lunes, 8 de diciembre de 2014

DIETA DE WORMS.



 Worms.
Qué tensión la que se vivió el 17 de abril de 1521 en la ciudad alemana de Worms. Se vieron las caras el emperador Carlos V, con sólo veintiún añitos, y Martín Lutero, el monje alemán y respondón que traía de cabeza a Roma y que terminó por dividir a la cristiandad: los que estuvieran de su parte, protestantes, y los que no, católicos. Aquel día compareció Lutero ante la asamblea presidida por Carlos V, conocida como la Dieta de Worms, y ante la que se supone que debía retractarse de todo lo dicho contra el papa, sus concilios y su jerarquía. Era el último intento para meterle en cintura. 

El papa León X ya había excomulgado meses antes a Lutero por hereje, pero no sirvió de nada. Cuanto más le reprendían, más adeptos se sumaban a la Reforma protestante. Como además Lutero no atendía las llamadas de Roma, el papa dijo, bueno, pues vamos a reunirnos en su terreno, en Alemania. Pero que vaya el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, porque si Carlos V no puede con él, ya no puede nadie. 

Lutero expuso al emperador los argumentos de su protesta. 

A saber, que Roma se había convertido en una corte dirigida por el vicio, la política y el despilfarro; que el único mediador ante el Supremo era Jesucristo, ni los cientos de vírgenes ni los miles de santos inscritos en la nómina vaticana; que la Biblia tenía que predicarse en lengua vulgar, porque el latín era un peñazo; que los curas podían casarse, que debían trabajar... en fin, que Carlos V escuchó y luego dijo: «¡Que te retractes!». Y Lutero, que no. «Mira que te condeno». «Pues vale, pero no me retracto. Y le condenó. 

Pero la chispa que encendió las iras de Lutero fue la escandalosa venta de indulgencias, una especie de título que se vendía por una millonada y que aseguraba la salvación eterna. ¿Por qué vendía Roma las indulgencias? Por algo que tiene mucho que ver con un acontecimiento que recoge la siguiente historia menuda: la colocación de la primera piedra de la basílica de San Pedro. Ahí empezó el lío. 

Nieves Concostrina.

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