domingo, 28 de diciembre de 2014

Aparece en la historia Jesús de Nazaret

La alegría en la historia humana.
La época del año que llamamos Navidad se refiere al nacimiento de Jesús de Nazaret, pero en realidad ha desbordado a la celebración de aquel acontecimiento y se ha convertido en la fecha de la celebración simbólica de todo lo mejor que anhela el corazón humano: Nos felicitamos, nos intercambiamos regalos, nos deseamos paz, alegría, prosperidad y nos juntamos los que estábamos lejos... El árbol, la luz, las palabras de felicitación expresan lo que todo hombre considera más valioso, más definitivo en la vida humana: el amor, la paz, la felicidad. Sube a las conciencias quizá una sensación de plenitud de los tiempos: ¡así debieran ser!
Pues bien, esto comenzó en torno a la venida al mundo de un hombre. Un hombre al que hemos considerado culmen de la Humanidad, punto Omega, es decir, término del modo de ser humano, al que caminamos lentamente, en medio de retrocesos, violencias, pecados. Que surgiera un hombre de esta categoría en medio de nuestra raza, ha sido objeto de un gozo y una esperanza incontenibles.
 Ya hubo un gran poeta y profeta, Isaías, enamorado del futuro de su pueblo Israel y del de toda la Humanidad. Partiendo del momento histórico que vivió -un decaimiento del rey Ajaz- y partiendo de su psicología de profeta que sabe que Dios es fiel, se atreve Isaías a dibujar un futuro brillante en los capítulos 7 a 12. En ellos, quiere hacer caer en la cuenta a Ajaz de que todavía hay esperanza: le va a nacer un hijo, Ezequías; en él no sólo se va a continuar la dinastía de David, siempre admirado en Israel, sino que él encarna la continuidad de la fidelidad de Dios hasta un Mesías definitivo. Sobre la esperanza inmediata, por lo tanto, monta Isaías la certeza que le da la fe: Habrá un Mesías cuyo reino será pacífico, indefectible, universal. Será descendiente de David (9,6), rey de Judá (8,8), se llamará Dios-con nosotros (7,14; 9,16, etc.) y fundará un imperio de paz sobre la tierra (11,1-9).
Sin duda esta descripción habrá que completarla con los capítulos 42, 49, 50, 52 del mismo libro de Isaías, que describe el tipo de mesianismo auténtico, el interior, el del SIERVO que conquistó el reino no del poder, sino del ser hombres totalmente para Dios, para la fraternidad y la justicia.
 Un prologo escrito al final de la obra
Los testigos de la vida y de la muerte de Jesús experimentaron un impacto tremendo. Poco a poco fueron reflexionando: lo habían visto, lo habían tocado con sus manos. ESO era lo verdaderamente afirmado por Isaías; él era el verdadero descendiente de David; él era el verdadero hijo de Abrahán; él. era el nuevo y auténtico Moisés, el nuevo y verdadero Adán, el HOMBRE. Cuando hubieron entendido todo esto de Jesús, lo proclamaron valientemente. Se atrevieron a reinterpretar las Escrituras para hacer ver que lo MAS HONDO de toda la Escritura era lo que había acontecido en Jesús; que toda la Escritura está mirando hacia su propia plenitud que por fin vino en Jesús.
 Así, no nos sorprenderemos si al comenzar el evangelio de Mateo leemos en el primer verso:
Mt. 1,1: Genealogía de Jesús, el Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán.
 Todos comprendemos que no está hablando fisiológicamente el evangelista. A todos nos choca que, en medio del silencio y la oscuridad en que nace Jesús, se acumulen ya en estas primeras páginas, más que en pasajes del resto del evangelio, los mejores títulos dados a Jesús. ¿Qué ha sucedido?
 Sólo MATEO y LUCAS, en sus dos primeros capítulos cada uno, nos hablan del nacimiento de Jesús. Pero no intentan precisarnos todos los detalles del suceso. Lo que verdaderamente pretenden es decirnos: la persona de Jesús ha sido importantísima; su vida y su muerte nos han demostrado que Dios estaba con él, que él era el proyecto de Dios. Pues bien, si su vida y su muerte así nos lo han demostrado, quiere decir que también su venida al mundo estuvo presidida por la iniciativa de Dios. Si su vida y muerte son la más íntima seguridad y alegría para la Humanidad, quiere decir que también el momento de su nacimiento fue de una trascendencia decisiva. Si por su vida y muerte ha merecido ser llamado Mesías, Profeta, Hijo de Dios..., quiere decir que ya en el momento de nacer podemos celebrarle así.
 Con toda probabilidad no es, por lo tanto, una descripción del nacimiento de Jesús lo que tenemos en estos dos capítulos, sino una especie de tratado de teología nada menos, acerca del hombre que conocieron a través de su vida y muerte, pero que quieren ponerle un prólogo: Y es que tenían la costumbre estos autores orientales de buscar un paralelismo entre lo que había sido la vida de un hombre y cómo sería su nacimiento. Cuando querían describir la obra final que había realizado una personalidad, piadosamente intentaban descubrir ‑o lo creaban literariamente ya en los comienzos una anticipación, un paralelismo que incluyera también la infancia. Pues bien, como sabemos, la verdad es que el destino de Jesús estuvo lleno de contradicciones por parte de los que lo rodeaban, y la verdad es que, a partir de su figura hubo que corregir muchos conceptos religiosos para interiorizarlos, por una parte y darles su alcance social, por otra. Pero si ya su nacimiento fue humilde, si los suyos no le recibieron, si Herodes intentó ya matarlo y Simeón anunció la división que este niño iba a suscitar, y si, en cambio, los únicos que pudieron percibir su importancia fueron gentes sencillas como los pastores, Ana o Simeón o Isabel..., entonces aquella repulsa que experimentó por parte de los suyos se hace más inteligible: No se trata de un fracaso imprevisto, sino de la trayectoria misma de su vida de Mesías para lo interior, no para el poder. Es una anticipación llena de intención y densidad a la que nosotros, más al estilo griego, no estamos acostumbrados. Los grandes personajes importantes para el pueblo como Isaac, Jacob, Sansón, Samuel, Moisés... habían tenido también ya en su nacimiento una protección divina, según este esquema biográfico con el que intentan retrospectivamente dar relieve a su personalidad y crear una unidad con toda su vida.
 Por eso decimos que estos capítulos fueron escritos después de comprender la vida y muerte de Jesús en su totalidad. En realidad más que unce descripción, son una predicación (ya desde el umbral mismo de la vida de Jesús) de lo mismo que más adelante en todo el evangelio se nos dice: la importancia de la vida‑muerte de Jesús. Se nos dice YA DESDE EL PRINCIPIO la importancia de Jesús. Esa importancia se ve en todos los títulos que se le dan desde el comienzo, poniéndolos en boca de un ángel, con cuyo personaje se nos quiere decir que es LA FE quien ya desde niño advierte en Jesús una importancia así. Se trata de un hall que conduce a las estancias de la vida y muerte de Jesús y se ha decorado conforme a ese conjunto. Es la fase inaugural de una totalidad que podemos ANUNCIAR, CELEBRAR, y ver cómo se MANIFIESTA progresivamente.
La intención de Mateo: El Antiguo testamento está en Jesús  
Ya hemos dicho que para Mateo, Jesús es el nuevo David, el nuevo Moisés, el descendiente de Abrahán. Es decir, tiene interés Mateo en hacer confluir en Jesús pasajes típicos del Antiguo Testamento para hacer ver que Jesús es el término de la Escritura. El anuncio se dirige a José, porque entre los hebreos la descendencia se lee en la línea paterna, y le llama a José hijo de David. En cambio, Lucas hace que el anuncio se haga a María, que personifica siempre a la Iglesia, en cuyo seno ‑no en el del Antiguo Testamento‑ quiere hacerle nacer.
Le hace Mateo luz para los hombres lejanos, ya que los suyos le rechazaron: Episodio de los Magos, cargado de intención universalista. Le describe fugitivo a Egipto, como antiguamente Moisés y todo el pueblo lo fue (Éxodo 4,9 y Oseas 11,1), pero se libra lo mismo que se libró Moisés y el pueblo (Ex. 5,15). Y en la genealogía quiere Mateo terminar en Abrahán porque Jesús para él es verdaderamente el fruto de Israel, judío.

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