miércoles, 1 de octubre de 2014

Galileo introduce una nueva era en las relaciones ciencia y religión

En 1610 publica un opúsculo revolucionario que derrumba la vieja cosmología


En 1609 Galileo da el primer asalto a la Física aristotélica que nadie ponía en duda desde hacía más de veinte siglos. Observa con su rudimentario telescopio (el “perspicillum”) las imperfecciones de la Luna, el Sol y los planetas. Galileo, no solamente estaba poniendo los cimientos de un nuevo método de investigación, la observación directa de los fenómenos, sino que se estaba estableciendo un nuevo paradigma. Un año más tarde, en 1610 (hace 400 años) Galileo observa que la luna no es una esfera perfecta: tiene cráteres y montañas que hacen sombra sobre la superficie. Observa las manchas solares, las cuatro lunas de Júpiter que dan vueltas alrededor del planeta. Para Galileo, el modelo geométrico de Copérnico “para salvar las apariencias” es, además, un modelo físico, real. La Tierra comenzaba a dejar de ser el centro del Universo. Galileo publica ese mismo año 1610 el Sidereus Nuncius. Pero necesitaba el reconocimiento y el apoyo del Colegio Romano de los jesuitas, la gran institución abierta en el campo de las ciencias. El Colegio Romano enseguida tuvo su propio catalejo y el jesuita Christophorus Clavius pudo observar por sí mismo las lunas de Júpiter. Escribió a Galileo y le felicitó. Galileo respondió en términos muy cordiales dándole las noticias de sus últimos descubrimientos sobre las lunas de Júpiter. Galileo cuenta cómo los jesuitas habían introducido las lunas de Júpiter en sus sermones. Se abría una nueva era en las relaciones de la ciencia y la religión. Por Leandro Sequeiros.



Galileo Galilei visto por Justus Sustermans painted en 1636. Wikipedia.
Galileo Galilei visto por Justus Sustermans painted en 1636. Wikipedia.
En un documentado artículo del profesor Ignacio Núñez de Castro, “De la amistad y desencuentro de Galileo con los Jesuitas” (publicado en “Archivo Teológico Granadino”, Facultad de Teología de Granada, vol. 68, 2005, pp. 79-109) ha expuesto la síntesis de sus investigaciones sobre las volubles relaciones de Galileo Galilei (1564-1642) y los jesuitas de su tiempo.

Aunque cronológicamente el Colegio Romano no fue el primer Colegio fundado por Ignacio de Loyola de los 46 colegios que fundó en los últimos años de su vida. Le antecedieron los colegios de Padua, Bolonia, Mesina, Palermo y Tívoli en Italia, Valencia, Gandía, Valladolid, Alcalá, Barcelona, Salamanca y Burgos en España, Coimbra en Portugal, París en Francia, Lovaina en Bélgica y Colonia en Alemania. El Colegio Romano, fundado en 1551, fue el punto de referencia de la red de Colegios fundados por la Compañía de Jesús en la Europa del siglo XVI.

El Colegio Romano, como todos los que llevan la impronta de Ignacio fue concebido al “modus Parisiensis”, que Ignacio gustaba tanto de alabar. El método consistía en una buena fundamentación en las letras humanas, y Filosofía (Curso de Artes que incluía un amplio curriculum de Filosofía Natural, lo que hoy llamamos Ciencias) y cuando los escolares estén “bien fundados y deseosos de la teología, entonces podrán comenzar el curso de la misma”

Ignacio comprendió que un Colegio de excelentes y bien adiestrados profesores y donde se impartieran todas las disciplinas era necesario en la Roma renacentista, donde los jóvenes asistían a las escuelas de las barriadas donde enseñaban los maestri regionari stipendiati dal Senato que lucharon abiertamente contra la enseñanza de los jesuitas. En Febrero de 1551 se puso el cartel en una casa de modesta apariencia en el que estaba escrito Schola de Grammatica, d’Humanità e dottrina christiana, gratis.

Diez meses después, eran 250 los escolares. Gracias a la generosa subvención económica del Duque de Gandía se pudieron pagar alquileres y mantener a los escolares y maestros. En 1553 escribe Ignacio a Carlos, hijo del Duque de Gandía, San Francisco de Borja, y a Diego Hurtado de Mendoza diciéndoles que el número de Profesores ya asciende a sesenta y se han comenzado todas las facultades y ciencias superiores, “para lo cual hemos traído muchos y buenos maestros”. Es interesante observar que el comienzo del curso de 1553 la lección inaugural estuvo a cargo del español P. Benito Perera, con un discurso en loor de las ciencias, le acompañó el Doctor por París Martín de Olabe.

La Cátedra “de controversiis” regentada por Belarmino

En 1555 se instituyó la Cátedra “De controversias”, que fue regentada por el Dr. Roberto Belarmino, personaje central en el primer proceso de Galileo, como tendremos ocasión de ver. La cátedra De controversiis fue fundada para que los jóvenes adquirieran una buena formación científica y espiritual en los enfrentamientos con la reforma protestante.

El Papa Gregorio XIII le dio el nombre de “Colegio universal de todas las naciones”. En el año de 1556 se expidieron los primeros grados académicos y en el mismo año de 1556 se fundó la tipografía. A modo de curiosidad es interesante recordar que la primera tipografía con caracteres arábicos fue la del Colegio Romano y en 1557 se imprimieron libros en hebreo. En este ambiente florecieron las letras y las ciencias.

El “cursus philosophicus” disponía, por tradición, de enseñanzas de matemáticas particularmente prestigiosas y selectivas. Sin duda ninguna, la figura clave, y valga en este caso la aliteración, fue la del P. Christophorus Clavius, que regentó por 14 años la cátedra de matemáticas. Clavius había nacido en Alemania en 1537/1538 y educado en Bamberg; él se llamaba a sí mismo bambergensis. Sus tratados sobre Euclides (“Euclidis elementorun libri XV”) le valieron el sobrenombre de Euclides del siglo XVI.

A Clavius se debe la reforma del “Calendario gregoriano”, en su día criticada por Scaliger. El tiempo dio la razón a Clavius y todavía el calendario gregoriano está vigente entre nosotros. “La calidad de la enseñanza científica dada en el Colegio Romano no era, -dice Pietro Redondi, - una invención de la propaganda apologética. La enseñanza del P. Clavius había creado una tradición matemática importante”.

El Colegio Romano fue, sin duda, la primera comunidad científica internacional (dado el carácter de la orden). En los primeros años del siglo XVII había en Roma una generación de matemáticos jesuitas, que eran alumnos directos o indirectos del P. Clavius. Muchos de ellos marcharon a la misión de China, como el italiano P. Matteo Ricci.

En el Colegio Romano había sesiones públicas donde se discutían las tesis de los estudiantes de los últimos cursos.

Galileo en el Colegio Romano

Otras manifestaciones eran las conferencias públicas y los cursos sobre temas de actualidad que presentaban los profesores. En este ambiente no es de extrañar que Galileo, desde muy joven buscara la amistad de los jesuitas del Colegio Romano. Nos consta de su primer viaje a Roma en 1587, a la edad de 23 años, cuando aún no era famoso, pero con el ímpetu de buscar la excelencia. Allí visitó al P. Clavius de donde se derivó una gran amistad y veneración por parte de Galileo, no interrumpida hasta la muerte de Clavius en 1612.

A comienzos de 1588, Clavius prometió a Galileo enviarle un ejemplar de su nuevo libro acerca de la reforma del calendario, en cuanto se publicara”. Para ese tiempo es de suponer que Galileo daba por admitida la verdad del sistema geocéntrico, puesto que en la correspondencia de esa época entre Galileo y Clavius no hay nada que indique una discusión sobre el copernicanismo.

El asalto de Galileo a la Física aristotélica: el Sidereus Nuncius

En 1609 Galileo da el primer asalto a la Física aristotélica, paradigma establecido, y que nadie ponía en duda desde hacía más de veinte siglos. Observa con el “perspicillum” la Luna, el Sol y los planetas. En el año 1610 Galileo observa las cuatro lunas de Júpiter, había descubierto un universo dentro del universo establecido.

Galileo publica entonces un opúsculo, el Sidereus Nuncius (se podría traducir como “la Gaceta Sideral”). En este escrito, acompañado de dibujos de sus observaciones, muestra que la Luna no es una esfera lisa sino que las “manchas” obedecen a cordilleras, cráteres y sombras.

Por tanto, la luna no es perfecta y la tesis aristotélica de la perfección de la esfera supralunar queda descartada. Pero hay más: la observación de las manchas solares, y la sombra de las lunas de Júpiter sobre la superficie del planeta, muestra la imperfección y por ellos corruptibilidad de los cielos. Si eso es así, las leyes naturales que rigen el movimiento de los objetos en la Tierra son aplicables del mismo modo al resto del cielo. Por tanto, no existe una esfera sublunar (mundo de la corrupción) y unas esferas supralunares (el reino de la perfección, construidas de quintaesencia). El universo es todo material y corruptible.

Pero las escandalosas tesis del Sidereus Nuncius necesitaban el reconocimiento y el apoyo del Colegio Romano, máximo cenáculo de sabios. El Colegio Romano enseguida tuvo su propio catalejo y Clavius pudo observar por sí mismo las lunas de Júpiter. Escribió a Galileo y le felicitó. Galileo respondió en términos muy cordiales dándole las noticias de sus últimos descubrimientos sobre las lunas de Júpiter.

A comienzos del año 1611 Galileo decide marchar a Roma. Es el segundo viaje de Galileo a la Ciudad Eterna de 29 de Marzo a 4 de Julio. Pretendía el apoyo de los matemáticos del Colegio Romano y que la curia le fuera el primer valedor en su lucha contra los peripatéticos. El jueves 29 de Marzo encaminó sus pasos al Colegio Romano. El 1 de Abril Galileo escribe a su amigo Belisario Vinta:

“He tenido una larga discusión con el P. Clavius y con otros dos de los más inteligentes de la misma orden. Encontré a los alumnos de estos hombres ocupados en leer, no sin mucha risa, las últimas elucubraciones que el señor Francisco Sizzi ha escrito y publicado contra mí. (...) Los padres se convencieron finalmente que los planetas son realidades, han pasado las dos últimas semanas observándolos y sus observaciones aún perduran. Hemos comparado notas y hemos encontrado que nuestras experiencias concuerdan en todos los aspectos”.

Galileo es recibido por el Papa Paulo V

Galileo fue recibido con todos los honores por el Papa Paulo V. El mecenas Federico de Cesi, Duque de Acquasparta le agasajó. Era el Duque de Acquasparta el fundador de la Accademia Nazionale dei Lincei “La Academia de los Linces”, especie de cenáculo cultural del que Galileo fue el sexto socio de número, nombrado el 25 de Abril de 1611.

El Cardenal Farnesio, uno de los grandes protectores de la Compañía de Jesús le festejó también. En este ambiente cultural de la gran Roma de la Contrarreforma le faltaba a Galileo el reconocimiento definitivo del Colegio Romano.

El Acto académico de acogida no tardó en llegar hacia mediados de Mayo de 1611. Cardenales, príncipes, científicos, hombres de letras y profesores fueron invitados al Colegio Romano. La “laudatio” estuvo a cargo del flamenco P. Odo van Maelcote, conocido por Malcotius, (existía entonces la costumbre de latinizar los nombres germánicos). El título de la laudatio fue “Nuncius Sidereus Collegii Romani”. El P. Malcotius hizo un encendido y entusiasta elogio de los nuevos descubrimientos astronómicos. Al comienzo de su discurso Malcotius le llamó a Galileo: “inter astronomos nostri temporis et celeberrimos et foelicissimos merito numerandus”.

En el extenso y erudito estudio de Fantoli sobre Galileo, éste autor se pregunta cómo es que Galileo no hace mención en sus cartas del momento cumbre del Acto Académico del Colegio Romano. Fantoli se responde que es muy posible que Galileo esperara un entusiasmo aún mayor de los discípulos de Clavius y probablemente no le gustaran algunos matices del discurso de Malcotius. A pesar de ello, por la impresión de los contemporáneos y asistentes al Acto Académico y por sus testimonios podemos inferir la importancia del acto.

Entre los asistentes se encontraba un joven jesuita belga, el P. Gregorio de San Vicente, nombre célebre en la historia de las matemáticas por su estudio sobre las secciones cónicas.

Cincuenta años después en una carta al famoso Christian Huygen escribía Gregorio de San Vicente: “Tan pronto como llegó Galileo, nosotros (se refiere a los discípulos de Clavius) describimos y expusimos los nuevos fenómenos celestes, en presencia de toda la Universidad. Y probamos claramente que Venus se mueve alrededor del Sol, pero no sin el murmullo quejumbroso de los filósofos (non absque murmere Philosophorum)”.

Otro de los presentes comentó: Galileo con esta pública demostración se volverá a Florencia muy consolado y se puede decir coronado por el consentimiento universal de esta Universidad. En una carta del Cardenal del Monte leemos: “si estuviéramos todavía en tiempos de la antigua Roma se le había elegido una estatua en el capitolio como reconocimiento de sus méritos”.

Los ecos del Sidereus Nuncius

Por otra parte, es curioso observar cómo algunos de los biógrafos de Galileo no le dan la importancia que creemos que tuvo al Acto del Colegio Romano. Johanes Hemleben dice de pasada. “Los jesuitas celebraron una asamblea en su honor. Uno de los firmantes del dictamen, el jesuita Odo Malcotius se detuvo en alabanzas a Galileo, declarándolo “el más famoso y afortunado de los astrónomos contemporáneos”.

Asimismo, es curioso observar que Pietro Redondi en su estudio “Galileo herético” no haga alusión al P. Malcotius, a pesar de que conoce bien las controversias con los Padres Scheiner y Grassi.

Otro de los discípulos de Clavius que tuvo amistad con Galileo cuando ambos residían en Padua en 1595 fue el P. Giuseppe Biancani, quien contribuyó “a desvincular la cultura científica jesuita de la Física de Aristóteles, aunque condicionado por las posturas tradicionales y por la necesidad de atenerse a los puntos doctrinales mantenidos entonces por la Compañía de Jesús en general”. Biancani admiró la labor de Galileo, pero no estuvo de acuerdo con él en la disputa sobre en la primacía de las manchas solares, que después veremos. Aunque no entró en la polémica pública contra Galileo se enfrió su amistad.

Galileo y Roberto Belarmino

Además del P. Clavius, sin duda ninguna, el jesuita que más influyó en la vida de Galileo fue el anciano Cardenal Roberto Belarmino (1542-1621). ¿Quién fue este Cardenal, tratado por los historiadores desde santo a inquisidor? Belarmino era toscano, oriundo de Montepulciano, su madre era hermana del papa Marcelo II, en 1560 a los 18 años ingresó en la Compañía de Jesús. Fue profesor en Lovaina y Roma. Hombre estudioso y religioso ejemplar. Desde sus años de profesor en Lovaina tenía una buena formación en matemáticas y física; había sido condiscípulo de Clavius en el Colegio Romano.

Durante la estancia de Galileo en Roma en la primavera de 1611 Belarmino consultó a Clavius y a los padres del Colegio Romano sobre los nuevos descubrimientos:

“Sé que vuestras reverencias han oído hablar de los descubrimientos que un eminente astrónomo ha hecho mediante un instrumento llamado “cannone” o catalejos. Yo mismo por medio del instrumento he visto muchas cosas maravillosas en la Luna y Venus, y estaría muy agradecido si me favorecen con sus honestas opiniones sobre los siguientes puntos:

1º. - Si Uds. confirman que hay multitud de estrella fijas invisibles al ojo desnudo y especialmente en la Vía Láctea y si las nebulosas deben ser consideradas como conjunto de estrellas muy pequeñas.

2º. - Si es verdad que Saturno no es una estrella sola, sino que son tres estrellas unidas conjuntamente.

3º. - Si es verdad que Venus cambia su aspecto aumentando y disminuyendo como la Luna.

4º. - Si verdaderamente la Luna tiene una superficie arrugada e irregular.

5º. - Si es verdad que cuatro estrellas móviles giran alrededor de Júpiter, cada una con movimiento diferente al de las otras, siendo todos los movimientos sumamente rápidos.

Estoy ansioso por tener alguna información definitiva sobre estos puntos, porque he oído opiniones conflictivas con respecto a ellos. Puesto que vuestras reverencias son peritos en matemáticas, serán fácilmente capaces de decirme si estos descubrimientos están bien fundados, o si ellos no son más que una ilusión. Si quieren pueden escribir su respuesta en esta misma hoja.

Hermano de vuestras reverencias en Cristo. (Roberto Cardenal Belarmino.)”

Los profesores del Colegio Romano se reunieron, y después de un detallado estudio respondieron a Belarmino una carta larga que en esencia resumimos:

1º. – Es cierto que existen estrellas en Cáncer y Pléiade. No es tan cierto que la Vía Láctea esté compuesta de estrellas pequeñas. No se puede, sin embargo, negar esta afirmación. Por lo que se ve en las nebulosas se puede conjeturar que son estrellas pequeñas.

2º. - Hemos observado que Saturno no es esférico, sino oval u oblongo. No hemos visto esas dos estrellas a cada lado del centro.

3º. - Son ciertas las fases de Venus.

4º. - Con respecto a la Luna, no se pueden negar las grandes irregularidades de su superficie. El P. Clavius piensa que la masa de la Luna no tiene una densidad uniforme.

5º. - En cuanto a las estrellas de Júpiter, estas se mueven con movimientos rápidos.

La carta la firman los padres del Colegio Romano Cristóbal Clavius, Cristóbal Grienberger, Odo Malcotius y Juan Pablo Lembo.

Consulta y respuesta evacuada muy pocos días antes del Acto Académico del Colegio Romano, al que nos hemos referido anteriormente. Esta respuesta nos indica que los profesores del Colegio conocían muy bien y por experiencia propia todos los descubrimientos de Galileo hasta la fecha, pero ya se deja entrever que el cambio del paradigma aristotélico, en cuanto a la materia celeste, era un punto mucho más conflictivo que las meras observaciones, para aquellos hombres cimentados en el aristotelismo.

Belarmino, que tenía una tradición familiar científica y astronómica, estaba convencido del sistema de Tolomeo, conocía muy bien el sistema de Tycho Brahe (1546-1601), y lo creía más de acuerdo con las verdades de la fe. Como la gran mayoría de los hombres de su tiempo el aristotelismo en Filosofía natural era el paradigma aceptado sin ningún tipo de contestación. Por lo que parece la respuesta de los padres del Colegio Romano dejó satisfecho a Belarmino.

Galileo y el problema de la flotación

Al año siguiente, 1612, Galileo escribe un tratado sobre la flotación de los cuerpos, “Discorso intorno alle cose che stanno in sull’acqua o che in quella si muovono”. Una vez más Galileo atacó a los peripatéticos, puesto que, según Aristóteles, la flotación se debía a la forma de los cuerpos.

Galileo en disputa con un profesor de la Universidad de Pisa defendía que era la densidad relativa con respecto al agua la que hacía a los cuerpos flotar. Es interesante observar, que en este momento los adversarios de Galileo llamados los “Colombi” de Loudovico delle Colombe, están ya agrupados, y como tales tomarán parte en las discusiones siguientes. Sin embargo la amistad con Belarmino no se había resquebrajado en lo más mínimo, permanecía inalterada, sincera, fundamentada en una mutua estima. Galileo le envió una copia del tratado sobre la flotación a Belarmino y éste le respondió en carta de 23 de Junio de 1612.

“He recibido su carta y el tratado que le adjunta sobre los cuerpos que se mueven o permanecen flotando cuando son colocados sobre el agua. Lo leeré con gusto; seguro que es un trabajo digno de tan eminente autor. Agradeciéndole su más cordial cortesía en enviármelo, quisiera asegurarle que el afecto que Vd. me ha mostrado es completamente recíproco por mi parte, y Vd. verá que esto es así, si alguna vez tengo la oportunidad de prestarle un servicio, con mis más amables respetos y una plegaria para que Dios quiera favorecerle, bendiciéndole siempre. Cardenal Belarmino”.

No sospechaba Belarmino que años antes de su muerte le prestaría un gran servicio a Galileo en el primer proceso de 1616.

Galileo, lugar de encuentro entre ciencia y religión

La figura de Galileo siempre será un lugar de encuentro, de diálogo, de reflexión y de aprendizaje de la historia, verdadera “magistra vitae”. Cuando los tumultos empezaron a ser amenazantes para Galileo, éste escribió un precioso ensayo en 1615, destinado a Cristina de Lorena, en el que defiende la compatibilidad entre los resultados de las ciencias y los datos de la Sagrada Escritura. “Las ciencias –escribe- nos dicen cómo es el cielo; la religión nos dice cómo se va al cielo”.

El Papa Juan Pablo II, en su Pontificado, ha mostrado su preocupación por las dificultades que a lo largo de la historia ha tenido el diálogo Ciencia-fe. Señalaba el Papa en su discurso en la Catedral de Colonia el día 15 de Noviembre de 1980 a San Alberto Magno, cuyo séptimo centenario de su muerte se conmemoraba, como ejemplo a seguir. “Muchos ven el núcleo de estas preguntas en la relación existente entre la Iglesia y la moderna ciencia de la naturaleza, sintiéndose todavía un tanto molestos por los conocidos conflictos que surgieron al inmiscuirse la autoridad eclesiástica en el proceso de los adelantos del saber científico”.

Sin duda ninguna, la condena de Galileo es el paradigma de todos estos conflictos y aunque no se nombre expresamente, estaba en la mente de Juan Pablo II, cuando dice: “La iglesia lo recuerda y lo lamenta. Hoy reconocemos el error y los defectos de aquel proceder”.


Leandro Sequeiros, Catedrático de Paleontología y miembro de la Cátedra CTR, Facultad de Teología, Granada.

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