domingo, 4 de enero de 2015

SEGUNDA CATEQUESIS

«A los que están a punto de ser iluminados, y por qué se
habla de baño de regeneración y no de perdón de los pecados;
y por qué es peligroso, no solamente jurar en falso, sino incluso
jurar, aunque juremos rectamente».

A la espera del gran don del bautismo

1. ¡Cuán deseable y cuán amable es para nosotros el coro
de los nuevos hermanos! Porque yo os llamo ya hermanos
antes del alumbramiento, y antes del parto saludo ya mi
parentesco con vosotros.
Sé efectivamente, sé con toda claridad a qué honor tan
grande y a qué magistratura vais a ser elevados. Ahora bien, a
los que van a asumir una magistratura es costumbre que todos
los honren incluso antes de ejercerla, por asegurarse de
antemano para el futuro, mediante este homenaje, su
benevolencia. Esto mismo hago yo también ahora, porque no
vais a ser elevados a una magistratura sin más, sino al mismo
reino, más aún, tampoco a un reino simplemente, sino al mismo
reino de los cielos.
Por esta razón os pido y os suplico que os acordéis de mí
cuando lleguéis a ese reino, y lo que decía José al copero
mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 2, esto mismo os
digo yo a vosotros ahora: «Acordaos de mí cuando os vaya
bien».
No os pido, como aquél, la recompensa de unos sueños,
porque yo no vine a interpretaros unos sueños, sino para
exponeros detalladamente las cosas del cielo y ser portador de
la buena noticia de aquellos bienes, tales que ni ojo vio, ni oído
oyó, ni subieron a corazón de hombre, esto es, lo que Dios
preparó para los que le aman 3.
Cierto es que José decía al copero aquel: Al cabo de tres
días, él te restablecerá en tu puesto de copero mayor 4.
Yo no digo: «Al cabo de tres días, seréis promovidos al cargo
de coperos del tirano», sino: «Al cabo de treinta días 5, no el
Faraón, sino el rey de los cielos os restablecerá en la patria de
arriba, en la Jerusalén libre, en la ciudad celeste».
Y cierto es que aquél decía: Y darás la copa al Faraón en su
mano 6, yo en cambio no digo: «Daréis la copa al rey en su
mano, sino: El rey en persona os dará en vuestra mano la copa
tremenda y llena de gran poder y más preciosa que toda 7
creatura». Los ya iniciados conocen la fuerza de esta copa,
pero también vosotros la conoceréis dentro de poco.
Acordaos, pues, cuando lleguéis a aquel reino, cuando
recibáis la vestidura regia, cuando vistáis la púrpura tinta en la
sangre del Señor, cuando os ciñáis la diadema que por todas
partes irradia resplandores más intensos que los rayos del sol.
Tal es, en efecto, la dote del esposo, sin duda mayor que
nuestro merecimiento, pero digna de su bondad.

Peligro del que retrasa el bautismo hasta el final de su vida

Por esta razón, ya desde ahora y a causa de aquellas
sagradas alcobas nupciales, yo os felicito, y no solamente os
felicito, sino que también alabo vuestro buen sentido, porque no
os habéis acercado a la iluminación como los más perezosos de
los hombres, en las últimas boqueadas 9, sino que ya desde
ahora, como siervos sensatos, preparados para obedecer con
la mejor voluntad al Señor, habéis puesto el cuello de vuestra
alma, con tanta mansedumbre como celo, bajo la gamella de
Cristo, y recibisteis el yugo suave y tomasteis la carga ligera 10.

Efectivamente, aunque la gracia es igual para vosotros que
para los iniciados al final de sus vidas, sin embargo, ni el
propósito ni la preparación de las cosas son lo mismo.
Ellos, en efecto, la reciben en su lecho; vosotros, en el
regazo de la Iglesia, la madre común de todos nosotros; ellos,
quejándose y llorando; vosotros, alegres y gozosos; ellos,
gimiendo; vosotros, dando gracias; ellos, en fin, amodorrados
por mucha fiebre; vosotros en cambio, rebosantes de deleite
espiritual.
De ahí que todo esté aquí en consonancia con el don,
mientras que allí todo es contrario al don: el llanto y el lamento
de los que se inician es abundante; en derredor están los hijos
llorando, la mujer arañándose la cara, los amigos entristecidos,
los criados llenos de lágrimas y, en fin, toda la casa con aspecto
de un día invernal y lóbrego. Y si logras destapar el corazón
mismo del yacente, lo hallarás el más sombrío de todos.
MORIBUNDO/SACRAMENTOS: Efectivamente, igual que los
vientos que, al lanzarse con gran ímpetu unos contra otros,
dividen el mar en muchas partes, así también los pensamientos
de los males entonces dominantes, al abatirse sobre el alma del
enfermo, dividen su mente en múltiples preocupaciones: cuando
mira a los hijos, piensa en su orfandad; cuando pone los ojos en
la mujer, considera su viudez; cuando ve a los siervos, sopesa
la desolación de la casa entera; cuando vuelve la atención
sobre sí mismo, trae a la memoria su vida presente y, al verse a
punto ya de separarse, lo envuelve una densa nube de
postración. Tal es el alma del que va a ser iniciado.
Luego, en medio mismo del tumulto y de la confusión, entra el
sacerdote, más temible que la propia fiebre y más cruel que la
muerte a los ojos de los parientes del enfermo, pues éstos
consideran que la entrada del presbítero es mayor causa de
desesperación que la voz misma del médico que da por perdida
la vida del enfermo, y lo que es fundamento de la vida eterna
ellos lo consideran señal de muerte.
Pero todavía no he añadido el colofón de los males. Muchas
veces, en efecto, el alma abandonó el cuerpo y se fue, mientras
los parientes armaban gran barullo preparándose 11. Con todo,
a muchos tampoco les aprovechó la presencia del alma.
Efectivamente, cuando no reconoce a los parientes, ni oye la
voz, ni puede responder las palabras aquellas mediante las
cuales se establecerá el feliz pacto con el común Señor de
todos nosotros, antes bien, cuando el que va a ser iluminado
yace como un leño inútil o como una piedra, sin diferenciarse en
nada de un cadáver, ¿cuál puede ser el provecho de la
iniciación en tales condiciones de inestabilidad?

2. El que está efectivamente a punto de llegarse a estos
sagrados y tremendos misterios necesita velar y andar
despierto, purificarse de toda preocupación mundana, llenarse
de mucha templanza y de mucho celo, desterrar de la mente
todo pensamiento ajeno a los misterios y dejar por todas partes
limpia la casa, como si estuviera a punto de acoger al rey en
persona.
Tal es la preparación de vuestra mente, tales los
pensamientos que debéis tener, tal el propósito del alma.
Por consiguiente, la digna recompensa de esta óptima
determinación espérala de Dios, que en las retribuciones vence
a cuantos le obsequian con su obediencia.
Ahora bien, puesto que es necesario que los consiervos
contribuyan con lo que es suyo, también nosotros
contribuiremos con lo que es nuestro, aunque, si ni siquiera
esto es nuestro, que es también del Señor!
Pues dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo
recibiste, ¿de qué te glorias, como si no hubieras recibido? 12.

Yo hubiera querido, lo primero de todo, deciros lo siguiente:
por qué realmente nuestros padres, dejando correr todo el año,
legislaron que éste era el momento oportuno para que los hijos
de la Iglesia fueran iniciados en los misterios, y por qué razón,
después de nuestra enseñanza, os descalzan y os desnudan y
luego, descalzos y desnudos, cubiertos únicamente con la
tuniquilla, os hacen pasar a las voces de los exorcistas.
En realidad ellos no nos determinaron sin más y a ciegas
esta forma de actuar y este tiempo, sino que ambas cosas
tienen un sentido misterioso e inefable.

Los varios nombres del bautismo

También hubiera querido explicaros este sentido, pero veo
que ahora el discurso nos empuja hacia otro punto más
necesario. Necesario es, efectivamente, decir qué es en fin de
cuentas el bautismo, por qué razón ha entrado en nuestra vida
y qué bienes nos reserva.
Pero, si queréis, dialoguemos primeramente sobre la
denominación de esta misteriosa purificación.
No tiene un nombre único, en efecto, sino muchos y variados.

Esta purificación se llama baño de regeneración, pues dice:
Nos salvó por el baño de la regeneración y de la renovación del
Espirita Santo 13.
Se llama también iluminación, y esto mismo le llamó también
Pablo: Traed a la memoria los días pasados, en los cuales,
después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de
aflicciones 14; y de nuevo: Porque es imposible que los que una
vez fueron iluminados y gustaron el don celestial y recayeron,
sean otra vez renovados para conversión 15.
Se llama también bautismo: Porque todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos 16.
Se llama sepultura: Porque fuisteis sepultados juntamente
con Él -dice- por el bautismo, para muerte 17.
Se llama circuncisión: En el cual también fuisteis
circuncidados con una circuncisión no hecha con manos, en el
despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne 18.
Se llama cruz: Porque nuestro viejo hombre fue crucificado
con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho 19.

El bautismo como baño de regeneración

Se podría seguir enumerando otros muchos nombres, sin
embargo, para no consumir todo el tiempo en las
denominaciones del don, ¡ea!, volvamos a la primera
denominación y, en cuanto hayamos explicado su significado,
pondremos fin al discurso. Entre tanto, reasumamos nuestra
enseñanza desde un poco más arriba.
Existe el baño común a todos los hombres, el de los
establecimientos de baños, que suele limpiar la suciedad del
cuerpo. Pero está también el baño judío, más digno que aquél,
pero muy inferior al de la gracia, pues éste limpia también la
suciedad corporal, pero no sólo la corporal, sino también la que
afecta a la conciencia débil.
Efectivamente, hay muchas cosas que no son impuras por
naturaleza, sino que se vuelven impuras por efecto de la
debilidad de la conciencia. Y lo mismo que tratándose de niños,
ni las máscaras ni las demás paparrasollas son de por sí
espantosas, sino que a los niños les parecen espantosas por
causa de su propia debilidad natural, así también tratándose de
lo que os dije; por ejemplo, tocar cadáveres: por naturaleza no
es algo impuro, pero, si le ocurre a una conciencia débil,
entonces vuelve impuro al que los toca.
Ahora bien, que no sea algo impuro por naturaleza, lo dejó
bien claro el mismo legislador 20, Moisés, que llevó consigo
intacto el cadáver de José y, sin embargo, permaneció puro.
Por la misma razón Pablo, dialogando con nosotros acerca
de esta impureza debida, no a la naturaleza, sino a la debilidad
de la conciencia, decía también algo así: De suyo nada hay
impuro, de no ser para quien piensa que algo es impuro 21.
¿Estás viendo cómo la impureza no se origina de la naturaleza
de la cosa, sino de la debilidad del pensamiento? Y de nuevo:
Todo es puro, ciertamente, pero malo es para el hombre comer
con escándalo 22, ¿Ves cómo no es el comer, sino el comer con
escándalo, la causa de la impureza?

3. Semejante mancha la limpiaba el baño judío. El baño de la
gracia, en cambio, limpia, no ya ésta, sino la verdadera
impureza, la que deposita la gran suciedad, no sólo en el
cuerpo, sino sobre todo en el alma; en efecto, no purifica a los
que han tocado los cadáveres, sino a los que han tocado las
obras muertas.
Aunque uno sea un afeminado, un fornicario o un idólatra;
aunque haya cometido cualquier clase de mal y esté en
posesión de toda maldad humana, en cuanto baja a la piscina
de las aguas, sale del divino manantial más puro que los rayos
del sol.
Y para que no pienses que lo dicho es mera jactancia,
escucha a Pablo cuando habla del poder de este baño: No os
engañéis, que ni los idólatras, ni los fornicarios, ni los adúlteros,
ni los afeminados, ni los invertidos, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los robadores heredarán el reino de Dios 23.
«¿Y qué tiene esto que ver-dice- con lo dicho? ¡Pon de
manifiesto lo que estamos buscando, a saber, si todo eso lo
limpia la fuerza del baño bautismal!».
Pues bien, escucha lo que sigue: Y esto mismo erais algunos:
pero ya estáis lavados, pero ya estáis santificados, pero ya
estáis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y
en el Espíritu de nuestro Dios 24,
Nosotros os prometíamos mostraros que los que se acercan
al baño bautismal quedan limpios de toda fornicación 25, pero el
discurso ha demostrado mucho más: no solamente limpios, sino
también santos y justos, pues no dijo solamente: estáis lavados,
sino también: estáis santificados y estáis justificados. ¿Qué
puede haber de más extraordinario que esto, que sin trabajos,
sin sudores y sin éxitos nazca la justicia? ¡Pues tal es la bondad
del don divino, que sin sudores hace justos!
Efectivamente, si una carta del emperador, por breve que
sea el texto, no sólo deja libres a los responsables de
innúmeras acusaciones, sino que también encumbra a la
máxima dignidad a otros, ¡con cuánta mayor razón el Espíritu de
Dios, que además lo puede todo, nos agraciará con una gran
justicia y nos colmará de una gran confianza!
Y lo mismo que una centella, al caer en medio del inmenso
mar, inmediatamente se apaga y desaparece anegada por la
masa de las aguas, así también toda maldad humana, cuando
cae en la piscina de las divinas aguas, se anega y desaparece
más rápida y más fácilmente que aquella centella.
«¿Y por qué razón -dice- si el baño bautismal perdona todos
nuestros pecados, no se le llama baño del perdón de los
pecados, ni baño de la purificación, sino baño de la
regeneración?». -Porque no nos perdona sin más los pecados,
ni simplemente nos purifica de las faltas, sino que lo hace de tal
manera, como si de nuevo fuésemos engendrados.
Y efectivamente, de nuevo nos crea y nos forma, pero, no
plasmándonos otra vez con barro, sino formándonos con otro
elemento: la naturaleza de las aguas; y es que no se limita a
fregar el vaso, sino que vuelve a refundirlo por entero. De
hecho, los objetos que se friegan, por más cuidadosamente que
se restriegue, siempre retienen huellas de la cualidad y guardan
restos de la mancha; en cambio, los objetos que se meten en el
horno de fundición y se renuevan por medio del fuego se
desprenden de toda mancha y, cuando salen de la fragua,
emiten el mismo resplandor que los totalmente nuevos.
Por consiguiente, lo mismo que un hombre toma una estatua
de oro, sucia por obra del tiempo, del humo, del polvo y del orín,
y la funde, y luego nos la devuelve limpísima y esplendorosa,
así también Dios: tomó nuestra naturaleza enrobinada por el
orín del pecado, ennegrecida por el mucho humo de las faltas y
perdida la belleza que de Él recibiera al principio, y otra vez la
fundió: metiéndonos en el agua como en un horno de fundición,
envía la gracia del Espíritu en vez del fuego, y luego nos saca
de allí totalmente rehechos y renovados con gran resplandor,
como para desafiar en adelante a los mismos rayos del sol;
deshizo al hombre viejo, pero construyó otro nuevo, más
esplendoroso que el primero.

4. Ya el profeta, aludiendo veladamente a esta nuestra
destrucción y a esta misteriosa purificación, decía
antiguamente: Como jarro de alfarero los desmenuzarás 26.
Efectivamente, que la frase se refiere a los fieles, nos lo
muestran claramente los versos anteriores: Tú eres mi hijo, yo
te engendré hoy; pídeme, y te daré las gentes por heredad
tuya; y por posesión tuya, los confines de la tierra 27.
¿Ves cómo hizo mención de la Iglesia de los gentiles y cómo
dijo que el reino de Cristo se extiende por todas partes? Y luego
vuelve a decir: Los apacentarás con vara de hierro: no
abrumadora, sino fuerte; como jarro de alfarero los
desmenuzarás 28,
Aquí tienes un modo más misterioso de entender el baño
bautismal, porque no dijo simplemente «jarro de loza», sino
«jarro de alfarero».
Pero fijaos bien: los jarros de loza, una vez desmenuzados,
no admitirían arreglo, por causa de la dureza que les dio una
vez por todas el fuego; en cambio, los jarros de alfarero no son
de tierra cocida, sino de arcilla, de ahí que, incluso si se
quiebran, fácilmente puedan volver a su forma anterior 29
mediante la maestría del artesano.
Así pues, cuando el Señor habla de una calamidad
irremediable, no dice «jarro de alfarero», sino «jarro de loza».
Por lo menos, cuando quería enseñar al profeta y a los judíos
que habían entregado la ciudad a una calamidad irremediable,
mandó coger un ánfora de tierra cocida y desmenuzarla delante
de todo el pueblo, y decir: Asi perecerá también la ciudad, y
será desmenuzada 30. En cambio, cuando quiere ofrecerles
buenas esperanzas, conduce al profeta a una alfarería y allí, no
le muestra un jarro de loza, sino que le muestra un jarro de
arcilla que se le cae de las manos al alfarero, y razona diciendo:
Si este alfarero ha recogido el jarro caído y de nuevo lo ha
restaurado, ¿no podré yo mucho mejor enderezaros a vosotros
que habéis caído? 31.
Por consiguiente, a Dios le es posible no sólo restaurar a los
que somos de arcilla por medio del baño de la regeneración,
sino también, mediante una perfecta penitencia, devolver a su
prístino estado a los que, a pesar de haber recibido la fuerza
del Espíritu, han recaído.

La lucha de los catecúmenos contra el demonio

Pero no es ésta la ocasión de que escuchéis los discursos
acerca de la penitencia, mejor dicho, ¡ojalá nunca tengáis
ocasión de dar en la necesidad de esos remedios, al contrario,
ojalá permanezcáis siempre firmes en la guarda integral de la
belleza y del esplendor que ahora estáis a punto de recibir!
Pues bien, para que podáis permanecer siempre así, ¡ea!,
dialoguemos un poquito con vosotros acerca del plan de vida.
Efectivamente, en esta palestra las caídas no son peligrosas
para los atletas, ya que la lucha es contra gente de casa y todo
ejercicio se realiza a expensas de los cuerpos de los
entrenadores. Pero, cuando llega el momento de las
competiciones, cuando se abre el estadio y el público está
sentado arriba y el juez de competición aparece, a partir de ese
instante es preciso: o bien acobardarse y caer, para retirarse
llenos de vergüenza, o bien emplearse a fondo y alcanzar las
coronas y los premios.
Así ocurre también con vosotros: estos treinta días se
asemejan a una palestra con sus ejercicios y entrenamientos.
Aprendamos ya desde ahora a vencer a aquel malvado
demonio, porque, después del bautismo, deberemos
desnudarnos para entrar en liza contra él. Y contra él
deberemos dirigir los golpes de nuestro puño, y contra él luchar.

Por consiguiente, aprendamos ya desde ahora sus llaves, de
dónde procede su maldad y por qué medios puede fácilmente
perjudicarnos, para que, cuando lleguen las competiciones, no
nos extrañemos ni nos alborotemos al ver la novedad de su
agonística, sino que, habiendo aprendido todas sus
estratagemas a la vez que nos ejercitamos nosotros mismos,
emprendamos con toda confianza la lucha contra él.

El peligro de la lengua

LENGUA/PELIGRO: Pues bien, él está acostumbrado a
intentar dañarnos por todos los medios, pero sobre todo a
través de la lengua y de la boca, porque no hay para él
instrumento más apropiado para engañarnos y perdernos que
una lengua intemperante y una boca sin puertas. De aquí nacen
nuestras numerosas caídas, de aquí nuestros graves motivos
de acusación.
Y cuán fácil sea resbalar con la lengua, alguien lo declaró
cuando decía: Muchos cayeron a filo de espada, mas no tantos
como los caídos por obra de la lengua 32, y la gravedad de la
caída la revelaba el mismo diciendo otra vez: Mejor es resbalar
del pavimento que resbalar de la lengua 33; y lo que dice viene
a ser esto mismo: «Mejor es caer y magullarse el cuerpo que
proferir una palabra tal que pueda perder nuestra alma».
Pero no solamente habla de caídas, sino que ademas nos
exhorta a que andemos con gran cuidado para no ser
derribados, cuando dice así: Haz a tu boca una puerta y
cerrojos 34, no para que realmente preparemos puertas y
cerrojos, sino para que, con gran seguridad, cerremos a la
lengua el paso a las palabras inconvenientes.
Y en otra parte, mostrando que junto con nuestro cuidado, y
antes de nuestro cuidado, necesitamos del impulso de lo alto,
para que podamos retener a esta fiera dentro, el profeta, con
las manos levantadas hacia Dios, volvía a decir: La elevación de
mis manos sea como sacrificio vespertino. Pon, Señor, una
guardia a mi boca y una puerta de protección a mis labios 35.
Y el mismo que había exhortado anteriormente vuelve a
decir: ¿Quién pondrá una guardia a mi boca, y a mis labios sello
de prudencia? 36,
¿Estás viendo cómo todos temen estas caídas, se lamentan,
aconsejan y ruegan que su lengua disfrute de buena guardia?
Y si tal es la ruina que nos acarrea este órgano, ¿por que
-dice- lo puso Dios en nosotros ya desde el comienzo? Porque
también tiene una gran utilidad y, si andamos con cuidado,
únicamente nos trae utilidad y ningún perjuicio. Escucha, pues,
lo que afirma el mismo que dijo lo de antes: En poder de la
lengua están la vida y la muerte 37. Y Cristo viene a declarar lo
mismo cuando dice: Por tus palabras serás condenado, y por
tus palabras serás justificado 38,
Efectivamente, la lengua está situada en el centro de uno y
otro uso: el dueño eres tú.
Lo mismo ocurre con la espada que yace en el medio: si la
utilizas contra los enemigos, tendrás en ella un instrumento de
salvación, pero, si asestas el golpe contra ti mismo, la causante
de tu herida no será la naturaleza del hierro, sino tu propia
transgresión de la ley.
Pensemos lo mismo respecto de la lengua: es una espada
que yace en medio, por tanto agúzala para acusarte de tus
pecados, no asestes el golpe contra un hermano. Por esta
razón Dios la circundó con doble muro: con la valla de los
dientes y la cerca de los labios, para que no profiera con
facilidad y atolondradamente las palabras inconvenientes.
Refrénala dentro. ¿Que no lo soporta? Entonces dale una
lección utilizando los dientes, como si entregaras su cuerpo a
estos verdugos, y haz que la muerdan, porque mejor es que sea
mordida por los dientes ahora, mientras peca, que entonces,
cuando ande achicharrada buscando una gota de agua 39, no
consiga el alivio.
En todo esto, pues, y en mucho más, suele pecar, cuando
insulta, blasfema, profiere palabras torpes, calumnia, jura y
perjura.

Los peligros del juramento

5. Sin embargo, para no hundir vuestra mente en la
confusión, si os digo hoy de golpe todo, os propongo entre
tanto una sola ley: la que manda evitar los juramentos, y de
antemano os digo y aviso esto: si no evitáis los juramentos -no
digo solamente los perjurios, sino los mismos juramentos
hechos por causa justa-, si no los evitáis, digo, no dialogaremos
más con vosotros sobre otro tema.
Efectivamente, sería absurdo que, mientras los maestros de
las letras no dan a los niños una segunda noción hasta que ven
la precedente bien fija en sus memorias, nosotros, por el
contrario, a pesar de no haber podido inculcaros con exactitud
las nociones precedentes, nos adelantaremos a imbuiros otras
nuevas: esto no sería otra cosa que sacar agua en herrada
agujereada.
Por tanto, si no queréis que callemos, poned muchísimo
cuidado en el asunto.
Grave es, en efecto, este pecado, y muy grave. Y es muy
grave, porque no parece ser grave, y por eso lo temo: porque
nadie lo teme; y por eso es una enfermedad incurable: porque
ni siquiera parece ser enfermedad, antes bien, como el simple
platicar no es motivo de acusación, así tampoco esto parece ser
motivo de acusación, al contrario, se tiene la osadía de cometer
con la mayor confianza esta transgresión de la ley. Y si alguien
intenta una acusación, inmediatamente se siguen la risa y gran
escarnio, pero no contra los acusados por causa de los
juramentos, sino contra los que quieren remediar la
enfermedad.
Por esta razón amplío yo mi discurso sobre este asunto,
porque quiero arrancar una raíz profunda y acabar con un mal
crónico: no digo los perjurios solamente, sino también los
mismos juramentos hechos según ley.
«¡Pero el tal -dice- es un hombre honrado, que ejerce el
sacerdocio y que vive con mucha templanza y piedad!» ¡No me
hables de este hombre honrado, templado, piadoso y que
ejerce el sacerdocio! Pon, si quieres, que éste sea Pablo, o
Pedro, o incluso un ángel bajado del cielo: ¡ni aun así presto
atención al valor de las personas! Efectivamente, la ley sobre
los juramentos yo no la leo como ley servil, sino como ley regia;
ahora bien, cuando se leen documentos de un rey, enmudece
toda dignidad de los siervos.
Pues bien, si tú puedes decir que Cristo mandó jurar, o que
Cristo no lo castiga cuando se hace, muéstralo y quedaré
persuadido; pero, si pone tanto empeño en impedirlo y tanto se
preocupa por este asunto que al que jura lo equipara al Maligno
(Pues lo que pasa de esto -del si y del no, dice-, del diablo
procede 40), ¿por qué me mientas al tal y al cual?
De hecho Dios no te dará su voto basándose en la
negligencia de tus consiervos, sino en el mandato de sus leyes:
Él lo mandó, así que era necesario obedecer, y no presentar al
tal como pretexto, ni mezclarse en males ajenos.
Aunque el gran David cometió un grave pecado 41, ¿acaso
por esa razón, dime, no va a ser para nosotros peligroso el
pecar? Por lo mismo es necesario, pues, ponerse en guardia
contra esa idea y emular solamente las buenas acciones de los
santos, y si en alguna parte se dan negligencia y transgresión
de la ley, obligación es huir de ellas con suma diligencia.
Efectivamente, el contenido de nuestro discurso no se refiere a
nuestros consiervos, sino al Señor, y a Él daremos cuentas de
todo lo vivido.
Preparémonos, pues, para aquel tribunal, ya que, por
infinitamente admirable y grande que sea el que viola esta ley,
pagará cabalmente la pena debida por la transgresión, pues
Dios no hace acepción de personas 42.

Cómo evitar los juramentos

¿Cómo, pues, y de qué manera es posible evitar este
pecado? Porque, en verdad, no solamente es necesario mostrar
que la acusación es grave, sino también aconsejar sobre cómo
poder librarnos de ella.
¿Tienes mujer, criados, hijos, un amigo, un pariente, un
vecino? Ordénales a todos ellos estar en guardia sobre esto.
¿Que la costumbre es cosa difícil, que cuesta arrancarla, que
no es fácil guardarse de ella, y muchas veces nos empuja sin
quererlo ni saberlo nosotros? Pues bien, cuanto más conoces la
fuerza de la costumbre, tanto mayor empeño pon en ser
liberado de la mala costumbre y en convertirte a la otra, a la
más provechosa.
Efectivamente, lo mismo que aquélla muchas veces fue capaz
de hacerte caer, a pesar de tu diligencia, de tu cautela, de tu
cuidado y preocupación, así también ahora, si te conviertes a la
buena costumbre, la de no jurar, nunca podrás caer en el
pecado de juramento, ni sin querer ni por negligencia, porque
cosa grande es realmente la costumbre y tiene la fuerza de la
naturaleza.
Por consiguiente, para no andar penando continuamente,
pasémonos a esta costumbre, y a cada uno de los que conviven
y se relacionan contigo pídeles esta gracia: que te aconsejen y
exhorten a evitar los juramentos, y si te sorprenden
haciéndolos, que te acusen.
De hecho, la vigilancia ejercida por ellos sobre ti es también
para ellos consejo y exhortación a obrar rectamente. En efecto,
el que acusa a otro de juramento no caerá él mismo tan
fácilmente en este abismo, pues abismo nada común es la
frecuencia en el jurar, no sólo cuando se hace por cosas
mínimas, sino también cuando se hace por las mayores.
Ahora bien, nosotros, lo mismo cuando compramos
legumbres y regateamos por dos óbolos que cuando nos
enfadamos con los criados y los amenazamos, en toda ocasión
apelamos a Dios como testigo, y sin embargo, a un hombre libre
y con un cargo de poca monta tú no te hubieras atrevido a
llamarle a la plaza como testigo de tales cosas, y si acaso te
atreves a hacerlo, se te castigará por tu insolencia: en cambio,
¡al rey de los cielos, al Señor de los ángeles, tú lo arrastras a
dar testimonio cuando discutes sobre cosas venales, sobre
dinero o sobre minucias! Y, ¿cómo esto va a ser tolerable?
¿Por qué medios, pues, podremos vernos libres de esta mala
costumbre? Poniendo en derredor nuestro las guardias que
dije, fijándonos a nosotros mismos un plazo para la enmienda e
imponiéndonos una multa si, pasado el plazo, hubiéremos
fracasado en el empeño.
Ahora bien, ¿cuánto tiempo nos bastará para esto? Yo no
creo que los muy sobrios, despiertos y que velan por su propia
salvación necesiten más de diez días para quedar
completamente libres de la mala costumbre de los juramentos.
Pero si al cabo de esos diez días se nos viera seguir jurando,
impongámonos a nosotros mismos una pena, incluso fijemos el
castigo y la multa máximos por nuestra transgresión.
¿Cuál será, pues, la condena? Esto no os lo determino yo
todavía, sino que os dejo a vosotros mismos el ser dueños de la
sentencia.
Administremos así nuestros asuntos, y no sólo los referidos a
los juramentos, sino también los que atañen a los demás fallos:
si nos fijamos a nosotros mismos un plazo, con gravísimas
penas en el caso de reincidencia, partiremos puros hacia
nuestro Señor, quedaremos libres del fuego infernal y con toda
confianza nos mantendremos en pie delante del tribunal de
Cristo. Ojalá podamos conseguirlo todos, por la gracia y la
bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual se dé la gloria
al Padre, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
.................................................
1. La presente catequesis, editada por Montfancon como primera
Catequesis (y reimpresa en Migne PG 49, 223-232, de donde la traduzco),
y tenida también como tal por Papadopoulos, quien sin embargo, no la
publicó, probablemente fue pronunciada el año 388, treinta días antes de
la Pascua (cf. WENGER, Introd., pp. 26-27 y 64).
2. Gn 40, 14.
3.1 Co 2,9.
4. Gn 40, 13.
5. Por consiguiente, la instrucción se realizó un mes antes de Pascua,
fecha del bautismo.
6. Gn 40, 13.
7. hekateros = hekastos (cf. LIDDELL-SCOTT, Lexicon s.v.).
9. Nótese en ésta y en las siguientes expresiones que describen a un
moribundo el vivo realismo y el magistral uso que el autor hace de la
antítesis.
10. Cf. Mt 11, 30.
11. Entiéndase para el acontecimiento de la iniciación bautismal.
12. 1 Co 4, 7.
13. Tt 3. 5.
14. Hb 10, 32.
15. Cf. Hb 6, 4.
16. Ga 3, 27.
17. Cf. Rm 6, 4.
18. Col 2, 11.
19. Rm 6, 6.
20. Literalmente «que ordenó estas cosas»; el ejemplo debe de
referirse a Ex 13, 19.
21. Cf. Rm 14, 14.
22. Rm 14, 20.
23. 1 Co 6, 9-10.
24. 1 Co 6, 11.
25. Quizá sea mejor leer, con un antiguo traductor latino, ponerías en
vez de porneias: «limpios de toda maldad».
26. Sal 2, 9.
27. Sal 2, 7-8. 1
28. Sal 2, 9.
29. Sigo la lección de Migne: proteron, en vez del deuteron de
Montfaucon.
30. Jr 19, 11.
31. Jr 18, 6.
32. Cf. Si 28, 18.
33. Si 20, 18.
34. Cf. Si 28, 25.
35. Cf. Sal 140, 2-3.
36. Si 22, 27.
37. Pr 18, 21.
38. Mt 12, 37.
39. Alusión probable al castigo del rico epulón, cf. Lc 16, 24.
40. Cf. Mt 5, 37.
41. Cf. 2 S 11, 2ss.
42. Hch 10, 34.

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