lunes, 26 de octubre de 2015

PADRES DEL DESIERTO

(eremitas del s.III al s.V)
APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO
(Selección)
Ediciones Sígueme. Salamanca 1985. pp. 27-31, 89-115 y 166-168.
Abba Agathon
        Se contaba que un anciano pasó cincuenta años sin comer pan ni beber vino activamente. Y que él mismo afirmaba: "Destruí en mí mismo la fornicación, la avaricia y la vanagloria". Abraham, sabiendo que así se había expresado, fue a decirle: "Eres tú quien pronunció estas palabras?" El respondió que sí. Entonces Abraham le dijo: "Suponte que, al entrar en tu celda, encuentras una mujer sobre tu cama, ¿puedes pensar que no es una mujer?. "No, respondió él, pero lucharé contra mi pensamiento para no tocarla". Entonces abba Abraham le dijo: "¿Ves?, tú no destruiste tu pasión, sino que ella vive en ti, aunque encadenada. Pero supón nuevamente que, paseándote, ves oro en medio de piedras y conchas, ¿tu espíritu puede darle a todo el mismo valor?" "No, respondió, pero lucharé contra mi pensamiento para no recoger el oro". El Anciano le dijo: "¿Ves?, esta pasión vive aún en ti, aunque encadenada". Abraham continuó una vez más: "Supón que tú escuchas decir, de dos hermanos, que uno te quiere, en tanto que el otro te odia y dice maldades de ti; si vienen a verte, ¿recibirás a los dos de la misma manera?" "No –respondió–, pero lucharé contra mi pensamiento para ser tan bueno con aquél que me odia como con aquél que me ama". Abraham le dijo: "Entonces de este modo, las pasiones continúan viviendo, pero ellas son encadenadas por los santos".

Abba Agathon
        1.– Abba Pedro, discípulo de Lot, contó: Un día, en que yo me encontraba en la celda del abba Agathón, un discípulo vino a decirle: "yo deseo vivir con los hermanos, dime cómo morar con ellos". El Anciano le respondió: "Cuando vayas con ellos, conserva todas los días de tu vida la mentalidad de extranjero que tenías el primer día a fin de no tornarte demasiado liberal". Entonces abba Macario que estaba también allí preguntó: "¿Y qué produce esa liberalidad?" El Anciano respondió: "Ella se parece a un viento quemante y violento –cada vez que se levanta todos huyen a su paso– que destruye los frutos de los árboles". Entonces, Macario dijo: "¿La libertad de lenguaje es tan molesta?" Y abba Agathón dijo: "No hay pasión más temible que la libertad de lenguaje, ya que ella genera todas las pasiones. También conviene al hombre laborioso no utilizarla, aunque viva solitario en su celda. Yo sé de un hermano que pasó largo tiempo en una celda donde había una camilla y que dijo: yo habría dejado la celda sin advertir la camilla si nadie me hubiera hablado. He aquí cómo es el monje laborioso y combatiente".
        2.– Abba Agathón decía: "El monje no debe dejar, en ningún caso, que su conciencia lo acuse".
        3.– El decía, además, que si no cumple los mandamientos de Dios, el hombre no puede progresar, ni siquiera en una sola virtud.
        4.– El decía también: "Nunca me dormí con un agravio contra alguien y, en la medida en que podía, no dejé jamás a nadie dormirse con un agravio contra mí".
        5.– Con respecto al abba Agathón, se decía que la gente iba a buscarlo porque habían escuchado hablar de su gran discernimiento. Queriendo probar si él se encolerizaba, le dijeron: "¿Eres tú ese Agathón del que se dice que es fornicador y orgulloso?" "Sí, es verdad" –respondió él. Ellos continuaron: "¿Eres tú ese Agathón que cuenta sin cesar tonterías y habla mal de los otros?" "Yo soy". Ellos dijeron además: "¿Eres tú Agathón el herético?" Pero él respondió: "Yo no soy herético". Entonces ellos le preguntaron: "¿Dinos, por qué aceptaste todo aquello con lo que nosotros te abrumamos, pero rechazaste este último agravio?" El respondió: "Las primeras acusaciones, yo. me las hice a mi mismo, ya que eso es útil a mi alma. Pero la herejía es la separación de Dios. Ahora bien, yo no quiero ser separado de Dios". Frente a estas palabras; ellos admiraron su discernimiento y regresaron confortados.
        6.– Se contaba de Agathón, que pasó largo tiempo construyendo una celda para sus discípulos. Una vez que estuvo terminada, ellos fueron finalmente a habitarla. La primera semana, al ver algunas cosas que le parecían perniciosas, él dijo a sus discípulos: "Levantaos, partamos de aquí". Ellos, muy preocupados, respondieron: "Si tenías la idea de mudarnos, por qué sufrir tanto para construir la celda?. Los hombres se escandalizarán por nuestra causa y dirán: he aquí que ellos se mudan otra vez, los inestables!." Viéndolos tan desmoralizados, él les dijo: "Si algunos se escandalizan, otros se sentirán confortados y, por el contrario, dirán: bienaventurados aquellos que emigran a causa de Dios, no estimando nada más. Por lo tanto, aquél que quiere venir viene; por mi parte, yo parto". Entonces, ellos se prosternaron en tierra y le suplicaron hasta que él se dejó acompañar.
        7.– Se decía también de él que se mudaba con frecuencia, no llevando más que su cuchillo para la confección de las cestas de mimbre.
        8.– Se le preguntó a Agathón: "¿Qué es mejor, el sufrimiento corporal o la vigilia interior?" El Anciano respondió: "El hombre se asemeja a un árbol: el sufrimiento corporal es el follaje y la vigilia interior es el fruto. Ya que, según está escrito, todo árbol que no produce buenos frutos será cortado y arrojado al fuego, es evidente que toda nuestra preocupación deberá relacionarse con el fruto, es decir con el cuidado del espíritu; pero él tiene necesidad de la protección y del ornamento de las hojas que son el sufrimiento corporal"
        9.– Los hermanos le preguntaron: "Padre, ¿cuál es, entre las buenas obras, la virtud que demanda el mayor esfuerzo?" El les respondió: "Perdonadme, pero yo creo que no hay esfuerzo mayor que rogar a Dios. En efecto, cada vez que el hombre quiere orar, sus enemigos querrán impedírselo, ya que ellos saben que no trabarán su marcha más que distrayéndolo de la plegaria. Cualquiera sea la buena obra que un hombre emprenda, si es perseverante, obtendrá el reposo. Pero sí se encamina a través de la plegaria, le será necesario combatir hasta su último suspiro".
        10.– Abba Agathón tenía un espíritu sabio y un cuerpo activo; él se bastaba a sí mismo en todo: trabajo manual, alimentación, vestimenta.
        11.– Agathón caminaba con sus discípulos. Uno de ellos encontró una arveja y pidió al Anciano: "Padre, me permites tomarla?" Agathón le preguntó: "Eres tú quien la depositó acá?". El hermano lo negó. "Entonces, prosiguió el Anciano, por qué quieres tomar lo que no es tuyo?"
        12.– Un hermano interrogó a un Anciano: "Yo recibí la orden de ir a un lugar donde hay combate. Por cumplir esa orden, yo quiero, entonces, ir allí, pero temo el combate". El Anciano le dijo: "Si eso concerniera a Agathón, él cumpliría la orden y ganaría el combate"
        13.– Hubo en Escete una reunión por un asunto cualquiera y se tomó una decisión. Agathón, habiendo llegado más tarde, les dijo: "Ustedes no decidieron bien el asunto" Ellos respondieron: "¿Quién eres tú para hablar de este modo?" "Hijos del hombre, dijo él, ya que está escrito: si verdaderamente vosotros decís lo que es justo, juzgad rectamente, hijos de los hombres".
        14.– Se, decía de Agathón que vivió tres años con un guijarro en la boca, hasta que logró el silencio.
        15.– El decía: "Un hombre en cólera, incluso si resucitó a un muerto, no sería agradable a Dios."
         l6.– Un día en que los hermanos se dedicaban a la caridad, preguntó abba José: "Sabemos verdaderamente qué es la caridad?" Y contó que, habiendo ido un hermano a ver y saludar a Agathón, él no lo dejó partir hasta no darle un pequeño cuchillo que poseía.
        17.– Se decía que Agathón se esforzaba por cumplir todos los mandamientos. Si viajaba en un navío, era el primero en manejar el remo; y si los hermanos. iban a verlo, con sus propias manos él preparaba la mesa luego de la plegaria: estaba imbuido del amor de Dios. En el momento de morir, permaneció tres días con los ojos grandes, abiertos e inmóviles. Los hermanos lo sacudieron preguntándole: "Agathón, ¿dónde estás?" El respondió: "Estoy delante del tribunal de Dios" Ellos dijeron: "¿Tienes miedo, tú también, Padre?" El respondió: "Hasta aquí hice todo lo posible para guardar los mandamientos de Dios, pero soy un hombre, cómo sabré si mis obras fueron agradables a Dios?" Los hermanos le dijeron: "¿No crees que tu abra estaba de acuerdo con Dios?" El anciano respondió: "No tendré confianza hasta que haya encontrado a Dios. Uno, es el juicio de Dios y otro el de los hombres" Como ellos querían interrogarlo aún, él les dijo: "Hacedme el favor, no sigáis hablando ya que no tengo más tiempo". Y murió en la gloria. Ellos lo vieron partir. como alguien que saluda a sus amigos más queridos. Se traslucía en él una atención extrema mientras decía: "Sin una gran serenidad, el hombre no avanza, ni siquiera en una sola virtud".

Abba José, de Panefo
        1.– Algunos Padres se dirigieron un día a Panefo a fin de interrogar al abba José acerca de la acogida a brindar a los hermanos que habrían de albergar y saber si era necesario unírseles y hacerlos sentir gozosos. Antes de que ellos le preguntaran nada, el Anciano dijo a su discípulo: "Reflexiona sobre lo que voy a hacer hoy y apóyalo". Y colocó dos esteras, una a su derecha, la otra a su izquierda, diciendo: "Sentaos". Entonces penetró en su celda y vistió vestimentas de mendigo. Después salió y caminó en medio de ellos. A continuación fue a ponerse sus propias vestimentas; salió nuevamente y tomó asiento junto a los Padres. En tanto ellos permanecían sorprendidos por su manera de actuar, él preguntó: "Habéis advertido lo que hice? ." Ellos respondieron que sí. "Fui transformado por esa vestimenta en despreciable?" Ellos respondieron que no. Entonces afirmó el Anciano: "Si yo permanezco igual bajo las dos vestimentas, de la misma manera que la primera no me cambió, la segunda tampoco me perjudicó. Así debemos comportarnos para la recepción de los hermanos extranjeros, según el santo Evangelio que dice: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Por lo tanto, cuando lleguen los hermanos, recibámoslos haciéndolos sentir gozosos. Por el contrario, cuando estemos solos debemos desear la compunción a fin de que ella permanezca en nosotros": Frente a estas palabras, los visitantes se asombraron por la respuesta recibida al interrogante que llevaban en su corazón y por haberla obtenido, incluso antes de haber efectuado la pregunta y, por ello, alabaron a Dios.
        2.– Abba Poimén dijo a José: "Dime cómo convertirme en un monje". El respondió: "Si quieres encontrar reposo aquí abajo y más tarde también; di en toda ocasión: ¿quién soy yo? y no juzgues a nadie".
        3.– El mismo Poimén interrogó al abba José diciendo: "¿Qué hacer cuando las pasiones se aproximan? ¿Debo resistirlas o dejarlas entrar?" El anciano respondió: "Déjalas entrar y combate con ellas". Entonces aquél regresó a Escete y permaneció allí. Ahora bien, alguien de Tebas fue a Escete y dijo a los hermanos: "Yo pregunté al abba José si, cuando se acercan las pasiones, debía resistirlas o dejarlas entrar; y él me respondió que no las dejara penetrar del todo, sino que las suprimiera inmediatamente: Poimén, sabiendo que abba José había hablado así al Tebano, partió inmediatamente hacia Panefo y le dijo: "Abba, yo te confié mis pensamientos y he aquí que tú me hablaste de una manera y de otra manera al Tebano". El Anciano respondió: "¿No sabes que te amo?" "Es verdad". Entonces el Anciano dijo: "En efecto, si las pasiones entran y tú combates con ellas, dando y recibiendo golpes, ellas te volverán más experimentado. Y yo te hablé como a mí mismo. Pero hay otros para quienes no es bueno acercarse a las pasiones y que deben suprimirlas inmediatamente".
        4.– Un hermano interrogó al abba José diciendo: "¿Qué debo hacer, ya que no tengo fuerzas para soportar los males ni para trabajar en hacer caridad?" El Anciano respondió: "Si no puedes cumplir ninguna de estas cosas, guarda al menos tu conciencia de todo mal con respecto al prójimo y así te salvarás".
        5.– Uno de los hermanos contó lo siguiente: "Yo iba un día a Herácles para visitar al abba José. Ahora bien, había en el monasterio una morera realmente excelente. Y al amanecer, él me dijo: "Ve, come". Pero como era viernes, yo no lo hice a causa del ayuno; entonces, lo interrogué diciendo: "Por Dios, aclárame esto: he aquí que tú me dices: ve, come; y yo, a causa del ayuno, no lo hago y enrojezco de vergüenza pensando en tu mandamiento, –y me pregunto acerca de la intención con que hablaste y acerca de lo que debería haber hecho". El Anciano dijo entonces: "Los Padres al principio, no dicen a los hermanos lo que ellos deben hacer, sino, sobre todo, cosas ambiguas, y según lo que hacen, entonces ellos no les hablan ya de la misma manera sino que les dicen la verdad, sabiendo que son obedientes en todo".
        6.– Abba José dijo a Lot: "Tú no puedes convertirte en monje si no te conviertes totalmente en un fuego que se consume".
        7.– Abba Lot fue en busca de José y le dijo: "Abba, de acuerdo con lo que yo puedo, recito un oficio corto, ayuno un poco, oro, medito, vivo en el recogimiento y, tanto como puedo, me purifico de mis pensamientos. ¿Qué más debo hacer?" Entonces el Anciano se levantó y extendió sus manos hacia el cielo. Sus dedos se convirtieron en diez lámparas encendidas y le dijo: "Si tú quieres, te conviertes enteramente en un fuego".

Abba José, de Tebas
        José, el Tebano, dijo: "Tres acciones son estimables en el hombre a los ojos del Señor: cuando, estando abrumado por la enfermedad y las tentaciones, él las acoge con reconocimiento; en segundo lugar, si todas sus obras se cumplen puramente a la presencia de Dios, sin rastros de lo humano y, en tercer lugar, cuando permanece sumiso a su Padre espiritual renunciando a su voluntad personal. Esto último merece una corona eminente".

Abba Juan Colobos
        1.– Se contaba de Juan Colobos que, habiéndose retirado con un Anciano tebano en Escete, moraba en .el desierto. Su abba, tomando una rama seca la plantó y le dijo: "Cada día, riégala con un cántaro de agua, hasta que ella produzca fruto". El agua estaba tan lejos que era necesario partir a la tarde y regresar a la mañana siguiente. Al cabo de tres años, la madera revivió y produjo frutos. Entonces el Anciano, tomando este fruto lo llevó a la Iglesia y dijo a los hermanos: "Tomad, comed el fruto de la obediencia".
        2.– Se contaba también, que Juan Colobos dijo un día a su hermano mayor: "Yo quisiera estar libre de toda inquietud, como lo están los ángeles que no trabajan sino que rinden culto a Dios sin cesar". Y tomando su capa, partió hacia el desierto. Después de una semana, regresó con su hermano. Cuando llamó a 1a puerta, oyó preguntar: "¿Quién eres?" El respondió: "Soy Juan, tu hermano". Pero el hermano dijo: "Juan se ha convertido en un ángel y, en lo sucesivo no está más entre los hombres". El suplicó diciendo: "Soy yo": Pero el otro no le abrió, sino que lo dejó afligiéndose hasta la mañana. Después, abriéndole, le dijo: "Tú eres nuevamente un hombre y debes trabajar para alimentarte". El se inclinó ante su hermano diciendo: "perdóname".
        3.– Abba Juan Colobos decía: "Si un rey quisiera apoderarse de 1a ciudad de sus enemigos, comenzaría por cortar, el agua y los víveres y, de este modo, los enemigos, muertos de hambre, se le someterían,. Lo mismo ocurre con las pasiones de la carne; si un hombre vive en el ayuno y el hambre, los enemigos de su alma se debilitan".
        4.– El dijo además: "Aquél que es glotón, si habla con un niño, ya cometió en pensamiento la fornicación con él".
        5.– Dijo también: "Remontando un día la ruta hacia Escete con cuerdas, para el monasterio, vi que el camellero hablaba y que eso. Me irritaba; entonces, dejando mi material, huí".
        6.– Algunos Ancianos se distraían en. Escete comiendo juntos; entre ellos estaba Juan. El venerable sacerdote se levantó y ofreció la copa para beber, pero nadie aceptó recibirla, excepto Juan Colobos. Ante tal hecho, asombrados le dijeron: "¿Cómo tú, que eres el más joven de todos, osaste hacerte servir por el sacerdote?" Y él les dijo: "Cuando yo me levanto para ofrecer la copa, me regocijo si todo el mundo la acepta, porque para ello recibo mi salario. Es por eso que acepté, a fin que también él gane su recompensa sin la aflicción de ver que nadie le aceptaba la copa". A1 oír esto, todos se sintieron llenos de admiración y edificados por su discernimiento.
        7.– Un día estaba sentado delante de la Iglesia; los hermanos lo rodeaban y lo interrogaban sobre sus pensamientos. Uno de los Ancianos viendo esto se puso celoso y le dijo: "Tu jarra, Juan, está llena de veneno". Juan respondió: "Eso es verdad, abba, y tú dijiste eso viendo solamente el exterior, pero si vieras el interior, ¿qué dirías?."
        9.– Algunos hermanos lo visitaron un día para comprobar que él no dejaba escapar su espíritu hablando de las cosas del siglo. Ellos dijeron: "Damos gracias a Dios porque este año hubo mucha lluvia: las palmeras pudieron beber, germinaron sus semillas. Los. hermanos tendrán, sin duda, trabajo manual". Abba Juan les dijo: "Así ocurre con el Espíritu Santo cuando él desciende en el corazón de los hombres: ellos son renovados y rebrotan las hojas del temor de Dios".
        11.– Dijo abba Juan: "Yo me parezco a un hombre sentado bajo un gran árbol que ve avanzar contra él muchas bestias salvajes y serpientes. Cuando no puede resistirlo más, corre, y saltando sobre el árbol, se salva. Así soy yo: sentado en mi celda miro a los malos pensamientos venir en mi contra y, cuando no tengo más fuerzas para luchar contra ellos, me refugio en Dios a través de la plegaria, así me salvo del enemigo."
        12.– Abba Poimén decía que Juan Colobos había rogado a Dios que le quitara sus pasiones y lo convirtiera en un ser libre de toda inquietud, lo cual le fue concedido. Pero, he aquí que, después, fue a ver a un Anciano para decirle: "Yo me veo descansando, sin tener ningún combate": Y el Anciano respondió: "Ve, suplica a Dios para combatir nuevamente con la misma aflicción y la misma humildad que tenias precedentemente, ya que es a través de los combates como progresa el alma". Entonces suplicó a Dios y, cuando se produjo el combate, ya no rogó para que se lo eximiera de la lucha, sino que dijo: "Señor, dame resistencia en los combates".
        13.– Abba Juan dijo: "He aquí la visión que uno de los Ancianos tuvo en éxtasis. Tres monjes estaban en la playa cuando una voz. les llegó desde la otra orilla diciendo: "tomad alas de fuego y venid hacia mí". Los dos primeros las tomaron y llegaron volando a la otra margen, pero el tercero permaneció en su lugar, llorando amargamente y gritando. Más tarde le fueron dadas alas a él también, pero no de fuego, sino débiles y sin potencia. Sin embargo, sumergiéndose y emergiendo, llegó finalmente con mucho esfuerzo, a la otra orilla. Así es esta generación: si bien recibe alas, ellas no son de fuego, sino débiles y sin potencia.
        15.– Cierta vez, abba Juan subía hacia Escete con otros hermanos y el guía perdió el camino al ser sorprendidos por la noche. Los acompañantes preguntaron a Juan: "¿Qué haremos, abba, para no morir errando, ya que el hermano perdió el camino?" El Anciano respondió: "Si nosotros le decimos algo, él se sentirá lleno de vergüenza y de pena. Pero yo simularé estar enfermo y diré que no puedo caminar más y que permaneceré aquí hasta la aurora". Así lo hizo, y los otros agregaron: "Nosotros tampoco continuaremos caminando. Nos quedaremos contigo". Y se sentaron hasta que llegó la aurora. De este modo no escandalizaron al hermano.
        16.– Había en Escete un Anciano, muy austero en las prácticas corporales, pero que carecía de agudeza mental. Cierto día fue en busca de Juan para interrogarlo sobre el olvido. Después de escuchar sus palabras, regresó a su celda pero olvidó lo que le había sido dicho. Partió de nuevo para interrogarlo. Escuchando de él las mismas palabras, regresó. Cuando llegó a su celda, las olvidó nuevamente: Así hizo con frecuencia, yendo y viniendo y siempre olvidaba. Más tarde, al encontrarse con el Anciano le dijo: "Sabes, abba, que olvidé nuevamente lo que me dijiste. Pero para no abrumarte, no vine". Juan le dijo: "Ve y enciende una lámpara". El la encendió. Le. dijo de nuevo: "Trae otras lámparas y enciéndelas. con la primera". Así lo hizo. Juan preguntó entonces, al Anciano: "Esta lámpara, ¿sufrió algún perjuicio por haber encendido con ella otras lámparas?" El Anciano negó. "Pues lo mismo ocurre con Juan: incluso si todo Escete viniera a verme eso no me alejaría de la caridad de Cristo. En consecuencia, cada vez que quieras, ven sin ninguna duda": Y así, gracias a la resistencia de los dos hombres, Dios liberó al Anciano del olvido. Así se obraba en Escete a fin de ayudar a los combatientes a violentarse a sí mismos y ganar, los unos y los otros, el bien
        17.– Un hermano interrogó al abba Juan: "Con frecuencia un hermano viene a buscarme para trabajar y yo, como estoy enfermo y débil, me fatigo, ¿qué debo hacer en relación con el mandamiento?" El Anciano le respondió: "Caleb dijo a Jesús, hijo de Naué: yo tenía cuarenta años cuando Moisés, el servidor del Señor, me envió contigo al desierto en esta tierra; ahora, yo tengo ochenta y cinco años y, como antes, puedo aún participar en el combate y retirarme. De manera que, si tú también puedes participar en el combate y retirarte, ve al trabajo; pero si no puedes hacerlo, siéntate en tu celda a llorar tus pecados, ya que si los hermanos te encuentran lleno de compunción .no te constreñirán a salir"
        18.– El mismo dijo: "La humildad y el temor de Dios están por encima de todas las virtudes".
        19.– El mismo dijo a su discípulo: "Honremos a uno solo, y todos nos honrarán; pero si nosotros despreciamos a uno solo, que es Dios, todos nos despreciarán e iremos a nuestra ruina".
        20.– Abba Juan decía: "La prisión, es sentarse en su celda y acordarse de Dios siempre. Esto es lo que significa: yo estaba en prisión y vosotros vinisteis a visitarme".
        22.– Abba Juan dijo: "Yo prefiero que el hombre tenga una pequeña parte de todas las virtudes. Adquiere pues, cada día, un poco más de cada virtud según el mandamiento de Dios, sin descanso, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con todo el ardor del alma y del cuerpo, con mucha humildad para con las aflicciones del corazón, con vigilancia, orando mucho, respetuosamente y con gemidos, en la pureza de tu lengua y la protección de tus ojos, sin cólera ante el menosprecio, pacífico y jamás devolviendo mal por mal. No prestes atención a las faltas ajenas; mide más bien las tuyas, tú, que estás por debajo de toda criatura. Vive en el renunciamiento de la materia y de la carne, en la cruz, en el combate, en la pobreza de espíritu, en la voluntad y en la ascesis espiritual; en el ayuno, en la penitencia y en las lágrimas, en el combate, en el discernimiento; en la pureza del alma. Cumple tu trabajo en el recogimiento. Persiste en las vigilias nocturnas, en el hambre, en la sed, en el frío, en la desnudez y en las penas. Cierra tu sepulcro, cual si ya estuvieras muerto, dado que tu muerte se acercará en cualquier momento".
        23.– A propósito del abba Juan, se contó una vez lo siguiente: "Los padres de una joven murieron dejándola huérfana; se llamaba Paésia y decidió hacer de su casa un hospicio en beneficio de los Padres de Escete. De este modo, ella ofreció hospitalidad durante largo tiempo, sirviendo a los Padres. Pero más tarde, cuando sus recursos se disiparon, comenzó a estar en la necesidad. Entonces hombres perversos fueron en su busca, y la desviaron de su buen fin. Finalmente hizo tan mala vida que llegó a prostituirse. Los Padres lo supieron y se sintieron muy apenados. Entonces, llamaron al abba Juan Colobos, diciéndole: "Hemos sabido que esta hermana vive mal, pero, mientras pudo, ella nos hizo caridad; ahora es nuestro turno devolverle la caridad y acudir en su auxilio. Ve entonces a buscarla y, según la sabiduría que Dios te dio, arregla este asunto". Abba Juan fue entonces a su casa y dijo a la conserje: "Anúnciame a tu ama". Pero ella lo despidió diciendo: "Vosotros, al principio, habéis comido de sus bienes, y he aquí que ahora ella es pobre". Juan pidió entonces: "Dile que tengo algo que le será muy útil". La anciana subió y habló de él a su ama. Esta reflexionó: "Estos monjes circulan siempre por la región del mar Rojo y encuentran perlas". Luego ordenó: "Deseo que me lo traigas". Mientras él subía, ella se estiró sobre el lecho. Juan entró y se sentó a su lado. Mirándola a los ojos le dijo: "¿Qué tienes que reprochar a Jesús para haberte convertido en esto?" al oírlo, se puso tiesa. El, inclinando la cabeza, se echó a llorar amargamente. Ella preguntó: "Abba, ¿por qué lloras?" El levantó la cabeza, luego la bajó y, llorando todavía, respondió: "Veo que Satán juega en tu rostro, ¿cómo no llorar?" Escuchando estas palabras dijo ella: "Es posible hacer penitencia, abba?" Como él respondiera afirmativamente ella pidió: "Condúceme donde tú quieras". "Vamos", dijo él, y ella se levantó. para acompañarlo. Juan observó que ella no tomó ninguna disposición con respecto a su casa, pero no comentó nada. Cuando llegaron al desierto había anochecido. El, haciendo con arena una pequeña almohada la marcó con el signo de la cruz y le dijo: "Duerme aquí". Y, un poco más lejos, hizo lo mismo para él. Terminó sus plegarias y se acostó. A medianoche se despertó y vio un camino luminoso extendiéndose desde el cielo hasta el cuerpo de la mujer y los ángeles de Dios conduciendo su alma. Entonces se levantó y le tocó el pie. Luego, al comprobar que estaba muerta, se arrojó de cara contra la tierra, suplicando a Dios. Y escuchó una voz que afirmaba: "Una sola hora de penitencia le reportó más que la penitencia de muchos que perseveran en ella sin mostrar tal ardor".


Abba Macario, de Egipto

        1.– Macario contaba respecto a sí mismo lo siguiente: "Cuando yo era joven, mientras moraba en una celda en Egipto, se me destinó para ocupar el cargo de clérigo en el lugar. No deseando ocuparme de esa tarea, huí a otro sitio. Mientras tanto, un laico piadoso había ido en mi busca para hacerse cargo de mi trabajo manual y servirme. Ahora bien, apenas llegados a ese pueblo, ocurrió que una virgen cedió ante la tentación y pecó. Cuando se le preguntó a la embarazada quién había sido el culpable, ella respondió: `El anacoreta'. Entonces, los habitantes del lugar se apoderaron de mí, colgaron de mi cuello viejas cacerolas ennegrecidas por el hollín y diversos objetos y me pasearon por todas las calles del pueblo, golpeándome y diciendo: `Este monje ha mancillado nuestra virgen, tomadlo, tomadlo! .' Y me golpearon casi hasta matarme. Entonces, uno de los ancianos se acercó y dijo: `¿Hasta dónde vais a golpear a este monje extranjero? ' Aquél que me servía y que caminaba detrás mío lleno de vergüenza, también era cubierto de injurias mientras se le reclamaba: `Mira lo que ha hecho este anacoreta del que eres el garante'. Los padres de la joven también reclamaban: `No le dejemos partir hasta que no nos dé la seguridad de que habrá de alimentarla! .' Yo hablé entonces con quien me servía de garante y, yendo con él a mi celda le entregué todas las cestas que había tejido encargándole: `Véndelas y da de comer a la mujer'. Mientras tanto me decía a mí mismo: `Macario, he aquí que has encontrado una mujer; necesitas trabajar un poco más para alimentarla'. Así fue que trabajé día y noche y le hice llegar el producto de mi trabajo. Pero, cuando llegó el tiempo de que la infeliz diera a luz, se hicieron largos los días en medio de dolores sin que se produjera el parto. Cuando se le preguntó qué sucedía, ella respondió: `Lo sé, es porque yo calumnié al anacoreta, porque mentí acusándolo. El no fue el culpable sino tal joven. Entonces mi garante vino a mi, lleno de alegría, para decirme: `Esa muchacha no pudo dar a luz hasta que no hubo confesado su mentira. Todo el mundo quiere venir para hacer solemnemente, penitencia contigo! .' Yo, al escuchar sus palabras, por temor a que los hombres me perturbaran, escapé hacia Escete. Tal es la causa por la cual estoy aquí".
        2.– Macario el Egipcio se dirigió un día, desde Escete hacia la montaña de Nitria para la ofrenda del abba Pambo. Los Ancianos le dijeron: "Padre, di una palabra a los hermanos". El dijo: "Yo no me he convertido aún en monje, pero he visto monjes. En efecto, un día en que estaba sentado en mi celda, en Escete, mis pensamientos me alborotaban, sugiriéndome partir al desierto para contemplar la visión que me esperaba. Así pasé cinco años combatiendo mi pensamiento, diciéndome: Tal vez él viene de los demonios. Pero, como el pensamiento permanecía, yo partí al desierto. Y encontré allí una extensión de agua con una isla en el medio y bestias del desierto que iban a beber allí. En medio de esas bestias, vi a dos hombres desnudos; mi cuerpo tembló pues creí que eran espíritus Ellos, viéndome temblar, me dijeron: "No temas, también nosotros somos hombres". Yo pregunté: `¿De dónde sois y cómo habéis venido a este desierto? ' Ellos respondieron: `Venimos de una comunidad a la que, habiéndonos puesto de acuerdo, llegamos hace cuarenta años'. Uno de ellos era egipcio y el otro libio. Ellos también me interrogaron y me preguntaron: `¿Cómo está el mundo? ¿Llega bien el agua y a su tiempo? ¿Goza el mundo de prosperidad? ' Yo les respondí que sí y después, les pregunté: `¿Cómo puedo convertirme en monje? ' Ellos afirmaron: `Si el hombre no renuncia a todo lo que hay en el mundo, no puede convertirse en monje'. Yo les dije: `Pero yo soy débil y no puedo ser como vosotros'. Ellos expresaron: `Si no puedes ser como nosotros, siéntate en tu celda y llora tus pecados'. Yo pregunté: `Cuando llega el invierno, ¿no os heláis? ¿Y cuando llega el calor, vuestros cuerpos no se queman? ' Ellos dijeron: `es Dios quien hizo esta manera de vivir para nosotros. No nos helamos en invierno y el verano no nos hace daño'. Es por esto que yo os decía que no me he convertido en monje aún, pero que vi monjes".
        3.– Cuando Macario moraba en el gran desierto. permanecía solo y apartado pero, más abajo, había otro desierto donde vivían muchos hermanos. Cierta vez, mientras vigilaba la ruta, el Anciano descubrió, tras la apariencia de un hombre que pasaba frente a él, a Satán. Llevaba, al parecer, una toga de lino llena de agujeros y, de cada agujero colgaba una pequeña redoma. El gran Anciano le dijo: "¿Hacia dónde te diriges?" El otro respondió: "Voy a despertar la memoria de los hermanos". El Anciano preguntó: "¿Y para qué sirven esas pequeñas redomas?" "Llevo alimentos para la merienda de los hermanos", respondió Satán. " ¿Todo eso?," preguntó el Anciano. "Pues sí, ya que en caso de que un alimento no guste a un hermano, le presento otro, y si el segundo no le agrada le ofrezco un tercero. Así, de todos éstos, al menos uno le gustará". Habiendo pronunciado estas palabras, partió. El Anciano permaneció vigilando los caminos hasta que lo vio regresar. Cuando estuvo cerca le dijo: "¡Salud!." "¿Cómo sería eso posible?," respondió el otro. El Anciano le preguntó el porqué. "Porque todos fueron muy duros conmigo y nadie me recibió".
        El Anciano preguntó: "¿Así que no tienes allí abajo ningún amigo?" El respondió: "Sí, tengo abajo un monje amigo, él al menos me obedece y, cuando me ve, gira como el viento". El Anciano le preguntó cómo se llamaba ese monje. "Théopemptos", fue la repuesta. Y, después de esas palabras, siguió su camino. Entonces Macario se dirigió hacia el desierto vecino. Sabiéndolo, los hermanos tomaron ramas de palmeras para ir a su encuentro. Y cada uno se preparó, también, para recibirlo, pensando que sería en su celda donde el Anciano rompería el ayuno. Pero él se informó sobre quién era aquél que, en la montaña, se llamaba Théopemptos y, cuando lo encontró, fue a su celda. Théopemtos lo recibió con alegría. Cuando estuvo a solas con él, el Anciano le preguntó: "En lo que a ti concierne, hermano, ¿cómo te va?" Théopemptos respondió: "Gracias a tus plegarias, bien". El Anciano preguntó: "¿No te hacen tus pensamientos la guerra?" El respondió: "Hasta aquí, voy bien". Parecía tener temor de hablar. El Anciano dijo: "He aquí que hace tantos años que vivo en la ascesis y soy alabado por todos. Sin embargo, a mí, que soy anciano, el espíritu de la fornicación me turba". Théopemptos le dijo. "Créeme, abba, sucede lo mismo conmigo". El Anciano pretendió que, además, otros pensamientos le hacían la guerra, hasta que esto lo hizo confesarse. A continuación le preguntó: "¿Cómo ayunas?" El respondió: "Hasta la hora novena". El Anciano le dijo: "Ejercítate en ayunar más tiempo; recita de memoria el Evangelio y las otras Escrituras y, si un pensamiento extraño sube hacia ti, no mires jamás hacia abajo, sino siempre hacia lo alto, y al instante el Señor vendrá en tu ayuda". Habiendo dado esta regla al hermano, el Anciano retornó a su propio desierto. Y, cuando vigilaba nuevamente el camino, vio acercarse al demonio. Entonces le preguntó: "¿Hacia dónde te diriges?" El otro respondió: "A despertar la memoria de los hermanos". Y se fue. Cuando regresó, el santo le preguntó: "¿Cómo van los hermanos?" Le respondió que iban mal. El Anciano preguntó el por qué. Y el demonio contestó: "Son. todos duros y lo peor es que, incluso al amigo que tenía y que me obedecía, no sé quién. lo hizo cambiar. Ahora no sólo no me obedece más, sino que, además, se ha tornado el más duro de todos. Así es que me he prometido no ir más allá abajo por largo tiempo". Habiendo hablado así, se fue, dejándolo solo. Entonces el santo regresó a su celda.
        4.– Abba Macario el Grande llegó un día a la montaña donde habitaba Antonio. Cuando llamó a la puerta, Antonio fue a su encuentro y le dijo: "Quién eres? El respondió: "Soy Macario". Entonces, cerrando la puerta, Antonio regresó, dejándolo allí. Después, viendo su resistencia, le abrió y lo trató amablemente, diciéndole: "Desde hace largo tiempo, yo deseaba verte porque escuché hablar de ti". Después lo atendió y cumplió con todos los deberes de la hospitalidad. Luego, Macario se retiró a reposar, ya que estaba muy fatigado. A1 llegar la tarde, abba Antonio remojaba para sí hojas de palmera. Macario le dijo: "Permíteme que moje también para mí". Antonio contestó: "Hazlo". Y, habiendo hecho un gran paquete, Macario lo remojó. Más tarde, sentados lado a lado y hablando de la salud del alma, ellos trenzaron esas hojas. Y la cuerda que hacía Macario descendía por la ventana. Al día siguiente muy temprano, el bienaventurado Antonio, al ver el largo de la cuerda de Macario se dijo: "Un gran poder sale de esas manos".
        5.– Con respecto a la devastación de Escete, abba Macario dijo a los hermanos: "Cuando veáis una celda construida cerca del pantano, sabed que su devastación está próxima; cuando veáis árboles, ella está en la puerta; y cuando veáis allí niños, tomad vuestros mantos y retiraos".
        6.– El contó, tratando de despertar el aborrecimiento de los hermanos, lo siguiente: "Vino aquí con su madre un pequeño niño poseído por el demonio, el cual insistía: "Levántate, mujer, partamos de aquí". Ella respondió: "Yo no puedo caminar más", y el pequeño niño dijo entonces: "Yo te llevaré''. Yo quedé admirado por la astucia que el demonio empleaba para hacerlos huir".
        7.– Abba Sisoes dijo: "Cuando estaba en Escete, con Macario, nosotros, siete en total, fuimos con él a levantar la cosecha Ahora bien, una viuda, espigaba detrás nuestro sin dejar de llorar. Entonces el Anciano llamó al propietario del campo y le preguntó: `¿Qué tiene esa mujer que llora sin cesar? ' El otro contestó: `Es porque su marido recibió un depósito y murió súbitamente sin decir dónde lo había ocultado. Ahora el propietario del depósito quiere tomarla, a ella y a sus niños, para reducirlos a la esclavitud'. El Anciano le dijo: `Dile que vaya a vernos cuando hagamos la pausa del mediodía'. La mujer fue allí y el Anciano la interrogó: `¿Por qué lloras de ese modo todo el tiempo? ' Ella contestó: 'Mi marido, que había recibido un depósito, murió de repente y, al morir, no dijo dónde lo había dejado". El Anciano le dijo: "Ven, muéstrame donde lo enterraste". Acompañados por los hermanos, llegaron a la tumba, entonces Macario le dijo: "Retírate a tu casa". Mientras los hermanos oraban, el Anciano preguntó al muerto: "Tal, dónde pusiste el depósito?' Una voz respondió: "Está oculto en mi casa, al pie del lecho". Macario le dijo: "Reposa nuevamente, hasta el día de la resurrección". Viendo esto, los hermanos, llenos de temor, se arrojaron a sus pies. Pero él les dijo: "No es por mí que esto se produjo, ya que yo no soy nadie. Es por la viuda y por los huérfanos que Dios hizo este milagro".
        8.– Se decía de Macario que, cuando se distraía con los hermanos, se había impuesto esta regla: si se trataba de vino lo bebía a causa de ellos; pero, por cada copa de vino, debía permanecer un día sin beber agua. Entonces, cuando se lo ofrecían, el Anciano aceptaba con gozo para mortificarse; pero su discípulo, sabiendo de la regla, dijo a los hermanos: "En el nombre del Señor, no le ofrezcáis más, pues de lo contrario se matará en su celda". Sabiendo esto, los hermanos no le ofrecieron más".
        9.– Macario, marchaba un día, desde el pantano hacia su celda llevando hojas de palmera, cuando se encontró de pronto con el diablo. Este último quiso impresionarlo con una hoz que portaba, pero fue en vano. Entonces le dijo: "Qué fuerza emana de ti, Macario, que soy impotente contra ti? Todo lo que tú haces, yo lo hago también: Tú ayunas y yo no como nada; tú velas y yo no duermo Sin embargo me ganas en un punto". Macario le preguntó cuál. El dijo: "Tu humildad. Por su causa. yo no puedo nada contra ti".
        10.– Algunos Padres interrogaron a Macario, el Egipcio: "Por qué, ya sea que tú comas, que tú ayunes, tu cuerpo permanece delgado?" El anciano contestó: "El pedazo de madera que sirve para atizar los sarmientos que se queman termina por ser consumido totalmente por el fuego; de la misma manera, cuando el hombre purifica su alma en el temor de Dios, el temor de Dios consume su cuerpo".
        11.– Cierta vez, Macario subió, de Escete a Terenouthin y, al llegar, entró en el templo para dormir. Había allí dos antiguos ataúdes de Griegos. Tomó uno y lo colocó bajo su cabeza como almohada. Los demonios, viendo su audacia, se sintieron llenos de celos y, queriendo atemorizarlo, llamaron como dirigiéndose a una mujer, diciendo: "Oye mujer, ven al baño con nosotros".. Otro demonio respondió debajo de él, como si estuviera en medio de los muertos: "Yo tengo un extraño sobre mí, y no puedo ir". Pero el Anciano no tuvo temor; al contrario, golpeó con seguridad el ataúd diciendo: "Despierta y vete a las tinieblas, si puedes". Los demonios, al escuchar esto se pusieron a gritar con todas sus fuerzas: "Tú nos venciste". Y huyeron llenos de confusión.
        12.– Se cuenta de Macario, el Egipcio, que un día, mientras subía hacia el río con un cargamento de cestas, se sintió abrumado por la fatiga. Entonces se sentó y se puso a orar en estos términos: "Dios mío, yo sé bien que no puedo más! ." Al instante se encontró en el río.
        13.– También se cuenta que un hombre, en Egipto, tenia un hijo paralítico, el cual, cierta vez, llevó hasta la celda de Macario, a cuya puerta lo abandonó, lloroso. Cuando el Anciano encontró al niño, inclinándose hacia él le preguntó: "¿Quién te condujo hasta aquí?" El pequeño respondió: "Mi padre, él me arrojó aquí y se fue". Macario le dijo, entonces: "Levántate y ve a buscarlo". Curado allí mismo el niño se puso de pie, buscó a su padre y regresaron juntos a su casa.
        14.– Macario el Grande decía a los hermanos de Escete cuando los reunía. en asamblea: "Huid, mis hermanos!." Uno de los Ancianos le preguntó: "¿Dónde podríamos huir más allá de este desierto?" El señaló con un dedo la boca, diciendo: "Huid de esto". Y, entrando en su celda, cerraba la puerta y se sentaba.
        15.– El mismo Macario dijo: "Si, reprendiendo a alguien tú te dejas llevar por la cólera, satisfaces tu propia pasión. Por lo tanto no te pierdas a ti mismo para salvar a los otros".
        16.– El mismo Macario, mientras estaba en Egipto, encontró a un hombre que, con una acémila, estaba a punto de robarle su carga. Entonces, acercándose el ladrón lo ayudó a cargar los bultos y, con gran tranquilidad de alma lo acompañó diciendo: "Nosotros no hemos traído nada al mundo. Y no podemos, entonces, llevar nada, ya que el Señor nos ha dado todo, que se cumpla su voluntad y que. en todas las cosas el Señor sea bendito! ."
        17.– Se preguntó a Macario:" ¿Cómo se debe orar?" El Anciano respondió: "No hay necesidad de hacer largos discursos, es suficiente extender las manos y decir: "Señor, como tú quieres y sabes, ten piedad de mí! ." Y si el combate prosigue: "Señor, socórreme! ." El sabe bien qué nos hace falta y nos hace misericordia".
        18.– Un hermano fue a buscar a Macario el Egipcio, y le dijo: "Apa, dime una palabra a fin de que me salve". Y el Anciano dijo: "Ve, al cementerio e injuria a los muertos". El hermano fue, los. injurió y les arrojó piedras; después regresó para informar al Anciano. Este le dijo: "¿No te dijeron nada?" El respondió que no. El Anciano le dijo: "Regresa allí mañana y alábalos". Entonces el hermano fue y los alabó diciendo: "Apóstoles, santos y justos" y regresó con el Anciano y le dijo: "Ya cumplí la orden". Macario le preguntó: "¿No te respondieron nada?" El hermano dijo que no. El Anciano le dijo: "Tú sabes qué insultos les dirigiste, sin que ellos te respondieran y qué alabanzas sin que ellos te hablaran. Así también tú, si quieres salvarte, conviértete en un muerto y, como los muertos, no tengas en cuenta ni los desprecios de los hombres ni sus alabanzas".
        19.– Abba Bitimios dijo que Macario contaba lo siguiente: "Cuando yo moraba en Escete, dos jóvenes extranjeros descendieron hasta allí. Uno tenía barba, en el otro comenzaba a despuntar. Ellos vinieron a mí, diciendo: "¿Dónde está la celda de abba Macario?" Yo les dije: "¿Para qué lo queréis?" Ellos respondieron: "Hemos escuchado hablar de él y de Escete y hemos venido a verlo". Yo les dije: "Soy yo". Entonces se prosternaron ante mí y dijeron: "Queremos permanecer aquí". Viendo que ellos eran delicados y criados en la riqueza, yo les dije: "Vosotros no podéis permanecer aquí". El primogénito dice: "Si no podemos permanecer aquí, iremos a otra parte". Entonces yo me dije a mí mismo: "¿Por qué echarlos y de este modo escandalizarlos? El mismo sufrimiento los hará partir". Entonces les dije: "Venid y haceos una celda, si podéis". Ellos dijeron: "Indícanos el lugar y la haremos". Entonces les entregué un hacha, un cesto lleno de pan y de sal, les señalé un bloque de roca y les dije: "Cavad allí y traed madera del pantano, haced un techo y morad aquí". Yo pensaba que ellos elegirían irse a causa del sufrimiento pero, en cambio, me preguntaron qué trabajo debían hacer. Yo les respondí: "Cuerdas" y tomé hojas del pantano y les mostré los rudimentos del tejido y cómo era necesario coser. Y les dije: "Confeccionad cestos, los daréis a los guardianes y os traerán pan". Después me retiré. Ellos, con paciencia, hicieron todo lo que yo les había dicho, y durante tres años no vinieron a mi casa. Yo permanecía luchando contra mis pensamientos diciendo: "Entonces, ¿cuál es su trabajo, ya que no vienen a interrogarme sobre sus pensamientos?" Aquéllos que habitan lejos vienen a verme, mientras que ellos estando cerca, no vienen, y tampoco van a otra parte, sólo a la iglesia, pero en silencio, para recibir la ofrenda. Entonces oré a Dios, ayuné toda la semana, fui a verlos para saber cómo moraban. Cuando llamé a su puerta me abrieron y me saludaron en silencio. Habiendo orado, me senté. El primogénito hizo señas al más joven de salir, se sentó a trenzar la cuerda sin decir nada. A la hora novena llamó y el más joven regresó, hizo una pequeña papilla y preparó la mesa de acuerdo con otra señal del primogénito. Colocó allí tres pequeños panes y permaneció en silencio. Yo le dije: "Levantaos y comamos". Nos levantamos para comer; él trajo un pequeño odre y bebimos. Cuando llegó la tarde, me dijeron: "¿Te vas?" Yo respondí: "No, voy a dormir aquí". Ellos colocaron para mí una estera en un costado y otra para ellos en el ángulo opuesto. Se quitaron su faja y su capuchón y se acostaron juntos sobre la estera frente a mí. Cuando estuvieron instalados, yo oré a Dios para que me revelara su obra. Y el techo se abrió y apareció una luz semejante a la del día, pero ellos no la vieron. Y cuando creyeron que yo dormía, el primogénito empujó al más joven indicándole que se levantara. Luego se colocaron sus fajas y tendieron las manos hacia, el cielo. Yo los veía pero ellos no me miraban. De pronto vi a los demonios precipitarse como moscas hacia el más joven, unos se posaban sobre su boca, otros sobre sus ojos. Y vi al ángel del Señor girando a su alrededor con una espada de fuego, expulsando lejos de él a los demonios. Pero éstos no podían acercarse al primogénito. Cuando llegó el amanecer, los hermanos se acostaron. Más tarde yo simulé que acababa de despertarme y ellos hicieron lo mismo. El primogénito me dijo: "¿Quieres que recitemos los doce salmos?" Yo le dije que sí. El más joven cantó cinco salmos por grupo de seis versículos y un aleluya y, en cada versículo, una lengua de fuego salía de su boca y subía al cielo. De la misma manera, cuando el primogénito abría la boca para cantar una cuerda de fuego brotaba de ella y se alzaba al cielo. Cuando llegó el momento de despedirme les dije: "Rogad por mí". Ellos se inclinaron sin decir nada. De este modo supe que el mayor era un hombre perfecto, pero que el enemigo luchaba aún contra el más joven. Al cabo de algunos días, el hermano primogénito murió y tres días más tarde, el segundo. Cuando los Padres venían a visitarme, yo los conducía hasta aquella celda diciéndoles: "Venid a ver el martirio de los jóvenes extranjeros".


Abba Silvano

        1.– Un día, Silvano y su discípulo Zacarías fueron a visitar un monasterio. Al despedirse, se les hizo comer un poco. Una vez que estuvieron en marcha, el discípulo halló agua en el camino y quiso beber: El Anciano le dijo: "Zacarías, hoy es día de ayuno". Este preguntó: "Pero, ¿no hemos comido, padre?" Y el Anciano respondió: "Lo que comimos provenía de la caridad; pero nosotros, hijo mío, guardamos nuestro propio ayuno".
        2.– Otra vez, sentado con los hermanos, abba Silvano entró en éxtasis y cayó de cara contra la tierra. Después de largo tiempo, se levantó llorando. Los hermanos le suplicaron diciendo: "¿Qué tienes, Padre?" El guardó silencio. Pero como ellos insistieron, dijo finalmente: "Yo estuve en el Juicio, y vi muchos de nuestra raza que iban al castigo, y a muchos seglares que iban al reino". Después, el Anciano, compungido, no quiso dejar su celda. Y si era constreñido a salir, ocultaba el rostro con su capuchón diciendo: "¿Para qué ver esta luz temporal que no posee nada útil?."
        3.– Otra vez, su discípulo Zacarías entró en su celda y lo encontró en éxtasis, con sus manos tendidas hacia el cielo. Cerrando la puerta, salió. Y fue nuevamente a la sexta, y después a la novena hora, encontrándolo en la misma actitud. Y a la décima hora, golpeó, entró y, hallándolo con una gran paz interior, le dijo: "¿Qué tienes hoy, Padre?" Silvano respondió: "Yo estaba enfermo hoy, hijo mío". Pero el discípulo se abrazó a sus pies y le dijo: "No te dejaré hasta que me hayas dicho lo que viste". El Anciano contestó: "Fui al cielo y vi la gloria de Dios; y me quedé allá hasta que fui restituido a este lugar".
        4.– En tanto abba Silvano permanecía en el monte Sinaí, su discípulo partió para realizar un servicio. Antes de alejarse, pidió al Anciano: "Abre el agua y riega el jardín". El Anciano salió para cumplir el encargo, cerró la abertura de su capuchón mirando solamente el rastro de sus pasos. Un hermano que llegó a esa hora, viéndolo de lejos, observó lo que hacía. Yendo hacia él, el hermano dijo: "Dime, abba, ¿por qué ocultas tu rostro con tu capuchón mientras riegas el jardín?" El Anciano contestó: "Hijo mío, para que mis ojos no vean los árboles y mi espíritu no se distraiga".
        5.– Un hermano fue en busca de abba Silvano a la montaña del Sinaí. Viendo a los hermanos que trabajaban, él les dijo: "No trabajéis por el alimento que perece. María, en efecto, eligió la parte buena". Silvano dijo entonces a su discípulo: "Zacarías, entrega un libro al hermano y déjalo en una celda sin darle nada más". Al llegar la hora novena, el visitante vigilaba atentamente la puerta por si se enviaba a alguien a llamarlo para comer. Y, como nadie lo hizo, él se levantó, buscó al Anciano y le dijo: "¿Los hermanos no comieron hoy?" El Anciano le contestó afirmativamente. Entonces el otro preguntó: "¿Por qué no me llamasteis?" El Anciano le respondió: "Porque eres un hombre espiritual y no tienes necesidad de este alimento. Nosotros, siendo carnales, queremos comer, por eso trabajamos. Tú elegiste la parte buena: Has leído todo el día y no deseas comer alimento carnal". Al escuchar estas palabras, el hermano se prosternó diciendo: "Perdóname, abba". El Anciano dijo entonces: "En verdad, incluso María tiene necesidad de Marta. Es gracias a Marta, en efecto, que se hace el elogio de María".
        6.– Se interrogó un día al abba Silvano diciendo: "¿Qué género de vida llevaste, Padre, para recibir esa sabiduría?" El respondió: "Jamás dejé penetrar en mi corazón un pensamiento que atrajera la cólera de Dios".
        7.– Abba Silvano dijo: "Yo soy un esclavo. Mi maestro me dice: haz mi trabajo y yo te alimentaré; pero no busques de dónde te alimentaré, ya sea que yo lo posea, ya sea que lo robe, ya que lo pida prestado, tú, no busques; trabaja solamente y yo te alimentaré. Entonces yo, si trabajo, me alimento del fruto de mi salario; pero si no trabajo, como de la caridad".
        8.– Abba Moisés interrogó al abba Silvano diciendo: "¿Puede el hombre cada día colocar un nuevo cimiento?." Y el Anciano respondió: "Si es trabajador, incluso cada hora puede colocar un nuevo cimiento".
 

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