Siendo nueve los órdenes, o coros de los Ángeles, y habiendo tratado ya del modo como deben pintarse los Serafines, y Querubines, lo que he sacado principalmente de la Sagrada Escritura;
no hay para que detenernos ahora en explicar, de qué manera se deben
pintar los Ángeles de los demás coros: no constando nada de esto por las
Divinas Letras, ni por los Padres de la Iglesia, ni por los Autores clásicos; ni tampoco el haberse aparecido a los hombres, los Ángeles, que pertenecen a la clase de los Tronos, Dominaciones, o Principados.
Sólo resta decir algo de los Arcángeles , los cuales es tan claro, y
notorio haberse aparecido a los hombres, que sería por demás, querer
detenerme en probarlo. Vamos, pues, a hablar ahora de las imágenes de
los tres Arcángeles S. Miguel, S. Gabriel, y S. Rafael: que por lo que
respeta a los otros cuatro, diremos acerca de ellos, más adelante, lo
que nos parece mas verosímil, y conforme a razón.
Empiezo, como es muy justo, por el Arcángel San Miguel:
pero no es mi ánimo amontonar aquí los muchos timbres de su excelencia,
y dignidad; puesto que solo me toca referir ahora, cuáles son sus
Imágenes, y lo que ocurre en ellas digno de notarse, y corregirse.
Primeramente, suelen pintar a S. Miguel cubierta la cabeza con morrión, ó
capacete, el pecho con coraza, y armado con un escudo, en cuyo plano se
leen estas palabras: QUIS UT DEUS? Quién como Dios? Píntanle además con
espada en mano, y esta muchas veces de fuego, ó como que está vibrando
una lanza contra el Demonio, á quien tiene sujeto, y postrado á sus
pies. Hasta aquí todo está bien, y conforme a razón: pues nos consta
bastante por la Escritura haber peleado valerosamente el Arcángel S.
Miguel por la gloria, y majestad de Dios; bien que esta pelea no fue
corporal (que esta no la hay, ni pudo haberla entre Espíritus), sino
espiritual, é intelectual. Estas son las palabras de la Sagrada
Escritura: Hubo una grande pelea en el Cielo: Miguel, y sus Ángeles
peleaban contra el dragón; peleaba también el dragón, y sus Ángeles: y
no prevalecieron, ni tuvieron estos más lugar en el Cielo. Es común
sentencia de los Santos Padres, y Expositores, que en este lugar se
describe el combate sucedido, cuando S. Miguel, Caudillo de los Ángeles
buenos, peleó contra Satanás, y demás Ángeles rebeldes, ó por lo menos,
que se hace evidente alusión á él: aunque lo que inmediatamente se
manifiesta en aquella revelación del Apocalipsis, sea acaso una cosa
enteramente distinta, lo que no es ahora ocasión de examinar. Vea el que
gustase al Intérprete del Apocalipsis, a quien tantas veces hemos
citado, y elogiado. Y así, es muy del caso el pintar armado a San Miguel
en esta ocasión, por ser muy propio de un guerrero llevar armas
consigo. Está también muy puesto en razón, el que en el plano del escudo
se le pinte aquel lema: QUIS UT DEUS? que no significa otra cosa, sino
el nombre del mismo Arcángel: pues ni aun los muchachos ignoran, que el
nombre de Michael, ó para expresarlo mas MI-KA-EL, no significa otra
cosa, sino Quis ut Deus? esto es, Quién como Dios? Armado con tal escudo
este soberano Príncipe, peleó contra Lucifer, y demás Ángeles
traidores, y rebeldes a la Divina Majestad. Igualmente parece bien el
pintar a Satanás, ó á Lucifer vencido por S. Miguel, y á los pies de
este Arcángel.
Solo me hace algún eco, el que se pinte al demonio en figura de hombre,
sin que se le añada alguna cosa, que lo haga más abominable; y me
parecería mucho mejor el que se le pintase en figura de una feroz, y
monstruosa serpiente. Muéveme a pensar así, el que en el mismo lugar de
la Escritura, que hemos referido, se describe al demonio en figura de
dragón, con estas palabras: Miguel, y sus Ángeles peleaban contra el
dragón, peleaba también el dragón, y sus Ángeles. Ni es esto lo que
únicamente me hace fuerza, sino también el que refiriendo el Sagrado
Texto la victoria que alcanzó S. Miguel, añade: Y fue arrojado aquel
dragón grande, y antigua serpiente, que se llamaba diablo, y
Satanás...... Y fue arrojado a la tierra. De lo cual, y de otras muchas
pruebas, que podría alegar, y omito a propósito, se echa bastante de
ver, que mas propiamente se pintaría al demonio a los pies de S. Miguel
en figura de dragón, ó de serpiente. He visto también no pocas veces
pintado al demonio medio cuerpo de hombre, aunque de horrorosa figura, y
rematando después en dragón: por ser constante, que aquellos gigantes,
de quienes fingieron tantas cosas los Poetas, y de los cuales cantó Ovidio,
que quisieron apoderarse del Reino celestial, los acostumbraron a
pintar de esta suerte. Sobre lo cual, me sería muy fácil referir aquí
varias cosas, si me fuera decoroso llenar muchas páginas de esta obra,
mezclando cosas, que se alejan sobrado de mi intento principal. Vea
quien tenga tiempo para ello, lo que escribió Claudio Minoes sobre
aquello de Alciato: Sic & gigantes terra Mater protulit.
Y que Lucifer, y sus secuaces, fueron los que verdadera, y no
fabulosamente afectaron hacerse Dioses, y dueños del Reino de los
Cielos, nadie lo ignora, y bastante claro lo dice la Sagrada Escritura
en aquellas palabras de Isaías, que aunque en el sentido literal se
hayan escrito contra el Rey de Babilonia;
sin embargo es común sentencia de los Santos Padres, y Expositores, que
se escribieron para significar cosas mas elevadas. Las palabras de
Isaías son estas: Tú que decías en tu corazon: me subiré al Cielo,
exâltaré mi solio sobre los astros de Dios: me sentaré en el monte del
testamento.
Acaso causará más dificultad ver pintado al mismo Arcángel S. Miguel con
las balanzas en la mano; cuyo origen ingenua, y llanamente confieso,
que lo ignoro; pues, aunque sobre esto se oyen frecuentemente varias
cosas, pero son ridículas, y verdaderamente absurdas, dignas de ponerse
en la clase de hablillas, que cuentan las viejas: diré no obstante lo
que me parece mas conforme, y verosímil. Está muy creído, y divulgado en
la Iglesia, que el Arcángel S. Miguel, es a quien Dios particularmente
ha encargado el recibir, y conducir al Paraíso las almas de los justos, segun lo que todos los años canta la misma Iglesia
en su festividad: Archangele Michael, constitui te principem super
omnes animas suscipiendas, y conforme a aquello del mismo lugar: Michael
Archangelus..... cui tradidit Deus animas sanctorum, ut perducat eas in
paradisum exultationis. A lo que añado, que en el mismo Sacrificio de
la Misa, quando se habla de las almas de los Fieles Difuntos, se ruega
expresísimamente, que el Caudillo S. Miguel las presente a la luz santa,
&c. He dicho particularmente; porque es cierto, que este oficio de
llevar las almas de los justos a gozar de la vista de Dios,
y del descanso eterno, pertenece indistintamente a todos los Angeles,
como dan de esto claro testimonio las piadosas preces, que usa la
Iglesia en la recomendacion del alma, donde dice: Occurrite Angeli
Domini, suscipientes animam ejus, offerentes eain in conspectu
Altissimi. Y aquello de la misma Iglesia: Sed Jubeas illam à Sanctis
Angelis suscipi, atque ad patriam paradisi perduci. ¿Mas para qué son
menester tantas razones, aunque de tanto peso? constando claramente por
la misma Escritura, que los Angeles hicieron este oficio con el alma del
pobre Lázaro,
cuando se separó del cuerpo. Sucedió (dice el Texto) que murió el pobre
mendigo, y que los Ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. De esto
mismo se hace muchas veces mención en las Historias Eclesiásticas. S.
Antonio, según refiere San Jerónimo,
vio como los Ángeles llevaban al Cielo la alma de S. Pablo primer
Ermitaño: y S. Severino Obispo de Colonia vió tambien, que los Angeles
hacian esto mismo con el alma de S. Martin, segun lo cuenta el insigne
elogiador de este Santo305. Lo mismo aconteció con otros muchos; de
suerte, que sería yo muy molesto, si quisiera referirlos todos. Acaso
por los monumentos de esta sabiduría sagrada, y recóndita, de que tenían
conocimiento los Hebreos, fingieron los Griegos, y los Gentiles, que
Mercurio, conducía las almas de los justos al lugar del descanso; y que
arrojaba las demás á los Infiernos: de que tenemos un gravísimo testigo
en Horacio, el cual hablando con Mercurio, cantó de esta manera: Tu pias
laetis animas reponis/Sedibus. Virgaque levem coerces/ Aurea turbam,
superis deorum/ Gratus & imis. Véase lo que nota sobre este lugar
Dionisio Lambino, y lo que sobre aquel de Virgilio: “Tum Virgam capit :
hac animas ille evocat orco Pallentes” otó el mas insigne comentador de
este Poeta. Baste haber referido, aunque de paso, estas cosas, que no
son más que delirios, y fábulas pueriles, y quede ya sentado, que a
todos los Ángeles, y particularmente a S. Miguel, les incumbe el oficio
de acompañar las almas de los justos.
Esto supuesto, viniendo ya á lo que decíamos poco antes, es cierto, que
las balanzas son señal, y jeroglífico de la equidad, y de la justicia.
Es esta una cosa muy recibida, y la vemos usada con frecuencia en las
estatuas profanas, como afirma un insigne Escritor de estas materias. Lo
mismo consta de la Historia Sagrada: pues en las visiones del
Apocalipsis, leemos haberse aparecido á S. Juan un caballo negro: y que
el que iba montado en él tenia un peso en su mano. Sobre cuyo lugar,
aunque el muy esclarecido Intérprete P. Luis Alcazar, note, y amontone
muchas cosas, que no dudo ser propias de la materia, y conformes á la
mente del texto, y de la Sagrada Escritura, sin embargo, con licencia de
tan grande Escritor, digo, que á mí me parece, que en este lugar se
significa á Cristo, en cuanto es recto, y justo juez. Muéveme á esto, el
que en otro lugar, del mismo Cristo, ó, como allí se lee, del Verbo de
Dios montado en un caballo blanco, se dice: Y el que iba montado en él,
se llamaba fiel, y veraz, y juzga, y pelea con justicia. De la unión, y
cotejo de estos dos textos, se da bastante á entender, que en aquellas
balanzas se significa la equidad con que juzga Cristo Señor nuestro, que
es el mismo Verbo de Dios: bien que hay alguna diferencia entre una, y
otra visión.
Atendido, y considerado lo dicho con reflexión, y madurez, se puede
colegir con mucha probabilidad, que el motivo de pintar á S. Miguel con
las balanzas en la mano, no es otro, que para significar la exacta
justicia unida con cierta equidad, con la cual Dios, ó el que
justísimamente se llama Verbo de Dios, á quien, como dice S. Pedro en un Sermón:
Le constituyó Dios Juez de vivos, y muertos; juzga á los hombres, y á
las almas. Dije, no fuera de propósito, unida con cierta equidad;
porque, además de ser bastante común aquel axioma, que Dios castiga
menos, y premia más de lo que merecen nuestras obras: consta también por
otra parte, que Dios (tal es su dulzura, y bondad inefable) sabe juntar
en su terrible juicio la benignidad, y clemencia con su severidad, y
majestad: lo que dan á entender muchos lugares de la Escritura, que no
traslado aquí, ni los refiero, por ser ajenos del fin, que me he
propuesto. Esto me hace venir á la memoria lo que observaron los Persas
en sus juicios, según refieren Herodoto,
y otros. Cuando alguno era acusado de algún delito, si este era de
aquellos, que por su gravedad, y malicia, excediese los buenos
servicios, que había hecho el reo, se le condenaba; si no, se le
absolvía: teniendo esto los Persas por equitativo, y razonable, y
juzgando justa, y prudentemente de las cosas humanas. No digo esto, para
que se piense (lejos esté un error tan grosero de las almas pías), que
un solo pecado mortal, en que alguno por los juicios de Dios, que
siempre son justos, aunque muchas veces ocultos, muriese, no sea
bastante para su justísima condenación, por mas que en el discurso de su
vida hubiese hecho muchísimas obras buenas; particularmente, siendo en
tal caso un grave, y enorme delito la misma impenitencia final: sino,
porque la bondad, y benignidad de Dios no permite muchas veces que esto
suceda; antes como es pío, y misericordioso, concede el don de la
penitencia, y el de la perseverancia final al que se ejercita mas en las
virtudes, y buenas obras, aunque alguna, ó varias veces haya
delinquido, singularmente, si ha sido por fragilidad. He dicho todo esto
con ocasión de ver, que al Arcángel S. Miguel, á quien nos encomienda
la Iglesia, para que no perezcamos en aquel terrible juicio, le pintan
asistiendo á él, y teniendo en su mano las balanzas.
De aquí se viene á los ojos, el absurdo, é intolerable error de pintar
muchas veces dichas balanzas de S. Miguel, poniendo una alma en la una, y
otra en la otra. Esta es una cosa muy ridícula, y verdaderamente
absurda; pues según esto, se obraría por casualidad, ó lo que es peor,
injustamente: porque podría suceder, ó por lo menos imaginarse, que de
este modo se salvaría una alma pecadora, y (para explicarme así)
medianamente mala, si se pesara con otra peor: y al contrario, que se
condenaría una alma buena, aunque inferior en méritos, si se pesara con
otra de singular santidad. Sobre lo cual, no puedo dejar de poner aquí
las palabras de un célebre Predicador Español, cuyo nombre, y fama
durará perpetuamente. Este es el doctísimo P. M. Fr. Hortensio Felix
Palavicino, de la Orden de la Santísima Trinidad, Redención de Cautivos,
insigne Predicador de nuestros Augustos Monarcas Felipe III. y IV.
hombre bien conocido en toda España, y aun en toda la República
literaria, el cual, describiendo lo mismo que vamos tratando, lo pinta
con tan bellas palabras, y con cierta gracia, que le es natural, que
sería hacerle injuria, si no las trasladase aquí del mismo modo, que él
las escribió. Dice pues: Es como el pintar de las Almas de S. Miguel,
como suelen. Y en verdad, que como se expurgan libros, sería bien
expurgar pinturas. Yo soy aficionado al Arte: pero si pesaran la
Adúltera con los que la pesaban, sin tantas diligencias de Jesucristo,
saliera justificada. ¿No veis como en nombrando pecados Cristo, se
salieron? Yo sé que si se pesara la mujercilla frágil, á quien hacen la
causa, con el Escribano, ó el Alguacil que se la hacen, que había de ir
por la puerta afuera. San Miguel no pesa unos con otros, sino buenas, y
malas obras, culpas, y satisfacciones: ¡Ojalá pesando fuese pesada mi
saña, y mi quebranto, y en balanzas se levantasen á una! Pero pesar unas
almas con otras, era ocasionar grandes travesuras: porque toda la dicha
de un alma estaría en el pesar de la otra: y no era menester vivir
bien, sino acertar á caer con compañera á propósito. Yo soy flaco, y
ruin, y temo el peso de la justicia; pero todavía veo almas en Madrid,
que me diera la vida el pesarme con ellas........ Fuera andar á batalla
las almas: porque no hubiera Mercader que no quisiera caer con un
Mohatrero: así cada uno con quien juzgára mas á propósito. Hasta el
Padre Hortensio. De donde se echa de ver el error de la Pintura, que tan
claramente manifiesta este elocuentísimo Orador.
Acerca de las Pinturas del Arcángel San Gabriel, si hay algo digno de notarse, lo dejamos ya dicho, cuando tratamos en general de los errores acerca de las Imágenes Sagradas, lo que acaso trataré todavía mas de propósito en los libros, que se siguen. Solamente quiero advertir aquí, que el Arcángel San Gabriel
en las visiones del Profeta Daniel se describe, con vestidos de lino, y
ceñidos sus lomos de oro muy fino: su cuerpo como crisolito, su
semblante como un relámpago, sus ojos como antorchas de fuego, sus
brazos, y lo restante del cuerpo hasta los pies, como metal encendido.
Que en dicha descripción se demuestre, y señale al Arcángel S. Gabriel,
que más arriba se refiere haberse aparecido, y hablado al mismo Profeta,
consta claramente, así del mismo contexto de la Sagrada Escritura,
como por los doctos comentarios de los Intérpretes: pero semejante
Pintura no es conforme al modo común de pintar la imagen de este Santo
Arcángel, sino solamente con respecto a aquella visión, que se refiere
en el lugar citado. A que añado, lo que notaron muchas veces los
Antiguos: á saber, que en el Antiguo Testamento,
cuando se manifestaban los Ángeles, se aparecían terribles, despidiendo
de sí fuego á manera de rayos, lo que no sucede en las apariciones que
leemos en el Nuevo Testamento, después de haber Dios encarnado, ó
estando ya próximo á tomar carne: pues se han dejado ver de los hombres
mas plácidos, y menos terribles.
Finalmente, por lo que toca al Arcángel San Rafael,
no es menester advertir, ni amontonar muchas cosas. Todos saben muy
bien, que este Espíritu Celestial se apareció, y se ofreció al Joven
Tobías, y á su viejo Padre, en figura de un mancebo fajado por la
cintura, y como dispuesto para caminar, y para guiar, y acompañar en el
camino al mozo Tobías: todo lo cual cumplió exactamente, como que Dios
particularmente le había enviado para ejercer este oficio. Lea el que
gustase el libro de Tobías, al cual, aunque los herejes
cavilosos, y pertinaces, no quieran ponerle en la clase de los Libros
Canónicos; sin embargo le tributan admirables, y singulares alabanzas,
según refiere el pío, y erudito P. Jeremías Drexêlio: allí encontrará
mucho, o todo lo que se puede decir del Arcángel S. Rafael, y allí verá
al mismo tiempo los muchos motivos, que tenemos de dar a Dios muy
humildes gracias, por la singular, y amorosa providencia con que trata á
los que le sirven, y aman. Dos cosas solamente tendrán que corregir los
Pintores sabios, y eruditos en la Imagen de San Rafael. La primera es,
que muchas veces, cuando pintan a S. Rafael acompañando á Tobías, pintan
á este como muchacho, y no como joven ya de alguna edad. Fácil es de
demostrar, que esto no fue así, ni lo podrá ignorar el que lea la
Escritura con alguna atención, y sepa, que el mismo Tobías hizo aquel
largo viaje, acompañado siempre del Ángel; y que al haber llegado al
lugar destinado, se casó: todo lo cual convence, que no era muchacho,
sino mozo de edad mas crecida. La segunda es, que cuando se pinta solo
al Arcángel S. Rafael, le pintan como victorioso con el pez pendiente de
su mano. Pero, buen Dios! ¿y qué pez es este? Muchas veces he observado
ser tal, que á lo mas, llenaría el plato de quien fuese parco en comer,
ó por lo menos, de quien no comiese muy espléndidamente; esto es, un
mujol, ó un barbo, ú otro pez de semejante tamaño, que no pesaría dos
libras. Cualquiera que leyese la Historia de la Sagrada Escritura,
conocerá claramente ser esta una cosa absurda, y ridícula: porque allí
se lee: Y salió (Tobías) para lavarse los pies: y he aquí, que salió un
pez disforme, que quería tragárselo. Esto solo, sin amontonar más
razones, demuestra claramente, que el pez era muy grande; de suerte que
lo que leemos de él, no pueda cómodamente adaptarse á un pececillo, que
no es capaz de representar á aquella horrible fiera. Yo quisiera, que
para que todo se representase más al vivo, pintaran nuestros Pintores,
no en la mano, sino a los pies de S. Rafael, un pez grande, y algún
tanto horrendo, como dice la Escritura. No es de mi intento el
averiguar, qué género de pez era aquel. Si alguno deseare saberlo, podrá
ver al R. P. Fr. Antonio de la Madre de Dios, Carmelita Descalzo, Autor
de los Preludios Isagógicos, prælud. I. digres. 4. sect. I.
Las imágenes proveden del blog de José Vallejo Prieto, "El Grutesco"[1]
Selección y transcripción del texto:José Gálvez Krüger
Las imágenes proveden del blog de José Vallejo Prieto, "El Grutesco"[1]
Selección y transcripción del texto:José Gálvez Krüger
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