martes, 2 de junio de 2015

El protestantismo en Europa Central

Contra el poder de la jerarquía oficial

En el último tercio del siglo XV y a lo largo de todo el XVI, la efervescencia reformista se expandió por una Europa ya impregnada de humanismo y sedienta de coherencia entre la fe y las costumbres.
Las ideas de Lutero se extendieron como una llamarada por toda Europa. Fueron numerosos los factores que contribuyeron a su difusión en un espacio de tiempo muy corto. Entre ellos ocupan un lugar destacado la excelente preparación doctrinal, la gran energía y la entrega incondicional de algunos de sus promotores. No todos fueron seguidores de Lutero y simples repetidores de sus enseñanzas. De hecho, los reformadores defendieron con frecuencia posturas enfrentadas, mantuvieron numerosas controversias, a menudo muy enconadas, y no faltaron las enemistades y los odios mortales entre sí. Pero a todos ellos les unía el mismo sentimiento de irreductible rebeldía contra las estructuras de la jerarquía oficial de la Iglesia instalada en el poder y compartían la misma pasión por imponer drásticas reformas.

Los hombres de Lutero

Lutero contó desde el primer momento con el apoyo de un buen número de seguidores y colaboradores leales. Destacaron entre ellos Nicolás de Amsdorf (1483-1565), que le ayudó a traducir la Biblia al alemán. Fue consagrado obispo evangélico de Nuremberg por el propio Lutero y era tan ardiente partidario de la justificación por la sola fe que llegó a sustentar la tesis de que las buenas obras son dañinas para el alma. El humanista Justus Jonas (1493-1555) puso sus conocimientos de jurista al servicio de las iglesias reformadas para la redacción de las ordenaciones eclesiásticas. También él colaboró con Lutero en la traducción de la Biblia, estuvo a su lado en el lecho de muerte y pronunció su oración fúnebre en Eisleben. Jorge Burckhard (1484-1545), llamado Espalatino por su lugar de nacimiento (Splat, cerca de Nuremberg), estuvo al servicio de la corte del príncipe elector de Sajonia Federico el Sabio. Trabó amistad con Lutero desde fechas muy tempranas y le prestó una ayuda inestimable al conseguir que el elector le ofreciera un refugio seguro en el castillo de Wartburg cuando, ya excomulgado y declarado hereje, estaba expuesto al castigo del emperador.
La personalidad más destacada del círculo de seguidores de Lutero fue, sin duda, Philipp Schwarzerd (1497-1560), más conocido como Melanchthon, traducción de su apellido ("negro") del alemán al griego. Iniciado en las lenguas antiguas y los estudios teológicos por su tío, el hebraísta Juan Reuchlin, abrazó las ideas de Lutero en 1517. Sus Loci communes rerum theologicarum, publicados en 1521, le han valido la fama de teólogo de la Reforma protestante. Su gran formación humanista y el gran aprecio que siempre profesó a Erasmo le convirtieron en el lazo de conexión (a punto de romperse a causa de la áspera controversia entre este último y Lutero) entre los círculos humanistas y las ideas de la Reforma. Melanchthon aceptaba la tesis luterana sobre la incapacidad de la inteligencia humana de llegar al conocimiento de Dios y sobre la carencia de libertad de la voluntad, pero se oponía a renunciar a la existencia de una ética filosófica. Entendía que también después de la caída puede la naturaleza conocer la ley natural y la voluntad hacer obras naturalmente buenas, aunque de nada sirven para la justificación. En la dieta de Augsburgo de 1530, celebrada con el propósito de restablecer la unidad de la fe y de reagrupar a todas las fuerzas cristianas contra el peligro turco, Melanchthon elaboró una "confesión" protestante en la que su deseo de paz y armonía le inducía a calificar de "pequeñas diferencias" lo que en realidad eran graves diferencias dogmáticas. Aunque la dieta no alcanzó sus objetivos, Melanchthon siguió buscando, hasta el final de sus días, fórmulas de compromiso aceptables para católicos y protestantes. Esta postura ha sido valorada de diversas maneras. Para algunos, vacía totalmente de contenido las ideas de Lutero sobre la justificación; para otros, ofrece una síntesis fecunda -de signo ético neoaristotélico- entre la Reforma y la cultura humanista.

Zuinglio y la reforma suiza

Ulrico Zuinglio (1484-1531) estudió en Viena y Basilea, donde existían florecientes centros humanistas. Su proceso de ruptura con Roma se inscribe en la rebelión generalizada contra la Iglesia jerárquica, pero -como él mismo se encargó de subrayar- no dependía de Lutero. "Antes de que nadie hubiera oído entre nosotros el nombre de Lutero, comencé yo, en 1516, a predicar el evangelio de Cristo." "El principio básico de su concepción teológica es que no hay otra autoridad doctrinal que la de la Escritura, que no es ya privilegio de sacerdotes, sino bien común". Rechazaba todo lo que no está explícitamente contenido en la Biblia: el papado, la misa, la invocación de los santos, el celibato sacerdotal... El consejo del cantón de Zurich aceptó e impuso, en 1525, las tesis de Zuinglio.
Desde Zurich, la reforma de Zuinglio se propagó a varios cantones, entre otros Sank Gallen, Basilea -en éste en competencia con los seguidores de Lutero- y Berna. Otros (Lucerna, Uri, Schwyz, Unterwalden, Zug, Glaris, Friburgo, Solothurn y Appenzell) se mantuvieron fieles a Roma. Muy pronto, de las discusiones teológicas se pasó a los enfrentamientos armados. En 1531, un ejército zuriqués encabezado por Zuinglio, que había sido capellán castrense de tropas suizas, fue derrotado en Kappel por los católicos. Zuinglio encontró la muerte en el combate. Como consecuencia de la derrota, los zuinglianos firmaron la paz con los católicos y, a continuación, entraron en negociaciones doctrinales con los calvinistas, que culminaron con la unión de ambos movimientos en 1549.

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