viernes, 23 de enero de 2015

Visión precristiana.

Siempre había gravitado sobre el hombre el peso de la culpa. Ya en las antiquísimas oraciones acádicas se encuentran letanías penitenciales, que gotean la angustia del pecado:

Muchos son mis pecados, Señor, graves mis faltas.
Muchos son mis pecados, dios mío, graves mis faltas.
Muchos son mis pecados, diosa mía, graves mis faltas.
Muchos son mis pecados, dios que conozco o que no conozco, graves mis faltas.
¡Apláquese tu corazón, como el de la madre que me dio a luz!.
Citado por P.Ricoeur, La symbolique du mal, 53.

De muchos modos había intentado el hombre reconciliarse con Dios; súplicas, austeridades, sacrificios; la trama de las religiones o de las prácticas ascéticas estaba entretejida con el deseo de aplacar a la divinidad. Incluso los judíos, que poseían la más alta revelación divina, hablaban de reconciliarse con Dios: “Quiera Dios hacer las paces y escuchar vuestras súplicas; ojalá se reconcilie con vosotros y no os abandone en el momento malo” (2 Mac 1,4; véase 8,29).

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