miércoles, 24 de diciembre de 2014

CINCO MANDAMIENTOS MÁS UNO.

 
Enumerando al individuo en cuestión los mandamientos que permiten alcanzar la vida eterna, Jesús omite aquellos que miran a las obligaciones para con Dios.

Según Jesús no son indispensables para la "salvación" los tres exclusivos de Israel, cuya observancia garantizaba a esta nación el "status" de pueblo elegido, al tiempo que confirma el valor de cinco mandamientos esenciales válidos para cualquier hombre, hebreo o pagano, creyente o no, que contemplan comportamientos básicos de justicia en relación con el prójimo: "no matar; no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio, honrar al padre y a la madre".

Para comprender el significado de los dos últimos mandamientos es conveniente situarlos en el contexto cultural de la época.

"No dar falso testimonio" no equivale simplemente a "no mentir".

El "falso testimonio" es la acusación injusta con la que se condena a una persona a la pena capital (Dt 19,18).

El "honor" que hay que darle al padre y a la madre no consiste solamente en el "respeto" o en la "obediencia" debida a los padres, sino en su manutención económica, en cuanto que los padres ancianos quedaban totalmente a cargo de los hijos, y la pobreza se consideraba como un gran deshonor: "¿En qué consiste el honor al padre? En alimentarlo, vestirlo... (Pea 15b; Eclo 3,1-16).

Entre los cinco mandamientos enumerados, Jesús inserta también, con gran habilidad, el de "no defraudar", aludiendo a un precepto contenido en el libro del Deuteronomio: "No defraudarás al asalariado pobre y necesitado, le darás su salario el mismo día, antes de que se ponga el sol" (Dt 24,14).

Jesús introduce este precepto antes del mandamiento de honrar (mantener) a los padres: las obligaciones hacia la familia no eximen del deber hacia los otros, en este caso los asalariados: y al individuo de "muchas posesiones" le recuerda que en la base de toda riqueza puede estar el fraude (cf. Sant 5,4).

"Maestro", responde triunfante el tal -"todo esto lo he observado desde pequeño".

Ahora se siente mejor.

Se le ha pasado, aunque por poco tiempo, la angustia.

Él es un perfecto observante de la Ley, practicándola desde la infancia. Es muy rico y también muy religioso.

Por lo demás a los ricos no les resulta difícil ser religiosos: cuando se tiene la panza llena es más fácil que nazca un deseo de reconocido conjuro hacia Aquel a quien se considera la fuente de tanta providencia.

Pero ¿cómo este individuo, tan rico y tan piadoso, está angustiado por la vida eterna?

La motivación está contenida en la repuesta de Jesús: "Entonces Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole: Te falta todo (lit. "una cosa te falta"): ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu seguridad (lit. "tu riqueza"); y anda, ven y sígueme". 

Jesús le quita su seguridad ilusoria de hombre rico y piadoso: "¡Te falta todo!" La traducción: "Una sola cosa te falta" induce a pensar en un cumplido por parte de Jesús ("eres tan bravo, haz un esfuerzo más y pondrás la guinda en la tarta").

En la simbología numérica hebrea, cuando falta a una cifra la unidad es como si faltase todo (el pastor que tiene 100 ovejas y la mujer fque tiene 10 monedas, cuando se le pierde el uno se quedan sin nada (Lc 15,4.8).

Jesús no reconoce los méritos del piadoso rico y no lo elogia, sino que le hace notar que le falta todo, pues tanta riqueza y la constante práctica religiosa no lo han hecho un hombre feliz (en la versión de Mateo el individuo es consciente de sus carencias y pregunta: "¿Qué me falta"?, Mt 19,20).

La observación de Jesús nace de la mirada creadora del Hombre-Dios que "no mira la apariencia" (1 Sm 16,7), sino que ve el corazón.

Mientras los hombres ven la riqueza y la envidian, la mirada de Dios desenmascara la miseria y la compadece: "Tú dices: soy rico, tengo reservas y nada me falta. Aunque no lo sepas, eres desventurado y miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap 3,17).

Jesús propone al rico angustiado poner la propia seguridad en Dios ocupándose de la felicidad de los otros. Esto permitirá al Padre tener cuidado de su felicidad.

A quien le falta todo, Jesús le propone fiarse de Dios para poder, como el salmista, exclamar "no me falta nada" (Sal 23,1).

El don de sí mismo es un camino practicable por todos y permite a cualquiera asemajarse al Cristo que "siendo rico se hizo pobre para hacer ricos a los pobres" (2 Cor 8,9) y realizarse plenamente alcanzando el ideal deseado por el Creador de la humanidad: la condición divina (Jn 1,12).

Encontrar a Jesús no trae siempre bienes.

El piadoso rico va angustiado al encuentro de Jesús y vuelve de él "entristecido y afligido".

Ha ido a Jesús para tener más y Jesús lo invita a dar más.

Se ha vuelto al Señor para saber cómo obtener en el futuro la vida eterna y Jesús lo invita a tener ya en el presente la condición divina.

El obstáculo para la plenitud de la vida a la que Jesús lo invita es la riqueza, y el motivo de la aflicción es "porque tenía muchas posesiones".

En la comunidad de los creyentes, Jesús no admite ningún rico (rico es quien tiene), sino solamente señores (señor es quien da) comó él.

Mientras el leproso, después del encuentro con Jesús, se curó (Mc 1,42) y el endemoniado recuperó su sano juicio ("se fue de allí y se puso a proclamar por la Decápolis lo que Jesús le había hecho", Mc 5,20), el rico, precisamente por no renunciar a cuanto posee, ha elegido venderse otra vez al dinero, prefiriendo estar angustiado, triste y afligido, pero rico.

Jesús le había propuesto experimentar dimensiones ilimitadas: "Tendrás un tesoro en el cielo".

El rico "siervo de sus propios haberes, en lugar de señor de ellos" (Ambrosio), ha preferido el angosto y obtuso horizonte de quien cree solamente en aquello que se puede tocar: el dinero, la riqueza. Es más fácil para Jesús liberar a un hombre de los demonios que lo poseen que de la riqueza, como "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dio" (Mc 10,25); el rico es el único personaje en todos los evangelios que rechaza la invitación a seguir a Jesús.

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