miércoles, 1 de junio de 2016

Libros malditos. Lecturas sólo para otros ojos

"En 1975 en la Biblioteca Nacional de París se descubrieron unos pergaminos conocidos como Les Dossiers Secrets, en los que se identificaba a numerosos miembros del Priorato de Sión". Este es el primer "hecho histórico" del conocido best seller de conspiraciones pseudohistóricas, El Código Da Vinci. Los mencionados Dossiers se imbrican en una larga tradición de misteriosos documentos que intentan convencernos de una historia oculta donde poderosas organizaciones tratan de impedir que la Verdad salga a la luz. De poco sirve que se demuestre que tales documentos sean claras falsificaciones. En este caso, las manos culpables y confesas fueron Pierre Plantard, un activista antijudío que reclamaba para sí el trono de Francia, y Philippe de Chérisey, un marqués venido a menos que se ganaba la vida como actor de televisión.

Inventa, que algo queda
Los documentos sobre el Priorato de Sión no tiene mayor rigor histórico que Fama Fraternitatis Rosae Crucis (1614) o Boda Alquímica de Christian Rosenkreutz (1616), los libros que lanzaron al estrellato a los rosacruces. Mejor dicho, bastante menor rigor, pues el Priorato, supuestamente fundado en 1099, hace su aparición en 1956 de la mano de esos dos curiosos vividores franceses. Los rosacruces tienen una historia parecida. Fueron fundados en 1407 por el misterioso caballero alemán Christian Rosenkreutz después de pasarse un tiempo en Tierra Santa estudiando con desconocidos maestros de lo oculto. Lo cierto es que los libros y la historia del caballero no fueron más que una broma del teólogo Johann Valentin Andreae, y los primeros rosacruces, de principios del XVII, un grupo de personas con ciertos aires de reforma moral y religiosa que favorecían el luteranismo en contra del catolicismo -nótese su origen alemán?.

Sabios de lugares lejanos

La sociedades secretas fundadas en textos ocultos tienen mucho en común: el protagonista viaja a un lugar lejano cuyos habitantes son, por tradición, hombres sabios (Egipto, Tíbet...). Allí estudia viejos pergaminos que revelan un conocimiento oculto y a su regreso funda una organización dedicada a guardar ese conocimiento, cuya difusión sería perniciosa para la humanidad. Ésta es, por ejemplo, la historia de uno de los libros más famosos del ocultismo: Las Estancias de Dzyan, fundamento último de la infumable La Doctrina Secreta de la taimada ocultista Helena Petrovna Blatvasky. En realidad, es una obra maestra del plagio de libros hinduistas y científicos, donde afirma que la humanidad procede de la Luna. Blatvasky inventó la Teosofía, un sincretismo decimonónico de gnosticismo, budismo e hinduismo que convenció a personas tan ilustres como Edison. Las Estancias es un libro peculiar. Es el primer volumen de los 35 que componen el conjunto Kiu-te, unos antiquísimos textos poco menos que portadores del conocimiento universal, que los dioses habían revelado a unos pocos iniciados y sobre los cuales se habrían inspirado libros como el Génesis o los Vedas.

Racismo teosófico

Escrito en un idioma oculto, el senzar, está guardado en la biblioteca particular de la Hermandad Blanca, un grupo de ancianos, Mahatmas o Adeptos, que viven en algún lugar perdido y olvidado del Tíbet. Como viajar hasta allí no es tan sencillo, Blatvasky -una mujer oronda como pocas, cuyo plato preferido eran huevos flotando en mantequilla y que hacia el final de su vida tenían que subirla a los barcos con grúa- se inventó que había leído telepáticamente Las Estancias desde la comodidad de su mesa camilla. Y por si todo esto fuera poco, Blatvasky se comunicaba con los Mahatmas mediante notas que ellos dejaban caer desde no se sabe muy bien qué dimensión hasta su escritorio..., con una caligrafía idéntica a la suya. De acuerdo con la Teosofía de Blatvasky, las distintas "razas" son reflejo de distintos estadios evolutivos y ello explicaría la diferente capacidad intelectual de las poblaciones del planeta. A los europeos los identifica con la raza blanca o Aria. De nivel inferior son las tribus africanas, australianas y polinesias, así como los mongoles y los japoneses, mutaciones de las primeras subrazas atlantes. Por el contrario, los judíos constituirían una raza artificial aria pero degenerada en espiritualidad. La extinción natural de las razas inferiores es, según Blavatsky, una "necesidad kármica". ¿A alguien le extraña que sus escritos fueran libros de cabecera de un joven llamado Adolf Hitler? Teósofos, rosacruces, alquimistas..., el mayor exponente del mundo de lo oculto, quien unificó toda esta imaginería y marcó de manera indeleble la tradición ocultista occidental fue la Orden Hermética del Amanecer Dorado, la Golden Dawn.

Nace el ocultismo europeo Libros malditos. Lecturas sólo para otros ojos
Su nombre lo tomó de la nunca cumplida promesa rosacruciana de la llegada de un nuevo renacimiento espiritual. Basaba toda su existencia en el absoluto secretismo de sus ritos mágicos. En 1933, 30 años después de su disolución, Israel Regardie publicó todos los documentos secretos en The Magical System of the Golden Dawn. Con ello hizo que multitud de sociedades mágicas secretas o cuasisecretas adoptaran sus rituales. La sociedad había sido fundada en 1888 por tres masones: William W. Wescott, William Wood man y Samuel Liddel, nombre al que después añadió "MacGregor" Mathers, y así es conocido desde entonces. Masón, rosacruz, vegetariano, antiviviseccionista y defensor de los derechos de las mujeres, su nombre está ligado al misterioso manuscrito cifrado que dio origen a los ritos de la Orden. Consta de cerca de 60 páginas escritas con tinta marrón. De él es misterioso hasta su origen. Lo único cierto es que en 1887 Wescott lo tenía en sus manos. En él se incluían un gran número de rituales que Mathers, por petición de Wescott, convirtió en ceremonias de iniciación para la Orden. De este modo se convirtió en el teórico más importante del ocultismo occidental. Wescott había aprendido de la masonería la noción de organización a través de la jerarquía y la necesidad de proveer a toda sociedad secreta de una historia escrita que le diera un argumento legítimo de subsistencia. A falta de ella, lo mejor es inventarla, como los masones que se retrotraen al antiguo Egipto. Y eso hizo.

Reescribiendo la historia

Nadie sabe muy bien cómo, pero entre las páginas del manuscrito apareció una carta firmada por una tal Anna Sprengel. Wescott afirmó que era una Adepta de un orden ocultista llamada Die Goldene Dammerung o Amanecer Dorado, y que estaba autorizado a usar su firma para crear la sección londinense de la Orden. Fue un golpe maestro: una mujer de alto rango de una oscura orden de inspiración rosacruz dando su permiso para abrir una sucursal en el extranjero. Su querida Sprengel era una voz autorizada -Alemania era la patria de los rosacruces- e inalcanzable: cuando dejó de servirle, la pobre mujer tuvo el detalle de morirse. De este modo se puso en marcha la sociedad ocultista europea más importante de todos los tiempos. No obstante, jugar a secretismos no es esencialmente dañino. Sí lo es cuando la vida de las personas corre peligro. Eso ocurrió con el infame Malleus Maleficarum o Martillo de Brujas, el texto de referencia de la caza de brujas, escrito por dos inquisidores dominicos, Jacob Sprenger y Heinrich Krämer. Este volumen de más de 500 páginas conoció 29 ediciones y fue un éxito en Alemania, Francia e Italia; en España se consideró la obra de un loco y se despreció su edición. Brujas voladoras, devoradoras de niños, embrujadoras de jueces, convocadoras de vientos, rayos y granizo... Lo que ya no está claro es cómo, con semejante poder, no pudieron escapar de la quema. El verdadero autor del engendro fue Krämer y usó el nombre de Sprenger, un conocido teólogo, para darle más empaque. Utilizó también la Bula de Inocencio VIII Summis desiderantes sobre brujería para aparentar que contaba con autorización papal. Y como necesitaba un dictamen favorable de la Universidad de Colonia pero sus teólogos no estaban por la labor, falsificó el acta de la Universidad donde 7 profesores aprobaban el contenido del libro. Claro que aún más torpe es la falsificación ligada a El Código Da Vinci y el supuesto misterio de Rennes-le-Château. Según el mito, el astuto párroco de ese pueblo, Bérenger Saunière, gastó dinero a espuertas para construirse su personal feudo gracias al descubrimiento de un "secreto" en unos pergaminos ocultos en un pilar visigodo hueco en la iglesia -y que ni está hueco ni es visigodo-. Los pergaminos, que nadie ha visto salvo copias, están escritos en clave y fueron falsificados por los dos promotores del engaño, Plantard y Chérisey. ¿Qué contienen? Realmente poca cosa. En uno la codificación es muy tonta: las letras están resaltadas en el texto y menciona al rey merovingio Dagoberto II -Plantard decía ser descendiente suyo- y al Priorato. El segundo, más complicado de descifrar, dice: "Pastora ninguna tentación que Poussins [y] Teniers guardan la llave [o la clave] paz 681 por la cruz y este caballo de Dios yo destruyo este demonio guardián a mediodía manzanas azules".

El secreto de un cura

Los cazadores de misterios están de enhorabuena; el galimatías permite toda clase de fantasías: desde que los merovingios descienden de los hijos de la Magdalena y Jesús -quien, por cierto, está enterrado en el monte Cardou, cerca de Rennes- a que Julio Verne lo sabía todo y lo dejó escrito en su obra menor Clovis Dardentor. ¿Cómo lo sabemos? Clovis evoca al rey merovingio Clovides y Dardentor es d?ardent or u oro ardiente (un tesoro, claro). Clovis viaja en una "carreta de viaje" y el antiguo nombre de Rennes, Rheda, significa eso mismo. ¿No está claro que Verne debía conocer los secretos de Rennes-le-Château?

Angela Posada Swafford

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