miércoles, 24 de agosto de 2016

FRACASO

El término procede del latín fracassare: destrozar, romper, partir. Nos remite al hombre que se ve afectado por una ruptura, que su yo queda maltrecho porque se ha frustrado una expectativa, porque un plan o proyecto se ha venido abajo. Tres connotaciones nos vienen inmediatamente: una misión o proyecto, tarea asignada, de futuro, que el presente trunca de modo violento, pues implica una fracción en la continuidad que se esperaba de la acción. Malogro, suceso adverso, «caída de una cosa acompañada de rotura y gran ruido», nos dan una idea de acción de futuro, de deseo, de esperanza que se hunde por cualquier circunstancia de forma estrepitosa. El término nos sugiere, a la vez, la idea de una finalidad que hay que alcanzar, y la de un sujeto que, tal vez no sea consciente de las propias potencialidades. El hombre es un ser teleonómico y, como tal, puede ser juzgado por el cumplimiento o defección de sus proyectos, de sus expectativas. El hombre por definición es un ser desfondado, un ser con aspiraciones infinitas; sin embargo, fundamenta sus pretensiones sobre la nada: está amenazado de muerte desde el nacimiento, de enfermedad y dolor todos los días de su vida. El /sufrimiento es un perfecto síntoma del fracaso. El problema del sufrimiento, por tanto del fracaso, es sin duda sacarle provecho, encontrarle sentido. Como sugiere Esquilo: «Sufrir instruye al hombre», en el sentido que recuerda al hombre, siempre inclinado a olvidarla, su condición de mortal. Ante el dolor yo me hago una persona, aunque mi libertad y mi voluntad siempre están a punto para saltar de nuevo hacia los juguetes y consolar momentáneamente el escozor de la herida. El fracaso es un buen catalizador del infantilismo: nos muestra la posibilidad del retorno a la infancia, al refugio matricial, al útero, o, por el contrario, a querer seguir tirando para adelante, arrostrando con las consecuencias de la ruptura del cordón umbilical. El hombre infantil se regodea en sus fracasos, estos le refuerzan la idea de que nunca debió intentar nada, que mejor hubiera sido permanecer bajo la protección maternal que arriesgarse a experimentar mundos hostiles. Y aunque intuya que esos mundos hostiles son horizontes paradisíacos, encuentros con el sentido maravilloso de la existencia, los desprecia como la zorra a las uvas ante el miedo de tener que aceptar el fracaso. Para ser persona hay que escrutar con valentía el rostro amargo de la derrota, como acicate para ponerse de nuevo en marcha, pensando que todo tropiezo es bueno para ser prudente, que esa piedra quedó atrás, y que hacia adelante queda el mundo entero por descubrir. «Las personas que buscan autorrealización directamente, separada de una misión en la vida, de hecho no la logran»1. El fracaso está en relación con unamisión. La misión incluye la posibilidad del fracaso; sin embargo, la autorrealización no cuenta en principio con él. El objeto de la autorrealización es el éxito, o al menos algún sucedáneo de este: el reconocimiento del otro, el aplauso, la eficacia, la autoestima; está contenida en sí misma. La misión es una connotación añadida de gran importancia: está abierta al otro. No hay realización sin exteriorización, apertura al otro y al futuro.
1. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.
El psicoanálisis nos advertía sobre el lado oscuro de la psique: la conducta de fracaso del sujeto que se encarniza en su propia pérdida. Esta búsqueda casi intencional del fracaso delata una actitud de autocastigo, que nos llevaría a bucear en la infancia, buscando, a lo mejor, sólo vientos. Pero, por lo que respecta al sentido eucatastrófico, que queremos darle al sentido del fracaso, es importante destacar que esta cita apunta a lo que Lacroix llama «la síntesis de la filosofía de Jaspers»: a saber, «en el fracaso experimentar el ser»2. Es decir, el sujeto buscaría provocar el fracaso, suscitaría el obstáculo, imponer una historia, su historia,frente a la arbitrariedad de los hechos y la aparente indiferencia y tardanza del éxito. Se trata de un afán de superación, de afirmación encubierto. Como el niño díscolo capaz de forzar con su actitud el castigo, para obtener el reconocimiento, afirmar su yo, frente a la indiferencia o la sensación de abandono.
En la psicología el obstáculo no está suficientemente estudiado. El sujeto busca proyectar su deseo sobre los objetos que le sugiere el modelo, pero el deseo aumenta en fruición en medida proporcional y adecuada a la resistencia que reciba por parte del objeto. Si ese obstáculo persiste y se intenta superar obsesivamente, el sujeto ya no encuentra límites en su obsesión, y la neurosis resultante es ella misma el fracaso. El obstáculo, entendido como tropiezo ante una intención, como fracaso cuando no se logra vencer tal impedimento, también puede ser la fuente de sistemas sacrificiales o violentos, si no se ve otra salida a la crisis personal o colectiva que no sea derivando o evacuando la frustración provocada por el obstáculo hacia la /culpa o el castigo del otro, al que se considera causa del tropiezo. La misión autopropuesta, o que viene impuesta desde fuera, es un fenómeno puramente humano, forma parte de la estructura íntima de la persona; más que la no consecución de un proyecto, el fracaso psicológico afecta a las estructuras más íntimas de la persona. La actividad humana se ve afectada por el fracaso y su escapatoria es la adhesión a valores superiores. El hacer sin ver el triunfo de la empresa que se acomete, se contempla como una condición de lo humano. El poso que deja es la insatisfacción, el vacío. Este es el dilema del deseo. Tendiendo hacia lo absoluto se queda en lo relativo. ¿Dónde podrá descansar el hombre que tiene esa pretensión de absoluto inscrita en sus células y sólo encuentra sucedáneos que nunca le colman? «El deseo encierra algo absoluto, y si fracasa (una vez agotada la energía), eso absoluto se transfiere al obstáculo. Estado del alma de los vencidos, de los oprimidos»3.
Los casos de fracasados más flagrantes siempre están del lado de los más / pobres, porque es el deseo y sus consecuciones el marca pautas de la mayor o menor realización personal. Aunque es justo decir que el fracaso no distingue entre puntos geográficos ni estructuras sociales, sí es verdad que una psicología que no tenga en cuenta la energía que se gasta en la sempiterna frustración de los mismos, los pobres, puede ser una bomba de relojería de consecuencias imprevisibles. Porque la conducta de fracaso que se genera hace añicos la esperanza, el único antídoto que tenemos frente al fracaso. No es que pensemos que la psicología tenga los resortes necesarios para paliar el problema, ni siquiera capacidad orientativa para otras disciplinas, pero sí puede coadyuvar a promover medidas sociales que mejoren las condiciones que abocan al fracaso de forma sistemática. Ser un triunfador o un perdedor determina a menudo la concepción que nuestros semejantes tienen de nosotros. Aquí irrumpen las teorías de la personalidad que contemplan al sujeto como un entramado de ventanas abiertas o cerradas al mundo, o una encrucijada de percepciones encontradas entre lo que uno ve y lo que otros ven de él, lo que uno espera o lo que otros esperan de él. Siempre se queda corto el conocimiento de uno mismo si no se abre a la perspectiva del otro. El conocimiento de uno cuenta con el juicio de la mirada del otro que, a veces, denuncia fracaso donde nosotros vemos éxito y viceversa. Y aunque la realidad a veces invita a la evasión confortable, siempre será preferible la responsabilidad a la alienación. Esta aceptación de la responsabilidad, de la posibilidad del fracaso, del desenmascaramiento de lo que hay de oculto tras la realidad, es parte del proceso de convertirse en /persona.
Ante el fracaso caben actitudes de retorno a lo mágico. Cuando la realidad no gusta o es frustrante, o no se le ve salida, se generan una serie de vías de escape mediante procedimientos mágicos. El mito cumple la función de suplir la deficiencia de lo real; la liberación mítica nace del miedo ante la realidad. Ahí están los /fundamentalismos y los milenarismos de diverso tipo. Pero ante el fracaso se dan también conductas de huida hacia adelante, como la culpabilización y la /violencia. Otros tienen la culpa de lo que le sucede al sujeto, siempre hay un oportuno y arbitrario chivo expiatorio que carga con las culpas del sujeto, como individuo o como colectividad. Y, casi siempre, la violencia se presenta como solución terapéutica.
Nietzsche es un autor emblemático en la lucha titánica contra el fracaso; y ello paradójicamente, pues su vida estuvo jalonada por ese mismo fracaso. Lo que constituye su incentivo es la apología del triunfo. Las filosofías que reivindican una puerta para la contemplación positiva del fracaso son relegadas al vagón de cola del pensamiento. Recuerdan demasiado la resignación religiosa, la paciencia, las supuestas virtudes, en suma, que echan para atrás al hombre nuevo, al superhombre. Nietzsche nos hace ver el fracaso como la religión de los siervos; resentidos por no poder acceder al triunfo, proclaman el fracaso como una opción voluntaria, más heroica, escondiendo cobardía y resentimiento. La apuesta de Nietzsche es el duro precio del rechazo del hombre: «Un superhombre no logrado que se fatiga de continuo volviendo a recomenzar el retorno eterno de lo ya sido; como Sísifo, siempre volviendo a subir la misma piedra; como el águila de Prometeo, cada noche devorando el hígado de la víctima: demasiada vía estrecha hacia el superhombre»4. Tarea infructuosa y angustiosa dar coces contra el aguijón. Tarea inútil, a veces, querer bordear el fracaso cuando es el obstáculo inexorable con el que tropieza toda acción humana, que por el mero hecho de ser humana está abocada a lo relativo, subjetivo, parcial, temporal, aun cuando su genuina pretensión sea la de perseguir lo absoluto. Ante la perenne constancia de la frágil condición humana, no faltan las apologéticas del fracaso: Cioran, Baroja, Baudrillard, Fukuyama, Foucault, agoreros de callejones sin salida, para los que lo peor no son los fracasos de la historia, sino que esta siga desarrollándose en su marcha inexorable hacia otro fracaso mayor que el anterior. Antropologías negras como el futuro que nos profetizan. Bichat decía antaño: «La vida es el conjunto de las funciones que se resisten a la muerte». Hoy se tendería más bien a decir que «la vida es el conjunto de las funciones capaces de utilizar la muerte»5.
Desde la perspectiva semita, la historia está abierta porque Dios ha querido someter el mundo a la libertad. La libertad introduce en esta historia un factor de riesgo y de potencial fracaso, pero que a la vez, se constituye en elemento imprescindible para la apreciación del éxito o de la eficacia. El género midráshico nos relata un bello ejemplo de esta forma de ver las cosas: cuenta a los niños, en forma de preguntas y respuestas, qué es lo que Dios creó antes que el mundo: la teshubá, o la posibilidad delretorno, de experimentar el perdón, de poder volver los ojos a Dios reconociendo el fracaso, el error de los propios caminos. Elvolver a la casa del padre, en la parábola cristiana del hijo pródigo. Y el Antiguo Testamento está sembrado de personajes que son el paradigma del fracaso posteriormente redimido, del retorno. Un elenco escogido de la inutilidad, de la invalidez, de la debilidad, o de los defectos humanos, puestos como modelo de hombre según el corazón de Dios. Todos siguen la ruta antigua de los hombres perversos. Fracasados para su comunidad, sin embargo, resultan ser elegidos para cumplir un diseño de amor; perseguidos, calumniados, puestos en entredicho, designados como chivos expiatorios de su pueblo, resultan ser su salvación, tal como ese mecanismo expiatorio prescribe: Abrahán: un fracasado sin hijos y sin tierra donde reposar, resulta ser un padre fecundo; Moisés: abandonado, perseguido..., será líder indiscutible de un pueblo; David: el pequeño de su casa, despreciado, infantil, exilado, pendenciero, asesino de Urías, llegará a ser rey de Israel, etc. Estas historias nos muestran cómo por encima de los caminos que los hombres se trazan, existe un designio de Dios, llevando a buen fin los planes que los hombres llevaban al fracaso en el uso de su libertad.
Péguy escribió: «Pondré mi paraíso en todo lo que ha triunfado». Nos dice que existe una tensión entre lo que el hombre es y lo que está llamado a ser. Lo que ha triunfado, no obstante, lo ha hecho sobre las cenizas de un gran fracaso: la resurrección se asienta sobre el rechazo, el escarnio, la muerte de cruz. Esta visión nos abre una perspectiva redentora del fracaso: sólo se trata de un momento preñado de sentido salvífico, regenerador. Se trata de esperar un poco y dejar pasar el eco del dolor para empezar a percibir una nueva primavera, el gemir de una criatura nueva tras un doloroso parto.
El rechazo, el fracaso, la persecución, etc., no son algo ajeno al /cristianismo. Claro que no se trata de acentuar artificialmente el resentimiento compensatorio de la impotencia o de la debilidad, en el sentido en el que Nietzsche prejuzga al cristianismo, sino de una opción elegida, consciente, una actitud heroica, premeditada, de que es conveniente que uno muera para que otro sea, de que «al que te quite el manto dale también la túnica» es la forma más perfecta de amor, en sentido positivo, no estratégico, ni compasivo. Las bienaventuranzas bíblicas no nos hacen una proposición moral, puesto que el Sermón del Monte entero nos proporcionaría la mayor experiencia de fracaso posible (en la medida en que sería la más excelsa proposición de triunfo), al contemplar en propia carne la incapacidad de cumplir la nueva ley que intenta sustituir a la antigua: ¿Quién no es adúltero o asesino o ladrón, si tan sólo con desear a la mujer del otro, o llamar a uno imbécil, o ansiar lo que es de otro, ya soy tal? ¿Quién se salvará de la experiencia del fracaso? La exageración de Jesús sólo puede tener un sentido: la imposibilidad es de tal calibre que uno tiene que apercibirse de que todo es /gracia. De esta forma podríamos afirmar que, en última instancia, el fracaso no existe como tal en el cristianismo: si todo es gracia, hasta mi libertad y sus acciones se encuadran en un contexto histórico de salvación. Lo cual no implica mi inhibición de un comportamiento y una reflexión moral, pero sí que más allá de la injusticia o de la justicia, del pago o la deuda de uno de mis comportamientos morales, puedo remitirle la justicia, la retribución, a Dios. Así, la reflexión sobre el fracaso nos conduce a la experiencia de la gratuidad. Cuando todo le es adverso, el hombre puede descansar frente a sus frustraciones, mirar a lo alto y contemplar el misterio, esperando incluso cuando no hay /esperanza. Esto es expresado sintéticamente en la paulina sabiduría de la cruz, que toma su fuerza de la Pascua: «La cruz de Cristo es la única puerta del conocimiento»6. También aquí aparece el proceso biokenótico como un eje comprensivo: de la muerte, del absurdo fracaso que supone la muerte, parece surgir la vida, el profundo éxito de la vida divina en el seno del cosmos. Si es el final, sólo queda la angustia, si no lo es, no hay lugar para sentir el fracaso como definitivo. «Ninguna certeza supera la certeza con que sé que mi muerte jamás será el coronamiento de una vida cumplida. Si se me concede ver con claridad que se aproxima la muerte, es seguro que pensaré no haber hecho aún apenas nada; que aún no es tiempo; que he fracasado... que sabemos con absoluta certeza que estamos ontológicamente en precario»7.
II. CONCLUSIONES.
El personalismo suscribe esta necesidad de confrontación con el /rostro del otro como condición de ser persona; este asumir la historia y la realidad, como un compromiso existencial en proceso, en lugar de la alienación, la mitificación o el conformismo ante el fracaso, como la solución fácil e inmediata. El infantilismo que se ampara en la impotencia, la desazón sin esperanza ante las dificultades, arredrarse ante la adversidad, echarse atrás ante el obstáculo, es la negación del don de ser persona. Vale la tentación, como humana condición, de no querer afrontar los problemas, o de tergiversarlos o de imputarles a otros su paternidad, pero no es justificable. El hombre, la persona, no sólo se mide por sus propias fuerzas, ni por sus capacidades estratégicas o de planificación, ni por sus conocimientos o por su racionalidad (tantas veces ineficaz frente a los obstáculos), sino en su capacidad de imponerse la esperanza como norma. La esperanza es el mejor antídoto contra el fracaso. Mas, ¿cómo esperar cuando tanto dolor, cuando tanto sufrimiento embriaga nuestra sensibilidad? No parece que la esperanza tenga mucho sentido sin la /confianza, sin la /fe; y ninguna de las dos tiene sentido si no se abren a una tercera: la /caridad. Esta última es la mejor arma contra las derrotas parciales, contra esa conducta de fracaso negativa y egoísta, esa violencia exculpatoria, ese desfondamiento del ser. Donarse a otro siempre es coronado por el triunfo, si se tiene como garantía la fe. Ese ciclo de /donación está inscrito hasta en la misma naturaleza. Sus procesos biokenóticos son una clara expresión de la dinámica del fracaso: algo-alguien muere para que otro viva. Aplicado al fracaso, quiere decir: del fracaso puede surgir el éxito. En la historia humana existe la esperanza, la fuerza que hace que, en el fracaso y el sufrimiento, miremos el misterio que se encuentra detrás.
NOTAS: 1 V. FRANKL, La voluntad de sentido, 21. – 2 J. LACROIX, L'échec, 144. – 3 S. WEIL, La gravedad y la gracia, 29. – 4 C.DíAz, El sujeto ético, 39. – 5 H. ATLAN, Entre el cristal y el humo, 294. – S. WEIL, o.c., 73. – 7 M. GARCÍA-BARÓ, Ensayos sobre lo absoluto, 193.
BIBL.: ATLAN H., Entre el cristal y el humo, Debate, Madrid 1990; DÍAZ C., El sujeto ético, Narcea, Madrid 1983; FRANKL V., La voluntad de sentido, Herder, Barcelona 1988; GARCÍA-BARó M., Ensayos sobre lo absoluto, Caparrós, Madrid 1993; GIRARD R., La ruta antigua de los hombres perversos, Anagrama, Barcelona 1989; LACROIX J., L'échec, PUF, París 1964; ID, Los hombres ante el fracaso, Herder, Barcelona 1970; LARRAÑAGA 1., Del sufrimiento a la paz, San Pablo, Madrid 1996'; LEwis C. S., Una pena en observación, Anagrama, Barcelona 1994; WEIL S., La gravedad y la gracia, Caparrós, Madrid 1994.

A. Barahona

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