Es Navidad...
O
embrutecido en la milicia obligatoria
y
embrutecido en el obligatorio consumo de los medios de
comunicación.
El
Niño sigue ahí, así,
a
pesar de todas las perversidades arcaicas o postmodernas
porque
su Navidad es irreversible.
La
Biblia miente o habla con metáfora provocadora:
Dios
nunca se ha arrepentido de habernos creado.
Hasta
el punto de que decidió Él mismo ser creatura también.
Y
por eso el Niño sigue ahí.
Niño
ayer, Niño hoy, Niño hasta el final de la historia
(que
no ha llegado, no, ni de lejos).
Dios-uno-de-nosotros-para-siempre
jamás.
Por
eso y para eso fue y es y será la Navidad.
La
benevolencia, la filantropía,
la
pasión de Dios por la Humanidad,
su
enamorada alianza con ella,
es
infinita y eterna como el propio Dios
y
se ha hecho manifiesta precisamente en el Niño,
en
ese Niño que está ahí...
Otro
punto y aparte.
Los
ángeles –con perdón de su sobrehumana sabiduría–
no
tienen razón para hacer huelga.
Hasta
me parecería una falta de solidaridad con la pobre especie
humana.
A
no ser que se trate de un gesto táctico,
fruto
de la milenaria experiencia que ellos tienen
haciendo
de guardaespaldas de esa misma especie,
bastante
sinvergüenza en realidad.
Táctica
legítima y hasta necesaria si es
para
despertarnos de la modorra ética,
para
levantarnos de la rastrera “topía”,
para
libertarnos de la estupidez neoliberal,
para
desmercadearnos.
Ellos
son suficientemente intelectuales puros,
orgánicos
o no,
como
para hacerse cargo de la humana flaqueza.
Y
no dejan de darle gracias a Dios
porque
no los hizo pasar por la prueba del neoliberalismo y la
posmodernidad.
Digo,
pues, y debería gritarlo con toda mi vida
y
deberíamos gritarlo todos los cristianos y todas las
cristianas
-”gritar
el Evangelio con la vida”, quería Charles de Foucauld-,
digo
que el Niño sigue ahí:
como
el misterio de la solidaridad de Dios con nosotros,
como
un incontestable desafío divino
para
nuestra conciencia dormida,
como
una cobranza divina de nuestra respectiva solidaridad
fraterna,
como
un espacio divino y humano para nuestra ternura,
como
la definitiva oportunidad histórica
para
salvar de la deshumanización a la Humanidad
y
para divinizarla gratuitamente.
(Hace
siglos que la Iglesia canta,
muy
por encima de cualquier tipo de mercado egoísta,
que
la Navidad es el “admirable comercio”
de
amor y vida
entre
Dios y la Humanidad).
Vosotros,
ángeles, lo sabéis muy bien,
y
además en vosotros no cabe ningún tipo de envidia
por
más que Dios no se haya hecho ángel...
De
modo que ¡nada de huelga, ángeles queridos,
y
a cantar!
Como
aquella noche, más clara que el mediodía.
Como
lo escucharon los pastores, porque eran pobres.
Como
lo sospecharon los magos, porque eran buscadores.
Como
lo recibió José, porque era servicial.
Como
lo saboreó María en su corazón, porque era acogedora.
Como
aquella noche, y para siempre:
¡Gloria
a Dios en las alturas!
Y
Paz en la Tierra a la Humanidad que Dios ama tanto!
Si
en aquella noche reinaba “la paz romana”
y
en esta noche reina “la paz neoliberal”,
en
cualquier noche, contra toda falsa paz mortífera,
“El
es nuestra Paz”.
Podrían
perderse todas las palabras de la revelación
y
nos bastaría esta Palabra de Dios hecha Niño pobre.
Así,
“de tal modo Dios ha amado nuestro Mundo
que
nos ha enviado a su propio Hijo,
no
para condenar al Mundo, sino para salvarlo”.
¡Hala,
pues, a cantar!
¡Ángeles
y hombres y mujeres,
pájaros
y fieras, flores y florestas, aguas y montañas,
rincones
terrestres y espacios siderales,
arpas
clásicas y guitarras eléctricas,
órganos
germánicos y quenas andinas,
alegría
y llanto, fe y duda, vida y muerte!
El
Niño sigue ahí.
Es
Navidad.
Pedro
Casaldáliga
Obispo
de Sâo Félix do Araguaia, MT, Brasil.
(Para
cualquier Navidad, mientras dure el sistema neoliberal)
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