miércoles, 18 de noviembre de 2015

LA MARQUESA MEDIADORA.

            A finales del siglo XI, el papado se vio envuelto en un largo conflicto con el poder terrenal representado por el Sacro Imperio Germánico. Ante la creciente influencia política del emperador Enrique IV en el mundo cristiano, Gregorio VII hizo redactar  lo que se conoce como los Dictatus papae, una serie de normas entre las que se defendía el poder del papa por encima de cualquier otro hombre. 

          El emperador,  en completo desacuerdo, nombró él mismo al arzobispo de Milán como símbolo de su rebeldía. Aquella fue la mecha que encendió un conflicto entre el Imperio y la Iglesia y que se bautizó como la "Querella de las investiduras"; un brete político en el que una mujer, Matilde de Canossa, heredera de un título de condesa y de un amplio territorio al norte de los Estados Pontificios, tendría un papel determinante. Sus dominios se encontraban entre los de ambos contendientes, el emperador y el papa. Pero Matilde se sentía más cerca de las lindes vaticanas, tenía una relación de amistad con Gregorio VII, quien le había aconsejado no tomar los hábitos como parece que era su voluntad. Sus palabras fueron incluso amonestadoras al recriminar a Matilde su elección por la vida religiosa para huir de sus responsabilidades terrenales.

            La piadosa Matilde se puso desde el primer momento del lado del pontífice en la "Querella de las Investuduras". La condesa acogió en su castillo de Canossa al papa, donde tendría lugar uno de los episodios más conocidos del conflicto entre Enrique IV y Gregorio VII: cuando el emperador aceptó la voluntad papal, el pontífice le exigió que le pidiera perdón públicamente si quería que anulara su excomunión declarada poco tiempo antes. Enrique IV se dirigió sumiso al castillo de Canossa y permaneció tres días con sus tres gélidas noches de invierno ante las puertas de la fortaleza esperando a ser recibido por Gregorio.

            Matilde de Canossa falleció sin poder ver terminado el conflicto entre el poder terrenal y el celestial pues la "Querella de las Investiduras" se prolongó hasta 1122, año en el que se ponía fin firmando el Concordato de Worms.

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