La
solidaridad de Jesús de Nazaret. Un reto y una tarea
FERNANDO CAMACHO
EXÉGETA
Y PROFESOR DE N. T. EN LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
De
unos años para acá los términos «solidaridad», «solidario»
y «solidarizarse» se han puesto de moda, tanto en el
lenguaje religioso como en el profano. Se habla de la
solidaridad de Dios o de Jesús con los hombres, de que
tenemos que ser solidarios los unos con los otros, de la
solidaridad con el Tercer Mundo, de que hay que solidarizarse
con los demás, en especial con los más necesitados. Se dice
que los seres humanos son ahora mucho más solidarios que en
otras épocas, se resaltan la cantidad de movimientos y grupos
que tienen como fundamento la solidaridad con los más débiles,
se anuncia que el futuro de la humanidad está en la cultura
de la solidaridad.
Asistimos
hoy a un fenómeno sin precedentes en la historia de la
humanidad: el voluntariado social a escala planetario. A lo
largo de la historia siempre ha habido gente dispuesta a
trabajar por los demás, personas que han puesto a disposición
de los otros sus mejores capacidades y energías, hombres y
mujeres con conciencia social y sensibilidad que se han
preocupado de mejorar las condiciones de vida de sus
semejantes o que se han conmovido ante las injusticias,
miserias y desgracias humanas y se han esforzado por
combatirlas o paliarlas. Pero en medio del conjunto de la
sociedad eran como una raya en el agua, una minoría heroica
con vocación de servicio, integrada normalmente en grupos o
instituciones de tipo religioso. Tal ha sido, a lo largo de la
historia del cristianismo, la aportación más valiosa que han
prestado a la sociedad las órdenes y congregaciones
religiosas .
Lo que hoy llama la atención
es el carácter masivo y muchas veces aconfesional del
voluntariado social. Gente de toda índole, creyente o no, que
presta un servicio dentro de la sociedad a los más
desfavorecidos. Piénsese en «Médicos sin Fronteras», en el
voluntariado de Cáritas o de la Cruz Roja, en los que
trabajan con los enfermos de SIDA, con los drogadictos o los
presidiarios, o en la cantidad de jóvenes que dedican sus
vacaciones a trabajar en campos de refugiados o en los países
del Tercer Mundo. Según las estadísticas, en España hay más
de medio millón de personas integrados en ese voluntariado y
en Latinoamérica son cerca de cinco millones.
Frente a
esa realidad hay algo que para los que nos consideramos
cristianos puede resultar sorprendente. En los evangelios jamás
aparece la palabra «solidaridad» ni los verbos «ser
solidario» o «solidarizarse ». En cambio, son términos
frecuentes en las cartas paulinas y en otros escritos del
Nuevo Te s t amento: ¿Qué quiere decir esto?, ¿que Jesús
no estuvo interesado por la solidaridad?, ¿que no fue un
hombre solidario?, ¿que la solidaridad no constituye un
elemento esencial de su mensaje?
Jesús no habla explícitamente de la solidaridad, no da
ningún discurso sobre ella, ni diseña ningún programa para
llevarla a cabo; simplemente la practica y espera de los suyos
un comportamiento solidario. Tampoco teoriza, por ejemplo,
sobre el amor, la libertad o el perdón; simplemente ama,
ejerce la libertad y perdona.
Para el Nuevo Testamento , Jesús constituye la máxima
expresión de la solidaridad de Dios con los hombres. Él es
el Emmanuel, el «Dios con nosotros» (Mt 1,23), el Dios que
ha querido compartir desde dentro nuestra historia, que se ha
embarrado en nuestro barro, que se ha despojado de su categoría
divina y ha tomado la condición de esclavo-siervo, para
hacerse, en Jesús, uno de tantos (Flp 2,6-7) e impulsar la
historia hacia su plenitud (1 Cor 15,28).
La solidaridad de Jesús aparece en los evangelios en su
disponibilidad para todo aquel que necesita de su ayuda,
cualquiera que sea su condición social o sus creencias
religiosas. Lo mismo atiende a paganos (Mt 8,5-13 par; Mc 5,
1-20 pars; 7,24-30 par), que a personas de elevada posición
social, como un funcionario real (Jn 4,46-52) o un jefe de
sinagoga (Mc 5,21-43 pars), que a mendigos (Mc 10,46- 52 pars,
Jn 9,1-38), gente de mala fama (Mc 2,15-17 pars; Lc 7,36-50;
15, 1-2) o desahuciados (Mc 1, 40- 45 pars; 5,24b-34 pars; Jn
5,1-15).
Lo que según los evangelios caracteriza a Jesús es su
implicación en las situaciones humanas negativas que se va
encontrado; no pasa indiferente ante ellas, al contrario, le
afectan en lo más hondo y hace todo lo que está de su parte
por remediarlas. Así lo subrayan los tres sinópticos cuando
describen la reacción de Jesús ante esas situaciones con un
verbo de sentimiento, «conmoverse» (Mt 9,36; 20,34; Mc 1,41;
6,34 par; 8,2 par; 9,22-25; Lc 7,13; cf. Mt 18,27, Lc 10,33;
15,20), que el Antiguo Testamento reserva para expresar la
sensibilidad de Dios. De este modo ponen de relieve que Jesús,
presencia de Dios en la tierra, reacciona ante las
injusticias, miserias o desgracias humanas como lo hace Dios
mismo .
Como
han puesto de manifiesto tantos estudios y artículos
modernos, cuyos resultados no vamos aquí a repetir por ser
suficientemente conocidos, resulta innegable y sorprendente la
solidaridad de Jesús con los marginados de su tiempo:
pecadores, publicanos, enfermos, mujeres, etc. Los evangelios
presentan a Jesús tratando, acogiendo, ayudando y atendiendo
a todos ellos. Su conducta en este sentido fue tan escandalosa
que le acarreó la crítica implacable de los observantes
religiosos (Mc 2,16 pars; Lc 7,39; 15,2), que no podían
comprender que alguien que pretendía ser fiel a Dios actuase
de ese modo. La respuesta de Jesús ante esas críticas es que
su actuación no hace otra cosa que reproducir el modo de ser
y comportarse de Dios mismo (Lc 15, 1-32) . Frente a la idea
de un Dios que discrimina en su amor, que quiere a los justos
y aborrece a los pecadores, que está al lado de unos y en
contra de otros, Jesús opone la de un Dios Padre que quiere
incondicionalmente a los seres humanos con independencia de la
conducta de éstos, de un Dios contrario a toda discriminación
(Mt 5,43-48 par; Mc 1,39-45 pars), solícito con los
pecadores, descreídos y marginados de toda índole, y siempre
dispuesto a perdonar (Mt 18,21-35; Lc 15,11 - 32 ) .
En este sentido, Jesús asume y reproduce la imagen
veterotestamentaria del Dios que toma partido por aquellos que
la sociedad margina u oprime, del Dios que hace suya la causa
de los pobres, los desvalidos, los que son víctimas de la
injusticia, y sale en su defensa (Ex 3,7-10, Dt 10,18; Sal
l0,l7s; 12,6; 35,10; 82,1-4; 107; Is 1,17; 58,6s; 61,1; Jr
21,11s; 22,15s; Ez 34, etc.). Por eso la tarea liberadora de
Jesús es presentada en Mateo en estos términos: «Ciegos ven
y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos
resucitan y pobres reciben la buena noticia» (11,2-6); y más
adelante (Mt 12, 17-21), al aplicar a Jesús lo anunciado en
Is 42,1-4, el evangelista lo presenta encarnando un mesianismo
de servicio, que tiene como objetivo hacer posible la justicia
en el mundo. Por su parte, Lucas, en el episodio programático
de la sinagoga de Nazaret (4,16- 21), describe la misión de
Jesús como el cumplimiento en su persona del texto de Is 6141
1-2: «El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él
me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los
pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a
los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar
el año de gracia del Señor» (4,17-21).
Pero Jesús no sólo se solidariza con los rechazados,
marginados u oprimidos por la sociedad, sino que llega a
identificarse con ellos, haciendo suya su situación (Mt
25,31-46: «... Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve
sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis,
estuve en la cárcel y fuisteis a verme... Cada vez que lo
hicisteis con uno de esos hermanos míos tan insignificantes
lo hicisteis conmigo»); apela así, desde los necesitados de
toda índole, a la solidaridad humana para que dé una
respuesta positiva y eficaz a esas situaciones. Por otra
parte, su muerte en la cruz, como un criminal, le lleva a
compartir el destino de todos los inocentes que a lo largo de
la historia han sido y serán víctimas de los poderosos.
Desde el ejemplo y el testimonio de Jesús el cristiano
encuentra respuesta a cuatro preguntas fundamentales con
relación a la solidaridad: ¿por qué ha de ser solidario?,
¿con quién tiene que serlo?, ¿para qué? y ¿cómo?
El
fundamento de la solidaridad cristiana es doble: uno de tipo
antropológico y otro teológico. El primero es fácil de
comprender: los seres humanos compartimos un destino común,
somos seres interrelacionados y, por consiguiente,
dependientes y responsables los unos de los otros. Nada humano
le puede ser ajeno o indiferente a otro ser humano. Cada vez
hay mayor conciencia de que el mundo se ha convertido en una
«aldea global», en donde lo que ocurre en un extremo del
planeta, de una otra forma, repercute en el resto; todo está
entrelazado y entre todos nos jugamos el éxito o el fracaso
de la humanidad .
Pero, además, la solidaridad cristiana se basa en que,
en Jesús, el cristiano ha descubierto hasta dónde llega la
solidaridad de Dios con los hombres: hasta el punto de unir de
algún modo su destino al de la humanidad. Porque si, según
Jesús, Dios es amor (Jn 1,14; 4,24; cf. 1 Jn 4,8) y su amor
no se verá colmado hasta que alcance a ser «todo en todos»
(1 Cor 15,28), entonces puede decirse que mientras la
humanidad no dé una respuesta plena a ese amor, Dios +++ está
como incompleto: no llegará a ser plenamente Padre hasta que
los hombres no sean plenamente sus hijos. Para el cristiano,
todos los seres humanos están llamados a ser hijos de Dios,
todos tienen la misma vocación e igual dignidad y, por
consiguiente, todos han de ser sujetos, no objetos, de su
estima y dedicación, como lo son para Dios Padre y para Jesús
su Hijo.
Quedaría así respondida no sólo la pregunta por el
fundamento de la solidaridad cristiana, sino también la de
con quién tiene que ser solidario el cristiano: con todos los
seres humanos. Pero un conocido pasaje del evangelio de Lucas
puede ayudarnos a profundizar sobre esta cuestión. Se trata
del episodio en el que Jesús cuenta la parábola del buen
samaritano (Lc 10 , 25 - 37 ) .
La ocasión de la parábola es la pregunta que un
jurista judío dirige a Jesús, para ponerlo a prueba, acerca
de qué tiene que hacer para obtener la vida eterna o
definitiva (v. 25). Cuando Jesús le hace ver que para ello lo
que tiene que hacer es amar a Dios y al prójimo (vv. 26-28),
el jurista, queriendo justificarse, le hace una nueva
pregunta: «¿quién es mi prójimo?» (v. 29). Jesús le
responde con la parábola del buen samaritano (vv. 30-35). En
ella un sacerdote y un levita, representantes de la religión
judía, pasan de largo ante el hombre al que los bandidos han
asaltado por el camino, despojándole de todo, moliéndole a
palos y dejándole medio muerto; esa religión, por tanto,
disocia el culto a Dios del amor al prójimo. En cambio, un
samaritano, un hereje despreciado por los judíos, se conmueve
ante aquella situación, se acerca a aquel hombre y hace por
él todo lo que puede.
Al terminar la parábola, Jesús le pregunta al jurista:
«¿Qué te parece? ¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del
que cayó en manos que los bandidos?» (v. 36). Cambia así el
planteamiento inicial: no se trata de determinar quién es mi
prójimo, cuestión que puede prestarse a toda clase de
disquisiciones y respuestas, sino de hacerse uno prójimo, es
decir, próximo; de acercarse al otro, de ser sensible a sus
necesidades y de no escatimarle ayuda ( v. 37).
Aplicando esta enseñanza al tema que nos ocupa, puede
decirse que la cuestión no es dilucidar con quién tiene que
ser uno solidario, sino hacerse solidario; es decir, asumir
una actitud y un talante que permita practicar la solidaridad
con todo el que uno se vaya encontrando en el camino de la
vida. Pero teniendo siempre presente que aquellos que más
necesitan de la solidaridad humana son las víctimas de la
insolidaridad, los que no cuentan socialmente, los oprimidos,
los despojados, los marginados, los rechazados. Son esos los
primeros a los que, siguiendo el ejemplo del Padre y de Jesús,
el cristiano ha de aproximarse, ha de a yudar, ha de estimar y
ha de promover; son esos los que preferentemente han de ser
sujetos, no objetos, de su cariño y dedicación; son esos los
que tienen más necesidad de experimentar, a través de la
solidaridad cristiana, no sólo el amor de los hombres, sino
también el de Dios.
¿Qué pretende la solidaridad?, ¿qué finalidad tiene?
Siguiendo las pautas de Jesús, la respuesta podría
sintetizarse en tres palabras: hacer personas maduras. Se
trata de acercarse al otro y asumir su situación para
ayudarle en su promoción humana, para hacerle caer en la
cuenta o devolverle su dignidad de hijo de Dios; de acompañarle
activamente en la andadura de su liberación y compartir su
suerte; de abrirle nuevos horizontes; de poner lo mejor que
uno encierra a su disposición; de considerarlo y tratarlo
como a un igual, porque comparte con uno la misma categoría
de persona y la aventura de vivir el mismo proyecto de
plenitud humana .
También sobre esta cuestión un pasaje evangélico
puede ser ilustrativo: el del Primer reparto de los panes y
los peces (Mc 6,33-46 pars) .
Siguiendo el relato de Mc, hay que destacar el contraste
entre la actitud insolidaria de los discípulos respecto a la
multitud que ha escuchado la larga enseñanza de Jesús ( v.
36: «Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de
alrededor y se compren de comer») y la invitación de éste a
la solidaridad (v. 37: «Dadles vosotros de comer»). Al «comprar»
opone Jesús el «dar»; al individualismo del dinero, la
generosidad sin límite. Jesús pone a disposición de la
multitud todo lo que tienen los discípulos, sin regatear nada
(V. 41). Todo el alimento de que disponen lo remite a Dios,
dador de vida, al que bendice por su generosidad (v. 4la): los
bienes de la creación son el regalo que él hace a todos sus
hijos y para que lleguen a todos nadie puede acapararlos o
privatizarlos.
Pero antes del reparto del pan y los peces, Jesús
indica a sus discípulos cómo han de ejercer la solidaridad:
tratando a la gente como señores, como personas libres, y
como iguales (v. 39: «Les ordenó que los hicieran recostarse
a todos en la hierba verde formando corros»). «Comer
recostado» era en tiempos de Jesús lo propio de los señores,
de los hombres libres. «Formar corros» indica que no hay
nadie que preside o que destaca: todos son iguales.
Jesús,
en este relato, enseña a sus discípulos a ser servidores de
la gente, no sus dominadores. Para ello, después de reconocer
su dignidad de
hombres libres y de aceptarlos como iguales, han de poner a
disposición de los otros todo lo que son y lo que tienen (v.
4lb) . Ese servicio lleva a satisfacer las necesidades humanas
(v. 42: «Comieron todos hasta saciarse”), los pone en
disposición de compartir con los demás (v. 43: no acapara
cada uno lo que sobra, se recoge, disponible para un nuevo
reparto) y los hace personas maduras (v. 44: «hombres
adultos”).
Queda una última cuestión que también ha quedado en líneas
generales respondida: ¿cómo ser solidarios? No es posible
perfilarla más porque Jesús no traza un plan o un programa
concreto sobre cómo ser solidarios con los demás. Como se ha
visto, ejerce la solidaridad y, a través de ese ejercicio, da
a sus seguidores las pautas y los criterios para que ellos la
sigan practicando. Cada circunstancia y cada época demandará
una respuesta solidaria diferente, según sean las necesidades
humanas que queden por cubrir o los obstáculos que impidan el
crecimiento y desarrollo de los hombres.
Hoy tendríamos que preguntarnos, tanto a nivel personal
como social, en qué somos insolidarios, por qué lo somos y
qué efectos tiene nuestra insolidaridad. Nuestro reto como
cristianos sería dar una respuesta positiva, eficaz y evangélica
a esos interrogantes. Para ello se requiere análisis,
creatividad, valentía y compromiso. Desde Jesús, deberíamos
tener ya muy claros por dónde pasan los caminos de la
solidaridad y cómo ejercerla.
Es tarea nuestra recorrerlos y practicarla .
FRASES
DE INTERÉS
Jesús
no habla explícitamente de la solidaridad, no da ningún
discurso sobre ella, ni diseña ningún programa para llevarla
a cabo simplemente la practica y espera de los suyos un
comportamiento solidario .
Jesús asume y reproduce la imagen
veterotestamentaria del Dios que toma partido por aquellos que
la sociedad margina y oprime, del Dios que hace suya la causa
de los pobres, los desvalidos, los que son víctimas de la
injusticia, y sale en su defensa.
Desde el ejemplo y el testimonio de Jesús el
cristiano Encuentra respuesta a cuatro preguntas fundamentales
con relación a la solidaridad: ¿por qué ha de ser
solidario?, ¿con quién tiene que serlo?, ¿para qué? y ¿cómo?
La cuestión no es dilucidar con quién tiene que
ser uno solidario, sino hacerse solidario; es decir, asumir
una actitud y un talante que permita practicar la solidaridad
con todo el que uno se vaya encontrando en el camino de la
vida. Pero teniendo siempre presente que aquellos que más
necesitan de la solidaridad humana son las víctimas de la
insolidaridad.
Cada circunstancia y cada época demandarán una
respuesta solidaria diferente, según sean las necesidades
humanas que queden por cubrir o los obstáculos que impidan el
crecimiento y desarrollo de los hombres.
(DE LA REVISTA ÉXODO Nº 34)
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