domingo, 4 de enero de 2015

UNDÉCIMA CATEQUESIS

«Del mismo. Que son para nosotros ocasión del mayor
provecho las reliquias de los santos mártires, y que debemos
despreciar todas las cosas terrenales y aferrarnos a las
espirituales; del gran bien que son la oración y la limosna. Y
también para los nuevos iluminados».

Los nuevos bautizados, junto a los sepulcros de los mártires

1. Abundante y variada mostró el Dios de bondad su
providencia para con el género humano. No solamente realizó la
creación entera y extendió el cielo y dilató el mar, encendió el
sol e hizo lucir la luna, nos agració con la tierra para morada y
nos ofreció todo lo que nace de la tierra para alimento y
subsistencia de nuestros cuerpos, sino que también nos ha
agraciado con las reliquias de los mártires. Después de tomar
para Él sus almas -pues dice: Las almas de los justos están en
la mano de Dios 2- nos dejó por algún tiempo a nosotros sus
cuerpos como consuelo y estímulo bastantes para que,
situándonos junto a los sepulcros de estos santos, nos
empeñemos en emularlos e imitarlos, y al verlos, nos acordemos
de sus buenas obras y de las recompensas inherentes a ellas.

2. De aquí realmente se deriva, además, un gran provecho
para nuestras almas, si somos sobrios. En efecto, ningún
discurso puede instruirnos tanto ni conducirnos a la sabiduría y
al desprecio de las cosas presentes como los padecimientos de
los mártires, pues emiten una voz más penetrante que la de la
trompeta, y por los hechos demuestran a todos la grandeza de
la recompensa y el exceso de la retribución por los trabajos de
acá. Lo que va del dicho al hecho, eso va de mis palabras a la
enseñanza que dan estos santos.

3. Por consiguiente, querido, cuando vienes aquí y
consideras en tu mente que todo este pueblo se apresura a
congregarse con tanta diligencia para abrazarse a este polvo y
cosechar de él la bendición, ¿cómo en adelante no te vas a
exaltar mentalmente y no vas a apresurarte a demostrar el
mismo celo que el mártir, para merecer tú también las mismas
recompensas?
Porque piensa: si por parte de sus compañeros de
esclavitud, que somos nosotros, gozan aquí de tanta honra,
¿cuánta y cuál no será la confianza de que gozarán por parte
del Señor en aquel tremendo día, cuando brillarán con más
esplendor que los rayos del sol? Pues dice: Entonces los justos
resplandecerán como el sol 3.

4. Así pues, ya que sabemos la grandeza de su confianza,
refugiémonos siempre en ellos y aceptemos su ayuda.
Efectivamente, si los hombres que tienen gran confianza con
el emperador en la tierra pueden prestar muchos y grandes
servicios a quienes recurren a ellos, con mucha mayor razón
estos santos, que adquirieron su confianza con el rey de los
cielos por medio de sus propios padecimientos, nos serán de la
mayor utilidad, con tal, Únicamente, que nosotros
contribuyamos con nuestra parte. Porque su ayuda podrá
aprovecharnos sobre todo cuando no somos negligentes, sino
que, al contrario, también nosotros nos esforzamos con
asiduidad y con el cuidado de nuestra conducta por atraer
sobre nosotros la bondad del Señor.

Los mártires como médicos espirituales del alma y del cuerpo


5. Por consiguiente, recurramos de continuo a ellos como a
médicos espirituales.
Por esta razón, efectivamente, el Señor tuvo la bondad de
dejarnos a nosotros sus cuerpos: para que, llegándonos aquí y
abrazándolos con la disposición del alma, recibamos de ellos la
máxima curación de las enfermedades del alma y del cuerpo.
Porque, si nos acercamos con fe, tanto si nuestro padecimiento
es del alma como si es del cuerpo, nos retiraremos de aquí
curados de ambos.

6. Ahora bien, en las enfermedades corporales, con
frecuencia es menester emprender largos viajes para conseguir
la mano del médico, desembolsar buen dinero e imaginar mil
medios para poder convencerle de aplicarnos los recursos de
su arte, y así encontrar nosotros algún alivio al padecimiento.
Aquí en cambio, nada de esto necesitamos: ni largo viaje, ni
fatigas, ni muchos rodeos, ni gasto de dinero; nos basta con
traernos una fe sincera y derramar ardientes lágrimas con el
alma alerta, para encontrar inmediatamente la curación del alma
y obtener el remedio para el cuerpo.

7. ¿Ves el poder de estos médicos? ¿Ves su generosidad?
¿Ves su arte jamás vencida por las enfermedades?
Ciertamente, en los padecimientos corporales, es frecuente
que la gravedad de la enfermedad pueda con el arte del
médico. En cambio, aquí es imposible sospechar siquiera algo
semejante: al contrario, si nos acercamos con fe,
inmediatamente obtenemos el provecho.
Y no te sorprendas, querido, pues el Señor en su bondad, ya
que los mártires sufrieron todo por Él y por confesarle a Él, y
así, despojados de todo, se opusieron al pecado hasta
derramar su sangre, queriendo por esto hacerles aparecer más
luminosos y acrecentar mucho más su gloria, incluso en esta
vida perecedera, por honrarles a ellos, otorga generosamente
sus dones a los que se acercan con fe.

8. Y que no son palabras vanas cuanto acabo de decir, sino
que la misma experiencia de los hechos lo atestigua, sé muy
bien que también vosotros lo diréis y lo atestiguaréis.
Efectivamente, ¿qué mujer con el marido lejos y la
pesadumbre de la separación, si vino aquí y dirigió al Señor de
todo su súplica por medio de los santos mártires, no apresuró la
vuelta de su marido de tan larga ausencia?
Y esta otra, a su vez, que al ver a su hijo asaltado por grave
enfermedad vino aquí con las entrañas desgarradas y
traspasadas, por así decirlo, y tras derramar ardientes lágrimas
y estimular para que intercedieran por ella a estos santos,
quiero decir, a estos campeones de Cristo, ¿no expulsó
inmediatamente la enfermedad e hizo que el enfermo recobrara
la salud?

9. Y muchos otros también, abrumados por las críticas
circunstancias de sus negocios y viendo los insuperables
peligros que les amenazaban, se llegaron aquí, y después de
hacer fervorosa oración, evitaron la experiencia de todos
aquellos peligros.
Mas, ¿por qué hablo de enfermedades corporales y de
críticas circunstancias de los negocios? Muchos también,
tiranizados por el mismo diablo y asaltados por padecimientos
del alma, se presentaron a estos médicos espirituales, hicieron
memoria de sus propios pecados, desnudaron, por así decirlo,
con la palabra sus llagas, y fue tanto el consuelo que de ahí
sacaron que inmediatamente tuvieron la sensación de que su
conciencia se volvía más ligera, y regresaron a sus casas con
una gran certidumbre.

10. Efectivamente, el Señor nos ha agraciado con los
sepulcros de los santos mártires como fuentes espirituales
capaces de producir caudalosas corrientes de agua.
Y como las fuentes de agua están francamente abiertas para
todos cuantos quieran sacar agua de ellas, y el que quiere se
va de allí con tanta agua cuanta puede caber en su vasija, de la
misma manera también en estas fuentes espirituales es posible
ver otro tanto.
En efecto, también estas fuentes están a disposición de
todos y no hay aquí distinción alguna de personas, al contrario,
rico o pobre, esclavo o libre, hombre o mujer, cada uno recibirá
de estas divinas corrientes de agua tanta mayor cantidad
cuanto mayor es el deseo que se ha esforzado por traer.

11. Efectivamente, lo que allí son las vasijas para la cantidad
de agua que se ha de recoger, eso mismo son aquí la mente, el
fervor del deseo y la sobriedad con que nos acercamos.
Porque quien se acerca de esta manera inmediatamente
retira innumerables bienes, pues la gracia de Dios va
invisiblemente aligerando la conciencia, proporciona una gran
certidumbre y hace que en adelante se aleje de la tierra y
cambie de fondeadero zarpando hacia el cielo.
Porque, incluso para el hombre aprisionado en el cuerpo, es
posible no tener nada en común con la tierra y, en cambio,
imaginarse todo cuanto hay en los cielos y meditar en ello
continuamente.

Exhortación a imitar a los mártires en no aspirar más que a
los bienes del cielo

12. Por esta razón escribía también Pablo, dirigiéndose a
hombres prisioneros en el cuerpo, en plena vorágine mundana
y preocupados por sus mujeres e hijos: Poned la mira en las
cosas de arriba 4.
Luego, para que nos enteremos de lo que él quiere expresar
con esta exhortación y qué significa eso de poner la mira en las
cosas de arriba, añadió: Donde está Cristo sentado a la
derecha de Dios 5. Lo que yo quiero -dice- es que vosotros
penséis en los bienes que pueden trasladar allá vuestro
pensamiento y os alejan de las cosas de la tierra, pues vuestra
ciudadanía está en el cielo 6.
«Por tanto -dice-, allí donde estáis empadronados, esforzaos
por transferir también toda vuestra mente, y determinaos a
obrar todo aquello que pueda haceros aparecer dignos de la
ciudadanía de allá arriba».

13. Y para que no pensemos que nos manda algo imposible
y por encima de nuestra naturaleza, vuelve a repetir la
exhortación y dice: Poned la mira en las cosas de arriba, no en
las de la tierra 7.
¿Qué es lo que quiere enseñarnos? «No pongáis la mira
-dice- en las cosas dignas de la tierra». ¿Y qué cosas son éstas
dignas de la tierra? Las que nada tienen de permanente, las
que antes de aparecer ya han volado, las que nada tienen de
seguro y de inconmovible, las que se esfuman con la vida
presente, las que antes de florecer ya se marchitan, las sujetas
a corrupción 8. Porque tales son todas las cosas humanas,
annque las llames riqueza, poder, gloria, belleza corporal o éxito
pleno en la vida.

14. Y por la misma razón también se sirvió de una expresión
como ésta: No en las de la tierra, pues con las palabras «de la
tierra» quiso poner de manifiesto su ínfimo valor.
«No pongáis, pues, la mira -dice- en estas cosas, sino en las
de arriba; en vez de en las cosas de la tierra, en vez de en
estas cosas viles y fugaces, poned vuestra mira en las cosas de
arriba -dice-, en las del cielo, en las inconmovibles, en las que
tienen la misma duración que el siglo sin fin, en las que se ven
con los ojos de la fe, en las que no conocen sucesión, en las
que no tienen límite. Quiero que éstas sean las cosas que rumie
constantemente vuestro pensamiento. Porque la preocupación
por estas cosas aparta de la tierra y traslada al cielo».

15. Y por idéntica razón decía también Cristo: Donde está el
tesoro del hombre, allí también está su corazón 9.
Efectivamente, una vez que el alma concibe el pensamiento
de aquellos bienes inefables, como si estuviera libre de las
ataduras del cuerpo, se vuelve por así decirlo leve y vaporosa,
y como cada día se imagina el goce de aquellos bienes, no
puede concebir el pensamiento de las cosas de la tierra, antes
bien, las va pasando de largo como si fueran un sueño o una
sombra, siempre con el pensamiento fijo allí y creyendo ver
aquellos bienes con los ojos de la fe, y cada día aspirando a su
goce.

16. Escuchemos, pues, la exhortación de este
bienaventurado y maravilloso maestro del universo, el perfecto
educador, el labrador de nuestras almas, y pongamos nuestra
mira justamente en lo que él mismo nos aconseja, porque así
podremos también gustar los bienes presentes y alcanzar los
venideros. En efecto, si buscamos preferentemente éstos, los
otros los tendremos también, a su vez, por añadidura, pues
dice: Buscad el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas
se os añadirán 10.
Por consiguiente, en nuestra búsqueda no demos
preferencia justamente a lo que prometió darnos por añadidura,
no sea que, al obrar contrariamente a la recomendación del
Señor, nos quedemos sin lo uno y sin lo otro. ¿O acaso el
Señor espera que nosotros se lo recordemos, y entonces nos
otorgará sus dones? ¡Él sabe de qué tenemos necesidad, antes
que se lo pidamos nosotros!
Así pues, si ve que nosotros nos mostramos solícitos por
aquellos bienes, Él nos favorecerá con el disfrute de éstos, y
nos proporcionará con abundancia los mismos que prometió
otorgar por vía de añadidura.
Busquemos, pues, os lo suplico, preferentemente los bienes
espirituales, y pongamos nuestra mira en las cosas de arriba,
no en las de la tierra, para que así logremos éstas y gocemos
de aquellas.

17. Como quiera que también estos santos mártires, pues
pusieron su mira en las cosas de arriba, despreciaron las cosas
de la tierra y buscaron aquellas, por eso mismo obtuvieron en
abundancia las de la tierra y cada día gustan del honor de aquí:
aunque ellos no lo necesitan, pues una vez por todas lo
despreciaron, sin embargo, por causa de nuestro provecho,
aceptan ese honor que les damos y que no necesitan, con el fin
de que nosotros podamos cosechar de ellos su bendición.

18. Y para que aprendas cómo desprecian todas las cosas
de la presente vida para poder conseguir aquellos bienes
inmortales, piensa, querido, y medita: aunque veían con sus
ojos corporales al tirano soplar el fuego, aguzar los dientes y
mostrar una furia más temible que el león, y aunque le veían
poner al fuego las sartenes y las calderas y hacer cuanto podía
para vencer y aplastar su resolución, ellos, dejando todas las
cosas de la tierra, con los ojos de la fe contemplaban al rey de
los cielos y a la muchedumbre de los ángeles que le asistían, y
se imaginaban aquellos inefables bienes.

19. Y una vez que trasladaron allá sus mentes, ya nunca las
volvieron a nada visible, al contrario, aunque veían las manos
de los verdugos que dilaceraban sus carnes, y aunque miraban
este fuego sensible ya encendido y saltar las brasas, ellos se
iban describiendo a sí mismos el fuego de la gehena, y de esta
manera fortalecían su resolución y luego saltaban -por así
decirlo- a los tormentos sin tener en cuenta el dolor presente
que envolvía sus cuerpos, antes bien, con prisa de alcanzar el
descanso que no se interrumpe.
Y poniendo la mira en las cosas de arriba, según la
exhortación de este bienaventurado Apóstol, vivían allí donde
está Cristo sentado a la derecha de Dios 11. Y nada de cuanto
veían les espantaba, al contrario, todo lo pasaban por alto, por
considerarlo como un sueño y una sombra, y es que el deseo
de los bienes futuros daba alas a su pensamiento.

El bautismo como muerte a las cosas terrenales

20. Por la misma razón, sin duda, este bienaventurado
Apóstol, buen conocedor de la fuerza de tal consejo, decía:
Poned la mira en las cosas de arriba, donde está Cristo sentado
a la derecha de Dios 12. Mira la inteligencia del maestro: ¡a qué
altura elevó de repente a quienes le obedecieron!
Efectivamente, pasando a través de todos: ángeles,
arcángeles, tronos, dominaciones, principados, potestades,
todas las potencias invisibles, los querubines y los serafines 13,
detuvo el pensamiento de los fieles junto al trono mismo del rey,
y a los que caminan por la tierra, les persuadió con su familiar
enseñanza a desprenderse de las ataduras del cuerpo, a
emprender el vuelo con la mente y posarse junto al mismo
Señor del universo.

21. Y para que quienes oyen esto no piensen otra vez que el
consejo les sobrepasa, que los mandatos son imposibles de
cumplir y que aceptar semejante pensamiento está por encima
de las fuerzas humanas, después de decir: Poned la mira en las
cosas de arriba, no en las de la tierra, añadió: Porque moristeis
14.
¡Qué alma tan inflamada y tan llena de fuerte deseo de Dios!
Porque moristeis, dice, como si dijera: «¿Qué tenéis ya de
común con la vida presente? ¿Por qué estáis embobados ante
las cosas de la tierra? Moristeis, es decir, os volvisteis muertos
al pecado: una vez por todas renunciasteis a la vida presente».


22. Luego, para que no se alboroten al oir: Moristeis,
inmediatamente añadió: Y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios /Col/03/03 15.
«Vuestra vida -dice- no aparece ahora, pues está escondida.
Por consiguiente, no obréis como quienes están vivos en orden
a las realidades de la vida presente, sino comportaos como
quien murió y es cadáver».
Porque, dime, ¿es posible que quien murió según esta vida
siga operando entre las cosas presentes? ¡De ninguna manera!
«Así, tampoco vosotros, dice. Puesto que por medio del
bautismo moristeis una vez por todas al pecado y fuisteis
cadáveres para él, es lógico que no tengáis nada en común con
las pasiones de la carne, ni con las realidades de la tierra, pues
dice: Nuestro viejo hombre fue crucificado y sepultado
juntamente con él por el bautismo 16».
No os procuréis, pues, nada de lo terreno, ni en las
realidades presentes os comportéis como vivos, pues ahora
vuestra vida está escondida y es invisible para los infieles, pero
habrá un tiempo en que se hará patente.
No es ahora vuestro tiempo: puesto que moristeis una vez
por todas, no pongáis ya vuestra mira en las cosas de la tierra.
Por lo demás, la grandeza de vuestra virtud se hará evidente
sobre todo cuando, al cabo de vuestro combate contra los
deseos de la carne, os comportéis respecto de todo lo de acá
abajo como si estuvierais muertos a la vida.

23. Escuchen esto los que han sido recientemente
considerados dignos del don del bautismo, y escuchemos
también todos nosotros, los que tenemos parte desde hace
tiempo en esta gracia, y aceptemos el consejo del maestro del
universo, y consideremos cómo quiere él que sean los que una
vez por todas se han hecho partícipes de los misterios
inefables, cuán ajenos los quiere a la vida presente, no para
que estén fuera de este mundo y emigren lejos, sino para que,
aun viviendo en el medio, no se diferencien en nada de los que
están lejos y, además, luzcan como antorchas y por medio de
sus obras demuestren a los infieles que ellos se han trasladado
a otra ciudad y nada tienen en común con la tierra y con las
cosas de la tierra.

La oración y la limosna, indispensables para conservar el
resplandor del bautismo

24. Y lo mismo que ahora, gracias a este esplendoroso
vestido, a todos parecéis magníficos, y el resplandor del vestido
manifiesta la eminente pureza de vuestras almas, así también
de ahora en adelante es justo que, tanto vosotros, los que
acabáis de ser considerados dignos de este don, como todos
los que ya habíamos gustado la misma generosidad, nos
hagamos ver de todos mediante una conducta óptima y, lo
mismo que antorchas, iluminemos a todos los que nos ven.
Efectivamente, este vestido espiritual, con tal que nosotros
queramos conservar su resplandor, a medida que avanza el
tiempo, va despidiendo un destello más vivo y una irradiación
más intensa de luz, algo que nunca puede ocurrir en los
vestidos materiales.
Porque a éstos ya podemos aplicarles cuidados sin cuento,
que el tiempo los gasta, y desaparecen de puro viejos; si no se
les toca, la polilla se encarga de ellos, y en todo caso, muchos
son los accidentes que acaban también con estos vestidos
materiales.
En cambio, el indumento de la virtud, con sólo que nosotros
aportemos nuestra propia contribución, nunca cogerá suciedad
ni experimentará envejecimiento, al contrario, a medida que
vaya corriendo el tiempo, él irá mostrando una belleza cada vez
más lozana y esplendorosa, y un mayor destello de luz.

25. ¿Ves la virtud del vestido? ¿Ves cómo su resplandor no
está sujeto al tiempo, ni se marchita por la vejez? ¿Viste belleza
igual? Por consiguiente, os lo suplico, esforcémonos por
guardar esta belleza en su lozanía, y enterémonos
cuidadosamente de cuáles son las cosas que pueden conservar
el esplendor de esta belleza.
ORA/ARMADURA: Así pues, ¿cuáles son éstas? Lo primero
de todo, la oración asidua, la acción de gracias por los bienes
ya recibidos y la invocación por la seguridad de los dones
otorgados. Porque esto es nuestra salvación, esto la medicina
de nuestras almas, esto el sanatorio de las pasiones que se
engendran en nuestras almas.
La oración es la muralla de los fieles; la oración, nuestra
armadura invencible; la oración, el sacrificio expiatorio de
nuestra alma; la oración, el rescate de nuestros pecados; la
oración, la base de bienes sin fin: porque la oración no es otra
cosa que un diálogo con Dios y una conversación con el Señor
de todas las cosas 17.
Así pues, ¿qué podría haber de más dichoso que el ser uno
considerado digno de conversar ininterrumpidamente con el
Señor?

26. Y para que aprendas qué bien tan grande es éste,
considérame a los que andan enloquecidos por las cosas
presentes y que vienen a ser poco menos que sombras.
Éstos, cuando ven a uno que está continuamente
conversando con el rey terrenal, ¡en qué concepto de grandeza
lo tienen! Le proclaman dichoso y le honran como a personaje
admirable y altísimo, digno de altísimo honor.
Pues bien, si este hombre, que no dialoga más que con un
congénere, con el que tiene en común la misma naturaleza y
que sólo trata de asuntos terrenales y efímeros, a pesar de todo
es considerado tan digno de admiración, ¿qué se podría decir
del que fue considerado digno de conversar con Dios, y no
sobre asuntos de la tierra, sino sobre la remisión de los
pecados, sobre el perdón de las culpas, sobre la salvaguardia
de los bienes ya otorgados, sobre los bienes que serán
concedidos, sobre los bienes eternos? Este hombre podrá ser
más dichoso que el mismo que ciñe diadema, con tal que por
medio de la oración se gane el apoyo de lo alto.

27. Ella es, antes que nada, la que podrá salvaguardarnos
constantemente el resplandor de este vestido espiritual, y con la
oración, la limosna generosa, el principal de nuestros bienes y
salvación de nuestras almas.
Esta pareja de virtudes puede procurarnos los innumerables
bienes de lo alto, apagar en nuestras almas la hoguera de
nuestros pecados y proporcionarnos una firme confianza. Por
servirse de esta pareja de virtudes, Cornelio hizo llegar sus
súplicas al cielo, y por eso también escuchó del ángel: Tus
oraciones y tus limosnas han subido en memoria a la presencia
de Dios 18,

El ejemplo del centurión Cornelio

28. ¿Ves qué confianza tan grande se adquirió con ellas un
hombre que pasó toda su vida bajo la túnica y el correaje?
Escuchen los que están alistados en la milicia, y aprendan que
nada es obstáculo para la virtud en quien quiere ser sobrio, al
contrario, que es posible también a quien viste túnica y ciñe
correaje, a quien tiene mujer, se cuida de los hijos y se
preocupa de los esclavos, incluso a quien tiene confiado un
cargo público, aplicarse de lleno al cultivo de la virtud.
Aquí tienes, efectivamente, a este hombre admirable: vestía
túnica, ceñía correaje y mandaba soldados, pues era centurión,
y porque lo quiso y porque era sobrio y estaba en vela, ¡de
cuánta solicitud de lo alto no se le consideró digno! 19.
Y para que sepas con exactitud que la gracia de lo alto
desciende sobre nosotros precisamente cuando nosotros
hemos contribuido primero con nuestra propia aportación,
escucha la historia misma.
Efectivamente, puesto que él se había anticipado haciendo
muchas y generosas limosnas y perseveraba fielmente en la
oración asidua, a la hora nona -dice- mientras él estaba orando,
un ángel se puso a su lado y dijo: Cornelio, tus oraciones y tus
limosnas han subido en memoria a la presencia de Dios 20.

29. No pasemos alegremente por alto lo dicho, antes bien,
consideremos con rigor la virtud de este hombre, y entonces
nos enteraremos de la bondad del Señor, es decir, de cómo Él
no desdeña a nadie, sino que, allí donde ve un alma que vive
sobriamente, allí prodiga Él su gracia.
Un soldado, que no había gozado de instrucción, que estaba
enfrascado en las cosas de la vida y que cada día era solicitado
y distraído en direcciones opuestas por mil asuntos, no
consumía su vida en banquetes, borracheras y comilonas, sino
en oraciones y limosnas, y tanta diligencia mostró de su parte,
tan asiduo fue en las oraciones y tan abundantes limosnas
repartió, que él mismo se mostró digno de semejante visión.

30. ¿Dónde están ahora los que ofrecen mesas
suntuosamente abastecidas, hacen correr sin tasa el vino puro
y pasan el día entero banqueteando, y que muchas veces
prefieren no orar antes del festín, y después del festín no
ofrecen la acción de gracias, sino que piensan que a ellos les
está permitido hacer todo sin el menor reparo, sólo por el hecho
de tener mando, de pertenecer al escalafón militar y de vestir
túnica y ceñir correaje?
¡Qué miren la asiduidad de este Cornelio en la oración y su
liberalidad en las limosnas: y que se escondan bajo la tierra!

31. Pero quizá, este maestro sea digno de crédito, no
solamente para ellos, sino también para todos nosotros, incluso
para los que han escogido la vida monástica y para los que
están dedicados al ministerio eclesiástico.
Porque, ¿quién de nosotros podrá jactarse alguna vez de
haber mostrado asiduidad tan grande en la oración o de haber
sido tan generoso en las limosnas, como para hacerse digno de
una visión así?
Por esto, os lo suplico, si antes no lo hicimos, por lo menos
ahora imitemos todos a éste, los que estáis alistados en la
milicia y los que llevamos vida civil y hemos sido considerados
dignos de este don, y no seamos menos que quien, con su
túnica y su correaje, tan gran virtud demostró.
Por lo demás, podremos también conservar lozana la belleza
de este vestido espiritual sólo cuando exhibamos con toda
exactitud esta pareja de virtudes.

32. Pero a éstas, si queréis, añadiremos otras, capaces de
contribuir también a la salvaguardia de la incorrupción de este
vestido, a saber, la templanza y la consagración, pues dice el
Apóstol: Perseguid la paz, y también la consagración, sin la cual
nadie verá al Señor 21.
Por consiguiente, busquemos también esa paz con todo
rigor, escrutando cada hora nuestros pensamientos y no
dejando que nuestra alma reciba mancha ni suciedad alguna
proveniente de los malos pensamientos.

33. Por lo demás, si purificamos de esa manera nuestra
mente y ponemos toda nuestra diligencia en cuidarla,
venceremos también más fácilmente a las demás pasiones, y
así en poco tiempo llegaremos a la cumbre misma de la virtud. Y
después de reservar ya desde aquí para nosotros abundante
viático espiritual, podremos también ser considerados dignos de
aquellos inefables dones que Dios tiene guardados en depósito
para los que le aman, bienes que ojalá todos nosotros
alcancemos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor
Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu
Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los
siglos de los siglos. Amén.
.................................................
1. Continuación de la anterior, esta Catequesis se tuvo probablemente
el viernes de la semana de Pascua del año 390 (cf. nota I de la octava
Catequesis).
2. Sb 3, 1.
3. Mt 13, 43.
4. Col 3, 1, pero con el verbo del 2.
5. Col 3, 1.
6. Cf. Flp 3, 20.
7. Col 3, 2.
8. Nótese la entonación retórica del período, compuesto de una
pregunta y de seis breves definiciones donde destacan las anáforas y los
homeoteleutas.
9. Cf. Mt 6, 21.
10. Mt 6, 33.
11. Col 3, 1.
12. Cf. la misma expresión al final del c. 15.
13. Sobre la cita de las nueve órdenes angélicas, familiar a la patrística,
y sus relaciones con el Pseudo- Dionisio, cf. WENGER. nota 1, pp.
238-239.
14. Col 3, 3.
15. Ibid.
16. Cf. Rm 6, 6.4.
17. Nótese el uso de la anáfora para subrayar la importancia de la
oración.
18. Hch 10, 4: el memorial ('azharâ) era la parte del sacrificio que el
sacerdote ofrecía quemándola sobre el fuego para recuerdo, «en
memoria» (Lv 2, 2ss.).
19. Se ha conservado en la traducción lo más posible el orden de los
términos, para mejor reflejar el vivo estilo de Juan Crisóstomo.
20. Cf. Hch 10, 1-4.
21. Hb 12, 14.

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