lunes, 7 de diciembre de 2015

LA DIABLESA DE ÍMOLA.

                A finales del siglo XV, en uno de los momentos de máxima tensión en la Italia renacentista, donde papas, condotieros, duques y otros hombres poderosos pugnaban por su hegemonía política y económica, una mujer luchó con fiereza para defender sus derechos y los de su hijo. A pesar de haberse emparentado con un pontífice, Caterina Sforza. que así se llamaba la dama, pasaría a la historia con apodos tan elocuentes como "la diablesa encarnada", "la vampiresa de la Romaña" o "virago cruelísima".


               Caterina Sforza había nacido en 1463 de una de las muchas relaciones extramatrimoniales de Galeazzo Maria Sforza

, duque de Milán. Su madre era Lucrezia Landriani, esposa del cortesano  y fiel amigo de Galeazzo, Gian Piero Landriani. A pesar de su condición de hija ilegítima, Caterina fue educada como una más de la familia Sforza y fue integrada en la política matrimonial de la familia que gobernaba en Milán.


               Caterina era todavía una niña cuando la casaron con un sobrino del Papa Sixto IVJerónimo Riario.. La pareja recibió distintos títulos y tierras. El más importante fue el ducado de Ímola, territorio que el papa concedió a su sobrino Jerónimo y a su esposa. El casamiento concertado dio como resultado un matrimonio feliz, como la gran mayoría de los enlaces políticos. Caterina, que tuvo cuatro hijos con Jerónimo, tuvo que soportar sus constantes infidelidades.


           En 1484 fallecía Sixto IV y ocupaba la butaca pontificia Inocencio VIII . Con el cambio, los regalos territoriales del tío de su marido se vieron amenazados pues cabía la posibilidad de que Inocencio VIII no aceptara como legales tales donaciones. Como el nuevo papa quería recuperar para la Iglesia los dominios de Ímola, Caterina, que entonces se encontraba en un avanzado estado de gestación, no dudó en llegar hasta el Castillo de Sant´Ángelo en Roma para defender sus derechos y los de su marido sobre el territorio cedido por el anterior papa.

               La condesa no solo consiguió mantener Imola, sino que ganó la plaza de Forlì.

               Cuatro años después, su marido era brutalmente asesinado. El futuro de Caterina y sus hijos se complicó cuando fue acusada de haber participado en el complot para acabar con la vida de Jerónimo y fue hecha prisionera. Entonces sus enemigos no se podían imaginar que se enfrentaban a algo más que a un duquesa viuda. 

              Caterina logró escapar, recuperar sus dominios y convertir a su hijo mayor, Octavio Riaro, en el nuevo señor de Imola y Forlí.

               El año 1492 marcó otro de los episodios violentos en la vida de la duquesa Sforza. Muerto Inocencio VIII, llegaba al trono vaticano el segundo papa Borgia, Alejandro VI . Con él, y su poderosa familia, Caterina no lo tendría nada fácil. El nuevo pontífice declaró ilegítimos sus derechos territoriales. La guerra iba a ser la única salida, un conflicto armado en el que sus tropas deberían enfrentarse a uno de los ejércitos más poderosos del momento, el liderado por Cesar Borgia, hijo del papa, un auténtico genio militar.

             En el campo de batalla las fuerzas pontificias fueron ganando terreno con facilidad. La duquesa no vio otra salida que recurrir a sus conocimientos de alquimia para urdir el asesinato del papa. Mediante cartas meticulosamente impregnadas de veneno, Caterina intentó acabar con Alejandro VI. Pero ni sus misivas ni sus tropas consiguieron doblegar el poder de los Borgia.

             El atentado fue descubierto y Caterina nombrada enemiga eterna del Vaticano, donde se la conoció desde entonces como "la diablesa de Imola". Recibió el nuevo siglo con la caída de Imola y el cautiverio. César Borgia no tuvo ninguna piedad con su prisionera, a la que humilló y encerró en un sótano.

             Gracias a la mediación francesa, Caterina Sforza fue liberada. Pero no tenía donde ir. Sus dominios habían sido tomados por la familia Orsini y Caterina terminó sus días en un convento de Florencia.

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