martes, 6 de enero de 2015

SAN ROMANO EL CANTOR

Los escasos datos biográficos que poseemos sobre Romano
proceden de dos documentos menores, de origen litúrgico: el
Sinasario y el Meneo. Según esos textos, Romano nació en Siria,
en la ciudad de Emesa, hacia el 490. Ordenado diácono en Beirut,
durante el reinado del Emperador Anastasio se trasladó a
Constantinopla, donde fue incorporado a la iglesia de la Santísima
Madre de Dios. Allí se entregó a una vida de oración y de
mortificación, caracterizada por su devoción a la Virgen.
En el santuario de la Madre de Dios, recibió el carisma poético.
Cuenta la tradición que una noche de Navidad se le apareció la
Virgen y le entregó un rollo para que lo masticara y engulliera.
Apenas cumplió su mandato, subió al ambón e improvisó un himno
en alabanza del Nacimiento del Señor. La vena poética,
milagrosamente desatada en él, inspiró nuevos y numerosos
Kondakia, himnos para las principales festividades litúrgicas del
año, especialmente las de Cristo y la Virgen. Se dice que compuso
un millar de himnos, aunque son muchos menos los que han
llegado hasta nosotros.
Romano, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de el
cantor, murió entre el 555 y el 562, y fue sepultado en la iglesia de
Ciro, donde se celebra su memoria el 1 de octubre. Aunque los
temas de sus composiciones son muy variados, destacan los
himnos mariológicos. La figura de la Virgen es contemplada a la luz
de la vida y de la obra redentora de su Hijo. 

LOARTE
* * * * *

LAS BODAS DE CANA
(Himno sobre las bodas de Cana)

Queremos narrar ahora el primer milagro obrado en Cana por
Aquél que había demostrado ya el poder de sus prodigios a los
egipcios y a los hebreos. Entonces la naturaleza de las aguas fue
cambiada milagrosamente en sangre. Él había castigado a los
egipcios con la maldición de las diez plagas y había vuelto el mar
inofensivo para los hebreos, hasta tal punto que lo atravesaron
como tierra firme. En el desierto, Él les había provisto del agua que
prodigiosamente manó de la roca. Hoy, durante la fiesta de las
bodas, realiza una nueva transformación de la naturaleza, Aquél
que ha cumplido todo con sabiduría.

Mientras Cristo participa de las bodas y el gentío de los invitados
banqueteaba, faltó el vino y la alegría pareció mudarse en
melancolía. El esposo estaba avergonzado, los servidores
murmuraban y afloraba en todas partes el descontento por tal
penuria, levantándose el tumulto en la sala. Ante tal espectáculo,
María, la completamente pura, mandó advertir apresuradamente a
su Hijo: «No tienen vino (Jn 2, 3). Hijito, te lo ruego, demuestra tu
poder absoluto, Tú, que has cumplido todo con sabiduría (...)».

Cristo, respondiendo a la Madre que le decía: «concédeme esta
gracia», contestó prontamente: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí?
Todavía no ha llegado mi hora (Jn 2, 4).

Algunos han querido entrever en estas palabras un significado
que justifica su impiedad. Son los que sostienen la sumisión de
Cristo a las leyes naturales, o bien le consideran, también a Él,
vinculado a las horas. Pero esto es porque no comprenden el
sentido de la palabra. La boca de los impíos, que meditan el mal,
es obligada a callar por el inmediato milagro obrado por Aquél que
ha cumplido todo con sabiduría.

«Hijo mío, responde ahora—dijo la Madre de Jesús, la
completamente Pura—. Tú, que impones a las horas el freno de la
medida, ¿cómo puedes esperar la hora, Hijo mío y Señor mío?
¿Cómo puedes esperar el tiempo, si has establecido Tú mismo los
intervalos del tiempo, oh Creador del mundo visible e invisible, Tú
que día y noche diriges con plena soberanía y según tu discreción
las evoluciones inmutables? Has sido Tú quien ha fijado la carrera
de los años en sus ciclos perfectamente regulados: ¿cómo puedes
esperar el tiempo propicio para el prodigio que te pido, Tú que has
cumplido todo con sabiduría?»

«Ya antes de que Tú lo notases, Virgen venerada, Yo sabía que
el vino faltaba», respondió entonces el Inefable, el Misericordioso,
a la Madre veneradísima. «Conozco todos los pensamientos que
habitan en tu corazón. Tú reflexionaste dentro de ti: "la necesidad
incitará ahora a mi Hijo al milagro, pero con la excusa de las horas
lo está retrasando". Oh Madre pura, aprende ahora el porqué de
este retardo, y cuando lo hayas entendido, te concederé
ciertamente esta gracia, Yo que he cumplido todo con sabiduría.»

«Eleva tu espíritu a la altura de mis palabras y comprende, oh
Incorrupta, lo que estoy para pronunciar. En el momento mismo en
que creaba de la nada cielo y tierra y la totalidad del universo,
podía instantáneamente introducir el orden en todo lo que estaba
formando. Sin embargo, he establecido un cierto orden bien
subdividido; la creación ocurrida en seis días. Y no ciertamente
porque me faltase el poder de obrar, sino para que el coro de los
ángeles, al comprobar que hacía cada cosa a su tiempo, pudiese
reconocer en mí la divinidad, celebrándola con el siguiente canto:
Gloria a ti, Rey potente, que has cumplido todo con sabiduría».

«Escucha bien esto, oh Santa: habría podido rescatar de otro
modo a los caídos, sin asumir la condición de pobre y de esclavo.
He aceptado, sin embargo, mi concepción, mi nacimiento como
hombre, la leche de tu seno oh Virgen, y así todo ha crecido en mí
según el orden, porque en mi nada existe que no sea de este
modo. Con el mismo orden quiero ahora obrar el milagro, al cual
consiento por la salvación del hombre, Yo que he cumplido todo
con sabiduría».

«Entiende lo que estoy diciendo, oh Santa; he querido comenzar
por el anuncio a los israelitas, por enseñarles a ellos la esperanza
de la fe para que, antes de los milagros, sepan quién me ha
mandado y conozcan con certeza la gloria de mi Padre y su
Voluntad, ya que Él quiere firmemente que Yo sea glorificado por
todos. De hecho, cuanto obra Aquél que me ha engendrado,
puedo obrarlo también Yo, por ser consustancial a Él y al Espíritu,
Yo que he cumplido todo con sabiduría».

«Si sólo hubiese manifestado esto en los prodigios espantosos,
ellos habrían comprendido que soy Dios desde antes de todos los
siglos, aunque me haya hecho hombre. Pero, ahora,
contrariamente al orden, y antes incluso de la predicación, Tú me
pides prodigios. He aquí el porqué de mi retardo. Te pedía que
esperases la hora de obrar milagros, por este único motivo. Pero
como los padres deben ser honrados por los hijos, tendré
consideración hacia ti, oh Madre, puesto que puedo hacerlo todo,
Yo que he cumplido todo con sabiduría».

«Di, pues, a los habitantes de la casa que se pongan a mi
servicio siguiendo las órdenes: ellos pronto serán, para sí mismos
y para los demás, los testigos del prodigio. No quiero que sea
Pedro el que me sirva, ni tampoco Juan, ni Andrés, ni alguno de
mis apóstoles, por temor de que después, por su causa, surja
entre los hombres la sospecha del engaño. Quiero que sean los
mismos criados quienes me sirvan, porque ellos mismos se
convertirán en testigos de lo que me es posible, a mí que he
cumplido todo con sabiduría».

Dócil a estas palabras, la Madre de Cristo se apresuró a decir a
los servidores de la fiesta de las bodas: haced lo que Él os diga
(Jn 2, 5). Había en la casa seis tinajas, como enseña la Escritura.
Cristo ordena a los servidores: llenad de agua las tinajas (Jn 2, 8).
Y al punto fue hecho. Llenaron de agua fresca las tinajas y
permanecieron allí, en espera de lo que intentaba hacer Aquél que
ha cumplido todo con sabiduría.

Quiero ahora referirme a las tinajas y describir cómo fueron
colmadas por aquel vino, que procedía del agua. Como está
escrito, el Maestro había dicho en voz alta a los servidores:
«Sacad este vino que no proviene de la vendimia, ofrecedlo a los
invitados, llenad las copas secas, para que lo disfrute todo el
mundo y el mismo esposo; puesto que a todos he dado la alegría
de modo imprevisto, Yo que he cumplido todo con sabiduría».

En cuanto Cristo cambió manifiestamente el agua en vino
gracias al propio poder, todo el mundo se llenó de alegría
encontrando agradabilísimo el gusto de aquel vino. Hoy podemos
sentarnos al banquete de la Iglesia, porque el vino se ha cambiado
en la sangre de Cristo, y nosotros la asumimos en santa alegría,
glorificando al gran Esposo. Porque el auténtico Esposo es el Hijo
de María, el Verbo que existe desde la eternidad, que ha asumido
la condición de esclavo y que ha cumplido todo con sabiduría.

Altísimo, Santo, Salvador de todos, mantén inalterado el vino
que hay en nosotros, Tú que presides todas las cosas. Arroja de
aquí a los que piensan mal y, en su perversidad, adulteran con el
agua tu vino santísimo: porque diluyendo siempre tu dogma en
agua, se condenan a sí mismos al fuego del infierno. Pero
presérvanos, oh Inmaculado, de los lamentos que seguirán a tu
juicio, Tú que eres misericordioso, por las oraciones de la Santa,
Virgen Madre de Dios, Tú que has cumplido todo con sabiduría. 
* * * * *
Madre dolorosa
(Cántico de la Virgen al pie de la Cruz)

Venid todos, celebremos a Aquél que fue crucificado por
nosotros. María le vio atado en la Cruz: «Bien puedes ser puesto
en Cruz y sufrir—le dijo Ella—; pero no por eso eres menos Hijo
mío y Dios mío».

Como una oveja que ve a su pequeño arrastrado al matadero,
así María le seguía, rota de dolor. Como las otras mujeres, Ella iba
llorando: «¿Dónde vas Tú, Hijo mío? ¿Por qué esta marcha tan
rápida? ¿Acaso hay en Caná alguna otra boda, para que te
apresures a convertir el agua en vino? ¿Te seguiré yo, Niño mío?
¿O es mejor que te espere? Dime una palabra, Tú que eres la
Palabra; no me dejes así, en silencio, oh Tú, que me has guardado
pura, Hijo mío y Dios mío».

«Yo no pensaba, Hijo de mi alma, verte un día como estás: no lo
habría creído nunca, aun cuando veía a los impíos tender sus
manos hacia Ti. Pero sus niños tienen aún en los labios el clamor:
¡Hosanna!, ¡seas bendito! Las palmas del camino muestran
todavía el entusiasmo con que te aclamaban. ¿Por qué, cómo ha
sucedido este cambio? Oh, es necesario que yo lo sepa. ¿Cómo
puede suceder que claven en una Cruz a mi Hijo y a mi Dios?».

«Oh Tú, Hijo de mis entrañas: vas hacia una muerte injusta, y
nadie se compadece de Ti. ¿No te decía Pedro: aunque sea
necesario morir nunca te negaré? Él también te ha abandonado. Y
Tomás exclamaba: muramos todos contigo. Y los otros, apóstoles y
discípulos, los que deben juzgar a las doce tribus, ¿dónde están
ahora? No está aquí ninguno; pero Tú, Hijo mío, mueres en
soledad por todos. Abandonado. Sin embargo, eres Tú quien les
ha salvado; Tú has satisfecho por todos ellos, Hijo mío y Dios
mío».

Así es como María, llena de tristeza y anonadada de dolor,
gemía y lloraba. Entonces su Hijo, volviéndose hacia Ella, le habló
de esta manera: «Madre, ¿por qué lloras? ¿Por qué, como las
otras mujeres, estás abrumada? ¿Cómo quieres que salve a Adán,
si Yo no sufro, si Yo no muero? ¿Cómo serán llamados de nuevo a
la Vida los que están retenidos en los infiernos, si no hago morada
en el sepulcro? Por eso estoy crucificado, Tú lo sabes; por esto es
por lo que Yo muero».

«¿Por qué, lloras, Madre? Di más bien, en tus lágrimas: es por
amor por lo que muere mi Hijo y mi Dios».

«Procura no encontrar amargo este día en el que voy a sufrir:
para esto es para lo que Yo, que soy la dulzura misma, he bajado
del cielo como el maná; no sobre el Sinaí, sino a tu seno, pues en
él me he recogido. Según el oráculo de David: esta montaña
recogida soy Yo; lo sabe Sión, la ciudad santa. Yo, que siendo el
Verbo, en ti me hice carne. En esta carne sufro y en esta carne
muero. Madre, no llores más; di solamente: si Él sufre, es porque
lo ha querido, Hijo mío y Dios mío».

Respondió Ella: «Tú quieres, Hijo mío, secar las lágrimas de mis
ojos. Sólo mi Corazón está turbado. No puedes imponer silencio a
mis pensamientos. Hijo de mis entrañas, Tú me dices: si Yo no
sufro, no hay salvación para Adán... Y, sin embargo, Tú has
sanado a tantos sin padecer. Para curar al leproso te fue
suficiente querer sin sufrir. Tú sanaste la enfermedad del
paralítico, sin el menor esfuerzo. También hiciste ver al ciego con
una sola palabra, sin sentir nada por esto, oh la misma Bondad,
Hijo mío y Dios mío».

El que conoce todas las cosas, aun antes de que existan,
respondió a María: «Tranquilízate, Madre: después de mi salida
del sepulcro, tú serás la primera en verme; Yo te enseñaré de qué
abismo de tinieblas he sido librado, y cuánto ha costado. Mis
amigos lo sabrán: porque Yo llevaré la prueba inscrita en mis
manos. Entonces, Madre, contemplarás a Eva vuelta a la Vida, y
exclamarás con júbilo: Son mis padres!, y Tú les has salvado, Hijo
mío y Dios mío».

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