SUMARIO:
1. Persona adulta. — ll. Acción pastoraL — HL
Situación de los adultos con respecto a la fe cristiana. — IV Acción pastoral
con los adultos. — V. Acciones concretas de pastoral evangelizadora. —VI.
Cristianos adultos en una Iglesia comunitaria y corresponsable.
1. Persona adulta
Entendemos por
persona adulta aquella que ha llegado a alcanzar ciertos niveles en el
desarrollo de sus capacidades físicas y síquicas. En los países occidentales se
considera, a efectos jurídicos, que la mayoría de edad comienza a los 18 años.
Sin embargo podemos afirmar que una persona llega a madurar físicamente, a
alcanzar la plena adultez, en torno a los 25 años; hasta entonces está
creciendo. Por esta razón, con ciertas variaciones, se considera como edad
adulta la de las personas que tienen entre 25 y 65 años. Naturalmente esta
apreciación es puramente convencional y varía mucho de unos casos a otros, de
unos países a otros.
Sin embargo, más
importante que la adultez física es la adultez síquica o sicológica.
Generalmente se considera a una persona adulta cuando ha conseguido una cierta
integración personal, un equilibrio sicológico y una capacidad de dominar la
vida. El ser humano está llamado a vivir en libertad, a sentirse autónomo e
independiente, a desarrollar sus capacidades intelectuales, a valorar la
importancia de los sentimientos y de la afectividad y, mediante todo ello, a ir
dominando su vida y conduciéndola hacia las metas que se ha propuesto. A esto
podríamos llamar la autorealizacion personal. Cuando una persona vive
consciente de esta vocación podemos afirmar que es ya una persona adulta.
Habrá que tener en
cuenta, no obstante, que la descripción anterior debe ser pormenorizada y
detallada para percibir quién es una persona humanamente adulta. Por ejemplo, la
llamada a la libertad, a la autonomía y a la independencia necesita ser
completada con la visión humana de la socialización. En efecto, una persona
adulta va aprendiendo a vivir independientemente, pero también responsablemente,
es decir, con capacidad de responder ante sí mismo o ante otro; de la misma
manera va aprendiendo a vivir no sólo independiente sino interdependiente, dado
que la convivencia, en ocasiones fuente de problemas, es una necesidad de todo
ser humano. De la misma manera, la persona adulta va descubriendo que su
desarrollo intelectual y afectivo encuentra fuertes resistencias por la propia
limitación humana. Asumir los propios límites es un signo de adultez
indudablemente. En su afán de dominar la vida y el mundo que le rodea, la
persona choca frecuentemente con dificultades; vencerlas o aceptar la
imposibilidad de hacerlo es también signo de madurez.
Es importante
considerar que, dentro de la adultez, hay varias etapas, modificadas
generalmente por las responsabilidades que uno va asumiendo: en lo profesional,
en las tareas cívicas, en la decisión de formar una familia, etc. Desde esta
misma perspectiva se puede afirmar que la adultez no es un estado adquirido; es
decir, uno no es definitivamente adulto, va siéndolo cada día un poco más. Basta
considerar que la persona está en evolución permanente. Esta evolución es
origen, y a la vez es consecuencia, de la evolución de la sociedad: evoluciona
la cultura; la ciencia plantea nuevos retos; vamos conociendo mejor nuestro
entorno; las comunicaciones nos van mundializando. Todo ello abre a las personas
a situaciones nuevas, que un adulto debe afrontar; la capacidad de afrontar
nuevos retos pone de manifiesto el grado de madurez, de adultez, de una persona.
De ahí que hoy se acepte como algo natural la necesidad de una formación
permanente de los adultos; el ser humano va madurando en la medida en que se
mantiene en un aprendizaje continuo.
Asimismo hemos de
considerar que la adultez biológica no se corresponde necesariamente con la
adultez en otros aspectos de la personalidad. Las reacciones infantiles de no
pocas personas mayores lo ponen de manifiesto. A esto habrá que añadir el
fenómeno, bastante generalizado, de los adultos que, al llegar a la llamada
"tercera edad", experimentan una cierta regresión en algunos aspectos de su
conducta, volviéndose un poco como niños. Esta observación hace caer en cuenta
que él desarrollo de la personalidad no es puramente lineal; se dan avances y
retrocesos en ese camino de maduración que dura toda la vida.
Podemos afirmar
que, en el terreno de la fe, se produce igualmente un proceso de maduración
similar al proceso de maduración psicológica. También en esta dimensión creyente
la persona se siente llamada a desarrollar las capacidades que ha recibido. La
persona, iluminada por la fe, se sabe creada a imagen de Dios; se siente urgida
a llegar a ser lo que está llamada a ser: imagen e hijo, hija, de Dios. A partir
del don recibido, el creyente asume la tarea de crecer en su condición de hijo y
hermano, de construir la fraternidad humana. La fe ayuda al creyente a integrar
esta visión trascendente de la vida en el proceso de su maduración humana.
Crecer como persona y como creyente no son considerados como dimensiones
paralelas sino convergentes en el desarrollo personal. O mejor será decir:
madurar como persona, desde su condición creyente, es el objetivo de la vida de
todo ser humano, que ha recibido el don de la fe. Aceptar esta vocación ayuda a
superar el individualismo, para alcanzar juntos la adultez: "hasta que todos sin
excepción alcancemos la unidad propia de la fe y del conocimiento del hijo de
Dios, la madurez de adulto, el desarrollo pleno de Cristo" (Ef 4,13).
Es obvio que la
adultez biológica no se corresponde necesariamente con el grado de maduración de
la fe. Por eso se hace necesaria una acción pastoral que permita el crecimiento
en la fe al mismo nivel, al menos, que el crecimiento humano. Cuando los
Secretariados Diocesanos de Catequesis del País Vasco publicaron su directorio
para la catequesis de adultos (Bilbao 1987)10 titularon: "Cristianos adultos: un
proceso catequético de estilo catecumenal". El mismo título constituye una
declaración de objetivos. Se trata de conseguir, mediante el proceso
catequético, que los cristianos, por el hecho de haber sido bautizados, que son
adultos biológicamente lleguen a ser también adultos en su fe.
Terminamos este
apartado citando, en síntesis, lo que E. Fromm propone como signos de la
madurez: persona capaz de amar, de ser libre, de formarse una escala de valores,
de definir una ética propia. La madurez hace referencia a la capacidad de ser y
a la capacidad de asumir riesgos más que de buscar seguridad.
II. Acción pastoral
Entendemos por
"acción pastoral" el conjunto de actividades que desarrolla la comunidad
cristiana, encaminadas a despertar la fe de los hombres y mujeres, a fortalecer
la fe de sus miembros, a celebrar esa misma fe a través de la liturgia y a
proyectar la vida de los creyentes hacia su compromiso evangelizador y
transformador de la sociedad.
Esta acción
pastoral sobreentiende que un cristiano o cristiana ha realizado previamente un
camino de iniciación en la fe, o de reiniciación, en el caso de los adultos
bautizados de niños, pero alejados durante largo tiempo de toda referencia
cristiana. Da por supuesto que el cristiano se ha incorporado a una comunidad
cristiana concreta, en cuyo seno puede progresar en el camino de la fe, en su
celebración y en su vida cristianamente comprometida.
Sin embargo, la
realidad nos dice que son muy numerosos los cristianos iniciados
sacramentalmente, porque han recibido al menos el Bautismo y la primera
Comunión; pero, al mismo tiempo, no han sido suficientemente evangelizados, a lo
sumo unos breves cursos de preparación para su primera Comunión;
consecuentemente no han hecho una opción personal por Jesucristo, no viven
habitualmente su vida en referencia al Dios cristiano, no sienten su pertenencia
a la comunidad cristiana. Son personas que precisan una reiniciación en la fe de
Jesucristo mediante una nueva evangelización.
Esta nueva
situación, nueva en cuanto que afecta a un porcentaje muy elevado de bautizados,
obliga a la Iglesia a plantearse con toda seriedad la urgencia de una acción
previa a toda su acción pastoral. Esta tarea previa se suele denominar con el
apelativo de "acción misionera", porque la Iglesia se siente enviada, como los
primeros apóstoles (Mc 16,15), en actitud misionera, a anunciar la Buena Noticia
a todos los que aún no han hecho una opción personal por Jesucristo. El objeto
de esta evangelización es despertar la fe de los oyentes. Sin ella no tendría
sentido la administración de los sacramentos ("al que crea, bautizadle"). Cuando
un bautizado despierta su fe en Jesucristo, la comunidad le ofrece un proceso de
catequesis o profundización en la fe; al final de este proceso el
bautizado renueva sus compromisos bautismales y trata de vivir con gozo su fe en
el seno de una comunidad.
Como se puede ver,
el proceso natural y lógico de la acción pastoral es: evangelización, anuncio
misionero, respuesta de fe, catequesis de adultos, bautismo, incorporación a la
comunidad, acción pastoral. Cuando este proceso natural se trunca o altera, se
produce un efecto contraproducente que obliga, en cierto modo, a empezar de
nuevo. Por esto se habla hoy de reevangelización, nueva evangelización, pastoral
evangelizadora o catequesis misionera. Con ello se da a entender que hay que
volver a despertar la fe, no de los paganos, sino de los bautizados. No se puede
dar por supuesta la fe, aunque una gran mayoría de los ciudadanos estén
bautizados. Una acción pastoral que tenga en cuenta la realidad de los adultos
que se acercan a la comunidad, debe plantearse la tarea evangelizadora y
catequética como una de sus prioridades pastorales. Al hablar, por tanto, de
Pastoral de adultos, será preciso ampliar el concepto estricto de pastoral que
hemos descrito al comienzo de este apartado.
La comunidad
cristiana desarrolla su acción pastoral a través de múltiples cauces.
Señalaremos algunos: la actividad evangelizadora que ejercen sus miembros en los
contactos con otras personas; los procesos de catequesis que ofrece a los
adultos, jóvenes y niños; las charlas de formación que organiza; los cursos
preparatorios para quienes solicitan el acceso a los sacramentos; las
orientaciones doctrinales o morales que provienen del magisterio del Papa
y de los Obispos; las celebraciones habituales de la fe en la liturgia
eucarística y en los sacramentos; los encuentros de oración de todo tipo; las
actividades de las diferentes organizaciones parroquiales y diocesanas; la tarea
de transformación de la sociedad que realizan los cristianos en la vida pública;
la presencia cada vez mayor de las organizaciones caritativas en el mundo de los
excluidos y empobrecidos... todo ello debe ser considerado como pastoral de la
comunidad cristiana.
Como no puede ser
de otro modo, los principales responsables de esta tarea pastoral son los
adultos, hombres y mujeres que han asumido con madurez responsable su misión de
ser testigos y apóstoles de su fe en medio de la sociedad, de la que forman
parte. Su condición de adultos, tanto por razón de su edad como por su nivel de
fe, les permite integrar de modo equilibrado y sereno su conciencia de
pertenencia, al mismo tiempo, a la sociedad y a la iglesia. Una pastoral
adecuada con los adultos irá encaminada a conseguir la preparación de estos
hombres y mujeres que sean capaces, en cada momento, de asumir de forma
integrada y armónica sus responsabilidades cívicas y eclesiales.
Por lo dicho hasta
ahora, es la comunidad cristiana, toda ella, la responsable de la acción
pastoral. Esta realidad queda especialmente simbolizada en la existencia de los
Consejos de Pastoral. La Iglesia (CJC 511 y 536) recomienda la constitución, en
cada diócesis y cada parroquia, del Consejo de Pastoral, institución formada por
sacerdotes y laicos de un territorio determinado. En esta institución está
representada toda la comunidad cristiana. El Consejo de Pastoral es el máximo
responsable de la orientación pastoral de la Iglesia. En este Consejo están
habitualmente representados todos los grupos que desempeñan una actividad
pastoral. Cada uno de los grupos desempeña su tarea en un campo determinado,
v.gr. Cáritas, catequesis, liturgia. Pero es toda la comunidad la responsable de
toda la acción pastoral. Los compartimentos estancos jamás han dado fruto en la
acción pastoral. Y menos aún, pensar que la acción pastoral es competencia
exclusiva de .los pastores, es decir, de los ministros ordenados. Como en una
familia, hay diversidad de funciones, pero todas ellas deben contribuir al bien
común de la familia. San Pablo nos recuerda que la comunidad -la Iglesia- es
como un cuerpo, en el que todos sus miembros son igualmente dignos y necesarios
(1 Cor 12,12-31); nos insiste así mismo en poner al servicio de la comunidad los
dones recibidos de Dios (Rom 12,3-8).
Se ha avanzado
mucho en el ejercicio corresponsable de una pastoral evangelizadora,
especialmente a partir del Vaticano II; pero es preciso avanzar aún más. Lo
exige la misma concepción de la Iglesia como pueblo de Dios (LG 9). Es todo el
Pueblo de Dios, unido a Cristo (LG 7) el que ha sido salvado por Dios, pero está
necesitado de purificación constante, buscando sin cesar la penitencia y la
renovación (LG 8). Este Pueblo tiene por cabeza a Cristo..., por suerte la
dignidad y libertad de los hijos de Dios..., tiene por ley el mandato del
amor..., tiene como fin la dilatación del Reino (LG 9). Pero la urgencia del
ejercicio de la corresponsabilidad en la acción pastoral evangelizadora viene
dada, además, por la disminución actual de ministros ordenados, al menos en el
occidente cristiano. Tal vez sea éste uno de los "signos de los tiempos", que
lleve al pueblo cristiano a acentuar su conciencia de pertenencia a la Iglesia y
a que cada uno asuma la parte que le corresponde en la misión que encomendó el
Señor a la Iglesia: Id por todo el mundo (Mc.16,15).
III. Situación de
los adultos con respecto a la fe cristiana
Podemos medir,
contar, cuantificar los objetos, las acciones, las pautas del comportamiento
humano. No podemos, por el contrario, medir las actitudes interiores de las
personas, su manera de pensar o de sentir. A este ámbito pertenece la fe, como
respuesta del hombre o mujer a la llamada de Dios. No podemos, por tanto,
establecer, de manera objetiva, cuántos adultos son creyentes y cuál es su nivel
de fe., si bien, en ocasiones, hemos podido establecer los porcentajes de
algunos signos externos, como el porcentaje de los adultos que acuden a la
Eucaristía cada domingo, cada mes o algunas veces al año. También hemos podido
leer estadísticas de cuántos se consideran subjetivamente creyentes. Pero estos
datos no nos ofrecen elementos suficientes para valorar la situación de los
adultos con respecto a la fe.
Con una cierta
osadía, no exenta de fundamento, se ha llegado a afirmar que un 80% de los
adultos viven habitualmente su vida sin una referencia explícita a Dios
(Obispado de Bilbao: Orientaciones para la Iniciación cristiana).
Expresándolo con sencillez, diríamos que la fe no ejerce una influencia
importante en sus vidas.
El Concilio
Vaticano II (GS 4-9) habla de la metamorfosis social y cultural que se está
operando en el mundo de hoy, como consecuencia de los cambios culturales,
económicos y sociales que estamos viviendo. Este cambio de mentalidad y de
estructuras provoca con frecuencia un planteamiento nuevo de las ideas
recibidas. Los cambios psicológicos y morales ejercen un influjo decisivo sobre
la vida religiosa. El Concilio descubre que éste contribuye a purificar la
visión mágica del mundo de ciertos atavismos supersticiosos; permite una
adhesión más personal y viva al Dios personal de Jesucristo y propicia una
experiencia más viva de lo divino. Pero, al mismo tiempo; constata que
muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. "La
negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un
hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presentan no rara vez como
exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo" (LG 7).
Por otra parte hoy
somos mucho más conscientes que en épocas pasadas de la tragedia que supone la
injusticia, a escala mundial. La persistencia de esta situación de injusticia es
fuente permanente de increencia. Cien mil personas mueren cada día a
consecuencia del hambre (L. BOFF, Vida y muerte sobre el planeta tierra,
Concilium 283 [1999] 13-24). Esta situación es injusta, perversa y cruel. Este
cataclismo social no es inocente, ni natural, afirma Boff. Es el resultado
directo de una forma de organización económico-política y social que privilegia
a unos pocos a costa de la explotación y de la miseria de grandes mayorías.
Entre las víctimas de la historia conmueve especialmente la tragedia de los
inocentes. Y esta tragedia se constituye frecuentemente en apoyo del ateísmo y
de la increencia. "¿Cómo puede un Dios justo y bueno permitir estas
situaciones?", es la expresión más repetida en los ambientes populares.
Transferir a Dios
la responsabilidad de la injusticia interhumana es un recurso fácil de quien
quiere evadirse de su propia responsabilidad. Pero, desenmascarada esta mentira,
no podemos por menos de descubrir que en el fondo de los que actúan injustamente
late la negación de Dios. Dicho de otra manera, la injusticia cruel de nuestro
mundo se sustenta en una negación de Dios.
Adorar al becerro
de oro (Lc 12,13-21), convertir al hombre en absoluto frente a otros hombres,
lleva incluso a prohibir el culto a Dios para legitimar la injusticia (Ex
5,1-18). La línea profética de Israel subraya cómo la injusticia interhumana
está en la base de la infidelidad, de la increencia del pueblo (Os 4, 1-2). Por
otra parte, es igualmente verdad que la increencia conduce frecuentemente a la
injusticia; donde desaparece Dios, donde se niega a Dios como garante de la
dignidad humana, queda el campo abierto a todas clase de abusos, injusticias y
explotaciones. Cuando el progreso y la libertad ocupan el lugar de Dios, se
convierten en el gran Absoluto y en su honor se inmolan las víctimas de la
historia (G. FAUS, Pecado del mundo, luz del mundo, Concilium 283 [1999]
59-70). La persistencia obstinada de la injusticia es una causa, en unas
ocasiones, y una consecuencia, en otras, de la situación generalizada de
increencia que envuelve a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
El proceso de
secularización de las sociedades occidentales ha llevado a un clima generalizado
de indiferencia religiosa, de vaciamiento ético y de marginación de lo
religioso. "Quienes ahora hacen cultura en España y la dictan al gran público no
son cristianos, y si lo son, no se les nota mucho, al menos en líneas generales
y salvando siempre las consabidas excepciones... Hemos sido transferidos así, en
muy poco tiempo, de una cultura oficialmente confesante a una cultura
devotamente increyente" (Ruiz DE LA PEÑA, Cultura y fe cristiana,
Salmanticensis 31 [1984]).
No es preciso
ampliar más la descripción del análisis de situación en que se encuentra el
hombre y la mujer de hoy con respecto a su fe. Lo dicho es suficiente para
intentar ahora descubrir cómo puede realizarse la acción pastoral con los
adultos.
IV. Acción pastoral
con los adultos
a) Asumiendo el
principio de que no hay que dar por supuesta la fe de los adultos, tal como
explicábamos anteriormente, la primera dimensión de la acción pastoral que habrá
que intensificar es la evangelización.
"Evangelizar
constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda.
Ella existe para evangelizar" (EN 14). Evangelizar es anunciar una buena
noticia. En nuestro caso: anunciar y hacer creíble la Buena Noticia que Jesús
anunció a los hombres. Esta Buena Noticia no es otra que "Jesús mismo, que es el
Evangelio de Dios" (EN 7). El, que es la Buena Noticia, no se anuncia a sí mismo
sino que anuncia, ante todo, el Reino de Dios. El Reino de Dios es la salvación
que Dios ofrece a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Dios quiere
intervenir en la vida humana como salvador. Los anhelos de vida, justicia,
liberación y felicidad que tienen los seres humanos Dios los va a hacer realidad
(Obispos de Euskalherria "Evangelizar en tiempos de increencia" (1994) 34-36).
Jesús mismo lo afirma solemnemente: "Yo he venido para que tengan vida y la
tengan en abundancia" (Jn 10,10).
La evangelización
se produce cuando se anuncia explícitamente el Reino de Dios. "La evangelización
debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una
clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y
resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y
de la misericordia de Dios" (EN 27). Este anuncio explícito de Jesucristo ha de
brotar del testimonio de una vida de seguimiento fiel a Jesucristo; "ésta
constituye ya por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y
eficaz, de la Buena Nueva" (EN 21). Añadamos que "evangelizar significa, para la
Iglesia, llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su
influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad" (EN 18).
A esta
evangelización sigue, en quien la recibe con gozo y esperanza, la respuesta de
fe. La fe, que es don de Dios, es, al mismo tiempo, la respuesta libre al Dios
vivo con quien uno se ha encontrado, el primer momento de la conversión
religiosa (Obispos de Euskalherria, "Evangelizar en tiempos de increencia"
[1994] 47).
b) El hombre o
mujer, que ha dado este primer paso, ha sentido nacer -o renacer, en su caso- el
interés por la persona de Jesús, pero aún no conoce suficientemente ni su
persona ni su mensaje. Todavía no ha descubierto con claridad la dimensión
eclesial y comunitaria de su fe. Necesita adquirir una experiencia de la vida
sacramental. Es en este momento cuando se le puede invitar a realizar un proceso
de catequesis, que le ayudará a intensificar su experiencia de la nueva vida
cristiana (Cf "Catecumenal").
Hemos constatado
que la mayoría de los adultos solamente han recibido una mínima iniciación
cristiana en la catequesis previa a la primera Comunión. Esta circunstancia hace
aconsejable que todo adulto haga el recorrido de este proceso catequético, de
estilo catecumenal, como re-iniciación en su fe cristiana.
Superada esta fase,
el adulto se incorpora plenamente a la vida de la comunidad. En ella vive la
nueva experiencia de los sacramentos; cultiva su dimensión oracional; se
acostumbra al discernimiento creyente de los signos de los tiempos; se ejercita
en la caridad y el compromiso transformador.
La realidad
sociológica nos hace comprender que esta sucesión de fases en la iniciación
cristiana de los adultos (RICA 4-8) no sigue siempre el mismo ritmo en todos los
adultos. Por ello, en la pastoral con los adultos, será preciso atender a los
niveles de maduración y a los ritmos propios de cada persona o grupo de
personas.
De cualquier modo
lo más urgente será hacer una opción clara por orientar la acción pastoral en
clave evangelizadora, dada la situación que explicábamos en la sección III.
V. Acciones
concretas de pastoral evangelizadora
La comunidad
cristiana, que ha recibido el encargo de Jesús: "Id por todo el mundo", está en
disposición de aprovechar cualquier coyuntura para realizar un anuncio explícito
de Jesucristo, el Salvador.
1. Dentro de las
actividades propias de la pastoral ordinaria, atenderá con sumo interés a todos
cuantos se acercan a ella en demanda de algún servicio. Esta acogida de cuantos
acuden a ella tiene una gran importancia, porque de ella depende en gran medida
la posibilidad de profundizar en un diálogo posterior. Sentirse escuchado,
valorado, acogido es fundamental para romper los temores o miedos con que a
veces acuden a la comunidad parroquial. Preparar unos buenos grupos de acogida
es tarea importante en toda pastoral con adultos.
2. Con frecuencia
personas alejadas de la práctica religiosa acuden a la comunidad a solicitar el
bautismo de un hijo, la inscripción para la catequesis infantil o la celebración
del matrimonio. Es muy posible que lo que ellos piden no coincida con lo que la
comunidad puede y debe ofrecer. Demandan un rito religioso en un momento
importante de su vida, con ocasión del nacimiento de un hijo o de haber decidido
iniciar una vida de matrimonio. Tal vez no tienen conciencia de lo que significa
un sacramento. La fuerza de la costumbre, en unos casos, la presión social o el
no ser menos que otros, en otros casos, les impulsan a este acercamiento. La
comunidad, a través del equipo de acogida, escucha su petición, oye sus razones
y comprende que falta una motivación suficiente de fe explícita para acceder a
los sacramentos. Entonces es posible presentar, con sencillez pero con
convicción, lo que significa para los creyentes la celebración sacramental de
los acontecimientos importantes de la vida: el nacimiento, el acceso a la
infancia adulta, el matrimonio, etc. Transmitir la propia vivencia de fe resulta
siempre un testimonio interpelador.
A partir de ahí se
les invitará a unos encuentros preparatorios, a modo de precatecumenado (ver
"Catecumenal"). Es posible ahondar en la confianza mutua, escuchar sus
planteamientos, deshacer prejuicios y experiencias negativas, formular preguntas
que nadie debe eludir sobre el sentido de la vida y, al mismo tiempo, anunciar a
Jesucristo, que nos ofrece la acogida y el amor del Padre.
3. Suele ser
habitual que las comunidades cristianas organicen unos encuentros con los padres
y madres de los niños que se preparan para la primera Comunión. Bastantes de
estos padres se encuentran en situación de increencia o de fe difusa y necesitan
un anuncio misionero, que trate de despertar su fe. Otros padres, de fe
vacilante, podrán ser invitados a realizar un proceso catecumenal, que permita
suscitar la conversión que sigue al anuncio de Jesucristo; se trata de conseguir
despertar una fe más personalizada y convencida, abrirles a la comunidad
cristiana donde van a celebrar esta fe e iniciarles en una vida más
comprometida. Este proceso de fundamentación se orienta a "madurar la fe inicial
y educar al verdadero discípulo de Jesús" (CT 19).
4. La preparación
de los novios para la celebración del sacramento del matrimonio debiera partir
de la realidad de su situación personal de fe. Es evidente que en esta
circunstancia de su vida están muy ocupados en los mil y un detalles que
conlleva la celebración del matrimonio desde el punto de vista social. Por esta
razón, y partiendo de esa misma preocupación que ellos tienen de que todo salga
bien, se les invita a hacer un planteamiento básico de su fe. Casarse ante el
Señor es abrazar un proyecto de vida en común, en el cual el amor conyugal y la
procreación son huellas del amor creador de Dios. Anunciarles al Dios de
Jesucristo, Dios Padre que es amor y que difunde su amor a todos sus hijos, es
uno de los objetivos de esta preparación prematrimonial. Estos encuentros
pueden, además, dar pie a una invitación expresa para que los novios se animen a
participar, después de casados, en un proceso de catequesis de adultos.
5. La celebración
cristiana de la muerte es otra ocasión propicia para realizar. una
evangelización explícita. La ruptura que la muerte provoca en toda existencia
humana es origen de preguntas acuciantes que piden algún tipo de respuesta:
"¿por qué?"; "¿por qué a mí?"; "¿cómo Dios puede consentir...?"; "no es
justo..."; "todo es mentira...". Ante la muerte experimentamos la fragilidad y
el desvalimiento de la persona humana. Nos sentimos menos seguros de nosotros
mismos, un poco menos dioses.
La comunidad
cristianó, que sabe acercarse a la familia de un difunto, tiene la oportunidad
de llevar un poco de luz y de esperanza en esta coyuntura dolorosa y sin
sentido. La celebración de la muerte en la comunidad cristiana, sin pretender
instrumentalizarla, debe ser ella misma un anuncio evangelizador. Anunciar al
Dios de la vida, al Dios que es amor, más fuerte que la muerte, al Dios que en
Jesucristo se ha solidarizado con nosotros hasta la muerte, es contenido
ineludible de toda celebración. Tengamos presente que en estas celebraciones
están presentes cristianos de fe muy débil o apagada e, incluso, personas
alejadas de la fe. Por razones familiares o sociales acuden al templo personas
que no se sienten cómodas allí sino más bien extrañas o indiferentes. "Una
celebración vivida de manera auténtica, con una participación sentida por parte
de los creyentes, puede tener un impacto evangelizador más fuerte que muchas
palabras" (Obispos de Euskalherria "Evangelizar en tiempos de increencia"
[1994] 95).
6. Una pastoral
evangelizadora con los adultos no debiera conformarse con aprovechar las
ocasiones en que ellos se acercan a la comunidad. Si ésta vive en clave de
evangelización, debe buscar el modo de llegar a los adultos alejados en sus
propios ambientes de vida. La organización de misiones populares, que tienen
como base los encuentros en casas de feligreses; las visitas a domicilio sin
afán proselitista; la invitación a jornadas o encuentros organizados por la
comunidad; el involucrar a los padres en las actividades que la comunidad
organiza para los adolescentes y jóvenes; todo ello puede ofrecer plataformas de
evangelización, de anuncio misionero de Jesucristo.
De una manera
especial hay que señalar aquí las actividades que realizan los miembros de las
organizaciones apostólicas: Acción Católica, Movimientos especializados, etc.
Ellos asumen, como labor propia, la tarea de realizar el anuncio de Jesucristo
en sus ambientes de vida. Por esta razón la comunidad cristiana debiera volcar
en ellos todo su esfuerzo, medios y, sobre todo, cariño y dedicación, para
conseguir que desempeñen la acción misionera de anuncio explícito del Evangelio.
En algún modo ellos son la vanguardia de la comunidad cristiana: son enviados en
nombre de la comunidad a proclamar el gozo y la alegría de la salvación de
Jesucristo. "La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación
al apostolado" (Apostolicam actuositatem 2).
7. Quiero subrayar
en este momento un campo especial de pastoral evangelizadora, siempre
importantísimo, pero hoy quizás más importante por su eco social. Me refiero a
la acción de Cáritas. Jesús anuncia la Buena Noticia de Dios con sus palabras y
sus obras. "Si no me creéis a mí, creed a mis obras" (Jn 10,38). Anuncia al Dios
del perdón y de la misericordia en las parábolas que pronuncia, pero, al mismo
tiempo, con su acogida incondicional a los pecadores, él mismo se convierte en
"parábola viviente" de Dios. Anuncia la justicia del Reino para los empobrecidos
de la tierra, para los que lloran, los que son perseguidos, los no violentos que
trabajan por la paz. Pero, al mismo tiempo, él realiza la justicia poniendo las
bases de una relación interhumana basada en la fraternidad. "Los ciegos ven, los
cojos andan, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena
Noticia" (Lc 7,22). "Hoy se cumple esta profecía que acabáis de oír" (Lc 4,21).
Efectivamente,
Jesús actúa realizando gestos que escandalizan a la sociedad bienpensante de su
tiempo: arroja del templo a los mercaderes, para desenmascarar la blasfemia de
quienes usan el nombre de Dios para su propio lucro; libra a la adúltera de ser
apedreada, porque la ley no puede ser invocada para condenar y matar; cura en
sábado, porque antes es el bien del hombre que la observancia de una ley;
dialoga con la samaritana, porque Dios no excluye, como los judíos, a nadie.
Jesús actúa no sólo para cambiar situaciones de injusticia sino para subvertir
un orden injusto establecido. "El (des)orden establecido (E. Mounier) no puede
afrontar aquel peligro que supone Jesús y se propone eliminarlo. Este es el lado
conflictivo de la existencia cristiana (ver J. I. GONZÁLEZ FAUS,
Pecado del mundo, luz del mundo,
Concilium 283 [1999] 65-67).
La comunidad
cristiana, seguidora fiel de Jesucristo, no podrá anunciar la Buena Nueva del
Señor sin caer en el vacío o en la insignificancia, a menos que lo haga desde un
compromiso real por el hombre. Juan Pablo II afirma: "La Iglesia no puede
permanecer insensible a todo lo que sirva al verdadero bien del hombre, como
tampoco puede permanecer indiferente a lo que la amenaza" (Redentor hominis
13). Anteriormente hemos hecho referencia a la situación de flagrante
injusticia en que vive nuestro mundo, como factor de increencia y debilitación
de la fe. En consecuencia "la acción a favor de la justicia y la participación
en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión
constitutiva de la predicación del Evangelio (el subrayado en nuestro), es
decir, de la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la
liberación de toda situación opresiva" (Sínodo de los Obispos, 1971, La
justicia en el mundo, Introducción).
La acción
evangelizadora de Cáritas camina por estos senderos. Anuncia con obras más que
con palabras. Construye la nueva humanidad, basada en la fraternidad, al tiempo
que destruye el egoísmo insolidario. Incluso en la atención puntual a personas o
familias necesitadas está sembrando semillas del Reino, acercándoles la
misericordia de Dios. Cáritas es el rostro lleno de dulzura y bondad de un
Padre-madre, que no abandona a sus hijos y que les llama a ponerse en pie, a
buscar caminos de liberación.
La comunidad
cristiana debiera cuidar esta labor callada, pero eficaz, de sus organismos de
Cáritas como una de las plataformas más significativas para la evangelización.
VI. Cristianos
adultos en una Iglesia comunitaria y corresponsable
Para que la
comunidad cristiana pueda realizar de forma adecuada una pastoral evangelizadora
será necesario que sus miembros vayan adquiriendo una adultez en su fe.
Conseguir que unos adultos, que son cristianos, porque están bautizados, se
vayan realizando como cristianos adultos es la tarea de la acción pastoral. Ya
hemos indicado que la acción pastoral de la catequesis de adultos y las
actividades ordinarias de la comunidad (celebraciones, formación permanente,
desarrollo del compromiso transformador) son los medios de que dispone la
comunidad para ir consiguiendo que sus miembros sean cristianos adultos..
Un cristiano adulto
es un hombre nuevo (2 Cor 5,17), que se ha encontrado con Jesús, el Cristo, el
Dios con nosotros, luz y vida para todo hombre y mujer, horizonte último de la
historia humana. Se ha situado en camino de conversión, dado que ha descubierto
que los valores evangélicos le conducen a situar a Dios en el centro de su vida
y trata de vivirlos principalmente en la relación con sus hermanos. Sabe leer,
como creyente, los acontecimientos y esta visión nueva le lleva a relativizar la
importancia de los ídolos del mundo: dinero, poder, prestigio, eficacia,
progreso... Asume el estilo de vida de Jesús y apuesta por el Reino de Dios. Las
Bienaventuranzas son como la "atmósfera" que le envuelve; de ahí recibe el
impulso necesario para evangelizar y transformar la injusticia del mundo;
trabaja, con tesón, y perseverancia, por convertir la historia humana en
historia de salvación.
Ha descubierto la
importancia de la comunidad, como familia de referencia para su vivencia
cristiana; en ella comparte los gozos, sufrimientos y esperanzas de los
hermanos. Hace de la oración el lugar de experiencia de Dios, de forma habitual
y continua. En la oración, con la Palabra de Dios, descubre la presencia, los
deseos de Dios para la tarea de cada día. Se va capacitando para poder "dar
razón de su esperanza a aquel que se la pida" (1 Pe 3,15). Va consiguiendo una
síntesis orgánica, subjetivamente convincente, de los contenidos de su fe, es
decir, va personalizando su fe.
En otra instancia
de reflexión y diálogo, como fue la Asamblea diocesana de Bilbao, se describía
al cristiano adulto con los siguientes rasgos (Diócesis de Bilbao
"Conclusiones de la Asamblea Diocesana" [1987] 161-162):
Un cristiano adulto
en su fe:
-
centra su confianza en el seguimiento de Jesucristo Salvador;
-
ha personalizado su fe como una opción libre y responsable ante Dios Padre, ante sí mismo y ante la humanidad;
-
se comunica con otros creyentes, participando como miembro de un grupo o comunidad eclesial a la que pertenece y es sensible a los problemas de los alejados e increyentes;
-
vive en actitud abierta, crítica y esperanzada ante los cambios que se producen en la historia actual;
-
procura distinguir con sentido crítico (discernimiento) lo fundamental de lo accesorio y subordina las formas de expresión de fe a sus contenidos nucleares;
-
vive su libertad responsable apoyado en el Espíritu Santo, a quien invoca; en la Palabra del Evangelio, que escucha, y en la comunidad de la Iglesia con la que contrasta su fe y cuyo Magisterio debe servirle fraternalmente como guía especialmente autorizado;
-
intenta unir la experiencia profunda de Dios en la oración con el trabajo efectivo por un mundo más justo;
-
celebra con los demás, en los sacramentos, el proceso liberador del acontecimiento pascual en la historia presente;
-
acoge la acción salvadora de Dios como un don, colabora en la construcción actual del Reino de Dios y espera la plenitud de la salvación más allá de la muerte.
BIBL. — P. GIGUERE,
Una fe adulta. El proceso de maduración en la fe, Sal Terrae, Santander,
1995; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y
orientaciones, Edice, Madrid, 1999; I. MONTERO, Psicología evolutiva y
educación en la fe, Ave María, Granada, 1981; COMISIÓN EPISCOPAL DE
ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Catequesis de adultos, Edice, Madrid, 1991.
José Manuel
Antón Sastre
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