martes, 2 de junio de 2015

El cristianismo primitivo

El impulso de un espíritu comunitario

"Todos los creyentes lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y sus bienes y lo repartían entre todos, según las necesidades de cada uno" (Hechos de los Apóstoles 2,44-45).
Tras haber presenciado la ascensión de Jesús al cielo desde un monte de Galilea, el pequeño grupo de discípulos -unos 120 en total según los Hechos de los Apóstoles- se volvió a Jerusalén, a la espera de los acontecimientos, según las últimas instrucciones del Señor. Debieron ser días idílicos de intenso gozo y exaltación para aquella comunidad, embebida en el recuerdo de Jesús resucitado. Libres de preocupaciones materiales, se dedicaban a la oración, tal vez con la esperanza puesta en el cumplimiento a corto plazo ("antes de que pase esta generación") de la nueva venida -en gloria- de Jesús.
La efusión del Espíritu el día de Pentecostés fue la señal de partida de la actividad evangelizadora de los apóstoles. En su primer discurso, Pedro logró la conversión de 3 000 personas. Y en el segundo, tras la curación milagrosa de un tullido en el templo, se les unieron, contando sólo los hombres, otros 5 000.
Este movimiento masivo de conversiones, unido al enorme prestigio de que los seguidores de Jesús gozaban a los ojos del pueblo, alarmó a las autoridades religiosas judías. En un primer momento, tras una reunión de urgencia, les prohibieron hablar más a nadie "en este nombre". Al verse desobedecidos, pasaron de las amenazas a los hechos y ordenaron flagelar a Pedro y Juan. Pero fue un devastador discurso del diácono Esteban, asegurando que veía a Jesús a la diestra de Dios, el que colmó la paciencia de los judíos. Lapidaron a Esteban y desencadenaron la primera gran persecución contra los cristianos. Fue también el principio de la evangelización a gran escala por toda la ecumene. Cuando los perseguidos, en su mayor parte helenistas (de hecho los apóstoles se quedaron en Jerusalén), retornaron a sus lugares de origen, llevaron a todas partes la noticia de Jesús.

Evolución interna de la comunidad de Jerusalén

Varios indicios señalan que los discípulos fueron tomando conciencia lentamente de la significación trascendental de la persona y el mensaje de Jesús. Reconocían, por supuesto, que era el Mesías esperado, el Hijo de Dios, el Señor. Pero, al parecer, entendían su actividad como la prolongación, el punto culminante de la religión judía. Seguían yendo al templo, como el resto de sus compatriotas, para hacer sus oraciones y consideraban obligatorio el cumplimiento de la ley de Moisés, incluidos los preceptos sobre alimentos lícitos y prohibidos. Echaron en cara a Pedro que hubiera entrado en la casa de un pagano, el centurión Cornelio, porque constituía una impureza legal. Hubo incluso un grupo muy influyente, el de los "judaizantes", que intentaron imponer a todos los convertidos al cristianismo, incluidos los procedentes del paganismo, el rito de la circuncisión para su integración en la comunidad. Fue el apóstol Pablo, un helenista, quien advirtió el enorme peligro de vaciamiento de la realidad de Jesús que esta actitud entrañaba, ya que si la salvación viene como consecuencia del cumplimiento de la ley, de nada habría servido la muerte de Jesús. Jesús no sería el Redentor. De ahí la enérgica afirmación paulina: "La justificación no viene por las obras de la ley, sino por la fe en Jesús". El cristianismo no es una prolongación ni un perfeccionamiento del judaísmo. Es su superación radical.

Carisma y ministerio

El creciente número de conversiones hizo necesario un primer intento de organización. Los apóstoles decidieron descargar el peso de las necesidades materiales de la comunidad (el "servicio de las mesas", es decir, la atención y el cuidado de los pobres) en algunos hombres elegidos, a los que impusieron las manos, confiriéndoles con este gesto autoridad y legitimidad para el desempeño de sus funciones. Ellos, por su parte, liberados de estas tareas, podían dedicarse a la oración y el "servicio de la palabra", es decir, al anuncio del mensaje de Jesús.
Además de estos servidores de las mesas, los Hechos mencionan, como miembros con autoridad en la comunidad, a los "presbíteros", que toman parte, al lado de los apóstoles, en las decisiones del concilio de Jerusalén (Hechos 15,5).
Junto a los apóstoles, diáconos y presbíteros con autoridad para tomar decisiones doctrinales, figuran también en la comunidad jerosolimitana los "profetas" (Hechos 15,32). De donde se sigue que, desde el primer momento, en las comunidades cristianas coexistían pacíficamente el ministerio y el carisma.
La comunidad de Jerusalén tuvo una existencia corta y accidentada. Surgieron fricciones entre los hebreos y los griegos; estos últimos se quejaban del trato de favor dispensado a las viudas de los primeros. La situación económica se deterioró y se hizo necesario organizar colectas en las restantes comunidades para acudir en su ayuda. En el año 70 la comunidad cristiana se trasladó a Pella, al otro lado del Jordán.

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