viernes, 21 de marzo de 2014

Textos de fe para aumentar la nuestra...2

Textos de fe para aumentar la nuestra...
 
Jean Lafrance

¿Tal vez tengamos que volver a todos los privilegios que admiramos en María: su Inmaculada Concepción, su Maternidad Divina, su castidad perfecta y su Asunción en la gloria?

Todos estos dones le fueron dados gratuitamente por el Espíritu Santo, sin olvidar otro don que es la fe y además la oración. Olvidamos a menudo que la fe y la confianza son dones de Dios pero que al mismo tiempo, podemos pedirlos y obtenerlos.

Para que se nos conceda un don de Dios, hay que creer en él y pedirlo. Los dones de Dios son gratuitos, pero no son arbitrarios; hay que pedirlos con fe y confianza. En otras palabras: María recibió todos estos dones, y además recibió con ellos la llave de la súplica permanente que fue también el secreto del alma de Jesús.

Por eso ella es la Omnipotencia Suplicante. Cuando se llega a suplicar, con la fe evidentemente, se obtiene todo. Por eso hay que repetir a menudo: Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad. Esta oración es una súplica.

María consintió en suplicar pues sabía que "nada es imposible para Dios". Cuando encontramos dificultades en la vida, reflexionamos, vacilamos y discutimos en lugar de suplicar. El hecho de reflexionar sobre nuestros problemas es a menudo una huída a lo imaginario, mientras que la verdadera oración es siempre una vuelta a lo real.

Cuando María encuentra una situación dificil, no se pone a planificar, sino que ora. Porque María suplica se da, no se da porque suplica; súplica y donación están íntimamente unidas. Su súplica tiene valor del regalo que Dios espera de ella: es el mayor regalo, la manera más perfecta de darse. La súplica no es verdadera, no es pura, deja de ser cristiana, si no es una manera de darse.
 Cuando no se consigue pedir, no se debe hacer como si se pudiese, sino pedir perdón a Dios y decir: "Ten piedad de mí, porque no sé decir: Ten piedad de mí. Me gustaría suplicarte, pero ven en ayuda de mi impotencia para pedir que me libres de ella."

"No habéis pedido todavía nada en mi Nombre, no sabéis como pedir ni lo que hay que pedir..." En este terreno tendríamos que convencernos de que todavía no hemos empezado., cualesquiera que sean las oraciones que hayamos hecho, las desgracias que hayamos experimentado, y los gritos y gemidos arrancados a nuestro corazón de piedra.

Todo esto no es nada al lado de lo que Dios espera, desea y querría darnos como súplica. Por esta razón hay situaciones y tribulaciones que Dios querría evitarnos pero que no nos evita, pues es la única manera que tiene para obtener de nosotros, si no razonamos demasiado, el aprendizaje de la súplica.


Jean Lafrance



Una de las mayores gracias que un hombre puede obtener, en este mundo, es descubrir que, en el nombre de Jesús puede unificar toda su existencia, orar en cualquier circunstancia y vivir a gusto en todas partes. Esta experiencia de plenitud, alegre en Jesús, se vive a partir de la vida misma, siendo el nombre de Jesús, portador de su presencia, el instrumento principal de esta unficación.

Para comprender bien como esta actitud de oración continua es posible y realizable, partiendo de las mismas dificultades y alegrías de la existencia, hay que orar con detenimiento los últimos consejos de Pablo a los Filipenses: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres... El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la
acción de gracias. Y la paz de Dios que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús."

El pensamiento de Pablo es claro: el Señor Jesús está cerca, está presente y vivo por el poder de su nombre. Cada vez que aparece una necesidad, que surge una tentación o que una alegría nos ilumina el corazón, hay que volver a la oración y a la plegaria para presentar nuestras peticiones a Dios. Y esta súplica debe estar impregnada de alabanza, de bendición y de acción de gracias; en una palabra, nuestra vida debe transformarse en eucaristía. Contemplemos
desde más cerca esta actitud existencial que encontramos a cada paso en los Salmos.

Cuanto más avanza el hombre, mayor conciencia toma de sus limitaciones. Debe aprender a convertirse en un hijo que encuentra totalmente natural acudir constantemente a su padre, con la audacia tranquila de la confianza más absoluta. Y esto debe vivirlo, no de una manera intelectual, sino en el afán cotidiano de una vida muy corriente. "Clamé a Yavé en mi angustia, a mi Dios
invoqué; y escuchó mi voz desde su Templo, resonó mi llamada en sus oídos."

Debemos permanecer sumergidos en lo cotidiano, porque es ahí donde nos hacemos santos. ¿pero donde está el secreto? Depende siempre de dos polos. Dios-amor y las manos vacías del hombre. Cuanto más avanza el hombre, más consciente es de que está lejos de Dios, el inigualable. En nuestra orilla está la humildad, por la cual el hombre limitado y pobre, acepta humildemente su imperfección y su impotencia. Sobre la orilla de Dios infinito, está la misericordia en la que cree el hombre.

Del mismo modo que la humildad, la fe en el amor misericordioso de Dios es una condición esencial de la esperanza. Sobre estos pilares se tiende entonces el puente de la confianza amorosa y el hombre puede llegar hasta Dios. O más bien Dios mismo se presenta en ese puente, toma al hombre y le lleva a la otra orilla. Es el puente de la esperanza, o mejor la dinámica de la confianza. Y de aquí surge la oración.

Siempre permaneceremos pequeños. Y sin embargo vamos a vivir la relación más extraordinaria con Dios. Y también la más auténtica: pedirle lo imposible, es decir la posibilidad de avanzar allí donde el camino queda bloqueado. De ahí esa paradoja: acudir a Dios con las manos vacías, para que todo dependa de la fuerza de la petición.

"La santidad no consiste en esta o en aquella práctica, sino en una disposición del corazón que nos hace consciente de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en la bondad del Padre" (Santa Teresa de Lisieux). Se trata de una sencilla disposición del corazón para recibir todo de Dios sin poseer nunca virtud ni fuerza.

Pero es preciso ensayar. ¡Hay que hacerlo! No os quejéis sino tenéis éxito. Si os contentáis con escuchar estas palabras sin hacer nada, no tenéis ningún derecho a quejaros.

Jean Lafrance


"Todo lo que pidáis en mi nombre al Padre os lo concederá."

A veces siento un "silencio aparente" de Dios como una prueba, pues afecta el fondo mismo de mi vocación a la oración. Puedo decir que no he vivido más que para orar, no solamente por mí, sino por el mundo entero y sobre todo por la paz en este momento.

Pero cuando veo que aparentemente nada ocurre y que Dios parece callar, surge en mí un reflejo inconsciente: ¿es que te has engañado? ¿Y si todo esto no fueran más que historias? Exagero al decir esto: sin embargo, hay algo en mí de esta reacción, que es involuntaria e inconsciente.

Pero ahí es donde mi respuesta no sigue nunca a la impresión. En lugar de abandonar la oración, me entrego a ella con más fuerza e intensidad, sobre todo en esos momentos en que se me concede la gracia de la oración. Lo que no quiere decir que durante esos momentos mi oración no decaiga sin saberlo. Como los apóstoles corro peligro de dormirme.

Habitualmente, cuando la gracia de la oración se instala en mí, apenas me despierto por la noche, me pongo a rezar el Rosario. Es esta una prueba que podría resumir así: ¿De qué sirve rezar cuando no se es escuchado? Y la prueba se complica cuando alguien me dice: Y usted, que es un hombre de oración ¿por qué no es escuchado? En ese nivel no discuto, sino que intento sumergirme más aún en mi oración.

Qué bien comprendo que Jesús dijera que es preciso orar sin cansarse nunca, sin desfallecer! La prueba del tiempo es la gran prueba de la oración, pero la señal de que el Espíritu Santo está ahí es que nos impulsa a orar contra viento y marea. Ciertos días me digo: Aunque supiera que no hay nada después, seguiría orando y suplicando. Incluso cuando se acumulan todas las objeciones sobre la oración y me parece que el cielo me ha olvidado, sigo suplicando.
Como la viuda importuna, hay que forzar al juez por aburrimiento y no bajar jamás los brazos en esta oración, que es la nuestra, pero también la de Cristo.

"Y una vez que despidió a la gente, se fue al monte a orar"; "Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar". Estas palabras surten en mí un efecto que no puedo describir y me sumergen en abismos de oración en los que no comprendo absolutamente nada, pero que me mantienen en la vigilancia de la oración. Quisera como la hemorroísa del evangelio, acercarme a Jesús y tocar la orla de su vestido: Estoy en contacto con Jesús, el único hombre que ha sabido
orar bien en la tierra. La oración es verdaderamente la vida eterna... 


Alfonso Milagro

Tú también debes obrar siempre y en todo impulsado por las mociones del Espíritu Santo y en algunas ocasiones convendrá, que invoques al Divino Espíritu de un modo explícito; cuanto hagas movido por el Espíritu Santo, o si prefieres, cuanto el Espíritu Santo obre en tí, será beneficioso para tí y para la Iglesia.

Santa Teresita del Niño Jesús, que tanto sabía de la acción del Espíritu Santo, exclamó quejosamente en cierta ocasión: "¡Qué cosas tan maravillosas haría Dios en las almas, si las almas se dejaran hacer!"

Deja que el Espíritu Santo obre en tí, descienda sobre tí y actúe por tí para lo que El quiera, aunque en algunas cosas no siempre lo que el Espíritu Santo quiere de tí y en tí, coincida con lo que tú quieras de tí y en tí. Olvídate de tí mismo y entrégate plenamente al Espíritu.

Piensa que Dios también te ha ungudo a tí; tú eres el Cristo de hoy, el Cristo de aquí, el Cristo para los hombres de hoy; tú estás ungido para estos hombres de hoy y de aquí, a quienes debes transmitir la liberación y la recuperación.

Debes ponerte a disposición del Espíritu como dócil instrumento para que en tí y por tí realice el Espíritu su obra salvadora y santificadora. No temas, pues, en sentirte el ungido del Señor, pero obra en todo como lo que eres.

De la boca de Jesús, salían palabras llenas de gracia; también deben salir de la tuya palabras saturadas de gracia, palabras de comprensión, palabras de fe y de amor: ahora eres tú el que tiene que hablar, Jesucristo te ha cedido el lugar, ocupas tú su puesto y compartes su misión.
El mundo de hoy espera oir de tí palabras llenas de gracia, llenas de luz para un mundo que está caminando a oscuras, llenas de amor para un mundo que se debate en el odio, llenas de paz para un mundo desgarrado por la guerra, llenas de generosidad para un mundo devastado por el egoísmo.



Alfonso Milagro
"Salid al encuentro..."(Mateo 25:1-13) Aquel grito alentador: "¡Que viene el Señor!", debe resonar de continuo en tus oídos y en tu corazón y ese grito debe hacerte poner en acción, para prepararte a su venida.

A veces viene el Señor en una humillación, que El nos permite y que tiene la virtud de despojarnos a nosotros de nosotros mismos, para dar lugar al Señor que quiere venir. Una duda que en determinado momento atenazó nuestro espíritu, puede tener la virtud de excitarnos íntimamente, para estimular la actividad de nuestro corazón.

Una tentación y aún una caída puede obrar en nosotros como despertador, que levante nuestro corazón al Señor y lo ponga en tensión hacia El. Los santos se vaciaron de sí mismos, despojándose de cuanto eran ellos, para dar lugar al Espíritu Santo, a sus inspiraciones, a sus impulsos, a sus dones, y a su gracia.

Hay que vaciarse de sí mismo, para llegar al pléroma de Jesucristo en nosotros, hay que hundirse en lo más profundo de la propia humillación, para poder llegar hasta la altura de Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Sal al encuentro del Señor y el Señor saldrá a tu encuentro; siempre es el Señor el que toma la delantera y la iniciativa y por eso siempre es suyo el mérito. El siempre nos busca, nos llama, nos sigue requiriendo nuestra respuesta y ofreciéndonos su amor. Acepta pues, el Amor que Dios te ofrece, responde a su llamamiento, porque Dios quiere obrar en tí, pero también quiere obrar contigo.
Si quieres que ese momento no te sorprenda sin estar debidamente preparado, espéralo tú viviendo en la práctica constante de las buenas obras; vive siempre pensando en Dios, haciendo las cosas por Dios, no sea que Dios te desconozca. El dice que lo que no se hace por El, queda desconocido por El; no busques que las criaturas, sean ellas cuales fueren, te recompensen lo que hagas por ellas: si lo haces por ellas, indudablemente son ellas las que te lo tienen que retribuir; pero si las cosas las haces por Dios, a El le corresponde darte la recompensa.

Que pena grande debe ser realizar las obras buenas sin poder esperar recompensa alguna; que pena que después de una vida de esfuerzos y sacrificios se tenga que escuchar aquella palabra del Evengelio: "En verdad os digo: que no os conozco". Tu vida ha de ser una lámpara encendida, que brille con la luz de la fe, para que esa luz esté siempre luminosa, siempre lúcida; será preciso que poseas y almacenes una buena cantidad del aceite de la piedad.

No has de temer la venida del Señor; has de temer el hecho de que el Señor pueda sorprenderte no debidamente preparado.
 

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