sábado, 26 de septiembre de 2015

DEFLACIÓN


Concepto. La d. puede definirse corno un desequilibrio entre la demanda y la oferta agregadas, que da lugar a un proceso irreversible y autosostenido de reducción de precios. En ocasiones, se define a la d. por el efecto (la reducción de precios) y no por la causa (el desequilibrio entre oferta y demanda). No basta que se reduzca el precio de algunos bienes para poder hablar de d.: se trata de un fenómeno agregado, caracterizado por el descenso del nivel general de precios. Sin embargo, no es necesario que se reduzcan todos ellos, y menos en la misma proporción.
     
      La d. es un movimiento autosostenido; esto es, lleva en sí mismo el germen de futuras reducciones de precios. Ello se debe a que la baja de precios supondrá una menor remuneración de los factores productivos y, por tanto, menores rentas y menor demanda, que lleva a nuevas reducciones de precios. Sin embargo, la d. no es un fenómeno sin límite pues, aparte de las medidas de política económica que se puedan tomar, hay una serie de «estabilizadores» que tienden a frenar el mecanismo de la d.: aplicación de tipos menores en los impuestos progresivos cuando la renta nominal se contrae; aumento de las exportaciones al reducirse los precios, etc. En general, no basta la caída de los precios de una vez por todas para poder hablar de d. Por ello se suele exigir que la cantidad de dinero en circulación se contraiga (bien como causa, bien como condición necesaria) para que se autoperpetúe un exceso de la oferta sobre la demanda.
     
      Como movimiento irreversible, la d. se diferencia, de un lado, de las fases de recesión y depresión del ciclo económico (independientemente de que en éstas, además de un descenso en el nivel de empleo y producción, se den las condiciones adecuadas para una verdadera d.), y de otro, de las reducciones estacionales de los precios, como las que tienen lugar en los productos agrícolas después de la cosecha, y en las ventas al detall en los primeros meses del año (v. CICLO ECONÓMICO).
     
      Comparando lo dicho hasta ahora con el concepto, caracteres y causas de la inflación (v.), se observa que son dos fenómenos similares aunque opuestos. Buena parte del bagaje teórico de la inflación se aplica también a la d. Sin embargo, existe una diferencia fundamental: los precios y los salarios tienen, en la práctica, una rigidez y resistencia a la baja, que no ocurre, con la misma intensidad, al alza. Cuando la demanda se expande, la producción y el empleo crecen con ella, y los precios se elevan suavemente; una vez que están ocupados todos los recursos, todo ulterior aumento de demanda se traduce en precios crecientes. Sin embargo, cuando la demanda se contrae, los salarios nominales no se reducen suficientemente, y tampoco los precios (salvo en mercados competitivos), pero lo hacen la producción y el empleo. A la larga, los precios bajarán también, pero ello vendrá acompañado de producción disminuida y paro. De ahí que, frecuentemente, se identifiquen d. y depresión.
     
      Nivel de precios, empleo y crecimiento. Cuando el precio de un producto se reduce, su demanda aumentará, normalmente, siempre que no hayan cambiado otros factores (renta, gustos, etc.). Generalizando esto, parece lógico suponer que una reducción del nivel general de precios llevará a una demanda global más elevada. Sin embargo, a nivel agregado las demás condiciones no son constantes: la reducción de precios lleva consigo una retribución menor para todos o algunos de los factores productivos, una renta nacional menor y, por tanto, una demanda también más pequeña. El obrero cuyo salario se haya reducido no comprará más, aunque el coste de la vida se haya abaratado, y el empresario que vea mermados sus beneficios no verá en ello un aliciente para hacer nuevas inversiones y aumentar su producción.
     
      La cuestión de si los precios han de ser estables, crecientes o decrecientes para facilitar el pleno empleo y el desarrollo económico está lejos de ser un asunto zanjado. Los estudios empíricos que intentaban hallar alguna relación entre el ritmo de crecimiento económico y la estabilidad de precios han dado resultados contradictorios: según los países y las épocas, el desarrollo se ha producido con precios crecientes unas veces, estables, y aun decrecientes, otras. Sin embargo, parece seguro que una fuerte inflación es más bien un freno que un aliciente para el desarrollo.
     
      Los partidarios de un nivel de precios ligeramente creciente argumentan, de un lado, que la reducción del poder adquisitivo de ciertos grupos (rentistas, retirados, etc.) a consecuencia de la inflación, permite contener las peticiones de mayores salarios, dejando un margen de beneficio tal que aliente a una mayor producción y empleo. Por otro lado, unos precios crecientes por delante de los costes serán también un buen aliciente para los empresarios, aunque es dudoso que esta diferenciase pueda mantener mucho tiempo, salvo a costa de una inflación creciente o de controles de salarios.
     
      Los partidarios de una ligera d. como impulso para el desarrollo suelen atender más a las condiciones de la demanda que a las de la oferta. Si el país tiene recursos suficientes, lo que necesita es una demanda elevada, y ésta vendrá favorecida por unos precios en descenso. Contra esto ya se ha hecho notar que, si los costes no bajan más aprisa que los precios, no habrá incentivo para producir más y ocupar más obreros. Sin embargo, se suelen presentar otros argumentos adicionales. De un lado, la d. ocasionará un aumento del valor real (poder adquisitivo) de la cantidad de dinero existente, produciéndose una reducción del tipo de interés y, por ello, un impulso a la inversión. De otro lado, el valor de ciertos bienes, como las obligaciones, la deuda pública, etc., se verá aumentado (ya que dan derecho al cobro de una cantidad de dinero fija que, a precios decrecientes, aumenta su poder adquisitivo), elevando la riqueza de ciertas personas, que verán en ello un aliciente para ahorrar menos (el ahorro es el medio normal de aumentar esa riqueza) y consumir más, elevando el gasto. Éste es el llamado «efecto Pigou» (v. bibl.), en honor de su introductor A. C. Pigou (v.); sin embargo, no se espere que de él resulte un aumento sensible del consumo, ya que el efecto de esa mayor riqueza real sobre el gasto es muy pequeño y, en parte, se verá compensado por la reacción contraria de los deudores (a los que una d. perjudica, en cuanto que tienen que devolver sus deudas en un dinero ahora apreciado).
     
      Efectos de la deflación. La reducción de precios causada por la d. favorecerá, obviamente, a todo el que tenga que recibir cantidades fijas en su cuantía (esto es, a los acreedores); por el contrario, perjudicará a los deudores, ya que éstos tienen que devolver una cantidad determinada, en un dinero que, dada la evolución de los precios, aumenta su valor. En este sentido, la d. suele perjudicar al Gobierno (que es el principal deudor), a los jóvenes (que también suelen endeudarse más), etc., y beneficia a otros grupos (habitualmente todos son, en parte, deudores y acreedores, y se verán perjudicados o beneficiados según sea su posición neta). Que la d. beneficie a los perceptores de sueldos y salarios o a los de beneficios, dependerá, fundamentalmente, de que la reducción de costes (principalmente salarios) sea mayor o menor, adelantada o retrasada, respecto de la de los precios, además de los efectos que tenga sobre el empleo y la producción. Por supuesto, los perceptores de rentas fijas (pensionistas, rentistas, etc.) saldrán ganando.
     
      También la distribución de la riqueza se verá afectada por la d. Los bienes físicos reducen su valor, más o menos a la par con el nivel general de precios, así como las acciones, que suponen derechos a una porción del conjunto de bienes de una empresa. Por el contrario, el dinero y los títulos que dan derecho a cantidades fijas (obligaciones, deuda pública, etc.) resultan reapreciados, tanto por elevarse el valor real de los intereses o cupón anual, como por aumentar el valor real del capital que se devolverá.
     
      El efecto sobre el ahorro será incierto, porque si bien la baja de precios abarata el consumo, alentando el ahorro, también cabe que se reduzca el importe de la renta nominal y que aumente el valor de la riqueza, alentando el gasto. La inversión se verá animada o perjudicada, según lo sean las perspectivas de beneficios, aunque, por otro lado, el tipo de interés y los gastos financieros se reducirán.
     
      En cuanto a la balanza de pagos, seguramente se verá favorecida, ya que los precios interiores más bajos frenarán la importación y animarán la exportación. No obstante, la relación real de intercambio empeorará, resultando una mejora del saldo de la balanza de pagos si el superávit en términos reales crece más que la reducción de los precios, y un empeoramiento en caso contrario.
     
      V. t.: CICLO ECONÓMICO; INFLACIÓN; PIGOU, ARTHUR CECIL; PODER ADQUISITIVO.
     
     
BIBL.: No hay apenas estudios específicos sobre la d.; la mayoría de los autores la tratan junto con la inflación, como un fenómeno paralelo, sin más detalle. V. la bibl. sobre INFLACIÓN en dicho art. Acerca de la relación entre d. y desarrollo, A. W. MARGET, Inflation: Some Lessons of Recent Foreign Experience, «American Economic Rev., Papers and Proceedings» L (mayo 1960); U TUN WAi, The Relation Between Inflation and Economic Development: A Statistical Inductive Study, «International Monetary Fund Staff Papers» XI (marzo 1963) 302-317; G. S. DORRANCE, Efectos de la inflación sobre el desarrollo económico, «Información Comercial Española» (agosto-septiembre 1966) 89-107; M. FRIEDMAN, Inflation: Causes and Consequences, Nueva York 1963. Sobre el efecto Pigou, A. C. PIGOU, Economic Progress in a Stable Environment, «Economica» N. S., XIV (agosto 1947) 180-188.

ANTONIO ARGANDOÑA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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