martes, 23 de diciembre de 2014

DIOS QUE MARGINA.

 
"Hemorroisa"; con este poco elegante apelativo se presenta en los evangelios a una mujer anónima que "llevaba" doce años con flujo de sangre", y protagonista de encuentro con Jesús (Mc 5,25-34).

El evangelista inserta en la narración un detalle muy importante que amplía el significado del episodio: el número "doce", cifra que alude idílicamente a Israel formado desde el principio por doce tribus (Gen 49,1-28); la especificación de que la mujer está afectada por la enfermedad desde los "doce años" es un apunte literario con el que el evangelista indica que este personaje representa a Israel; el significado del relato no se limita a la protagonista del episodio, sino que se extiende a todo el pueblo judío. En el pasado, el deseo de poner nombre a todo y a todos, hizo que se llamase Verónica a esta mujer anónima, haciéndola protagonista después del encuentro con Jesús en el camino del calvario (Evangelio de Nicodemo, 7). 

En el mundo oriental, cuando una persona estaba enferma, se consideraba señal de poco amor llamar a un único médico; en este caso se convocaba el mayor número posible de médicos con el resultado de multiplicar las prescripciones contradictorias y los honorarios.

Probablemente por esta causa es poco lisonjero el juicio que los contemporáneos tenían de los médicos, que eran considerados como una asociación de delincuentes.
Si la Biblia resalta el comportamiento del médico ("la enfermedad es larga, el médico se ríe", Eclo 10,10), el Talmud, de modo mucho más expeditivo, condena a toda la clase médica: "El mejor de los médicos es digno de la gehenna (Qidd, 4,14).
Habiendo sobrevivido a los médicos que la habían llevado a la miseria total, la mujer está ahora en situación desesperada.

El evangelista la describe como afectada por una "hemorragia/flujo de sangre" (clínicamente "metrorragia crónica", pérdida de sangre independientemente del flujo mestrual).

En la cultura hebrea, en la que la sangre es la misma vida de la persona ("La vida de todo ser viviente es su sangre", Lv 17,14), la pérdida de la sangre significa la pérdida de la vida; esta mujer está muriendo lentamente.

Pero no sólo esto.

Una mujer por esta enfermedad es considerada impura y equiparada a una leprosa (Zab. 5,1.6): no puede acercarse a nadie ni nadie puede acercársele; si está desposada, no puede tener relaciones con su marido, y si es soltera, no puede casarse.

Por su situación la religión la condena a la esterilidad; el constante flujo de sangre la lleva a la muerte. La mujer no tiene ninguna esperanza ni otra salida que no sea esperar la muerte.

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