sábado, 30 de mayo de 2015

Las sectas en la era tecnológica

Entre la fe y el fanatismo

Cuando bajo la edulcorada apariencia de un predicador muy elocuente es posible vislumbrar la mirada de un fanático menos adiestrado para convencer que para vencer.

En un momento en el que la ciencia y la tecnología han alcanzado cotas nunca ni siquiera sospechadas, la ebullición del sentimiento y la práctica religiosa prosigue su evolución como si lo hiciera en un territorio propio e independiente; como si la especie humana pudiera desarrollarse a la vez en un doble estrato a veces contradictorio: por un lado, una fe ciega que promueve acciones sobre todo emocionales que terminan condicionando la vida del creyente; por otro, la necesidad de verificar, racionalizar y evaluar todos los conocimientos, cada uno de los progresos, todos los instrumentos, sin que nada quede al azar ni a merced de ninguna voluntad ajena, mucho menos sobrenatural. Esta doble condición, a veces enfermiza, del ser humano ha sido capaz de provocar, por ejemplo, los fenómenos simultáneos de las devastadoras cruzadas cristianas contra los musulmanes y el movimiento monástico de regneración de los campesinos iniciado en Cluny, en la Edad Media de una Europa asolada a su vez por las invasiones de los bárbaros.

Sectas y religiones

A caballo, pues, entre la ceguera de la fe y su fuerza creativa, la religiosidad de la especie humana se ha ido polarizando a lo largo de la historia alrededor de núcleos de creencias casi siempre dependientes de núcleos de creencias anteriores a los que superaban en coherencia y fuerza, y casi siempre también excluyentes y enfrentados a sangre y fuego contra cualquier otra confesión o profesión de fe, incluso, en cada caso, aquella que había dado origen a la que se encontraba en auge.

De este modo, de una religión establecida se desgajaba una rama herética o sectaria que, en caso de afinazarse y expandirse, daba pie a una nueva religión, y en caso contrario sobrevivía vegetativamente o pasaba a la historia como un fenómeno más o menos anecdótico. El cristianismo nació como una secta dentro del judaísmo; el islam lo hizo en un entorno de sectas cristianas aisladas en los desiertos de Arabia; en el seno de la Reforma europea se afianzaron como auténticas religiones el catolicismo, el luteranismo, el anglicanismo, el calvinismo y otras pocas, mientras muchos otros movimientos procedentes del protestantismo se han ido atomizando en Iglesias más o menos pequeñas y más o menos carismáticas.

Nuestro tiempo, pues, no es ajeno a este proceso de la historia de un pensamiento religioso que a pesar de todo aún es lo bastante vital como para que sigan surgiendo, dentro de las grandes confesiones, nuevas ramas cuya incidencia real queda condicinada al paso del tiempo. Estas ramas son por su propia naturaleza casi innumerables aunque algunas de ellas, como la de los Cuáqueros, los Pentecostales, los Anabaptistas, los Testigos de Jehová o los Mormones cuentan con significativas cifras de adeptos..., y no es ajeno a ello el hecho sociológico de su nacimiento y mayor implantación en la joven, puritana y rica -aunque desigual- Norteamérica.

Llenando los huecos del tiempo presente

En su mayor parte, sin embargo, el éxito de los movimientos sectarios contemporáneos se debe a que llenan el vacío religioso dejado por la progresiva laicización de las sociedades. Quizá también influya el modo en que las Iglesias consolidadas se ha distanciado de sus feligreses o, al menos, de su cotidianidad. Los "gurús" de las sectas suelen ser personas muy capaces de conocer el modo de seducir a sus adeptos.

Se podrían definir cuatro características fundamentales que concurren en las sectas iniciáticas contemporáneas: alienación de los adeptos por presión moral; cerrazón del grupo sobre sí mismo excluyendo incluso a los familiares no afines de los adeptos; manipulación de los textos sagrados preexistentes según los intereses de la nueva doctrina; utilización de la estructura sectaria para el lucro de los líderes.

Es un lugar común que el ser humano necesita "algo en que creer" y se podría añadir que compartir una creencia con un grupo satisface las necesidades de vida social del individuo, aunque, a veces, en el seno de las sectas clasificadas como destructivas, el precio es una anulación de la personalidad del adepto.

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