jueves, 25 de diciembre de 2014

DAR.

"Más feliz es el que da que el que recibe"(San Pablo)
Uno de los verbos que en nuestra sociedad cuesta mucho trabajo desarrollar es el verbo DAR. Nos cuesta trabajo dar; es mucho más interesante recibir; si damos nos quedamos sin nada y eso no gusta. Sin embargo es curioso contemplar cómo algunas actrices famosas así como otros personajes “importantes” de la sociedad parece que han descubierto la razón de su existencia cuando han dejado el ritmo de su vida tan “envidiable” y se han puesto a gastar gran parte de su fortuna y tiempo en alguna causa que busca el bien ajeno, ya sea en favor de personas marginadas o en defensa del medio ambiente.
De ahí que uno piense entonces que esa actitud de dar (que no es simplemente despojarse de cosas, sino enriquecer al otro con los propios valores, con actitudes de generosidad y afecto) puede realmente colmar y calmar lo más íntimo de nuestro ser. Por eso, como dice Bernabé Tierno, psicólogo y psicopedagogo español, “el que da de sí mismo no se empobrece, antes bien, se enriquece con la alegría de su propia generosidad”.
Nadie hay tan pobre que no tenga la oportunidad de darnos algo. Hasta el más mísero de los mortales nos puede dar algo tan valioso como la ocasión de ayudarle, la oportunidad de estimular nuestra generosidad y vencer el egoísmo. El valor de una persona no se mide por la cantidad de lo que da, sino por la alegría y generosidad que manifiesta en sus detalles. La generosidad, pues, no es monopolio de los que tienen, de los ricos, sino patrimonio universal de cualquier corazón bien nacido: Una sonrisa en la incomprensión, una mano tendida en la dificultad, una palabra de cariño en el dolor, una presencia oportuna en la soledad, un trozo de pan compartido en la escasez,... son las formas concretas de un amor que construye a la persona y a la humanidad. Todos tenemos un corazón capaz de generar amor y comprensión a raudales, sean cuales fuesen nuestras capacidades intelectuales o nuestro nivel económico y cultural.
       
El secreto está en saber poner nuestro corazón en cada acción generosa y abrirlo a los demás cuando abrimos nuestras manos y si no que se lo digan al mendigo de esta maravillosa historia que nos dejó el gran escritor de la India R. Tagore:
“Iba yo mendigando de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando tu carroza apareció a lo lejos como un sueño hermoso. Yo me pregunté maravillado quién sería aquel rey de reyes. Mis ilusiones volaron hasta el cielo y pensé que mis días malos se había acabado. Tu generosidad me sacaría de la pobreza...
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto, tú extendiste tu mano diciéndome:
-¿Puedes darme alguna cosa?
Y yo me quedé pasmado. ¡Qué ocurrencia, pedirle a un mendigo! Estaba confuso y no sabía qué hacer. Al fin saqué despacio de mi saco un granito de trigo y te lo di. ¡Qué sorpresa la mía, cuando al vaciar por la tarde mi saco encontré un grano de oro entre los granos de trigo!... ¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para darte todo lo que tenía” (R. Tagore)
Y otro más.-
"Una anciana de ochenta y cinco años estaba siendo entrevistada con motivo de su cumpleaños. La periodista le preguntó qué consejo daría a las personas de su edad.
-Bueno -dijo la anciana- a nuestra edad es muy importante no dejar de usar todo nuestro potencial; de lo contrario éste se marchita. Es importante estar con la gente y siempre que sea posible, ganarse la vida prestando un servicio. Eso es lo que nos mantiene con vida y con salud
-¿Puedo preguntarle qué es exactamente lo que hace usted para ganarse la vida a su edad?
-Cuido de una anciana que vive en mi barrio.-fue su inesperada y deliciosa respuesta".
El amor cura a todos, tanto a quienes lo reciben como a quienes lo dan.
 Ángel Sánchez, Dandy

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