viernes, 21 de marzo de 2014

Es Navidad...

Es Navidad...

 
O embrutecido en la milicia obligatoria
y embrutecido en el obligatorio consumo de los medios de comunicación.
El Niño sigue ahí, así,
a pesar de todas las perversidades arcaicas o postmodernas
porque su Navidad es irreversible.
La Biblia miente o habla con metáfora provocadora:
Dios nunca se ha arrepentido de habernos creado.
Hasta el punto de que decidió Él mismo ser creatura también.
Y por eso el Niño sigue ahí.
Niño ayer, Niño hoy, Niño hasta el final de la historia
(que no ha llegado, no, ni de lejos).
Dios-uno-de-nosotros-para-siempre jamás.
Por eso y para eso fue y es y será la Navidad.
La benevolencia, la filantropía,
la pasión de Dios por la Humanidad,
su enamorada alianza con ella,
es infinita y eterna como el propio Dios
y se ha hecho manifiesta precisamente en el Niño,
en ese Niño que está ahí...
Otro punto y aparte.
Los ángeles –con perdón de su sobrehumana sabiduría–
no tienen razón para hacer huelga.
Hasta me parecería una falta de solidaridad con la pobre especie humana.
A no ser que se trate de un gesto táctico,
fruto de la milenaria experiencia que ellos tienen
haciendo de guardaespaldas de esa misma especie,
bastante sinvergüenza en realidad.
Táctica legítima y hasta necesaria si es
para despertarnos de la modorra ética,
para levantarnos de la rastrera “topía”,
para libertarnos de la estupidez neoliberal,
para desmercadearnos.
Ellos son suficientemente intelectuales puros,
orgánicos o no,
como para hacerse cargo de la humana flaqueza.
Y no dejan de darle gracias a Dios
porque no los hizo pasar por la prueba del neoliberalismo y la posmodernidad.
Digo, pues, y debería gritarlo con toda mi vida
y deberíamos gritarlo todos los cristianos y todas las cristianas
-”gritar el Evangelio con la vida”, quería Charles de Foucauld-,
digo que el Niño sigue ahí:
como el misterio de la solidaridad de Dios con nosotros,
como un incontestable desafío divino
para nuestra conciencia dormida,
como una cobranza divina de nuestra respectiva solidaridad fraterna,
como un espacio divino y humano para nuestra ternura,
como la definitiva oportunidad histórica
para salvar de la deshumanización a la Humanidad
y para divinizarla gratuitamente.
(Hace siglos que la Iglesia canta,
muy por encima de cualquier tipo de mercado egoísta,
que la Navidad es el “admirable comercio”
de amor y vida
entre Dios y la Humanidad).
Vosotros, ángeles, lo sabéis muy bien,
y además en vosotros no cabe ningún tipo de envidia
por más que Dios no se haya hecho ángel...
De modo que ¡nada de huelga, ángeles queridos,
y a cantar!
Como aquella noche, más clara que el mediodía.
Como lo escucharon los pastores, porque eran pobres.
Como lo sospecharon los magos, porque eran buscadores.
Como lo recibió José, porque era servicial.
Como lo saboreó María en su corazón, porque era acogedora.
Como aquella noche, y para siempre:
¡Gloria a Dios en las alturas!
Y Paz en la Tierra a la Humanidad que Dios ama tanto!
Si en aquella noche reinaba “la paz romana”
y en esta noche reina “la paz neoliberal”,
en cualquier noche, contra toda falsa paz mortífera,
“El es nuestra Paz”.
Podrían perderse todas las palabras de la revelación
y nos bastaría esta Palabra de Dios hecha Niño pobre.
Así, “de tal modo Dios ha amado nuestro Mundo
que nos ha enviado a su propio Hijo,
no para condenar al Mundo, sino para salvarlo”.
¡Hala, pues, a cantar!
¡Ángeles y hombres y mujeres,
pájaros y fieras, flores y florestas, aguas y montañas,
rincones terrestres y espacios siderales,
arpas clásicas y guitarras eléctricas,
órganos germánicos y quenas andinas,
alegría y llanto, fe y duda, vida y muerte!
El Niño sigue ahí.
Es Navidad.
Pedro Casaldáliga
Obispo de Sâo Félix do Araguaia, MT, Brasil.
(Para cualquier Navidad, mientras dure el sistema neoliberal)

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