Visita de los magos
XVI
1. Y, transcurridos dos años, vinieron de Oriente a
Jerusalén unos magos, que traían consigo grandes ofrendas, y que
interrogaron a los judíos, diciéndoles: ¿Dónde está el rey que os ha
nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente, y venimos a adorarlo. Y
la nueva llegó al rey Herodes, y lo asustó tanto, que consultó a los
escribas, a los fariseos y a los doctores del pueblo para saber por ellos
dónde habían anunciado los profetas que debía nacer el Cristo. Y ellos
respondieron: En Bethlehem de Judea. Porque está escrito: Y tu, Bethlehem,
tierra de Judá, no eres la menor entre las ciudades de Judá, porque de ti
debe salir el jefe que regirá a Israel, mi pueblo. Entonces el rey Herodes
llamó a los magos, e inquirió de ellos el tiempo en que la estrella había
aparecido. Y los envió a Bethlehem, diciéndoles: Id, e informaos
exactamente del niño, y, cuando lo hayáis encontrado, anunciádmelo, a fin
de que yo también lo adore.
2.
Y, al dirigirse los magos a Bethlehem, la estrella les apareció en el
camino, como para servirles de guía, hasta que llegaron adonde estaba el
niño. Y los magos, al divisar la estrella, se llenaron de alegría, y,
entrando en su casa, vieron al niño Jesús, que reposaba en el seno de su
madre. Entonces descubrieron sus tesoros, e hicieron a María y a José muy
ricos presentes. Al niño mismo cada uno le ofreció una pieza de oro.
Después, uno ofreció oro, otro incienso y otro mirra. Y, como quisieran
volver a Herodes, un ángel les advirtió en sueños que no hiciesen tal.
Adoraron, pues, al niño con alegría extrema, y volvieron a su país por
otro camino.
Degollación de los inocentes
XVII
1. Viendo el rey Herodes que había sido burlado por los
magos, ardió en cólera, y envió gentes para que los capturaran y los
mataran. Y, no habiéndolos apresado, ordenó degollar en Bethlehem a todos
los niños de dos años para abajo, según el tiempo que había inquirido de
los magos.
2.
Pero la víspera del día en que esto tuvo lugar, José fue advertido en
sueños por un ángel del Señor, que le dijo: Toma a María y al niño, y
dirígete a Egipto por el camino del desierto. Y José partió, siguiendo las
palabras del ángel.
Jesús y los dragones
XVIII
1. Habiendo
llegado a una gruta, y queriendo reposar allí, María descendió de su
montura, y se sentó, teniendo a Jesús en sus rodillas. Tres muchachos
hacían ruta con José, y una joven con María. Y he aquí que de pronto salió
de la gruta una multitud de dragones, y, a su vista, los niños lanzaron
gritos de espanto. Entonces Jesús, descendiendo de las rodillas de su
madre, se puso en pie delante de los dragones, y éstos lo adoraron, y se
fueron. Y así se cumplió la profecía de David: Alabad al Señor sobre la
tierra, vosotros, los dragones y todos los abismos.
2.
Y el niño Jesús, andando delante de ellos, les ordenó no hacer mal a los
hombres. Pero José y María temían que el niño fuese herido por los
dragones. Y Jesús les dijo: No temáis, y no me miréis como un niño, porque
yo he sido siempre un hombre hecho, y es preciso que todas las bestias de
los bosques se amansen ante mi.
Los leones guían la caravana
XIX
1. Igualmente los leones y los leopardos lo adoraban, y los
acompañaban en el desierto. Por doquiera que iban José y María, ellos los
precedían, señalaban la ruta, e, inclinando sus cabezas, reverenciaban a
Jesús. El primer día que María vio venir leones y toda clase de fieras
hacia ella, tuvo gran temor. Pero el niño Jesús, mirándola alegremente, le
dijo: No temas nada, madre mía, que no es por hacerte mal, sino para
obedecerte, por lo que vienen a tu alrededor. Y, con estas palabras,
disipó todo temor del corazón de Maria.
2.
Los leones hacían camino con ellos y con los bueyes y los asnos y las
bestias de carga que llevaban los equipajes, y no les causaban ningún mal,
sino que marchaban con toda dulzura entre los corderos y las ovejas que
José y María habían llevado de Judea, y que conservaban con ellos. Y
andaban también por entre los lobos, y nadie sufría ningún mal. Entonces
se cumplió lo que había dicho el profeta: Los lobos pacerán con los
corderos, y el león y el buey comerán la misma paja. Porque había dos
bueyes y una carreta en la que iban los objetos necesarios, y los leones
los dirigían en su marcha.
Milagro de la palmera
XX
1. Y ocurrió que, al tercer día de su viaje, María estaba
fatigada en el desierto por el ardor del sol, y, viendo una palmera, dijo
a José: Voy a descansar un poco a su sombra. Y José la condujo hasta la
palmera, y la hizo apearse de su montura. Cuando María estuvo sentada,
levantó los ojos a la palmera, y, viendo que estaba cargada de frutos,
dijo a José: Yo quisiera, si fuese posible, probar los frutos de esta
palmera. Y José le dijo: Me sorprende que hables así, viendo la altura de
ese árbol, y que pienses en comer sus frutos. Lo que a mí me preocupa es
la falta de agua, pues ya no queda en nuestros odres, y no tenemos para
nosotros, ni para nuestros animales.
2.
Entonces el niño Jesús, que descansaba, con la figura serena y puesto
sobre las rodillas de su madre, dijo a la palmera: Arbol, inclínate, y
alimenta a mi madre con tus frutos. Y a estas palabras la palmera inclinó
su copa hasta los pies de María, y arrancaron frutos con que hicieron
todos refacción. Y, no bien hubieron comido, el árbol siguió inclinado,
esperando para erguirse la orden del que lo había hecho inclinarse.
Entonces le dijo Jesús: Yérguete, palmera, recobra tu fuerza, y sé la
compañera de los árboles que hay en el paraíso de mi Padre. Descubre con
tus raíces el manantial que corre bajo tierra, y haz que brote agua
bastante para apagar nuestra sed. Y en seguida el árbol se enderezó, y de
entre sus raíces brotaron hilos de un agua muy clara, muy fresca y de una
extremada dulzura. Y, viendo aquel agua, todos se regocijaron, y bebieron,
ellos y todas las bestias de carga, y dieron gracias a Dios.
La palma de la victoria
XXI
1. A la mañana siguiente, partieron, y, en el momento en que se
ponían en camino, Jesús se volvió hacia la palmera y dijo: Yo te concedo,
palmera, el privilegio de que una de tus ramas sea llevada por mis ángeles
y plantada en el paraíso de mi Padre. Te quiero conferir este favor, para
que se diga a aquellos que hayan vencido en cualquier lucha: Has obtenido
la palma de la victoria. Y, mientras decía esto, he aquí que un ángel del
Señor apareció sobre la palmera, y, tomando una de sus ramas, voló hacia
el cielo con ella en la mano.
2.
Y, viendo tal, todos cayeron de hinojos, y quedaron como muertos. Mas
Jesús les dijo: ¿Por qué ha invadido el temor vuestros corazones?
¿Ignoráis que esa palmera que he hecho transportar al paraíso será
dispuesta para todos los santos en un lugar de delicias, como ha sido
preparada para vosotros en este desierto? Y todos se levantaron llenos de
alegría.
Los ídolos de Sotina
XXII 1.
Y, según caminaban, José dijo a Jesús: Señor, el calor nos
abruma. Tomemos, si quieres, el camino cercano al mar, para poder reposar
en las ciudades de la costa. Jesús le respondió: No temas nada, José, que
yo abreviaré nuestra ruta, de suerte que la distancia que habíamos de
recorrer en treinta días la franqueemos en esta sola jornada. Y, mientras
hablaban así, he aquí que, mirando ante ellos, divisaron las montañas y
las ciudades de Egipto.
2.
Alegremente entraron en el territorio de Hermópolis y llegaron a una
ciudad denominada Sotina, y, como no conocían a nadie que hubiese podido
darles hospitalidad, penetraron en un templo que se llamaba el capitolio
de Egipto. Y en este templo había trescientos sesenta y cinco ídolos, a
quienes se rendían a diario honores divinos con ceremonias sacrílegas.
Cumplimiento de una profecía de
Isaías
XXIII
1. Pero ocurrió que, cuando la bienaventurada María, con el
niño, entró en el templo, todos los ídolos cayeron por tierra, cara al
suelo y hechos pedazos, y así revelaron que no eran nada.
2.
Ernonces se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: He aquí que el
Señor vendrá sobre una nube ligera, y entrará en Egipto, y todas las obras
de la mano de los egipcios temblarán ante su faz.
Afrodisio adora a Jesús
XXIV
1. Y, anunciada la nueva a Afrodisio,
gobernador de la ciudad, éste vino al templo con todas sus tropas. Y, al
verlo acudir, los pontífices del templo esperaban que castigase a los que
habían causado la caída de los dioses.
2.
Pero, entrando en el templo, cuando vio a todos los ídolos caídos de cara
al suelo, se acercó a María, y adoró al niño, que ella llevaba sobre su
seno, y, cuando lo hubo adorado, se dirigió a su ejército y a sus amigos,
diciendo: Si éste no fuera el Dios de nuestros dioses, éstos no se
prosternarían ante él, por lo que atestiguan tácitamente que es su Señor.
Conque, si nosotros no hacemos prudentemente lo que vemos hacer a nuestros
dioses, correremos el riesgo de atraer su indignación y de perecer, como
ocurrió al Faraón de Egipto, que, por no rendirse a grandes prodigios, fue
ahogado en el mar con todo su ejército. Entonces, por Jesucristo, todo el
pueblo de aquella ciudad creyó en el Señor Dios.
Regreso de Egipto a Judea
XXV
1. Poco tiempo más tarde, el ángel dijo a José:
2.
Vuelve al país de Judá, pues muertos son los que querían la vida del niño.
Juegos del niño Jesús
XXVI
1. Después de su vuelta de Egipto, y
estando en Galilea, Jesús, que entraba ya en el cuarto año de su edad,
jugaba un día de sábado con los niños a la orilla del Jordán. Estando
sentado, Jesús hizo con la azada siete pequeñas lagunas, a las que dirigió
varios pequeños surcos, por los que el agua del río iba y venía. Entonces
uno de los niños, hijo del diablo, obstruyó por envidia las salidas del
agua, y destruyó lo que Jesús había hecho. Y Jesús le dijo: ¡Sea la
desgracia sobre ti, hijo de la muerte, hijo de Satán! ¿Cómo te atreves a
destruir las obras que yo hago? Y el que aquello había hecho murio.
2.
Y los padres del difunto alzaron tumultuosamente la voz contra José y
María, diciendo: Vuestro hijo ha maldecido al nuestro, y éste ha muerto.
Y, cuando José y María los oyeron, fueron en seguida cerca de Jesús, a
causa de las quejas de los padres, y de que se reunían los judíos. Pero
José dijo en secreto a María: Yo no me atrevo a hablarle, pero tú
adviértelo y dile: ¿Por qué has provocado contra nosotros el odio del
pueblo y nos has abrumado con la cólera de los hombres? Y su madre fue a
él, y le rogó, diciendo: Señor, ¿qué ha hecho ese niño para morir? Pero él
respondió: Merecía la muerte, porque había destruido las obras que yo
hice.
3.
Y su madre le insistía, diciendo: No permitas, Señor, que todos se
levanten contra nosotros. Y él, no queriendo afligir a su madre, tocó con
el pie derecho la pierna del muerto, y le dijo: Levántate, hijo de la
iniquidad, que no eres digno de entrar en el reposo de mi Padre, porque
has destruido las obras que yo he hecho. Entonces, el que estaba muerto,
se levantó, y se fue. Y Jesús, por su potencia, condujo el agua por unos
surcos a las pequeñas lagunas.
Los gorriones de Jesús
XXVII
1. Después de esto, Jesús tomó el
barro de los hoyos que había hecho y, a la vista de todos, fabricó doce
pajarillos. Era el día del sábado, y había muchos niños con él. Y, como
uno de. los judíos hubiese visto lo que hacía, dijo a José: ¿No estás
viendo al niño Jesús trabajar el sábado, lo que no está permitido? Ha
hecho doce pajarillos con su herramienta. José reprendió a Jesús,
diciéndole: ¿Por qué haces en sábado lo que no nos está permitido hacer?
Pero Jesús, oyendo a José, batió sus manos y dijo a los pájaros: Volad. Y
a esta orden volaron, y, mientras todos oían y miraban, él dijo a las
aves: Id y volad por el mundo y por todo el universo, y vivid.
2.
Y los asistentes, viendo tales prodigios, quedaron llenos de gran asombro.
Unos lo admiraban y lo alababan, mas otros lo criticaban. Y algunos fueron
a buscar a los príncipes de los sacerdotes y a los jefes de los fariseos,
y les contaron que Jesús, hijo de José, en presencia de todo el pueblo de
Israel, había hecho grandes prodigios, y revelado un gran poder. Y esto se
relató en las doce tribus de Israel.
Muerte
del hijo de Anás
XXVIII
1. Y otra vez un hijo de Anás,
sacerdote del templo, que había venido con José, y que llevaba en la mano
una vara, destruyó con ella, lleno de cólera y en presencia de todos, los
pequeños estanques que Jesús había hecho, y esparció el agua que Jesús
había conducido, y destruyó los surcos por donde venía.
2.
Y Jesús, viendo esto, dijo a aquel muchacho que había destruido su obra:
Grano execrable de iniquidad, hijo de la muerte, oficina de Satán, a buen
seguro que el fruto de tu semilla quedará sin fuerza, tus raíces sin
humedad, tus ramas áridas y sin sazonar. Y en seguida, en presencia de
todos, el niño se desecó, y murió.
Castigo de los hijos de Satán
XXIX
1. Entonces José se espantó, y llevó a Jesús y a su madre a
casa.
2.
Y he aquí que un niño, también agente de iniquidad, corriendo a su
encuentro, se arrojó sobre un hombro de Jesús, por burlarse de él, o por
hacerle daño, si podía. Pero Jesús le dijo: No volverás sano y salvo del
camino que haces. Y en seguida el niño feneció. Y los padres del muerto,
que habían visto lo que pasara, dieron gritos, diciendo: ¿Dónde ha nacido
ese niño? Manifiesta que toda palabra que dice es verdadera, y aun a
menudo se cumple antes de que la pronuncie. Y se acercaron a José, y le
dijeron: Conduce a Jesús fuera de aquí, porque no puede habitar con
nosotros en esta población. O, a lo menos, enséñale a bendecir, y no a
maldecir. Y José fue a Jesús y le dijo: ¿Por qué obras así? Muchos tienen
ya quejas de ti, y nos odian por tu causa, y por ti sufrimos vejaciones de
las gentes. Mas Jesús, respondiendo a José, dijo: No hay más hijo prudente
que aquel a quien su padre ha instruido siguiendo la ciencia de este
tiempo, y la maldición de su padre no daña a nadie, sino a los que hacen
el mal.
3.
Entonces las gentes se amotinaron contra Jesús, y lo acusaron ante su
padre. Y, cuando José vio aquello, se asustó mucho, temiendo un acceso de
violencia y una sedición en el pueblo de Israel. En aquel momento, Jesús
tomó por la oreja al niño que había muerto, y lo alzó de tierra en
presencia de todos. Y se vio entonces a Jesús conversar con él, como un
padre con su hijo. Y el espíritu del niño volvió en sí, y se reanimó, y
todos quedaron llenos de sorpresa.
Zaquías
XXX
1. Un maestro judío, llamado Zaquías, habiendo oído asegurar
de Jesús que poseía una sabiduría más que eminente, concibió propósitos
intemperantes e inconsiderados contra José, a quien dijo: ¿No quieres
confiarme a tu hijo, para que lo instruya en la ciencia humana y en la
religión? Pero bien veo que tú y María preferís vuestro hijo a las
tradiciones de los ancianos del pueblo. Deberíais respetar más a los
sacerdotes de la Sinagoga de Israel, y cuidar de que vuestro hijo
compartiese con los otros niños una afección mutua, y de que se
instruyese, al lado de ellos, en la doctrina judaica.
2.
José respondió diciendo: ¿Y quién es el que podrá guardar e instruir a ese
niño? Mas, si tú quieres hacerlo, nosotros no nos oponemos en modo alguno
a que lo ilustres en todo aquello que los hombres enseñan. Habiendo oído
Jesús las palabras de Zaquías, le respondió, y le dijo: Maestro de la ley,
a un hombre como tú, le conviene parar en todo lo que acabas de decir y de
nombrar. Yo soy extraño a vuestras instituciones, y estoy exento de
vuestros tribunales, y no tengo padre según la carne. Cuanto a vosotros
que leéis la Ley, y que os instruís en ella, debéis permanecer en ella.
Aunque presumas de no tener igual en materia de ciencia, aprenderás de mí
que ningún otro que yo puede enseñar las cosas de que has hablado. Y,
cuando haya salido de la tierra, abolirá toda mención de la genealogía de
tu raza. Tú, en efecto, ignoras de quién he nacido, y de dónde vengo. Pero
yo os conozco a todos exactamente, y sé cuándo habéis nacido, y qué edad
tenéis, y cuánto tiempo permaneceréis en este mundo.
3.
Entonces cuantos habían oído estas palabras quedaron asombrados, y
exclamaron: He aquí un verdaderamente grande y admirable misterio. Nunca
hemos oído nada semejante. Nada de este género ha sido dicho por otro, ni
por los profetas, ni por los fariseos, ni nunca tal se ha oído. Nosotros
sabemos dónde él ha nacido, y que tiene cinco años apenas. ¿De dónde viene
que pronuncie esas palabras? Los fariseos respondieron: Jamás oímos a un
niño tan pequeño pronunciar tales palabras.
4.
Y Jesús, contestándoles, dijo: ¿Os sorprende oír a un niño pronunciar
tales palabras? ¿Por qué, pues, no dais fe a lo que os he dicho? Y puesto
que, cuando yo os he dicho que sé cuándo habéis nacido, os habéis
asombrado, os diré más, para que os asombráis más aún. Yo he tratado a
Abraham, a quien vosotros llamáis vuestro padre, y le he hablado, y él me
ha visto. Oyendo estas palabras, todos callaban, y nadie osaba hablar. Y
Jesús les dijo: He estado entre vosotros con los niños, y no me habéis
conocido. Os he hablado como a sabios, y no me habéis comprendido, porque,
en realidad, sois más jóvenes que yo, y además, no tenéis fe.
Sabiduría de Jesús. Confusión de Leví
XXXI
1. Otra vez el maestro Zaquías, doctor
de la Ley, dijo a José y María: Dadme al niño, y lo confiará al maestro
Leví, que le enseñará las letras, y lo instruirá. Entonces José y María,
acariciando a Jesús, lo condujeron a la escuela, para que fuese instruido
por el viejo Leví. Jesús, luego que entró, guardaba silencio. Y el maestro
Leví, nombrando una letra a Jesús, y comenzando por la primera, Aleph,
le dijo: Responde. Pero Jesús calló, y no respondió nada. Entonces el
maestro, irritado, cogió una vara, y le pegó en la cabeza.
2.
Pero Jesús dijo al profesor: Sabe, en verdad, que el que es golpeado
instruye al que le pega, en vez de ser instruido por él. Pero todos los
que estudian y que escuchan son como un bronce sonoro o como un címbalo
resonante, y les falta el sentido y la inteligencia de las cosas
significadas por su sonido. Y, continuando Jesús, dijo a Zaquías: Toda
letra, desde la Aleph a la Thau, se distingue por su
disposición. Dime, pues, primero lo que es Thau, y te diré lo que es Aleph.
Y aún dijo Jesús: Hipócritas, ¿cómo los que no conocen lo que es Aleph
podrán decir Thau? Di primero lo que es Aleph, y te creerá
cuando digas Beth. Y Jesús se puso a preguntar el nombre de cada
letra, y dijo: Diga el maestro de la Ley lo que es la primera letra, o por
qué tiene numerosos triángulos, graduados, agudos, etc. Cuando Leví lo oyó
hablar así del orden y disposición de las letras, quedó estupefacto.
3.
Entonces comenzó a gritar ante todos, y a decir: ¿Es que este niño debe
vivir sobre la tierra? Merece, por el contrario, ser elevado en una gran
cruz. Porque puede apagar el fuego, y burlarse de otros tormentos. Pienso
que existía antes del cataclismo, y que ha nacido antes del diluvio. ¿Qué
entrañas lo han llevado? ¿Qué madre lo ha puesto en el mundo? ¿Qué seno lo
ha amamantado? Me arredro ante él, por no poder sostener la palabra que
sale de su boca. Mi corazón se asombra de oír tales palabras, y pienso que
a ningún hombre es dable comprenderlas, a menos que Dios no esté con él. Y
ahora, desgraciado de mí, he quedado entregado a sus burlas. Ahora que
creía tener un discípulo, he encontrado un maestro, sin saberlo. ¿Qué
diré? No puedo sostener las palabras de este niño, y huirá de esta ciudad,
porque no puedo comprenderlo. Viejo soy, y he sido vencido por un niño. No
puedo encontrar ni el principio ni el fin de lo que afirma. Os digo, en
verdad, y no miento, que, a mis ojos, este niño, juzgando por sus primeras
palabras y por el fin de su intención, no parece tener nada de común con
los hombres. No sé si es un hechicero o un dios, o si un ángel de Dios
había en él. Lo que es, de dónde viene, lo que llegará a ser, lo ignoro.
4.
Entonces Jesús, con aire satisfecho, le sonrió, y dijo en tono imperioso a
los hijos de Israel, que estaban presentes, y que lo escuchaban: Los
estériles sean fecundos, los ciegos vean, los cojos anden derechos, los
pobres tengan bienes, y los muertos resuciten, para que cada uno vuelva a
su estado primero, y viva en aquel que es la raíz de la vida y de la
dulzura perpetua. Y, cuando el niño Jesús hubo dicho esto, todos los que
estaban aquejados de enfermedades fueron curados. Y nadie osaba ya decirle
nada, ni oír nada de él.
Jesús resucita a un niño muerto
XXXII
1. Después de esto, José y María
fueron con Jesús a la ciudad de Nazareth, y él estaba allí con sus padres.
Un día de sábado, en que Jesús jugaba en la terraza de una casa con otros
niños, uno de ellos hizo caer de la terraza al suelo a otro, que murió. Y
como los padres del niño no habían visto esto, lanzaron gritos contra José
y María, diciendo: Vuestro hijo ha hecho caer al nuestro, y lo ha matado.
2.
Pero Jesús callaba, y no respondía palabra. José y María fueron cerca de
Jesús, y su madre lo interrogó, diciendo: Mi Señor, dime si tú lo has
tirado. Entonces Jesús descendió de la terraza, y llamó al muerto por su
nombre de Zenón. Y éste respondió: Señor. Y Jesús le preguntó: ¿Te he
tirado yo de la terraza al suelo? El niño contestó: No, Señor.
3.
Y los padres del niño que había muerto se maravillaron, y honraron a Jesús
por el milagro que había hecho. Y de allí José y María partieron con Jesús
para Jericó.
Jesús
en la fuente
XXXIII
1. Jesús tenía seis años, y su madre
lo envió a buscar agua a la fuente con los niños. Y sucedió que, cuando
había llenado su vasija de agua, uno de los niños lo empujó y le destrozó
la vasija.
2.
Pero Jesús extendió el manto que llevaba, y recogió en él tanta agua como
había en el cántaro, y la llevó a su madre. La cual, viendo todo esto, se
sorprendía, meditaba dentro de sí misma, y lo guardaba todo en su corazón.
Milagro del grano de trigo
XXXIV
1. Otro día Jesús fue al campo, y,
tomando un grano de trigo del granero de su madre, lo sembró él mismo.
2.
Y el grano germinó, y se multiplicó extremadamente. Lo recolectó él mismo,
y recogió tres medidas de trigo, que dio a sus numerosos parientes.
Jesús
en medio de los leones
XXXV
1. Hay un camino que sale de Jericó, y
que va hacia el Jordán, en el lugar por donde pasaron los hijos de Israel,
y donde se dice que se detuvo el arca de la alianza. Y Jesús, siendo de
edad de ocho años, salió de Jericó, y fue hacia el Jordán.
2.
Y había, al lado del camino, cerca de la orilla del Jordán, una caverna en
que una leona nutría sus cachorros, y nadie podía seguir con seguridad
aquel camino. Jesús, viniendo de Jericó, y oyendo que una leona tenía su
guarida en aquella caverna, entró en ella a la vista de todos. Mas, cuando
los leones divisaron a Jesús, corrieron a su encuentro, y lo adoraron. Y
Jesús estaba sentado en la caverna, y los leoncillos corrían aquí y allá,
alrededor de sus pies, acariciándolo y jugando con él. Los leones viejos
se mantenían a lo lejos, con la cabeza baja, lo adoraban, y movían
dulcemente su cola ante él. Entonces el pueblo, que permanecía a
distancia, no viendo a Jesús, dijo: Si no hubiesen él o sus parientes
cometido grandes pecados, no se habría ofrecido él mismo a los leones. Y,
mientras el pueblo se entregaba a estos pensamientos, y estaba abrumado de
tristeza, he aquí que de súbito, en presencia de todos, Jesús salió de la
caverna, y los leones viejos lo precedían, y los leoncillos jugaban a sus
pies.
3.
Los parientes de Jesús se mantenían a distancia, con la cabeza baja, y
miraban. El pueblo permanecía también alejado, a causa de los leones, y no
osaba unirse a ellos. Entonces Jesús dijo al pueblo: ¡Cuánto más valen las
bestias feroces, que reconocen a su Maestro, y que lo glorifican, que
vosotros, hombres, que habéis sido creados a imagen y semejanza de Dios, y
que lo ignoráis! Las bestias me reconocen, y se amansan. Los hombres me
ven, y no me conocen.
Jesús despide en paz a los leones y
les ordena que no hagan daño a nadie
XXXVI
1. Luego Jesús atravesó el Jordán con
los leones, a la vista de todos, y el agua del Jordán se separó a derecha
e izquierda. Entonces dijo a los leones, de forma que todos lo oyeran: Id
en paz, y no hagáis daño a nadie, pero que nadie os enoje hasta que
volváis al lugar de que habéis salido.
2.
Y las fieras, saludándolo, no con la voz, pero sí con la actitud del
cuerpo, volvieron a la caverna. Y Jesús regresó cerca de su madre.
Milagro del trozo de madera
XXXVII
1. Como José era
carpintero, y no fabricaba más que yugos para los bueyes, arados, carros,
instrumentos de labranza y camas de madera, ocurrió que un hombre joven le
encargó hacerle un lecho de seis codos. José mandó a su aprendiz cortar la
madera mediante una sierra de hierro, según la medida que había sido dada.
Pero el aprendiz no guardó la medida prescrita, e hizo una pieza de madera
más corta que la otra. Y José empezó a preocuparse y a pensar en lo que
convenía hacer al respecto.
2.
Y, cuando Jesús lo vio preocupado con que no había arreglo posible, le
habló para consolarlo, diciéndole: Ven, tomemos las extremidades de las
dos piezas de madera, coloquémoslas una junto a otra, y tiremos de ellas
hacia nosotros, para que podamos hacerlas iguales. José obedeció, porque
sabía que podía hacer cuanto quisiera. Y tomó los extremos de los trozos
de madera, y los apoyó contra un muro, cerca de él, y Jesús tomó los otros
extremos, tiró del trozo más corto, y lo hizo igual al más largo. Y dijo a
José: Ve a trabajar, y haz lo que has prometido. Y José hizo lo que había
prometido.
Explicación del alfabeto
XXXVIII
1. Por segunda vez pidió el pueblo a
José y María que enviasen a Jesús a aprender las letras a la escuela. No
se negaron a hacerlo, y, siguiendo el orden de los ancianos, lo llevaron a
un maestro para que lo instruyese en la ciencia humana. Y el maestro
comenzó a instruirlo con un tono imperioso, ordenándole: Di Alpha.
Pero Jesús le contestó: Dime primero qué es Beth, y te diré qué es
Alpha. Y el maestro, irritado, pegó a Jesús, y, apenas lo hubo
tocado, cuando murió.
2.
Y Jesús volvió a casa de su madre. José, aterrado, llamó a María y le
dijo: Mi alma está triste hasta la muerte por causa de este niño. Porque
puede ocurrir que cualquier día alguien lo hiera a traición, y muera. Pero
María, respondiéndole, dijo: Hombre de Dios, no creo que eso pueda pasar,
antes creo con certeza que aquel que lo ha enviado para nacer entre los
hombres lo protegerá contra toda malignidad, y lo conservará en su nombre
al abrigo del mal.
El niño Jesús explica la Ley
XXXIX
1. Por tercera vez rogaron los judíos
a María y a José que condujeran con dulzura al niño a otro maestro, para
ser instruido. Y José y María, temiendo al pueblo, a la insolencia de los
príncipes y a las amenazas de los sacerdotes, lo llevaron de nuevo a la
escuela, aun sabiendo que nada podía aprender de un hombre el que tenía de
Dios una ciencia perfecta.
2.
Cuando Jesús hubo entrado en la escuela, guiado por el Espíritu Santo,
tomó el libro de manos del maestro que enseñaba la Ley, y en presencia de
todo el pueblo, que lo veía y oía, se puso a leer no lo que estaba escrito
en el libro, sino que hablaba en él el espíritu de Dios vivo, como si un
torrente de agua brotase de una fuente viva, y como si esa fuente
estuviese siempre colmada. Y enseñó al pueblo con tanta energía la
grandeza de Dios, que el mismo maestro cayó a tierra, y lo adoró. Pero el
corazón de los que allí estaban, y lo habían oído hablar, fue presa del
estupor. Y cuando José lo hubo oído, fue corriendo hacia Jesús, temeroso
de que el maestro muriese. Y, viéndolo, el maestro dijo: No me has dado un
discípulo, sino un maestro. ¿Quién sostendrá la fuerza de sus palabras?
Entonces se cumplió lo que fue dicho por el salmista: El río de Dios está
lleno de agua. Tú has preparado su nutrición, porque así es como se
prepara.
Jesús resucita a un muerto a ruegos
de José
XL
1. Y José partió de allí con María y
Jesús, para ir a Capernaum, a orillas del mar, a causa de la maldad de sus
enemigos. Y, cuando Jesús moraba en Capernaum, había en la ciudad un
hombre llamado José e inmensamente rico. Pero había sucumbido a la
enfermedad, y estaba extendido muerto sobre su lecho.
2.
Y, cuando Jesús hubo oído a los que gemían y se lamentaban sobre el
muerto, dijo a José: ¿Por qué no prestas el socorro de tu bondad a ese
hombre que lleva el mismo nombre que tú? Y José le respondió: ¿Qué poder o
qué medio tengo yo de prestarle socorro? Y le dijo Jesús: Toma el pañuelo
que llevas en la cabeza, ponlo sobre el rostro del muerto, y dile: El
Cristo te salve. Y en seguida el muerto quedará curado, y se levantará de
su lecho. Después de haberlo oído, José fue corriendo a cumplir la orden
de Jesús, entró en la casa del muerto, y colocó sobre su rostro el pañuelo
que él llevaba sobre su cabeza, diciéndole: Jesús te salve. Y al instante
el muerto se levantó de su lecho, preguntando quién era Jesús.
Curación de Jacobo
XLI
1. Y fueron a la ciudad que se llama
Bethlehem, y José estaba en su casa con María, y Jesús con ellos. Y un día
José llamó a Jacobo, su primogénito, y lo envió a la huerta a recoger
legumbres para hacer un potaje. Jesús siguió a su hermano a la huerta, y
José y María no lo sabían. Y he aquí que, mientras Jacobo recogía las
legumbres, una víbora salió de un agujero, y mordió la mano del muchacho,
que se puso a gritar, por el mucho dolor. Y, ya desfalleciente, clamaba
con voz llena de amargura: ¡Ah, una malvada víbora me ha herido la mano!
2.
Pero Jesús, que estaba al otro lado, corrió hacia Jacobo, al oír su grito
de dolor, y le tomó la mano, sin hacerle otra cosa que soplarla encima, y
refrescarla. Y en seguida Jacobo fue curado, y la serpiente murió. Y José
y María no sabían lo que pasaba. Pero a los gritos de Jacobo, y al
mandárselo Jesús, corrieron a la huerta, y vieron a la serpiente ya muerta
y a Jacobo perfectamente curado.
Jesús y su familia
XLII
1. Cuando José iba a un banquete con
sus hijos, Jacobo, José, Judá y Simeón, y con sus dos hijas, y con Jesús y
María, su madre, iba también la hermana de ésta, María, hija de Cleofás,
que el Señor Dios había dado a su padre Cleofás y a su madre Ana, porque
habían ofrecido al Señor a María, la madre de Jesús. Y esta María había
sido llamada con el mismo nombre de María para consolar a sus padres.
2.
Siempre que estaban reunidos, Jesús los santificaba, y los bendecía, y
comenzaba el primero a comer y a beber. Porque ninguno osaba comer, ni
beber, ni sentarse a la mesa, ni partir el pan, hasta que Jesús,
habiéndolos bendecido, hubiere hecho el primero estas cosas. Si por
casualidad no estaba allí, esperaban que lo hiciese. Y, cada vez que él
quería aproximarse para la comida, se aproximaban también José y María y
sus hermanos, los hijos de José. Y estos hermanos, teniéndolo ante sus
ojos como una luminaria, lo observaban y lo temían. Y, mientras Jesús
dormía, fuese de día o de noche, la luz de Dios brillaba sobre él. Alabado
y glorificado sea por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los
Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
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