El
concilio de Nicea lo convocó y presidió el emperador Constantino y
acudieron más de trescientos obispos. Se trató sobre la organización de
la iglesia y se estableció la fórmula que resume la fe cristiana y que
conocemos con el nombre de credo. Se llegó al acuerdo de que las sedes
de Roma, Antioquía, Alejandría y Jerusalén tendrían mayor importancia
que las demás. En el concilio de Constantinopla también se incluyó a
esta ciudad entre las privilegiadas.
El
concilio de Éfeso estuvo motivado por la fuerte disputa que existía
entre los que planteaban que María era sólo la «madre de Cristo», y los
que decían que era la «madre de Dios». El problema quedó zanjado cuando
el emperador Teodosio II eligió la segunda opción.
En
el concilio que se celebró en la ciudad de Calcedonia se decidió que
Jesucristo tenía dos naturalezas, una divina y otra humana. Muchos de
los que pensaban que solo tenía naturaleza divina se separaron, por
ejemplo los coptos, cristianos egipcios que perduran en la actualidad.
En
estos concilios, a la vez que se establecieron las creencias que se
consideraban únicas y verdaderas, el cristianismo también fue
dividiéndose y transformándose en una religión muy variada y abierta a
diferentes sensibilidades.
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