Policarpo
de Esmirna
Policarpo
y los presbíteros que están con él a la Iglesia de Dios que reside en
Filipos; misericordia a vosotros y paz del Dios Todopoderoso y Jesucristo
nuestro Salvador os sea multiplicada.
I.
Me gocé en gran manera con vosotros en nuestro Señor Jesucristo, por el
hecho de que recibisteis a los seguidores del verdadero Amor y los
escoltasteis en su camino, como os correspondía hacer —hombres puestos
en santas cadenas que son las diademas de los que son verdaderamente
escogidos por Dios y nuestro Señor— y que la firme raíz de vuestra fe,
cuya fama llega a los tiempos primitivos, permanece aún ahora y lleva
fruto para nuestro Señor Jesucristo, que sufrió para hacer frente
incluso a la muerte por nuestros pecados, a quien Dios levantó,
habiendo soltado de los dolores del Hades, a quien amáis sin haberle
visto, con gozo inefable y glorioso; en cuyo gozo muchos desean
entrar; por cuanto vosotros sabéis que es por gracia que somos salvos,
no por obras, sino por la voluntad de Dios por medio de Jesucristo.
II.
Por lo cual ceñid vuestros lomos y servid a Dios con temor y
verdad, abandonando las parlerías vanas y vacías y el error de muchos, porque
habéis creído en Aquel que levantó a nuestros Señor Jesucristo de los
muertos y le dio gloria y un trono a su diestra; al cual fueron
sometidas todas las cosas en el cielo y en la tierra; al cual toda
criatura que tiene aliento sirve; que viene como juez de los vivos y
los muertos; cuya sangre Dios requerirá de todos los que le son
desobedientes. Ahora bien, el que le levantó a Él de los muertos nos
levantará también a nosotros; si hacemos su voluntad y andamos en
sus mandamientos y amamos las cosas que El amó, absteniéndonos de toda
injusticia, codicia, amor al dinero, hablar con malicia, falso testimonio;
no devolviendo mal por mal o burlas por burlas, o golpe por golpe,
o maldición por maldición; sino recordando las palabras que dijo el Señor
cuando enseiió: No juzguéis, para que no seáis juzgados. Perdonad, y
seréis perdonados. Tened misericordia, para que podáis recibir
misericordia. Con la medida que medís, se os medirá a vosotros; y
también: Bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por
causa de la justicia, porque de ellos es el reino de Dios.
III.
Estas cosas os escribo, hermanos, con respecto a la justicia, no porque yo
me impusiera esta carga, sino porque vosotros me invitasteis. Porque ni
yo, ni hombre alguno, puede seguir la sabiduría del bienaventurado y
glorioso Pablo, el cual, cuando estuvo entre vosotros, enseñó cara a
cara a los hombres de aquel día la palabra de verdad con cuidado y
certeza; y cuando estuvo ausente, os escribió una carta, en la cual, si
la escudriñáis con diligencia, podréis ser edificados en la fe que se
os ha dado, la cual es la madre de todos nosotros, en tanto que la
esperanza sigue en pos y el amor va delante —amor hacia Dios y Cristo y
hacia nuestro prójimo—. Porque si un hombre se ocupa de ello, ha
cumplido los mandamientos de la justicia; porque el que ama está lejos de
todo pecado.
IV.
Pero el amor al dinero es el comienzo de todos los males. Sabiendo,
pues, que no trajimos nada a este mundo ni tampoco nos llevaremos nada
de él, aprestémonos con la armadura de la justicia, y enseñémonos
primero a andar en el mandamiento del Señor; y luego nuestras esposas
también, a andar en la fe que les ha sido dada y en amor y pureza,
apreciando a sus propios esposos en toda verdad y amando a todos los
hombres igualmente en toda castidad, y criando a sus hijos en el temor de
Dios. Nuestras viudas deben ser sobrias en lo que se refiere a la fe del
Señor, haciendo intercesión sin cesar por todos los hombres, absteniéndose
de toda calumnia, de hablar con malicia, dar falso testimonio, amar el
dinero y toda cosa mala, sabiendo que son el altar de Dios, y que todos
los sacrificios son inspeccionados cuidadosamente, y nada escapa de Él,
ni sus pensamientos ni las intenciones o alguna de las cosas secretas del
corazón.
V.
Sabiendo,
pues, que de Dios nadie se mofa, deberíamos andar dignamente en su
mandamiento y su gloria. De igual manera los diáconos deben ser
intachables en la presencia de su justicia, como diáconos de Dios y
Cristo y no de hombres; no calumniadores, ni con doblez de palabra, ni
amantes del dinero, templados en todas las cosas, compasivos, diligentes,
andando en conformidad con la verdad del Señor que se hizo ministro
(diácono) de todos. Porque si le agradamos en este mundo presente,
recibiremos también el mundo futuro, según Él nos prometió que nos
levantaría de los muertos, y que si nos conducimos dignamente de Él, también
reinaremos con Él si en verdad tenemos fe. De la misma manera también
los jóvenes deben ser intachables en todas las cosas, cuidando de la
pureza ante todo y apartándose de toda clase de mal. Porque es bueno
refrenarse de las concupiscencias del mundo, porque toda concupiscencia
batalla contra el Espíritu, y ni los fornicarios, ni los afeminados, ni
los que se contaminan entre sí con hombres heredarán el reino de Dios, ni
los que hacen cosas impropias. Por lo tanto es justo abstenerse de todas
estas cosas, sometiéndoos a los presbíteros y diáconos como a Dios y a
Cristo. Las vfrgenes deben andar en una conciencia inmaculada y pura.
VI.
Y los presbíteros también deben ser compasivos, misericordiosos hacia
los hombres, haciendo volver a las ovejas que se han extraviado, visitando
a todos los enfermos, sin descuidar una viuda o un huérfano o un pobre:
sino procurando hacer siempre lo que es honroso a la vista de Dios y de
los hombres, absteniéndose de toda ira, acepción de personas,
juicios injustos, apartándose de todo amor al dinero, no prontos a creer
nada en contra de un hombre, sin enjuiciar precipitadamente, sabiendo que
todos somos deudores de pecado. Si, pues, rogamos al Señor que nos
perdone, nosotros deberíamos también perdonar: porque estamos delante de
los ojos de nuestros Señor y Dios, y todos hemos de presentarnos ante
el trono del juicio de Cristo, y cada uno tendrá que dar cuenta de
sí. Por tanto, sirvámosle de tal modo con temor y toda reverencia,
como Él mismo dio mandamiento y los apóstoles que os predicaron el
Evangelio y los profetas que proclamaron con antelación la venida de
nuestro Señor; siendo celosos en cuanto a lo que es bueno, absteniéndoos
de ofensas y de los falsos hermanos y de los que llevan el nombre del Señor
hipócritamente, que hacen descarriar a los necios.
VII.
Porque todo el que no confiesa que Jesucristo ha venido en la carne, es
anticristo; y todo el que no confiesa el testimonio de la cruz, es del
diablo; y todo el que tergiversa las palabras del Señor para sus propios
deseos carnales y dice que no hay resurrección ni juicio, este hombre es
el primogénito de Satanás. Por lo tanto, abandonemos las acciones vanas
de muchos y sus falsas enseñanzas, y volvamos a la palabra que nos ha
sido entregada desde el principio, siendo sobrios en la oración y
constantes en los ayunos, rogando al Dios omnisciente, con suplicaciones,
que no nos deje caer en la tentación, según dijo el Señor: El
espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.
VIII.
Por tanto, mantengámonos sin cesar firmes en nuestra esperanza y en las
arras de nuestra justicia, que es Jesucristo, el cual tomó nuestros
pecados en su propio cuerpo sobre el madero, y no pecó, ni fue hallado
engaño en su boca, sino que por amor a nosotros sufrió todas las
cosas, para que pudiéramos vivir en Él. Por tanto seamos imitadores de
su resistencia en los sufrimientos; y si sufrimos por amor a su nombre,
glorifiquémosle. Porque Él nos dio este ejemplo en su propia persona, y
nosotros lo hemos creído.
IX.
Por tanto, os exhorto a todos a ser obedientes a la palabra de justicia y
a soportarlo todo, según visteis con vuestros propios ojos en los
bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sí, y en los otros también que
han venido a vosotros, así como en el mismo Pablo y en el resto de los apóstoles;
estando persuadidos de que todos éstos no corrieron en vano, sino en fe y
justicia, y que están en su lugar debido en la presencia del Señor, con
el cual han sufrido también. Porque no amaron al mundo presente, sino
a Aquel que murió por amor a nosotros y fue resucitado por Dios para
nosotros.
X.
Estad firmes, pues, en estas cosas y seguid el ejemplo del Señor, manteniéndoos
firmes en la fe e inconmovibles, amad la fraternidad, y tened
afecto los unos a los otros, adheridos a la verdad, previniéndoos los
unos a los otros en la mansedumbre del Señor, sin despreciar a nadie. Cuando
podáis hacer bien, no lo demoréis, porque la compasión libra de
la muerte. Estad sometidos los unos a los otros, y que vuestros tratos con
los gentiles sean intachables, para que de vuestras buenas obras podáis
recibir alabanza y a la vez que el Señor no sea blasfemado en vosotros.
Porque ¡ay de aquel a causa del cual es blasfemado el nombre del Señor!
Por tanto, enseñad sobriedad a todos los hombres, y andad vosotros en
ella.
XI.
Sentí gran pena a causa de Valens, el cual en otro tiempo era presbítero
entre vosotros, a causa de su ignorancia respecto al cargo que le fue
conferido. Os advierto, pues, que os abstengáis de la codicia y que seáis
puros y fieles. Absteneos de todo mal. Pero el que no puede gobemarse en
estas cosas, ¿cómo puede hacerlas cumplir a otros? Si un hombre no se
abstiene de la codicia será corrompido por la idolatría y será juzgado
como uno de los gentiles que no conocen el juicio del Señor. ¡Cómo!
¿No sabéis que los santos juzgarán al mundo, según enseña Pablo?
Pero no he hallado cosa semejante en vosotros, ni la he oído, entre
aquellos con quienes trabajó el bienaventurado Pablo, que fuisteis sus cartas
al principio (alabados al principio de su carta). Porque él se
gloriaba de vosotros en todas las iglesias que eran las únicas
que en aquel tiempo conocían a Dios; porque nosotros no le conocíamos
todavía. Por tanto, tengo muchísima pena a causa de él y de su esposa,
a los cuales el Señor quiera conceder verdadero arrepentimiento. Por lo
tanto, sed vosotros también sobrios, y no los tengáis como enemigos, sino
restauradles como miembros débiles y descarriados, para que pueda ser
salvo todo el cuerpo de vosotros. Porque al hacerlo os edificáis los unos
a los otros.
XII.
Porque estoy persuadido de que estáis bien versados en los escritos
santos, y nada está escondido de vosotros. Pero a mí esto no me ha sido
concedido. Sólo que, según dicen estas escrituras: Enojaos y no pequéis,
y Que el sol no se ponga sobre vuestro enojo. Bienaventurado es
el que recuerda esto; y confío que es así con vosotros. Ahora bien, que
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Sumo Sacerdote
eterno, el [Hijo] de Dios Jesucristo, os edifique en fe y en verdad, y en
toda mansedumbre y a evitar todo enojo, y en resistencia, y en
longanimidad, y en soportar con paciencia y en pureza; y que Él os
conceda la suerte y parte de sus santos, y a nosotros con vosotros, y
todos los que están bajo el cielo, que creerán en nuestro Señor y Dios
Jesucristo y en su Padre que lo levantó de los muertos. Orad en
favor de todos los santos. Orad
también por los reyes y potentados y príncipes, y por los que os
persiguen y aborrecen, y por los enemigos de la cruz, que vuestro
fruto pueda ser manifiesto entre todos los hombres, para que podáis
ser perfeccionados en Él.
XIII.
Me escribisteis, y también Ignacio, pidiéndome que si alguno fuera a
Siria llevara consigo las cartas vuestras. Y esto es lo que haré si tengo
una buena oportunidad, sea yo mismo o aquel a quien enviaré como
embajador en vuestro nombre también. Las cartas de Ignacio que él me
envió, y tantas otras cartas como hay en posesión nuestra, os las
enviamos, según nos encargasteis; y van incluidas con esta carta; de
ellas vais a recibir gran beneficio. Porque hay en ellas fe y resistencia
y toda clase de edificación, que pertenece a nuestro Señor. Además,
respecto al mismo Ignacio y a los que estaban con él, si es que tenéis
noticias fidedignas, dádnoslas a conocer.
XIV.
Os escribo estas cosas por medio de Crescens, a quien os encomendé
recientemente y ahora os encomiendo: porque ha andado de modo intachable
entre nosotros; y creemos que también ha hecho lo mismo con respecto a
vosotros. Pasadlo bien en el Señor Jesucristo en gracia, vosotros y todos
los vuestros. Amén.
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