el que había un buen entendimiento.
En sus escritos muestra un gran conocimiento y una cierta
dependencia de San Agustín. Se conservan de él unos 96 sermones
destinados a diversos momentos del año litúrgico, muy bien escritos, y en
general no muy largos. Tenemos también una colección de
173 cartas, de las cuales 143 son escritas por él; suelen tratar asuntos
oficiales de la vida
eclesiástica, y son de gran interés. En cam bio, el llamado
Sacramentario leoniano, que ahora se sue le conocer con el
nombre de Sacramentario veronés, no es suyo y no es tampoco seguro que recoja materiales originales de San
León, aunque sí de su época.
MOLINÉ
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