SUMARIO: I.
Una opción pastoral. II. Motivaciones y realizaciones: 1. Razones y significado
de esta opción pastoral; 2. Realizaciones de la catequesis con la tercera edad.
III. Necesidades fundamentales de las personas mayores. IV. Experiencias que
deben cultivarse. V. La catequesis en la tercera edad: 1. El sujeto de la
catequesis y sus objetivos en la tercera edad; 2. Contenidos de la catequesis,
según etapas; 3. Una pedagogía catequética apropiada; 4. «Vida ascendente», una
respuesta eclesial.
I. Una opción pastoral
La Iglesia posconciliar ha tomado conciencia de que su misión es servir al
hombre, de que el camino de la Iglesia pasa ineludiblemente por el hombre y de
que sus preferencias se centran en los más necesitados, que en su mayoría, en
nuestra sociedad, siguen siendo las personas mayores. Nos complace saber que la
comunidad eclesial hace suyos a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón... Es la persona humana la que hay que salvar. Es la
sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el
hombre entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad,
quien centrará las atenciones pastorales de la Iglesia (cf GS 1 y 3).
Consecuente con estos principios, y refiriéndose a las personas mayores, el
Directorio general para la catequesis nos advierte: «Las personas de esta
edad, a veces consideradas como objeto pasivo, más o menos molesto, es necesario
verlas como un don de Dios a la Iglesia y a la sociedad, a las que hay que
dedicarles también el cuidado de una catequesis adecuada. Tienen a ella el mismo
derecho y deber que los demás cristianos» (DGC 186).
La acción pastoral de la Iglesia al servicio de la persona mayor es acción, pero
no se reduce a mera práctica. Interpreta su vida y sus problemas a la luz del
evangelio y se compromete en la transformación de su mundo en reino de Dios.
Para ello la Iglesia ha de ayudar a liberar a la persona mayor de cuanto le
impide conseguir la verdadera libertad y felicidad, nacida de su condición de
hija de Dios y hermana de las demás personas. Se aboga, pues, por una catequesis
que responda a las necesidades y exigencias de la persona mayor. En una sociedad
secularizada, donde la ignorancia, la pasividad y la indiferencia religiosa son
lacras concomitantes (cf GS 19), «la evangelización es la tarea esencial de la
Iglesia, su vocación y su identidad más profunda» (EN 14).
La preocupación de la Iglesia por la persona mayor nos viene expresada con voces
diversas. Juan Pablo II nos dice: «Es necesario que se desarrolle en la Iglesia
una pastoral para la tercera edad, en la que se insista en el papel creativo de
la misma, de la enfermedad y la limitación parcial; en el valor de cada vida,
que no termina aquí sino que está abierta a la resurrección y a la vida
permanente. Con ello se hará una labor eclesial y se prestará un servicio a la
sociedad, clarificando la escala de valores humanos»
(Juan Pablo II en España. Discursos y homilías).
En esta misma dirección, la Comisión episcopal de enseñanza y catequesis invita
a dar respuesta a las necesidades pastorales de la colectividad, cada vez más
numerosa, de las personas de la tercera edad: «Al abrirse esta tercera y
definitiva fase de la vida humana, la Iglesia debería ofrecer la posibilidad de
que los cristianos de edad avanzada ahondasen en los cimientos de su fe para
poder vivir con la mayor plenitud cristiana posible este período muchas veces
largo todavía de la vida. Hay que tener en cuenta que, para no pocos, esta
catequesis constituye, tal vez, la fundamentación cristiana, personal y
consciente que no tuvieron o el encuentro primero con el Dios vivo que, sin
saberlo, siempre buscaron» (CC 251).
Por eso «se ha de tener en cuenta la diversidad de situaciones personales,
familiares, sociales; en particular, la situación de soledad y riesgo de
marginación. La familia cumple una función primaria, porque en ella el anuncio
de la fe puede darse en un clima de acogida y de amor que confirman, mejor que
ninguna otra cosa, el valor de la Palabra. En todo caso, la catequesis de los
ancianos, mejor dicho, mayores, ha de asociar al contenido de la fe la presencia
cordial del catequista y de la comunidad creyente. Por lo que es deseable que
los ancianos participen plenamente en el itinerario catequético de la comunidad»
(DGC 186).
La Iglesia no se cansa de recordar que «quienes con la ayuda de Dios han acogido
el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a él, se sienten, por su
parte, urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la
buena nueva... Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de
generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y
celebrándola en la liturgia y en la oración» (CCE 3). Los esfuerzos realizados
en la Iglesia por ayudar a los hombres a creer que Jesús es el hijo de Dios, a
fin de que, por la fe, tengan vida en su nombre y para educarlos e instruirlos
en esta vida y construir el cuerpo de Cristo (CT 1, 2) reciben distintos
nombres: el primer anuncio del evangelio o predicación misionera para suscitar
la fe y la catequesis, que «comprende especialmente una enseñanza de la doctrina
cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a
iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana» (CCE 5).
II. Motivaciones y realizaciones
1. RAZONES Y
SIGNIFICADO DE ESTA OPCIÓN PASTORAL. La Iglesia es madre
de los hombres y son múltiples y obvias las razones que la
urgen a sembrar el evangelio y a servirlo en los más variados contextos
sociales. Entre otras razones cabe destacar las siguientes:
a) Motivos de arden sociocultural. El incremento
acelerado del número de personas mayores en nuestra sociedad representa una
nueva y específica tarea pastoral de la Iglesia. La situación de pobreza, y
hasta de miseria, suscita en la madre Iglesia un profundo dolor, pues «una
multitud ingente de hombres y mujeres ancianos sufren el peso intolerable de la
miseria» (SRS 13b). La falta de actualización cultural y el pluralismo
ideológico y religioso en una sociedad secularizada, el desconocimiento de sus
derechos y deberes en la sociedad y en la Iglesia y el predominio de la
productividad y el consumismo, como valores prioritarios en nuestra sociedad
materialista, nos permiten poder afirmar que solamente vale lo que produce y
quien produce. Miradas así las cosas, envejecer pasa a ser una realidad
siniestra, de modo que se puede afirmar: es posible que nadie quiera decirlo,
pero en nuestra sociedad de consumo sobran los viejos y molestan las tres
virtudes teologales. La obra evangelizadora de la Iglesia tiene, en este vasto
campo de los derechos humanos, una tarea irrenunciable: manifestar la dignidad
inviolable de toda persona humana. En cierto sentido, como recuerda el
Directorio general para la catequesis, es la «tarea central y unificante del
servicio que la Iglesia, y en ella los laicos, están llamados a prestar a la
familia humana. La catequesis ha de prepararles para esa tarea» (DGC 20).
b) Razones de índole antropológica y psicológica.
«La última crisis del ciclo vital de la persona se caracteriza por la lucha y
dialéctica entre una búsqueda de integridad y un sentido de desesperación y
disgusto» (E. H. Erikson). La persona mayor experimenta limitaciones
físicas y psíquicas, el sentimiento de inadecuación, la desestima personal, la
pérdida de categoría y consideración social, al llegar la jubilación; la
ausencia de personas significativas y el valor para encarar la propia muerte.
Pero, al mismo tiempo, la última crisis del ciclo vital puede ser tiempo de
gracia: realización serena de la propia identidad personal, fundamento radical
de la vida, que ofrece motivos para la esperanza y razones para vivir y morir
con paz y plenitud de sentido. Vivir es una vocación: «Antes de formarte en el
vientre de tu madre te conocí» (Jer 15), y también morir es escuchar la llamada:
«Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros
desde el principio del mundo» (Mt 25,34). Gozosa invitación que ya recoge el
salmista: «Al despertarme me saciaré de tu presencia» (Sal 17,15).
c) Razones de orden teológico-moral.
Existe entre las personas mayores mucha ignorancia
religiosa, debida a razones diversas: la falta de una catequesis adecuada a esa
edad, el desconocimiento de sus necesidades e intereses religiosos, la falta de
consideración y protagonismo en la comunidad cristiana... Añadamos, además, que
en la cultura actual se da una persistente difusión de la indiferencia: «Son
muchos los que hoy en día se desentienden de esta íntima y vital unión con Dios
o la niegan de forma explícita» (GS 21). He aquí alguna de «las causas de que
una muchedumbre de bautizados estén totalmente al margen del Bautismo y no lo
vivan» (EN 56). Por esto, urge en nuestra comunidad eclesial la voluntad
efectiva de una opción firme por la catequesis de la persona mayor (CC 38). No
sólo para ayudarles a vivir la última etapa de su vida con el gozo que procura
la fe, sino también para ayudarles a ser elemento evangelizador decisivo para la
renovación de la comunidad cristiana. Millones de hombres y mujeres de más de
sesenta y cinco años no quieren ni pueden seguir siendo simples objetos
de nuestras atenciones: quieren ser sujetos activos en servicio de la
sociedad y de la Iglesia. «La evangelización encuentra en el terreno
religioso-moral un campo preferente de actuación. La misión primordial de la
Iglesia es anunciar a Dios, ser testimonio de él ante el mundo. Se trata de dar
a conocer el verdadero rostro de Dios y su destino de amor y de salvación en
favor de los hombres, tal como Jesús lo reveló. Para preparar tales testigos es
necesario que la Iglesia desarrolle una catequesis que propicie el encuentro con
Dios y afiance un vínculo permanente de comunión con él» (DGC 23), de modo que
de esa unión brote la coherencia de vida con su fe y participe
corresponsablemente de la misión de la Iglesia en el mundo y la toma de
conciencia de las exigencias sociales que la fe viva comporta.
2. REALIZACIONES DE
LA CATEQUESIS CON LA TERCERA EDAD. Un análisis de las realizaciones
concretas de la catequesis con la tercera edad en la Iglesia actual arroja una
gran variedad, felizmente incrementada
los últimos años.
a) De modo poco sistematizado, encontramos formas de servicio a la educación de
la fe de la persona mayor en el ámbito de la actividad litúrgico-sacramental:
homilías en las eucaristías y celebraciones de la Palabra según los tiempos
litúrgicos y en fechas de aniversarios; celebraciones de los sacramentos del
perdón y de la unción de los enfermos...
b) Con carácter más formativo, se realizan encuentros periódicos,
semanales o mensuales, cursillos, conferencias, seminarios sobre la fe; grupos
de reflexión y oración, especialmente prodigados por el movimiento eclesial
Vida ascendente, al que Juan Pablo II considera «como una fortuna para la
sociedad, para la Iglesia y para la tercera edad» (P. Martín, Vida
ascendente, 8).
c) En parroquias y residencias donde el movimiento Vida ascendente se ha
implantado y sigue vivo y hasta pujante, se viene poniendo en práctica la
catequesis ocasional y también la catequesis sistemática de inspiración
catecumenal mediante materiales catequéticos como vida en plenitud (cf T.
Gutiérrez). La Iglesia existe para evangelizar, esto es, para llevar la
buena noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo,
transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. Este y otros materiales
quieren responder a la catequesis peculiar de la tercera edad y dar respuesta a
la necesidad apremiante de evangelización o de una catequesis sistemática de
inspiración catecumenal, o quizá, en algunos casos, de una formación permanente
de la fe.
III. Necesidades fundamentales de las personas mayores
La evangelización misionera y catequética de la persona mayor habrá de conocer y
tener muy en cuenta cuáles son las experiencias y necesidades específicas y
fundamentales de la persona mayor, para que incida en su vida.
a) Necesidad de amar y ser amado. Todo ser humano,
para seguir vivo y poder realizarse como persona, tiene necesidad de amar y
sentirse amado por otras personas. Esta necesidad es propia de toda persona
psíquicamente sana, y uno de los componentes más fuertes del obrar humano. «El
hombre no puede vivir sin amor. El
permanece para sí mismo un ser incomprensible. Su vida está privada de sentido
si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta
y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por eso precisamente, Cristo
redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre. En esta dimensión amorosa,
el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su
humanidad» (RH 10).
Afirmar que el hombre es imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26), quiere decir que
está llamado a vivir en comunión efectiva con otro: es la vocación al amor.
Educar en la fe, es ayudar a potenciar en el otro sus cualidades, buscar su
verdad y plenitud, pero abriéndose a los demás por su vocación divina a la
alteridad, a la fraternidad. En lo recóndito de nuestra existencia vamos
haciéndonos, gracias a los que nos aman, y también gracias a nuestros encuentros
en amor y amistad con los demás. El amor de ida y vuelta es la
experiencia incondicional por excelencia para que nuestra existencia madure
excepcionalmente y en esa experiencia, iluminada por el evangelio, descubrimos
el rostro de Dios revelado por Jesús y la fraternidad de su Reino.
b) Necesidad de producir y ser útil. Psíquicamente
sana es la persona capaz de amar y trabajar en libertad. Y el trabajo responde a
la necesidad apremiante, también de la persona mayor, de producir y sentirse
útil. La realización permanente de uno mismo resulta imposible sin comprometerse
de alguna manera en una actividad significativa. Y profundamente significativa
puede llegar a ser la actividad de la persona mayor que se sabe colaboradora en
la recreación y en la mejora del mundo. En efecto, el trabajo, todo trabajo,
incluso el no remunerado, el voluntario, edifica en un grado u otro la sociedad,
desarrolla la obra del Creador, sirve al bien de los hermanos y contribuye, de
modo personal, a que se cumpla el proyecto de Dios en la historia. «Para el
cristiano, el trabajo se inscribe en la historia de la salvación, en la
construcción del reino de Dios» (LE 27).
c) Necesidad de ser uno mismo, original y creativo.
La pastoral de la tercera edad, y dentro de ella la
catequesis de inspiración catecumenal, intenta de inmediato que la persona siga
siendo ella misma, sujeto activo de sus decisiones, de todo aquello que le
permite ser más ella misma, más viva, más feliz, potenciando su realización
personal. La originalidad más preciosa y rara del ser humano consiste en la
consecución de una vida sana y gozosa, que depende de
un continuo esfuerzo autocreativo que va del nacer
al morir. Abarca el ciclo completo de la vida en continuo comenzar. En la raíz
de toda vida humana plena está el hecho de aceptarse a sí mismo con sus
cualidades y limitaciones. Pues bien, la catequesis de la persona mayor, en
cuanto cristiana e inspirada en la ley de la encarnación, promueve este impulso
al perfeccionamiento humano. El evangelio de Jesús y el Jesús del evangelio dará
conciencia a la persona mayor de que su realización personal encierra un plus de
dignidad al descubrirse hija amada de Dios y hermana de los demás seres humanos
«en Cristo, el Hijo amado». En efecto, a los ojos de Dios, toda persona es
valiosa, amable, original y digna de su amor incondicional de Padre. El secreto,
pues, de la auténtica realización de la persona llegada a la tercera edad es
descubrir ese valor personal y único de filiación y fraternidad, creer en él con
fuerza, y realizarlo con decisión, mediante la ayuda del espíritu de Jesús, el
Señor.
d) Necesidad de dar sentido a la propia vida.
Exigencia insoslayable del corazón humano es dar
significado a cuanto le rodea y le sucede en la vida, esto es, la necesidad
imperiosa de comprender el sentido de las cosas, de las personas y de los
acontecimientos. Tres ingredientes con los que toda persona construye su
proyecto de vida. En la base de esta necesidad constitutiva de la persona mayor
brotan frecuentes e insoslayables estas preguntas: ¿Qué sentido tienen mi vida y
mi muerte? ¿Cuál es mi verdadero carnet de identidad personal? ¿Cómo realizarme
para llegar a ser una criatura nueva? Preguntas
que sólo la fe cristiana sabe responder. Y es que no basta
vivir. Se necesita una razón que justifique y dé fuerzas para vivir la propia
identidad personal, porque en la raíz de toda opción hay siempre un porqué. «La
catequesis, al presentar el mensaje cristiano, no sólo muestra quién es Dios y
cuál es su designio salvífico, sino que, como hizo el propio Jesús, muestra
también plenamente quién es el hombre al propio hombre y cuál es su altísima
vocación. La revelación, en efecto, no está aislada de la vida, ni yuxtapuesta
artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la
ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del evangelio» (DGC
116).
IV. Experiencias que deben cultivarse
Hay una tesis fundamental que afirma la sintonía que se da entre las
experiencias profundas de la persona mayor y el mensaje cristiano. Para Jung, en
la vida de los mayores existe un máximum de sentido que les capacita para vivir
más intensamente su existencia. A su vez, K. Rahner afirma que la «idea de que
el mensaje cristiano encuentra siempre y en todas las épocas gentes dispuestas a
escucharlo pertenece a la naturaleza del mensaje mismo; pero esto quiere decir
también que, constitutivamente, el mensaje habrá de tener en cuenta la situación
interna y externa concreta del oyente». De ahí que el proceso catequético tienda
a privilegiar aquellas experiencias que son nucleares para un hombre que vive la
última etapa de su vida y en una situación determinada. «Todo proceso
catequético de educación de la fe ha de saber conjugar lo nuclear del evangelio
con las experiencias nucleares de los catecumenados. Se superará así la falsa
dicotomía: catequesis vivencial y catequesis doctrinal, mediante un proceso de
catequización que integre el evangelio y la experiencia» (CC 224). Experiencias
nucleares son las que se exponen a continuación.
a) Experiencia de éxodo, liberación y plenitud. La
persona mayor tiene conciencia aguda de sus propias limitaciones, esclavitudes y
contradicciones internas. Surge ahí un deseo de salir de sí para encontrarse con
la Luz. Búsqueda de más plenitud, capaz de reorientar la propia persona según
las exigencias y necesidades más profundas del corazón humano. Es la experiencia
significativa de san Agustín, compartida por tantas personas mayores: «Nos
hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en
ti». La fe brota del corazón, afectando a la persona por completo. «Al encontrar
a Jesucristo y al adherirse a él, el ser humano ve colmadas sus aspiraciones más
hondas: encuentra lo que siempre buscó y además de manera sobreabundante» (AG
13a).
b) Experiencia de conversión.
Toda persona es un ser en comunión. Ha sido creada para vivir
en armonía con su Dios, con los hermanos, consigo misma y con todo lo creado.
Por el pecado se siente dividida en sí misma, separada de las otras personas y
en guerra con la creación. La experiencia de conversión es salida de sí y
superación del narcisismo para optar por la forma nueva de ser persona según
Jesucristo, dentro de sus posibilidades y remitiéndose confiadamente a la divina
misericordia, con toda humildad y jovialidad de espíritu. «La fe es un don
destinado a crecer en el corazón de los creyentes. La adhesión a Cristo da
origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida. Quien accede
a la fe es como un niño recién nacido que, poco a poco, crecerá y se convertirá
en un ser adulto, que tiende al estado de hombre perfecto, a la madurez de la
plenitud de Cristo» (DGC 56).
c) Experiencia de
mirada cristiana y compromiso liberador.
El milagro transformador de la fe son los
ojos nuevos, que convierten lo
cotidiano en signo, en sacramento de la presencia de Dios, y sacramento de la
presencia de uno mismo ante Dios. Los signos de los tiempos están ahí con un
mensaje que ha de ser descifrado desde la persona de Jesucristo y su causa. En
efecto, «la voz del Espíritu que Jesús, de parte del Padre, ha enviado a sus
discípulos, resuena también en los acontecimientos mismos de la historia. Tras
los datos cambiantes de la situación actual y en las motivaciones profundas de
los desafíos que se le presentan a la evangelización, es necesario descubrir los
signos de la presencia y del designio de Dios. Se trata de un análisis que debe
hacerse a la luz de la fe, con actitud de comprensión. Valiéndose de las
ciencias humanas, siempre necesarias, la Iglesia trata de descubrir el sentido
de la situación actual, y en las motivaciones profundas de los desafíos que se
le presentan a la evangelización, es necesario descubrir los signos de la
presencia y del designio de Dios dentro de la historia de la salvación. Sus
juicios sobre la realidad son siempre diagnósticos para la misión» (DGC 32).
d) Experiencia de apertura al misterio. La catequesis de la persona mayor
tiene en cuenta la situación de fe del catequizando: habrá quien llegue a esta
edad con una fe sólida y rica; otros con una fe débil, y no faltará quien llegue
a la última etapa de su existencia con profundas heridas en su alma. «En
cualquier caso, la condición de la persona mayor reclama una catequesis de la
esperanza que proviene de la certeza del encuentro definitivo con Dios. Es
siempre beneficioso para él y para la comunidad el hecho de que el anciano
creyente dé testimonio de una fe que resplandece aún más a medida que se va
acercando al gran momento del encuentro con el Señor» (DGC 187).
Afortunadamente, una cierta coherencia consigo misma impulsa a la persona mayor
a plantearse las grandes preguntas de sentido último. El Misterio y su propio
misterio se le imponen en la medida en que vive con una cierta autenticidad,
propia de su edad. Cuando un hombre se encuentra con Dios, no sólo fundamenta su
finitud, sino que despierta lo más propio del espíritu finito, su nostalgia de
eternidad. Hemos sido creados para él y sólo podremos saciarnos con su Rostro.
Aquí es de capital importancia recordar con Pascal que «a Dios no lo conocemos
sino por Jesucristo. Fuera de él, no sabemos ni lo que es nuestra vida ni
nuestra muerte, ni Dios ni nosotros mismos» (Pensamientos, 73). De ahí la
importancia, para toda persona mayor, de conocer a Jesucristo, de
saber a Jesucristo hasta poder decir: «Para mí la vida es Cristo» (Flp
1,21).
e) Experiencia de
comunión y misión. La persona humana es
un ser en relación. Se realiza como persona en la medida en que se abre a los
demás y entra en relación solidaria con ellos. La persona mayor encuentra en la
comunidad un espacio privilegiado para actualizar, vivir y compartir su fe. En
comunidad, todos sus miembros se hacen esta pregunta fundamental: ¿Cómo está
Dios en este mundo concreto al que queremos llevar la buena noticia? ¿Cómo está
y cómo quiere estar para que la persona mayor pueda vivir como hijo de Dios y
como hermano de los demás hombres? La catequesis de talante catecumenal es una
iniciación a la vida comunitaria, a la oración personal y con otros hermanos, a
leer e interpretar juntos la Palabra, a interpelarse y animarse a vivir la fe...
El papel de la comunidad en la catequesis de iniciación y en el proceso de
conversión permanente es insustituible: «Para favorecer tal proceso, se necesita
una comunidad cristiana que acoja a los iniciados para sostenerlos y formarlos
en la fe. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe
y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. El
acompañamiento que ejerce la comunidad en favor del que se inicia se transforma
en plena integración del mismo a la comunidad» (DGC 69).
Además, la comunidad es para la misión. Comunidad y
misión son dos realidades que se implican. Y la comunidad para la misión se
constituye según el modelo de la comunidad de los Hechos de los apóstoles: donde
todos «tenían un solo corazón y una sola alma» (He 4,32). «El catecúmeno, en
unión fraterna con los demás creyentes, va adentrándose de forma progresiva en
lo que la Iglesia cree, vive, celebra y anuncia. En la catequesis, la misma
Iglesia se va presentando a sí misma como realidad sacramental de salvación» (CC
253). Por otra parte, el aprendizaje de la vida comunitaria es esencial a la
vida cristiana. Convivir, cooperar con los demás, sentir y simpatizar con los
proyectos y preocupaciones de los otros es un deber que el cristiano ha de
conservar toda la vida. «La presencia de la persona mayor en el seno de la
comunidad es una bendición del cielo. Es la depositaria de una intensa
experiencia de vida, lo que en cierto modo la convierte en catequista
natural de la comunidad. Es, de hecho, testigo de la tradición de fe, maestra de
vida y ejemplo de caridad. La catequesis valora esta gracia, ayudando a la
persona mayor a descubrir de nuevo las ricas posibilidades que tiene dentro de
sí; ayudándola también a asumir funciones catequéticas en relación con el mundo
de los pequeños para quienes, a menudo, son abuelos queridos y estimados, y en
relación con los jóvenes y los adultos. De este modo se favorece un rico diálogo
entre generaciones dentro de la familia y de la comunidad» (DGC 188).
V. La catequesis en la tercera edad
1. EL SUJETO DE LA
CATEQUESIS Y SUS OBJETIVOS EN LA TERCERA EDAD. El
educador de la fe, después de saber cuáles son las
necesidades más profundas de la persona mayor, se pregunta en qué situación
humana y religiosa se encuentran los destinatarios de su acción catequética. «La
catequesis de los ancianos debe estar atenta a los aspectos particulares de su
situación de fe» (DGC 187). Aun admitiendo una multiplicidad de situaciones
personales, el acompañamiento pastoral personalizado y comunitario de la persona
mayor habrá de tener en cuenta tres situaciones particulares.
a) Los alejados de la fe, víctimas quizá de la
ansiedad, el temor y la amargura; de la discriminación y, tal vez, del olvido de
la propia Iglesia. En esta situación, se realizará una catequesis de talante
misionero, también llamada precatequesis, pues no es infrecuente que «la persona
mayor llegue a esta edad con profundas heridas en el alma y en el cuerpo: la
catequesis le ayudará a vivir su situación en actitud de invocación, de perdón,
de paz interior» (DGC 187).
Sus objetivos fundamentales son: descubrir los valores humanos propios y
ajenos, encontrar la sintonía entre estos valores y la fe cristiana, a través de
la presencia amorosa, el servicio desinteresado y el testimonio de vida del
animador y de otros cristianos y cristianas. Sigue siendo válida la confesión:
«Cuando hablo de Cristo, los hombres se alejan, cuando vivo de Cristo, se
acercan». Superada esta situación, las personas mayores se homologan con las de
la situación siguiente.
b) Los interesados en madurar su fe,
fuertemente enraizada en el pasado, pero con vistas
al futuro. Por ello, sienten la urgencia de una catequesis de inspiración
catecumenal en sintonía con sus necesidades. Es la acción
catequético-iniciatoria para los que optan por
el evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación (DGC
49).
En razón de las personas a quienes se dirige la catequesis, esta seguirá
conservando, en sus primeras reuniones, un talante misionero o precatequético,
pero con una progresiva temática de catequesis que ahonde la conversión a la
persona de Jesús y su evangelio, al mismo tiempo que se insistirá ya en el
descubrimiento gozoso de pertenencia a la Iglesia (CC 173).
Entre los objetivos fundamentales de esta etapa señalamos: actualizar su
fe en Dios, de modo que puedan vivir gozosamente su fe en él, como Padre de
nuestro Señor Jesucristo y su propio Padre (CC 177); afianzar su confianza en
Jesucristo y su fe en la comunidad eclesial; ayudarles a descubrir el sentido
cristiano gozoso y servicial de esta última etapa de la vida; y a aceptarla como
es, asumiendo el pasado sin amarguras y hasta con gratitud.
c) Los creyentes integrados en la comunidad cristiana.
Esta etapa ya no es de catequesis, sino de
formación permanente en la fe. Conviene advertir que las tres etapas no son
cerradas: se reiteran siempre que sea necesario, ya que tratan de dar el
alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de
la misma comunidad (DGC 49).
Los objetivos propios para esta etapa comunitario-pastoral serán, entre
otros, seguir madurando en su fe en el Resucitado y participar más activamente
en la construcción del Reino en el entorno social, responsabilizándose de
algunas acciones pastorales de la
comunidad cristiana local y en la sociedad. El futuro de la evangelización está
ligado a la creación de comunidades cristianas vivas, también entre los mayores,
donde alimenten, revisen y compartan la fe.
2. CONTENIDOS DE LA
CATEQUESIS, SEGÚN ETAPAS. La catequesis es una
acción eclesial ofrecida a los mayores en unos años concretos
de su vida, y en razón de las circunstancias personales que les ha tocado vivir.
En un buen número de personas, quiere ser una catequesis orgánica y sistemática
de esta etapa vital clave de la tercera edad, la que permite vivir de la única
ilusión, cuando se van abandonando las falsas ilusiones que no llenan el corazón
(CT 35). La catequesis podrá ser un proceso progresivo de reiniciación
cristiana, es decir, en línea catecumenal (CC 83).
El catequista de la persona mayor tendrá en cuenta que la palabra de Dios es la
fuente de la catequesis. De esa fuente tomará su mensaje. «La catequesis
extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la palabra de Dios,
transmitida mediante la tradición y la Escritura, dado que la Sagrada Tradición
y la Sagrada Escritura constituyen el único depósito sagrado de la palabra de
Dios confiado a la Iglesia» (CT 27).
En la presentación del mensaje se recomienda tener presentes estos criterios:
«El mensaje ha de estar centrado en la persona de Jesucristo; el anuncio de la
buena noticia del reino de Dios, centrado en el don de la salvación, implica un
mensaje de liberación. El carácter eclesial del mensaje remite a su dimensión
histórica y el mensaje evangélico, por ser buena noticia destinada a todos los
pueblos, busca la inculturación y se ha de presentar en toda su integridad y
pureza» (DGC 97).
a) Etapa precatequética. Esta primera etapa se
destina al estudio de los valores humanos, que han de ser vividos por las
personas mayores. Desde estas experiencias positivas o valores, Dios llama a las
personas a reconocerle a él y a su Hijo hecho Hombre, como fuente de estos
valores y sentido de la vida humana. Efectivamente, para la persona mayor es
fundamental vivir, con sentido, el último tramo de su camino; saber que la vida
merece la pena vivirse con plenitud, a imitación de Jesús, que pasó por la vida
haciendo el bien. Si, como advierte san Juan de la Cruz, «en la tarde de la
vida, te examinan del amor», la persona mayor hará suyo el deseo: «Señor, no
permitas que muera sin haber vivido y amado de veras».
b) Etapa catequética. Esta
etapa se centra en lo nuclear de nuestra fe, tomando como centro la persona de
Jesús, su obra y su mensaje de salvación. «Jesucristo no sólo transmite la
palabra de Dios: él es la palabra de Dios. Por eso la catequesis –toda ella–
está referida a Cristo» (DGC 98). El es centro de la historia de la salvación,
la clave, el centro y el fin de toda la historia humana (GS 10). En Cristo, el
Padre da una respuesta definitiva e irrevocable a los insoslayables
interrogantes del hombre, en su situación concreta acerca de su presente y de su
futuro destino. En Cristo, Dios Padre pronuncia un sí incondicional al hombre y
al mundo (2Cor 1,19-20) e invita al hombre a la comunión total consigo (Jn
14,21).
c) Etapa de la vida de fe vivida en comunidad,
dedicada a redescubrir la dimensión eclesial y sacramental de la vida cristiana.
«El cristocentrismo de la catequesis conduce a la confesión de Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo. La fe del cristiano es radicalmente trinitaria. El misterio de
la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana»
(CCE 234). A través de la reflexión común en una comunidad misionera y de su
inserción en ella, como lo exige la catequesis de inspiración catecumenal, las
personas mayores van a encontrar cabal respuesta a sus necesidades de plenitud
personal, pues la persona se realiza plenamente en la medida en que se abre a
los demás. Dios ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se
traten entre sí con espíritu de hermanos (GS 24).
A lo largo de esta propuesta de valores humanos y del mensaje cristiano, se va
sembrando la apertura a los demás y a la creación, sensibilizando para descubrir
acciones capaces de transformar la sociedad e instaurar en nuestro mundo el
reino de Dios.
La catequesis tiene un intrínseco carácter eclesial. «La catequesis no es sino
el proceso de transmisión del evangelio tal como la comunidad cristiana lo ha
recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica de múltiples formas» (DGC
105).
3. UNA PEDAGOGÍA CATEQUÉTICA APROPIADA. Toda pedagogía –también la catequética–
para responder creativamente a las necesidades de la persona –en este caso, de
la persona mayor– ha de ser una pedagogía de base humana. Al estilo de Jesús,
toda acción con los mayores estará
impregnada de calor humano, de cercanía y escucha, de acogida y comprensión;
será liberadora de cuanto impida a la persona mayor ser y sentirse libre y
salvada: 1) Una pedagogía creativa, estudiada y planificada en equipo y
con la participación de los mismos destinatarios. Es necesario, recordaba Juan
Pablo II, que se desarrolle en la Iglesia una pastoral para la tercera edad, en
la que se insista en el papel creativo de la misma (Juan Pablo II en España.
Discursos y homilías, 23). Será creativa y actualizada, si estudia la
realidad, marca los objetivos, planifica la acción, selecciona los medios y
motiva su realización y revisión. 2) Una pedagogía activa y participativa.
Que contrarreste la tendencia acentuada a la pasividad, propia de las
personas de estas edades. La razón de este protagonismo está en que esta
pedagogía quiere ser una forma de terapia ocupacional que organice
adecuadamente los muchos tiempos de ocio, que les dé sentido y vida y que
facilite la manifestación de los sentimientos íntimos en relación con Dios y con
los hombres. 3) Una pedagogía vivencial o de comunicación profunda de su
fe, personal y comunitaria, a través de encuentros de reflexión, de oración, de
celebración de la Palabra y de compromiso. 4) Una pedagogía de análisis, de
valoración y de transformación de la realidad conforme a los valores
evangélicos.
4. «VIDA ASCENDENTE», UNA RESPUESTA ECLESIAL.
Entre las diversas formas que puede tener la catequesis de la tercera edad,
merece mención especial el movimiento seglar Vida
ascendente. Es un verdadero
movimiento del Espíritu para dar respuesta desde la fe a la vida y a la
problemática de hombres y mujeres llegados a la edad de la jubilación. Nació
como respuesta a los signos de los tiempos en una sociedad occidental en
progresivo envejecimiento.
Entre los objetivos que se propone conseguir este movimiento eclesial,
destacamos la denuncia profética de la sociedad pragmática que no valora el
papel y la función de las personas mayores, condenándolas alegremente al
aislamiento y la incomunicación; ignora conscientemente el valor creativo de la
persona mayor, su bagaje de experiencia y su aportación generosa a la
construcción de la sociedad y de la misma Iglesia, colaborando, desde su
originalidad, en la extensión del reino de Dios. Es necesario recordar que, para
la Iglesia, la persona mayor creyente suele ser testigo ejemplar de sabiduría,
comprensión y amor, y depositaria de una intensa experiencia de Dios al servicio
de la familia y la comunidad.
Vida ascendente se define como un movimiento
seglar de Iglesia que, mediante su metodología propia, propicia la creación y
animación de grupos de amistad entre los cristianos de la tercera edad.
Se propone facilitarles el descubrimiento y constante desarrollo de la vida del
Espíritu, e impulsarles, desde la exigencia de esa vida, a realizar todas
aquellas acciones evangelizadoras con las que, según la vocación propia y los
dones peculiares de cada uno, pueden ser colaboradores eficaces de la
construcción, ya desde nuestra sociedad, de esos «cielos nuevos y tierra nueva
en los que reine la justicia» (2Pe 3,13).
BIBL.: AA.VV.,
La tercera fase de la vida, Concilium 235 (Monográfico, mayo 1991); ARNUALD
Y. A., Ensayo sobre fundamentos psicológicos de la comunidad, Atenas,
Madrid 1986; CARAM L., Vive tu fe, Edibesa, Madrid 1985; DAVANZO
G., Anciano,
en DE FLORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo
diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991^, 65-71; ERIxsON E.
H., Los viejos, Dopesa, Barcelona 1987; FLÓREZ F. J.-LÓPEZ-IBOR J. M.,
Saber envejecer, Temas de hoy, Madrid 1990; GUARDINI
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Madrid 1992; LASANTA J., Diccionario de teología y espiritualidad de Juan
Pablo II, Edibesa, Madrid 1996; MARTÍN P., Vida ascendente, la pastoral
eclesial apuesta por la tercera edad, Autor-editor, Madrid 1983; MOVILLA S.,
Del catecumenado a la comunidad, San Pablo, Madrid 1983; SovERNIOO G.,
El proyecto de vida, Atenas, Madrid 1990; Juan Pablo II en España.
Discursos y homilías, San Pablo, Madrid 1983^; VALERO M., Actividades
para la enseñanza de la religión, PPC, Madrid 1992.
Toribio
Gutiérrez Alonso
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