jueves, 14 de enero de 2016

Y NO NOS DEJES CEDER EN LA TENTACIÓN, SINO LÍBRANOS DEL MALO. AMÉN


Esta última petición tiene dos aspectos. Acordaos de lo que dijimos de que el texto “se acuerda”. Cuando Mateo habla aquí de tentación, ya había hablado de tentación cuando Jesús estaba en el desierto. Allí aparece el tentador que tienta a Jesús. Cuando Mateo, en el Padre nuestro, pone “no nos dejes ceder a la tentación”, está aludiendo a las tentaciones de Jesús, que son las únicas de que ha hablado antes. Son tres las tentaciones de Jesús, que pueden ser tentaciones de la comunidad cristiana.

La primera es la siguiente. Jesús tiene hambre. “Si eres Hijo de Dios di a estas piedras se conviertan en panes. Y Jesús le contesta: No sólo de pan vive el hombre, sino de todo aquello que vaya saliendo de la boca de Dios”. Es decir, el demonio lo tienta a buscar su beneficio personal, su comodidad personal sin tener en cuenta el plan de Dios. Y esta era una tentación de la comunidad cristiana. Hacer cosas no pensando antes si eso corresponde al plan de Dios o no, sino porque eso le conviene para su provecho personal. Utilizar el carisma, utilizar la realidad fuera de lo común que tiene el cristiano para procurar su provecho. La comunidad cristiana quiere satisfacer sus necesidades o medrar de alguna manera. ¿Pero eso corresponde al plan de Dios? Eso no importa. Es el ateísmo práctico. Actuar como si fuéramos una sociedad humana que le conviene esto o lo otro, se construye, se vende…

“El tentador sube a Jesús al alero del templo y le dice: tírate abajo, que ya está escrito: sus ángeles impedirán que tu pie tropiece con una piedra, te tomarán en volandas y tu pie no tropezará contra las piedras. Y el Señor le dice: No tentarás al Señor tu Dios”. Esta es la tentación del providencialismo infantil. Nos metemos en un lío tremendo y decimos: ya Dios lo arreglará. No. Hay que pensar y calcular qué es lo que conviene hacer. Y además aquí entra también el deseo de vanidad. El pueblo está en el templo, en el patio y el tentador lo pone en la torre y le dice: tírate abajo, que verás cuando la gente vea que tú caes del cielo tan glorioso, sostenido por los ángeles cómo te van a reconocer. No. Eso es buscar el prestigio. Y además, con una irresponsabilidad espantosa. ¿Dios tiene que suplir nuestros errores? No.
La tercera, que es la más clara, es la del poder. Ahí el tentador ya no le dice, si eres Hijo de Dios, no puede decírselo, porque lo que está diciendo es que cambie de Dios. “Le muestra todos los reinos del mundo con toda su gloria”. Es decir, el poder del dinero, del ejército, el poder militar, el poder del lujo, todo eso. “Y le dice: todo esto te daré, si tú me rindes homenaje”. Rendir homenaje se hace a un rey, a Dios como rey. Entonces le dice: cambia de Dios. Que yo sea tu Dios. Satanás, en el evangelio, es el símbolo del poder, el poder que tienta al hombre. Porque la ambición de poder es la más poderosa. Satanás no es un ser espiritual que ande por ahí dando vueltas para fastidiar. Esta es la gran tentación. Te haré emperador del mundo, es lo que le está diciendo, si tú, en vez de rendir homenaje a ese Dios que dice que vas a morir, me rindes homenaje a mí, que te prometo la gloria de todo el reino. Y verás tú entonces como todo el mundo te sigue. A un Mesías que va a morir, no le sigue nadie. A un Mesías que es el rey esplendoroso, el rey riquísimo, el rey dominante, el rey de la fuerza militar, a ese lo seguirán todos. Es lo que le está proponiendo. Anda, sígueme, ríndeme homenaje.

La tentación del poder. Esta es la tercera tentación de Jesús y la tentación de la Iglesia. Constituir un poder, un dominio, utilizar el dinero, el prestigio y el dominio para imponerse en la sociedad. Esta es la tremenda tentación. Por eso decimos, además, líbranos del malo. El malo es Satanás, el tentador, el poder, la ambición de todo. Porque eso, en lugar de propagar el reino de Dios, de construir el reino de Dios, construye el reino del demonio, el reino del poder y del dinero.




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