Uno de los rasgos
distintivos de Jesús en su vida y predicación es su acercamiento, aceptación y
cercanía a los «pecadores» (->pecado), que podemos
resumir con el término de -> amor. Es más, en algunos momentos presenta
esta relación positiva hacia ellos como el resumen de su misión con las
conocidas palabras de no haber venido a llamar a los justos sino a los pecadores
(Mc 2,28 y par Mt 9,13; Lc 5,32). La parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14;
Lc 15,1-7) es una buena dramatización de esta actitud; se habla de la alegría en
el cielo por un pecador que se convierte. Y la de los dos hijos o «Hijo pródigo»
(Lc 15,11-31) tiene, entre otros muchas significados el de mostrar la acogida
gratuita y amor del padre hacia quien está lejos de él.
En muchos momentos
esto aparece en las acciones del propio Jesús que se acerca y acoge a personas
consideradas, a menudo con razón, como pecadoras (la pecadora de Lc 7,36-50,
Leví y otros publicanos (Mc 2,13-17 y par Mt 9,9-13; Lc 5,27-32), Zaqueo (Lc
19,2-10) y a la inversa, es decir, los muchos pecadores que, confiados, acuden a
Jesús, (v. gr. Mc 2,15ss. y par. Mt 9,10 y Lc 5,29) y son acogidos por él.
Precisamente esta actitud de Jesús provoca la crítica de sus adversarios (Mc 2,
16 y par. Mt 9, 11 y Lc. 5, 30), los cuales llegan a designarle como «amigo de
publicanos y pecadores», designación que él acepta como una característica
propia (Mt 11, 19; Lc 7, 24). Dada la mentalidad de la época «pecador» es un
concepto muy vinculado con enfermo y marginado. Para comprender la actitud de
Jesús hacia los pecadores es preciso tener en cuenta también su comportamiento hacia este
tipo de personas. Y también el que profesa hacia sus «enemigos» -> amor
a los enemigos.
Es, sin duda, una
característica nueva, comparada con el panorama respecto a este tema en otros
sistemas religiosos, donde el pecador es rechazado o, al menos, alejado de los
«buenos».
Evidentemente el
amor universal revelado, realizado y predicado por Jesús no admite excepciones
debidas a la condición pecadora de algunas personas y, en algún sentido, de
todas, al menos en determinados momentos.
Modelo y fuente de
esa actitud es la del Padre Dios que no hace depender su amor de las conductas
humanas sino es gratuito, benevolente, y se extiende de forma especial a quien
más lo necesita en todos los sentidos (cfr. Mt 5,45-46). Es una característica
típicamente divina.
Evidentemente esta
aceptación de los pecadores no es para animarles a seguir en su tipo de vida,
sino para que se conviertan y la cambien. Así lo muestran sus exhortaciones a no
pecar más (Jn 5,14; 8,11) una vez que ha liberado a alguien del pecado y/o de
sus consecuencias.
En una palabra, la
acogida de la persona pecadora no es aprobar o aceptar el pecado, contra el que
Jesús claramente lucha y al que se opone. En Jesús se realiza perfectamente el
odiar al pecado pero amar al pecador, distinción que, lejos de ser artificial o
retórica, nos da la clave para comprender el amor hacia los pecadores.
Jesús, por otra
parte, exhorta a sus discípulos a tener esta misma actitud. No es algo
únicamente propio de su persona. Cuando envía a sus discípulos a extender su
misión se dice que han de ir a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt
10,6), lo que, dentro de las limitaciones del texto, hace presente la especial
atención a las personas en situación religiosa negativa. -> arrepentimiento;
conversión; penitencia; perdón.
Federico
Pastor
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