martes, 18 de agosto de 2015

ANWAR EL-SADAT, EL FIN DE LA ESPERANZA.

          A las doce y media de la mañana del 6 de octubre de 1981 el presidente egipcio Anwar el-Sadat moría en un atentado, y con él murió también uno de los intentos más sensatos de paz en Oriente Próximo. Han pasado muchos años y todavía están a tortas. A Sadat lo mató el integrismo islámico. Cómo le iban a perdonar que de su mano saliera la primera firma árabe para sellar una paz duradera con Israel. Imposible que le disculparan las palmadas en la espalda que se daba con el presidente estadounidense Jimmi Carter y con el primer ministro israelí Menahem Beguim durante los acuerdos de Camp David. Y mucho más les encendió que Sadat y Beguim recibieran al alimón el Nobel de la Paz. Demasiadas buenas noticias juntas.

          Para Estados Unidos el asesinato de Sadat fue una catástrofe. En Israel se quedaron estupefactos, en Irán y Libia hubo júbilo nacional y el resto del mundo pensó que, para bien o para mal, se acabó lo que se daba. A los funerales y entierro, celebrados cuatro días después del atentado, acudieron los más altos dirigentes internacionales, pero sólo tres de la Liga Árabe. Ronald Reagan no se atrevió a ir por motivos de seguridad, pero envió a Carter, Ford y Nixon. Siempre es mejor que ante un posible atentado caigan tres ex presidentes que no uno que todavía manda. Mitterrand fue y Calvo Sotelo, también.

        Pero Anwar el-Sadat, el presidente de perfil faraónico, no está enterrado donde pidió. Su sepultura, a sólo 300 metros de donde sufrió el atentado, junto a la tumba del soldado desconocido, es sólo provisional, aunque esta provisionalidad dure hasta hoy. El presidente egipcio quiso ser enterrado en el sector del desierto del Sinaí que Israel devolvió a Egipto y donde no tuvo tiempo de construir su sueño: una mezquita, una iglesia y una sinagoga. Porque Sadat tuvo una consigna: "Nada de política en la religión, nada de religión en la política". Que dicho así queda majo, pero a ver cómo se le explica a un fundamentalista que el Corán y el gobierno de una nación son cosas distintas.


NIEVES CONCOSTRINA.
HISTORIAS DE LA HISTORIA.

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