domingo, 1 de noviembre de 2015

LA EMPERATRIZ QUE EXHUMÓ AL PAPA.

               Ageltrude de Spoleto fue una mujer como muchas otras, hija de una familia aristocrática italiana que, aunque llegó a convertirse en emperatriz del Sacro Imperio Germánico y reina de Italia al contraer matrimonio con el emperador Guido, pasaría  a la historia por su participación en uno de los episodios más truculentos para el papado.


             Ageltrude enviudó a finales de 894. Luchó con uñas y dientes para colocar en el trono imperial a su hijo Lamberto, de tan solo catorce años, y desbancar al otro candidato, Arnolfo de Carintia.



            El papa Formoso se puso del lado de Arnolfo, pero éste falleció al poco de ser coronado. Meses después, Formoso se reunía con él y subía al solio pontificio Esteban VI en su lugar. Obligado a servir a la familia Spoleto, Esteban VI tuvo que aceptar llevar a cabo uno de los episodios más macabros de la historia: hacía nueve meses que Formoso había muerto cuando Ageltrude ordenó la exhumación del cadáver para someterlo a juicio por traición. E llamado "Sínodo del Cádaver" tuvo lugar a principios del año 897. Los restos de Formoso, vestido y enjoyado con los ropajes y las insignias pontificias, fueron colocados en un trono. En aquella suerte de pantomima macabra en la que Ageltrude, su hijo, cardenales, obispos y el pueblo curioso participaron ávidos de morbo, Formoso, al que los abogados se dirigían como si estuviera vivo, fue condenado. Le revocaron sus nombramientos y, como símbolo de su póstuma deposición, le cortaron los tres dedos -o lo que de ellos quedaba- con los que los papas bendecían al orbe cristiano.



            Despojados sus restos de la vestimenta papal, su cuerpo fue quemado y arrojado al Tíber. Ageltrude había conseguido su objetivo de humillar a su gran enemigo, aunque fuera después de muerto.

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