jueves, 25 de agosto de 2016

FUENTES DE LA MORALIDAD

Las fuentes de la moralidad son ciertos principios inmediatos de valoración moral de un acto humano. Son tradicionalmente tres: el objeto, las circunstancias y el fin. Por objeto se entiende la materia (realidad o persona) sobre la que recae de suyo el acto. Se trata de un objeto real, considerado por la regla de la razón, no en su aspecto puramente físico.
Las circunstancias se refieren a la  globalidad del acto humano, a lo que lo caracteriza en su situación contingente. También en esta segunda fuente de la moralidad se trata de formalidades reales, no físicas.
El fin es el objetivo, el motivo que  tiene el que actúa (finis operantis), y se distingue de la fidelidad intrínseca del acto (finis operis, que coincidiría con el objeto).
El objeto es inherente al acto; más  aún, sin él no se da la acción. Es lo que le da la especie con que se distingue de otro acto (ya que el mismo objeto material puede ser objeto de diversos actos humanos) y precede a cualquier otra circunstancia. Por tanto, se piensa tradicionalmente que el objeto le da al acto una bondad o una malicia moral fundamental, principal y primaria. Las circunstancias añaden una bondad o una malicia moral, pero secundariamente y de manera accidental, ya que se añaden a un acto ya constituido y determinado en su especie. Se trata de elementos que pueden averiguarse a través de las preguntas: ¿quién?, ¿qué2, ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿de qué manera?, ¿con qué ayuda?, ¿por qué? Un acto indiferente en cuanto al objeto puede asumir su moralidad de las circunstancias, que se convierten en ese caso en fuente primaria y esencial.
El fin, que es añadido por el agente  al objeto intrínseco del acto, da también una moralidad de manera secundaria y accidental. El fin puede definirse también como la intención del agente. Puede ser fuente primaria de moralidad, cuando el acto es indiferente en cuanto al objeto, o se hace moralmente bueno sólo por el fin por el que lo pone el agente planteando el problema en términos de unitariedad del acto humano, podemos decir que las tres fuentes de la moralidad tienen que leerse sincrónicamente. De hecho, en el acto humano la voluntad quiere algo determinado que constituye el objeto del acto (siempre un bien humano). Puesto que el acto no se pone simplemente, sino que es puesto por un ser inteligente y libre, no tiene como punto de referencia solamente al objeto, sino también a la finalidad por la que se realiza ese acto específico y no otro. Finalmente, dada la naturaleza contingente del acto humano, deben tomarse igualmente en consideración las circunstancias a la hora de valorar la moralidad del mismo.
Aunque las tres fuentes de la moralidad concurren en la determinación de la moralidad del acto (ya que el acto en sí mismo, como tal, sólo tiene una bondad genérica), cada una tiene su propia autonomía de individuación (especificación) del acto y por tanto tiene que ser valorada por separado, pudiendo -por sí sola- modificar substancialmente la moralidad de dicho acto. Así se puede decir que un objeto bueno y un fin bueno dan una doble bondad moral al acto: un fin malo hace malo al acto; un objeto (o una circunstancia puede hacer bueno o malo a un acto, aun cuando el fin fuera bueno; una circunstancia puede hacer bueno o malo a un acto indiferente en cuanto al objeto; una circunstancia puede hacer ilícito a un acto lícito; una circunstancia puede acentuar o disminuir la bondad o la malicia de un acto ya moralmente especificado; una circunstancia puede añadir una formalidad peculiar al acto (además de la que está contenida en el objeto), cambiando su especie.
 En la literatura moral reciente es  palpable la tendencia a tratar los tres elementos por separado y a reformularlos probablemente no sin un cierto tono personalista, en términos de libertad del hombre (una libertad vinculada a los dinamismos cognoscitivos y volitivos propios de un ser racional, responsable, que se auto-dirige hacia un fin), de bondad o malicia del agente y de sus intenciones (goodness and badness), de corrección del acto (righteousness and wrongfulness).
Esta reformulación se debe también  al desarrollo de la psicología, por un lado, y de la filosofía del obrar, por otro, que, estudiando los mecanismos  de la intención, de la volición, de la opción, de la motivación, es decir, de todo lo que implica la concreción de la libertad humana, ofrecen una notable aportación a la definición progresiva de la génesis tan compleja del acto voluntario en el hombre.
Existe además - distinta de la moralidad del acto en sí- una moralidad del acto considerado en sus efectos, que se valora a partir de la voluntariedad del agente (en sí o in causa). Sin embargo, actualmente, sobre todo en la reflexión ético-teleologista (el objeto de la valoración moral es el acto tomado globalmente y considerado en sus efectos), se privilegia la intención del agente. En esta misma línea parece que debe colocarse la posición de algunos moralistas que niegan la existencia de actos intrínsecamente malos, es decir, de actos con una relación moral con el objeto material de tal categoría que lo hagan de suyo moralmente malo.
 T. Rossi

 Bibl.: B, Haring, La ley de Cristo, 1, Herder  Barcelona 1973, 277-283: S. Privitera, Ética normativa, en NDTM, 706-713: J R. Flecha, Reflexión sobre las normas morales, en Salmanticensis 27 (1980) 193-210.

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