jueves, 26 de febrero de 2015

CULTO A LA NATURALEZA.

Siempre, con mayor intensidad en la Antigüedad, el hombre ha sido sujeto de tres experiencias, que, sobre todo en algunos periodos o en determinados tipos de personas, afectaron muy hondamente su sensibilidad: a) Temor ante algunos fenómenos naturales: rayos, truenos, tormentas, etc. Casi todos estos fenómenos naturales aparecen ya, p. ej., en los poemas homéricos como término de comparación con guerreros, combates y dioses, y como cratofanías o manifestaciones del poder de las supremas divinidades uránicas. En último término siempre se basan tanto en su poder material, p. ej., el rayo en sí, capaz de fulminar héroes, hendir árboles o hundir naves, por lo que atemoriza al hombre, cuanto en su valor expresivo de la presencia del dios celeste con toda su fuerza irresistible que paraliza las potencias humanas o las galvaniza e impulsa, según sea considerado presagio favorable o adverso (Homero, Ilíada, 13,320; 16,384-92; 20,51, etc.; Odisea, 5,291-96; 12,403-19, etc.). b) Embeleso ante fenómenos como los de la noche estrellada, crepúsculos, vegetación exuberante, despertar primaveral, amenidad de los parajes con sombra, agua, árboles, flores, aves -oasis, descanso del ancestral nomadismo- (Homero, Ilíada, 6,294; 18,483; Píndaro, Olímpicas, 2,80; Eurípides, Bacantes, 1048; Sófocles, Edipo en Colono, 668-708, etc.). c) Asombro ante las sobrehumanas fuerzas, benéficas o catastróficas, de la naturaleza, tanto en su aspecto celeste como telúrico.
      Repercusión religiosa. La naturaleza condicionaba la vida de los primitivos. La medida en que el hombre la domina por medio de la técnica señala su distanciamiento de la primitividad. Los pastores-nómadas se encontraban inermes ante los fenómenos atmosféricos: tormentas, rayos, inclemencias climatológicas; a su vez, los primitivos labradores, sin instrumentos adecuados, no podían sacudir el yugo de la humedad y sequía excesivas, heladas, etc. Por eso parece obvio que, al tratar de concebir la causa primera y de conocerla por vía racional (v. ANALOGÍA), lo hicieran desde los fenómenos celestes (pastores: V. DIOS II; RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS) y desde los agrarios (labradores: V. MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS; DIOS II, 2).
      Algurios, desorbitando este influjo en el concepto de la divinidad y en el origen de todo lo religioso, dieron lugar a las teorías de la mitología natural, basada principalmente en los mitos naturales grecorromanos y en la mitología astral (mitos astrales de los babilonios -panbabilonismo-). Los mitólogos de la naturaleza (A. Kuhn, F. Max Müller, etc.) se fijan en los fenómenos y elementos naturales: rayo, tormentas, lluvia, aire, agua, fuego, etc.; los mitólobos astrales (E. Siecke, A. Jeremias, G. Hüssing, etc.) en los astros, principalmente en la luna y su influjo en el mundo sublunar (panlunarismo). Ambas teorías son excesivamente radicales e inexactas, al considerar las figuras míticas y las religiones, dioses, etc., únicamente como personificaciones de los fenómenos naturales, a los que se honró con veneración religiosa y al no admitir una influencia religiosa simplemente analógica ni, menos aún, la existencia anterior de ninguna vivencia proveniente del conocimiento racional o de la revelación divina (v. MITO Y MITOLOGÍA II, A).
      Expuesta esta perspectiva general, se va a analizar, con más detención, el culto de la naturaleza entendida en sentido restringido, en el telúrico y agrario o de la vegetación, por ser el más específico y también el más olvidado en los estudios de historia de las religiones.
      Divinización de la naturaleza. La progresiva secularización de la Tierra incapacita en gran manera al hombre actual para sintonizar el mensaje de honda sacralidad de la Telus o Tierra, intuido por los hombres de todos los continentes en el mundo arcaico. En todas las regiones, también en Grecia, Roma y diversas zonas mediterráneas lo mismo que al pie de los Andes o en las islas del Caribe, el hombre sintió como numinosa la potencia de la Tierra, ya en sí misma, ya aunada a los agentes cósmicos, que operan sobre ella (V. TIERRA V). La Tierra divinizada recibe diversos nombres en el ámbito helénico: Magna Mater, Cibele, Isis, Atargatis y, sobre todo, Demeter expresiva hasta en su etimología: De > Ge-meter (Tierra Madre); son los nombres con que era invocada en el culto minoico, en los misterios de origen minorasiático, en Egipto, Eleusis, etc. En la arcaica latinidad la tierra sacralizada se llamó Tellus o divinidad femenina terrestre de gran influjo en la religiosidad romana (Servio, In Georgicas, 1,21; S. Agustín, Ciudad de Dios, 7,2326). Junto a ella figura, con escaso éxito cultual, otra divinidad terrestre, pero masculina: «No, dice él (Varrón), sino que una sola y misma tierra tiene dos potencialidades, una masculina, que produce las semillas, y otra femenina, que las recibe y alimenta. A la potencialidad femenina la llama Telus y a la masculina Telumón. ¿Por qué los pontífices, como él mismo hace notar, añaden otras dos, teniendo así cuatro divinidades: Telus, Telumón, Altor y Rusor?» (S. Agustín, íb. 7,23,2).
      En las religiones propias de tribus y pueblos agrícolas la Madre Tierra, en sus distintas advocaciones, figurasiempre como suprema diosa y señora de la naturaleza. Pero si el hombre primitivo veneró el seno fecundo de la Tierra, «Madre de todas las cosas» (Hornero, Himno, 1 ss.; Píndaro, Nemeas, 6,1-2, etc.), y la saluda exultante como Virgilio a la tierra itálica (Geórgicas, 2,173: Salue, magna parens frugum, Saturnia Tellus, magna (parens) uirum...), sobre todo se extasió ante el maravilloso e inesperado alumbramiento de la naturaleza en primavera con flores, hojas, verdor y afán genésico de los animales. Este aspecto en su doble vertiente agraria fertilidad, vegetación) y animal-humana (fecundidad) aparece encarnado y venerado en la serpiente (v.) o, en época más tardía, en la figura de la joven divinidad: Coré-Persefona, Atis, Dioniso, Adonis, etc., que «muere y resurge» de modo similar a la serpiente tras el letargo invernal en sintonía con la vegetación (invierno-primavera).
      Un caso paradigmático nos lo ofrece el núcleo más importante de los misterios de Eleusis (v.): la «pasión» de Demeter. Religión de la Tierra, ésta es naturalmente la madre: Demeter (Eurípides, Bacantes, 275 ss.; Cicerón, De natura deorum, 2,26,67). El fruto de la Tierra, su hija, es Persefona o Coré. Danzaba un día en un prado con las hijas del Océano, cuando una flor, el narciso, la fascinó; intentó cogerla sin darse cuenta de que la Tierra se abría y, raptada, quedaba en poder del dios de los muertos (Edóneo, Plutón, Hades). Demeter ansiosa va en busca de su hija. Informada por Helios, el Sol «que todo lo ve», conoce su paradero. Consigue de Zeus la devolución de Persefona en el caso de que no haya comido nada en las entrañas de la tierra. Pero la astucia de Hades, que la ofrece una granada, frustró su total reintegración a la superficie terrestre. Con todo, se llegó a un acuerdo: Persefona permanecerá en el interior como reina del reino de los muertos un tercio del año, al unísono con las semillas sembradas (invierno), y el resto en el mundo de la luz y de los vivos; en este tiempo, Demeter derrochará toda su vitalidad por la alegría del encuentro (primavera), si bien se irá entristeciendo a medida que se acerca la despedida (otoño). Durante la búsqueda de su hija fue bien recibida en casa de Céleo-Metanira, reyes de Eleusis; agradecida les enseñó la agricultura y, al instituir sus misterios, los organiza en Eleusis nombrando sacerdote al rey y sacerdotisa a la reina (Hornero, Himno a Demeter).
      La Madre Tierra y la Vegetación en su relación con el origen, destino y resurrección de los hombres. La Telus no es una divinidad conceptual sino sentida en cuanto cuna, vivencia y tumba humana; es la diosa, madre de dioses, que encierra en sus entrañas el misterio de la vegetación -muerte invernal y resurrección primaveral-, del cultivo de los campos, de todas las cosas y del hombre que viene de la tierra y a ella retorna (Cicerón, De natura deorum, 2,26; la Precatio Terrae Matris, en Anthologia Latina 1,27, ed. Riese); en una palabra, es la diosa de lo telúrico con todas las resonancias matizadas de humanidad y sacralidad de este término. En la tierra se esconde el origen y el destino del hombre, que es tierra, polvo, y en tierra se convierte su cuerpo de modo definitivo según la antropología materialista y la dualista (V. DUALISMO), momentáneamente según el dogma católico de la resurrección de los muertos (v.).
      El valor completo de lo telúrico explica la idea y la práctica de in-humar, en-terrar los cadáveres como reintegración al seno maternal de la Tierra, y la esperanza en la resurrección humana similar al resurgir de las semillas enterradas en las entrañas de la tierra, creencia tan arraigada en la religiosidad telúrico-mistérica, especialmente en una de las más intensas corrientes religiosas de Grecia: los misterios eleusinos. Los epitafios, tanto griegos como romanos, recogen con sorprendente expresividad todos los aspectos: terrestre, humano y divino de lo telúrico. Para muestra bastan dos, griego el uno y romano el otro, inscritos en lápidas funerarias de una mujer y de un hombre respectivamente: «Soy polvo, la tierra es polvo, la tierra es diosa. Luego yo no estoy muerta» (Corpus Inscriptionum Latinarum, 6,29609). «Estoy muerto, el muerto es polvo, el polvo es tierra. Pero, si la tierra es diosa, no soy muerto sino dios» (H. Dielh, Anthologia Lyrica 1,64). La Tierra, origen sacral del hombre, es tomada como símbolo mesiánico por el profeta Isaías (45,8): Aperiatúr terra el germinet Salvatorem y a destino humano en una intuición religiosa de Sófocles (Edipo en Colono, 1657 ss.): «Entreabriéndose -en Colono- la tierra, le abrazó dulcemente en sus senos abismales», para redimir la humanidad pecadora de Edipo en el momento de su muerte y glorificación. El proceso germinativo sirve a S. Pablo (1 Cor 15,38 ss.) para aclarar la resurrección corporal, si bien es una simple comparación, despojada de la eficacia que se le atribuía en los misterios.
      Desacralización de la naturaleza. Para la religiosidad telúrico-mistérica toda la naturaleza estaba divinizada. Al ser vencidos sus miembros por pueblos de religiones étnico-políticas (indoeuropeos, semitas) se inicia su proceso de desacralización, pues éstos más que divinizar la naturaleza tendieron a poblarla de dioses. Una prueba evidente la tendrá el lector de la Theología... escrita por L. Aneo Cornuto en el a. 60 d. C. que recoge la tradicional mentalidad mítica. Según esta «teología» el cielo, la tierra, los astros, el mar, todos los elementos de la naturaleza están en relación especial con algún dios. El murmullo de los ríos y de la arboleda armoniza con la sonrisa y las travesuras de ninfas y sátiros. Todos los seres reciben encanto de los dioses y de su cortejo. Pero la naturaleza en sí misma ha quedado secularizada; su fuerza divina, diluida antes, se ha como concentrado en unos cuantos elementos residencia de los seres divinos (sátiros, ninfas, náyades, dioses, planetas: Mercurio, Marte, Venus, Júpiter, Saturno, etc.) más que divinos en sí mismos, excepto en algunos casos. Un paso más, y Anaxágoras (s. V a. C.) con sus seguidores proclamarán que la naturaleza es materia; divino es sólo el nous, que es pensamiento, no la materia ni sus diversos elementos: sol, luna, etc. (v. SOL II).
      Aunque en el mundo clásico se observan también, por otro cauce, los síntomas que desplazan la consideración de la tierra de la zona religiosa a la estética, no obstante, hasta los últimos años del Imperio pervivió el culto romano a la Tellus. Solamente el espiritualismo cristiano, con su nueva concepción del mundo, consiguió superar el viejo naturalismo convirtiendo la tierra en «creatura» de Dios y lugar de peregrinación y trabajo para el hombre. Después la visión artístico-estética y la científica, sobre todo en algunas de sus ramas, p. ej., la edafología (v.) - sin duda esta palabra sonaría a blasfemia y sacrilegio si la oyera el hombre antiguo-, han culminado el proceso de desacralización de la Telus.
     
      V. t.: DIOS II, 2; TIERRA V; FERTILIDAD II; ÁRBOL II; MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS.
     
     
BIBL.: A. ALVAREZ MIRANDA, Reflexiones sobre lo telúrico, en Obras, I, Madrid 1959, 435-456; F. KOENIG, Cristo y las religiones de la tierra, I-II, Madrid 1960; M. GUERRA, La serpiente, epifanía y encarnación de la suprema divinidad ctónica: la Madre Telus, «Burgense» 6 (1965) 12-59; A. DIETRICH, Mutter Erde, 3 ed. Leipzig-Berlín 1925; B. ANKERMANN, Die Religion der Naturvólker, en A. BERTHOLET-E. LEHMAN, Lehrbuch der Religionsgeschichte,I, Tubinga 1925; S. EITREM, Eleusinia: les mystéres et I'agriculture, «Symbolae Osloenses», Oslo 1940; W. MANNHARDT, Wald- und Feldkulte, 2 ed. 1-II, 'Leipzig 1904-05; M. ELIADE, Traité d'histoire des religions, 2 ed. París 1968, 229-309.

M. GUERRA GÓMEZ.

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