viernes, 28 de noviembre de 2014

Cama.

Cama de Hetepheres. Dinastía IV de Egipto, c. 2600 a. C. Museum of Fine Arts, Boston, Estados Unidos.
(heb. generalmente mittâh y mishkâb; gr. klín, krábbatos, klinárion).

Este término, que aparece con frecuencia en las Escrituras, no siempre
corresponde a un mueble; en muchos casos, sencillamente señala el lugar donde
la gente se reclinaba o acostaba (Job 17:13; Sal. 63:6; etc.).  Para los
antiguos, a veces no era más que una estera o una manta extendida sobre el piso
(Jn. 5:8, Jesús ordena al hombre inválido que tome su Cama y camine).  Sin
embargo, las camas existieron desde épocas muy 192 antiguas.  La Biblia
menciona que los reyes y los ricos usaban camas o divanes adornados (Est. 1:6;
Ez. 23:41; Am. 3:12; 6:4).  En Israel, en tiempos del NT, la realeza o los
nobles tenían camas altas; las clases más pobres, camas bajas.  En Egipto se
descubrieron camas de esos tiempos, y en la excavación del sureño Tell
el-Farah (en Palestina) se hallaron esquineros metálicos.  La "cama" de Og,
rey de Basán, por mucho tiempo conservado en Rabá de los amonitas (Dt. 3:11),
habría sido su sarcófago.

105. Cama de la reina Hetep-heres, madre del constructor de la Gran Pirámide en
Gîzeh. La cabecera está a la derecha.

La cama, que tiene forma propia desde las antiguas civilizaciones de Egipto y Asiria, consiste en un bastidor rectangular alargado, de madera o de metal, sostenido por pies elevados y terminado en un extremo o en ambos en un cabecero a modo de respaldo, que suele adornarse con figuras.
Según algunos historiadores[cita requerida], los griegos fueron los primeros que colocaron una especie de cabecero, más o menos elevado, sobre el armazón de la cama constituida por cuatro palos ensamblados, los cuales componían los montajes que sostenían la cama propiamente dicha.
Los persas, antes que los griegos, tenían sus camas con baldaquinos y la cubrían con muchos tapices. Los baldaquinos los adornaban con bordados, metales preciosos (oro y plata), marfil y perlas.
Los Romanos también tenían unas camas semejantes y, a medida que el Imperio se fue agrandando y enriqueciendo con sus conquistas, se fueron haciendo de maderas finas, como el ébano, cedro, etc., así como el bronce, variando también la clase de sus colchones, los cuales en un principio consistían en un sencillo saco de paja, pero que después se rellenaron de lana de Mileto y, posteriormente, de finísimas plumas.
En la Europa occidental, después de Jesucristo y hasta finales del siglo XII, aunque la cama debió de ser considerada como un mueble de gran importancia, desapareció en gran parte este lujo. Los príncipes tenían oficiales a su servicio que tenían el encargo de cuidar de su lecho. Las dimensiones de la cama llegaron a ser tan grandes que alguno de estos príncipes hacían que un criado golpease con un palo los colchones para persuadirse de que en ellos no se ocultara ninguna persona.
En la época de Carlomagno, como prueba de deferencia y distinción se compartía la cama con el compañero de armas o con el huésped a quien se quería honrar, sin que la esposa del que prodigaba tal atención se marchara a otro lecho. Por entonces llegó a ser costumbre que la mujer acostará en su lecho a los perros. Y hasta hubo camas en las que se llegó a acostar a toda la familia: de aquí que sus dimensiones fueran tan descomunales.
En la época medieval aún se extendían tapices sobre el suelo o en algún banco adosado al muro, en los que se colocaban almohadones de plumas, lana o de crin animal y se utilizaban, a modo de cobertores, pieles de animales.
Las camas de los egipcios tenían sus pies en forma de patas de animales figurando en su cabecero la cabeza de éstos. Las de los griegos y romanos solían llevar pies torneados y rectos y unas y otras se adornaban con incrustaciones preciosas. Durante los primeros siglos de la Edad Media la cama tuvo una estructura muy sencilla en Occidente, siempre rectangular y con pies rectos. Pero no faltaron ejemplares en que los pies eran a modo de columnas torneadas y esculpidas y más altas que el lecho, terminando por arriba en pomo. Llegado el siglo XIII, volvió a ponerse en uso la ornamentación de toda la cama con pinturas, relieves e incrustaciones y elevado cabecero, si se trataba de camas señoriales, y así se mantuvo hasta nuestros días con las variantes propias de los estilos de cada moda.
Con frecuencia, y muy especialmente en los lugares fríos, se colocaba sobre la cama un pabellón o baldaquino ya desde las civilizaciones remotas, como se manifiesta en los relieves asirios y como se han visto en algunos ejemplares hallados en Egipto. Este pabellón, con unas cortinas, servía para reducir el tamaño del habitáculo consiguiendo que el calor corporal lo calentase con más facilidad que a toda la habitación. Desde el siglo XV dicho pabellón suele montarse en forma de lujosos doseles ya solos, ya apoyados sobre columnillas que se alzan sobre los pies o ángulos de la cama.
Por el contrario, en lugares especialmente cálidos, las camas eran de materiales buenos conductores del calor para evitar sentirse rodeado de material aislante por la noche y disipar mejor el calor del cuerpo. En Al-Ándalus, pueden encontrarse lechos de la época califal, hechos de obra, con alicatado, en los que se sacrificaba la blandura del colchón en favor de mayor comodidad térmica.1
El 7 de julio de 1946, el magnate Howard Hughes sufrió un gravísimo accidente en Los Angeles cuando efectuaba el primer vuelo de prueba experimental del avión espía XF-11. Sufrió lesiones internas, múltiples fracturas (la clavícula, todas las costillas...) y quemaduras de tercer grado por todo el cuerpo que le dejarían secuelas el resto de su vida. En el hospital, Hughes llamó a sus ingenieros para que le hicieran una cama a medida. Siguiendo sus indicaciones técnicas, le pusieron un sistema hidráulico manejado por 30 motores eléctricos, que le permitía ajustar la cama pulsando varios botones, creando la moderna cama de hospital.

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