sábado, 12 de diciembre de 2015

LA HIJA DEL PAPA.

               Coetánea de Caterina Sforza fue otra mujer destacada en la historia del papado: Lucrecia Borgia , uno de los miembros más estudiados, analizados y, sobre todo, vilipendiados por la leyenda negra que sobrevoló las testas poderosas de sus parientes.

             Lucrecia nació en abril de 1480. Era el tercer hijo, la primera niña, de la relación entre el cardenal Rodrigo Borgia y su cortesana Vanozza Catanei  . Su condición femenina la convirtió en un peón al servicio de las alianzas políticas de su padre. Rodrigo no tuvo ningún tipo de problema en hacer y deshacer los matrimonios de su hija a su antojo según el momento político y sus necesidades de poder.

             Lucrecia tenía solamente 13 años cuando Rodrigo Borgia, entonces papa Alejandro VI, decidió casarla con Giovanni Sforza . Era un matrimonio perfecto para establecer una poderosa alianza con Milán. Sin contar para nada con su hija, cuando Alejandro VI ya no necesitaba a los Sforza para sus intereses políticos decidió romper el matrimonio de Lucrecia a quien utilizaría en nuevas alianzas político-matrimoniales.

             Empezó entonces un periplo para deshacerse del desdichado Giovanni. De un intento de asesinato que César Borgia, hermano de Lucrecia, ayudó a abortar, se llegó a un definitivo proceso de nulidad matrimonial en el que Giovanni se vio presionado para firmar un documento en el que declaraba su propia impotencia.

         En el tiempo que duró el proceso de anulación de su matrimonio, Lucrecia vivió enclaustrada en un convento, aislada del mundo. Se comunicaba con su padre por medio de un mensajero. Fue en este período cuando Lucrecia quedó embarazada sin que nunca se llegara a conocer quién era el padre de la criatura. Este episodio ayudaría a los detractores de Alejandro VI a crear una leyenda negra en torno a su hija.

              Con dieciocho años, Lucrecia fue entregada a Alfonso de Aragón, cerrando una importante alianza que con el tiempo también se demostraría inútil para los intereses de los Borgia. Al haber concebido un hijo, la vía de la nulidad matrimonial empleada en el caso de su primer matrimonio no se pudo utilizar. El asesinato fue la solución. Tiempo después de quedar viuda, Alejandro VI nombró a su hija administradora del Vaticano, a pesar de las críticas recibidas por su juventud, inexperiencia y mala reputación. Mientras tanto, la familia Borgia diseñaba un nuevo matrimonio para Lucrecia. Con su imagen totalmente manchada, tuvieron que echar mano de las arcas familiares para convencer a la familia dÉste y que prestaran a Alfonso para un enlace con Lucrecia. En esta ocasión, la joven tuvo la oportunidad de alejarse de la corrupción que envolvía a su familia e intentar empezar una nueva vida al lado de su nuevo marido, quien confió en ella para ejercer como regente del ducado de Ferrara en sus largas ausencias. 

                   Lucrecia supo ganarse el cariño del pueblo, cuyas gentes la llamaban buona duchesa. En aquel tiempo pudo ejercer como mecenas de las artes convirtiéndose en una verdadera dama renacentista alabada por Tiziano, para quien fue su musa, y por muchos poetas. 

               Lucrecia tuvo cinco hijos con el duque de Ferrera y vivió sus últimos años en paz siendo una buena esposa y una gran duquesa. Fue el nacimiento de su quinto hijo, quien vivió pocos días, el que la llevó a la tumba en 1519.

            Lucrecia Borgia no pudo evitar formar parte de la leyenda negra orquestada por los enemigos de la familia de Alejandro VI, quienes vieron en su hija un objetivo fácil para las calumnias. Desde tacharla de adúltera y licenciosa hasta acusarla de haber cometido incesto con su propio padre y su hermano César, todo valía para pintar la imagen de una mujer manipuladora, dominante y pecadora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.