lunes, 12 de agosto de 2013

EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO.

El tercero de los elementos que han pervivido hasta nuestros días a causa de la romanización es la religión cristiana, que es la mayoritaria en la España actual.

Una época de tolerancia
Durante los primeros siglos de dominio romano, las autoridades respetaron los cultos de los pueblos indígenas de Hispania, de base animista, lo que significa que adoraban a los elementos de la naturaleza. Conforme aquel dominio se fue fortaleciendo, algunas de las deidades de los pueblos sometidos se confundieron con las de los romanos que, a su vez, las habían heredado de los griegos. La tolerancia de las autoridades en materia religiosa exigía a cambio el culto al emperador como elemento de cohesión de los habitantes del imperio.

Orígenes de la religión cristiana y su influencia en Hispania
Esta actitud de tolerancia se vio comprometida cuando nació el cristianismo predicado por Jesús. La nueva religión, que era rigurosamente monoteísta, se oponía tanto a los dioses de los pueblos prerromanos como al culto al emperador, lo que motivó su persecución por parte del Estado. Pese a ello, el cristianismo se fue difundiendo, a veces de forma totalmente clandestina, desde las ciudades.
El cristianismo debió llegar a la península Ibérica a mediados del siglo II, probablemente, desde el norte de África. Pero fue después de que el edicto de Milán, del año 313, autorizara a la Iglesia a realizar un culto público, cuando los cristianos hispanos dieron muestras de actividad. Uno de sus jefes más acreditados, Osio de Córdoba, intervino en la redacción del Credo niceno o símbolo de la nueva fe en el Concilio de Nicea del año 325.

Frontal de un sarcófago paleocristiano del siglo VFrontal de un sarcófago paleocristiano del siglo V.

Organización de la Iglesia hispana
En el año 380, el emperador Teodosio, de origen hispano, dispuso que el cristianismo fuera la única religión oficial del imperio. Entonces, la Iglesia de Hispania, como la de las restantes regiones, se organizó.
La Iglesia siguió el modelo de la administración civil romana: creó provincias, presididas por un arzobispo o metropolitano. Las provincias se dividieron en diócesis, que estaban gobernadas por un obispo.
Junto a esa Iglesia secular, otras personas que aspiraban a una vida de oración y penitencia empezaron a crear pequeños monasterios. Fueron el embrión del monacato, también llamado Iglesia regular.
La nueva religión impregnó la cultura romana en muchos sentidos. En las creaciones artísticas buscó el simbolismo religioso más que la belleza estética, según se observa en los sarcófagos paleocristianos, como el de Santa Engracia de Zaragoza o el de Écija. En las creaciones literarias exaltó las virtudes de los mártires de las persecuciones, de mano de poetas como Prudencio. En la interpretación de la historia, sustituyó el concepto de azar, propio de la tradición clásica grecorromana, por el de providencia, donde mediaba la intervención de Dios.
Según Paulo Orosio, discípulo de San Agustín, Dios es el motor de la historia y su evolución responde a un proyecto divino. Precisamente, como parte de ese proyecto, Dios permitía que los bárbaros, los germanos, entraran en el imperio romano. Era el medio utilizado por Él para promover su conversión al cristianismo.

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