miércoles, 25 de febrero de 2015

COSMOPOLITISMO


Tendencia a considerar todo el mundo como patria propia. Se funda en la igualdad originaria de todos los hombres rechazando el poligenismo, el racismo o el nacionalismo. La primera manifestación histórica de la igualdad y universalidad del género humano tuvo lugar hacia el s. III a. C. El estoicismo (v. ESTOICOS) elaboró una doctrina de la igualdad de helenos, bárbaros y esclavos fundada en el hecho de ser seres dotados de razón. Existe una comunidad de todos los hombres. Los que la siguen obran de acuerdo con la ley divina y son verdaderos sabios. El hombre racional es cosmopolita, ciudadano del mundo, porque obedece a la ley común del género humano. El sabio no tiene patria, y el mundo constituye una cosmópolis, una polis gigantesca. El gobierno particular de las ciudades o de las monarquías, que distingue a ciudadanos y a extranjeros, sólo se justifica como mal menor. «Donde quiera que haya un hombre, hay sitio para un beneficio», decía Séneca. El bien racional debe orientar las acciones.
      Sin embargo, el sabio estoico carece de amor. Su c. no pasa de la comunidad de sabios. Mas, al convertirse en filosofía dominante del Imperio romano por motivos intelectuales y utilitarios, dulcificó las costumbres y el Derecho. Muchos esclavos fueron miembros preeminentes y dentro del Derecho se favoreció el desarrollo del Derecho de gentes. Contribuyó a debilitar los sentimientos nacionalistas de los Estados paganos y preparó el terreno al cristianismo, el cual, sosteniendo los mismos principios, los funda en el amor, no en la razón: por la caridad o el amor, todo hombre, como hijo de Dios, considera a otro un igual. El localismo que siguió al derrumbamiento del Imperio reavivó el provincianismo y redujo la cosmópolis a la comunidad de los creyentes. Empero, mientras la Iglesia mantuvo su posición de predominio, conservó el latín como lengua universal, impuso el Derecho canónico y alentó aquel ideal de catolicidad por encima de las diferencias particulares de orden secular entre los distintos pueblos y legislaciones. Mas no pudo impedir la aparición de la conciencia nacionalista que llevó a la formación de los Estados nacionales, recluyéndose los ideales universalistas en el ámbito católico y en la mentalidad de los hombres cultos y de los humanistas.
      La expansión extraeuropea llevó el fermento por todo el orbe. Teólogos y misioneros lo difundieron con el cristianismo. En la misma Europa las luchas entre los Estados avivaron la conciencia de que por encima de las diferencias de religión, de nación o de raza existe un ideal humano, al cual dieron expresión los grandes teólogos españoles de los s. XVI y XVII. En los EE. UU. de Norteamérica, la llegada de emigrantes europeos que huían de las controversias nacionalistas fermentó ese espíritu. También colaboraron el desarrollo científico y la expansión del comercio a escala planetaria. En el s. XIX se abolió la esclavitud y el movimiento obrero creó la conciencia internacionalista. Actualmente constituye también otro factor importante la potencia de los armamentos. Pero el nacionalismo decadente ha vuelto a reavivarse, especialmente en los países subdesarrollados. La Cruz Roja o la UNESCO v las Naciones Unidas impulsan el c., cuyo mayor enemigo son las tendencias centralizadoras de los Estados.
      El c. se desarrolló doctrinalmente por necesidades concretas de la colonización de Hispanoamérica: Vitoria (v.) fundó el Derecho internacional. Ha recibido nuevo impulso de los Papas y del Conc. Vaticano II: congregada la familia humana «en una sola unidad y cada día más conscllente de ello en todas partes, no logra realizar la obra que le corresponde, es decir, construir un mundo verdaderamente más humano para todos los hombres y en todas partes» (const. Gaudium et spes, 67) porque «el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la Humanidad. El hombre debe encontrar al hombre, las naciones deben encontrarse entre sí como hermanos y hermanas, como hijos de Dios.
      En esta comprensión y amistad nuestra, en esta comunión sagrada, debemos igualmente comenzar a actuar a una para edificar el porvenir común de la Humanidad» (ene. Populorum progressio, 43).
     
     
BIBL.: I. MARITAIN, Filosofía moral, Madrid 1961; J. LECLERCQ, Las grandes líneas de la filosofía moral, 3 ed. Madrid 1960; R. ARON, Dimensiones de la conciencia histórica, Madrid 1962; fD, Paz y guerra, Madrid 1963; L. HANKE, La lucha española por la justicia en la conquista de América, Madrid 1967.

D. NEGRO PAVÓN.

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