sábado, 22 de marzo de 2014

Apocalipsis, ¡ya!


 Nos quieren miedosos, que no levantemos cabeza. Por eso todos los días nos inundan con noticias calamitosas, para que experimentemos lo caída que está la naturaleza humana, necesitada de salvadores. Radio, prensa y televisión se confabulan para ocultarnos que estamos en un mundo en marcha y en el que la generosidad –voluntariados, organizaciones no gubernamentales, pacifistas e insumisos, liberación femenina, orgullo gay–, es un signo de los tiempos como quizás nunca haya habido. El número de los mártires por la causa de Jesús empieza a ser infinito. Caminamos hacia una venturosa e imparable mundialización, pero mientras no exista un Mundo Único y se pueda hablar de Tercero y Primer Mundo, la cosa no va. Los potentados económicos dejan jugar a los políticos al poder, pero no. Son ellos, los liturgos del dios Mercado, los que tienen la sartén por el mango, y nos traen fritos. Nos recuerdan que estamos disfrutando de la tríada revolucionaria –libertad, fraternidad e igualdad–, pero de hecho nunca existirá democracia si no es fundamentada en la igualdad económica. Mientras tanto, la fraternidad es gran mentira semántica y la libertad sólo puede tener dos traducciones: o el liberalismo confortable que impera entre los burgueses o la liberación revolucionaria que es esperanza de los oprimidos; ahí se sitúan las teologías de la liberación.
Que estamos atascados en las libertades formales y burguesas lo demuestra esta pregunta metódica: ¿en dónde hay más libertad, en Cuba o en Estados Unidos? No cabe duda, libertades formales, en USA. En cuanto a dónde exista mayor liberación, habría que preguntárselo a los cubanos; por supuesto también a los refugiados en Miami, pero en contraste crítico con la opinión de los hispanos: chicanos,  portorriqueños, sin dejar de elevar consulta a los negros de Harlem. Y si aduzco el caso cubano es porque me parece paradigmático, un auténtico desafío.
Hay que aprender a estar esperanzados con un modo nuevo, pasando de un optimismo sin esperanza –que profesan los omnipotentes hombres del Mercado, que nada esperan porque todo lo tienen a mano–, a un pesimismo esperanzado, el de los empobrecidos que luchan por su liberación con la conciencia de que las cosas están mal pero estamos llamados a una transformación de la sociedad, que eso es el reinado de Dios. Cultivar una esperanza germinal, necesaria para seguir luchando. Existen dos clases de personas en lucha por la utopía: los mesiánicos y los proféticos. Muchos se desaniman y abandonan porque, mesiánicamente, consideraban que el futuro ya era presente: terminaron desencantados, abandonando; la persona profética es optimista porque para ella el presente ya es futuro, detecta la simiente. Los empobrecidos, llevando cuenta de que hay que reconstruir la oikos o casa, han de partir de tres presupuestos: economía, ecología, ecumenismo. Que el mundo sea nuestra casa ecuménica sólo es posible si se va produciendo un cambio económico que rompa con esta economía de mercado a la que no le interesa responder a las necesidades humanas, sino producir para tener mayor beneficio.
El desastre ecológico y otros muchos signos convidan a esa esperanza apocalíptica de que la Mujer –y el ecofeminismo profetiza sobre el asunto– ya está pariendo una nueva criatura (Ap 12). Es necesario forzar la esperanza y atreverse a ver los signos navideños de un nuevo modelo de sociedad, sabiendo que cuando aparece un nuevo paradigma, el viejo muestra inusitado vigor, semejante al monstruo que, agonizante, propicia los últimos coletazos. El apocalipsis es un género literario en apariencia catastrófico, pero no: siendo literatura clandestina de resistencia no puede ser sino revolucionaria y optimista.
Nadie, a principios de 1989, soñaba con la caída del muro de Berlín ni del imperio soviético. La Revolución Francesa llevaba gestándose desde el siglo XI, con el nacimiento de la burguesía, clase revolucionaria que ahora apoya un capitalismo y neoliberalismo al que hay que atreverse a ver su final, pues la sociedad industrial destruye más que crea y la crisis afecta a imperios como el estadounidense, el país más endeudado del mundo y con un índice de pobreza que aumenta día a día. Los países del Este europeo, ebrios de cocacola, vuelven su rostro al pasado que les engañó con un socialismo que no lo era, y pueblos como el polaco se desdicen de una solidarnosc que tampoco lo era tanto: están cansados de ser cómplices de un Occidente que enseña la oreja de lobo.
El mensaje apocalíptico lucano es de esperanza, y a él nos remitimos: «Aparecerán señales en el sol, en la luna y en las estrellas... Pero cuando empiece a suceder todas estas cosas, poneos en pie y alzad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,25-28). Hay que tener la audacia profética de descubrir que todas estas cosas ya están sucediendo. Permítaseme acabar con un clamor no tan adventicio como algunos puedan supone r, sino de auténtico adviento: Maranatha, ven Señor Jesús.
 Exodo nº 35 EVANGELIO EN EL MUNDO

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