martes, 23 de diciembre de 2014

DE LOS ESTABLOS A LAS ESTRELLAS.

La curiosidad hacia los misteriosos magos no se ha dirigido hacia los pastores de Belén, que quedaron afortunadamente en el anonimato (Lc 2,1-20).
Si Mateo ha dado primacía a la dimensión universal poniendo como mensajeros del Señor a los magos paganos, que eran considerados los más apartados de Dios y excluidos por Israel, el evangelista Lucas pone de relieve el aspecto de los marginados dentro de la Sociedad judía.

En la época de Jesús los pastores no gozaban de derechos civiles y eran tenidos por parias en la sociedad.

Embrutecidos por su trabajo vivían inmersos en el envilecimiento, y desde el punto de vista de las normas religiosas en la impureza total, sin ninguna posibilidad de redención, por cuanto eran ignorantes de la Ley divina y estaban imposibilitados para practicarla. Eran considerados y tratados del mismo modo que las bestias, con una diferencia a favor de éstas: "Se puede sacar fuera un animal caído en un foso, pero no a un pastor" (Tos. B.M. 2,33).

Los pastores, considerados pecadores empedernidos, no sólo no son excluidos de la salvación, Sino que están entre los primeros en la lista de las personas que el Mesías deberá eliminar a su llegada, según la enseñanza del rey Salomon: En el reino del Señor «no habitará ningún hombre acostumbrado al mal» (Sal. Salom. 17,24-28).

Precisamente a éstos, los más alejados de Dios, se vuelve el «Angel del Señor" (expresión que no indica un ser distinto de Dios, sino el mismo Señor en la forma tangible con la que se manifiesta a los hombres): «y la gloria del Señor los envolvió de claridad"(Lc 2,9).

"Todos los impíos serán aniquilados en masa", pronosticaba el piadoso salmista (Sal 37,38). Pero cuando Dios encuentra a los pecadores no los aniquila con el fuego destructor: los envuelve con su amor.

No palabras de condena, sino anuncio de "una gran alegría", el nacimiento de aquél que los librará de la marginación. Anuncio que es confirmado por «una muchedumbre del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: gloria a Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hombres de su
agrado» (Lc 2, 13-14).

La gloria de Dios se manifiesta visiblemente comunicando paz (felicidad) a todos los hombres en cuanto destinatarios de su amor.

En el mismo tiempo en que el Poder representado por el emperador Octavio, el "César Augusto», piensa hacer un censo de «toda la tierra" a él sometida, para que ninguno evada el pago de los tributos, el Amor se manifiesta con un mensaje de liberación dirigido a todos los hombres: «Hoy os ha nacido un Salvador."

Al dominador "a quien, embaucador como todos los poderosos, se le hacía llamar «salvador de todo el mundo" se contrapone la «buena noticia" del nacimiento del verdadero "Salvador".

Y los pastores van a Belén a transmitir la buena noticia que han recibido.

Para encontrar a Dios no hay que ir a Jerusalén, sino a Belén donde Dios había dicho: «Yo no veo como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón" (lSam 16,7).

Pastores y magos que, en cuanto pecadores y paganos, no pueden acercarse al Dios del templo, tienen acceso libre a Dios en el hombre.

Aquellos a los que la religión ha recluido en las tinieblas, son los primeros en darse cuenta de la luz que brilla, mientras cuantos viven en el esplendor permanecen en las tinieblas.

Cuando Jesús, don de Dios a la humanidad, se presenta en la historia, ningún sacerdote de Jerusalén se apercibirá de ello. La gente de mala vida (pastores) y los paganos (magos), sí.

Las dos categorías de personas que los sacerdotes mantenían excluidas de la salvación a causa de su comportamiento moral y religioso perciben los signos de Dios.

Sus censores, no.

Escribe el evangelista que «todos los que lo oyeron, quedaron sorprendidos de lo que decían los pastores» (Lc 2,18).

Desde que el mundo es mundo, Dios premia a los buenos y castiga a los malos; ¿qué novedad es esta de un Dios «bondadoso con los ingratos y malvadosr" (Lc 6,35).

Si Dios en lugar de castigar a los pecadores les demuestra su amor, ¡ya no hay religión!

Todos se desconciertan con esta tremenda novedad, incluso María. Pero ella no la rechaza, sino que la acoge, para continuar estando en sintonía con un Dios siempre nuevo. Y los pastores «se volvieron glorificando y alabando a Dios»: glorificar y alabar a Dios se consideraba una tarea exclusiva de los ángeles (Lc 2,13-14). Después de haber tenido la experiencia del Dios-Amor, esta tarea es posible incluso para los pastores.

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