Fue Papa de 1254-61 (Rinaldo Conti), de la casa de Segni, la cual
había visto ya elevados al Pontificado a otros dos hijos ilustres,
Inocencio III y Gregorio IX. De Alejandro IV se desconoce una fecha de
nacimiento cierta; murió el 25 de mayo de 1261 en Viterbo. Fue creado
Cardenal-Diácono en 1227, por su tío Gregorio IX, y cuatro años más
tarde fue hecho Cardenal-Obispo de Ostia. Gregorio le pasó también su
buena disposición hacia la Orden franciscana, en donde tenía unos 80 muy
buenos amigos.
A la muerte de Inocencio IV en Nápoles, el 7 de diciembre de 1254, el
anciano Cardenal fue unánimemente elegido para sucederlo. No es difícil
creer que haya en principio protestado ante la solicitud del Colegio
Cardenalicio. Mateo de París lo ha descrito como “amable y religioso,
asiduo a la oración y estricto en la abstinencia, pero muy dado a
dejarse llevar por las murmuraciones de los aduladores, e inclinado a
las malvadas sugerencias de personas avarientas”. Los “aduladores” y
“avarientos” referidos, fueron aquellos que indujeron al nuevo Pontífice
a continuar la política de guerra de exterminio contra los
descendientes de Federico II, en ese entonces reducidos al infante
Conradin en Alemania y al formidable Manfred en Apulia. Muchos
historiadores actuales concuerdan con el cronista, que si Alejandro
hubiese secundado la causa de Conradin, hubiera sido una decisión mas
apropiada de un hombre de Estado y se hubieran evitado muchos desastres
que sobrevinieron sobre la Iglesia, el Imperio e Italia.
Aterrorizado por el precedente del infante Federico, la “víbora” que
Roma había criado para que se convirtiera en su destructor, y convencido
de que la iniquidad era hereditaria a todo el linaje Hohenstaufen,
Alejandro continuó la dudosa política de Inocencio, llamando a los
belzebús franceses e ingleses para derrotar a los luciferes alemanes. El
25 de marzo de 1255 fulminó a Manfredo con la excomunión y algunos días
mas tarde concertaba un tratado con los enviados de Enrique III de
Inglaterra por el que entregaba el reino vasallo de las dos Sicilias a
Edmundo de Lancaster, segundo hijo de Enrique.
En la disputa por la corona alemana que siguió a la muerte de Guillermo
de Holanda (1256), el Papa apoyó los reclamos de Ricardo de Cornwall
contra Alfonso de Castilla. La asistencia pecuniaria que estas medidas
le supusieron, sirvieron para indisponer al clero inglés y al pueblo por
las extorsiones de la Sede de Roma. El poder de Manfred crecía día a
día. En agosto de 1258, a consecuencia de un rumor difundido por el
propio Papa, de que había muerto en Alemania, el usurpador fue coronado
rey en Palermo y se tornó la cabeza reconocida del partido Guibelino en
Italia. Alejandro vivió para ver la victoria de Montaperti (1260), el
jefe supremo tanto de Italia central como del sur. En el norte de Italia
le fue mejor, pues sus cruzados finalmente derrotaron al odioso tirano
Ezelino. En Roma, que estaba bajo el dominio de magistrados hostiles en
alianza con Manfred, la autoridad papal fue olvidada. Mientras tanto, el
Pontífice hacía esfuerzos fútiles para reunir los poderes del mundo
cristiano contra la amenaza de la invasión de los tártaros. El espíritu
cruzado no existía más. La unidad de la cristiandad era cosa del pasado.
Sólo podemos suponer que los resultados hubieran sido diferentes en
caso que otro estadista se hubiese sentado en la sede de Pedro durante
estos siete críticos años.
Alejandro IV dirigió los asuntos espirituales de la Iglesia con dignidad y prudencia. Como Papa continuó favoreciendo a los hijos de San Francisco. Uno de sus primeros actos oficiales fue el de canonizar a Santa Clara. En un diploma afirmaba la verdad de los estigmas. San Buenaventura nos informa que el Pontífice afirmó en un sermón haberlos visto. En las violentas controversias suscitadas en la Universidad de París por Guillermo de St. Amour, Alejandro IV tomó a los frailes bajó su protección. Murió hondamente afligido por el sentimiento de impotencia para erradicar los males de su tiempo.
JAMES F. LOUGHLIN Transcrito por Gerard Haffner Traducido por Ricardo Treneman
Alejandro IV dirigió los asuntos espirituales de la Iglesia con dignidad y prudencia. Como Papa continuó favoreciendo a los hijos de San Francisco. Uno de sus primeros actos oficiales fue el de canonizar a Santa Clara. En un diploma afirmaba la verdad de los estigmas. San Buenaventura nos informa que el Pontífice afirmó en un sermón haberlos visto. En las violentas controversias suscitadas en la Universidad de París por Guillermo de St. Amour, Alejandro IV tomó a los frailes bajó su protección. Murió hondamente afligido por el sentimiento de impotencia para erradicar los males de su tiempo.
JAMES F. LOUGHLIN Transcrito por Gerard Haffner Traducido por Ricardo Treneman
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