jueves, 20 de marzo de 2014

El Dios de la guerra y el Dios de la paz justa

El Dios de la guerra y el Dios de la paz justa

José María VIGIL


 "La guerra contra la pobreza ha terminado. Los pobres la han perdido". Stevenson, economista estado-unidense.
 En última instancia, los procesos de desarrollo son luchas de dominación. Max Weber, Escritos políticos I.
 Para las masas pobres de hoy, la guerra no son sólo los 30 conflictos bélicos internacionales actuales -al comenzar el siglo XXI-, ni los 108 conflictos que han tenido lugar en la década subsiguiente a 1989, ni tampoco los actos bélicos y parabélicos del siglo XX recién concluido… Los pobres sienten la guerra como una realidad cotidiana con la que se ven obligados a convivir para sobrevivir… La "guerra contra los pobres" no es de hoy ni de ayer, sino de siempre. Es permanente, estructural, histórica…

La guerra contra los pobres: permanente, estructural, histórica
Haría falta la pluma y la erudición de Eduardo Galeano para recontar la historia de "Las venas abiertas" no sólo de América Latina, sino de lo que hoy llamamos Tercer Mundo, y de lo que ha sido el mundo entero en toda su historia. Desde las sociedades primitivas sociedades "salvajes", que se hacían unas a otras la guerra -siempre bendecida por los dioses de ambos bandos- a la conquista de riquezas o de esclavos, pasando por los imperios avasalladores de turno, hasta los imperios menos visibles de hoy día. Haría falta la imaginación del mejor "realismo mágico" para vivenciar lo que fue el sufrimiento humano ligado a aquellos tiempos crueles e inmemoriales. ¿Las víctimas? Siempre las mismas: los pequeños, los débiles, los pobres.
La evolución biológica misma de las especies, de la que el homo sapiens surge dentro de ese proceso que eufemísticamente llamamos "equilibrio ecológico" pero que más realmente es "la ley de la selva", la lucha de todos contra todos para la supervivencia del más fuerte ("el pez gordo se come al chico"), se prolongó en la sociedad "humana" y la ha recorrido a lo largo de toda su historia, hasta hoy mismo, en que se habla del "darwinismo social" como una característica de la sociedad actual…
Guerra, guerra histórica contra los pobres ("pobres" por economía, por cultura, etnia, género, color, ideología…) es lo nos muestra la historia reciente de los últimos 500 años. La invasión de nuestro Continente Abya Yala, la "conquista" de sus tierras, el despojo de los indígenas, la destrucción de su cultura, la satanización de sus religiones, el secuestro violento de 10 millones de esclavos (según la hipótesis conservadora), la permanente postergación de la mujer en la sociedad civil y religiosa… son otras tantas facetas de esta guerra no declarada pero permanente.
Su perpetuación va pareja con la constante adopción de formas más sofisticadas y "aparentemente pacíficas". En otro tiempo las guerras eran para conquistar territorios; luego lo fueron para conquistar materias primas y, más tarde, fuentes de energía; hoy lo son para conquistar mercados. En otro tiempo fueron guerras bélicas, hoy son simplemente comerciales, culturales, financieras, mediáticas o jurídicas…
Por poner un ejemplo, en el siglo XV a.C. el Faraón organizaba incursiones de su ejército contra las ciudades-estado más débiles que le rodeaban, para imponerles una tributación asfixiaste, y para traerse esclavos como trabajadores y esclavas jóvenes para el placer. Hoy, sin necesidad de aquellas violentas "razzias" para secuestrar jóvenes, cientos de miles de muchachas del tercer mundo son conducidas al primero por mecanismos económicos y redes mafiosas que las engañan y las atrapan en las redes de explotación sexual; jóvenes de ambos sexos entran en el primer mundo, como ciudadanos de segunda clase, indocumentados, para hacer el trabajo que no quiere hacer nadie, utilizados como mano de obra barata sobreexplotada con contratos-basura: son los esclavos modernos, no ha habido variación sustancial.
El Faraón, los césares, los grandes dominadores de los pueblos emprendían guerras contra los pueblos vecinos para imponerles el pago de onerosos tributos. El régimen que luego se llamó "subasiático" dominó regiones inmensas de la humanidad del milenio anterior a Cristo. Hoy los antiguos tributos ya no se imponen por la guerra, sino con las finanzas: la grave crisis actual del tercer mundo tiene una de sus principales causas en la deuda externa que se le ha impuesto. Contra toda lógica, los intereses de la misma se presentaron como "fluctuantes", de forma que cuando interesó a los acreedores, la tasa de interés fue elevada hasta un 18%, cuando en los 150 años anteriores nunca había sobrepasado el 6%ç Una gran cantidad de naciones pobres quedaron sumidas en una verdadera y humillante tributación esclavista: todo un país, trabajando y produciendo para entregar a los nuevos faraones el 30%, el 40% y hasta más de su PIB, abusivo "tributo" que sólo puede ser pagado mediante el recorte drástico del presupuesto de salud, educación y los programas sociales que beneficiarían a la inmensa mayoría pobre del país. Pueblos enteros pagando con el 30 ó 40% de su producto interno bruto para cubrir simplemente el servicio de los intereses (no la deuda misma) de una deuda que sigue multiplicándose… Esta deuda es la versión moderna más exacta de las guerras de los antiguos faraones y césares para esclavizar pueblos e imponerles tributos. Si lo miramos bien, no ha habido variación sustancial.

Cuando escribo estas líneas, los campesinos de las zonas altas aledañas a la cuenca del Canal de Panamá hacen una vigilia para defender su derecho a no ser desplazados del territorio en el que viven ancestralmente. Un día, hace unos meses, fueron informados de que el órgano legislativo de la democracia del país había aprobado -de espaldas la opinión pública y a los 100.000 campesinos afectados, sin que ni una ni otros fueran informados- una ley, la 44, por la que han de salir de sus tierras. Unas pocas familias adineradas -un "enclave colonial oligárquico" lo llaman algunos-, que administran y controlan el Canal llamado "de Panamá" dieron ese "golpe de estado jurídico" contra los pobres, en un episodio que no es sino uno más del proceso secular de arrebatar las tierras a los campesinos e indígenas y desplazarlos más y más hacia los montes. Panamá es un país en "paz", pero la guerra contra los pobres continúa…
También en este momento, el Plan Colombia se va a implementar, a pesar de tanto clamor de honestas voces que lo denuncian como una clara intervención militar de EEUU -en alianza con las élites económicas colombianas, lógicamente-. Como un plan de guerra solapado, lo califican muchos. El país, en el que la guerra de la oligarquía contra los sectores empobrecidos es multisecular, va a sumar, al millón de desplazados que ya tenía, otros dos millones de campesinos pobres que van a ser producidos por el Plan Colombia. Razón: el control estratégico de los inmensos recursos petroleros que el país tiene, así como la participación en el negocio colombiano de las drogas, que significa más que la totalidad de la economía formal del país. Colombia es tal vez el país más violento del mundo -¡y muy católico!- y los muertos en la guerra son muy mayoritariamente, los pobres. Esto tampoco es nada nuevo, sino multisecular, sin variación sustancial.
Más allá de las guerras formales -que son las que habitualmente se «declaran» justas-, nos queremos referir pues a una «guerra» no declarada, ni siquiera tenida como «de baja intensidad», que se lleva a cabo en sociedades formalmente en paz, pero que es efectivamente real, y permanente, histórica. Una guerra contra "los condenados de la tierra" (Franz Fanon), que quizá es simplemente el rostro visible del misterio del mal en la historia, la expresión del "darwinismo social" que se perpetúa en la evolución biológica en la sociedad humana, a la espera de que ésta se haga verdaderamente "humana".
Hay un Dios que justifica esa guerra
Quienes llevan adelante esta guerra contra los pobres son seres humanos, y, en cuanto tales, son personas "religiosas", necesitadas de un sentido transcendente, de una referencia de conciencia a un punto de apoyo absoluto ("dios", en el sentido antropológico) que legitime su "guerra" y la "justifique" (la haga ver ante sus ojos como "guerra justa"). Ahí es donde interviene el "Dios de la guerra". En América Latina no nos es difícil hacer memoria de la presencia de este Dios en nuestra historia:
-el Dios invocado en la "conquista" de América, en el famoso "Requerimiento", que ignorando a los humanos que habitaban Abya Yala desde la noche de los tiempos, daba por otorgadas por Dios a los Católicos Reyes de España, través del Vicario de Cristo en Roma, todas las tierras del Continente, y conminaba a sus habitantes a entregarlas, bajo la amenaza de ser objeto de una cruel y despiadada guerra;
-el Dios cristiano que ha permitido la expulsión y diezmación de los indígenas (hasta el mismo siglo XX) a manos de la sociedad cristiana occidental invasora del Continente;
-el Dios del Papa Nicolás V, que en 1454 concedió "facultad y libertad plena al rey Alfonso (de Portugal) para invadir, conquistar, expugnar, reducir y subyugar todos los reinos, ducados, principados, dominios, posesiones y bienes muebles e inmuebles de los sarracenos y paganos y otros enemigos de Cristo, y de reducirlos a perpetua esclavitud";
-el Dios en cuyo nombre se bautizaba (y se marcaba a fuego, como a las bestias) a los negros antes de arrancarlos de Africa para traerlos a América, un Dios que, luego, en la boca de los capellanes de los ingenios azucareros americanos, amenazaba con las penas eternas a los esclavos que pensaran escapar de su esclavitud;
-el Dios cristiano de los africaners de Sudáfrica, que autoaplicándose los textos bíblicos de la elección del pueblo de Dios, proclamaban que la tierra de Sudáfrica se la había dado Dios a sus padres, holandeses inmigrantes, y que los negros, moradores ancestrales, sólo tenían derecho a vivir como ciudadanos de última clase en un vergonzoso apartheid;
-el Dios cristiano de Occidente, de donde han salido tantas guerras expansionistas, de conquista, de dominación colonial y neocolonial…;
-el Dios de las misiones cristianas europeas, que han ido acompañando a los neocolonizadores, "haciendo patria" a la vez que Iglesia, legitimando metrópolis, declarando justas las guerras contra las colonias, condenando los procesos independentistas, persiguiendo y ajusticiando "en nombre de Dios" a los próceres y héroes de la independencia de nuestros pueblos emergentes;
-el Dios tantas veces invocado por el Magisterio eclesiástico de épocas pasadas, que explícitamente apelaba a la religión para hacer respetar el (des)orden social, la desigualdad (teológicamente justificada) entre ricos y pobres, la inviolabilidad de la propiedad privada (a pesar de esa escandalosa desigualdad), la resignación de los pobres (a pesar de las intolerables condiciones de miseria), la ilegitimidad de cualquier revuelta social…
-el Dios de la "civilización cristiana occidental", que sintiéndose amenazada por el comunismo internacional, y en nombre de la defensa de la fe, satanizó a los militantes de la Causa de los pobres en América Latina en las últimas décadas, y no condenó (y hasta en algunos caos bendijo) el "terrorismo de Estado" que causó cientos de miles de mártires de todo el Continente: asesinados, torturados, desaparecidos, descuartizados, arrojados al mar… "compañeros y compañeras de los que no era digno el mundo" (Heb 11, 37-38), en Guatemala, Argentina, Chile… y todo el Continente… en la represión contra los movimientos populares.
-es el Dios de las jerarquías eclesiásticas que callaron y se omitieron ante esas dictaduras y "regímenes de seguridad nacional" y de terror, y entrando en connivencia con ellos (sabiendo, callando, comiendo a su mesa, "jugando al tenis" con ellas) bendijeron y legitimaron su guerra contra la liberación de los pobres, desampararon al pueblo, olvidaron a los mártires, los creyeron "comunistas" y "subversivos" (incluso a compañeros suyos de episcopado)…
-el Dios del Instituto para la Religión y la Democracia, IRD, que durante las administraciones Reagan fue diseñado oficialmente para participar en la lucha ideológica internacional poniendo la religión al servicio del capital neoliberal internacional, combatiendo "teológicamente" las revoluciones de los pobres, las comunidades de base y la teología de la liberación, como confesaron los mismos "Documentos de Santa Fe";
-los dioses invocados en casi todas las sociedades tradicionales -desde el comienzo de la revolución agricola, hace 8.000 años, que han legitimado y bendecido una permanente guerra de dominación contra la mujer, mediante la estructuración patriarcal de la sociedad, privándola de los derechos mínimos de ciudadanía, convirtiéndola en propiedad del varón, asignándole e imponiéndole un rol construido socialmente ("género") tanto en la sociedad civil, como en la religiosa y la familiar;

Pero ya más en la actualidad última, este dios de la guerra sigue siendo invocado también hoy día:
-es el Dios de los teólogos del neoconservadurismo, como Michael Novak, que justifican teológicamente el neoliberalismo, y en vez de culparlo de la creciente pobreza, le adjudican eufemísticamente el mérito de la creciente riqueza, e identifican hoy al "Siervo de Yahvé" con la "corporación transnacional moderna" (aunque es católico nunca ha sido censurado ni siquiera mínimamente);
-es el Dios de Candessus, que ha dirigido el FMI durante los últimos tiempos implementando severísimos "ajustes estructurales" a los países pobres para "modernizar" y hacer "más eficiente" (¿para quién?) sus economías, privatizándolas (despojando a los países de sus últimos bienes nacionales) e introduciéndolas en la globalización (es decir, sometiendo sus mercados al desigual comercio exterior), produciendo el período de mayor concentración de la riqueza y mayor desigualdad de toda la historia universal; Candessus, católico practicante, que pronunció un famoso discurso a los empresarios cristianos en el que les atribuyó corporativamente el "cumplimiento" de la Buena Noticia de la liberación de los pobres (Lc 4, 16ss), ha sido incorporado, tras su jubilación de la dirección del FMI, a la Pontificia Comisión de Justicia y Paz del Vaticano, en un claro reconocimiento, por parte de éste, en el mismo Dios de Candessus;
-en su 85º cumpleaños, Pinochet hace público un video en el que aparece, en una estudiada escena, junto al Crucifijo, mostrando su religiosidad, tan cercana al y protegida por el Opus Dei, como es sabido; en la misma fecha, casualmente, la Iglesia católica oficial chilena ha realizado una celebración penitencial jubilar en la que ha pedido tímidamente perdón por su silencio cómplice ante los atropellos de la dictadura (3100 muertos y desaparecidos), verdadero golpe de estado contra los pobres, legitimado (¡todavía hoy!) por los sectores religiosos conservadores que supuestamente creerían en ese mismo Dios golpista que sostiene a Pinochet… De la simpatía de la jerarquía vaticana con la dictadura criminal de Pinochet puede dar cuenta el cardenal Sodano, número 2 del Vaticano, nuncio de Chile en aquel tiempo, que no sintió vergüenza de hacer maniobras políticas a favor de la liberación de Pinochet durante el período de su detención en Londres a pedido de la Justicia Internacional, según descubrió la prensa mundial. No quiero referirme a la comunión que Juan Pablo II le diera -en un gesto por el que tantos cristianos manifestaron sentirse escandalizados- en tiempos todavía de su ejercicio del poder usurpado y dictatorial como Jefe de Estado de facto; más recientemente todavía, el cardenal de Santiago, Errázuriz, respecto a los juicios que se le siguen al dictador Pinochet, declara que "el exceso de justicia (!) puede ser negativo para la reconciliación y la paz social";



-también en estas fechas en que escribo me llegan noticias del apoyo público de los cardenales Sodano y Ruini a la conservadora "Forza Italia", dririgida por el hombre más rico de Italia… Pero los agentes de pastoral, teólogos y hasta obispos que en Brasil apoyan la demarcación de las tierras de los pueblos indígenas, la lucha del Movimiento de los sin Tierra y demás movimientos populares… son mirados con recelo y con rechazo por el Vaticano, descalificados, tachados en las listas de ascenso institucional… ¿Se puede negar que hay un Dios que apoya a (o por el que se sienten apoyados) los creyentes que en la lucha social juegan su peso contra los pobres?
Pero hay también una resistencia de los pobres
Frente a esa milenaria "guerra contra los pobres" se da en la historia un movimiento que pretende erradicar el sufrimiento humano producido por los mecanismos de opresión y de dominación, para llegar a hacer posible una sociedad fraterna, libre y digna de ser llamada "humana". Es la resistencia de los pobres (los pobres "con espíritu") y sus aliados, que unas veces reviste la forma de sublevación moral, otras de revuelta social, o de compromiso político, sindical, social… siempre en pro de la utopía de una sociedad reconciliada, sin guerra contra los débiles y los pequeños.
En esa resistencia han militado los héroes del pueblo, los esclavos sublevados, los próceres de las independencias de nuestros países, los revolucionarios por causa moral, los líderes y luchadores anónimos del movimiento obrero, los militantes de izquierda, la oposición a los sistemas opresores, los movimientos alternativos y de resistencia, los revolucionarios liberadores, los mártires… en una procesión interminable -toda una "nube de testigos" (Heb 12,1)- que mantiene en alto en la historia la bandera de la dignidad y la fe en la utopía.
Esta lucha "está, de alguna manera, en la memoria del pueblo, alentando una esperanza colectiva que moviliza especialmente a las minorías organizadas. Porque, a pesar de tanta represión en los largos años de  dictadura, y de toda la exclusión y las trabas impuestas por el sistema social dominante, el pueblo tiene sus organizaciones, sociales, laborales y políticas, que -a pesar de sus deficiencias- son canales de esa esperanza colectiva y de esa lucha solidaria por una vida más digna para todos, por una sociedad menos injusta y más humana" (Ronaldo Muñoz).
En los últimos siglos, esta corriente histórica ha sentido con frecuencia la necesidad de desmarcarse de las instituciones y corrientes religiosas, al ver al Dios de éstas bendiciendo la guerra contra los pobres. Su lucha ha podido parecer en ocasiones "atea", pero su mística ha sido de una gran profundidad religiosa. No es posible sumergirse en esta lucha (que no es por intereses egoístas, sino por amor a la Justicia y a la Paz) y no hacerlo por mística, por un valor percibido en conciencia como absoluto: Dios, el "Dios de la Paz con Justicia".
El Dios de los pobres: Dios de la Paz con Justicia
-Es el dios de los esclavos negros, que con titánico esfuerzo, lograban sofocar en su conciencia la imagen del Dios opresor que les predicaba el capellán de los ingenios azucareros de la América colonial (pagado por el patrón), y se acogían al Dios de la libertad que les impulsaba a arriesgarse (con riesgo de muerte) a la fuga para la construcción de los quilombos o palenques, sociedades de paz fraterna y libertad de los esclavos fugitivos;
-es el dios que sostuvo en su esperanza a los luchadores por la independencia de sus países, firmes, a veces, durante épocas enteras sin ninguna aparente salida y sometidos a la represión de las potencias coloniales;
-es el dios (¿la diosa?) que ha mantenido a tantas mujeres en vela (y que a tantas despierta ahora), rebeldes ante el dios patriarcal y frente a la sociedad de guerra contra las mujeres que él legitima, dispuestas a dar la vida por crear una sociedad nueva donde hombres y mujeres puedan vivir en la paz de la igualdad "fraterna y sororal"…
-es el "Dios de los pobres", invocado con ese bello nombre en la revolución nicaragüense, la experiencia histórica en la que se ha registrado la mayor incorporación de los cristianos a la lucha popular, contra el Dios de Somoza y contra el Dios de la jerarquía eclesiástica, jerarquía que enterró al dictador con honores de "príncipe de la Iglesia" y había coronado a su hija con la corona de la Virgen de la Candelaria (1942);
-es el Dios que ha sostenido la esperanza de los militantes -latinoamericanos y de tantas otras latitudes- en las "largas noches oscuras" históricas, haciéndoles perseverar en la esperanza y en la lucha "como si vieran al Invisible" (Heb 11,27), hasta ser capaces de dar la vida y agregar su nombre a la siempre inacabable galería de los mártires;
-es el Dios que inspiró a los "hapirús" la rebelión contra Baal, dios del Faraón, para, en nombre de Dios, aventurarse a la construcción del proyecto histórico de Dios en una sociedad igualitaria y fraterna.

Dos dioses pues en pugna: caracterización de los dos dioses
Aun sabiendo que el mundo y la realidad son infinitamente más complejos y escapan a toda esquematización, cabe metodológicamente hacer un desdoblamiento de la misma, simplificándola en grandes núcleos simbólicos que permitan una mayor visibilidad de líneas de fuerza. Estas, si bien luego, en la realidad, nunca se presentan así en estado puro, tienen la fecundidad de las intuiciones que permiten comprender la composición estructural profunda del conjunto.
Desde esa hipótesis (sólo) metodológica, podríamos organizar la visión de la realidad actual e histórica sobre el esquema de dos grandes polaridades de fuerzas de sentido y de movilización humana, que para el caso hemos denominado como el "dios de la guerra" y el "dios de la paz justa".

• El Dios de la guerra es un dios del poder, del orden piramidal, jerárquico, oligárquico o monárquico, vertical, que justifica que "alguien tiene que estar debajo"… Hay todo un tipo de persona, de filosofía, de psicología (y de religiosidad) que sintonizan con este modelo de Dios
El Dios de la paz es, por el contrario, dios de la fraternidad, de la igualdad, del orden circular, horizontal, democrático, que exige que nadie esté debajo de otros…
• El dios de la guerra es un dios pasivo ante el dolor de los pobres, que acepta que "siempre ha sido así", que "siempre ha habido clases", que "¡así es la vida!"; acepta estas situaciones como "naturales" (aunque estén dentro de la "historia") y como formando parte de un todo superior donde se armonizan y resuelven las tensiones (fisiocracia), por lo que pierden significado e importancia. Sus adoradores también se hacen pasivos ante el sufrimiento de los pobres y lo consideran "natural", más que histórico; fatal, inevitable.
El dios de la paz es un dios, por el contrario, que se indigna ante el dolor de los pobres, y suscita en sus adoradores esa misma "indignación ética" ante el sufrimiento, y no acepta nunca que se vea como "natural" o insignificante el sufrimiento "de los de abajo". Sus seguidores nunca dicen "así es la vida", sino: "esto no se puede tolerar". La actitud entrañable de "misericordia", y el apasionamiento por la consecución de un ordenamiento ("paz justa") que respete la dignidad de todas las personas -empezando por la de los pobres-, son actitudes básicas fundamentales que desarrolla en sus adoradores.

• El dios de la guerra, en este sentido, exige sacrificios humanos: alguien tiene que asumir la parte desagradable de la realidad, alguien tiene que morir para que nosotros vivamos, crezcamos, nos desarrollemos. Es inevitable que haya perdedores, gentes que queden al margen, que queden excluidos…
El dios de la paz, por el contrario, rechaza todo sacrificio humano en el ara del bienestar o del desarrollo de las élites. Nadie debe ser sacrificado para "bien" de otros, y todos los objetivos sociales deben ponerse al servicio del macroobjetivo que es el ser humano mismo. Ni al desarrollo, ni al crecimiento económico se puede sacrificar víctimas humanas.

• El dios de la guerra es un dios que está de acuerdo con el sistema piramidal y asimétrico, y sólo pide actitudes de asistencia o, como máximo, de "reforma" del sistema. Hacia los pobres sólo exige beneficencia, una "caridad", que, en realidad, legitima el sistema al dar por supuesta su legitimidad.
El dios de la paz justa (una paz verdadera, profunda, que brota de la justicia, de la fraternidad y de la participación), sufre con la falsa paz, la que no es "tranquilidad en el orden" (Agustín), la paz de los explotados atemorizados, resignados, no "convencidos". Por eso no está de acuerdo con el sistema piramidal y asimétrico, y no acepta la sola introducción de "reformas y mejoras" que dejen intocado el esquema mismo del sistema. El dios de la paz exige romper el sistema, construir otro desde bases nuevas que posibiliten la justicia y la igualdad, únicos fundamentos que posibilitarán la paz verdadera.

• El dios de la guerra es un dios "nuestro", de "nuestro pueblo" (dios nacional), de nuestro grupo (dios parcializado), de nuestra élite (dios de la oligarquía y del poder), de nuestra raza (dios étnico), de nuestra religión (dios salvador de pueblos "elegidos" o religiones elegidas, "únicas verdaderas", salvadoras "en exclusiva"). Sus adoradores se sienten siempre "elegidos" frente a los demás, frente a los "otros", frente a la masa, frente a los pobres, frente a los "paganos" de otras fes. Y es por eso un dios del privilegio, y de la exclusión a los otros.
El dios de la paz no es un dios de raza, pueblo, nación, religión alguna… sino de todos por igual, de la fraternidad universal, sin privilegios ni exclusiones. No es un dios que elige a una raza, cultura religión… frente a los demás, sino que ha elegido la utopía de un mundo en el que quepan todos y todos por igual. En ese sentido, ha elegido que los pobres (los injusticiados, los despreciados) que dejen de serlo, para reconciliar el mundo.
• El Dios de la guerra está en guerra también contra la naturaleza y la ecología; un dios que ha escogido al ser humano como "dueño absoluto de la creación" (antropocentrismo radical) justificando el sometimiento total de la naturaleza (sus riquezas, su equilibrio, sus posibilidades de futuro…) al egoísmo de los "intereses" del ser humano. Todo es bueno si coopera a "nuestro crecimiento económico a corto plazo", al lucro por el lucro… aunque en ello esté en juego la destrucción (también a corto plazo) de la única "nave espacial" en la que todos estamos embarcados. Es un dios también en guerra contra la naturaleza.
El dios de la paz es dios de paz también con la naturaleza, que pide otro tipo de relacionamiento con la vida, donde el ser humano no es el "dueño y señor", sino el hermano mayor o más inteligente que debe cuidar de todos…

• El dios de la guerra es dios de la milenaria guerra contra la mujer, que la ha declarado inferior al varón e inductora de su pecado, la ha sometido a él y la ha marginado en la sociedad patriarcal, confinándola a la esfera de lo privado y a un rol construido para mantenerla sumisa y controlada. El dios de la guerra es masculino…
El dios de la paz es un dios (¿diosa?) que quiere la reconciliación de géneros, la recuperación de la feminidad del varón y de la masculinidad de la mujer, como paso imprescindible para una humanidad reconciliada consigo misma, no esquizoide ni escindida.

Resumiendo:
• El Dios de la guerra es dios de los intereses propios (privilegio, elección, poder, bienestar, indiferencia frente a los pobres, connivencia con el sistema establecido, libertad para los fuertes…) por encima de todo, y por encima concretamente de la posibilidad de la justicia y de la igualdad fraterna, tenidas como imposibles y antinaturales.
El dios de la paz es dios de la justicia y la fraternidad por encima de todo, a costa de la destrucción de los privilegios e intereses particulares, y aun a costa de la donación de sí mismo.
Parafraseando a Agustín en su De Civitate Dei, podemos decir: dos amores a dos dioses construyeron dos formas de vivir en el mundo; el amor a sí mismos hasta la justificación de la guerra contra los otros, y el amor a los otros hasta la donación de sí mismo. El dios de la guerra es dios del egoísmo aun a costa del amor, y el dios de la paz es dios del amor aun a costa del perjuicio a sí mismo. Se trata de dos polaridades teológica y antropológicamente estructurales.

Esa polaridad conflictiva fue señalizada por Weber con la expresión "guerra de los dioses", como el politeísmo de valores y el conflicto insoluble de las creencias básicas ("dioses"). En "La ciencia como vocación" escribió: "Mientras la vida permanezca inmanente y sea interpretada en sus propios términos, sólo conocerá una lucha incesante de esos dioses entre sí. O, hablando sin metáforas: las posibles actitudes básicas en relación a la vida son irreconciliables, y por tanto la lucha entre ellas nunca llegará a una conclusión final. Es necesario, por ello, hacer una elección definitiva" (1919).
Estamos hablando, pues, en perspectiva simbólica, no en descripción ontológica. Nadie adora una negatividad por sí misma, "el dios de la guerra"… Adoran a este dios quienes deciden dejarse llevar por esa fuerza centrípeta (Weber) ínsita en el corazón arcaico de la materia, que la ata a sí misma y hacia su propio egoísmo, y que se resiste tenazmente a la fuerza opuesta, centrífuga, que hace avanzar a la humanidad hacia el punto omega, hacia niveles más altos de amorización. Todas las culturas han percibido esta lucha y, balbucientes, han expresado su procedencia por medio de las más variadas antítesis (cuerpo/alma, materia/espíritu, cielo/tierra…). En esa lucha, desigual hasta hoy, siempre el dios de la paz ha sido el dios frágil y débil, que no cuenta con la complicidad del poderoso impulso del egoísmo humano, sino que tiene que habérselas con el desprendimiento sacrificado del amor -la cruz cristiana-, y en ese juego pierde las más de las veces…
Conclusión
Más allá de las justificaciones explícitas que se puedan hacer de una guerra como "guerra justa", el "Dios de la guerra" evoca un arquetipo teológico presente en lo más hondo de "naturaleza" humana. Su presencia es espontánea e inevitable mientras el ser humano no logre superar, con una esforzada ascesis de maduración humanizadora global, esa natural tendencia a valerse de Dios para justificar su egoísmo, personal y colectivo. Sólo el Dios de la Paz con Justicia hará imposibles e innecesarias las llamadas "guerras justas". Y ese Dios es precisamente lo que está en el núcleo de la revelación judeocristiana, aunque, paradójicamente, la historia de la civilización en ella inspirada sea la historia de una gran traición a ese Dios. Tal vez, el desafío más profundo que queda por delante a la humanidad sea despojarse de ese Dios natural "de la guerra", y pasar a adorar al Dios de la Paz con Justicia, el único que puede garantizar la paz de la humanidad.
Las religiones del mundo tienen ante sí ese mismo desafío: dialogar, discernir la presencia del "Dios de la guerra" que se ha agazapado históricamente dentro de ellas en forma de "salvación exclusiva", elección única, justificación del propio privilegio, connivencia con el poder, olvido de los pobres… y convertirse al Dios universal de la Paz con Justicia.

Publicado en papel (en una versión reducida, por razones de espacio) en CONCILIUM, (abril 2001) 105-116
 

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