jueves, 27 de marzo de 2014

ATEÍSMO TENTACIÓN Y DESPERTAR PARA EL CREYENTE



No estamos, es evidente, en el tiempo en que La Bruyère podía
escribir tranquilamente en su libro "Caracteres", en el capítulo 11,
titulado "Los espíritus fuertes": "Querría ver a un hombre sobrio,
moderado, casto, justo, decir que no hay Dios; hablaría al menos
sin interés alguno. Pero este hombre no existe".
Hoy no podemos ya decir esto, ni que la causa del ateísmo es
una moral poco moral. Hay que tratar de comprender, ponernos
frente a un hecho grave y caminar a partir de ese hecho. Es lo que
me propongo hacer esta tarde, apoyándome, no por precaución,
sino por estar de acuerdo, en el Concilio, que, en la Constitución
"Gaudium et Spes" dice: "el ateísmo está entre los hechos más
graves de nuestro tiempo y debe ser examinado con toda
atención".
Comenzaré por ahí. La primera parte de mi conferencia será una
especie de diagnóstico de este hecho particularmente actual.
A partir de este diagnóstico, examinaré primero en qué el ateísmo
es una tentación -para todos, para mí-; estudiaré enseguida cómo
esa tentación puede producir, de rechazo, un despertar de aquellos
que toman en serio a Dios, y en consecuencia, qué tareas más
urgentes se imponen a la Iglesia para que ese despertar haga
realidad lo que promete. Tales son, pues, los cuatro momentos de
este recorrido: diagnóstico, examen de la tentación, esquema del
despertar y tareas que en consecuencia se imponen a la Iglesia.

I. DIAGNOSTICO DEL ATEÍSMO CONTEMPORÁNEO
El diagnóstico: evidentemente no seguiré a La Bruyère diciendo
que el ateísmo se explica porque los hombres son poco generosos,
porque no tienen temor de Dios, porque les molesta la moral... No le
atribuyamos más la causa a un cierto número de corrientes
perversas: francmasonería, comunismo, libre pensamiento,
racionalismo... todos "los malos, los repulsivos" que habrían
contaminado ideológicamente al mundo y seducido a las pobres
masas indefensas, quitándoles su Dios.
La cuestión es mucho más profunda. Ciertamente, no niego que
el ateísmo, para cada uno de los hombres que lo siguen con una
decisión personal, pueda estar acompañado de culpabilidad, pero
esto sólo Dios puede juzgarlo en definitiva. Mi intención no es dejar
al desnudo conciencias individuales, sino intentar diagnosticar un
hecho global, cultural. Creo que nos acercamos a la verdad si
vemos al ateísmo contemporáneo como convergencia de dos
corrientes: La primera, que llamaremos la mutación cultural del
tiempo presente. Y al encuentro de esta primera, y reforzándola, la
segunda, que llamaremos el debilitamiento de las religiones.
Convergencia que le da al ateísmo la amplitud, el dinamismo y casi
la pasión que, de hecho, hoy lo convierten en una realidad tan
importante.

1. La mutación cultural del tiempo presente 
Es tan común hablar de esto... Se trata de una mutación cultural
sin precedentes, sin modelo, que conduce al hombre de hoy a un
cierto número de constataciones e incluso de experiencias a las que
concede una cierta infalibilidad.
El hombre de hoy es un hombre que ha llegado a experimentar
que Dios explica mucho menos de lo que habíamos creído.
Antes Dios explicaba el curso de las estaciones, el agotarse las
fuentes, los períodos de las mujeres, las enfermedades; queríamos
que Dios nos explicara directamente una cantidad de cosas
concernientes a las relaciones del hombre con la naturaleza, con la
sociedad, consigo mismo. El hombre moderno ha experimentado
que, para una cantidad de cuestiones dependientes de la acción del
hombre, no es necesario movilizar a Dios y las fuerzas divinas: el
hombre ha fortalecido su posesión sobre el mundo, y se realiza lo
que decía Descartes, y motivaba la ironía de los teólogos de su
tiempo: el hombre ha de convertirse en señor del universo y de sí
mismo.
El hombre moderno experimenta a Dios mucho menos como
fuente de obligación. Ya no podemos decir como Dostoyevski: "si
Dios no existe, todo está permitido". El hombre moderno tiene la
experiencia de una ética, de normas para el hombre y la sociedad,
aunque Dios no exista. Aunque Dios no exista, no todo está
permitido. Y el hombre ha adquirido una cierta autonomía moral.
El hombre moderno siente también a Dios como menos sensible
al corazón. Cierta desconfianza de la subjetividad, la exploración de
las profundidades ha vuelto al hombre moderno mucho más
sensible a las mixtificaciones, ilusiones, a las proyecciones de Dios
que hacíamos cuando afirmábamos: «usted encontrará a Dios en la
profundidad de su ser, en los intervalos afectivos de la vida, en los
momentos de decaimiento, de crisis, en ese fondo un poco
tenebroso».
El hombre moderno tiene la experiencia de que Dios es mucho
menos útil para construir la unidad del mundo y de los pueblos.
Antes, se pensaba que Dios era el principio de la unidad nacional y
patriótica. Así el Fuero de los Españoles: "el catolicismo es el
principio de unidad espiritual y nacional de los españoles". Ahora el
hombre moderno ve que la unidad de los pueblos se realiza en el
plano de la declaración de los derechos del hombre en la ONU;
sobre la que todos los hombres, en su pluralismo, habrían de
converger sus esfuerzos y su buena voluntad. Dios, en todos estos
campos, es percibido como menos próximo, menos presente, menos
útil, menos necesario, todo lo cual conduce a cierto número de
hombres sinceros a preguntarse si Dios no fue un producto cultural,
si no se le inventó cuando fue culturalmente posible o necesario. En
consecuencia, en la mutación cultural de hoy, el hombre
¿necesitará de Dios? Esta primera corriente hace nacer en el
corazón del hombre -no pronunciemos muy rápido la palabra
orgullo, prometeo-, una cierta pasión por el hombre; esta mutación
cultural proporciona al hombre una más fuerte conciencia histórica
de sí mismo, una conciencia de ser en adelante el dueño de su
destino. Así se esboza un nuevo humanismo. Podríamos retomar,
para expresarlo de manera poética, lo que Jean-Paul Sartre, en un
villancico inédito que escribió para sus camaradas de cautividad,
ponía en boca de los ángeles: «antes hacía calor junto a Dios, pero
ahora esto se enfrió; hace calor entre los hombres; emigremos a la
tierra». Y los ángeles, tiritando, se han refugiado entre los hombres.
Una parábola de la tentación inscrita en la mutación cultural y en el
nuevo humanismo.

2. La debilidad del testimonio de las religiones 
Segunda corriente que alimenta la convergencia donde nace el
ateísmo moderno: en el momento mismo, hace cuatro siglos,
cuando comenzaba esta mutación cultural, cuando algunos. aunque
tímidamente, comenzaban a aproximarse al ateísmo, las religiones y
el cristianismo en particular, habrían podido aceptar el desafío
viendo que iban a producirse sacudidas y crisis. Ante este
movimiento cultural del hombre, se tendría que haber revisado su
relación con Dios. Las Iglesias, en general, no hicieron caso de ese
cuestionarse moderno. El hombre de hoy en muchas circunstancias
ha de realizar un balance de las religiones, del cristianismo. Las
Iglesias y las religiones son objeto de una crítica muy generalizada
cuyo resultado fundamenta más aún el ateísmo. Esto es lo que se
dice a las religiones: si Dios parece estar muerto para muchísimos
hombres porque ya no lo necesitan más ¿no serán ustedes, todos
ustedes, los hombres religiosos y creyentes, cómplices de esta
muerte? ¿No habrán matado a Dios comprometiéndolo en causas
como las guerras santas, el sectarismo, la división, el apoyo a los
poderosos de este mundo, la garantía de los ricos? Al representarlo
como el Dios protector del orden establecido, temeroso de la
ciencia, que no quiere ver al hombre desarrollarse sobre la tierra y
tomar posesión de sí, de su dominio -porque está celoso-; como el
Dios que más bien sostiene el oscurantismo y que no es
precisamente partidario de los cambios, ¿no serán ustedes en gran
parte cómplices de este ateísmo hacia el que nos aproximamos
cuando decimos "Dios parece como muerto".
El Concilio ha tenido la lealtad de reconocerlo: Dios es el que las
paga, porque en el momento en que la mutación cultural habría
exigido un elevado testimonio de Dios y una renovación total en lo
concerniente al conocimiento de Dios, las Iglesias no aportaron el
testimonio que podría esperarse de ellas. Lejos de detener el
progreso del ateísmo, las Iglesias, al contrario, han proporcionado a
los que vacilan, nuevas razones para no interesarse en este Dios ya
muerto.
Hasta hace poco, hay que decirlo, en muchas encíclicas del siglo
XIX, la única reacción ante el ateísmo naciente era lamentarse: ¡este
pobre mundo, los pobres ateos! Cuando no era una controversia
polémica y agresiva: "condenamos el ateísmo y los ateos", y no
quiero citar textos que hoy nos avergüenzan, en los que la única
respuesta para el ateísmo naciente era decir que la lógica de los
ateos andaba mal, o que tenían un corazón perverso. El concilio
Vaticano II se pronunció de manera muy diferente, puesto que dice:
"También los creyentes tienen su responsabilidad. Porque el
ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno
originario, sino derivado de varias causas, entre las que hay que
contar también la reacción crítica frente a las religiones y
ciertamente, en algunas zonas del mundo, sobre todo frente a la
religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo, los
creyentes pueden tener -el pensamiento profundo del Concilio
quiere decir: tienen; es el estilo eclesiástico)- una parte no pequeña
de esta responsabilidad, en cuanto que... han velado el auténtico
rostro de Dios más que revelarlo". Ahí está, pues, reconocida lo que
llamamos la segunda corriente de convergencia; la debilidad del
testimonio, la falta de calidad de la fe, toda la degradación de la
conciencia de Dios en los creyentes. En esa convergencia, está la
causa más profunda del ateísmo en su forma moderna.
Aquí detenemos el diagnóstico. Ahora que ya está en movimiento
y ha ingresado en la historia humana, sobre todo en la occidental,
como un hecho con calidad cultural, el ateísmo se constituye sobre
todo en una tentación aún para aquellos que no piensan en él.

II. EL ATEÍSMO: TENTACIÓN PARA TODO CREYENTE 
Una tentación: me parece que hoy, a todo cristiano, este ateísmo
le concierne en la medida en que le concierne la mutación cultural y
al mismo tiempo la desazón y lasitud del testimonio religioso de
Dios. Pero a mi parecer, hay que distinguir dos niveles de tentación
posibles: distinción liberadora, pero que lo hace aún más grave
como problema. No podemos poner en el mismo plano lo que
podemos llamar ateísmo de conciencia y ateísmo de pereza.

1. El ateísmo de conciencia 
En efecto, para algunos hombres, hoy, el ateísmo es un problema
de conciencia. Esto es lo serio. Se trata del ateísmo de los hombres
que, al hacer un balance de las religiones, concluyen con una
decisión contraria a las mismas. El término ateísmo con la "a"
privativa podría hacernos creer que el ateísmo es una pura
negación. Pero esos ateos de conciencia serían los primeros en
decirnos -Vercors se expresó así muchas veces- que no quieren la
negación. Lo que los define, no es ser hombres sin Dios, sino haber
tomado una decisión en favor del hombre distinta de aquellos que la
toman en favor de Dios. Se trata, pues, de una elección que lo
convierte en un ateísmo post-cristiano, es decir, que en su elección
de una determinada visión del mundo y del hombre se incluye un
juicio sobre todas las religiones y sobre el cristianismo. Y no por
no-consideración e ignorancia, sino por estar de vuelta. Es típico
ver a los ateos más representativos. como Jean-Paul Sartre,
Guéhenno, hacer referencia a su infancia cristiana cuando hablan
de su ateísmo. Ustedes conocen el texto preocupante de Jean-Paul
Sartre presentando sus confidencias en su autobiografía "Las
palabras": "Luego de dos mil años las certezas cristianas tuvieron
tiempo para demostrarse, estaban en todos, se las quería ver brillar
en la mirada de un sacerdote, Ia media luz de una Iglesia y la
claridad de las almas, pero nadie necesitaba asimilarlas
personalmente: eran el patrimonio común... En nuestro medio, en mi
familia, la fe en Dios es un nombre aparatoso para expresar la dulce
libertad francesa" (una realidad puramente cultural)... "Me
bautizaron como a tantos otros para preservar mi independencia: de
rechazarme el bautismo, temían violentar mi alma; católico, inscrito,
yo era libre, normal".
Como muchos ateos, Montherlant testimonia: "permanece fijo en
mi sensibilidad, un olor católico"; esto habla de olor, de recuerdos,
de sensibilidad, pero se está de vuelta respecto al hecho cristiano,
al mismo Dios, y uno se sitúa al otro lado tomando una decisión
contraria, pero una decisión que cree solucionar el problema y
superar todas las formas de búsqueda de Dios.
Para esos ateos del ateísmo post-religioso y post-cristiano, hay
que reconocerlo, el ateísmo tiene un valor de humanismo. No
constituye pura y simplemente un vacío; hoy ya no podemos estar
de acuerdo con el título del libro del padre Sertillanges, en otros
tiempos un verdadero hallazgo, "Dios o nada". No, para estos ateos
de hoy, si no hay Dios, no es que no exista nada. Hay otra cosa
totalmente distinta de Dios.

2. El ateísmo de pereza 
Por el contrario hemos de elogiar mucho menos el llamado
ateísmo de pereza. Es el ateísmo más contagioso. Se apoya en el
precedente, y no es más que una variante del materialismo. Son
multitudes de hombres que no tienen ya necesidad de Dios. Antes
fueron creyentes muy superficiales, bastante mágicos. Utilizaban a
Dios y le necesitaban, tenían miedo y domesticaban a Dios para
que respondiera a sus necesidades domésticas: conservar las
colonias francesas, su caja fuerte, su moral, sus escrúpulos;
conservar todas sus seguridades afectivas, intelectuales, sociales o
políticas. Hoy para todo ello, podemos prescindir de Dios. ¡Y
prescindimos! Ningún problema. Perdemos a Dios como a una llave
en un bolsillo roto: era de esperar. Es como una indiferencia, un
materialismo, porque Dios no responde ya a ninguna necesidad
inmediata. Es una vieja historia: ya en el Antiguo Testamento,
recuerden la tristeza con que los profetas dicen a su pueblo:
«Ustedes se acuerdan de Yahvé cuando le necesitan, pero ahora
que tienen que comer, ya no se acuerdan de El".
Los profetas proponen el remedio: sin embargo, éste sería el
momento de buscarle y de buscarle con más pureza, de buscar su
rostro y no solamente sus beneficios. Pero esta es una historia tan
antigua como la pereza espiritual: sólo nos acordamos de Dios
mientras es un producto cultural importante, mientras está social y
políticamente cotizado. ¡Cuántas veces Dios ha sido utilizado así!
Hoy, cuando Dios es mucho menos útil en todos esos aspectos,
cuando ya no es una necesidad doméstica, le abandonamos, le
dejamos, para volver en los momentos más difíciles de la existencia,
los momentos de crisis, cuando de nuevo tenemos necesidad de
una seguridad más fuerte que la del "american way of life" o la de la
civilización de consumo. ¿Quién de nosotros puede decir que está
verdaderamente a salvo de una u otra, o aún de las dos formas de
tentación del ateísmo? Creo que ningún cristiano puede quedarse
indiferente ante la posible dosis de ateísmo que puede recibir en
cualquier momento de su vida.

III. EL ATEÍSMO: POSIBILIDAD DE UN DESPERTAR PARA LOS
CREYENTES 

Pero nos interesa más bien lo que puede ser el aspecto positivo
de este ateísmo: la ocasión de un despertar, de una renovación.
Un cierto número de cristianos, viendo en sí mismos esta
tentación de ateísmo, se han preguntado, si no es signo de una
madurez del hombre. La respuesta no me parece sencilla, pero sí la
pregunta interesante: estoy por pensar que este ateísmo es en
cierto modo signo de madurez del hombre. Es la liberación de los
falsos dioses, de los dioses utensilios, la liberación de los ídolos, de
un dios motor auxiliar en quien nos interesaríamos por su utilidad
doméstica, es la liberación de todas aquellas formas de Dios
inventadas por el hombre que le hicieron decir a Voltaire, un día de
mal humor e ironía: "parece que Dios ha hecho al hombre a su
imagen, creo que el hombre le ha devuelto la jugada". Y en el
mismo sentido, A. Malraux decía en su reciente reportaje: «La
palabra Dios me parece como una caja de fósforos en la que se
puede poner o sacar una gran cantidad de ellos".
El ateísmo puede ser signo de madurez del hombre: el hombre
sale del infantilismo, elimina los ídolos de su cuna, el dios pueril, el
de los pequeños miedos, el de las pequeñas seguridades, el dios
inventado por la necesidad de un apoyo tutelar, el dios del
sentimiento porque uno se encuentra solo al atardecer. Sin
embargo, lo decía Pascal: "el ateísmo, signo de la fuerza del
espíritu, hasta cierto grado solamente". Creo que el ateísmo puede
ser, al mismo tiempo que signo de madurez del hombre, signo de
una etapa aún adolescente.
Quizá pasa así cada vez que después de haber aceptado de
manera pasiva los lazos impuestos -familiares, de herencia, de
atavismo que no fueron elegidos, viene una etapa en que se
rechaza toda sujeción, una etapa de liberación: uno busca
reencontrarse a sí mismo en su autonomía, en su independencia.
Es signo de madurez con respecto a la sumisión, la pasividad, la
fatalidad en que vivía el niño. Pero la verdadera madurez ¿no
consistiría más bien en reanudar lazos por encima de las
sujeciones, en reencontrar las verdaderas solidaridades y
dependencias, en abrir nuevas fuentes, en reconocerse en relación
y comunión? Por todo ello, sin querer hacer una apología del
ateísmo, veo en él, tanto el signo de madurez del hombre como el
signo de un fenómeno aún muy adolescente. El ateísmo moderno
no es simplemente signo de que el hombre ha llegado a su madurez
afirmando su libertad desalienándose de Dios. Yo querría de vez en
cuando, no dejar tranquilos a los ateos instalados en su ateísmo
pidiéndoles que verifiquen si no están estancados en una crisis
adolescente, y también no dejar tranquilos a muchos cristianos que
quizá no han visto, de tal manera los inmoviliza la tentación, como el
ateísmo suponiendo que sea un pasaje inevitable, debería ser para
ellos un punto de partida, un despertar.

1. Momento para una verificación religiosa fundamental 
¿De qué despertar se trata? Retomaré la imagen de las etapas
de la unidad de la personalidad a las que aludí hace unos
segundos. El hombre de hoy, bajo la tentación del ateísmo, debería
reconocer que no se trata de regresar al tiempo de sus
predecesores, cuando todo iba bien, cuando Dios estaba
domesticado, y era reconocido, cuando todo el mundo le rendía su
homenaje sin dificultad. Monseñor Dupanloup, gran obispo del siglo
XIX, se equivocaba cuando decía a sus sacerdotes en tiempos del
Concilio Vaticano I: "Tenemos una gran tarea: conducir los fieles al
tiempo en que el trabajador, testigo de los milagros de la
Providencia, invocaba al Dios que protege los sembrados". Bajo
ningún concepto se trataba de volver a las edades infantiles de la
conciencia para encontrar al Dios contemporáneo de la infancia de
la conciencia. Se trata más bien de reconocer que el hombre de
antes era religioso con excesiva facilidad, que perdía quizá mucho
tiempo en traficar con sus dioses, en querer obtener todo de ellos,
sonsacarles todas las respuestas, interrogarlos al detalle por
tonterías, en lugar de trabajar por sí mismo, de buscar por sí mismo,
de encontrar soluciones, en cuanto están al alcance del hombre. No
se trata de volver al tiempo en que había necesidad de estar
protegido, de apoyarse, de ser consolado, el tiempo en el cual se
podía decir a Dios... "acércate a mí, dame calor, cálmame,
apacíguame, anímame, lléname". Tampoco hay que detenerse en la
edad adolescente de la conciencia religiosa. El hombre moderno
sería ateo con excesiva facilidad, al igual que el hombre anterior a
la mutación cultural era muy fácilmente religioso. La facilidad tanto
de un lado como de otro no es conveniente para el problema de
Dios.
Más que retornar al pasado y rechazar estancarse en su hoy de
ateísmo, el cristiano tentado por el ateísmo, debería ponerse a
buscar a Dios. Es el momento de la verificación religiosa
fundamental: liberado de ídolos, de un Dios muchas veces
alienante, porque así se le ha concebido muchas veces; liberado de
una imagen culturalmente superada e insostenible de Dios que
interviene siempre directamente, que hace todo, un poco en lugar
del hombre, tenemos que reinterpretar estas imágenes y hacer una
oración que se dirija al Dios verdadero, por encima de sus
insuficientes representaciones. Llegó el momento de no descubrir al
Dios de la superficie, de la epidermis, al mismo tiempo que de
descubrir al Dios que responde a las esperanzas inscritas en las
más grandes profundidades del hombre, ahí donde el hombre
delibera sobre el sentido de la existencia, de su historia, sobre el
proyecto de su libertad. Es el momento de reencontrar un Dios más
puro, más allá del ateísmo, pero dándole la razón hasta cierto
punto.

2. Invitación a cooperar en la nueva epifanía de Dios 
Reconociendo que con frecuencia hemos sido, de manera
inconsciente, cómplices de la muerte aparente de Dios, tendremos
que cooperar en su nueva epifanía. Pues lo que Dios espera es
revelarse a los hombres de un modo nuevo y más profundo,
considerando la misma mutación cultural fuente de tentación de
ateísmo, como un beneficio, como un pasaje oscuro en el que el
hombre parece no encontrar más a Dios, pero al término del cual
tendrá una nueva epifanía de Dios, de un Dios que será a la vez
más Dios y más humano, que será, lo sabemos ya si somos
realmente un poco creyentes, el Dios de Jesucristo. Y que no
encontraremos volviendo a lo que se ha hecho durante siglos. Bajo
una capa de cristianismo, lo que se honraba no era el Dios de
Jesucristo sino un Dios cultural. No fue en nombre del Dios de
Jesucristo como se realizó la cruzada contra los albigenses y el
legado del Papa pronunció una frase posiblemente histórica cuando
rehusaron rendirse: "Mátenlos a todos, Dios reconocerá a los
suyos". ¿Cómo podría Dios reconocer a los suyos en esa inmensa
"carnicería"? Ni fue en nombre del Dios de Jesucristo como se
hicieron las cruzadas, aunque se realizaran con gran generosidad
para liberar la tumba de Cristo. No fue en nombre del Dios de
Jesucristo como los zuavos pontificios combatieron contra Garibaldi
hace un siglo. Realmente hizo falta este encuentro del soplo
evangélico de los tiempos presentes con el primado de la
fraternidad universal, para darnos cuenta entre qué cortinados
habíamos escondido a Dios, al que llamábamos el Dios de
Jesucristo, cortinados particularmente sucios. Es a El, pero a El
verdaderamente, a quien estamos invitados a reencontrar, en el
despertar difícil provocado por el ateísmo.
Necesitamos ese despertar. ¿Eso quiere decir que el ateísmo es
para la Iglesia y para todas las religiones un pasaje necesario? Las
Iglesias ¿no tienen otra posibilidad de encontrar al Dios de
Jesucristo que pasar por una fase de ateísmo, por una fase de
brutal autocrítica, incluso un poco drástica? No me atrevo a
afirmarlo, aunque algunos teólogos alemanes, Rahner, Metz, llegan
a decir que el ateísmo es un pasaje inevitable que debe
franquearse, al menos globalmente, colectivamente, para acceder a
un despertar del descubrimiento del Dios del Evangelio. No me
atrevo porque el pasaje es severo, corremos peligro de que haya
muchos cadáveres, y sobre todo no tomaría la responsabilidad de
trabajar en pro del ateísmo para que así venga el despertar. Es un
riesgo demasiado grande. Ni siquiera las vacunas son en este caso
aconsejables. Sin embargo, allí donde el ateísmo, al desarrollarse
como hemos visto, es un hecho, lo consideramos como una realidad
providencial cuyas posibilidades de un despertar hay que
aprovechar. Donde el ateísmo es una tentación, consideramos que
esta tentación es finalmente bienhechora. Pero allí donde el
ateísmo no ha llegado a sus últimas consecuencias, allí donde
todavía no es una tentación actual, no creo que sea siempre y en
todos lados necesario llegar al término de la crisis para tener
posibilidades de entrar en el despertar. Más bien desearía que la
Iglesia esté suficientemente advertida de lo que representa la
tentación actual del ateísmo antes de que se vuelva más
contagioso, y de ahí tome desde ahora la resolución de un
despertar realmente serio en el problema de Dios.

IV. TAREAS QUE SE IMPONEN A LA IGLESIA DE HOY 
Con esto llegamos a la última parte: las tareas que debe realizar
la Iglesia, ya esté efectivamente en una situación de ateísmo o se
encuentre esa situación de ateísmo en el universo cultural de hoy.
De estas tareas depende el éxito de la renovación conciliar.
La renovación conciliar corre el riesgo de encerrarse en el
universo eclesiástico o en el universo ecuménico, todavía más en el
litúrgico o en la disciplina eclesiástica, si no se centra en aquellas
tareas que urgen para que Dios pueda realizar su epifanía en una
época de ateísmo. Si desde hoy no estamos convencidos de ello,
veremos con decepción dentro de algún tiempo que ahí estaba el
verdadero problema.
¿Qué tiene que hacer la Iglesia? El Concilio, al final del capítulo
primero de la citada Constitución "Gaudium et Spes", nos da
algunas orientaciones: "EI remedio del ateísmo (se lee en esta
Constitución) hay que buscarlo en una presentación adecuada de la
doctrina y en la pureza de vida de la Iglesia y de sus miembros. Esto
se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, y
finalmente, tener presente que mucho contribuye a manifestar la
presencia de Dios el amor fraterno de los fieles".

1. Falsas pistas
a) ¿Condenación o reparación? 

Demos algunas indicaciones sin querer impartir una lección
conciliar. Afirmemos primeramente de manera negativa, que no
serviría para nada condenar el ateísmo. Ustedes saben que Juan
XXIII fue asaltado al principio del Concilio con peticiones de este
tipo. Respondía generalmente: "¿para qué? Todos saben
perfectamente que el papa no es ateo ni partidario del ateísmo".
Condenar no sirve de nada, ni denunciar, ni siquiera lamentar. Ni
creo que los cristianos tengan que vengar el honor agraviado de
Dios con discursos. A fines del siglo XIX era costumbre fabricar
reparaciones en las que los cristianos tranquilizaban su conciencia
a expensas de los no-creyentes, lamentándose ante Dios de que los
hombres lo abandonaban, su Sagrado Corazón no era honrado, y
los hombres ya no se presentaban a hacer la venia ante el
generalísimo Dios. Dios se defiende a sí mismo. Es el
Dios de los ateos. Es el Dios vivo, el Dios de todos los hombres
incluso de los que no lo conocen, y no nos ha dado la tarea de
denunciarlos. Lo que nos pide es tener en cuenta la verdadera
causa de Dios, la de trabajar en su epifanía.

b) ¿Resacralización o regresión cultural? 
La Iglesia ya no buscará resacralizar el mundo, o sea volver al
estado cultural de un mundo anterior. Sin embargo, algunos
rechazan el desarrollo cultural, industrial y técnico de Occidente. Si
se diera un estadio menos desarrollado, como el de África, por
ejemplo, seríamos más religiosos. Les remito a la encíclica
"Populorum progressio": allí podrán ver que el cristianismo va
siempre en el mismo sentido del desarrollo y del progreso. No
encontraremos a Dios deseando una regresión cultural y llevando al
hombre, según la expresión de monseñor Dupanloup, al estadìo del
"trabajador, testigo de los milagros de la Providencia" y del hombre
"que invoca al Dios protector de los sembrados". No, estamos en
una época en la que los sembrados se protegen de otro modo: hay
máquinas, cañones anti-granizo, muchas técnicas... Este pudo ser
el sueño de ciertos predicadores románticos, conducir a los
hombres a un estado regresivo desde el punto de vista psicológico,
social, político, técnico, científico, para que sabiendo menos se
sientan más dependientes. Es un callejón sin salida. El Dios de
Jesucristo no está de ese lado.

2. Respuesta al ateísmo
¿Cuáles son las tareas de la Iglesia? 

Entendiendo por "Iglesia" no solamente el Papa, el Concilio, sino
el "nosotros" consciente de los cristianos. Creo inevitable
primeramente una cierta tarea de contestación. Aún comprendiendo
el ateísmo, aún apreciando a la persona atea, sobre todo cuando lo
es en conciencia y pensando que es amado por Dios y que Dios es
su Dios, la Iglesia, sin embargo, no puede convertirse en una Iglesia
afásica, o sea una Iglesia que se calla. Ciertamente es consciente
de que cierto número de ateos de hoy son ante Dios mucho más
"conscientes" que algunos creyentes de antaño, pero la Iglesia
considera que, a pesar de todo, el ateísmo es un mal para el
hombre. Así empieza el capítulo sobre el ateísmo en el texto
conciliar: "el aspecto más sublime de la dignidad humana se
encuentra en la vocación del hombre a la comunión con Dios". Por
eso, sin agresividad contra el ateo, la Iglesia ha de responder al
ateísmo.
Responder no es ni polemizar, ni entablar una controversia. Es
expresar la experiencia contraria. Y así la Iglesia puede decirle al
ateo: usted tiene su experiencia atea, creo comprender su génesis,
en nuestra complicidad, sí, la de nosotros los creyentes, y en la
mentalidad moderna modelada por la mutación cultural. Creo
comprender su posición, y vuestra opción no me es ajena, pero
tengo una experiencia del Dios vivo que me invita a cuestionarle, a
oponer mi experiencia a la suya, para que la tenga en cuenta. La
Iglesia en nombre de esta respuesta debe decirle al ateo,
fraternalmente: ¿está usted seguro de no haberse quedado en el
nivel de una liberación adolescente?, ¿de no haberse dejado
encerrar dentro de los métodos de análisis del mundo captado
científica y técnicamente?, ¿de no generalizar apresuradamente el
juicio a las religiones acusándolas de impuras? ¿Tienen
suficientemente en consideración lo que hay de más puro en la
experiencia que el hombre tiene de Dios, de más original,
especialmente en la revelación cristiana?, ¿no corren peligro de
rehacer ídolos, reintroduciendo el absoluto que le niegan a Dios, en
las realidades humanas: piensen en las ideologías, aun si hoy están
declinando? ¿Están dispuestos a dejarse inquietar nuevamente por
las impurezas, los simplismos, las insinceridades, las
sistematizaciones fáciles a que les conduce vuestra posición atea?
¿Están dispuestos en consecuencia a dejarse cuestionar por todo
testimonio que pueda venir a reabrir el expediente que ya han
cerrado? Personalmente he encontrado ateos de renombre, en la
literatura o en las ciencias, y que me han parecido muy cerrados en
su posición atea: estaban de vuelta del problema, habían encerrado
el cristianismo por ahí y para nada estaban dispuestos a cambiar.
Incluso su conciencia ética no era siempre tan sincera como
proclamaban, y llegaban a tener una conciencia tan cerrada como
la de cierto número de creyentes con relación a su propio sistema.
La Iglesia no puede dejar el mundo tranquilo, lleva en sí una
palabra de Dios hecha para inquietar a los hombres, para decirles:
vayan profundamente, amplíen el campamento, no estén seguros
de que vuestro ateísmo, por digno y verdadero que sea pueda ser
mejor que la religión que han abandonado; no es tan seguro que
vuestro ateísmo no los dejará en la miseria.
Desearía que encontráramos en nuestro Iglesia la fórmula de
respuesta, ya que tenemos una cierta agresividad frente al ateísmo
o nos callamos, como si practicáramos lo que Pablo llamaba "el
silencio de la confusión".

3. Dar importancia a la realidad-Dios en la pastoral 
La segunda tarea consistiría en dar importancia a la realidad-
Dios, no al problema de Dios sino a la realidad-Dios, en el corazón
de toda la pastoral. Estos son algunos de los terrenos en que los
cristianos tienen que testimoniarla.

a) Participar con los desposeídos 
Primeramente, la constante preocupación, manifestada ya desde
hace algún tiempo en la Iglesia, según la opinión de los mismos
comunistas, de no separar la causa de Dios y la del hombre.
El legado del Papa se equivocó al pensar que Dios reconocería a
los suyos si el hombre no los reconocía. Es a la vez sobre el rostro
del hombre y sobre el rostro de Dios como se realizará la nueva
epifanía de Dios. El ateísmo tiene la pasión de lo humano: podrá
reconocer a Dios descubriendo en nosotros como el Dios muy
humano de Jesucristo ha reconocido al hombre hasta el punto que
el hombre es como un niño perdido cuando no ha sido reconocido
por su autor y padre: Dios. Quien ha «reconocido» al hombre, es
Dios; reconocido en el sentido de que muchísimos hombres no
existen verdaderamente porque nadie los ha reconocido. La Iglesia
testimonia que Dios es aquel que ha reconocido al hombre. Es
necesario que esto se vea. He aquí un ejemplo entre otros, que yo
no querría presentar a la ligera: mientras el hemisferio norte del
planeta sea el de los cristianos que hablan del Dios que ha
reconocido al hombre, y el hemisferio abastecido, con relación al
otro que globalmente es el hemisferio más subdesarrollado y menos
evangelizado, no hay ninguna posibilidad porque está inscrito en la
revelación de Dios de que el hemisferio no evangelizado y
subdesarrollado preste una seria atención al Dios de los cristianos.
Y tendrán todas las posibilidades de aceptar las ideologías que,
aunque contradigan su alma religiosa nativa, manifiestan al menos
su eficacia por liberar al hombre y desarrollarlo. Hay que saber a
qué atenerse: no es el Dios cultural de los americanos y europeos,
del que hablan incluso cuando guerrean, quien podrá manifestar su
epifanía para multitud de hombres, a quienes por otra parte
enviamos misioneros y dólares. Es sobre el rostro del hombre como
se manifestará la reconciliación de lo religioso y de lo político, de lo
religioso y de lo antropológico, en la lógica misma del Dios de
Jesucristo. Es el Dios para los hombres, el Dios de los hombres,
nunca tan Dios como cuando es el Dios con los hombres y para los
hombres.

b) Purificar nuestras formas de devoción 
Otro sector pastoral donde debe manifestarse lo serio de la
realidad-Dios es el culto y la vida eclesiástica. El Concilio nos invita,
y queda mucho por hacer, a liquidar todas las supersticiones, todo
lo que hacemos en nombre del dios infantil, del dios de las
pequeñas seguridades, del dios doméstico. Si somos conscientes
de la gravedad del problema, tenemos mucho que hacer para
depurar nuestras devociones, para hacer más transparente nuestra
liturgia con aquel que está ahí, y con quien entramos en relación.
No poseemos a Dios, El está siempre más allá. Será necesario que
nuestro culto exprese todo eso en lugar de hacernos creer que está
en cualquier cajita, en las cremas, aceites, imágenes, cosas que se
tocan, en fin que lo poseemos: eso es magia.
No, Dios se nos escapa siempre, nos lleva hacia adelante, no
está por encima nuestro para aplastarnos, ni detrás nuestro para
empujarnos, está siempre delante de nosotros para atraernos,
ampliarnos y agrandarnos.

c) Testimoniar una experiencia
El tercer aspecto de la importancia de la realidad-Dios en nuestra
pastoral concierne a nuestra predicación, no simplemente la de los
sacerdotes, sino de manera más amplia, nuestras expresiones
sobre Dios. Evidentemente hoy debemos testimoniar una
experiencia de Dios. Es una terrible exigencia. Una experiencia de
los convertidos para quienes Dios es real, un poco como la de
Moisés que decía a Dios: "muéstrame tu rostro". Dios no es una
noción. Si no podemos hacerlo, comprendo el que ciertos cristianos
y aún teólogos, sobre todo en los Estados Unidos, aconsejen pasar
por alto este tema en la predicación mientras no seamos capaces
de hablar de Dios de manera real y experimental. Pienso en los
llamados teólogos de la muerte de Dios. Uno de los más
importantes, protestante como la mayoría, Van Buren, en su Iibro
titulado: "El sentido profano del Evangelio", llega a decir: "intento
mostrar que al cristianismo le concierne fundamentalmente al
hombre y que su lenguaje sobre Dios es un medio, por lo demás
muy superado, y no el único, de decir lo que el cristianismo quiere
decir sobre el hombre, la vida humana, la historia". Entonces las
expresiones sobre Dios se desvanecerían y la única cosa que la
Iglesia tendría para decir en definitiva, es lo concerniente al hombre.
La Iglesia no puede dejar de hablar de Dios, pero atención: un
hablar que no sea alienante, una predicación verdaderamente
evangélica.
Esto es fácil de decir, pero difícil de realizar; lo siento con toda
crudeza.

d) Reencontrar a Dios en los caminos de la actividad y la lucha 
Finalmente, tendremos que renunciar en escrupulosa decisión, a
andar o hacer andar a Dios por caminos dudosos. Tendremos que
renunciar a querer poner a Dios en el molde de la vida humana, en
la desgracia, en el subdesarrollo, en la crisis, en la conciencia
desgraciada, en el sentido de los filósofos del siglo XIX, y por el
contrario ayudar a los hombres a reencontrar a Dios por los
caminos más humanos y positivos de su vida: el camino de la
responsabilidad, de la actividad humana y no de la fatalidad, de la
lucha y no del aplastamiento, de la toma de conciencia y no del
sueño, reencontrar a Dios por los caminos más adultos de la
personalidad y de su historia y no de las regresiones infantiles.
Es una resolución difícil de tomar porque los hombres religiosos,
sin duda por adhesión a su Dios y también porque están
persuadidos de que es una desgracia para el hombre desconocer a
Dios, prefieren los caminos más fáciles: tareas de titiritero, de
proselitismo deshonesto. Las motivaciones no importan mucho si
conseguimos delimitar a Dios y darlo al hombre. Esa es una de las
causas del ateísmo. El hombre se vuelve ateo cuando se descubre
a sí mismo mejor que los dioses o que su Dios. No vayamos a
alimentar ese ateísmo, cuidemos al contrario como el decreto
conciliar sobre las misiones nos invita, de ser muy escrupulosos en
marchar por los caminos donde podamos encontrar a Dios. Estos
son caminos verdaderamente humanos y no infrahumanos.

CONCLUSIÓN 
Debo terminar. Evidentemente Dios no tiene necesidad de un
referendum para ser Dios. Es el Dios vivo. Dios es también el Dios
de los ateos: no lo saben, pero a veces viven en comunión con él y
pueden ir a él sin saberlo, por lo que los teólogos de hoy llaman
frecuentemente "cristianismo anónimo", un cristianismo incógnito.
Debemos recordarlo en este tiempo de ateísmo: ciertos ateos son
más cristianos que los cristianos de nombre y de registro. Poner
millones de hombres en actitud reverencial no sirve de nada si es
ante un ídolo. Pero teniendo dicha convicción, la Iglesia, los
cristianos no estamos menos convencidos de que el hombre está
hecho para conocer al verdadero Dios, y que el Dios venido en
Jesucristo a reconocer al hombre, desea que el hombre lo conozca
verdaderamente, no simplemente que se encuentre con El de
incógnito. De ahí por qué, sin lamentarse interminablemente del
ateísmo, tampoco la Iglesia se afilia a su partido. Sabe que si hay
novedad en el Evangelio, es la verdad. El Evangelio ha asombrado
al mundo y debe seguir asombrándolo. La novedad no está
solamente, como ciertos cristianos de hoy pueden pensar, del lado
del hombre. Lo extraordinario del Evangelio está del lado de Dios:
que Dios haya revelado quién es, que Dios se haya aproximado,
entrado en la historia de los hombres, que se haya unido a lo
humano hasta el punto de no separarse ni más allá de la muerte,
que haya reconocido al hombre de una manera fraternal, que haya
transformado las representaciones que se hacían de El,
reemplazando el poder cósmico, demiúrgico, milagroso, aplastante,
por la proximidad y la invitación a la vida mas alta.
Entonces, sabiendo hasta qué punto el hombre y Dios están
hechos para encontrarse, Ia Iglesia, sabiendo que Dios no tiene
necesidad de ella, está, sin embargo, profundamente persuadida de
que todo lo que haga, lo que diga, no tiene sentido si no es en
vistas a ese encuentro. La esperanza de la Iglesia hoy es que por
encima de los malentendidos verdaderamente trágicos del ateísmo,
se levante con su trabajo, en el mundo de los hombres, el tiempo de
una epifanía de Dios. Y es de esta esperanza de la que querría
hacerlos partícipes. Necesitamos una larga conversión; diálogos,
encuentros, porque no es posible que este malentendido trágico
entre el hombre y Dios, hechos para estar juntos, no sea superado.
Con vistas a que todos entremos, según nuestras posibilidades, en
esta tarea primordial de la epifanía de Dios en este tiempo de
ateísmo, he tenido la alegría de estar con ustedes esta tarde.
P. A. LIEGE
CATEQUESIS Y MUNDO DE HOY
CELAM-CLAF. MAROVA. MADRID-1970.Págs. 16-34

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.